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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
Oh gracias!!!!! Supe cuando puedas... es genial...
Besos
Besos
Anne Hale
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
Gracias Por Comentar!
YA SUBO EL CAPITULO 3
YA SUBO EL CAPITULO 3
CarolineR2
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
CAPITULO 3
Lo único bueno de estar sin coche es que, en el autobús que me lleva al trabajo, puedo enchufar los auriculares al iPad que llevo en el bolso y escuchar todas las maravillosas piezas que Harry me ha grabado. Cuando llego a la oficina, tengo
una estúpida sonrisa dibujada en la cara.
Jack levanta los ojos hacia mí, atónito.
—Buenos días, _________. Estás… radiante.
Su comentario me sonroja. ¡Qué inapropiado!
—He dormido bien, gracias, Jack. Buenos días.
Frunce el ceño.
—¿Puedes leer esto por mí y redactarme los informes correspondientes para la hora de comer, por favor? —Me entrega cuatro manuscritos. Ante mi gesto de
horror, añade—: Solo los primeros capítulos.
—Claro.
Sonrío aliviada, y él me responde con una gran sonrisa.
Conecto el ordenador para empezar a trabajar, mientras me termino el café
con leche y me como un plátano. Hay un correo electrónico de Harry.
De: Harry Styles
Fecha: 10 de junio de 2011 08:05
Para: Anastasia Steele
Asunto: Ayúdame…
Espero que hayas desayunado.
Te eché en falta anoche.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
De: ________- Steele
Fecha: 10 de junio de 2011 08:33
Para: Harry Styles
Asunto: Libros viejos…
Estoy comiéndome un plátano mientras tecleo. Llevaba varios días sin desayunar, de manera que supone un paso adelante. Me encanta la aplicación de la
Biblioteca Británica… he empezado a releer Robinson Crusoe… y, naturalmente, te
quiero.
Ahora déjame en paz: intento trabajar.
__________ Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Harry Styles
Fecha: 10 de junio de 2011 08:36
Para:___________ Steele
Asunto: ¿Eso es lo único que has comido?
Puedes esforzarte más. Necesitarás energía para suplicar.
Harry Styles
Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
De: ________ Steele
Fecha: 10 de junio de 2011 08:39
Para: Harry Styles
Asunto: Pesado
Señor Styles, intento trabajar para ganarme la vida… y es usted quien suplicará.
_________ Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Harry Styles
Fecha: 10 de junio de 2011 08:36
Para: ________ Steele
Asunto: ¡Vamos!
Vaya, señorita Steele, me encantan los desafíos…
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
Estoy sentada frente a la pantalla sonriendo como una idiota. Pero tengo que leer esos capítulos para Jack y escribir informes sobre todos ellos. Coloco los manuscritos sobre mi mesa y empiezo.
A la hora de comer voy a la tienda a buscar un bocadillo de pastrami
mientras escucho la lista de temas de mi iPad. El primero es de Nitin Sawhney, una
pieza tradicional titulada «Homelands»… es buena. El señor Styles tiene un gusto
musical ecléctico. Vuelvo hacia atrás y escucho una pieza clásica: «Fantasía sobre un
tema de Thomas Tallis», de Ralph Vaughan Williams. Oh, Cincuenta tiene sentido del
humor, y le quiero por eso. ¿Se me borrará esta estúpida sonrisa de la cara alguna vez?
La tarde pasa lentamente. En un momento de inactividad, decido escribirle
un correo a Harry.
De: ________ Steele
Fecha: 10 de junio de 2011 16:05
Para: Harry Styles
Asunto: Aburrida…
Estoy mano sobre mano.
¿Cómo estás?
¿Qué estás haciendo?
_______ Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Harry Styles
Fecha: 10 de junio de 2011 16:15
Para: _________ Steele
Asunto: Tus manos
Deberías venir a trabajar conmigo.
No estarías mano sobre mano.
Estoy seguro de que yo podría darles mejor uso.
De hecho, se me ocurren varias opciones…
Yo estoy con fusiones y adquisiciones rutinarias.
Todo es muy árido.
Tus correos electrónicos en SIP se monitorizan.
Harry Styles
Presidente distraído de Styles Enterprises Holdings, Inc.
Oh, Dios. No tenía ni idea. ¿Cómo demonios lo sabe él? Observo la
pantalla con el ceño fruncido, reviso rápidamente los e-mails que he enviado y los voy borrando.
A las cinco y media en punto, Jack se acerca a mi mesa. Lleva un atuendo
informal de viernes, es decir, unos tejanos y una camisa negra.
—¿Una copa, _______? Solemos ir a tomar una rápida al bar de enfrente.
—¿Solemos…? —pregunto, esperanzada.
—Sí, vamos casi todos… ¿vienes?
Por alguna razón desconocida, que no quiero analizar demasiado a fondo,
me invade una sensación de alivio.
—Me encantaría. ¿Cómo se llama el bar?
—Fifty’s.
—Me tomas el pelo.
Me mira extrañado.
—No. ¿Tiene algún significado para ti?
—No, perdona. Nos vemos ahora allí.
—¿Qué te apetecerá beber?
—Una cerveza, por favor.
—Muy bien.
Voy al baño y le mando un e-mail a Harry desde la BlackBerry.
De: _________ Steele
Fecha: 10 de junio de 2011 17:36
Para: Harry Styles
Asunto: Encajarás perfectamente
Vamos a ir a un bar que se llama Fifty’s.
Para mí esto es una mina inagotable de bromas y risas.
Tengo muchas ganas de encontrarme allí contigo, señor Styles.
_______ xx
De: Harry Styles
Fecha: 10 de junio de 2011 17:38
Para: _________ Steele
Asunto: Riesgos
Las minas son muy, muy peligrosas.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
De: ___________ Steele
Fecha: 10 de junio de 2011 17:40
Para: Harry Styles
Asunto: ¿Riesgos?
¿Qué quieres decir con eso?
De: Harry Styles
Fecha: 10 de junio de 2011 17:42
Para: __________ Steele
Asunto: Simplemente…
Era un comentario, señorita Steele.
Hasta pronto.
Más pronto que tarde, nena.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
Me miro en el espejo. Cómo puede cambiar todo en un día. Tengo más
color en las mejillas y me brillan los ojos. Es el efecto Harry Styles . Discutir un poco con él por e-mail provoca eso en una chica. Sonrío ante mi imagen y me aliso la camisa azul claro… la que Taylor compró para mí. Llevo también mis vaqueros
favoritos. La mayoría de las mujeres de la oficina llevan tejanos o faldas anchas.
Tendré que invertir también en un par de faldas anchas. Puede que lo haga este fin de semana e ingrese el talón que Harry me dio por Wanda, mi Escarabajo.
Cuando salgo del edificio, oigo que gritan mi nombre.
—¿Señorita Steele?
Me vuelvo, sorprendida, y una chica joven con la piel cenicienta se me acerca con cautela. Parece un fantasma… tan pálida y extrañamente inexpresiva.
—¿Señorita ________ Steele? —repite, y sus facciones permanecen
estáticas aunque esté hablando.
—¿Sí?
