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50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
Awwww Gracias Hermosas!!!
Enserio son la razón de Subir mas Capítulos!
Subo el 6 en cuanto pueda
Enserio son la razón de Subir mas Capítulos!
Subo el 6 en cuanto pueda
CarolineR2
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
NEW READER!
HAY HAY HAY HAY!!!
ME EMPECE A LEER LA NOVELA Y ES *-*
SUBEE MUJER!!!
SUUBE YAAA
HAY HAY HAY HAY!!!
ME EMPECE A LEER LA NOVELA Y ES *-*
SUBEE MUJER!!!
SUUBE YAAA
DanielleS
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
Capitulo 6
Mi mano se agarra al cabello de Harry, mientras mi boca se aferra febril a la suya, absorbiéndole, deleitándose al sentir su lengua contra la mía. Y él hace lo
mismo, me devora. Es el paraíso.
De pronto me levanta un poco, coge el bajo de mi camiseta, me la quita de
un tirón y la tira al suelo.
—Quiero sentirte —me dice con avidez junto a mi boca, mientras mueve
las manos por mi espalda para desabrocharme el sujetador, hasta quitármelo con un
imperceptible movimiento y tirarlo a un lado.
Me empuja de nuevo sobre la cama, me aprieta contra el colchón y lleva su
boca y sus manos a mis pechos. Yo enredo los dedos en su cabello mientras él coge
uno de mis pezones entre los labios y tira fuerte.
Grito, y la sensación se apodera de todo mi cuerpo, y vigoriza y tensa los
músculos alrededor de mis ingles.
—Sí, nena, déjame oírte —murmura junto a mi piel ardiente.
Dios, quiero tenerle dentro, ahora. Juega con mi pezón con la boca, tira, y
hace que me retuerza y me contorsione y suspire por él. Noto su deseo mezclado con…
¿qué? Veneración. Es como si me estuviera adorando.
Me provoca con los dedos, mi pezón se endurece y se yergue bajo sus
expertas caricias. Busca con la mano mis vaqueros, desabrocha el botón con destreza,
baja la cremallera, introduce la mano dentro de mis bragas y desliza los dedos sobre
mi sexo.
Respira entre los dientes y deja que su dedo penetre suavemente en mi
interior. Yo empujo la pelvis hacia arriba, hasta la base de su mano, y él responde y
me acaricia.
—Oh, nena —exhala y se cierne sobre mí, mirándome intensamente a los
ojos—. Estás tan húmeda —dice con fascinación en la voz.
—Te deseo —musito.
Su boca busca de nuevo la mía, y siento su anhelante desesperación, su
necesidad de mí.
Esto es nuevo —nunca había sido así, salvo quizá cuando volví de Georgia
—, y sus palabras de antes vuelven lentamente a mí… «Necesito saber que estamos
bien. Solo sé hacerlo de esta forma.»
Pensar en eso me desarma. Saber que le afecto de ese modo, que puedo
proporcionarle tanto consuelo haciendo esto… Él se sienta, agarra mis vaqueros por
los bajos y me los quita de un tirón, y luego las bragas.
Sin dejar de mirarme fijamente, se pone de pie, saca un envoltorio plateado
del bolsillo y me lo lanza, y después se quita los pantalones y los calzoncillos con un
único y rápido movimiento.
Yo rasgo el paquetito con avidez, y cuando él vuelve a tumbarse a mi lado,
le coloco el preservativo despacio. Me agarra las dos manos y se tumba de espaldas.
—Tú encima —ordena, y me coloca a horcajadas de un tirón—. Quiero verte.
Oh…
Me conduce, y yo me dejo deslizar dentro de él con cierta indecisión.
Cierra los ojos y flexiona las caderas para encontrarse conmigo, y me colma, me
dilata, y cuando exhala su boca dibuja una O perfecta.
Oh, es una sensación tan agradable… poseerle y que me posea.
Me coge las manos, y no sé si es para que mantenga el equilibrio o para
impedir que le toque, aun cuando ya he trazado mi mapa.
—Me gusta mucho sentirte —murmura.
Yo me alzo de nuevo, embriagada por el poder que tengo sobre él, viendo
cómo Harry Styles se descontrola debajo de mí. Me suelta las manos y me sujeta las
caderas, y yo apoyo las manos en sus brazos. Me penetra bruscamente y me hace gritar.
—Eso es, nena, siénteme —dice con voz entrecortada.
Yo echo la cabeza atrás y hago exactamente eso. Eso que él hace tan bien.
Me muevo, acompasándome a su ritmo con perfecta simetría, ajena a
cualquier pensamiento lógico. Solo soy sensación, perdida en este abismo de placer.
Arriba y abajo… una y otra vez… Oh, sí… Abro los ojos, bajo la vista hacia él con la
respiración jadeante, y veo que me está mirando con ardor.
—Mi _________ —musita.
—Sí —digo con la voz desgarrada—. Siempre.
Él lanza un gemido, vuelve a cerrar los ojos y echa la cabeza hacia atrás.
Oh, Dios… Ver a Harry desatado basta para sellar mi destino, y alcanzo el clímax
entre gritos, todo me da vueltas y, exhausta, me derrumbo sobre él.
—Oh, nena —gime cuando se abandona y, sin soltarme, se deja ir.
* * *
Tengo la cabeza apoyada sobre su pecho, en la zona prohibida. Mi mejilla
anida en el vello mullido de su esternón. Jadeo, radiante, y reprimo el impulso de
juntar los labios y besarle.
Estoy tumbada sobre él, recuperando el aliento. Me acaricia el pelo y me
pasa la mano por la espalda y me toca, mientras su respiración se va tranquilizando.
—Eres preciosa.
Levanto la cabeza para mirarle con semblante escéptico. Él responde
frunciendo el ceño e inmediatamente se sienta y, cogiéndome por sorpresa, me rodea
con el brazo y me sujeta firmemente. Yo me aferro a sus bíceps; estamos frente a frente.
—Eres… preciosa —repite con tono enfático.
—Y tú eres a veces extraordinariamente dulce.
Y le beso con ternura.
Me levanta para hacer que salga de él, y yo me estremezco. Se inclina hacia
delante y me besa con suavidad.
—No tienes ni idea de lo atractiva que eres, ¿verdad?
Me ruborizo. ¿Por qué sigue con eso?
—Todos esos chicos que van detrás de ti… ¿eso no te dice nada?
—¿Chicos? ¿Qué chicos?
—¿Quieres la lista? —dice con desagrado—. El fotógrafo está loco por ti;
el tipo de la ferretería; el hermano mayor de tu compañera de piso. Tu jefe —añade
con amargura.
—Oh, Harry, eso no es verdad.
—Créeme. Te desean. Quieren lo que es mío.
Me acerca de golpe y yo levanto los brazos, colocándolos sobre sus
hombros con las manos en su cabello, y le miro con ironía.
—Mía —repite, con un destello de posesión en la mirada.
—Sí, tuya —le tranquilizo sonriendo.
Parece apaciguado, y yo me siento muy cómoda en su regazo, acostada en
una cama a plena luz del día, un sábado por la tarde… ¿Quién lo hubiera dicho? Su
exquisito cuerpo conserva las marcas de pintalabios. Veo que han quedado algunas
manchas en la funda del edredón, y por un momento me pregunto qué hará la señora
Jones con ellas.
—La línea sigue intacta —murmuro, y con el índice resigo osadamente la
marca de su hombro. Él parpadea y de pronto se pone rígido—. Quiero explorar.
Me mira suspicaz.
—¿El apartamento?
—No. Estaba pensando en el mapa del tesoro que he dibujado en tu cuerpo.
Mis dedos arden por tocarle.
Arquea las cejas, intrigado, y la incertidumbre le hace pestañear. Yo froto
mi nariz contra la suya.
—¿Y qué supondría eso exactamente, señorita Steele?
Retiro la mano de su hombro y deslizo los dedos por su cara.
—Solo quiero tocarte por todas las partes que pueda.
Harry atrapa mi dedo con los dientes y me muerde suavemente.
—Ay —protesto, y él sonríe y de su garganta brota un gemido sordo.
—De acuerdo —dice y me suelta el dedo, pero su voz revela aprensión—.
Espera.
Se incorpora un poco debajo de mí, vuelve a levantarme, se quita el
preservativo y lo tira al suelo, junto a la cama.
—Odio estos chismes. Estoy pensando en llamar a la doctora Greene para
que te ponga una inyección.
—¿Tú crees que la mejor ginecóloga de Seattle va a venir corriendo?
—Puedo ser muy persuasivo —murmura, mientras me recoge un mechón
detrás de la oreja—. Franco te ha cortado muy bien el pelo. Me encanta este escalado.
¿Qué?
—Deja de cambiar de tema.
Me coloca otra vez a horcajadas sobre él. Me apoyo en sus piernas
flexionadas, con los pies a ambos lados de sus caderas. Él se recuesta sobre los
brazos.
—Toca lo que quieras —dice muy serio.
Parece nervioso, pero intenta disimularlo.
Sin dejar de mirarle a los ojos, me inclino y paso el dedo por debajo de la
marca de pintalabios, sobre sus esculturales abdominales. Se estremece y paro.
—No es necesario —susurro.
—No, está bien. Es que tengo que… adaptarme. Hace mucho tiempo que no
me acaricia nadie —murmura.
—¿La señora Robinson? —digo sin pensar, y curiosamente consigo hacerlo
en un tono libre de amargura o rencor.
Él asiente; es evidente que se siente incómodo.
—No quiero hablar de ella. Nos amargaría el día.
—Yo no tengo ningún problema.
—Sí lo tienes, _______. Te sulfuras cada vez que la menciono. Mi pasado es mi
pasado. Y eso es así. No puedo cambiarlo. Tengo suerte de que tú no tengas pasado,
porque si no fuera así me volvería loco.
Yo frunzo el ceño, pero no quiero discutir.
—¿Te volverías loco? ¿Más que ahora? —digo sonriendo, confiando en
aliviar la tensión.
Tuerce la boca.
—Loco por ti.
La felicidad inunda mi corazón.
—¿Debo telefonear al doctor Flynn?
—No creo que haga falta —dice secamente.
Se mueve otra vez y baja las piernas. Yo vuelvo a posar los dedos en su
vientre y dejo que deambulen sobre su piel. De nuevo se estremece.
—Me gusta tocarte.
Mis dedos bajan hasta su ombligo y al vello que nace ahí. Él separa los
labios y su respiración se altera, sus ojos se oscurecen y noto debajo de mí cómo crece
su erección. Por Dios… Segundo asalto.
—¿Otra vez? —musito.
Sonríe.
—Oh, sí, señorita Steele, otra vez.
* * *
Qué forma tan deliciosa de pasar una tarde de sábado. Estoy bajo la ducha,
lavándome distraídamente, con cuidado de no mojarme el pelo recogido y pensando en
las dos últimas horas. Parece que Harry la vainilla se llevan bien.
Hoy ha revelado mucho de sí mismo. Tengo que hacer un gran esfuerzo para
intentar asimilar toda la información y reflexionar sobre lo que he aprendido: la
cantidad de dinero que gana —vaya, es obscenamente rico, algo sencillamente
extraordinario en alguien tan joven— y los dossieres que tiene sobre mí y todas sus
morenas sumisas. Me pregunto si estarán todos en ese archivador.
Mi subconsciente me mira con gesto torvo y menea la cabeza: Ni se te
ocurra. Frunzo el ceño. ¿Solo un pequeño vistazo?
Y luego está Leila: posiblemente armada por ahí, en alguna parte… amén de su lamentable gusto musical, todavía presente en el iPod de Harry. Y algo aún
peor: la pedófila señora Robinson: es algo que no me cabe en la cabeza, y tampoco
quiero. No quiero que ella sea un fantasma de resplandeciente cabellera dentro de
nuestra relación. Él tiene razón y me subo por las paredes cuando pienso en ella, así
que quizá lo mejor sea no hacerlo.
Salgo de la ducha y me seco, y de pronto me invade una angustia
inesperada.
Pero ¿quién no se subiría por las paredes? ¿Qué persona normal, cuerda, le
haría eso a un chico de quince años? ¿Cuánto ha contribuido ella a su devastación? No
puedo entender a esa mujer. Y lo que es peor: según él, ella le ha ayudado. ¿Cómo?
Pienso en sus cicatrices, esa desgarradora manifestación física de una
infancia terrorífica y un recordatorio espantoso de las cicatrices mentales que debe de
tener. Mi dulce y triste Cincuenta Sombras. Ha dicho cosas tan cariñosas hoy… Está
loco por mí.
Me miro al espejo. Sonrío al recordar sus palabras, mi corazón rebosa de
nuevo, y mi cara se transforma con una sonrisa bobalicona. Quizá conseguiremos que
esto funcione. Pero ¿cuánto más estará dispuesto a hacerlo sin querer golpearme
porque he rebasado alguna línea arbitraria?
Mi sonrisa se desvanece. Esto es lo que no sé. Esta es la sombra que pende
sobre nosotros. Sexo pervertido sí, eso puedo hacerlo, pero ¿qué más?
Mi subconsciente me mira de forma inexpresiva, y por una vez no me ofrece
consejos sabios y sardónicos. Vuelvo a mi habitación para vestirme.
Harry está en el piso de abajo arreglándose, haciendo no sé bien qué, así que dispongo del dormitorio para mí sola. Aparte de todos los vestidos del armario, los cajones están llenos de ropa interior nueva. Escojo un bustier negro
todavía con la etiqueta del precio: quinientos cuarenta dólares. Está ribeteado con una
filigrana de plata y lleva unas braguitas minúsculas a juego. También unas medias con
ligueros de color carne, muy finas, de seda pura. Vaya, son… ajustadas y bastante…
picantes…
Estoy sacando el vestido del armario cuando Harry entra sin llamar.
¡Vaya, está impresionante! Se queda inmóvil, mirándome, sus ojos Verdes
resplandecientes, hambrientos. Noto que todo mi cuerpo se ruboriza. Lleva una camisa
blanca con el cuello abierto y pantalones sastre, negros. Veo que la línea del
pintalabios sigue en su sitio, y él no deja de mirarme.
—¿Puedo ayudarle, señor Styles? Deduzco que su visita tiene otro objetivo,
aparte de mirarme embobado…
—Estoy disfrutando bastante de la fascinante visión, señorita Steele,
gracias —comenta turbadoramente, y da un paso más, arrobado—. Recuérdame que le
mande una nota personal de agradecimiento a Caroline Acton.
Tuerzo el gesto. ¿Quién demonios es esa?
—La asesora personal de compras de Neiman —contesta como si me
leyera el pensamiento.
—Ah.
—Estoy realmente anonadado.
—Ya lo veo. ¿Qué quieres, Harry? —pregunto, dedicándole mi mirada displicente.
Él contrataca con su media sonrisa y saca las bolas de plata del bolsillo, y
me quedo petrificada. ¡Santo Dios! ¿Quiere azotarme? ¿Ahora? ¿Por qué?
—No es lo que piensas —dice enseguida.
—Acláramelo —musito.
—Pensé que podrías ponerte esto esta noche.
Y todas las implicaciones de la frase permanecen suspendidas entre
nosotros mientras voy asimilando la idea.
—¿A la gala benéfica?
Estoy atónita.
Él asiente despacio y sus ojos se ensombrecen.
Oh, Dios.
—¿Me pegarás después?
—No.
Por un momento siento una leve punzada de decepción.
Él se ríe.
—¿Es eso lo que quieres?
Trago saliva. No lo sé.
—Bueno, tranquila que no voy a tocarte de ese modo, aunque me supliques.
Oh. Esto es nuevo.
—¿Quieres jugar a este juego? —continúa, con las bolas en la mano—.
Siempre puedes quitártelas si no aguantas más.
Le fulmino con la mirada. Está tan increíblemente seductor: un tanto
descuidado, el pelo revuelto, esos ojos oscuros que dejan traslucir pensamientos
eróticos, esa boca maravillosamente esculpida, y esa sonrisa tan sexy y divertida en
los labios.
—De acuerdo —acepto en voz baja.
¡Dios, sí! La diosa que llevo dentro ha recuperado la voz y grita por las
esquinas.
—Buena chica. —Harry sonríe—. Ven aquí y te las colocaré, cuando te hayas puesto los zapatos.
¿Los zapatos? Me giro para mirar los zapatos de ante gris perla de tacón
alto, que combinan con el vestido que he elegido.
¡Síguele la corriente!
Extiende la mano para ayudarme a mantener el equilibrio mientras me
pongo los zapatos Harry Louboutin, un robo de tres mil doscientos noventa y cinco
dólares. Ahora debo de ser unos diez centímetros más alta que él.
Me lleva junto a la cama pero no se sienta, sino que se dirige hacia la única
silla de la habitación. La coge y la coloca delante de mí.
—Cuando yo haga una señal, te agachas y te apoyas en la silla. ¿Entendido?
—dice con voz grave.
—Sí.
—Bien. Ahora abre la boca —ordena, sin levantar la voz.
Hago lo que me dice, pensando que va a meterme las bolas en la boca otra
vez para lubricarlas. Pero no, desliza su dedo índice entre mis labios.
Oh…
—Chupa —dice.
Me inclino hacia delante, le sujeto la mano y obedezco. Puedo ser muy
obediente cuando quiero.
Sabe a jabón… mmm. Chupo con fuerza, y me reconforta ver que abre los
ojos de par en par, separa los labios y aspira. Creo que ya no necesitaré ningún tipo de
lubricante. Se mete las bolas en la boca mientras le rodeo el dedo con la lengua y le
practico una felación. Cuando intenta retirarlo, le clavo los dientes.
Sonríe y mueve la cabeza con gesto reprobatorio, de manera que le suelto.
Hace un gesto con la cabeza, y me inclino y me agarro a ambos lados de la silla.
Aparta mis bragas a un lado y me mete un dedo muy lentamente, haciéndolo girar
despacio, de manera que lo siento en todo mi cuerpo. No puedo evitar que se me
escape un gemido.
Retira el dedo un momento y, con mucha suavidad, inserta las bolas una a
una y empuja para meterlas hasta el fondo. En cuanto están en su sitio, vuelve a
colocarme y ajustarme las bragas y me besa el trasero. Desliza las manos por mis
piernas, del tobillo a la cadera, y besa con ternura la parte superior de ambos muslos, a
la altura de las ligas.
—Tienes unas bonitas piernas, señorita Steele —susurra.
Se yergue y, sujetándome las caderas, tira hacia él para que note su
erección.
—Puede que cuando volvamos a casa te posea así, ______. Ya puedes
incorporarte.
Siento el peso de las bolas empujando y tirando dentro de mí, y me siento
terriblemente excitada, mareada. Harry se inclina detrás de mí y me besa en el
hombro.
—Compré esto para que los llevaras en la gala del sábado pasado. —Me
rodea con su brazo y extiende la mano. En la palma hay una cajita roja con la palabra
«Cartier» impresa en la tapa—. Pero me dejaste, así que nunca tuve ocasión de dártelo.
¡Oh!
—Esta es mi segunda oportunidad —musita nervioso, con la voz preñada
de una emoción desconocida.
Cojo la caja y la abro, vacilante. Dentro resplandece un par de largos
pendientes. Cada uno tiene cuatro diamantes, uno en la base, luego un fino hilo, y
después tres diamantes perfectamente espaciados. Son preciosos, simples y clásicos.
Los que yo misma habría escogido si alguna vez tuviera la oportunidad de comprar en
Cartier.
—Son maravillosos —musito, y los adoro porque son los pendientes que
nos dan una segunda oportunidad—. Gracias.
El cuerpo de Harry, pegado al mío, se destensa, se relaja, y vuelve a
besarme en el hombro.
—¿Te pondrás el vestido de satén plateado? —pregunta.
—Sí. ¿Te parece bien?
—Claro. Te dejo para que te arregles.
Y se encamina hacia la puerta sin mirar atrás.
* * *
He entrado en un universo alternativo. La joven que me devuelve la mirada
desde el espejo parece digna de la alfombra roja. Su vestido de satén plateado, sin
tirantes y largo hasta los pies, es sencillamente espectacular. Puede que yo misma
escriba a Caroline Acton. Es entallado y realza las escasas curvas que tengo.
Mi pelo, suelto en delicadas ondas alrededor de la cara, cae por encima de
mis hombros hasta los senos. Me lo recojo por detrás de la oreja para enseñar los
pendientes de nuestra segunda oportunidad. Me he maquillado lo mínimo: lápiz de
ojos, rímel, un toque de colorete y pintalabios rosa pálido.
La verdad es que no necesito el colorete. El constante movimiento de las
bolas de plata me provoca un leve rubor. Sí, son la garantía de que esta noche tendré
color en las mejillas. Meneo la cabeza pensando en las audaces ocurrencias eróticas
de Harry, me inclino para recoger el chal de satén y el bolso de mano plateado, y
voy a buscar a mi Cincuenta Sombras.
Está en el pasillo, hablando con Taylor y otros tres hombres, de espaldas a
mí. Las expresiones de sorpresa y admiración de estos alertan a Harry de mi
presencia. Se da la vuelta mientras yo me quedo ahí plantada, esperando incómoda.
Se me seca la boca. Está impresionante… Esmoquin negro, pajarita negra, y
su semblante de asombro y admiración al verme. Camina hacia mí y me besa el pelo.
—_________. Estás deslumbrante.
Su cumplido delante de Taylor y los otros tres hombres hace que me
ruborice.
—¿Una copa de champán antes de salir?
—Por favor —musito, con celeridad excesiva.
Harry le hace una señal a Taylor, que se dirige al vestíbulo con sus tres
acompañantes.
Harry saca una botella de champán de la nevera.
—¿El equipo de seguridad? —pregunto.
—Protección personal. Están a las órdenes de Taylor, que también está
entrenado para ello.
Harry me ofrece una copa de champán.
—Es muy versátil.
—Sí, lo es. —Harry sonríe—. Estás adorable,________. Salud.
Levanta la copa y la entrechoca con la mía. El champán es de color rosa
pálido. Tiene un delicioso sabor chispeante y ligero.
—¿Cómo estás? —me pregunta con la mirada encendida.
—Bien, gracias.
Le sonrío con dulzura, sin expresar nada y sabiendo perfectamente que se refiere a las bolas de plata.
Hace un gesto de satisfacción.
—Toma, necesitarás esto. —Me tiende una bolsa de terciopelo que estaba
sobre la encimera, en la isla de la cocina—. Ábrela —dice entre sorbos de champán.
Intrigada, cojo la bolsa y saco una elaborada máscara de disfraz plateada,
coronada con un penacho de plumas azul cobalto.
—Es un baile de máscaras —dice con naturalidad.
—Ya veo.
Es preciosa. Ribeteada con un lazo de plata y una exquisita filigrana
alrededor de los ojos.
—Esto realzará tus maravillosos ojos, _________.
Yo le sonrío con timidez.
—¿Tú llevarás una?
—Naturalmente. Tienen una cualidad muy liberadora —añade, arqueando
una ceja y sonriendo.
Oh. Esto va a ser divertido.
—Ven. Quiero enseñarte una cosa.
Me tiende la mano y me lleva hacia el pasillo, hasta una puerta junto a la
escalera. La abre y me encuentro ante una habitación enorme, de un tamaño aproximado
al de su cuarto de juegos, que debe de quedar justo encima de esta sala. Está llena de
libros. Vaya, una biblioteca con todas las paredes atestadas, desde el suelo hasta el
techo. En el centro hay una mesa de billar enorme, iluminada con una gran lámpara de
Tiffany en forma de prisma triangular.
—¡Tienes una biblioteca! —exclamo asombrada y abrumada por la
emoción.
—Sí, Elliot la llama «el salón de las bolas». El apartamento es muy
espacioso. Hoy, cuando has mencionado lo de explorar, me he dado cuenta de que
nunca te lo había enseñado. Ahora no tenemos tiempo, pero pensé que debía mostrarte
esta sala, y puede que en un futuro no muy lejano te desafíe a una partida de billar.
Sonrío de oreja a oreja.
—Cuando quieras.
Siento un inmenso regocijo interior. A José y a mí nos encanta el billar.
Nos hemos pasado los últimos tres años jugando, y soy toda una experta. José ha sido
un magnífico maestro.
—¿Qué? —pregunta Harry, divertido.
¡Oh, no!, me reprocho. Realmente debería dejar de expresar cada emoción
en el momento en que la siento.
—Nada —contesto enseguida.
Harry entorna los ojos.
—Bien, quizá el doctor Flynn pueda desentrañar tus secretos. Esta noche le
conocerás.
—¿A ese charlatán tan caro?
—Oh, vaya.
—El mismo. Se muere por conocerte.
Mientras vamos en la parte de atrás del Audi en dirección norte, Harry
me da la mano y me acaricia los nudillos con el pulgar. Me estremezco, noto la
sensación en mi entrepierna. Reprimo el impulso de gemir, ya que Taylor está delante
sin los auriculares del iPod, junto a uno de esos agentes de seguridad que creo que se
llama Sawyer.
Estoy empezando a notar un dolor sordo y placentero en el vientre,
provocado por las bolas. Me pregunto cuánto podré resistir sin algún… ¿alivio? Cruzo
las piernas. Al hacerlo, se me ocurre de pronto algo que lleva dándome vueltas en la
cabeza.
—¿De dónde has sacado el pintalabios? —le pregunto a Harry en voz baja.
Sonríe y señala al frente.
—De Taylor —articula en silencio.
Me echo a reír.
—Oh…
Y me paro en seco… las bolas.
Me muerdo el labio. Harry me mira risueño y con un brillo malicioso en
los ojos. Sabe perfectamente lo que se hace, como el animal sexy que es.
—Relájate —musita—. Si te resulta excesivo…
Se le quiebra la voz y me besa con dulzura cada nudillo, por turnos, y luego
me chupa la punta del meñique.
Ahora sé que lo hace a propósito. Cierro los ojos mientras un deseo oscuro
se expande por mi cuerpo. Me rindo momentáneamente a esa sensación, y comprimo
los músculos de las entrañas.
Cuando abro los ojos, Harry me está observando fijamente, como un
príncipe tenebroso. Debe de ser por el esmoquin y la pajarita, pero parece mayor,
sofisticado, un libertino fascinantemente apuesto con intenciones licenciosas.
Sencillamente, me deja sin respiración. Estoy subyugada por su sexualidad, y, si tengo
que darle crédito, él es mío. Esa idea hace que brote una sonrisa en mi cara, y él me
responde con otra resplandeciente.
—¿Y qué nos espera en esa gala?
—Ah, lo normal —dice Harry jovial.
—Para mí no es normal.
Sonríe cariñosamente y vuelve a besarme la mano
—Un montón de gente exhibiendo su dinero. Subasta, rifa, cena, baile… mi
madre sabe cómo organizar una fiesta —dice complacido, y por primera vez en todo el
día me permito sentir cierta ilusión ante la velada.
Una fila de lujosos coches sube por el sendero de la mansión Styles.
Grandes farolillos de papel rosa pálido cuelgan a lo largo del camino, y, mientras nos
acercamos lentamente con el Audi, veo que están por todas partes. Bajo la temprana
luz del anochecer parecen algo mágico, como si entráramos en un reino encantado.
Miro de reojo a Harry. Qué apropiado para mi príncipe… y florece en mí una
alegría infantil que eclipsa cualquier otro sentimiento.
—Pongámonos las máscaras.
Harry esboza una amplia sonrisa y se coloca su sencilla máscara negra,
y mi príncipe se transforma en alguien más oscuro, más sensual.
Lo único que veo de su cara es su preciosa boca perfilada y su enérgica
barbilla. Mi corazón late desbocado al verle. Me pongo la máscara, ignorando el
profundo anhelo que invade todo mi cuerpo.
Taylor aparca en el camino de la entrada, y un criado abre la puerta del
lado de Harry. Sawyer se apresura a bajar para abrir la mía.
—¿Lista? —pregunta Harry.
—Más que nunca.
—Estás radiante, ___________.
Me besa la mano y sale del coche.
Una alfombra verde oscuro se extiende sobre el césped por un lateral de la
mansión hasta los impresionantes terrenos de la parte de atrás. Harry me rodea con
el brazo en ademán protector, apoyando la mano en mi cintura, y, bajo la luz de los
farolillos que iluminan el camino, recorremos la alfombra verde junto con un nutrido
reguero de gente formado por la élite más granada de Seattle, ataviados con sus
mejores galas y luciendo máscaras de todo tipo. Dos fotógrafos piden a los invitados
que posen para las fotos con el emparrado de hiedra al fondo.
—¡Señor Styles! —grita uno de ellos.
Harry asiente, me atrae hacia sí y posamos rápidamente para una foto.
¿Cómo saben que es él? Por su característica mata de rebelde cabello cobrizo, sin
duda.
—¿Dos fotógrafos? —le pregunto.
—Uno es del Seattle Times; el otro es para tener un recuerdo. Luego podremos comprar una copia.
Oh, mi foto en la prensa otra vez. Leila acude fugazmente a mi mente. Así es
como me descubrió, por un posado con Harry. La idea resulta inquietante, aunque
me consuela saber que estoy irreconocible gracias a la máscara.
Al final de la fila de invitados, sirvientes con uniformes blancos portan
bandejas con resplandecientes copas de champán, y agradezco a Harry que me pase
una para distraerme de mis sombríos pensamientos.
Nos acercamos a una gran pérgola blanca, donde cuelgan versiones más
pequeñas de los mismos farolillos de papel. Bajo ella, brilla una pista de baile con
suelo ajedrezado en blanco y negro, rodeada por una valla baja con entradas por tres
lados. En cada una hay dos elaboradas esculturas de unos cisnes de hielo. El cuarto
lado de la pérgola está ocupado por un escenario, en el que un cuarteto de cuerda
interpreta una pieza suave, hechizante, etérea, que no reconozco. El escenario parece
dispuesto para una gran banda, pero de momento no se ve rastro de los músicos, así
que imagino que la actuación será más tarde. Harry me coge de la mano y me lleva
entre los cisnes hasta la pista, donde los demás invitados se están congregando,
charlando y bebiendo copas de champán.
Más allá, hacia la orilla, se alza una inmensa carpa, abierta por el lado más
cercano a nosotros, de modo que puedo vislumbrar las mesas y las sillas formalmente
dispuestas. ¡Hay muchísimas!
—¿Cuánta gente vendrá? —le pregunto a Harry, impresionada por el
tamaño de la carpa.
—Creo que unos trescientos. Tendrás que preguntárselo a mi madre —me
dice sonriendo.
—¡Harry!
Una mujer joven aparece entre la multitud y le echa los brazos al cuello, e inmediatamente sé que es Mia. Lleva un elegante traje largo de gasa color rosa pálido,
con una máscara veneciana exquisitamente trabajada a juego. Está deslumbrante. Y,
por un momento, me siento más agradecida que nunca por el vestido que Harry me
ha proporcionado.
—¡_________! ¡Oh, querida, estás guapísima! —Me da un breve abrazo—. Tienes
que venir a conocer a mis amigos. Ninguno se cree que Harry tenga por fin novia.
Aterrada, miro a Harry, que se encoge de hombros como diciendo «Ya
sé que es imposible, yo tuve que convivir con ella durante años», y deja que Mia me
conduzca hasta un grupo de mujeres jóvenes, todas con trajes caros e impecablemente
acicaladas.
Mia hace rápidamente las presentaciones. Tres de ellas se muestran dulces
y agradables, pero Lily, creo que se llama, me mira con expresión agria bajo su
máscara roja.
—Naturalmente todas pensábamos que Harry era gay —dice con
sarcasmo, disimulando su rencor con una gran sonrisa falsa.
Mia le hace un mohín.
—Lily… compórtate. Está claro que Harry tiene un gusto excelente para
las mujeres, pero estaba esperando a que apareciera la adecuada, ¡y esa no eras tú!
Lily se pone del color de su máscara, y yo también. ¿Puede haber una
situación más incómoda?
—Señoritas, ¿podría recuperar a mi acompañante, por favor?
Harry desliza el brazo alrededor de mi cintura y me atrae hacia él. Las
cuatro jóvenes se ruborizan y sonríen nerviosas: el invariable efecto de su
perturbadora sonrisa. Mia me mira, pone los ojos en blanco, y no me queda otro
remedio que echarme a reír.
—Encantada de conoceros —digo mientras Harry tira de mí—. Gracias
—le susurro, cuando estamos ya a cierta distancia.
—He visto que Lily estaba con Mia. Es una persona horrible.
—Le gustas —digo secamente.
Él se estremece.
—Pues el sentimiento no es mutuo. Ven, te voy a presentar a algunas personas.
Paso la siguiente media hora inmersa en un torbellino de presentaciones.
Conozco a dos actores de Hollywood, a otros dos presidentes ejecutivos y a varias
eminencias médicas. Por Dios… es imposible que me acuerde de tantos nombres.
Harry no se separa de mí, y se lo agradezco. Francamente, la riqueza, el
glamour y el nivel de puro derroche del evento me intimidan. Nunca he asistido a un
acto parecido en mi vida.
Los camareros vestidos de blanco circulan grácilmente con más botellas de
champán entre la multitud creciente de invitados, y me llenan la copa con una
regularidad preocupante. No debo beber demasiado. No debo beber demasiado, me
repito a mí misma, pero empiezo a sentirme algo aturdida, y no sé si es por el champán,
por la atmósfera cargada de misterio y excitación que crean las máscaras, o por las
bolas de plata que llevo en secreto. Resulta cada vez más difícil ignorar el dolor sordo
que se extiende bajo mi cintura.
—¿Así que trabaja en SIP? —me pregunta un caballero calvo con una
máscara de oso que le cubre la mitad de la cara… ¿o es de perro?—. He oído rumores
acerca de una OPA hostil.
Me ruborizo. Una OPA hostil lanzada por un hombre que tiene más dinero
que sentido común, y que es un acosador nato.
—Yo solo soy una humilde ayudante, señor Eccles. No sé nada de esas
cosas.
Harry no dice nada y sonríe beatíficamente a Eccles.
—¡Damas y caballeros! —El maestro de ceremonias, con una
impresionante máscara de arlequín blanca y negra, nos interrumpe—. Por favor, vayan
ocupando sus asientos. La cena está servida.
Harry me da la mano y seguimos al bullicioso gentío hasta la inmensa
carpa.
El interior es impresionante. Tres enormes lámparas de araña lanzan
destellos irisados sobre las telas de seda marfileña que conforman el techo y las
paredes. Debe de haber unas treinta mesas como mínimo, que me recuerdan al salón
privado del hotel Heathman: copas de cristal, lino blanco y almidonado cubriendo las
sillas y las mesas, y en el centro, un exquisito arreglo de peonías rosa pálido alrededor
de un candelabro de plata. Al lado hay una cesta de exquisiteces envueltas en hilo de
seda.
Harry consulta el plano de la distribución y me lleva a una mesa del
centro. Mia y Grace Trevelyan—Styles ya están sentadas, enfrascadas en una
conversación con un joven al que no conozco. Grace lleva un deslumbrante vestido
verde menta con una máscara veneciana a juego. Está radiante, se la ve muy relajada, y
me saluda con afecto.
—¡________, qué gusto volver a verte! Y además tan espléndida.
—Madre —la saluda Harry con formalidad, y la besa en ambas
mejillas.
—¡Ay, Harry, qué protocolario! —le reprocha ella en broma.
Los padres de Grace, el señor y la señora Trevelyan, vienen a sentarse a
nuestra mesa. Tienen un aspecto exuberante y juvenil, aunque resulte difícil asegurarlo
bajo sus máscaras de bronce a juego. Se muestran encantados de ver a Harry.
—Abuela, abuelo, me gustaría presentaros a _________ Steele.
La señora Trevelyan me acapara de inmediato.
—¡Oh, por fin ha encontrado a alguien, qué encantadora, y qué linda!
Bueno, espero que le conviertas en un hombre decente —comenta efusivamente
mientras me da la mano.
Qué vergüenza… Doy gracias al cielo por la máscara.
Grace acude en mi rescate.
—Madre, no incomodes a ________.
—No hagas caso a esta vieja tonta, querida. —El señor Trevelyan me
estrecha la mano—. Se cree que, como es tan mayor, tiene el derecho divino a decir
cualquier tontería que se le pase por esa cabecita loca.
—________, este es mi acompañante, Sean.
Mia presenta tímidamente al joven. Al darme la mano, me dedica una
sonrisa traviesa y un brillo divertido baila en sus ojos castaños.
—Encantado de conocerte, Sean.
Harry estrecha la mano de Sean y le observa con suspicacia. No me
digas que la pobre Mia tiene que sufrir también a su sobreprotector hermano. Sonrío a
Mia con expresión compasiva.
Lance y Janine, unos amigos de Grace, son la última pareja en sentarse a
nuestra mesa, pero el señor Carrick Styles sigue sin aparecer.
De pronto, se oye el zumbido de un micrófono, y la voz del señor Styles
retumba por encima del sistema de megafonía, logrando acallar el murmullo de voces.
Carrick, de pie sobre un pequeño escenario en un extremo de la carpa, luce una
impresionante máscara dorada de Polichinela.
—Damas y caballeros, quiero darles la bienvenida a nuestro baile benéfico
anual. Espero que disfruten de lo que hemos preparado para ustedes esta noche, y que
se rasquen los bolsillos para apoyar el fantástico trabajo que hace nuestro equipo de
Afrontarlo Juntos. Como saben, esta es una causa a la que estamos muy vinculados y
que tanto mi esposa como yo apoyamos de todo corazón.
Nerviosa, observo de reojo a Harry, que mira impasible, creo, hacia el
escenario. Se da cuenta y me sonríe.
—Ahora les dejo con el maestro de ceremonias. Por favor, tomen asiento y
disfruten —concluye Carrick.
Después de un aplauso cortés, regresa el bullicio a la carpa. Estoy sentada
entre Harry y su abuelo. Contemplo admirada la tarjetita blanca en la que aparece
mi nombre escrito con elegante caligrafía plateada, mientras un camarero enciende el
candelabro con una vela larga. Carrick se une a nosotros, y me sorprende besándome
en ambas mejillas.
—Me alegro de volver a verte, _________ —murmura.
Está realmente magnífico con su extraordinaria máscara dorada.
—Damas y caballeros, escojan por favor quién presidirá su mesa —dice el
maestro de ceremonias.
—¡Oh… yo, yo! —dice Mia inmediatamente, dando saltitos entusiasmados
en su asiento.
—En el centro de sus mesas encontrarán un sobre —continúa el maestro de
ceremonias—. ¿Serían todos ustedes tan amables de sacar, pedir, tomar prestado o si
es preciso robar un billete de la suma más alta posible, escribir su nombre en él y
meterlo dentro del sobre? Presidentes de mesa, por favor, vigilen atentamente los
sobres. Más tarde los necesitaremos.
Maldición… He venido sin dinero. ¡Qué tonta… es una gala benéfica!
Harry saca dos billetes de cien dólares de su cartera.
—Toma —dice.
¿Qué?
—Luego te lo devuelvo —susurro.
Él tuerce levemente la boca. Sé que no le ha gustado, pero no dice nada.
Escribo mi nombre con su pluma —es negra, con una flor blanca en el capuchón—, y
Mia va pasando el sobre.
Encuentro delante de mí otro tarjetón con el menú impreso en letras
plateadas.
BAILE DE MÁSCARAS A BENEFICIO DE «COPING TOGETHER»
MENÚ
TARTAR DE SALMÓN CON NATA LÍQUIDA Y PEPINOS SOBRE
TOSTADA DE BRIOCHE
ALBAN ESTATE ROUSSANNE 2006
MAGRET DE PATO DE MUSCOVY ASADO
PURÉ CREMOSO DE ALCACHOFAS DE JERUSALÉN
CEREZAS PICOTAS ASADAS CON TOMILLO, FOIE GRAS
CHÂTEAUNEF-DU-PAPE VIEILLES VIGNES 2006
DOMAINE DE LA JANASSE
MOUSSE CARAMELIZADA DE NUECES
HIGOS CONFITADOS, SABAYON, HELADO DE ARCE
VIN DE CONSTANCE 2004 KLEIN CONSTANTIA
SURTIDO DE QUESOS Y PANES LOCALES
ALBAN ESTATE GRENACHE 2006
CAFÉ Y PETITS FOURS
Bueno, eso justifica la cantidad de copas de cristal de todos los tamaños
que atiborran el espacio que tengo asignado en la mesa. Nuestro camarero ha vuelto, y
nos ofrece vino y agua. A mis espaldas, están cerrando los faldones de la carpa por
donde hemos entrado, mientras que, en la parte delantera, dos miembros del servicio
retiran la lona para revelar antes nuestros ojos la puesta de sol sobre Seattle y la bahía
Meydenbauer.
La vista es absolutamente impresionante, con las luces centelleantes de
Seattle a lo lejos y la calma anaranjada y crepuscular de la bahía reflejando el cielo
opalino. Qué maravilla. Resulta tan tranquilo y relajante…
Diez camareros, llevando cada uno una bandeja, se colocan de pie entre los
asientos. Acto seguido, cada uno va sirviendo los entrantes en silencio y con una
sincronización total, y luego desaparece. El salmón tiene un aspecto delicioso, y me
doy cuenta de que estoy hambrienta.
—¿Tienes hambre? —musita Harry para que solo pueda oírle yo.
Sé que no se refiere a la comida, y los músculos del fondo de mi vientre
responden.
—Mucha —susurro, y le miro desafiante.
Harry separa los labios e inspira.
¡Ja! ¿Lo ves? Yo también sé jugar a este juego.
El abuelo de Harry enseguida me da conversación. Es un anciano
encantador, muy orgulloso de su hija y de sus tres nietos.
Me resulta extraño pensar en Harry de niño. El recuerdo de las
cicatrices de sus quemaduras me viene repentinamente a la mente, pero lo desecho de
inmediato. Ahora no quiero pensar en eso, aunque sea el auténtico motivo de esta
velada, por irónico que resulte.
Ojalá Perrie estuviera aquí con Elliot. Ella encajaría muy bien: si Perrie
tuviera delante esta gran cantidad de tenedores y cuchillos no se amilanaría… y
además, tomaría el mando de la mesa. Me la imagino discutiendo con Mia sobre quién
debería presidir la mesa, y esa imagen me hace sonreír.
La conversación fluye agradablemente entre los comensales. Mia se
muestra muy amena, como siempre, eclipsando bastante al pobre Sean, que
básicamente se limita a permanecer callado, como yo. La abuela de Harry es la más
locuaz. También tiene un sentido del humor mordaz, normalmente a costa de su marido.
Empiezo a sentir un poco de lástima por el señor Trevelyan.
Harry y Lance charlan animadamente sobre un dispositivo que la
empresa de Harry está desarrollando, inspirado en el principio de E. F. Schumacher
de «Lo pequeño es hermoso». Es difícil seguir lo que dicen. Por lo visto Harry
pretende impulsar el desarrollo de las comunidades más pobres del planeta por medio
de la tecnología eólica: mediante dispositivos que no necesitan electricidad, ni pilas, y
cuyo mantenimiento es mínimo.
Verle tan implicado es algo fascinante. Está apasionadamente
comprometido en mejorar la vida de los más desfavorecidos. A través de su empresa
de telecomunicaciones, pretende ser el primero en sacar al mercado un teléfono móvil
eólico.
Vaya… No tenía ni idea. Quiero decir que conocía su pasión por querer
alimentar al mundo, pero esto…
Lance parece incapaz de comprender esa idea de Harry de ceder
tecnología sin patentarla. Me pregunto vagamente cómo ha conseguido ganar Harry
tanto dinero, si está tan dispuesto a cederlo todo.
A lo largo de la cena, un flujo constante de hombres con elegantes
esmóquines y máscaras oscuras se acerca a la mesa, deseosos de conocer a Harry.
Le estrechan la mano e intercambian amables comentarios. Él me presenta a algunos,
pero no a otros. Me intriga saber el cómo y el porqué de tal distinción.
Durante una de esas conversaciones, Mia se inclina hacia delante y me
sonríe.
—_________, ¿colaborarás en la subasta?
—Por supuesto —le contesto con excesiva prontitud.
Cuando llega el momento de los postres, ya se ha hecho de noche y yo me
siento francamente incómoda. Tengo que librarme de las bolas. El maestro de
ceremonias se acerca a nuestra mesa antes de que pueda retirarme, y con él, si no me
equivoco, viene miss Coletitas Europeas.
¿Cómo se llamaba? Hansel, Gretel… Gretchen.
Va enmascarada, naturalmente, pero sé que es ella porque no le quita la
vista de encima a Harry. Se ruboriza, y yo, egoístamente, estoy más que encantada
de que él no la reconozca en absoluto.
El maestro de ceremonias nos pide el sobre y, con una floritura elocuente y
experta, le pide a Grace que saque el billete ganador. Es el de Sean, y le premian con
la cesta envuelta en seda.
Yo aplaudo educadamente, pero me resulta imposible seguir
concentrándome en el ritual.
—Si me perdonas —susurro a Harry.
Me mira atentamente.
—¿Tienes que ir al tocador?
Yo asiento.
—Te acompañaré —dice con aire misterioso.
Cuando me pongo de pie, todos los demás hombres de la mesa se levantan
también. Oh, cuánto ceremonial.
—¡No, Harry!, tú no. Yo acompañaré a ________.
Mia se pone de pie antes de que Harry pueda protestar. Él tensa la
mandíbula y sé que está contrariado. Y, francamente, yo también. Tengo…
necesidades. Me encojo de hombros a modo de disculpa y él se sienta enseguida,
resignado.
Cuando volvemos me siento un poco mejor, aunque el alivio de quitarme
las bolas no ha sido tan inmediato como esperaba. Ahora las tengo perfectamente
guardadas en mi bolso de mano.
¿Por qué creí que podría soportarlas toda la noche? Sigo anhelante… quizá
pueda convencer a Harry para que me acompañe más tarde a la casita del
embarcadero. Al pensarlo me ruborizo, y cuando me siento le observo de reojo. Él me
mira de frente, y la sombra de una sonrisa brota en sus labios.
Uf… ya no está enfadado por haber perdido la oportunidad; aunque quizá
yo sí lo esté. Me siento frustrada; irritada incluso. Harry me aprieta la mano y
ambos escuchamos atentos a Carrick, que está de nuevo en el escenario hablando sobre
Afrontarlo Juntos. Harry me pasa otra tarjeta: una lista con los precios de la
subasta. La repaso rápidamente.
REGALOS SUBASTADOS, Y SUS GENEROSOS
DONANTES, A BENEFICIO DE «COPING TOGETHER»
BATE DE BÉISBOL FIRMADO POR LOS MARINERS
-Dr. Emily Mainwaring
BOLSO, CARTERA Y LLAVERO GUCCI
-Andrea Washington
VALE PARA DOS PERSONAS POR UN DÍA EN EL ESCLAVA DE
«BRAVERN CENTER»
-Elena Lincoln
DISEÑO DE PAISAJE Y JARDÍN
-Gia Matteo
ESTUCHE DE SELECCIÓN DE PRODUCTOS DE BELLEZA COCO DE
MER
-Elizabeth Austin
ESPEJO VENECIANO
-Sr. y Sra. J. Bailey
DOS CAJAS DE VINO DE ALBAN ESTATES A ESCOGER
-Alban Estates
2 TICKETS VIP PARA XTY EN CONCIERTO
-Srta. L. Yesyov
JORNADA EN LAS CARRERAS DE DAYTONA
-Emc Britt Inc.
PRIMERA EDICIÓN DE «ORGULLO Y PREJUICIO» DE JANE AUSTEN
-Dr. A. F. M. Lace-Field
CONDUCIR UN ASTON MARTIN DB7 DURANTE UN DÍA
-Sr. y Sra. L. W. Nora
ÓLEO, «EN EL AZUL» DE J. TROUTON
-Kelly Trouton
CLASE DE VUELO SIN MOTOR
-Escuela de vuelo Soaring Seattle
FIN DE SEMANA PARA DOS EN EL HOTEL HEATHMAN DE
PORTLAND
-Hotel Heathman
ESTANCIA DE FIN DE SEMANA EN ASPEN, COLORADO (6 PLAZAS)
-Sr. C. Styles
ESTANCIA DE UNA SEMANA A BORDO DEL YATE «SUSIECUE» (6
PLAZAS), AMARRADO EN STA. LUCÍA
Dc y Sra. Larin
UNA SEMANA EN EL LAGO ADRIANA, MONTANA (8, PLAZAS)
-Sr. y Dra. Styles
Madre mía… Miro a Harry con expresión atónita.