Se para en la acera y se me queda mirando como a un metro de distancia, y
yo, totalmente inmóvil, le devuelvo la mirada. ¿Quién es? ¿Qué quiere?
—¿Puedo ayudarte? —pregunto.
¿Cómo sabe mi nombre?
—No… solo quería verte.
Habla con una voz muy baja, inquietante. Y tiene un pelo oscuro como el mío, que contrasta radicalmente con su piel blanca. Sus ojos son castaños, color
whisky, pero inexpresivos. No hay la menor chispa de vida en ellos. La tristeza
aparece grabada en su precioso y pálido rostro.
—Lo siento… pero estoy en desventaja —le digo educadamente, intentando
ignorar el escalofrío de advertencia que me sube por la columna vertebral.
La miro de cerca, y tiene un aspecto raro, descuidado y desvalido. La ropa
que lleva le va dos tallas grande, incluida la gabardina de marca.
Se echa a reír, con un sonido extraño y discordante que incrementa mi
ansiedad.
—¿Qué tienes tú que yo no tenga? —pregunta con tristeza.
Mi ansiedad se convierte en miedo.
—Perdona… ¿quién eres?
—¿Yo? No soy nadie.
Levanta un brazo para pasarse la mano por la melena que le llega al
hombro, y al hacerlo se le levanta la manga de la gabardina y se le ve un sucio vendaje
alrededor de la muñeca.
Dios…
—Que tenga un buen día, señorita Steele.
Da media vuelta y sube andando la calle mientras yo me quedo clavada en el sitio. Veo cómo su delgada silueta desaparece de mi vista, perdiéndose entre los
trabajadores que salen en masa de sus despachos.
¿De qué iba eso?
Confusa, cruzo la calle hasta el bar, intentando asimilar lo que acaba de
pasar, mientras mi subconsciente levanta su fea cabeza y me dice entre dientes: Ella
tiene algo que ver con Harry.
El Fifty’s es un bar impersonal y cavernoso, con banderines y pósters de
béisbol colgados en las paredes. Jack está en la barra con Elizabeth y Courtney, la otra ayudante editorial, dos tipos de contabilidad y Claire, de recepción, con sus
característicos aros de plata.
—¡Hola,________!
Jack me pasa una botella de Bud.
—Salud… gracias —murmuro, afectada todavía por mi encuentro con la
Chica Fantasma.
—Salud.
Chocamos las botellas y él sigue conversando con Elizabeth. Claire me
sonríe con simpatía.
—¿Cómo te ha ido tu primera semana? —pregunta.
—Bien, gracias. Todo el mundo ha sido muy amable.
—Hoy se te ve mucho más contenta.
—Es viernes —balbuceo enseguida—. ¿Y tú, tienes planes para el fin de semana?
Mi táctica de distracción patentada funciona, estoy salvada. Resulta que
Claire tiene seis hermanos y se va a Tacoma a una gran reunión familiar. Se muestra
bastante locuaz y me doy cuenta de que no he hablado con ninguna mujer de mi edad desde que Perrie se fue a Barbados.
Con aire distraído, me pregunto cómo estará Perrie… y Elliot. Tengo que acordarme de preguntarle a Harry si ha sabido algo de ellos. Ah, y Ethan, el
hermano de Perrie , volverá el martes que viene, y se instalará en nuestro apartamento.
No creo que a Harry le guste demasiado eso. Mi encuentro de antes con la extraña
Chica Fantasma va desapareciendo de mi mente.
Mientras charlo con Claire, Elizabeth me pasa otra cerveza.
—Gracias —le sonrío.
Resulta muy fácil charlar con Claire —se nota que le gusta hablar—, y me
bebo una tercera cerveza sin darme cuenta, cortesía de uno de los chicos de
contabilidad.
Cuando Elizabeth y Courtney se van, Jack se viene con Claire y conmigo.
¿Dónde está Harry? Uno de los tipos de contabilidad se pone a hablar con Claire.
—__________-, ¿crees que tomaste una buena decisión viniendo a trabajar con
nosotros?
Jack habla en un tono suave y está un poco demasiado cerca. Pero he notado
que tiene tendencia a hacer eso con todo el mundo, incluso en la oficina.
—Esta semana he estado muy a gusto, gracias, Jack. Sí, creo que tomé la
decisión correcta.
—Eres una chica muy lista, _________. Llegarás lejos.
Me ruborizo.
—Gracias —mascullo, porque no sé qué más decir.
—¿Vives lejos?
—En el barrio de Pike Market.
—No muy lejos de mi casa. —Sonriendo, se acerca aún más y se apoya en
la barra, casi acorralándome—. ¿Tienes planes este fin de semana?
—Bueno… eh…
Le siento antes de verle. Es como si todo mi cuerpo estuviera sintonizado
con el hecho de su presencia. Se relaja y se despierta a la vez, una dualidad interior y rara… y noto esa extraña corriente eléctrica.
Harry me pasa el brazo alrededor del hombro como una muestra de
afecto aparentemente relajada, pero yo sé que no es así. Está reclamando un derecho, y
en esta ocasión, es muy bien recibido. Me besa suavemente el pelo.
—Hola, nena —murmura.
Al sentir su brazo que me rodea no puedo evitar sentir alivio, y excitación.
Me acerca hacia sí, y yo levanto la vista para mirarle mientras él observa a Jack,
impasible. Entonces se gira hacia mí y me dedica una media sonrisa fugaz, seguida de un beso rápido. Lleva una americana azul marino de raya diplomática, con unos
vaqueros y una camisa blanca desabrochada. Está para comérselo.
Jack se aparta, incómodo.
—Jack, este es Harry —balbuceo en tono de disculpa. ¿Por qué me
estoy disculpando?—.Harry, Jack.
—Yo soy el novio —dice Harry con una sonrisita fría que no alcanza a sus ojos, mientras le estrecha la mano a Jack.
Yo levanto la vista hacia mi jefe, que está evaluando mentalmente al
magnífico espécimen varonil que tiene delante.
—Yo soy el jefe —replica Jack, arrogante—________ me habló de un ex novio.
Ay, Dios. No te conviene jugar a este juego con Cincuenta.
—Bueno, ya no soy un ex —responde Harry tranquilamente—. Vamos, nena, hemos de irnos.
—Por favor, quedaos a tomar una copa con nosotros —dice Jack con
amabilidad.
No creo que sea buena idea. ¿Por qué resulta tan incómodo esto? Miro de
reojo a Claire, que, naturalmente, contempla a Harry con la boca abierta y franco
deleite carnal. ¿Cuándo dejará de preocuparme el efecto que provoca en otras
mujeres?
—Tenemos planes —apunta Harry con su sonrisa enigmática.
¿Ah, sí? Y un escalofrío de expectación recorre mi cuerpo.
—Quizá en otra ocasión —añade—. Vamos —me dice cogiéndome la
mano.
—Hasta el lunes.
Sonrío a Jack, a Claire y al tipo de contabilidad, tratando de ignorar el gesto de disgusto de Jack, y salgo por la puerta detrás de Harry.
Taylor está al volante del Audi, que espera junto a la acera.