—¿Tú tienes una propiedad en Aspen? —siseo.
La subasta está en marcha y tengo que hablar en voz baja.
Él asiente, sorprendido e irritado por mi salida de tono, creo. Se lleva un
dedo a los labios para hacerme callar.
—¿Tienes propiedades en algún otro sitio?
Él asiente e inclina la cabeza en señal de advertencia.
La sala entera irrumpe en aplausos y vítores: uno de los regalos ha sido
adjudicado por doce mil dólares.
—Te lo contaré luego —dice Harry en voz baja. Y añade, malhumorado
—: Yo quería ir contigo.
Bueno, pero no has venido. Hago un mohín y me doy cuenta de que sigo
quejosa, y es sin duda por el frustrante efecto de las bolas. Y cuando veo el nombre de
la señora Robinson en la lista de generosos donantes, me pongo aún de más mal humor.
Echo un vistazo alrededor de la carpa para ver si la localizo, pero no
consigo ver su deslumbrante cabello. Seguramente Harry me habría avisado si ella
estuviera invitada esta noche. Permanezco sentada, dándole vueltas a la cabeza y
aplaudiendo cuando corresponde, a medida que los lotes se van vendiendo por
cantidades de dinero astronómicas.
Le toca el turno a la estancia en la propiedad de Harry en Aspen, que
alcanza los veinte mil dólares.
—A la una, a las dos… —anuncia el maestro de ceremonias.
Y en ese momento no sé qué es lo que se apodera de mí, pero de repente
oigo mi propia voz resonando claramente sobre el gentío.
—¡Veinticuatro mil dólares!
Todas las máscaras de la mesa se vuelven hacia mí, sorprendidas,
maravilladas, pero la mayor reacción de todas se produce a mi lado. Noto que da un
respingo y siento cómo su cólera me inunda como las olas de una gran marea.
—Veinticuatro mil dólares, ofrecidos por la encantadora dama de plata, a
la una, a las dos… ¡Adjudicado!
ESTE CAPITULO FUE UNO DE MIS FAVORITOS! Y AHORA VIENEN MUCHOS MEJORES
COMENTEN HERMOSAS!
CarolineR2
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
ChristinaS escribió:NEW READER!
HAY HAY HAY HAY!!!
ME EMPECE A LEER LA NOVELA Y ES *-*
SUBEE MUJER!!!
SUUBE YAAA
BIENVENIDAAAAAAAA CHRISTINA!!!!!!!!!!!!
GRACIAS POR PASARTE POR LA NOVELAAA
YA LA SEGUI!
CarolineR2
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
Sube pronto por favor.Un beso.
Blanca.Srta.Horan
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
hey ame este capitulo y mas lo ultimo wow!! .. sube pronto!! ya quiere ver la cara de harry hahah!! siguela!
vanessavalerio98
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
Capitulo 7
Este Capitulo Va dedicado a La chica Hermosa que Esta Leyendo Esto
Gracias Por Leer y por Ser Fiel Lectora!
Maldita sea… ¿realmente acabo de hacer eso? Debe de ser el alcohol. He Bebido bastante champán, más cuatro copas de cuatro vinos distintos. Levanto la vista
Hacia Harry, que está aplaudiendo.
Dios… va a enfadarse mucho, ahora que estábamos tan bien. Mi
subconsciente ha decidido finalmente hacer acto de presencia, y luce la cara de El
grito de Edvard Munch.
Harry se inclina hacia mí, con una falsa sonrisa estampada en la cara.
Me besa en la mejilla y después se acerca más para susurrarme al oído, con una voz
muy fría y controlada:
—No sé si adorarte puesto de rodillas o si darte unos azotes que te dejen sin aliento.
Oh, yo sé lo que quiero ahora mismo. Levanto los ojos parpadeantes para
mirarle a través de la máscara. Ojalá pudiera interpretar su expresión.
—Prefiero la segunda opción, gracias —susurro desesperada, mientras el
aplauso se va apagando.
Él separa los labios e inspira bruscamente. Oh, esa boca escultural… la
quiero sobre mí, ahora. Muero por él. Me obsequia con una radiante sonrisa que me
deja sin respiración.
—Estás sufriendo, ¿eh? Veremos qué podemos hacer para solucionar eso
—insinúa, mientras desliza el índice por mi barbilla.
Su caricia resuena en el fondo de mis entrañas, allí donde el dolor ha
germinado y se ha extendido. Quiero abalanzarme sobre él aquí, ahora mismo, pero
volvemos a sentarnos para ver cómo subastan el siguiente lote.
Me cuesta mucho permanecer quieta. Harry me rodea el hombro con el
brazo y me acaricia la espalda continuamente con el pulgar, provocando deliciosos
hormigueos que bajan por mi espina dorsal. Sujeta mi mano con la que tiene libre, se la
lleva a los labios y luego la deja sobre su regazo.
Lenta y furtivamente, de manera que no me doy cuenta de su juego hasta que
ya es demasiado tarde, va subiendo mi mano por su pierna hasta llegar a su erección.
Ahogo un grito, y con el pánico impreso en los ojos miro alrededor de la mesa, pero
todo el mundo está concentrado en el escenario. Gracias a Dios que llevo máscara.
Aprovecho la ocasión y le acaricio despacio, dejando que mis dedos
exploren. Harry mantiene su mano sobre la mía, ocultando mis audaces dedos,
mientras su pulgar se desliza suavemente sobre mi nuca. Abre la boca y jadea
imperceptiblemente, y esa es la única reacción que capto a mi inexperta caricia. Pero
significa mucho. Me desea. Mi cuerpo se contrae por debajo de la cintura. Empieza a
ser insoportable.
El último lote de la subasta es una semana en el lago Adriana.
Naturalmente, el señor y la doctora Styles tienen una casa en aquel hermoso paraje de
Montana, y la puja sube rápidamente, pero yo apenas soy consciente de ello. Le noto
crecer bajo mis dedos y eso hace que me sienta muy poderosa.
—¡Adjudicado por ciento diez mil dólares! —proclama triunfalmente el
maestro de ceremonias.
Toda la sala prorrumpe en aplausos, y yo me sumo a ellos de mala gana,
igual que Harry, poniendo fin a nuestra diversión.
Se vuelve hacia mí con una expresión sugerente en los labios.
—¿Lista? —musita sobre la efusiva ovación.
—Sí —respondo en voz queda.
—¡________! —grita Mia—. ¡Ha llegado el momento!
¿Qué? No. Otra vez no.
—¿El momento de qué?
—La Subasta del Baile Inaugural. ¡Vamos!
Se levanta y me tiende la mano.
Yo miro de reojo a Harry, que está, creo, frunciéndole el ceño a Mia, y
no sé si reír o llorar, pero al final opto por la primera opción. Rompo a reír en un
estallido catártico de colegiala nerviosa, al vernos frustrados nuevamente por ese
torbellino de energía rosa que es Mia Styles. Harry me observa fijamente y, al cabo
de un momento, aparece la sombra de una sonrisa en sus labios.
—El primer baile será conmigo, ¿de acuerdo? Y no será en la pista —me
dice lascivo al oído.
Mi risita remite en cuanto la expectativa aviva las llamas del deseo. ¡Oh,
sí! La diosa que llevo dentro ejecuta una perfecta pirueta en el aire con sus patines
sobre hielo.
—Me apetece mucho.
Me inclino y le beso castamente en los labios. Echo un vistazo alrededor y
me doy cuenta de que el resto de los comensales de la mesa están atónitos.
Naturalmente, nunca habían visto a Harry acompañado de una chica.
Él esboza una amplia sonrisa y parece… feliz.
—Vamos, ________ —insiste Mia.
Acepto la mano que me tiende y la sigo al escenario, donde se han
congregado otras diez jóvenes más, y veo con cierta inquietud que Lily es una de ellas.
—¡Caballeros, el momento cumbre de la velada! —grita el maestro de
ceremonias por encima del bullicio—. ¡El momento que todos estaban esperando!
¡Estas doce encantadoras damas han aceptado subastar su primer baile al mejor postor!
Oh, no. Enrojezco de la cabeza a los pies. No me había dado cuenta de qué
iba todo esto. ¡Qué humillante!
—Es por una buena causa —sisea Mia al notar mi incomodidad—.
Además, ganará Harry —añade poniendo los ojos en blanco—. Me resulta
inconcebible que permita que alguien puje más que él. No te ha quitado los ojos de
encima en toda la noche.
Eso es… Tú concéntrate solo en que es para una buena causa, y en que
Harry ganará. Después de todo, no le viene de unos pocos dólares.
¡Pero eso implica que se gaste más dinero en ti!, me gruñe mi
subconsciente. Pero yo no quiero bailar con ningún otro… no podría bailar con ningún
otro, y además, no se va a gastar el dinero en mí, va a donarlo a la beneficencia.
¿Como los veinticuatro mil dólares que ya se ha gastado en ti?, prosigue mi
subconsciente, entornando los ojos.
Maldita sea. Parece que me he dejado llevar con esa puja impulsiva. ¿Y
por qué estoy discutiendo conmigo misma?
—Ahora, caballeros, acérquense por favor y echen un buen vistazo a quien
podría acompañarles en su primer baile. Doce muchachas hermosas y complacientes.
¡Santo Dios! Me siento como si estuviera en un mercado de carne.
Contemplo horrorizada a la veintena de hombres, como mínimo, que se aproxima a la
zona del escenario, Harry incluido. Se pasean con despreocupada elegancia entre
las mesas, deteniéndose a saludar una o dos veces por el camino. En cuanto los
interesados están reunidos alrededor del escenario, el maestro de ceremonias procede.
—Damas y caballeros, de acuerdo con la tradición del baile de máscaras,
mantendremos el misterio oculto tras las mismas y utilizaremos únicamente los
nombres de pila. En primer lugar tenemos a la encantadora Jada.
Jada también se ríe nerviosamente como una colegiala. Tal vez yo no esté
tan fuera de lugar. Va vestida de pies a la cabeza de tafetán azul marino con una
máscara a juego. Dos jóvenes dan un paso al frente, expectantes. Qué afortunada,
Jada…
—Jada habla japonés con fluidez, tiene el título de piloto de combate y es
gimnasta olímpica… mmm. —El maestro de ceremonias guiña un ojo—. Caballeros,
¿cuál es la oferta inicial?
Jada se queda boquiabierta ante las palabras del maestro de ceremonias:
obviamente, todo lo que ha dicho en su presentación no son más que bobadas
graciosas. Sonríe con timidez a los dos postores.
—¡Mil dólares! —grita uno.
La puja alcanza rápidamente los cinco mil dólares.
—A la una… a las dos… adjudicada… —proclama a voz en grito el
maestro de ceremonias—… ¡al caballero de la máscara!
Y naturalmente, como todos los caballeros llevan máscara, estallan las
carcajadas y los aplausos jocosos. Jada sonríe radiante a su comprador y abandona a
toda prisa el escenario.
—¿Lo ves…? ¡Es divertido! —murmura Mia, y añade—: Espero que
Harry consiga tu primer baile, porque… no quiero que haya pelea.
—¿Pelea? —replico horrorizada.
—Oh, sí. Cuando era más joven era muy temperamental —dice con un
ligero estremecimiento.
¿Harry metido en una pelea? ¿El refinado y sofisticado Harry,
aficionado a la música coral del periodo Tudor? No me entra en la cabeza. El maestro
de ceremonias me distrae de mis pensamientos con la siguiente presentación: una joven
vestida de rojo, con una larga melena azabache.
—Caballeros, permitan que les presente ahora a la maravillosa Mariah.
Ah… ¿qué podemos decir de Mariah? Es una experta espadachina, toca el violonchelo
como una auténtica concertista y es campeona de salto con pértiga… ¿Qué les parece,
caballeros? ¿Cuánto estarían dispuestos a ofrecer por un baile con la deliciosa
Mariah?
Mariah se queda mirando al maestro de ceremonias, y entonces alguien
grita, muy fuerte:
—¡Tres mil dólares!
Es un hombre enmascarado con cabello rubio y barba.
Se produce una contraoferta, y Mariah acaba siendo adjudicada por cuatro
mil dólares.
Harry no me quita los ojos de encima. El pedenciero Trevelyan-Styles…
¿quién lo habría dicho?
—¿Cuánto hace de eso? —le pregunto a Mia.
Me mira, desconcertada.
—¿Cuántos años tenía Harry cuando se metía en peleas?
—Al principio de la adolescencia. Solía volver a casa con el labio partido
y los ojos morados, y mis padres estaban desesperados. Le expulsaron de dos colegios.
Llegó a causar serios daños a algunos de sus oponentes.
La miro boquiabierta.
—¿Él no te lo había contado? —Suspira—. Tenía bastante mala fama entre
mis amigos. Durante años fue considerado una auténtica persona no Tan grata. Pero a los
quince o dieciséis años se le pasó.
Y se encoge de hombros.
Santo Dios… Otra pieza del rompecabezas que encaja en su sitio.
—Entonces, ¿cuánto ofrecen por la despampanante Jill?
—Cuatro mil dólares —dice una voz ronca desde el lado izquierdo de la
multitud.
Jill suelta un gritito, encantada.
Yo dejo de prestar atención a la subasta. Así que Harry era un chico
problemático en el colegio, que se metía en peleas. Me pregunto por qué. Le miro
fijamente. Lily nos vigila atentamente.
—Y ahora, permítanme que les presente a la preciosa _______.
Oh, no… esa soy yo. Nerviosa, miro de reojo a Mia, que me empuja al
centro de escenario. Afortunadamente no me caigo, pero quedo expuesta a la vista de
todo el mundo, terriblemente avergonzada. Cuando miro a Harry, me sonríe
satisfecho. Cabrón…
—La preciosa ________ toca seis instrumentos musicales, habla mandarín con
fluidez y le encanta el yoga… Bien, caballeros…
Y antes de que termine la frase, Hary interrumpe al maestro de
ceremonias fulminándolo con la mirada:
—Diez mil dólares.
Oigo el grito entrecortado y atónito de Lily a mis espaldas.
Oh, no…
—Quince mil.
¿Qué? Todos nos volvemos a la vez hacia un hombre alto e impecablemente
vestido, situado a la izquierda del escenario. Yo miro perpleja a Cincuenta. Madre
mía, ¿qué hará ante esto? Pero él se rasca la barbilla y obsequia al desconocido con
una sonrisa irónica. Es obvio que Harry le conoce. El hombre le responde con una
cortés inclinación de cabeza.
—¡Bien, caballeros! Por lo visto esta noche contamos en la sala con unos
contendientes de altura.
El maestro de ceremonias se gira para sonreír a Harry y la emoción
emana a través de su máscara de arlequín. Se trata de un gran espectáculo, aunque en
realidad sea a costa mía. Tengo ganas de llorar.
—Veinte mil —contraataca Harry tranquilamente.
El bullicio del gentío ha enmudecido. Todo el mundo nos mira a mí, a
Harry y al misterioso hombre situado junto al escenario.
—Veinticinco mil —dice el desconocido.
¿Puede haber una situación más bochornosa?
Harry le observa impasible, pero se está divirtiendo. Todos los ojos
están fijos en él. ¿Qué va a hacer? Tengo un nudo en la garganta. Me siento mareada.
—Cien mil dólares —dice, y su voz resuena alta y clara por toda la carpa.
—¿Qué diablos…? —masculla perceptiblemente Lily detrás de mí, y un
murmullo general de asombro jubiloso se alza entre la multitud.
El desconocido levanta las manos en señal de derrota, riendo, y Harry le
dirige una amplia sonrisa. Por el rabillo del ojo, veo a Mia dando saltitos de regocijo.
—¡Cien mil dólares por la encantadora _______! A la una… a las dos…
El maestro de ceremonias mira al desconocido, que niega con la cabeza con
fingido reproche, pero se inclina caballerosamente.
—¡Adjudicada! —grita triunfante.
Entre un ensordecedor clamor de vítores y aplausos, Harry avanza, me
da la mano y me ayuda a bajar del escenario. Me mira con semblante irónico mientras
yo bajo, me besa el dorso de la mano, la coloca alrededor de su brazo y me conduce
fuera de la carpa.
—¿Quién era ese? —pregunto.
Me mira.
—Alguien a quien conocerás más tarde. Ahora quiero enseñarte una cosa.
Disponemos de treinta minutos antes de que termine la subasta. Después tenemos que
regresar para poder disfrutar de ese baile por el que he pagado.
—Un baile muy caro —musito en tono reprobatorio.
—Estoy seguro de que valdrá la pena, hasta el último centavo.
Me sonríe maliciosamente. Oh, tiene una sonrisa maravillosa, y vuelvo a
sentir ese dolor que florece con plenitud en mis entrañas.
Estamos en el jardín. Yo creía que iríamos a la casita del embarcadero, y
siento una punzada de decepción al ver que nos dirigimos hacia la gran pérgola, donde
ahora se está instalando la banda. Hay por lo menos veinte músicos, y unos cuantos
invitados merodeando por el lugar, fumando a hurtadillas. Pero como toda la acción
está teniendo lugar en la carpa, nadie se fija mucho en nosotros.
Harry me lleva a la parte de atrás de la casa y abre una puerta
acristalada que da a un salón enorme y confortable que yo no había visto antes. Él
atraviesa la sala desierta hacia una gran escalinata con una elegante barandilla de
madera pulida. Me toma de la mano que tenía enlazada en su brazo y me conduce al
segundo piso, y luego por el siguiente tramo de escaleras hasta el tercero. Abre una
puerta blanca y me hace pasar a un dormitorio.
—Esta era mi habitación —dice en voz baja, quedándose junto a la puerta y
cerrándola a sus espaldas.
Es amplia, austera, con muy poco mobiliario. Las paredes son blancas, al
igual que los muebles; hay una espaciosa cama doble, una mesa y una silla, y estantes
abarrotados de libros y diversos trofeos, al parecer de kickboxing. De las paredes
cuelgan carteles de cine: Matrix, El club de la luch, El show de Truman, y dos pósters
de luchadores. Uno se llama Giuseppe DeNatale; nunca he oído hablar de él.
Lo que más llama mi atención es un panel de corcho sobre el escritorio,
cubierto con miles de fotos, banderines de los Mariners y entradas de conciertos. Es un
fragmento de la vida del joven Harry. Dirijo de nuevo la mirada hacia el
impresionante y apuesto hombre que ahora está en el centro de la habitación. Él me
mira con aire misterioso, pensativo y sexy.
—Nunca había traído a una chica aquí —murmura.
—¿Nunca? —susurro.
Niega con la cabeza.
Trago saliva convulsamente, y el dolor que ha estado molestándome las dos
últimas horas ruge ahora, salvaje y anhelante. Verle ahí plantado sobre la moqueta azul
marino con esa máscara… supera lo erótico. Le deseo. Ahora. De la forma que sea. He
de reprimirme para no lanzarme sobre él y desgarrarle la ropa. Él se acerca a mí lento
y cadencioso.
—No tenemos mucho tiempo, ________, y tal como me siento ahora mismo,
no necesitaremos mucho. Date la vuelta. Deja que te quite el vestido. —Yo me giro,
mirando hacia la puerta, y agradezco que haya echado el pestillo. Él se inclina y me
susurra al oído—: Déjate la máscara.
Yo respondo con un gemido, y mi cuerpo se tensa.
Él sujeta la parte de arriba de mi vestido, desliza los dedos sobre mi piel y
su caricia resuena en todo mi cuerpo. Con movimiento rápido abre la cremallera.
Sosteniendo el vestido, me ayuda a quitármelo, luego se da la vuelta y lo deja con
destreza sobre el respaldo de la silla. Se quita la chaqueta, la coloca sobre mi vestido.
Se detiene y me observa un momento, embebiéndose de mí. Yo me quedo en ropa
interior y medias a juego, deleitándome en su mirada sensual.
—¿Sabes, ________? —dice en voz baja mientras avanza hacia mí y se
desata la pajarita, de manera que cuelga a ambos lados del cuello, y luego se
desabrocha los tres botones de arriba de la camisa—. Estaba tan enfadado cuando
compraste mi lote en la subasta que me vinieron a la cabeza ideas de todo tipo. Tuve
que recordarme a mí mismo que el castigo no forma parte de las opciones. Pero luego
te ofreciste. —Baja la vista hacia mí a través de la máscara—. ¿Por qué hiciste eso?
—musita.
—¿Ofrecerme? No lo sé. Frustración… demasiado alcohol… una buena
causa —musito sumisa, y me encojo de hombros.
¿Quizá para llamar su atención?
En aquel momento le necesitaba. Ahora le necesito más. El dolor ha
empeorado y sé que él puede aliviarlo, calmar su rugido, y la bestia que hay en mí
saliva por la bestia que hay en él. Harry aprieta los labios, ahora no son más que
una fina línea, y se lame despacio el labio superior. Quiero esa lengua en mi interior.
—Me juré a mí mismo que no volvería a pegarte, aunque me lo suplicaras.
—Por favor —suplico.
—Pero luego me di cuenta de que en este momento probablemente estés
muy incómoda, y eso no es algo a lo que estés acostumbrada.
Me sonríe con complicidad, ese cabrón arrogante, pero no me importa
porque tiene toda la razón.
—Sí —musito.
—Así que puede que haya cierta… flexibilidad. Si lo hago, has de
prometerme una cosa.
—Lo que sea.
—Utilizarás las palabras de seguridad si las necesitas, y yo simplemente te
haré el amor, ¿de acuerdo?
—Sí.
Estoy jadeando. Quiero sus manos sobre mí.
Él traga saliva, luego me da la mano y se dirige hacia la cama. Aparta el
cobertor, se sienta, coge una almohada y la coloca a un lado. Levanta la vista para
verme de pie a su lado, y de pronto tira fuerte de mi mano, de manera que caigo sobre
su regazo. Se mueve un poco hasta que mi cuerpo queda apoyado sobre la cama y mi
pecho está encima de la almohada. Se inclina hacia delante, me aparta el pelo del
hombro y pasa los dedos por el penacho de plumas de mi máscara.
—Pon las manos detrás de la espalda —murmura.
¡Oh…! Se quita la pajarita y la utiliza para atarme rápidamente las
muñecas, de modo que mis manos quedan atadas sobre la parte baja de la espalda.
—¿Realmente deseas esto,__________?
Cierro los ojos. Es la primera vez desde que le conozco que realmente
quiero esto. Lo necesito.
—Sí —susurro.
—¿Por qué? —pregunta en voz baja mientras me acaricia el trasero con la
palma de la mano.
Yo gimo en cuanto su mano entra en contacto con mi piel. No sé por qué…
Tú me dijiste que no pensara demasiado. Después de un día como hoy… con la
discusión sobre el dinero, Leila, la señora Robinson, ese dossier sobre mí, el mapa de
zonas prohibidas, esta espléndida fiesta, las máscaras, el alcohol, las bolas de plata, la
subasta… deseo esto.
—¿He de tener un motivo?
—No, nena, no hace falta —dice—. Solo intento entenderte.
Su mano izquierda se curva sobre mi cintura, sujetándome sobre su regazo,
y entonces levanta la palma derecha de mi trasero y golpea con fuerza, justo donde se
unen mis muslos. Ese dolor conecta directamente con el de mi vientre.
Oh, Dios… gimo con fuerza. Él vuelve a pegarme, exactamente en el mismo
sitio. Suelto otro gemido.
—Dos —susurra—. Con doce bastará.
¡Oh…! Tengo una sensación muy distinta a la de la última vez: tan carnal,
tan… necesaria. Harry me acaricia el culo con los largos dedos de sus manos, y
mientras tanto yo estoy indefensa, atada y sujeta contra el colchón, a su merced, y por
mi propia voluntad. Me azota otra vez, ligeramente hacia el costado, y otra, en el otro
lado, luego se detiene, me baja las medias lentamente y me las quita. Desliza
suavemente otra vez la palma de la mano sobre mi trasero antes de seguir golpeando…
cada escozor del azote alivia mi anhelo, o lo acrecienta… no lo sé. Me someto al ritmo
de los cachetes, absorbiendo cada uno de ellos, saboreando cada uno de ellos.