—¿Por qué me ha parecido eso un concurso de a ver quién mea más lejos?
—le pregunto a Harry cuando me abre la puerta del coche.
—Porque lo era —murmura, me dedica su sonrisa enigmática y luego cierra
la puerta.
—Hola, Taylor —le digo, y nuestras miradas se encuentran en el retrovisor.
—Señorita Steele —me saluda Taylor con una amplia sonrisa.
Harry se sienta a mi lado, me sujeta la mano y me besa suavemente los
nudillos.
—Hola —dice bajito.
Mis mejillas se tiñen de rosa, sé que Taylor nos oye, y agradezco que no
vea la mirada abrasadora y terriblemente excitante que me dedica Harry. Tengo que
echar mano de toda mi contención para no lanzarme sobre él aquí mismo, en el asiento
de atrás del coche.
Oh, el asiento de atrás del coche… mmm.
—Hola —jadeo, con la boca seca.
—¿Qué te gustaría hacer esta noche?
—Creí que dijiste que teníamos planes.
—Oh, yo sé lo que me gustaría hacer,__________. Te pregunto qué quieres
hacer tú.
Yo le sonrío radiante.
—Ya veo —dice con una perversa risita—. Pues… a suplicar entonces.
¿Quieres suplicar en mi casa o en la tuya?
Inclina la cabeza y me dedica esa sonrisa tan sexy suya.
—Creo que eres muy presuntuoso, señor Styles . Pero, para variar,
podríamos hacerlo en mi apartamento.
Me muerdo el labio deliberadamente y su expresión se ensombrece.
—Taylor, a casa de la señorita Steele, por favor.
—Señor —asiente Taylor, y se incorpora al tráfico.
—¿Qué tal te ha ido el día? —pregunta.
—Bien. ¿Y el tuyo?
—Bien, gracias.
Su enorme sonrisa se refleja en la mía, y vuelve a besarme la mano.
—Estás guapísima —dice.
—Tú también.
—Tu jefe, Jack Hyde, ¿es bueno en su trabajo?
¡Vaya! Esto sí que es un cambio de tema repentino. Frunzo el ceño.
—¿Por qué? ¿Esto tiene algo que ver con vuestro concurso de meadas?
Harry sonríe maliciosamente.
—Ese hombre quiere meterse en tus bragas,__________—dice con
sequedad.
Siento que las mejillas me arden, abro la boca nerviosa, y echo un vistazo a
Taylor.
—Bueno, que quiera lo que le dé la gana… ¿por qué estamos hablando de esto? Ya sabes que él no me interesa en absoluto. Solo es mi jefe.
—Esa es la cuestión. Quiere lo que es mío. Necesito saber si hace bien su
trabajo.
Me encojo de hombros.
—Creo que sí.
¿Adónde quiere ir a parar con esto?
—Bien, más le vale dejarte en paz, o acabará de patitas en la calle.
—Harry, ¿de qué hablas? No ha hecho nada malo…
Todavía. Solo se acerca demasiado.
—Si hace cualquier intento o acercamiento, me lo dices. Se llama conducta inmoral grave… o acoso sexual.
—Solo ha sido una copa después del trabajo.
—Lo digo en serio. Un movimiento en falso y se va a la calle.
—Tú no tienes poder para eso. —¡Por Dios! Y antes de ponerle los ojos en blanco, caigo en la cuenta, y es como si chocara contra un camión de mercancías a toda
velocidad—. ¿O sí, Harry?
Me dedica su sonrisa enigmática.
—Vas a comprar la empresa —murmuro horrorizada.
En respuesta al pánico de mi voz aparece su sonrisa.
—No exactamente.
—La has comprado. SIP. Ya.
Me mira cauteloso y pestañea.
—Es posible.
—¿La has comprado o no?
—La he comprado.
¿Qué demonios…?
—¿Por qué? —grito, espantada.
Oh, sinceramente, esto ya es demasiado.
—Porque puedo,__________. Necesito que estés a salvo.
—¡Pero dijiste que no interferirías en mi carrera profesional!
—Y no lo haré.
Aparto mi mano de la suya.
—Harry…
Me faltan las palabras.
—¿Estás enfadada conmigo?
—Sí. Claro que estoy enfadada contigo. —Estoy furiosa—. Quiero decir, ¿qué clase de ejecutivo responsable toma decisiones basadas en quien se esté tirando
en ese momento?
Palidezco y vuelvo a mirar inquieta y de reojo a Taylor, que nos ignora
estoicamente.
Maldición. ¡Vaya un momento para que se estropee el filtro de control
cerebro-boca!
Harry abre la suya, luego vuelve a cerrarla y me mira con mala cara. Yo le devuelvo la mirada. Mientras ambos nos fulminamos con la vista, la atmósfera en el interior del coche se degrada de reunión cariñosa a gélida, con palabras implícitas y
reproches en potencia.
Afortunadamente, nuestro incómodo trayecto en coche no dura mucho, y Taylor aparca por fin frente a mi apartamento.
Yo salgo a toda prisa del vehículo, sin esperar a que nadie me abra la
puerta.
Oigo que Harry le dice a Taylor entre dientes:
—Creo que más vale que esperes aquí.
Noto que le tengo detrás, mientras rebusco en el bolso intentando encontrar
las llaves de la puerta principal.
—___________-—dice con calma, como si yo fuera una especie de animal
acorralado.
Suspiro y me giro para mirarle a la cara. Estoy tan enfadada con él que mi rabia es palpable… una criatura tenebrosa que amenaza con ahogarme.
—Primero, hace tiempo que no te follo… mucho tiempo, tal como yo lo siento; y segundo, quería entrar en el negocio editorial. De las cuatro empresas que hay
Seattle, SIP es la más rentable, pero está pasando por un mal momento y va a
estancarse… necesita diversificarse.
Yo le miro fija, gélidamente. Sus ojos son tan intensos, amenazadores
incluso, pero endiabladamente sexys. Podría perderme en sus Verdes profundidades.
—Así que ahora eres mi jefe —replico.
—Técnicamente, soy el jefe del jefe de tu jefe.
—Y, técnicamente, esto es conducta inmoral grave: el hecho de que me esté
tirando al jefe del jefe de mi jefe.
—En este momento, estás discutiendo con él —responde Harry irritado.
—Eso es porque es un auténtico gilipollas —mascullo.
Harry, atónito, da un paso hacia atrás. Ay, Dios. ¿He ido demasiado
lejos?
—¿Un gilipollas? —murmura mientras su cara adquiere una expresión
divertida.
¡Maldita sea! ¡Estoy enfadada contigo, no me hagas reír!
—Sí.
Me esfuerzo por mantener mi actitud de ultraje moral.
—¿Un gilipollas? —repite Harry.
Esta vez sus labios se tuercen para disimular una sonrisa.
—¡No me hagas reír cuando estoy enfadada contigo! —grito.
Y él sonríe, enseñando toda la dentadura con esa sonrisa deslumbrante de
muchachote americano, y yo no puedo contenerme. Sonrío y me echo a reír también.
¿Cómo podría no afectarme la alegría que veo en su sonrisa?
—El que tenga una maldita sonrisa estúpida en la cara no significa que no
esté cabreadísima contigo —digo sin aliento, intentando reprimir mi risita tonta de
animadora de instituto.
Aunque yo nunca fui animadora, pienso con amargura.
Se inclina y creo que va a besarme, pero no lo hace. Me huele el pelo e inspira profundamente.
—Eres imprevisible, señorita Steele, como siempre. —Se incorpora de nuevo y me observa, con una chispa de humor en los ojos—. ¿Piensas invitarme o vas a enviarme a casa por ejercer mi derecho democrático, como ciudadano americano,
empresario y consumidor, de comprar lo que me dé la real gana?
—¿Has hablado con el doctor Flynn de eso?
Se ríe.
—¿Vas a dejarme entrar o no,_________-?
Yo intento ponerle mala cara —morderme el labio ayuda—, pero sonrío al
abrir la puerta. Harry se da la vuelta, le hace un gesto a Taylor, y el Audi se
marcha.
Es raro estar con Harry Styles en el apartamento. Parece un sitio muy pequeño para él.
Sigo enfadada: su acoso no tiene límites, y ahora caigo que es así como
supo que los correos de SIP estaban monitorizados. Seguramente sabe más de SIP que
yo. Esa idea me resulta desagradable.
¿Qué puedo hacer? ¿Por qué tiene esa necesidad de mantenerme a salvo?
Soy una adulta —más o menos—, por el amor de Dios… ¿Qué puedo hacer para tranquilizarle?
Observo su cara mientras se pasea por la habitación como un animal enjaulado, y mi rabia disminuye. Verle aquí, en mi espacio, cuando creí que habíamos terminado, es reconfortante. Más que reconfortante… le quiero, y mi corazón se
expande con un júbilo exaltado y embriagador. Él echa un vistazo por todas partes,
examinando el entorno.
—Es bonito —dice.
—Los padres de Perrie lo compraron para ella.
Asiente abstraído y sus vivaces ojos Verdes descansan en los míos ,me miran.
—Esto… ¿quieres beber algo? —susurro, ruborizada por los nervios.
—No, gracias, ______.
Su mirada se ensombrece.
¿Por qué estoy tan nerviosa?
—¿Qué te gustaría hacer, ________-? —pregunta dulcemente mientras
camina hacia mí, salvaje y ardiente—. Yo sé lo que quiero hacer —añade en voz baja.
Me echo hacia atrás y choco contra el cemento de la cocina tipo isla.
—Sigo enfadada contigo.
—Lo sé.
Me sonríe con un amago de disculpa y yo me derrito… bueno, quizá no esté
tan enfadada.
—¿Te apetece comer algo? —pregunto.
Él asiente despacio.
—Sí, a ti —murmura.
Mi cuerpo se tensa de cintura para abajo. Solo su voz basta para seducirme, pero esa mirada, esa hambrienta mirada de deseo urgente… Oh, Dios.
Está de pie delante de mí, sin llegar a tocarme. Baja la vista, me mira a los ojos y el calor que irradia su cuerpo me inunda. Siento un ardor sofocante que me
aturde y las piernas como si fueran de gelatina, mientras un deseo oscuro me recorre
las entrañas. Le deseo.
—¿Has comido hoy? —murmura.
—Un bocadillo al mediodía —susurro.
No quiero hablar de comida.
Entorna los ojos.
—Tienes que comer.
—La verdad es que ahora no tengo hambre… de comida.
—¿De qué tiene hambre, señorita Steele?
—Creo que ya lo sabe, señor Styles.
Se inclina y nuevamente creo que va a besarme, pero no lo hace.
—¿Quieres que te bese,_________? —me susurra bajito al oído.
—Sí —digo sin aliento.
—¿Dónde?
—Por todas partes.
—Vas a tener que especificar un poco más. Ya te dije que no pienso tocarte hasta que me supliques y me digas qué debo hacer.
Estoy perdida; no está jugando limpio.
—Por favor —murmuro.
—Por favor, ¿qué?
—Tócame.
—¿Dónde, nena?
Está tan tentadoramente cerca, su aroma es tan embriagador… Alargo la
mano, y él se aparta inmediatamente.
—No, no —me recrimina, y abre los ojos con una repentina expresión de alarma.
—¿Qué?
No… vuelve.
—No.
Niega con la cabeza.
—¿Nada de nada?
No puedo reprimir el anhelo de mi voz.
Me mira desconcertado y su duda me envalentona. Doy un paso hacia él, y
se aparta, levanta las manos para defenderse, pero sonriendo.
—Oye, ________…
Es una advertencia, y se pasa la mano por el pelo, exasperado.
—A veces no te importa —comento quejosa—. Quizá debería ir a buscar un rotulador y podríamos hacer un mapa de las zonas prohibidas.
Arquea una ceja.
—No es mala idea. ¿Dónde está tu dormitorio?
Señalo con la cabeza. ¿Está cambiando de tema aposta?
—¿Has seguido tomando la píldora?
Maldita sea. La píldora.
Al ver mi gesto le cambia la cara.
—No —mascullo.
—Ya —dice, y junta los labios en una fina línea—. Ven, comamos algo.
—¡Creía que íbamos a acostarnos! Yo quiero acostarme contigo.
—Lo sé, nena.
Sonríe y de repente viene hacia mí, me sujeta las muñecas, me atrae a sus brazos y me estrecha contra su cuerpo.
—Tú tienes que comer, y yo también —murmura, y baja hacia mí sus ardientes ojos Verdes—. Además… la expectación es clave en la seducción, y la
verdad es que ahora mismo estoy muy interesado en posponer la gratificación.
Ah… ¿desde cuándo?
—Yo ya he sido seducida y quiero mi gratificación ahora. Te suplicaré, por favor —digo casi gimoteante.
Me sonríe con ternura.
—Come. Estás demasiado flaca.
Me besa la frente y me suelta.
Esto es un juego, parte de algún plan diabólico. Le frunzo el ceño.
—Sigo enfadada porque compraras SIP, y ahora estoy enfadada porque me haces esperar —digo haciendo un puchero.
—La damita está enfadada, ¿eh? Después de comer te sentirás mejor.
—Ya sé después de qué me sentiré mejor.
—_________ Steele, estoy escandalizado —dice en tono burlón.
—Deja de burlarte de mí. No estás jugando limpio.
Disimula la sonrisa mordiéndose el labio inferior. Tiene un aspecto
sencillamente adorable… de Harry travieso que juega con mi libido. Si mis armas
de seducción fueran mejores, sabría qué hacer, pero no poder tocarle lo hace aún más difícil.
La diosa que llevo dentro entorna los ojos y parece pensativa. Hemos de trabajar en eso.
Mientras Harry y yo nos miramos fijamente —yo ardiente, molesta y
anhelante, y él, relajado, divirtiéndose a mi costa—, caigo en la cuenta de que no tengo
comida en el piso.
—Podría cocinar algo… pero tendremos que ir a comprar.
—¿A comprar?
—La comida.
—¿No tienes nada aquí?
Se le endurece el gesto.