—Doce —murmura en voz baja y ronca.
Vuelve a acariciarme el trasero, baja la mano hasta mi sexo y hunde
lentamente dos dedos en mi interior, y los mueve en círculo, una y otra y otra vez,
torturándome.
Lanzo un gruñido cuando siento que mi cuerpo me domina, y llego al
clímax, y luego otra vez, convulsionándome alrededor de sus dedos. Es tan intenso,
inesperado y rápido…
—Muy bien, nena —musita satisfecho.
Me desata las muñecas, manteniendo los dedos dentro de mí mientras sigo
tumbada sobre él, jadeando, agotada.
—Aún no he acabado contigo, _______ —dice, y se mueve sin retirar los
dedos.
Desliza mis rodillas hasta el suelo, de manera que ahora estoy inclinada y
apoyada sobre la cama. Se arrodilla en el suelo detrás de mí y se baja la cremallera.
Saca los dedos de mi interior, y escucho el familiar sonido cuando rasga el paquetito
plateado.
—Abre las piernas —gruñe, y yo obedezco.
Y, de un golpe, me penetra por detrás.
—Esto va a ser rápido, nena —murmura, y, sujetándome las caderas, sale
de mi interior y vuelve a entrar con ímpetu.
—Ah —grito, pero la plenitud es celestial.
Impacta directamente contra el vientre dolorido, una y otra vez, y lo alivia
con cada embestida dura y dulce. La sensación es alucinante, justo lo que necesito. Y
me echo hacia atrás para unirme a él en cada embate.
—__________, no —resopla, e intenta inmovilizarme.
Pero yo le deseo tanto que me acoplo a él en cada embestida.
—Mierda, ________ —sisea cuando se corre, y el atormentado sonido me lanza
de nuevo a una espiral de orgasmo sanador, que sigue y sigue, haciendo que me
retuerza y dejándome exhausta y sin respiración.
Harry se inclina, me besa el hombro y luego sale de mí. Me rodea con
sus brazos, apoya la cabeza en mitad de mi espalda, y nos quedamos así, los dos
arrodillados junto a la cama. ¿Cuánto? ¿Segundos? Minutos incluso, hasta que se calma
nuestra respiración. El dolor en el vientre ha desaparecido, y lo que siento es una
serenidad satisfecha y placentera.
Harry se mueve y me besa la espalda.
—Creo que me debe usted un baile, señorita Steele —musita.
—Mmm —contesto, saboreando la ausencia de dolor y regodeándome en
esa sensación.
Él se sienta sobre los talones y tira de mí para colocarme en su regazo.
—No tenemos mucho tiempo. Vamos.
Me besa el pelo y me obliga a ponerme de pie.
Yo protesto, pero vuelvo a sentarme en la cama, recojo las medias del
suelo y me las pongo. Me acerco doliente a la silla para recuperar mi vestido. Caigo en
la cuenta distraídamente de que no me he quitado los zapatos durante nuestro ilícito
encuentro. Harry se está anudando la pajarita, después de haberse arreglado un
poco él y también la cama.
Y mientras vuelvo a ponerme el vestido, miro las fotografías del panel.
Harry cuando era un adolescente hosco, pero aun así igual de atractivo que ahora:
con Elliot y Mia en las pistas de esquí; solo en París, con el Arco de Triunfo de fondo;
en Londres; en Nueva York; en el Gran Cañón; en la ópera de Sidney; incluso en la
Muralla China. El amo Styles ha viajado mucho desde muy joven.
Hay entradas de varios conciertos: U2, Metallica, The Verve, Sheryl Crow;
la Filarmónica de Nueva York interpretando Romeo y Julieta de Prokofiev… ¡qué
mezcla tan ecléctica! Y en una esquina, una foto tamaño carnet de una joven. En blanco
y negro. Me suena, pero que me aspen si la identifico. No es la señora Robinson,
gracias a Dios.
—¿Quién es? —pregunto.
—Nadie importante —contesta mientras se pone la chaqueta y se ajusta la
pajarita—. ¿Te subo la cremallera?
—Por favor. Entonces, ¿por qué la tienes en el panel?
—Un descuido por mi parte. ¿Qué tal la pajarita?
Levanta la barbilla como un niño pequeño, y yo sonrío y se la arreglo.
—Ahora está perfecta.
—Como tú —murmura, me atrae hacia él y me besa apasionadamente—.
¿Estás mejor?
—Mucho mejor, gracias, señor Styles.
—El placer ha sido mío, señorita Steele.
Los invitados se están congregando en la gran pérgola. Harry me mira
complacido —hemos llegado justo a tiempo—, y me conduce a la pista de baile.
—Y ahora, damas y caballeros, ha llegado el momento del primer baile.
Señor y doctora Styles, ¿están listos?
Carrick asiente y rodea con sus brazos a Grace.
—Damas y caballeros de la Subasta del Baile Inaugural, ¿están
preparados?
Todos asentimos. Mia está con alguien que no conozco. Me pregunto qué ha
pasado con Sean.
—Pues empecemos. ¡Adelante, Sam!
Un joven aparece en el escenario en medio de un cálido aplauso, se vuelve
hacia la banda que está a sus espaldas y chasquea los dedos. Los conocidos acordes de
«I’ve Got You Under My Skin» inundan el aire.
Harry me mira sonriendo, me toma en sus brazos y empieza a moverse.
Oh, baila tan bien que es muy fácil seguirle. Nos sonreímos mutuamente como tontos,
mientras me hace girar alrededor de la pista.
—Me encanta esta canción —murmura Harry, y baja los ojos hacia mí
—. Resulta muy apropiada.
Ya no sonríe, está serio.
—Yo también te tengo bajo la piel —respondo—. Al menos te tenía en tu dormitorio.
Frunce los labios, pero es incapaz de disimular su regocijo.
—Señorita Steele —me reprocha en tono de broma—, no tenía ni idea de
que pudiera ser tan grosera.
—Señor Styles, yo tampoco. Creo que es a causa de todas mis experiencias
recientes. Han sido muy educativas.
—Para ambos.
Harry vuelve a estar serio, y se diría que estamos los dos solos con la
banda. En nuestra burbuja privada.
Cuando termina la canción, los dos aplaudimos. Sam, el cantante, saluda
con elegancia y presenta a su banda.
—¿Puedo interrumpir?
Reconozco al hombre que pujó por mí en la subasta. Harry me suelta de
mala gana, pero parece también divertido.
—Adelante. _______, este es John Flynn. John,________.
¡Oh, no!
Harry sonríe y se aleja con paso tranquilo hacia un lateral de la pista de
baile.
—¿Cómo estás,____________? —dice el doctor Flynn en tono afable, y me doy
cuenta de que es inglés.
—Hola —balbuceo.
La banda inicia otra canción, y el doctor Flynn me toma entre sus brazos. Es
mucho más joven de lo que imaginaba, aunque no puedo verle la cara. Lleva una
máscara parecida a la de Harry. Es alto, pero no tanto como Harry, ni tampoco
se mueve con su gracia natural.
¿Qué le digo? ¿Por qué Harry está tan jodido? ¿Por qué ha apostado por
mí? Eso es lo único que quiero preguntarle, pero me parece una grosería en cierto
sentido.
—Estoy encantado de conocerte por fin, ________. ¿Lo estás pasando bien?
—pregunta.
—Lo estaba —murmuro.
—Oh, espero no ser el responsable de tu cambio de humor.
Me obsequia con una sonrisa breve y afectuosa que hace que me sienta algo
más a gusto.
—Usted es el psiquiatra, doctor Flynn. Dígamelo usted.
Sonríe.
—Ese es el problema, ¿verdad? ¿Que soy psiquiatra?
Se me escapa una risita.
—Me siento un poco intimidada y avergonzada, porque me preocupa lo que
pueda revelarme. Y la verdad es que lo único que quiero hacer es preguntarle acerca
de Harry.
Sonríe.
—En primer lugar, estamos en una fiesta, de manera que no estoy de
servicio —musita con aire cómplice—. Y, en segundo, lo cierto es que no puedo
hablar contigo sobre Harry. Además —bromea—, le necesitamos al menos hasta
Navidad.
Doy un respingo, atónita.
—Es una broma de médicos, __________.
Me ruborizo, incómoda, y me siento un poco ofendida. Está bromeando a
costa de Harry.
—Acaba de confirmar lo que he estado diciéndole a Harry… que no es
usted más que un charlatán carísimo —le reprocho.
El doctor Flynn reprime una carcajada.
—Puede que tengas parte de razón.
—¿Es usted inglés?
—Sí. Nacido en Londres.
—¿Y cómo acabó usted aquí?
—Por una feliz circunstancia.
—No es muy extrovertido, ¿verdad?
—No tengo mucho que contar. La verdad es que soy una persona muy
aburrida.
—Eso es ser muy autocrítico.
—Típico de los británicos. Forma parte de nuestro carácter nacional.
—Ah.
—Y podría acusarte a ti de lo mismo, _________.
—¿De ser también una persona aburrida, doctor Flynn?
Suelta un bufido.
—No, ________, de no ser extrovertida.
—No tengo mucho que contar —replico sonriendo.
—Lo dudo, sinceramente.
Y, de forma inesperada, frunce el ceño.
Me ruborizo, pero entonces la música cesa y Harry vuelve a aparecer a
mi lado. El doctor Flynn me suelta.
—Ha sido un placer conocerte,_________.
Vuelve a sonreírme afectuosamente, y tengo la sensación de haber pasado
una especie de prueba encubierta.
—John —le saluda Harry con un gesto de la cabeza.
—Harry —le devuelve el saludo el doctor Flynn, luego gira sobre sus
talones y desaparece entre la multitud.
Harry me coge entre sus brazos para el siguiente baile.
—Es mucho más joven de lo que esperaba —le digo en un murmullo—. Y
tremendamente indiscreto.
—¿Indiscreto? —pregunta Harry, ladeando la cabeza.
—Ah, sí, me lo ha contado todo.
Harry se pone rígido.
—Bien, en ese caso iré a buscar tu bolso. Estoy seguro de que ya no
querrás tener nada que ver conmigo —añade en voz baja.
Me paro en seco.
—¡No me ha contado nada!
Mi voz rezuma pánico.
Harry parpadea y el alivio inunda su cara. Me acoge de nuevo en sus
brazos.
—Entonces disfrutemos del baile.
Me dedica una sonrisa radiante, me hace girar al compás de la música, y yo
me tranquilizo.
¿Por qué ha pensado que querría dejarle? No tiene sentido.
Bailamos dos temas más, y me doy cuenta de que tengo que ir al baño.
—No tardaré.
Al dirigirme hacia el tocador, recuerdo que me he dejado el bolso sobre la
mesa de la cena, así que vuelvo a la carpa. Al entrar veo que sigue iluminada pero
prácticamente desierta, salvo por una pareja al fondo… ¡que debería buscarse una
habitación! Recojo mi bolso.
—¿___________?
Una voz suave me sobresalta, me doy la vuelta y veo a una mujer con un
vestido de terciopelo negro, largo y ceñido. Lleva una máscara singular. Le cubre la
cara hasta la nariz, pero también el cabello. Está hecha de elaboradas filigranas de oro,
algo realmente extraordinario.
—Me alegro mucho de encontrarte a solas —dice en voz baja—. Me he
pasado toda la velada queriendo hablar contigo.
—Perdone, pero no sé quién es.
Se aparta la máscara de la cara y se suelta el pelo.
¡Oh, no! Es la señora Robinson.
—Lamento haberte sobresaltado.
La miro boquiabierta. Madre mía… ¿qué diablos querrá esta mujer de mí?
No sé qué dicta el protocolo acerca de relacionarse socialmente con
pederastas. Ella me sonríe con dulzura y me indica con un gesto que me siente a su
mesa. Y, dado que carezco de todo punto de referencia y estoy anonadada, hago lo que
me pide por educación, agradeciendo no haberme quitado la máscara.
—Seré breve, _________. Sé lo que piensas de mí… Harry me lo contó.
La observo impasible, sin expresar nada, pero me alegro de que lo sepa.
Así me ahorro tener que decírselo y ella puede ir al grano. Hay una parte de mí que se
muere por saber qué tendrá que decirme.
Hace una pequeña pausa y echa un vistazo por encima de mi hombro.
—Taylor nos está vigilando.
Echo un vistazo de reojo y le veo examinando la carpa desde el umbral.
Sawyer le acompaña. Miran a todas partes salvo a nosotras.
—No tenemos mucho tiempo —dice apresuradamente—. Ya debes tener claro que Harry está enamorado de ti. Nunca le había visto así, nunca —añade,
enfatizando la última palabra.
¿Qué? ¿Que me quiere? No. ¿Por qué me dice ella esto? ¿Para
tranquilizarme? No entiendo nada.
—Él no te lo dirá porque probablemente ni siquiera sea consciente de ello,
a pesar de que se lo he dicho, pero Harry es así. No acepta con facilidad ningún tipo de emoción o sentimiento positivo que pueda experimentar. Se maneja mucho
mejor con lo negativo. Aunque seguramente eso ya lo has comprobado por ti misma.
No se valora en absoluto.
Todo me da vueltas. ¿Harry me quiere? ¿Él no me lo ha dicho, y esta
mujer tiene que explicarle qué es lo que siente? Todo esto me supera.
Un aluvión de imágenes acude a mi mente: el iPad, el planeador, coger un
avión privado para ir a verme, todos sus actos, su posesividad, cien mil dólares por un
baile… ¿Es eso amor?
Y oírlo de boca de esta mujer, que ella tenga que confirmármelo, es,
francamente, desagradable. Preferiría oírselo a él.
Se me encoge el corazón. Harry cree que no vale nada. ¿Por qué?
—Yo nunca le he visto tan feliz, y es evidente que tú también sientes algo
por él. —Una sonrisa fugaz brota en sus labios—. Eso es estupendo, y os deseo lo
mejor a los dos. Pero lo que quería decir es que, si vuelves a hacerle daño, iré a por ti,
señorita, y eso no te gustará nada.
Me mira fijamente, perforándome el cerebro con sus gélidos ojos azules
que intentan llegar más allá de la máscara. Su amenaza es tan sorprendente, tan
descabellada, que se me escapa sin querer una risita incrédula. De todas las cosas que
podía decirme, esta era la que menos esperaba de ella.
—¿Te parece gracioso,_________? —masculla consternada—. Tú no le viste el sábado pasado.
Palidezco y me pongo seria. No es agradable imaginar a Harry infeliz, y
el sábado pasado le abandoné. Tuvo que recurrir a ella. Esa idea me descompone. ¿Por
qué estoy aquí sentada escuchando toda esta basura, y de ella, nada menos? Me levanto
despacio, sin dejar de mirarla.
—Me sorprende su desfachatez, señora Lincoln. Harry y yo no tenemos
nada que ver con usted. Y si le abandono y usted viene a por mí, la estaré esperando,
no tenga ninguna duda de ello. Y quizá le pague con su misma moneda, para resarcir al
pobre chico de quince años del que usted abusó y al que probablemente destrozó aún
más de lo que ya estaba.
Se queda estupefacta.
—Y ahora, si me perdona, tengo mejores cosas que hacer en vez de perder
el tiempo con usted.
Me doy la vuelta, sintiendo una descarga de rabia y adrenalina por todo el
cuerpo, y me dirijo hacia la entrada de la carpa, donde están Taylor y Harry, que
acaba de llegar, con aspecto nervioso y preocupado.
—Estás aquí —musita, y frunce el ceño al ver a Elena.
Yo paso por su lado sin detenerme, sin decir nada, dándole la oportunidad
de escoger entre ella y yo. Elige bien.
—________ —me llama. Me paro y le miro mientras él acude a mi lado—. ¿Qué
ha pasado?
Y baja los ojos para observarme, con la inquietud grabada en la cara.
—¿Por qué no se lo preguntas a tu ex? —replico con acidez.
Él tuerce la boca y su mirada se torna gélida.
—Te lo estoy preguntando a ti.
No levanta la voz, pero el tono resulta mucho más amenazador.
Nos fulminamos mutuamente con la mirada.
Muy bien, ya veo que esto acabará en una pelea si no se lo digo.
—Me ha amenazado con ir a por mí si vuelvo a hacerte daño… armada con
un látigo, seguramente —le suelto.
El alivio se refleja en su cara y dulcifica el gesto con expresión divertida.
—Seguro que no se te ha pasado por alto la ironía de la situación —dice, y
noto que hace esfuerzos para que no se le escape la risa.
—¡Esto no tiene gracia, Harry!
—No, tienes razón. Hablaré con ella —dice, adoptando un semblante serio,
pero sonriendo aún para sí.
—Eso ni pensarlo —replico cruzando los brazos, nuevamente indignada.
Parpadea, sorprendido ante mi arrebato.
—Mira, ya sé que estás atado a ella financieramente, si me permites el
juego de palabras, pero…
Me callo. ¿Qué le estoy pidiendo que haga? ¿Abandonarla? ¿Dejar de
verla? ¿Puedo hacer eso?
—Tengo que ir al baño —digo al fin con gesto adusto.
Él suspira e inclina la cabeza a un lado. ¿Se puede ser más sensual? ¿Es la
máscara, o simplemente él?
—Por favor, no te enfades. Yo no sabía que ella estaría aquí. Dijo que no
vendría. —Emplea un tono apaciguador, como si hablara con una niña. Alarga la mano
y resigue con el pulgar el mohín que dibuja mi labio inferior—. No dejes que Elena
nos estropee la noche, por favor, _______. Solo es una vieja amiga.
«Vieja», esa es la palabra clave, pienso con crueldad mientras él me
levanta la barbilla y sus labios rozan mi boca con dulzura. Yo suspiro y pestañeo,
rendida. Él se yergue y me sujeta del codo.
—Te acompañaré al tocador y así no volverán a interrumpirte.
Me conduce a través del jardín hasta los lujosos baños portátiles. Mia me
dijo que los habían instalado para la gala, pero no sabía que hubiera modelos de lujo.
—Te espero aquí, nena —murmura.
Cuando salgo, estoy de mejor humor. He decidido no dejar que la señora
Robinson me arruine la noche, porque seguramente eso es lo que ella quiere. Harry
se ha alejado un poco y habla por teléfono, apartado de un reducido grupo que está
charlando y riendo. A medida que me acerco, oigo lo que dice.
—¿Por qué cambiaste de opinión? Creía que estábamos de acuerdo. Bien,
pues déjala en paz —dice muy seco—. Esta es la primera relación que he tenido en mi
vida, y no quiero que la pongas en peligro basándote en una preocupación por mí
totalmente infundada. Déjala… en… paz. Lo digo en serio, Elena. —Se calla y escucha
—. No, claro que no. —Y frunce ostensiblemente el ceño al decirlo. Levanta la vista y
me ve mirándole—. Tengo que dejarte. Buenas noches.
Aprieta el botón y cuelga.
Yo inclino la cabeza a un lado y arqueo una ceja. ¿Por qué la ha
telefoneado?
—¿Cómo está la vieja amiga?
—De mal humor —responde mordaz—. ¿Te apetece volver a bailar? ¿O
quieres irte? —Consulta su reloj—. Los fuegos artificiales empiezan dentro de cinco
minutos.
—Me encantan los fuegos artificiales.
—Pues nos quedaremos a verlos. —Me pasa un brazo alrededor del
hombro y me atrae hacia él—. No dejes que ella se interponga entre nosotros, por
favor.
—Se preocupa por ti —musito.
—Sí, y yo por ella… como amiga.
—Creo que para ella es más que una amistad.
Tuerce el gesto.
—__________, Elena y yo… es complicado. Compartimos una historia. Pero
solo es eso, historia. Como ya te he dicho muchas veces, es una buena amiga. Nada
más. Por favor, olvídate de ella.
Me besa el cabello, y, para no estropear nuestra noche, decido dejarlo
correr. Tan solo intento entender.
Caminamos de la mano hacia la pista de baile. La banda sigue en plena
actuación.
—________.
Me doy la vuelta y ahí está Carrick.
—Me preguntaba si me harías el honor de concederme el próximo baile.
Me tiende la mano. Harry se encoge de hombros, sonríe y me suelta, y
yo dejo que Carrick me lleve a la pista de baile. Sam, el líder de la banda, empieza a
cantar «Come Fly with Me», y Carrick me pasa el brazo por la cintura y me conduce
girando suavemente hacia el gentío.
—Quería agradecerte tu generosa contribución a nuestra obra benéfica,
____________.
Por el tono, sospecho que está dando un rodeo para preguntarme si puedo
permitírmelo.
—Señor Styles…
—Llámame Carrick, por favor, __________.
—Estoy encantada de poder contribuir. Recibí un dinero que no esperaba, y
no lo necesito. Y la causa lo vale.
Él me sonríe, y yo sopeso la conveniencia de hacerle un par de preguntas
inocentes. Carpe diem, sisea mi subconsciente, ahuecando la mano en torno a su boca.
—Harry me ha hablado un poco de su pasado, así que considero muy
apropiado apoyar este proyecto —añado, esperando que eso anime a Carrick a
desvelarme algo del misterio que rodea a su hijo.
Él se muestra sorprendido.
—¿Te lo ha contado? Eso es realmente insólito. Está claro que ejerces un
efecto positivo en él,_________. No creo haberle visto nunca tan… tan… optimista.
Me ruborizo.
—Lo siento, no pretendía incomodarte.
—Bueno, según mi limitada experiencia, él es un hombre muy peculiar —
apunto.
—Sí —corrobora Carrick.
—Por lo que me ha contado Harry, los primeros años de su infancia
fueron espantosamente traumáticos.
Carrick frunce el ceño, y me preocupa haber ido demasiado lejos.
—Mi esposa era la doctora de guardia cuando le trajo la policía. Estaba en
los huesos, y seriamente deshidratado. No hablaba. —Carrick, sumido en ese terrible
recuerdo, ajeno al alegre compás de la música que nos rodea, tuerce otra vez el gesto
—. De hecho, estuvo casi dos años sin hablar. Lo que finalmente le sacó de su mutismo
fue tocar el piano. Ah, y la llegada de Mia, naturalmente.
Me sonríe con cariño.
—Toca maravillosamente bien. Y ha conseguido tantas cosas en la vida que
debe de estar muy orgulloso de él —digo con la voz casi quebrada.
¡Dios santo! Estuvo dos años sin hablar.
—Inmensamente. Es un joven muy decidido, muy capaz, muy brillante.
Pero, entre tú y yo, _________-, verlo cómo está esta noche… relajado, comportándose
como alguien de su edad… eso es lo que realmente nos emociona a su madre y a mí.
Eso es lo que estábamos comentando hoy mismo. Y creo que debemos darte las gracias
por ello.
Una sensación de rubor me invade de la cabeza a los pies. ¿Qué debo decir
ahora?
—Siempre ha sido un chico muy solitario. Nunca creímos que le veríamos
con alguien. Sea lo que sea lo que estás haciendo con él, por favor, sigue haciéndolo.
Nos gusta verle feliz. —De pronto se calla, como si fuera él quien hubiera ido
demasiado lejos—. Lo siento, no pretendía incomodarte.
Niego con la cabeza.
—A mí también me gusta verle feliz —musito, sin saber qué más decir.
—Bien, estoy encantado de que hayas venido esta noche. Ha sido un
auténtico placer veros a los dos juntos.
Mientras los últimos acordes de «Come Fly with Me» se apagan, Carrick
me suelta y se inclina educadamente, y yo hago una reverencia, imitando su cortesía.
—Ya está bien de bailar con ancianos.
Harry ha vuelto a aparecer. Carrick se echa a reír.
—No tan «anciano», hijo. Todo el mundo sabe que he tenido mis momentos.
Carrick me guiña un ojo con aire pícaro, y se aleja con paso tranquilo y
elegante.
—Me parece que le gustas a mi padre —susurra Harry mientras observa
a Carrick mezclándose entre el gentío.
—¿Cómo no voy a gustarle? —comento, coqueta, aleteando las pestañas.
—Bien dicho, señorita Steele. —Y me arrastra a sus brazos en cuanto la
banda empieza a tocar «It Had to Be You»—. Baila conmigo —susurra, seductor.
—Con mucho gusto, Señor Styles —le respondo sonriendo, y él me lleva de
nuevo en volandas a través de la pista.
* * *
A medianoche bajamos paseando hasta la orilla, entre la carpa y el
embarcadero, donde los demás asistentes a la fiesta se han reunido para contemplar los
fuegos artificiales. El maestro de ceremonias, de nuevo al mando, ha permitido que nos
quitáramos las máscaras para poder ver mejor el espectáculo. Harry me rodea con
el brazo, pero soy muy consciente de que Taylor y Sawyer están cerca, probablemente
porque ahora estamos en medio de una multitud. Miran hacia todas partes excepto al
embarcadero, donde dos pirotécnicos vestidos de negro están haciendo los últimos
preparativos. Al ver a Taylor, pienso en Leila. Quizá esté aquí. Oh, Dios… La idea me
provoca escalofríos, y me acurruco junto a Harry. Él baja la mirada y me abraza
más fuerte.
—¿Estás bien, nena? ¿Tienes frío?
—Estoy bien.
Echo un vistazo hacia atrás y veo, cerca de nosotros, a los otros dos
guardaespaldas, cuyos nombres he olvidado. Harry me coloca delante de él y me
rodea los hombros con los brazos.
De repente, los compases de una pieza clásica retumban en el embarcadero
y dos cohetes se elevan en el aire, estallando con una detonación ensordecedora sobre
la bahía e iluminándola por entero con una deslumbrante panoplia de chispas naranjas
y blancas, que se reflejan como una fastuosa lluvia luminosa sobre las tranquilas aguas
de la bahía. Contemplo con la boca abierta cómo se elevan varios cohetes más, que
estallan en el aire en un caleidoscopio de colores.
No recuerdo haber visto nunca una exhibición pirotécnica tan
impresionante, excepto quizá en televisión, y allí nunca se ven tan bien. Está todo
perfectamente acompasado con la música. Una salva tras otra, una explosión tras otra,
y luces incesantes que despiertan las exclamaciones admiradas de la multitud. Es algo
realmente sobrecogedor.
Sobre el puente de la bahía, varias fuentes de luz plateada se alzan unos
seis metros en el aire, cambiando de color: del azul al rojo, luego al naranja y de
nuevo al gris plata… y cuando la música alcanza el crescendo, estallan aún más
cohetes.
Empieza a dolerme la mandíbula por culpa de la bobalicona sonrisa de
asombro que tengo grabada en la cara. Miro de reojo a Cincuenta, y él está igual,
maravillado como un niño ante el sensacional espectáculo. Para acabar, una andanada
de seis cohetes surca el aire y explotan simultáneamente bañándonos en una espléndida
luz dorada, mientras la multitud irrumpe en un aplauso frenético y entusiasta.
—Damas y caballeros —proclama el maestro de ceremonias cuando los
vítores decrecen—. Solo un apunte más que añadir a esta extraordinaria velada: su
generosidad ha alcanzado la cifra total de ¡un millón ochocientos cincuenta y tres mil
dólares!
Un aplauso espontáneo brota de nuevo, y sobre el puente aparece un
mensaje con las palabras «Gracias de parte de Afrontarlo Juntos», formadas por líneas
centellanes de luz plateada que brillan y refulgen sobre el agua.
—Oh, Harry… esto es maravilloso.
Levanto la vista, fascinada, y él se inclina para besarme.
—Es hora de irse —murmura, y una enorme sonrisa se dibuja en su
hermoso rostro al pronunciar esas palabras tan prometedoras.
De repente, me siento muy cansada.
Alza de nuevo la vista, buscando entre la multitud que empieza a
dispersarse, y ahí está Taylor. Se dicen algo sin pronunciar palabra.
—Quedémonos por aquí un momento. Taylor quiere que esperemos hasta
que la gente se vaya.
Ah.
—Creo que ha envejecido cien años por culpa de los fuegos artificiales —
añade.
—¿No le gustan los fuegos artificiales?
Harry me mira con cariño y niega con la cabeza, pero no aclara nada.
—Así que Aspen, ¿eh? —dice, y sé que intenta distraerme de algo.
Funciona.
—Oh… no he pagado la puja —digo apurada.
—Puedes mandar el talón. Tengo la dirección.
—Estabas realmente enfadado.
—Sí, lo estaba.
Sonrío.
—La culpa es tuya y de tus juguetitos.
—Te sentías bastante abrumada por toda la situación, señorita Steele. Y el
resultado ha sido de lo más satisfactorio, si no recuerdo mal. —Sonríe lascivo—. Por
cierto, ¿dónde están?
—¿Las bolas de plata? En mi bolso.
—Me gustaría recuperarlas. —Me mira risueño—. Son un artilugio
demasiado potente para dejarlo en tus inocentes manos.
—¿Tienes miedo de que vuelva a sentirme abrumada, con otra persona
quizá?
Sus ojos brillan peligrosamente.
—Espero que eso no pase —dice con un deje de frialdad en la voz—. Pero
no,_________. Solo deseo tu placer.
Uau.
—¿No te fías de mí?
—Se sobrentiende. Y bien, ¿vas a devolvérmelas?
—Me lo pensaré.
Me mira con los ojos entornados.
Vuelve a sonar música en la pista de baile, pero ahora es un disc-jockey el
que ha puesto un tema disco, con un bajo que marca un ritmo implacable.
—¿Quieres bailar?
—Estoy muy cansada, Harry. Me gustaría irme, si no te importa.
Harry mira a Taylor, este asiente, y nos encaminamos hacia la casa
siguiendo a un grupo de invitados bastante ebrios. Agradezco que Harry me dé la
mano; me duelen los pies por culpa de estos zapatos tan prietos y con unos tacones tan
altos.
Mia se acerca dando saltitos.
—No os iréis ya, ¿verdad? Ahora empieza la música auténtica. Vamos, ________
—me dice, cogiéndome de la mano.
—Mia —la reprende Harry—, _________ está muy cansada. Nos vamos
a casa. Además, mañana tenemos un día importante.
¿Ah, sí?
Mia hace un mohín, pero sorprendentemente no presiona a Harry.
—Tenéis que venir algún día de la próxima semana. _______, tal vez podríamos
ir juntas de compras.
—Claro, Mia.
Sonrío, aunque en el fondo de mi mente me preguntó cómo, porque yo tengo
que trabajar para vivir.
Me da un beso fugaz y luego abraza fuerte a Harry, para sorpresa de
ambos. Y algo todavía más extraordinario: apoya las manos en las solapas de su
chaqueta y él, indulgente, se limita a bajar la vista hacia ella.
—Me gusta verte tan feliz —le dice Mia con dulzura y le besa en la mejilla
—. Adiós, que os divirtáis.
Y corre a reunirse con sus amigos que la esperan, entre ellos Lily, quien,
despojada de la máscara, tiene una expresión aún más amarga si cabe.
Me pregunto vagamente dónde estará Sean.
—Les diremos buenas noches a mis padres antes de irnos. Ven.
Harry me lleva a través de un grupo de invitados hasta donde están
Grace y Carrick, que se despiden de nosotros con simpatía y cariño.
—Por favor, vuelve cuando quieras, _______, ha sido un placer tenerte
aquí —dice Grace afectuosamente.
Me siento un poco superada tanto por su reacción como por la de Carrick.
Por suerte, los padres de Grace ya se han ido, así que al menos me he ahorrado su
efusividad.
Harry y yo vamos tranquilamente de la mano hasta la entrada de la
mansión, donde una fila interminable de coches espera para recoger a los invitados.
Miro a Cincuenta. Parece feliz y relajado. Es un auténtico placer verle así, aunque
sospecho que no tiene nada de extraño después de un día tan extraordinario.
—¿Vas bien abrigada? —me pregunta.
—Sí, gracias —respondo, envolviéndome en mi chal de satén.
—He disfrutado mucho de la velada,_________. Gracias.
—Yo también. De unas partes más que de otras —digo sonriendo.
Él también sonríe y asiente, y luego arquea una ceja.
—No te muerdas el labio —me advierte de un modo que me altera la
sangre.
—¿Qué querías decir con que mañana es un día importante? —pregunto,
para distraer mi mente.
—La doctora Greene vendrá para solucionar lo tuyo. Además, tengo una
sorpresa para ti.
—¡La doctora Greene!
Me paro en seco.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque odio los preservativos —dice tranquilamente.
Sus ojos, que brillan bajo la suave luz de los farolillos de papel, escrutan
mi reacción.
—Es mi cuerpo —murmuro, molesta porque no me lo haya consultado.
—También es mío —susurra.
Le miro fijamente mientras varios invitados pasan por nuestro lado sin
hacernos caso. Su expresión es muy seria. Sí, mi cuerpo es suyo… él lo sabe mejor que
yo.
Alargo la mano y él parpadea levemente, pero se queda quieto. Cojo una
punta de la pajarita, tiro de ella y la desato, dejando a la vista el botón superior de su
camisa. Lo desabrocho con cuidado.
—Así estás muy sensual —susurro.
De hecho, siempre está sensual, pero así aún más.
Sonríe.
—Tengo que llevarte a casa. Ven.
Cuando llegamos al coche, Sawyer le entrega un sobre a Harry. Frunce
el ceño y me mira cuando Taylor me abre la puerta para que suba. Por alguna razón,
Taylor parece aliviado. Harry entra en el coche y me da el sobre, sin abrir, mientras
Taylor y Sawyer ocupan sus asientos delante.
—Va dirigido a ti. Alguien del servicio se lo dio a Sawyer. Sin duda, de
parte de otro corazón cautivo.
Harry hace una mueca. Es obvio que la idea le desagrada.
Miro la nota. ¿De quién será? La abro y me apresuro a leerla bajo la escasa
luz. Oh, no… ¡es de ella! ¿Por qué no me deja en paz?
Puede que te haya juzgado mal. Y está claro que tú me has juzgado mal a
mí. Llámame si necesitas llenar alguno de los espacios en blanco; podríamos quedar
para comer. Harry no quiere que hable contigo, pero estaría encantada de poder
ayudar. No me malinterpretes, apruebo lo vuestro, créeme… pero si le haces daño,
no sé lo que haría… Ya le han hecho bastante daño.
Llámame: (206) 279-6261.
Sra. Robinson
¡Maldita sea, ha firmado como «Sra. Robinson»! Él se lo contó. Cabrón…
—¿Se lo dijiste?
—¿Decirle qué?
—Que yo la llamo señora Robinson —replico.
—¿Es de Elena? —Harry se queda estupefacto—. Esto es ridículo —
exclama. Se pasa una mano por el cabello y le noto indignado—. Mañana hablaré con
ella. O el lunes —masculla malhumorado.
Y aunque me avergüenza admitirlo, una parte muy pequeña de mí se alegra.
Mi subconsciente asiente sagazmente. Elena le está irritando, y eso solo puede ser
bueno… seguro. Decido no decir nada más de momento, pero me guardo la nota en el
bolso y, para asegurarme de que recupere el buen humor, le devuelvo las bolas.
—Hasta la próxima —murmuro.
Él me mira; es difícil ver su cara en la oscuridad, pero creo que está
complacido. Me coge la mano y la aprieta.
Contemplo la noche a través de la ventanilla, pensando en este día tan
largo. He aprendido mucho sobre él, he recopilado muchos detalles que faltaban —los
salones, el mapa corporal, su infancia—, pero todavía queda mucho por descubrir. ¿Y
qué hay de la señora R.? Sí, se preocupa por él, y además mucho, se diría. Eso lo veo
claro, y también que él se preocupa por ella… pero no del mismo modo. Ya no sé qué
pensar. Tanta información me empieza a dar dolor de cabeza.
* * *
Harry me despierta justo cuando paramos frente al Escala.
—¿Tengo que llevarte en brazos? —pregunta, cariñoso.
Yo meneo la cabeza medio dormida. Ni hablar.
Al entrar en el ascensor, me apoyo en él y recuesto la cabeza en su hombro.
Sawyer está delante de nosotros y no deja de removerse, incómodo.
—Ha sido un día largo, ¿eh, __________?
Asiento.
—¿Cansada?
Asiento.
—No estás muy habladora.
Asiento y sonríe.
—Ven. Te llevaré a la cama.
Me da la mano y salimos del ascensor, pero cuando Sawyer levanta la
mano nos paramos en el vestíbulo. Y basta esa fracción de segundo para despertarme
totalmente. Sawyer le habla a la manga de su chaqueta. No tenía ni idea de que llevara
una radio.
—Entendido, T. —dice, y se vuelve hacia nosotros—. Señor Styles, han
rajado los neumáticos y han embadurnado de pintura el Audi de la señorita Steele.
Qué horror… ¡Mi coche! ¿Quién habrá sido? Y en cuanto me formulo la
pregunta mentalmente, sé la respuesta: Leila. Levanto la vista hacia Christian, que está
pálido.
—A Taylor le preocupa que quien lo haya hecho pueda haber entrado en el
apartamento y que aún siga ahí. Quiere asegurarse.
—Entiendo. —Harry suspira—. ¿Y qué piensa hacer?
—Está subiendo en el ascensor de servicio con Ryan y Reynolds. Lo
registrarán todo y luego nos darán luz verde. Yo esperaré con ustedes, señor.
—Gracias, Sawyer. —Harry tensa el brazo que me rodea el hombro—.
El día de hoy no para de mejorar. —Suspira amargamente, con la boca pegada a mi
cabello—. Escuchad, yo no soporto quedarme aquí esperando. Sawyer, ocúpate de la
señorita Steele. No dejes que entre hasta que esté todo controlado. Estoy seguro de que
Taylor exagera. Ella no puede haber entrado en el apartamento.
¿Qué?
—No, Harry… tienes que quedarte aquí conmigo —le ruego.
Harry me suelta.
—Haz lo que dicen, _______. Espera aquí.
¡No!
—¿Sawyer? —dice Harry.
Sawyer abre la puerta del vestíbulo para dejar que Harry entre en el
apartamento, y después cierra la puerta y se coloca delante de ella, mirándome
impasible.
Oh, no… ¡Harry! Imágenes terribles de todo tipo acuden a mi mente,
pero lo único que puedo hacer es quedarme a esperar.
Este Capitulo Va dedicado a La chica Hermosa que Esta Leyendo Esto
Gracias Por Leer y por Ser Fiel Lectora!
Maldita sea… ¿realmente acabo de hacer eso? Debe de ser el alcohol. He Bebido bastante champán, más cuatro copas de cuatro vinos distintos. Levanto la vista
Hacia Harry, que está aplaudiendo.
Dios… va a enfadarse mucho, ahora que estábamos tan bien. Mi
subconsciente ha decidido finalmente hacer acto de presencia, y luce la cara de El
grito de Edvard Munch.
Harry se inclina hacia mí, con una falsa sonrisa estampada en la cara.
Me besa en la mejilla y después se acerca más para susurrarme al oído, con una voz
muy fría y controlada:
—No sé si adorarte puesto de rodillas o si darte unos azotes que te dejen sin aliento.
Oh, yo sé lo que quiero ahora mismo. Levanto los ojos parpadeantes para
mirarle a través de la máscara. Ojalá pudiera interpretar su expresión.
—Prefiero la segunda opción, gracias —susurro desesperada, mientras el
aplauso se va apagando.
Él separa los labios e inspira bruscamente. Oh, esa boca escultural… la
quiero sobre mí, ahora. Muero por él. Me obsequia con una radiante sonrisa que me
deja sin respiración.
—Estás sufriendo, ¿eh? Veremos qué podemos hacer para solucionar eso
—insinúa, mientras desliza el índice por mi barbilla.
Su caricia resuena en el fondo de mis entrañas, allí donde el dolor ha
germinado y se ha extendido. Quiero abalanzarme sobre él aquí, ahora mismo, pero
volvemos a sentarnos para ver cómo subastan el siguiente lote.
Me cuesta mucho permanecer quieta. Harry me rodea el hombro con el
brazo y me acaricia la espalda continuamente con el pulgar, provocando deliciosos
hormigueos que bajan por mi espina dorsal. Sujeta mi mano con la que tiene libre, se la
lleva a los labios y luego la deja sobre su regazo.
Lenta y furtivamente, de manera que no me doy cuenta de su juego hasta que
ya es demasiado tarde, va subiendo mi mano por su pierna hasta llegar a su erección.
Ahogo un grito, y con el pánico impreso en los ojos miro alrededor de la mesa, pero
todo el mundo está concentrado en el escenario. Gracias a Dios que llevo máscara.
Aprovecho la ocasión y le acaricio despacio, dejando que mis dedos
exploren. Harry mantiene su mano sobre la mía, ocultando mis audaces dedos,
mientras su pulgar se desliza suavemente sobre mi nuca. Abre la boca y jadea
imperceptiblemente, y esa es la única reacción que capto a mi inexperta caricia. Pero
significa mucho. Me desea. Mi cuerpo se contrae por debajo de la cintura. Empieza a
ser insoportable.
El último lote de la subasta es una semana en el lago Adriana.
Naturalmente, el señor y la doctora Styles tienen una casa en aquel hermoso paraje de
Montana, y la puja sube rápidamente, pero yo apenas soy consciente de ello. Le noto
crecer bajo mis dedos y eso hace que me sienta muy poderosa.
—¡Adjudicado por ciento diez mil dólares! —proclama triunfalmente el
maestro de ceremonias.
Toda la sala prorrumpe en aplausos, y yo me sumo a ellos de mala gana,
igual que Harry, poniendo fin a nuestra diversión.
Se vuelve hacia mí con una expresión sugerente en los labios.
—¿Lista? —musita sobre la efusiva ovación.
—Sí —respondo en voz queda.
—¡________! —grita Mia—. ¡Ha llegado el momento!
¿Qué? No. Otra vez no.
—¿El momento de qué?
—La Subasta del Baile Inaugural. ¡Vamos!
Se levanta y me tiende la mano.
Yo miro de reojo a Harry, que está, creo, frunciéndole el ceño a Mia, y
no sé si reír o llorar, pero al final opto por la primera opción. Rompo a reír en un
estallido catártico de colegiala nerviosa, al vernos frustrados nuevamente por ese
torbellino de energía rosa que es Mia Styles. Harry me observa fijamente y, al cabo
de un momento, aparece la sombra de una sonrisa en sus labios.
—El primer baile será conmigo, ¿de acuerdo? Y no será en la pista —me
dice lascivo al oído.
Mi risita remite en cuanto la expectativa aviva las llamas del deseo. ¡Oh,
sí! La diosa que llevo dentro ejecuta una perfecta pirueta en el aire con sus patines
sobre hielo.
—Me apetece mucho.
Me inclino y le beso castamente en los labios. Echo un vistazo alrededor y
me doy cuenta de que el resto de los comensales de la mesa están atónitos.
Naturalmente, nunca habían visto a Harry acompañado de una chica.
Él esboza una amplia sonrisa y parece… feliz.
—Vamos, ________ —insiste Mia.
Acepto la mano que me tiende y la sigo al escenario, donde se han
congregado otras diez jóvenes más, y veo con cierta inquietud que Lily es una de ellas.
—¡Caballeros, el momento cumbre de la velada! —grita el maestro de
ceremonias por encima del bullicio—. ¡El momento que todos estaban esperando!
¡Estas doce encantadoras damas han aceptado subastar su primer baile al mejor postor!
Oh, no. Enrojezco de la cabeza a los pies. No me había dado cuenta de qué
iba todo esto. ¡Qué humillante!
—Es por una buena causa —sisea Mia al notar mi incomodidad—.
Además, ganará Harry —añade poniendo los ojos en blanco—. Me resulta
inconcebible que permita que alguien puje más que él. No te ha quitado los ojos de
encima en toda la noche.
Eso es… Tú concéntrate solo en que es para una buena causa, y en que
Harry ganará. Después de todo, no le viene de unos pocos dólares.
¡Pero eso implica que se gaste más dinero en ti!, me gruñe mi
subconsciente. Pero yo no quiero bailar con ningún otro… no podría bailar con ningún
otro, y además, no se va a gastar el dinero en mí, va a donarlo a la beneficencia.
¿Como los veinticuatro mil dólares que ya se ha gastado en ti?, prosigue mi
subconsciente, entornando los ojos.
Maldita sea. Parece que me he dejado llevar con esa puja impulsiva. ¿Y
por qué estoy discutiendo conmigo misma?
—Ahora, caballeros, acérquense por favor y echen un buen vistazo a quien
podría acompañarles en su primer baile. Doce muchachas hermosas y complacientes.
¡Santo Dios! Me siento como si estuviera en un mercado de carne.
Contemplo horrorizada a la veintena de hombres, como mínimo, que se aproxima a la
zona del escenario, Harry incluido. Se pasean con despreocupada elegancia entre
las mesas, deteniéndose a saludar una o dos veces por el camino. En cuanto los
interesados están reunidos alrededor del escenario, el maestro de ceremonias procede.
—Damas y caballeros, de acuerdo con la tradición del baile de máscaras,
mantendremos el misterio oculto tras las mismas y utilizaremos únicamente los
nombres de pila. En primer lugar tenemos a la encantadora Jada.
Jada también se ríe nerviosamente como una colegiala. Tal vez yo no esté
tan fuera de lugar. Va vestida de pies a la cabeza de tafetán azul marino con una
máscara a juego. Dos jóvenes dan un paso al frente, expectantes. Qué afortunada,
Jada…
—Jada habla japonés con fluidez, tiene el título de piloto de combate y es
gimnasta olímpica… mmm. —El maestro de ceremonias guiña un ojo—. Caballeros,
¿cuál es la oferta inicial?
Jada se queda boquiabierta ante las palabras del maestro de ceremonias:
obviamente, todo lo que ha dicho en su presentación no son más que bobadas
graciosas. Sonríe con timidez a los dos postores.
—¡Mil dólares! —grita uno.
La puja alcanza rápidamente los cinco mil dólares.
—A la una… a las dos… adjudicada… —proclama a voz en grito el
maestro de ceremonias—… ¡al caballero de la máscara!
Y naturalmente, como todos los caballeros llevan máscara, estallan las
carcajadas y los aplausos jocosos. Jada sonríe radiante a su comprador y abandona a
toda prisa el escenario.
—¿Lo ves…? ¡Es divertido! —murmura Mia, y añade—: Espero que
Harry consiga tu primer baile, porque… no quiero que haya pelea.
—¿Pelea? —replico horrorizada.
—Oh, sí. Cuando era más joven era muy temperamental —dice con un
ligero estremecimiento.
¿Harry metido en una pelea? ¿El refinado y sofisticado Harry,
aficionado a la música coral del periodo Tudor? No me entra en la cabeza. El maestro
de ceremonias me distrae de mis pensamientos con la siguiente presentación: una joven
vestida de rojo, con una larga melena azabache.
—Caballeros, permitan que les presente ahora a la maravillosa Mariah.
Ah… ¿qué podemos decir de Mariah? Es una experta espadachina, toca el violonchelo
como una auténtica concertista y es campeona de salto con pértiga… ¿Qué les parece,
caballeros? ¿Cuánto estarían dispuestos a ofrecer por un baile con la deliciosa
Mariah?
Mariah se queda mirando al maestro de ceremonias, y entonces alguien
grita, muy fuerte:
—¡Tres mil dólares!
Es un hombre enmascarado con cabello rubio y barba.
Se produce una contraoferta, y Mariah acaba siendo adjudicada por cuatro
mil dólares.
Harry no me quita los ojos de encima. El pedenciero Trevelyan-Styles…
¿quién lo habría dicho?
—¿Cuánto hace de eso? —le pregunto a Mia.
Me mira, desconcertada.
—¿Cuántos años tenía Harry cuando se metía en peleas?
—Al principio de la adolescencia. Solía volver a casa con el labio partido
y los ojos morados, y mis padres estaban desesperados. Le expulsaron de dos colegios.
Llegó a causar serios daños a algunos de sus oponentes.
La miro boquiabierta.
—¿Él no te lo había contado? —Suspira—. Tenía bastante mala fama entre
mis amigos. Durante años fue considerado una auténtica persona no Tan grata. Pero a los
quince o dieciséis años se le pasó.