Yo niego con la cabeza. Dios, parece bastante enfadado.
—Pues vamos a comprar —dice en tono severo y, girando sobre sus talones, va hacia la puerta y me la abre de par en par.
—¿Cuándo fue la última vez que estuviste en un supermercado?
Harry parece fuera de lugar, pero me sigue diligentemente, cargando con
La cesta de la compra.
—No me acuerdo.
—¿La señora Jones se encarga de todas las compras?
—Creo que Taylor la ayuda. No estoy seguro.
—¿Te parece bien algo salteado? Es rápido.
—Un salteado suena bien.
Harry sonríe, sin duda imaginando qué hay detrás de mi deseo de
preparar algo rápido.
—¿Hace mucho que trabajan para ti?
—Taylor, cuatro años, me parece. La señora Jones más o menos lo mismo.
¿Por qué no tenías comida en el apartamento?
—Ya sabes por qué —murmuro, ruborizada.
—Fuiste tú quien me dejó —masculla, molesto.
—Ya lo sé —replico en voz muy baja; no quiero que me lo recuerde.
Llegamos a la caja y nos ponemos en la cola sin hablar.
Si no me hubiera ido, ¿me habrías ofrecido la alternativa vainilla?, me pregunto vagamente.
—¿Tienes algo para beber? —dice, devolviéndome al presente.
—Cerveza… creo.
—Compraré un poco de vino.
Ay, Dios. No estoy segura de qué tipo de vino tienen en el supermercado
Ernie’s. Harry vuelve con las manos vacías y una mueca de disgusto.
—Aquí al lado hay una buena licorería —digo enseguida.
—Veré qué tienen.
Quizá deberíamos ir a su piso, y así no pasaríamos por todo este lío. Le veo
salir por la puerta muy decidido, con su elegancia natural. Dos mujeres que entran se paran y se quedan mirando. Ah, sí, mirad a mi Cincuenta Sombras, pienso con cierto desaliento.
Le deseo tal como le recuerdo, en mi cama, pero se está haciendo mucho de rogar. A lo mejor yo debería hacer lo mismo. La diosa que llevo dentro asiente
frenéticamente. Y mientras hago cola, se nos ocurre un plan. Mmm…
Harry entra las bolsas de la compra al apartamento. Ha cargado con
ellas todo el camino desde que salimos de la tienda. Se le ve muy raro, muy distinto de
su porte habitual de presidente.
—Se te ve muy… doméstico.
—Nadie me había acusado de eso antes —dice con sequedad.
Coloca las bolsas sobre la encimera de la isla de la cocina. Mientras yo empiezo a vaciarlas, él saca una botella de vino y busca un sacacorchos.
—Este sitio aún es nuevo para mí. Me parece que el abridor está en ese cajón de allí —digo, señalando con la barbilla.
Esto parece tan… normal. Dos personas que se están conociendo, que se disponen a comer. Y, sin embargo, es tan raro. El miedo que siempre sentía en su
presencia ha desaparecido. Ya hemos hecho tantas cosas juntos que me ruborizo solo
de pensarlo, y aun así apenas le conozco.
—¿En qué estás pensando?
Harry interrumpe mis fantasías mientras se quita la americana de rayas y la deja sobre el sofá.
—En lo poco que te conozco, en realidad.
Se me queda mirando y sus ojos se apaciguan.
—Me conoces mejor que nadie.
—No creo que eso sea verdad.
De pronto, y totalmente en contra de mi voluntad, la señora Robinson aparece en mi mente.
—La cuestión,_________, es que soy una persona muy, muy cerrada.
Me ofrece una copa de vino blanco.
—Salud —dice.
—Salud —contesto, y bebo un sorbo mientras él mete la botella en la
nevera.
—¿Puedo ayudarte con eso? —pregunta.
—No, no hace falta… siéntate.
—Me gustaría ayudar.
Parece sincero.
—Puedes picar las verduras.
—No sé cocinar —dice, mirando con suspicacia el cuchillo que le doy.
—Supongo que no lo necesitas.
Le pongo delante una tabla para cortar y unos pimientos rojos. Los mira, confundido.
—¿Nunca has picado una verdura?
—No.
Lo miro riendo.
—¿Te estás riendo de mí?
—Por lo visto hay algo que yo sé hacer y tú no. Reconozcámoslo, Harry, creo que esto es nuevo. Ven, te enseñaré.
Le rozo y se aparta. La diosa que llevo dentro se incorpora y observa.
—Así —digo, mientras corto el pimiento rojo y aparto las semillas con
cuidado.
—Parece bastante fácil.
—No deberías tener ningún problema para conseguirlo —le aseguro con ironía.
Él me observa impasible un momento y después se pone a ello, mientras yo
comienzo a preparar los dados de pollo. Empieza a cortar, con cuidado, despacio. Por
favor… así estaremos aquí todo el día.
Me lavo las manos y busco el wok, el aceite y los demás ingredientes que
necesito, rozándole repetidas veces: con la cadera, el brazo, la espalda, las manos.
Toquecitos inocentes. Cada vez que lo hago, él se queda muy quieto.
—Sé lo que estás haciendo, _______—murmura sombrío, mientras sigue
aún con el primer pimiento.
—Creo que se llama cocinar —digo, moviendo las pestañas.
Cojo otro cuchillo y me coloco a su lado para pelar y cortar el ajo, las chalotas y las judías verdes, chocando con él a cada momento.
—Lo haces bastante bien —musita mientras empieza con el segundo pimiento rojo.
—¿Picar? —Le miro y aleteo las pestañas—. Son años de práctica.
Vuelvo a rozarle, está vez con el trasero. Él se queda inmóvil otra vez.
—Si vuelves a hacer eso, _________, te follaré en el suelo de la cocina.
Oh, vaya, esto funciona.
—Primero tendrás que suplicarme.
—¿Me estás desafiando?
—Puede.
Deja el cuchillo y, lentamente, da un paso hacia mí. Le arden los ojos. Se
inclina a mi lado, apaga el gas. El aceite del wok deja de crepitar casi al instante.
—Creo que comeremos después —dice—. Mete el pollo en la nevera.
Esta es una frase que nunca habría esperado oír de labios de Harry
Styles, y solo él puede hacer que suene erótica, muy erótica. Cojo el bol con los dados
de pollo, le pongo un plato encima con manos algo temblorosas y lo guardo en la
nevera. Cuando me doy la vuelta, él está a mi lado.
—¿Así que vas a suplicar? —susurro, mirando audazmente sus ojos turbios.
—No, ________. —Menea la cabeza—. Nada de súplicas.
Su voz es tenue y seductora.
Y nos quedamos mirándonos el uno al otro, embebiéndonos el uno del otro… el ambiente se va cargando, casi saltan chispas, sin que ninguno diga nada, solo
mirando. Me muerdo el labio cuando el deseo por ese hombre me domina con ánimo de
venganza, incendia mi cuerpo, me roba el aliento, me inunda de cintura para abajo. Veo
mis reacciones reflejadas en su semblante, en sus ojos.
De golpe, me agarra por las caderas y me arrastra hacia él, mientras yo
hundo las manos en su cabello y su boca me reclama. Me empuja contra la nevera, y
oigo la vaga protesta de la hilera de botellas y tarros en el interior, mientras su lengua
encuentra la mía. Yo jadeo en su boca, y una de sus manos me sujeta el pelo y me echa
hacia atrás la cabeza mientras nos besamos salvajemente.
—¿Qué quieres,________? —jadea.
—A ti —gimo.
—¿Dónde?
—En la cama.
Me suelta, me coge en brazos y me lleva deprisa y sin aparente esfuerzo a
mi dormitorio. Me deja de pie junto a la cama, se inclina y enciende la luz de la mesita.
Echa una ojeada rápida a la habitación y se apresura a correr las cortinas beis.
—¿Ahora qué? —dice en voz baja.
—Hazme el amor.
—¿Cómo?
Madre mía.
—Tienes que decírmelo, nena.
Por Dios…
—Desnúdame —digo ya jadeando.
Él sonríe, mete el dedo índice en el escote de mi blusa y tira hacia él.
—Buena chica —murmura, y sin apartar sus ardientes ojos de mí, empieza
a desabrocharme despacio.
Con cuidado, apoyo las manos en sus brazos para mantener el equilibrio. Él no protesta. Sus brazos son una zona segura. Cuando ha terminado con los botones, me
saca la blusa por encima de los hombros, y yo le suelto para dejar que la prenda caiga
al suelo. Él se inclina hasta la cintura de mis vaqueros, desabrocha el botón y baja la cremallera.
—Dime lo que quieres, __________-.
Le centellean los ojos. Separa los labios y respira entrecortadamente.
—Bésame desde aquí hasta aquí —susurro deslizando un dedo desde la base de la oreja hasta la garganta.
Él me aparta el pelo de esa línea de fuego y se inclina, dejando un rastro de besos suaves y cariñosos por el trazado de mi dedo, y luego de vuelta.
—Mis vaqueros y las bragas —murmuro, y él, pegado a mi cuello, sonríe antes de dejarse caer de rodillas ante mí.
Oh, me siento tan poderosa. Mete los pulgares en mis pantalones y me los
quita con cuidado por las piernas junto con mis bragas. Yo doy un paso al lado para
librarme de los zapatos y la ropa, de manera que me quedo solo con el sujetador. Él se
para y alza la mirada expectante, pero no se levanta.
—¿Ahora qué, ________?
—Bésame —musito.
—¿Dónde?
—Ya sabes dónde.
—¿Dónde?
Ah, es implacable. Avergonzada, señalo rápidamente la cúspide de mis muslos y él sonríe de par en par. Cierro los ojos, mortificada pero al mismo tiempo
increíblemente excitada.
—Oh, encantado —dice entre risas.
Me besa y despliega la lengua, su lengua experta en dar placer. Yo gimo y
me agarro a su cabello. Él no para, me rodea el clítoris con la lengua y me vuelve loca,
una vez y otra, una vuelta y otra. Ahhh… solo hace… ¿cuánto? Oh…
—Harry, por favor —suplico.
No quiero correrme de pie. No tengo fuerzas.
—¿Por favor qué, __________?
—Hazme el amor.
—Es lo que hago —susurra, exhalando suavemente en mi entrepierna.
—No. Te quiero dentro de mí.
—¿Estás segura?
—Por favor.
No ceja en su exquisita y dulce tortura. Gimo en voz alta.
—Harry… por favor.
Se levanta y me mira de arriba abajo, y en sus labios brilla la prueba de mi excitación.
Es tan erótico…
—¿Y bien? —pregunta.
—¿Y bien, qué? —digo sin aliento y mirándole con un ansia febril.
—Yo sigo vestido.
Le miro boquiabierta y confundida.
¿Desnudarle? Sí, eso puedo hacerlo. Me acerco a su camisa y él da un paso
atrás.
—Ah, no —me riñe.
Por Dios, quiere decir los vaqueros.
Uf… y eso me da una idea. La diosa que llevo dentro me aclama a gritos y me pongo de rodillas ante él. Con dedos temblorosos y bastante torpeza, le desabrocho
el cinturón y la bragueta, después tiro de sus vaqueros y sus calzoncillos hacia abajo, y
lo libero. Uau.
Alzo la vista a través de las pestañas, y él me está mirando con… ¿qué?
¿Inquietud? ¿Asombro? ¿Sorpresa?
Da un paso a un lado para zafarse de los pantalones, se quita los calcetines,
y yo lo tomo en mi mano, y aprieto y tiro hacia atrás como él me ha enseñado. Gime y
se tensa, respirando con dificultad entre los dientes apretados. Con mucho tiento, me meto su miembro en mi boca y chupo… fuerte. Mmm, sabe tan bien…
—Ah. ___________… oh, despacio.
Me coge la cabeza tiernamente, y yo le empujo más al fondo de mi boca, y
junto los labios, tan fuerte como puedo, me cubro los dientes y chupo fuerte.
—Joder —masculla.
Oh, es un sonido agradable, sugerente y sexy, así que vuelvo a hacerlo,
hundo la boca hasta el fondo y hago girar la lengua alrededor de la punta. Mmm… me
siento como Afrodita.
—__________, ya basta. Para.
Vuelvo a hacerlo (suplica, Styles, suplica), y otra vez.
—_______, ya has demostrado lo que querías —gruñe entre dientes—. No
quiero correrme en tu boca.
Lo hago otra vez, y él se inclina, me agarra por los hombros, me pone en
pie de golpe y me tira sobre la cama. Se quita la camisa por la cabeza, y luego, como
un buen chico, se agacha para sacar un paquetito plateado del bolsillo de sus vaqueros
tirados en el suelo. Está jadeando, como yo.
—Quítate el sujetador —ordena.
Me incorporo y hago lo que me dice.
—Túmbate. Quiero mirarte.
Me tumbo, y alzo la vista hacia él mientras saca el condón. Le deseo tanto.
Me mira y se relame.
—Eres preciosa, _________ Steele.
Se inclina sobre la cama, y lentamente se arrastra sobre mí, besándome al hacerlo. Besa mis dos pechos y juguetea con mis pezones por turnos, mientras yo jadeo
y me retuerzo debajo de él, pero no se detiene.
No… Para. Te deseo.
—Harry, por favor.
—¿Por favor, qué? —murmura entre mis pechos.
—Te quiero dentro de mí.
—¿Ah, sí?
—Por favor.
Sin dejar de mirarme, me separa las piernas con las suyas y se mueve hasta
quedar suspendido sobre mí. Sin apartar sus ojos de los míos, se hunde en mi interior
con un ritmo deliciosamente lento.
Cierro los ojos, deleitándome en la lentitud, en la sensación exquisita de su posesión, e instintivamente arqueo la pelvis para recibirle, para unirme a él, gimiendo
en voz alta. Él se retira suavemente y vuelve a colmarme muy despacio. Mis dedos
encuentran el camino hasta su pelo sedoso y rebelde, y él sigue moviéndose muy
despacio, dentro y fuera una y otra vez.
—Más rápido,Harry, más rápido… por favor.