Y se encoge de hombros.
Santo Dios… Otra pieza del rompecabezas que encaja en su sitio.
—Entonces, ¿cuánto ofrecen por la despampanante Jill?
—Cuatro mil dólares —dice una voz ronca desde el lado izquierdo de la
multitud.
Jill suelta un gritito, encantada.
Yo dejo de prestar atención a la subasta. Así que Harry era un chico
problemático en el colegio, que se metía en peleas. Me pregunto por qué. Le miro
fijamente. Lily nos vigila atentamente.
—Y ahora, permítanme que les presente a la preciosa _______.
Oh, no… esa soy yo. Nerviosa, miro de reojo a Mia, que me empuja al
centro de escenario. Afortunadamente no me caigo, pero quedo expuesta a la vista de
todo el mundo, terriblemente avergonzada. Cuando miro a Harry, me sonríe
satisfecho. Cabrón…
—La preciosa ________ toca seis instrumentos musicales, habla mandarín con
fluidez y le encanta el yoga… Bien, caballeros…
Y antes de que termine la frase, Hary interrumpe al maestro de
ceremonias fulminándolo con la mirada:
—Diez mil dólares.
Oigo el grito entrecortado y atónito de Lily a mis espaldas.
Oh, no…
—Quince mil.
¿Qué? Todos nos volvemos a la vez hacia un hombre alto e impecablemente
vestido, situado a la izquierda del escenario. Yo miro perpleja a Cincuenta. Madre
mía, ¿qué hará ante esto? Pero él se rasca la barbilla y obsequia al desconocido con
una sonrisa irónica. Es obvio que Harry le conoce. El hombre le responde con una
cortés inclinación de cabeza.
—¡Bien, caballeros! Por lo visto esta noche contamos en la sala con unos
contendientes de altura.
El maestro de ceremonias se gira para sonreír a Harry y la emoción
emana a través de su máscara de arlequín. Se trata de un gran espectáculo, aunque en
realidad sea a costa mía. Tengo ganas de llorar.
—Veinte mil —contraataca Harry tranquilamente.
El bullicio del gentío ha enmudecido. Todo el mundo nos mira a mí, a
Harry y al misterioso hombre situado junto al escenario.
—Veinticinco mil —dice el desconocido.
¿Puede haber una situación más bochornosa?
Harry le observa impasible, pero se está divirtiendo. Todos los ojos
están fijos en él. ¿Qué va a hacer? Tengo un nudo en la garganta. Me siento mareada.
—Cien mil dólares —dice, y su voz resuena alta y clara por toda la carpa.
—¿Qué diablos…? —masculla perceptiblemente Lily detrás de mí, y un
murmullo general de asombro jubiloso se alza entre la multitud.
El desconocido levanta las manos en señal de derrota, riendo, y Harry le
dirige una amplia sonrisa. Por el rabillo del ojo, veo a Mia dando saltitos de regocijo.
—¡Cien mil dólares por la encantadora _______! A la una… a las dos…
El maestro de ceremonias mira al desconocido, que niega con la cabeza con
fingido reproche, pero se inclina caballerosamente.
—¡Adjudicada! —grita triunfante.
Entre un ensordecedor clamor de vítores y aplausos, Harry avanza, me
da la mano y me ayuda a bajar del escenario. Me mira con semblante irónico mientras
yo bajo, me besa el dorso de la mano, la coloca alrededor de su brazo y me conduce
fuera de la carpa.
—¿Quién era ese? —pregunto.
Me mira.
—Alguien a quien conocerás más tarde. Ahora quiero enseñarte una cosa.
Disponemos de treinta minutos antes de que termine la subasta. Después tenemos que
regresar para poder disfrutar de ese baile por el que he pagado.
—Un baile muy caro —musito en tono reprobatorio.
—Estoy seguro de que valdrá la pena, hasta el último centavo.
Me sonríe maliciosamente. Oh, tiene una sonrisa maravillosa, y vuelvo a
sentir ese dolor que florece con plenitud en mis entrañas.
Estamos en el jardín. Yo creía que iríamos a la casita del embarcadero, y
siento una punzada de decepción al ver que nos dirigimos hacia la gran pérgola, donde
ahora se está instalando la banda. Hay por lo menos veinte músicos, y unos cuantos
invitados merodeando por el lugar, fumando a hurtadillas. Pero como toda la acción
está teniendo lugar en la carpa, nadie se fija mucho en nosotros.
Harry me lleva a la parte de atrás de la casa y abre una puerta
acristalada que da a un salón enorme y confortable que yo no había visto antes. Él
atraviesa la sala desierta hacia una gran escalinata con una elegante barandilla de
madera pulida. Me toma de la mano que tenía enlazada en su brazo y me conduce al
segundo piso, y luego por el siguiente tramo de escaleras hasta el tercero. Abre una
puerta blanca y me hace pasar a un dormitorio.
—Esta era mi habitación —dice en voz baja, quedándose junto a la puerta y
cerrándola a sus espaldas.
Es amplia, austera, con muy poco mobiliario. Las paredes son blancas, al
igual que los muebles; hay una espaciosa cama doble, una mesa y una silla, y estantes
abarrotados de libros y diversos trofeos, al parecer de kickboxing. De las paredes
cuelgan carteles de cine: Matrix, El club de la luch, El show de Truman, y dos pósters
de luchadores. Uno se llama Giuseppe DeNatale; nunca he oído hablar de él.
Lo que más llama mi atención es un panel de corcho sobre el escritorio,
cubierto con miles de fotos, banderines de los Mariners y entradas de conciertos. Es un
fragmento de la vida del joven Harry. Dirijo de nuevo la mirada hacia el
impresionante y apuesto hombre que ahora está en el centro de la habitación. Él me
mira con aire misterioso, pensativo y sexy.
—Nunca había traído a una chica aquí —murmura.
—¿Nunca? —susurro.
Niega con la cabeza.
Trago saliva convulsamente, y el dolor que ha estado molestándome las dos
últimas horas ruge ahora, salvaje y anhelante. Verle ahí plantado sobre la moqueta azul
marino con esa máscara… supera lo erótico. Le deseo. Ahora. De la forma que sea. He
de reprimirme para no lanzarme sobre él y desgarrarle la ropa. Él se acerca a mí lento
y cadencioso.
—No tenemos mucho tiempo, ________, y tal como me siento ahora mismo,
no necesitaremos mucho. Date la vuelta. Deja que te quite el vestido. —Yo me giro,
mirando hacia la puerta, y agradezco que haya echado el pestillo. Él se inclina y me
susurra al oído—: Déjate la máscara.
Yo respondo con un gemido, y mi cuerpo se tensa.
Él sujeta la parte de arriba de mi vestido, desliza los dedos sobre mi piel y
su caricia resuena en todo mi cuerpo. Con movimiento rápido abre la cremallera.
Sosteniendo el vestido, me ayuda a quitármelo, luego se da la vuelta y lo deja con
destreza sobre el respaldo de la silla. Se quita la chaqueta, la coloca sobre mi vestido.
Se detiene y me observa un momento, embebiéndose de mí. Yo me quedo en ropa
interior y medias a juego, deleitándome en su mirada sensual.
—¿Sabes, ________? —dice en voz baja mientras avanza hacia mí y se
desata la pajarita, de manera que cuelga a ambos lados del cuello, y luego se
desabrocha los tres botones de arriba de la camisa—. Estaba tan enfadado cuando
compraste mi lote en la subasta que me vinieron a la cabeza ideas de todo tipo. Tuve
que recordarme a mí mismo que el castigo no forma parte de las opciones. Pero luego
te ofreciste. —Baja la vista hacia mí a través de la máscara—. ¿Por qué hiciste eso?
—musita.
—¿Ofrecerme? No lo sé. Frustración… demasiado alcohol… una buena
causa —musito sumisa, y me encojo de hombros.
¿Quizá para llamar su atención?
En aquel momento le necesitaba. Ahora le necesito más. El dolor ha
empeorado y sé que él puede aliviarlo, calmar su rugido, y la bestia que hay en mí
saliva por la bestia que hay en él. Harry aprieta los labios, ahora no son más que
una fina línea, y se lame despacio el labio superior. Quiero esa lengua en mi interior.
—Me juré a mí mismo que no volvería a pegarte, aunque me lo suplicaras.
—Por favor —suplico.
—Pero luego me di cuenta de que en este momento probablemente estés
muy incómoda, y eso no es algo a lo que estés acostumbrada.
Me sonríe con complicidad, ese cabrón arrogante, pero no me importa
porque tiene toda la razón.
—Sí —musito.
—Así que puede que haya cierta… flexibilidad. Si lo hago, has de
prometerme una cosa.
—Lo que sea.
—Utilizarás las palabras de seguridad si las necesitas, y yo simplemente te
haré el amor, ¿de acuerdo?
—Sí.
Estoy jadeando. Quiero sus manos sobre mí.
Él traga saliva, luego me da la mano y se dirige hacia la cama. Aparta el
cobertor, se sienta, coge una almohada y la coloca a un lado. Levanta la vista para
verme de pie a su lado, y de pronto tira fuerte de mi mano, de manera que caigo sobre
su regazo. Se mueve un poco hasta que mi cuerpo queda apoyado sobre la cama y mi
pecho está encima de la almohada. Se inclina hacia delante, me aparta el pelo del
hombro y pasa los dedos por el penacho de plumas de mi máscara.
—Pon las manos detrás de la espalda —murmura.
¡Oh…! Se quita la pajarita y la utiliza para atarme rápidamente las
muñecas, de modo que mis manos quedan atadas sobre la parte baja de la espalda.
—¿Realmente deseas esto,__________?
Cierro los ojos. Es la primera vez desde que le conozco que realmente
quiero esto. Lo necesito.
—Sí —susurro.
—¿Por qué? —pregunta en voz baja mientras me acaricia el trasero con la
palma de la mano.
Yo gimo en cuanto su mano entra en contacto con mi piel. No sé por qué…
Tú me dijiste que no pensara demasiado. Después de un día como hoy… con la
discusión sobre el dinero, Leila, la señora Robinson, ese dossier sobre mí, el mapa de
zonas prohibidas, esta espléndida fiesta, las máscaras, el alcohol, las bolas de plata, la
subasta… deseo esto.
—¿He de tener un motivo?
—No, nena, no hace falta —dice—. Solo intento entenderte.
Su mano izquierda se curva sobre mi cintura, sujetándome sobre su regazo,
y entonces levanta la palma derecha de mi trasero y golpea con fuerza, justo donde se
unen mis muslos. Ese dolor conecta directamente con el de mi vientre.
Oh, Dios… gimo con fuerza. Él vuelve a pegarme, exactamente en el mismo
sitio. Suelto otro gemido.
—Dos —susurra—. Con doce bastará.
¡Oh…! Tengo una sensación muy distinta a la de la última vez: tan carnal,
tan… necesaria. Harry me acaricia el culo con los largos dedos de sus manos, y
mientras tanto yo estoy indefensa, atada y sujeta contra el colchón, a su merced, y por
mi propia voluntad. Me azota otra vez, ligeramente hacia el costado, y otra, en el otro
lado, luego se detiene, me baja las medias lentamente y me las quita. Desliza
suavemente otra vez la palma de la mano sobre mi trasero antes de seguir golpeando…
cada escozor del azote alivia mi anhelo, o lo acrecienta… no lo sé. Me someto al ritmo
de los cachetes, absorbiendo cada uno de ellos, saboreando cada uno de ellos.
—Doce —murmura en voz baja y ronca.
Vuelve a acariciarme el trasero, baja la mano hasta mi sexo y hunde
lentamente dos dedos en mi interior, y los mueve en círculo, una y otra y otra vez,
torturándome.
Lanzo un gruñido cuando siento que mi cuerpo me domina, y llego al
clímax, y luego otra vez, convulsionándome alrededor de sus dedos. Es tan intenso,
inesperado y rápido…
—Muy bien, nena —musita satisfecho.
Me desata las muñecas, manteniendo los dedos dentro de mí mientras sigo
tumbada sobre él, jadeando, agotada.
—Aún no he acabado contigo, _______ —dice, y se mueve sin retirar los
dedos.
Desliza mis rodillas hasta el suelo, de manera que ahora estoy inclinada y
apoyada sobre la cama. Se arrodilla en el suelo detrás de mí y se baja la cremallera.
Saca los dedos de mi interior, y escucho el familiar sonido cuando rasga el paquetito
plateado.
—Abre las piernas —gruñe, y yo obedezco.
Y, de un golpe, me penetra por detrás.
—Esto va a ser rápido, nena —murmura, y, sujetándome las caderas, sale
de mi interior y vuelve a entrar con ímpetu.
—Ah —grito, pero la plenitud es celestial.
Impacta directamente contra el vientre dolorido, una y otra vez, y lo alivia
con cada embestida dura y dulce. La sensación es alucinante, justo lo que necesito. Y
me echo hacia atrás para unirme a él en cada embate.
—__________, no —resopla, e intenta inmovilizarme.
Pero yo le deseo tanto que me acoplo a él en cada embestida.
—Mierda, ________ —sisea cuando se corre, y el atormentado sonido me lanza
de nuevo a una espiral de orgasmo sanador, que sigue y sigue, haciendo que me
retuerza y dejándome exhausta y sin respiración.
Harry se inclina, me besa el hombro y luego sale de mí. Me rodea con
sus brazos, apoya la cabeza en mitad de mi espalda, y nos quedamos así, los dos
arrodillados junto a la cama. ¿Cuánto? ¿Segundos? Minutos incluso, hasta que se calma
nuestra respiración. El dolor en el vientre ha desaparecido, y lo que siento es una
serenidad satisfecha y placentera.
Harry se mueve y me besa la espalda.
—Creo que me debe usted un baile, señorita Steele —musita.
—Mmm —contesto, saboreando la ausencia de dolor y regodeándome en
esa sensación.
Él se sienta sobre los talones y tira de mí para colocarme en su regazo.
—No tenemos mucho tiempo. Vamos.
Me besa el pelo y me obliga a ponerme de pie.
Yo protesto, pero vuelvo a sentarme en la cama, recojo las medias del
suelo y me las pongo. Me acerco doliente a la silla para recuperar mi vestido. Caigo en
la cuenta distraídamente de que no me he quitado los zapatos durante nuestro ilícito
encuentro. Harry se está anudando la pajarita, después de haberse arreglado un
poco él y también la cama.
Y mientras vuelvo a ponerme el vestido, miro las fotografías del panel.
Harry cuando era un adolescente hosco, pero aun así igual de atractivo que ahora:
con Elliot y Mia en las pistas de esquí; solo en París, con el Arco de Triunfo de fondo;
en Londres; en Nueva York; en el Gran Cañón; en la ópera de Sidney; incluso en la
Muralla China. El amo Styles ha viajado mucho desde muy joven.
Hay entradas de varios conciertos: U2, Metallica, The Verve, Sheryl Crow;
la Filarmónica de Nueva York interpretando Romeo y Julieta de Prokofiev… ¡qué
mezcla tan ecléctica! Y en una esquina, una foto tamaño carnet de una joven. En blanco
y negro. Me suena, pero que me aspen si la identifico. No es la señora Robinson,
gracias a Dios.
—¿Quién es? —pregunto.
—Nadie importante —contesta mientras se pone la chaqueta y se ajusta la
pajarita—. ¿Te subo la cremallera?
—Por favor. Entonces, ¿por qué la tienes en el panel?
—Un descuido por mi parte. ¿Qué tal la pajarita?
Levanta la barbilla como un niño pequeño, y yo sonrío y se la arreglo.
—Ahora está perfecta.
—Como tú —murmura, me atrae hacia él y me besa apasionadamente—.
¿Estás mejor?
—Mucho mejor, gracias, señor Styles.
—El placer ha sido mío, señorita Steele.
Los invitados se están congregando en la gran pérgola. Harry me mira
complacido —hemos llegado justo a tiempo—, y me conduce a la pista de baile.
—Y ahora, damas y caballeros, ha llegado el momento del primer baile.
Señor y doctora Styles, ¿están listos?
Carrick asiente y rodea con sus brazos a Grace.
—Damas y caballeros de la Subasta del Baile Inaugural, ¿están
preparados?
Todos asentimos. Mia está con alguien que no conozco. Me pregunto qué ha
pasado con Sean.
—Pues empecemos. ¡Adelante, Sam!
Un joven aparece en el escenario en medio de un cálido aplauso, se vuelve
hacia la banda que está a sus espaldas y chasquea los dedos. Los conocidos acordes de
«I’ve Got You Under My Skin» inundan el aire.
Harry me mira sonriendo, me toma en sus brazos y empieza a moverse.
Oh, baila tan bien que es muy fácil seguirle. Nos sonreímos mutuamente como tontos,
mientras me hace girar alrededor de la pista.
—Me encanta esta canción —murmura Harry, y baja los ojos hacia mí
—. Resulta muy apropiada.
Ya no sonríe, está serio.
—Yo también te tengo bajo la piel —respondo—. Al menos te tenía en tu dormitorio.
Frunce los labios, pero es incapaz de disimular su regocijo.
—Señorita Steele —me reprocha en tono de broma—, no tenía ni idea de
que pudiera ser tan grosera.
—Señor Styles, yo tampoco. Creo que es a causa de todas mis experiencias
recientes. Han sido muy educativas.
—Para ambos.
Harry vuelve a estar serio, y se diría que estamos los dos solos con la
banda. En nuestra burbuja privada.
Cuando termina la canción, los dos aplaudimos. Sam, el cantante, saluda
con elegancia y presenta a su banda.
—¿Puedo interrumpir?
Reconozco al hombre que pujó por mí en la subasta. Harry me suelta de
mala gana, pero parece también divertido.
—Adelante. _______, este es John Flynn. John,________.
¡Oh, no!
Harry sonríe y se aleja con paso tranquilo hacia un lateral de la pista de
baile.
—¿Cómo estás,____________? —dice el doctor Flynn en tono afable, y me doy
cuenta de que es inglés.
—Hola —balbuceo.
La banda inicia otra canción, y el doctor Flynn me toma entre sus brazos. Es
mucho más joven de lo que imaginaba, aunque no puedo verle la cara. Lleva una
máscara parecida a la de Harry. Es alto, pero no tanto como Harry, ni tampoco
se mueve con su gracia natural.
¿Qué le digo? ¿Por qué Harry está tan jodido? ¿Por qué ha apostado por
mí? Eso es lo único que quiero preguntarle, pero me parece una grosería en cierto
sentido.
—Estoy encantado de conocerte por fin, ________. ¿Lo estás pasando bien?
—pregunta.
—Lo estaba —murmuro.
—Oh, espero no ser el responsable de tu cambio de humor.
Me obsequia con una sonrisa breve y afectuosa que hace que me sienta algo
más a gusto.
—Usted es el psiquiatra, doctor Flynn. Dígamelo usted.
Sonríe.
—Ese es el problema, ¿verdad? ¿Que soy psiquiatra?
Se me escapa una risita.
—Me siento un poco intimidada y avergonzada, porque me preocupa lo que
pueda revelarme. Y la verdad es que lo único que quiero hacer es preguntarle acerca
de Harry.
Sonríe.
—En primer lugar, estamos en una fiesta, de manera que no estoy de
servicio —musita con aire cómplice—. Y, en segundo, lo cierto es que no puedo
hablar contigo sobre Harry. Además —bromea—, le necesitamos al menos hasta
Navidad.
Doy un respingo, atónita.
—Es una broma de médicos, __________.
Me ruborizo, incómoda, y me siento un poco ofendida. Está bromeando a
costa de Harry.
—Acaba de confirmar lo que he estado diciéndole a Harry… que no es
usted más que un charlatán carísimo —le reprocho.
El doctor Flynn reprime una carcajada.
—Puede que tengas parte de razón.
—¿Es usted inglés?
—Sí. Nacido en Londres.
—¿Y cómo acabó usted aquí?
—Por una feliz circunstancia.
—No es muy extrovertido, ¿verdad?
—No tengo mucho que contar. La verdad es que soy una persona muy
aburrida.
—Eso es ser muy autocrítico.
—Típico de los británicos. Forma parte de nuestro carácter nacional.
—Ah.
—Y podría acusarte a ti de lo mismo, _________.
—¿De ser también una persona aburrida, doctor Flynn?
Suelta un bufido.
—No, ________, de no ser extrovertida.
—No tengo mucho que contar —replico sonriendo.
—Lo dudo, sinceramente.
Y, de forma inesperada, frunce el ceño.
Me ruborizo, pero entonces la música cesa y Harry vuelve a aparecer a
mi lado. El doctor Flynn me suelta.
—Ha sido un placer conocerte,_________.
Vuelve a sonreírme afectuosamente, y tengo la sensación de haber pasado
una especie de prueba encubierta.
—John —le saluda Harry con un gesto de la cabeza.
—Harry —le devuelve el saludo el doctor Flynn, luego gira sobre sus
talones y desaparece entre la multitud.
Harry me coge entre sus brazos para el siguiente baile.
—Es mucho más joven de lo que esperaba —le digo en un murmullo—. Y
tremendamente indiscreto.
—¿Indiscreto? —pregunta Harry, ladeando la cabeza.
—Ah, sí, me lo ha contado todo.
Harry se pone rígido.
—Bien, en ese caso iré a buscar tu bolso. Estoy seguro de que ya no
querrás tener nada que ver conmigo —añade en voz baja.
Me paro en seco.
—¡No me ha contado nada!
Mi voz rezuma pánico.
Harry parpadea y el alivio inunda su cara. Me acoge de nuevo en sus
brazos.
—Entonces disfrutemos del baile.
Me dedica una sonrisa radiante, me hace girar al compás de la música, y yo
me tranquilizo.
¿Por qué ha pensado que querría dejarle? No tiene sentido.
Bailamos dos temas más, y me doy cuenta de que tengo que ir al baño.
—No tardaré.
Al dirigirme hacia el tocador, recuerdo que me he dejado el bolso sobre la
mesa de la cena, así que vuelvo a la carpa. Al entrar veo que sigue iluminada pero
prácticamente desierta, salvo por una pareja al fondo… ¡que debería buscarse una
habitación! Recojo mi bolso.
—¿___________?
Una voz suave me sobresalta, me doy la vuelta y veo a una mujer con un
vestido de terciopelo negro, largo y ceñido. Lleva una máscara singular. Le cubre la
cara hasta la nariz, pero también el cabello. Está hecha de elaboradas filigranas de oro,
algo realmente extraordinario.
—Me alegro mucho de encontrarte a solas —dice en voz baja—. Me he
pasado toda la velada queriendo hablar contigo.
—Perdone, pero no sé quién es.
Se aparta la máscara de la cara y se suelta el pelo.
¡Oh, no! Es la señora Robinson.
—Lamento haberte sobresaltado.
La miro boquiabierta. Madre mía… ¿qué diablos querrá esta mujer de mí?
No sé qué dicta el protocolo acerca de relacionarse socialmente con
pederastas. Ella me sonríe con dulzura y me indica con un gesto que me siente a su
mesa. Y, dado que carezco de todo punto de referencia y estoy anonadada, hago lo que
me pide por educación, agradeciendo no haberme quitado la máscara.
—Seré breve, _________. Sé lo que piensas de mí… Harry me lo contó.
La observo impasible, sin expresar nada, pero me alegro de que lo sepa.
Así me ahorro tener que decírselo y ella puede ir al grano. Hay una parte de mí que se
muere por saber qué tendrá que decirme.
Hace una pequeña pausa y echa un vistazo por encima de mi hombro.
—Taylor nos está vigilando.
Echo un vistazo de reojo y le veo examinando la carpa desde el umbral.
Sawyer le acompaña. Miran a todas partes salvo a nosotras.
—No tenemos mucho tiempo —dice apresuradamente—. Ya debes tener claro que Harry está enamorado de ti. Nunca le había visto así, nunca —añade,
enfatizando la última palabra.
¿Qué? ¿Que me quiere? No. ¿Por qué me dice ella esto? ¿Para
tranquilizarme? No entiendo nada.