Baja la vista, me mira triunfante y me besa con dureza, y luego empieza a
moverse de verdad —catigador, implacable… oh, Dios—, y sé que esto no durará
mucho. Adopta un ritmo palpitante. Yo empiezo a acelerarme, mis piernas se tensan
debajo de él.
—Vamos, nena —gime—. Dámelo.
Sus palabras son mi detonante, y estallo de forma escandalosa, arrolladora,
en un millón de pedazos en torno a él, y él me sigue gritando mi nombre.
—¡________! ¡Oh, joder, _________!
Se derrumba encima de mí, hundiendo la cabeza en mi cuello.
Gracias A Las chicas que Comentan!
Lo único bueno de estar sin coche es que, en el autobús que me lleva al trabajo, puedo enchufar los auriculares al iPad que llevo en el bolso y escuchar todas las maravillosas piezas que Harry me ha grabado. Cuando llego a la oficina, tengo
una estúpida sonrisa dibujada en la cara.
Jack levanta los ojos hacia mí, atónito.
—Buenos días, _________. Estás… radiante.
Su comentario me sonroja. ¡Qué inapropiado!
—He dormido bien, gracias, Jack. Buenos días.
Frunce el ceño.
—¿Puedes leer esto por mí y redactarme los informes correspondientes para la hora de comer, por favor? —Me entrega cuatro manuscritos. Ante mi gesto de
horror, añade—: Solo los primeros capítulos.
—Claro.
Sonrío aliviada, y él me responde con una gran sonrisa.
Conecto el ordenador para empezar a trabajar, mientras me termino el café
con leche y me como un plátano. Hay un correo electrónico de Harry.
De: Harry Styles
Fecha: 10 de junio de 2011 08:05
Para: Anastasia Steele
Asunto: Ayúdame…
Espero que hayas desayunado.
Te eché en falta anoche.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
De: ________- Steele
Fecha: 10 de junio de 2011 08:33
Para: Harry Styles
Asunto: Libros viejos…
Estoy comiéndome un plátano mientras tecleo. Llevaba varios días sin desayunar, de manera que supone un paso adelante. Me encanta la aplicación de la
Biblioteca Británica… he empezado a releer Robinson Crusoe… y, naturalmente, te
quiero.
Ahora déjame en paz: intento trabajar.
__________ Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Harry Styles
Fecha: 10 de junio de 2011 08:36
Para:___________ Steele
Asunto: ¿Eso es lo único que has comido?
Puedes esforzarte más. Necesitarás energía para suplicar.
Harry Styles
Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
De: ________ Steele
Fecha: 10 de junio de 2011 08:39
Para: Harry Styles
Asunto: Pesado
Señor Styles, intento trabajar para ganarme la vida… y es usted quien suplicará.
_________ Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Harry Styles
Fecha: 10 de junio de 2011 08:36
Para: ________ Steele
Asunto: ¡Vamos!
Vaya, señorita Steele, me encantan los desafíos…
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
Estoy sentada frente a la pantalla sonriendo como una idiota. Pero tengo que leer esos capítulos para Jack y escribir informes sobre todos ellos. Coloco los manuscritos sobre mi mesa y empiezo.
A la hora de comer voy a la tienda a buscar un bocadillo de pastrami
mientras escucho la lista de temas de mi iPad. El primero es de Nitin Sawhney, una
pieza tradicional titulada «Homelands»… es buena. El señor Styles tiene un gusto
musical ecléctico. Vuelvo hacia atrás y escucho una pieza clásica: «Fantasía sobre un
tema de Thomas Tallis», de Ralph Vaughan Williams. Oh, Cincuenta tiene sentido del
humor, y le quiero por eso. ¿Se me borrará esta estúpida sonrisa de la cara alguna vez?
La tarde pasa lentamente. En un momento de inactividad, decido escribirle
un correo a Harry.
De: ________ Steele
Fecha: 10 de junio de 2011 16:05
Para: Harry Styles
Asunto: Aburrida…
Estoy mano sobre mano.
¿Cómo estás?
¿Qué estás haciendo?
_______ Steele
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
De: Harry Styles
Fecha: 10 de junio de 2011 16:15
Para: _________ Steele
Asunto: Tus manos
Deberías venir a trabajar conmigo.
No estarías mano sobre mano.
Estoy seguro de que yo podría darles mejor uso.
De hecho, se me ocurren varias opciones…
Yo estoy con fusiones y adquisiciones rutinarias.
Todo es muy árido.
Tus correos electrónicos en SIP se monitorizan.
Harry Styles
Presidente distraído de Styles Enterprises Holdings, Inc.
Oh, Dios. No tenía ni idea. ¿Cómo demonios lo sabe él? Observo la
pantalla con el ceño fruncido, reviso rápidamente los e-mails que he enviado y los voy borrando.
A las cinco y media en punto, Jack se acerca a mi mesa. Lleva un atuendo
informal de viernes, es decir, unos tejanos y una camisa negra.
—¿Una copa, _______? Solemos ir a tomar una rápida al bar de enfrente.
—¿Solemos…? —pregunto, esperanzada.
—Sí, vamos casi todos… ¿vienes?
Por alguna razón desconocida, que no quiero analizar demasiado a fondo,
me invade una sensación de alivio.
—Me encantaría. ¿Cómo se llama el bar?
—Fifty’s.
—Me tomas el pelo.
Me mira extrañado.
—No. ¿Tiene algún significado para ti?
—No, perdona. Nos vemos ahora allí.
—¿Qué te apetecerá beber?
—Una cerveza, por favor.
—Muy bien.
Voy al baño y le mando un e-mail a Harry desde la BlackBerry.
De: _________ Steele
Fecha: 10 de junio de 2011 17:36
Para: Harry Styles
Asunto: Encajarás perfectamente
Vamos a ir a un bar que se llama Fifty’s.
Para mí esto es una mina inagotable de bromas y risas.
Tengo muchas ganas de encontrarme allí contigo, señor Styles.
_______ xx
De: Harry Styles
Fecha: 10 de junio de 2011 17:38
Para: _________ Steele
Asunto: Riesgos
Las minas son muy, muy peligrosas.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
De: ___________ Steele
Fecha: 10 de junio de 2011 17:40
Para: Harry Styles
Asunto: ¿Riesgos?
¿Qué quieres decir con eso?
De: Harry Styles
Fecha: 10 de junio de 2011 17:42
Para: __________ Steele
Asunto: Simplemente…
Era un comentario, señorita Steele.
Hasta pronto.
Más pronto que tarde, nena.
Harry Styles Presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc.
Me miro en el espejo. Cómo puede cambiar todo en un día. Tengo más
color en las mejillas y me brillan los ojos. Es el efecto Harry Styles . Discutir un poco con él por e-mail provoca eso en una chica. Sonrío ante mi imagen y me aliso la camisa azul claro… la que Taylor compró para mí. Llevo también mis vaqueros
favoritos. La mayoría de las mujeres de la oficina llevan tejanos o faldas anchas.
Tendré que invertir también en un par de faldas anchas. Puede que lo haga este fin de semana e ingrese el talón que Harry me dio por Wanda, mi Escarabajo.