—Él no te lo dirá porque probablemente ni siquiera sea consciente de ello,
a pesar de que se lo he dicho, pero Harry es así. No acepta con facilidad ningún tipo de emoción o sentimiento positivo que pueda experimentar. Se maneja mucho
mejor con lo negativo. Aunque seguramente eso ya lo has comprobado por ti misma.
No se valora en absoluto.
Todo me da vueltas. ¿Harry me quiere? ¿Él no me lo ha dicho, y esta
mujer tiene que explicarle qué es lo que siente? Todo esto me supera.
Un aluvión de imágenes acude a mi mente: el iPad, el planeador, coger un
avión privado para ir a verme, todos sus actos, su posesividad, cien mil dólares por un
baile… ¿Es eso amor?
Y oírlo de boca de esta mujer, que ella tenga que confirmármelo, es,
francamente, desagradable. Preferiría oírselo a él.
Se me encoge el corazón. Harry cree que no vale nada. ¿Por qué?
—Yo nunca le he visto tan feliz, y es evidente que tú también sientes algo
por él. —Una sonrisa fugaz brota en sus labios—. Eso es estupendo, y os deseo lo
mejor a los dos. Pero lo que quería decir es que, si vuelves a hacerle daño, iré a por ti,
señorita, y eso no te gustará nada.
Me mira fijamente, perforándome el cerebro con sus gélidos ojos azules
que intentan llegar más allá de la máscara. Su amenaza es tan sorprendente, tan
descabellada, que se me escapa sin querer una risita incrédula. De todas las cosas que
podía decirme, esta era la que menos esperaba de ella.
—¿Te parece gracioso,_________? —masculla consternada—. Tú no le viste el sábado pasado.
Palidezco y me pongo seria. No es agradable imaginar a Harry infeliz, y
el sábado pasado le abandoné. Tuvo que recurrir a ella. Esa idea me descompone. ¿Por
qué estoy aquí sentada escuchando toda esta basura, y de ella, nada menos? Me levanto
despacio, sin dejar de mirarla.
—Me sorprende su desfachatez, señora Lincoln. Harry y yo no tenemos
nada que ver con usted. Y si le abandono y usted viene a por mí, la estaré esperando,
no tenga ninguna duda de ello. Y quizá le pague con su misma moneda, para resarcir al
pobre chico de quince años del que usted abusó y al que probablemente destrozó aún
más de lo que ya estaba.
Se queda estupefacta.
—Y ahora, si me perdona, tengo mejores cosas que hacer en vez de perder
el tiempo con usted.
Me doy la vuelta, sintiendo una descarga de rabia y adrenalina por todo el
cuerpo, y me dirijo hacia la entrada de la carpa, donde están Taylor y Harry, que
acaba de llegar, con aspecto nervioso y preocupado.
—Estás aquí —musita, y frunce el ceño al ver a Elena.
Yo paso por su lado sin detenerme, sin decir nada, dándole la oportunidad
de escoger entre ella y yo. Elige bien.
—________ —me llama. Me paro y le miro mientras él acude a mi lado—. ¿Qué
ha pasado?
Y baja los ojos para observarme, con la inquietud grabada en la cara.
—¿Por qué no se lo preguntas a tu ex? —replico con acidez.
Él tuerce la boca y su mirada se torna gélida.
—Te lo estoy preguntando a ti.
No levanta la voz, pero el tono resulta mucho más amenazador.
Nos fulminamos mutuamente con la mirada.
Muy bien, ya veo que esto acabará en una pelea si no se lo digo.
—Me ha amenazado con ir a por mí si vuelvo a hacerte daño… armada con
un látigo, seguramente —le suelto.
El alivio se refleja en su cara y dulcifica el gesto con expresión divertida.
—Seguro que no se te ha pasado por alto la ironía de la situación —dice, y
noto que hace esfuerzos para que no se le escape la risa.
—¡Esto no tiene gracia, Harry!
—No, tienes razón. Hablaré con ella —dice, adoptando un semblante serio,
pero sonriendo aún para sí.
—Eso ni pensarlo —replico cruzando los brazos, nuevamente indignada.
Parpadea, sorprendido ante mi arrebato.
—Mira, ya sé que estás atado a ella financieramente, si me permites el
juego de palabras, pero…
Me callo. ¿Qué le estoy pidiendo que haga? ¿Abandonarla? ¿Dejar de
verla? ¿Puedo hacer eso?
—Tengo que ir al baño —digo al fin con gesto adusto.
Él suspira e inclina la cabeza a un lado. ¿Se puede ser más sensual? ¿Es la
máscara, o simplemente él?
—Por favor, no te enfades. Yo no sabía que ella estaría aquí. Dijo que no
vendría. —Emplea un tono apaciguador, como si hablara con una niña. Alarga la mano
y resigue con el pulgar el mohín que dibuja mi labio inferior—. No dejes que Elena
nos estropee la noche, por favor, _______. Solo es una vieja amiga.
«Vieja», esa es la palabra clave, pienso con crueldad mientras él me
levanta la barbilla y sus labios rozan mi boca con dulzura. Yo suspiro y pestañeo,
rendida. Él se yergue y me sujeta del codo.
—Te acompañaré al tocador y así no volverán a interrumpirte.
Me conduce a través del jardín hasta los lujosos baños portátiles. Mia me
dijo que los habían instalado para la gala, pero no sabía que hubiera modelos de lujo.
—Te espero aquí, nena —murmura.
Cuando salgo, estoy de mejor humor. He decidido no dejar que la señora
Robinson me arruine la noche, porque seguramente eso es lo que ella quiere. Harry
se ha alejado un poco y habla por teléfono, apartado de un reducido grupo que está
charlando y riendo. A medida que me acerco, oigo lo que dice.
—¿Por qué cambiaste de opinión? Creía que estábamos de acuerdo. Bien,
pues déjala en paz —dice muy seco—. Esta es la primera relación que he tenido en mi
vida, y no quiero que la pongas en peligro basándote en una preocupación por mí
totalmente infundada. Déjala… en… paz. Lo digo en serio, Elena. —Se calla y escucha
—. No, claro que no. —Y frunce ostensiblemente el ceño al decirlo. Levanta la vista y
me ve mirándole—. Tengo que dejarte. Buenas noches.
Aprieta el botón y cuelga.
Yo inclino la cabeza a un lado y arqueo una ceja. ¿Por qué la ha
telefoneado?
—¿Cómo está la vieja amiga?
—De mal humor —responde mordaz—. ¿Te apetece volver a bailar? ¿O
quieres irte? —Consulta su reloj—. Los fuegos artificiales empiezan dentro de cinco
minutos.
—Me encantan los fuegos artificiales.
—Pues nos quedaremos a verlos. —Me pasa un brazo alrededor del
hombro y me atrae hacia él—. No dejes que ella se interponga entre nosotros, por
favor.
—Se preocupa por ti —musito.
—Sí, y yo por ella… como amiga.
—Creo que para ella es más que una amistad.
Tuerce el gesto.
—__________, Elena y yo… es complicado. Compartimos una historia. Pero
solo es eso, historia. Como ya te he dicho muchas veces, es una buena amiga. Nada
más. Por favor, olvídate de ella.
Me besa el cabello, y, para no estropear nuestra noche, decido dejarlo
correr. Tan solo intento entender.
Caminamos de la mano hacia la pista de baile. La banda sigue en plena
actuación.
—________.
Me doy la vuelta y ahí está Carrick.
—Me preguntaba si me harías el honor de concederme el próximo baile.
Me tiende la mano. Harry se encoge de hombros, sonríe y me suelta, y
yo dejo que Carrick me lleve a la pista de baile. Sam, el líder de la banda, empieza a
cantar «Come Fly with Me», y Carrick me pasa el brazo por la cintura y me conduce
girando suavemente hacia el gentío.
—Quería agradecerte tu generosa contribución a nuestra obra benéfica,
____________.
Por el tono, sospecho que está dando un rodeo para preguntarme si puedo
permitírmelo.
—Señor Styles…
—Llámame Carrick, por favor, __________.
—Estoy encantada de poder contribuir. Recibí un dinero que no esperaba, y
no lo necesito. Y la causa lo vale.
Él me sonríe, y yo sopeso la conveniencia de hacerle un par de preguntas
inocentes. Carpe diem, sisea mi subconsciente, ahuecando la mano en torno a su boca.
—Harry me ha hablado un poco de su pasado, así que considero muy
apropiado apoyar este proyecto —añado, esperando que eso anime a Carrick a
desvelarme algo del misterio que rodea a su hijo.
Él se muestra sorprendido.
—¿Te lo ha contado? Eso es realmente insólito. Está claro que ejerces un
efecto positivo en él,_________. No creo haberle visto nunca tan… tan… optimista.
Me ruborizo.
—Lo siento, no pretendía incomodarte.
—Bueno, según mi limitada experiencia, él es un hombre muy peculiar —
apunto.
—Sí —corrobora Carrick.
—Por lo que me ha contado Harry, los primeros años de su infancia
fueron espantosamente traumáticos.
Carrick frunce el ceño, y me preocupa haber ido demasiado lejos.
—Mi esposa era la doctora de guardia cuando le trajo la policía. Estaba en
los huesos, y seriamente deshidratado. No hablaba. —Carrick, sumido en ese terrible
recuerdo, ajeno al alegre compás de la música que nos rodea, tuerce otra vez el gesto
—. De hecho, estuvo casi dos años sin hablar. Lo que finalmente le sacó de su mutismo
fue tocar el piano. Ah, y la llegada de Mia, naturalmente.
Me sonríe con cariño.
—Toca maravillosamente bien. Y ha conseguido tantas cosas en la vida que
debe de estar muy orgulloso de él —digo con la voz casi quebrada.
¡Dios santo! Estuvo dos años sin hablar.
—Inmensamente. Es un joven muy decidido, muy capaz, muy brillante.
Pero, entre tú y yo, _________-, verlo cómo está esta noche… relajado, comportándose
como alguien de su edad… eso es lo que realmente nos emociona a su madre y a mí.
Eso es lo que estábamos comentando hoy mismo. Y creo que debemos darte las gracias
por ello.
Una sensación de rubor me invade de la cabeza a los pies. ¿Qué debo decir
ahora?
—Siempre ha sido un chico muy solitario. Nunca creímos que le veríamos
con alguien. Sea lo que sea lo que estás haciendo con él, por favor, sigue haciéndolo.
Nos gusta verle feliz. —De pronto se calla, como si fuera él quien hubiera ido
demasiado lejos—. Lo siento, no pretendía incomodarte.
Niego con la cabeza.
—A mí también me gusta verle feliz —musito, sin saber qué más decir.
—Bien, estoy encantado de que hayas venido esta noche. Ha sido un
auténtico placer veros a los dos juntos.
Mientras los últimos acordes de «Come Fly with Me» se apagan, Carrick
me suelta y se inclina educadamente, y yo hago una reverencia, imitando su cortesía.
—Ya está bien de bailar con ancianos.
Harry ha vuelto a aparecer. Carrick se echa a reír.
—No tan «anciano», hijo. Todo el mundo sabe que he tenido mis momentos.
Carrick me guiña un ojo con aire pícaro, y se aleja con paso tranquilo y
elegante.
—Me parece que le gustas a mi padre —susurra Harry mientras observa
a Carrick mezclándose entre el gentío.
—¿Cómo no voy a gustarle? —comento, coqueta, aleteando las pestañas.
—Bien dicho, señorita Steele. —Y me arrastra a sus brazos en cuanto la
banda empieza a tocar «It Had to Be You»—. Baila conmigo —susurra, seductor.
—Con mucho gusto, Señor Styles —le respondo sonriendo, y él me lleva de
nuevo en volandas a través de la pista.
* * *
A medianoche bajamos paseando hasta la orilla, entre la carpa y el
embarcadero, donde los demás asistentes a la fiesta se han reunido para contemplar los
fuegos artificiales. El maestro de ceremonias, de nuevo al mando, ha permitido que nos
quitáramos las máscaras para poder ver mejor el espectáculo. Harry me rodea con
el brazo, pero soy muy consciente de que Taylor y Sawyer están cerca, probablemente
porque ahora estamos en medio de una multitud. Miran hacia todas partes excepto al
embarcadero, donde dos pirotécnicos vestidos de negro están haciendo los últimos
preparativos. Al ver a Taylor, pienso en Leila. Quizá esté aquí. Oh, Dios… La idea me
provoca escalofríos, y me acurruco junto a Harry. Él baja la mirada y me abraza
más fuerte.
—¿Estás bien, nena? ¿Tienes frío?
—Estoy bien.
Echo un vistazo hacia atrás y veo, cerca de nosotros, a los otros dos
guardaespaldas, cuyos nombres he olvidado. Harry me coloca delante de él y me
rodea los hombros con los brazos.
De repente, los compases de una pieza clásica retumban en el embarcadero
y dos cohetes se elevan en el aire, estallando con una detonación ensordecedora sobre
la bahía e iluminándola por entero con una deslumbrante panoplia de chispas naranjas
y blancas, que se reflejan como una fastuosa lluvia luminosa sobre las tranquilas aguas
de la bahía. Contemplo con la boca abierta cómo se elevan varios cohetes más, que
estallan en el aire en un caleidoscopio de colores.
No recuerdo haber visto nunca una exhibición pirotécnica tan
impresionante, excepto quizá en televisión, y allí nunca se ven tan bien. Está todo
perfectamente acompasado con la música. Una salva tras otra, una explosión tras otra,
y luces incesantes que despiertan las exclamaciones admiradas de la multitud. Es algo
realmente sobrecogedor.
Sobre el puente de la bahía, varias fuentes de luz plateada se alzan unos
seis metros en el aire, cambiando de color: del azul al rojo, luego al naranja y de
nuevo al gris plata… y cuando la música alcanza el crescendo, estallan aún más
cohetes.
Empieza a dolerme la mandíbula por culpa de la bobalicona sonrisa de
asombro que tengo grabada en la cara. Miro de reojo a Cincuenta, y él está igual,
maravillado como un niño ante el sensacional espectáculo. Para acabar, una andanada
de seis cohetes surca el aire y explotan simultáneamente bañándonos en una espléndida
luz dorada, mientras la multitud irrumpe en un aplauso frenético y entusiasta.
—Damas y caballeros —proclama el maestro de ceremonias cuando los
vítores decrecen—. Solo un apunte más que añadir a esta extraordinaria velada: su
generosidad ha alcanzado la cifra total de ¡un millón ochocientos cincuenta y tres mil
dólares!
Un aplauso espontáneo brota de nuevo, y sobre el puente aparece un
mensaje con las palabras «Gracias de parte de Afrontarlo Juntos», formadas por líneas
centellanes de luz plateada que brillan y refulgen sobre el agua.
—Oh, Harry… esto es maravilloso.
Levanto la vista, fascinada, y él se inclina para besarme.
—Es hora de irse —murmura, y una enorme sonrisa se dibuja en su
hermoso rostro al pronunciar esas palabras tan prometedoras.
De repente, me siento muy cansada.
Alza de nuevo la vista, buscando entre la multitud que empieza a
dispersarse, y ahí está Taylor. Se dicen algo sin pronunciar palabra.
—Quedémonos por aquí un momento. Taylor quiere que esperemos hasta
que la gente se vaya.
Ah.
—Creo que ha envejecido cien años por culpa de los fuegos artificiales —
añade.
—¿No le gustan los fuegos artificiales?
Harry me mira con cariño y niega con la cabeza, pero no aclara nada.
—Así que Aspen, ¿eh? —dice, y sé que intenta distraerme de algo.
Funciona.
—Oh… no he pagado la puja —digo apurada.
—Puedes mandar el talón. Tengo la dirección.
—Estabas realmente enfadado.
—Sí, lo estaba.
Sonrío.
—La culpa es tuya y de tus juguetitos.
—Te sentías bastante abrumada por toda la situación, señorita Steele. Y el
resultado ha sido de lo más satisfactorio, si no recuerdo mal. —Sonríe lascivo—. Por
cierto, ¿dónde están?
—¿Las bolas de plata? En mi bolso.
—Me gustaría recuperarlas. —Me mira risueño—. Son un artilugio
demasiado potente para dejarlo en tus inocentes manos.
—¿Tienes miedo de que vuelva a sentirme abrumada, con otra persona
quizá?
Sus ojos brillan peligrosamente.
—Espero que eso no pase —dice con un deje de frialdad en la voz—. Pero
no,_________. Solo deseo tu placer.
Uau.
—¿No te fías de mí?
—Se sobrentiende. Y bien, ¿vas a devolvérmelas?
—Me lo pensaré.
Me mira con los ojos entornados.
Vuelve a sonar música en la pista de baile, pero ahora es un disc-jockey el
que ha puesto un tema disco, con un bajo que marca un ritmo implacable.
—¿Quieres bailar?
—Estoy muy cansada, Harry. Me gustaría irme, si no te importa.
Harry mira a Taylor, este asiente, y nos encaminamos hacia la casa
siguiendo a un grupo de invitados bastante ebrios. Agradezco que Harry me dé la
mano; me duelen los pies por culpa de estos zapatos tan prietos y con unos tacones tan
altos.
Mia se acerca dando saltitos.
—No os iréis ya, ¿verdad? Ahora empieza la música auténtica. Vamos, ________
—me dice, cogiéndome de la mano.
—Mia —la reprende Harry—, _________ está muy cansada. Nos vamos
a casa. Además, mañana tenemos un día importante.
¿Ah, sí?
Mia hace un mohín, pero sorprendentemente no presiona a Harry.
—Tenéis que venir algún día de la próxima semana. _______, tal vez podríamos
ir juntas de compras.
—Claro, Mia.
Sonrío, aunque en el fondo de mi mente me preguntó cómo, porque yo tengo
que trabajar para vivir.
Me da un beso fugaz y luego abraza fuerte a Harry, para sorpresa de
ambos. Y algo todavía más extraordinario: apoya las manos en las solapas de su
chaqueta y él, indulgente, se limita a bajar la vista hacia ella.
—Me gusta verte tan feliz —le dice Mia con dulzura y le besa en la mejilla
—. Adiós, que os divirtáis.
Y corre a reunirse con sus amigos que la esperan, entre ellos Lily, quien,
despojada de la máscara, tiene una expresión aún más amarga si cabe.
Me pregunto vagamente dónde estará Sean.
—Les diremos buenas noches a mis padres antes de irnos. Ven.
Harry me lleva a través de un grupo de invitados hasta donde están
Grace y Carrick, que se despiden de nosotros con simpatía y cariño.
—Por favor, vuelve cuando quieras, _______, ha sido un placer tenerte
aquí —dice Grace afectuosamente.
Me siento un poco superada tanto por su reacción como por la de Carrick.
Por suerte, los padres de Grace ya se han ido, así que al menos me he ahorrado su
efusividad.
Harry y yo vamos tranquilamente de la mano hasta la entrada de la
mansión, donde una fila interminable de coches espera para recoger a los invitados.
Miro a Cincuenta. Parece feliz y relajado. Es un auténtico placer verle así, aunque
sospecho que no tiene nada de extraño después de un día tan extraordinario.
—¿Vas bien abrigada? —me pregunta.
—Sí, gracias —respondo, envolviéndome en mi chal de satén.
—He disfrutado mucho de la velada,_________. Gracias.
—Yo también. De unas partes más que de otras —digo sonriendo.
Él también sonríe y asiente, y luego arquea una ceja.
—No te muerdas el labio —me advierte de un modo que me altera la
sangre.
—¿Qué querías decir con que mañana es un día importante? —pregunto,
para distraer mi mente.
—La doctora Greene vendrá para solucionar lo tuyo. Además, tengo una
sorpresa para ti.
—¡La doctora Greene!
Me paro en seco.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque odio los preservativos —dice tranquilamente.
Sus ojos, que brillan bajo la suave luz de los farolillos de papel, escrutan
mi reacción.
—Es mi cuerpo —murmuro, molesta porque no me lo haya consultado.
—También es mío —susurra.
Le miro fijamente mientras varios invitados pasan por nuestro lado sin
hacernos caso. Su expresión es muy seria. Sí, mi cuerpo es suyo… él lo sabe mejor que
yo.
Alargo la mano y él parpadea levemente, pero se queda quieto. Cojo una
punta de la pajarita, tiro de ella y la desato, dejando a la vista el botón superior de su
camisa. Lo desabrocho con cuidado.
—Así estás muy sensual —susurro.
De hecho, siempre está sensual, pero así aún más.
Sonríe.
—Tengo que llevarte a casa. Ven.
Cuando llegamos al coche, Sawyer le entrega un sobre a Harry. Frunce
el ceño y me mira cuando Taylor me abre la puerta para que suba. Por alguna razón,
Taylor parece aliviado. Harry entra en el coche y me da el sobre, sin abrir, mientras
Taylor y Sawyer ocupan sus asientos delante.
—Va dirigido a ti. Alguien del servicio se lo dio a Sawyer. Sin duda, de
parte de otro corazón cautivo.
Harry hace una mueca. Es obvio que la idea le desagrada.
Miro la nota. ¿De quién será? La abro y me apresuro a leerla bajo la escasa
luz. Oh, no… ¡es de ella! ¿Por qué no me deja en paz?
Puede que te haya juzgado mal. Y está claro que tú me has juzgado mal a
mí. Llámame si necesitas llenar alguno de los espacios en blanco; podríamos quedar
para comer. Harry no quiere que hable contigo, pero estaría encantada de poder
ayudar. No me malinterpretes, apruebo lo vuestro, créeme… pero si le haces daño,
no sé lo que haría… Ya le han hecho bastante daño.
Llámame: (206) 279-6261.
Sra. Robinson
¡Maldita sea, ha firmado como «Sra. Robinson»! Él se lo contó. Cabrón…
—¿Se lo dijiste?
—¿Decirle qué?
—Que yo la llamo señora Robinson —replico.
—¿Es de Elena? —Harry se queda estupefacto—. Esto es ridículo —
exclama. Se pasa una mano por el cabello y le noto indignado—. Mañana hablaré con
ella. O el lunes —masculla malhumorado.
Y aunque me avergüenza admitirlo, una parte muy pequeña de mí se alegra.
Mi subconsciente asiente sagazmente. Elena le está irritando, y eso solo puede ser
bueno… seguro. Decido no decir nada más de momento, pero me guardo la nota en el
bolso y, para asegurarme de que recupere el buen humor, le devuelvo las bolas.
—Hasta la próxima —murmuro.
Él me mira; es difícil ver su cara en la oscuridad, pero creo que está
complacido. Me coge la mano y la aprieta.
Contemplo la noche a través de la ventanilla, pensando en este día tan
largo. He aprendido mucho sobre él, he recopilado muchos detalles que faltaban —los
salones, el mapa corporal, su infancia—, pero todavía queda mucho por descubrir. ¿Y
qué hay de la señora R.? Sí, se preocupa por él, y además mucho, se diría. Eso lo veo
claro, y también que él se preocupa por ella… pero no del mismo modo. Ya no sé qué
pensar. Tanta información me empieza a dar dolor de cabeza.
* * *
Harry me despierta justo cuando paramos frente al Escala.
—¿Tengo que llevarte en brazos? —pregunta, cariñoso.
Yo meneo la cabeza medio dormida. Ni hablar.
Al entrar en el ascensor, me apoyo en él y recuesto la cabeza en su hombro.
Sawyer está delante de nosotros y no deja de removerse, incómodo.
—Ha sido un día largo, ¿eh, __________?
Asiento.
—¿Cansada?
Asiento.
—No estás muy habladora.
Asiento y sonríe.
—Ven. Te llevaré a la cama.
Me da la mano y salimos del ascensor, pero cuando Sawyer levanta la
mano nos paramos en el vestíbulo. Y basta esa fracción de segundo para despertarme
totalmente. Sawyer le habla a la manga de su chaqueta. No tenía ni idea de que llevara
una radio.
—Entendido, T. —dice, y se vuelve hacia nosotros—. Señor Styles, han
rajado los neumáticos y han embadurnado de pintura el Audi de la señorita Steele.
Qué horror… ¡Mi coche! ¿Quién habrá sido? Y en cuanto me formulo la
pregunta mentalmente, sé la respuesta: Leila. Levanto la vista hacia Christian, que está
pálido.
—A Taylor le preocupa que quien lo haya hecho pueda haber entrado en el
apartamento y que aún siga ahí. Quiere asegurarse.
—Entiendo. —Harry suspira—. ¿Y qué piensa hacer?
—Está subiendo en el ascensor de servicio con Ryan y Reynolds. Lo
registrarán todo y luego nos darán luz verde. Yo esperaré con ustedes, señor.
—Gracias, Sawyer. —Harry tensa el brazo que me rodea el hombro—.
El día de hoy no para de mejorar. —Suspira amargamente, con la boca pegada a mi
cabello—. Escuchad, yo no soporto quedarme aquí esperando. Sawyer, ocúpate de la
señorita Steele. No dejes que entre hasta que esté todo controlado. Estoy seguro de que
Taylor exagera. Ella no puede haber entrado en el apartamento.
¿Qué?
—No, Harry… tienes que quedarte aquí conmigo —le ruego.
Harry me suelta.
—Haz lo que dicen, _______. Espera aquí.
¡No!
—¿Sawyer? —dice Harry.
Sawyer abre la puerta del vestíbulo para dejar que Harry entre en el
apartamento, y después cierra la puerta y se coloca delante de ella, mirándome
impasible.
Oh, no… ¡Harry! Imágenes terribles de todo tipo acuden a mi mente,
pero lo único que puedo hacer es quedarme a esperar.
CarolineR2
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
DIOS SIGUELA POR FAVOR AZ UN MARATON O ALGO!!
Blanca.Srta.Horan
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
VAS HAPPENIN¨?????
Hello!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Nuevisisisma lectora :)! AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
Enserio amiga desde la primera temporada me haz atrapadfo x completo!!!! me daba penita comentar pero ahora estoy aqui y con este capitulo me haz dejado...Sin palabras!!! esta novela sin duda es Estupenda ,genial!!!! la amo!! em he enamorado mas de HAZZA!!!! lo amo es taaan tierno voluble y Terriblemete SEXY!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! dios!! LOL!!!!!!!!!!! lo ame!°!°!°!°!°!°!°!°!°!°!°!°!°!°!° Por favor te lo suplico siguela cuanto antes !!!! haz maraton o algo!!! esta novela me encanta Felicidades sinceramente! muchas bendiciones!! y te lo suplico siguela pronto si no me muuueroooo!!!! Te adoro x cierto me llamo aby! hhe lamento no presentarme antes SIGUELA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!♥
*Abby Galvaan*
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
SIGUELA!! te quiero muchisimo me has enamorado con esta novela encerio siguela pronto.. ya quiero saber que pasara .. :)
vanessavalerio98
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
¡Aby Rock&Roll! escribió:
VAS HAPPENIN¨?????
Hello!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Nuevisisisma lectora :)! AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
Enserio amiga desde la primera temporada me haz atrapadfo x completo!!!! me daba penita comentar pero ahora estoy aqui y con este capitulo me haz dejado...Sin palabras!!! esta novela sin duda es Estupenda ,genial!!!! la amo!! em he enamorado mas de HAZZA!!!! lo amo es taaan tierno voluble y Terriblemete SEXY!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! dios!! LOL!!!!!!!!!!! lo ame!°!°!°!°!°!°!°!°!°!°!°!°!°!°!° Por favor te lo suplico siguela cuanto antes !!!! haz maraton o algo!!! esta novela me encanta Felicidades sinceramente! muchas bendiciones!! y te lo suplico siguela pronto si no me muuueroooo!!!! Te adoro x cierto me llamo aby! hhe lamento no presentarme antes SIGUELA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
BIENVENIDA ABY!!!!!!!!!!
COMO ERES NUEVA LECTORA VOY A HACER UN MARATON YA MISMO!
BESOS
CarolineR2
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
Maraton 1/6
Sawyer vuelve a hablarle a su manga.
—Taylor, el señor Styles ha entrado en el apartamento.
Parpadea, coge el auricular y se lo saca del oído, probablemente porque
acaba de recibir un contundente improperio por parte de Taylor.
Oh, no… si Taylor está preocupado…
—Por favor, déjeme entrar —le ruego.
—Lo siento, señorita Steele. No tardaremos mucho. —Sawyer levanta
ambas manos en gesto exculpatorio—. Taylor y los chicos están entrando ahora mismo en el apartamento.
Ahhh… Me siento tan impotente. De pie y completamente inmóvil, escucho
muy atenta, pendiente del menor sonido, pero lo único que oigo es mi propia
respiración convulsa. Es fuerte y entrecortada, me pica el cuero cabelludo, tengo la
boca seca y me siento mareada. Por favor, que no le pase nada a a Harry, rezo en
silencio.
No tengo ni idea de cuánto tiempo ha pasado, y seguimos sin oír nada.
Probablemente eso sea buena señal: no hay disparos. Me pongo a dar vueltas alrededor
de la mesa del vestíbulo y a contemplar los cuadros de las paredes para intentar
distraer mi mente.
La verdad es que nunca me había fijado: hay dieciséis, todas obras
figurativas y de temática religiosa: la Madona y el Niño. Qué extraño…
Harry no es religioso… ¿o sí? Todas las pinturas del gran salón son
abstractas; estas son muy distintas. No consiguen distraer mi mente durante mucho rato.
¿Dónde está Harry?
Observo a Sawyer, que me mira impasible.
—¿Qué está pasando?
—No hay novedades, señorita Steele.
De repente, se mueve el pomo de la puerta. Sawyer se gira rápidamente y
saca una pistola de la cartuchera del hombro.
Me quedo petrificada. Harry aparece en el umbral.
—Vía libre —dice.
Mira a Sawyer con el ceño fruncido, y este aparta la pistola y da un paso
atrás para dejarme pasar.
—Taylor ha exagerado —gruñe Harry, y me tiende la mano.
Yo le miro con la boca abierta, incapaz de moverme, absorbiendo cada
detalle: su cabello despeinado, la tensión que expresan sus ojos, la rigidez en la
mandíbula, los dos botones desabrochados del cuello de la camisa. Parece que haya envejecido diez años. Sus ojos me observan con
sombrío y preocupado.
—No pasa nada, nena. —Se me acerca, me rodea con sus brazos y me besa
en el pelo—.Ven, estás cansada. Vamos a la cama.
—Estaba tan angustiada —murmuro con la cabeza apoyada en su torso,
disfrutando de su abrazo e inhalando su dulce aroma.
—Lo sé. Todos estamos nerviosos.
Sawyer ha desaparecido, seguramente está dentro del apartamento.
—Sinceramente, señor Styles, sus ex están resultando ser muy problemáticas
—musito con ironía.
Harry se relaja.
—Sí, es verdad.
Me suelta, me da la mano y me lleva por el pasillo hasta el gran salón.
—Taylor y su equipo están revisando todos los armarios y rincones. Yo no
creo que esté aquí.
—¿Por qué iba a estar aquí? No tiene sentido.
—Exacto.
—¿Podría entrar?
—No veo cómo. Pero Taylor a veces es excesivamente prudente.
—¿Has registrado tu cuarto de juegos? —susurro.
Inmediatamente Harry me mira y arquea una ceja.
—Sí, está cerrado con llave… pero Taylor y yo lo hemos revisado.
Lanzo un suspiro, profundo y purificador.
—¿Quieres una copa o algo? —pregunta Harry.
—No. —Me siento exhausta—. Solo quiero irme a la cama.
La expresión de Harry se dulcifica.
—Ven. Deja que te lleve a la cama. Se te ve agotada.
Yo tuerzo el gesto. ¿Él no viene? ¿Quiere dormir solo?
Cuando me lleva a su dormitorio me siento aliviada. Dejo mi bolso de
mano sobre la cómoda, lo abro para vaciar el contenido, y veo la nota de la señora
Robinson.
—Mira. —Se la paso a Harry—. No sé si quieres leerla. Yo prefiero no
hacer caso.
Harry le echa una breve ojeada y aprieta la mandíbula.
—No estoy seguro de qué espacios en blanco pretende llenar —dice con desdén—. Tengo que hablar con Taylor. —Baja la vista hacia mí—. Deja que te baje
la cremallera del vestido.
—¿Vas a llamar a la policía por lo del coche? —le pregunto mientras me
doy la vuelta.
Él me aparta el pelo, desliza los dedos suavemente sobre mi espalda
desnuda y me baja la cremallera.
—No, no quiero que la policía esté involucrada en esto. Leila necesita
ayuda, no la intervención de la policía, y yo no les quiero por aquí. Simplemente
hemos de redoblar nuestros esfuerzos para encontrarla.
Se inclina y me planta un beso cariñoso en el hombro.
—Acuéstate —ordena, y luego se va.
Me tumbo y miro al techo, esperando a que vuelva. Cuántas cosas han
pasado hoy, hay tanto que procesar… ¿Por dónde empiezo?
Me despierto de golpe, desorientada. ¿Me he quedado dormida? Parpadeo
al mirar hacia la tenue luz del pasillo que se filtra a través de la puerta entreabierta del
dormitorio, y observo que Harry no está conmigo. ¿Dónde está? Levanto la vista.
Plantada, a los pies de la cama, hay una sombra. ¿Una mujer, quizá? ¿Vestida de negro?
Es difícil de decir.
Aturdida, alargo la mano y enciendo la luz de la mesita, y me doy
rápidamente la vuelta para mirar, pero allí no hay nadie. Meneo la cabeza. ¿Lo he
imaginado? ¿Soñado?
Me siento y miro alrededor de la habitación, dominada por una sensación
de intranquilidad vaga e insistente… pero estoy sola.
Me froto los ojos. ¿Qué hora es? ¿Dónde está Harry? Miro el
despertador: son las dos y cuarto de la madrugada.
Salgo aún aturdida de la cama y voy a buscarle, desconcertada por mi
imaginación hiperactiva. Ahora veo cosas. Debe de ser la reacción a los
espectaculares acontecimientos de la velada.
El salón está vacío, y solo hay encendida una de las tres lámparas
pendulares sobre la barra del desayuno. Pero la puerta de su estudio está entreabierta y
le oigo hablar por teléfono.
—No sé por qué me llamas a estas horas. No tengo nada qué decirte…
Bueno, pues dímelo ahora. No tienes por qué dejar una nota.
Me quedo parada en la puerta, escuchando con cierto sentimiento de culpa.
¿Con quién habla?
—No, escúchame tú. Te lo pedí y ahora te lo advierto. Déjala tranquila.
Ella no tiene nada que ver contigo. ¿Lo entiendes?
Suena beligerante y enfadado. No sé si llamar a la puerta.
—Ya lo sé. Pero lo digo en serio, Elena, joder. Déjala en paz. ¿Lo quieres
por triplicado? ¿Me oyes?… Bien. Buenas noches.
Cuelga de golpe el teléfono del escritorio.
Oh, maldita sea. Llamo discretamente a la puerta.
—¿Qué? —gruñe, y me dan ganas de correr a esconderme.
Se sienta a su escritorio con la cabeza entre las manos. Alza la vista con
expresión feroz, pero al verme dulcifica el gesto enseguida. Tiene los ojos muy
abiertos y cautelosos. De pronto se le ve tan cansado, que se me encoge el corazón.
Parpadea, y me mira de arriba abajo, demorándose en mis piernas
desnudas. Me he puesto una de sus camisetas.
—Deberías llevar algo de seda o satén, __________—susurra—. Pero,
incluso con mi camiseta, estás preciosa.
Oh, un cumplido inesperado.
—Te he echado en falta —digo—. Ven a la cama.
Se levanta despacio de la silla. Todavía lleva la camisa blanca y los
pantalones negros. Pero ahora sus ojos brillan, cargados de promesas… aunque
también tienen un matiz de tristeza. Se queda de pie frente a mí, mirándome fijamente
pero sin tocarme.
—¿Sabes lo que significas para mí? —murmura—. Si te pasara algo por
culpa mía…
Se le quiebra la voz, arruga la frente y aparece en su rostro un destello de
dolor casi palpable. Parece tan vulnerable, y su temor es tan evidente…
—No me pasará nada —le aseguro con dulzura. Me acerco para acariciarle
la cara, paso los dedos sobre la sombra de barba de sus mejillas. Es
sorprendentemente suave—. Te crece enseguida la barba —musito, incapaz de ocultar
mi fascinación por el hermoso y dolido hombre que tengo delante.
Resigo el perfil de su labio inferior y luego bajo los dedos hasta su
garganta, hasta un leve resto de pintalabios en la base del cuello. Se le acelera la
respiración. Mis dedos llegan hasta su camisa y bajan hasta el primer botón abrochado.
—No voy a tocarte. Solo quiero desabrocharte la camisa —murmuro.
Él abre mucho los ojos y me mira con expresión alarmada. Pero no se
mueve y no me lo impide. Yo desabotono muy despacio el primero, mantengo la tela
separada de la piel y bajo cautelosamente hasta el siguiente, y repito la operación
lentamente, muy concentrada en lo que hago.
No quiero tocarle. Bueno, sí… pero no lo haré. En el cuarto botón
reaparece la línea roja, y levanto los ojos y le sonrío con timidez.
—Volvemos a estar en territorio familiar.
Trazo la línea con los dedos antes de desabrochar el último botón. Le abro
la camisa y paso a los gemelos, y retiro las dos gemas de negro bruñido, una después
de otra.
—¿Puedo quitarte la camisa? —pregunto en voz baja.
Él asiente, todavía con los ojos muy abiertos, mientras yo se la quito por
encima de los hombros. Se libera las manos y se queda desnudo ante mí de cintura para
arriba. Es como si, una vez sin camisa, hubiese recuperado la calma, y me sonríe
satisfecho.
—¿Y qué pasa con mis pantalones, señorita Steele? —pregunta, arqueando
la ceja.
—En el dormitorio. Te quiero en la cama.
—¿Sabe, señorita Steele? Es usted insaciable.
—No entiendo por qué.
Le cojo de la mano, le saco del estudio y le llevo al dormitorio. La
habitación está helada.
—¿Tú has abierto la puerta del balcón? —me pregunta con gesto
preocupado cuando entramos en su cuarto.
Sawyer vuelve a hablarle a su manga.
—Taylor, el señor Styles ha entrado en el apartamento.
Parpadea, coge el auricular y se lo saca del oído, probablemente porque
acaba de recibir un contundente improperio por parte de Taylor.
Oh, no… si Taylor está preocupado…
—Por favor, déjeme entrar —le ruego.
—Lo siento, señorita Steele. No tardaremos mucho. —Sawyer levanta
ambas manos en gesto exculpatorio—. Taylor y los chicos están entrando ahora mismo en el apartamento.
Ahhh… Me siento tan impotente. De pie y completamente inmóvil, escucho
muy atenta, pendiente del menor sonido, pero lo único que oigo es mi propia
respiración convulsa. Es fuerte y entrecortada, me pica el cuero cabelludo, tengo la
boca seca y me siento mareada. Por favor, que no le pase nada a a Harry, rezo en
silencio.
No tengo ni idea de cuánto tiempo ha pasado, y seguimos sin oír nada.
Probablemente eso sea buena señal: no hay disparos. Me pongo a dar vueltas alrededor
de la mesa del vestíbulo y a contemplar los cuadros de las paredes para intentar
distraer mi mente.
La verdad es que nunca me había fijado: hay dieciséis, todas obras
figurativas y de temática religiosa: la Madona y el Niño. Qué extraño…
Harry no es religioso… ¿o sí? Todas las pinturas del gran salón son
abstractas; estas son muy distintas. No consiguen distraer mi mente durante mucho rato.
¿Dónde está Harry?
Observo a Sawyer, que me mira impasible.
—¿Qué está pasando?
—No hay novedades, señorita Steele.
De repente, se mueve el pomo de la puerta. Sawyer se gira rápidamente y
saca una pistola de la cartuchera del hombro.
Me quedo petrificada. Harry aparece en el umbral.
—Vía libre —dice.
Mira a Sawyer con el ceño fruncido, y este aparta la pistola y da un paso
atrás para dejarme pasar.
—Taylor ha exagerado —gruñe Harry, y me tiende la mano.
Yo le miro con la boca abierta, incapaz de moverme, absorbiendo cada
detalle: su cabello despeinado, la tensión que expresan sus ojos, la rigidez en la
mandíbula, los dos botones desabrochados del cuello de la camisa. Parece que haya envejecido diez años. Sus ojos me observan con
sombrío y preocupado.
—No pasa nada, nena. —Se me acerca, me rodea con sus brazos y me besa
en el pelo—.Ven, estás cansada. Vamos a la cama.
—Estaba tan angustiada —murmuro con la cabeza apoyada en su torso,
disfrutando de su abrazo e inhalando su dulce aroma.
—Lo sé. Todos estamos nerviosos.
Sawyer ha desaparecido, seguramente está dentro del apartamento.
—Sinceramente, señor Styles, sus ex están resultando ser muy problemáticas
—musito con ironía.
Harry se relaja.
—Sí, es verdad.
Me suelta, me da la mano y me lleva por el pasillo hasta el gran salón.
—Taylor y su equipo están revisando todos los armarios y rincones. Yo no
creo que esté aquí.
—¿Por qué iba a estar aquí? No tiene sentido.
—Exacto.
—¿Podría entrar?
—No veo cómo. Pero Taylor a veces es excesivamente prudente.
—¿Has registrado tu cuarto de juegos? —susurro.
Inmediatamente Harry me mira y arquea una ceja.
—Sí, está cerrado con llave… pero Taylor y yo lo hemos revisado.
Lanzo un suspiro, profundo y purificador.
—¿Quieres una copa o algo? —pregunta Harry.
—No. —Me siento exhausta—. Solo quiero irme a la cama.
La expresión de Harry se dulcifica.
—Ven. Deja que te lleve a la cama. Se te ve agotada.
Yo tuerzo el gesto. ¿Él no viene? ¿Quiere dormir solo?
Cuando me lleva a su dormitorio me siento aliviada. Dejo mi bolso de
mano sobre la cómoda, lo abro para vaciar el contenido, y veo la nota de la señora
Robinson.
—Mira. —Se la paso a Harry—. No sé si quieres leerla. Yo prefiero no
hacer caso.
Harry le echa una breve ojeada y aprieta la mandíbula.
—No estoy seguro de qué espacios en blanco pretende llenar —dice con desdén—. Tengo que hablar con Taylor. —Baja la vista hacia mí—. Deja que te baje
la cremallera del vestido.
—¿Vas a llamar a la policía por lo del coche? —le pregunto mientras me
doy la vuelta.
Él me aparta el pelo, desliza los dedos suavemente sobre mi espalda
desnuda y me baja la cremallera.
—No, no quiero que la policía esté involucrada en esto. Leila necesita
ayuda, no la intervención de la policía, y yo no les quiero por aquí. Simplemente
hemos de redoblar nuestros esfuerzos para encontrarla.
Se inclina y me planta un beso cariñoso en el hombro.
—Acuéstate —ordena, y luego se va.
Me tumbo y miro al techo, esperando a que vuelva. Cuántas cosas han
pasado hoy, hay tanto que procesar… ¿Por dónde empiezo?
Me despierto de golpe, desorientada. ¿Me he quedado dormida? Parpadeo
al mirar hacia la tenue luz del pasillo que se filtra a través de la puerta entreabierta del
dormitorio, y observo que Harry no está conmigo. ¿Dónde está? Levanto la vista.
Plantada, a los pies de la cama, hay una sombra. ¿Una mujer, quizá? ¿Vestida de negro?
Es difícil de decir.
Aturdida, alargo la mano y enciendo la luz de la mesita, y me doy
rápidamente la vuelta para mirar, pero allí no hay nadie. Meneo la cabeza. ¿Lo he
imaginado? ¿Soñado?
Me siento y miro alrededor de la habitación, dominada por una sensación
de intranquilidad vaga e insistente… pero estoy sola.
Me froto los ojos. ¿Qué hora es? ¿Dónde está Harry? Miro el
despertador: son las dos y cuarto de la madrugada.
Salgo aún aturdida de la cama y voy a buscarle, desconcertada por mi
imaginación hiperactiva. Ahora veo cosas. Debe de ser la reacción a los
espectaculares acontecimientos de la velada.
El salón está vacío, y solo hay encendida una de las tres lámparas
pendulares sobre la barra del desayuno. Pero la puerta de su estudio está entreabierta y
le oigo hablar por teléfono.
—No sé por qué me llamas a estas horas. No tengo nada qué decirte…
Bueno, pues dímelo ahora. No tienes por qué dejar una nota.
Me quedo parada en la puerta, escuchando con cierto sentimiento de culpa.
¿Con quién habla?
—No, escúchame tú. Te lo pedí y ahora te lo advierto. Déjala tranquila.
Ella no tiene nada que ver contigo. ¿Lo entiendes?
Suena beligerante y enfadado. No sé si llamar a la puerta.
—Ya lo sé. Pero lo digo en serio, Elena, joder. Déjala en paz. ¿Lo quieres
por triplicado? ¿Me oyes?… Bien. Buenas noches.
Cuelga de golpe el teléfono del escritorio.
Oh, maldita sea. Llamo discretamente a la puerta.
—¿Qué? —gruñe, y me dan ganas de correr a esconderme.
Se sienta a su escritorio con la cabeza entre las manos. Alza la vista con
expresión feroz, pero al verme dulcifica el gesto enseguida. Tiene los ojos muy
abiertos y cautelosos. De pronto se le ve tan cansado, que se me encoge el corazón.
Parpadea, y me mira de arriba abajo, demorándose en mis piernas
desnudas. Me he puesto una de sus camisetas.
—Deberías llevar algo de seda o satén, __________—susurra—. Pero,
incluso con mi camiseta, estás preciosa.
Oh, un cumplido inesperado.
—Te he echado en falta —digo—. Ven a la cama.
Se levanta despacio de la silla. Todavía lleva la camisa blanca y los
pantalones negros. Pero ahora sus ojos brillan, cargados de promesas… aunque
también tienen un matiz de tristeza. Se queda de pie frente a mí, mirándome fijamente
pero sin tocarme.
—¿Sabes lo que significas para mí? —murmura—. Si te pasara algo por
culpa mía…
Se le quiebra la voz, arruga la frente y aparece en su rostro un destello de
dolor casi palpable. Parece tan vulnerable, y su temor es tan evidente…
—No me pasará nada —le aseguro con dulzura. Me acerco para acariciarle
la cara, paso los dedos sobre la sombra de barba de sus mejillas. Es
sorprendentemente suave—. Te crece enseguida la barba —musito, incapaz de ocultar
mi fascinación por el hermoso y dolido hombre que tengo delante.
Resigo el perfil de su labio inferior y luego bajo los dedos hasta su
garganta, hasta un leve resto de pintalabios en la base del cuello. Se le acelera la
respiración. Mis dedos llegan hasta su camisa y bajan hasta el primer botón abrochado.
—No voy a tocarte. Solo quiero desabrocharte la camisa —murmuro.
Él abre mucho los ojos y me mira con expresión alarmada. Pero no se
mueve y no me lo impide. Yo desabotono muy despacio el primero, mantengo la tela
separada de la piel y bajo cautelosamente hasta el siguiente, y repito la operación
lentamente, muy concentrada en lo que hago.
No quiero tocarle. Bueno, sí… pero no lo haré. En el cuarto botón
reaparece la línea roja, y levanto los ojos y le sonrío con timidez.
—Volvemos a estar en territorio familiar.
Trazo la línea con los dedos antes de desabrochar el último botón. Le abro
la camisa y paso a los gemelos, y retiro las dos gemas de negro bruñido, una después
de otra.
—¿Puedo quitarte la camisa? —pregunto en voz baja.
Él asiente, todavía con los ojos muy abiertos, mientras yo se la quito por
encima de los hombros. Se libera las manos y se queda desnudo ante mí de cintura para
arriba. Es como si, una vez sin camisa, hubiese recuperado la calma, y me sonríe
satisfecho.
—¿Y qué pasa con mis pantalones, señorita Steele? —pregunta, arqueando
la ceja.
—En el dormitorio. Te quiero en la cama.
—¿Sabe, señorita Steele? Es usted insaciable.
—No entiendo por qué.
Le cojo de la mano, le saco del estudio y le llevo al dormitorio. La
habitación está helada.
—¿Tú has abierto la puerta del balcón? —me pregunta con gesto
preocupado cuando entramos en su cuarto.
CarolineR2
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