Cuando salgo del edificio, oigo que gritan mi nombre.
—¿Señorita Steele?
Me vuelvo, sorprendida, y una chica joven con la piel cenicienta se me acerca con cautela. Parece un fantasma… tan pálida y extrañamente inexpresiva.
—¿Señorita ________ Steele? —repite, y sus facciones permanecen
estáticas aunque esté hablando.
—¿Sí?
Se para en la acera y se me queda mirando como a un metro de distancia, y
yo, totalmente inmóvil, le devuelvo la mirada. ¿Quién es? ¿Qué quiere?
—¿Puedo ayudarte? —pregunto.
¿Cómo sabe mi nombre?
—No… solo quería verte.
Habla con una voz muy baja, inquietante. Y tiene un pelo oscuro como el mío, que contrasta radicalmente con su piel blanca. Sus ojos son castaños, color
whisky, pero inexpresivos. No hay la menor chispa de vida en ellos. La tristeza
aparece grabada en su precioso y pálido rostro.
—Lo siento… pero estoy en desventaja —le digo educadamente, intentando
ignorar el escalofrío de advertencia que me sube por la columna vertebral.
La miro de cerca, y tiene un aspecto raro, descuidado y desvalido. La ropa
que lleva le va dos tallas grande, incluida la gabardina de marca.
Se echa a reír, con un sonido extraño y discordante que incrementa mi
ansiedad.
—¿Qué tienes tú que yo no tenga? —pregunta con tristeza.
Mi ansiedad se convierte en miedo.
—Perdona… ¿quién eres?
—¿Yo? No soy nadie.
Levanta un brazo para pasarse la mano por la melena que le llega al
hombro, y al hacerlo se le levanta la manga de la gabardina y se le ve un sucio vendaje
alrededor de la muñeca.
Dios…
—Que tenga un buen día, señorita Steele.
Da media vuelta y sube andando la calle mientras yo me quedo clavada en el sitio. Veo cómo su delgada silueta desaparece de mi vista, perdiéndose entre los
trabajadores que salen en masa de sus despachos.
¿De qué iba eso?
Confusa, cruzo la calle hasta el bar, intentando asimilar lo que acaba de
pasar, mientras mi subconsciente levanta su fea cabeza y me dice entre dientes: Ella
tiene algo que ver con Harry.
El Fifty’s es un bar impersonal y cavernoso, con banderines y pósters de
béisbol colgados en las paredes. Jack está en la barra con Elizabeth y Courtney, la otra ayudante editorial, dos tipos de contabilidad y Claire, de recepción, con sus
característicos aros de plata.
—¡Hola,________!
Jack me pasa una botella de Bud.
—Salud… gracias —murmuro, afectada todavía por mi encuentro con la
Chica Fantasma.
—Salud.
Chocamos las botellas y él sigue conversando con Elizabeth. Claire me
sonríe con simpatía.
—¿Cómo te ha ido tu primera semana? —pregunta.
—Bien, gracias. Todo el mundo ha sido muy amable.
—Hoy se te ve mucho más contenta.
—Es viernes —balbuceo enseguida—. ¿Y tú, tienes planes para el fin de semana?
Mi táctica de distracción patentada funciona, estoy salvada. Resulta que
Claire tiene seis hermanos y se va a Tacoma a una gran reunión familiar. Se muestra
bastante locuaz y me doy cuenta de que no he hablado con ninguna mujer de mi edad desde que Perrie se fue a Barbados.
Con aire distraído, me pregunto cómo estará Perrie… y Elliot. Tengo que acordarme de preguntarle a Harry si ha sabido algo de ellos. Ah, y Ethan, el
hermano de Perrie , volverá el martes que viene, y se instalará en nuestro apartamento.
No creo que a Harry le guste demasiado eso. Mi encuentro de antes con la extraña
Chica Fantasma va desapareciendo de mi mente.
Mientras charlo con Claire, Elizabeth me pasa otra cerveza.
—Gracias —le sonrío.
Resulta muy fácil charlar con Claire —se nota que le gusta hablar—, y me
bebo una tercera cerveza sin darme cuenta, cortesía de uno de los chicos de
contabilidad.
Cuando Elizabeth y Courtney se van, Jack se viene con Claire y conmigo.
¿Dónde está Harry? Uno de los tipos de contabilidad se pone a hablar con Claire.
—__________-, ¿crees que tomaste una buena decisión viniendo a trabajar con
nosotros?
Jack habla en un tono suave y está un poco demasiado cerca. Pero he notado
que tiene tendencia a hacer eso con todo el mundo, incluso en la oficina.
—Esta semana he estado muy a gusto, gracias, Jack. Sí, creo que tomé la
decisión correcta.
—Eres una chica muy lista, _________. Llegarás lejos.
Me ruborizo.
—Gracias —mascullo, porque no sé qué más decir.
—¿Vives lejos?
—En el barrio de Pike Market.
—No muy lejos de mi casa. —Sonriendo, se acerca aún más y se apoya en
la barra, casi acorralándome—. ¿Tienes planes este fin de semana?
—Bueno… eh…
Le siento antes de verle. Es como si todo mi cuerpo estuviera sintonizado
con el hecho de su presencia. Se relaja y se despierta a la vez, una dualidad interior y rara… y noto esa extraña corriente eléctrica.
Harry me pasa el brazo alrededor del hombro como una muestra de
afecto aparentemente relajada, pero yo sé que no es así. Está reclamando un derecho, y
en esta ocasión, es muy bien recibido. Me besa suavemente el pelo.
—Hola, nena —murmura.
Al sentir su brazo que me rodea no puedo evitar sentir alivio, y excitación.
Me acerca hacia sí, y yo levanto la vista para mirarle mientras él observa a Jack,
impasible. Entonces se gira hacia mí y me dedica una media sonrisa fugaz, seguida de un beso rápido. Lleva una americana azul marino de raya diplomática, con unos
vaqueros y una camisa blanca desabrochada. Está para comérselo.
Jack se aparta, incómodo.
—Jack, este es Harry —balbuceo en tono de disculpa. ¿Por qué me
estoy disculpando?—.Harry, Jack.
—Yo soy el novio —dice Harry con una sonrisita fría que no alcanza a sus ojos, mientras le estrecha la mano a Jack.
Yo levanto la vista hacia mi jefe, que está evaluando mentalmente al
magnífico espécimen varonil que tiene delante.
—Yo soy el jefe —replica Jack, arrogante—________ me habló de un ex novio.
Ay, Dios. No te conviene jugar a este juego con Cincuenta.
—Bueno, ya no soy un ex —responde Harry tranquilamente—. Vamos, nena, hemos de irnos.
—Por favor, quedaos a tomar una copa con nosotros —dice Jack con
amabilidad.
No creo que sea buena idea. ¿Por qué resulta tan incómodo esto? Miro de
reojo a Claire, que, naturalmente, contempla a Harry con la boca abierta y franco
deleite carnal. ¿Cuándo dejará de preocuparme el efecto que provoca en otras
mujeres?
—Tenemos planes —apunta Harry con su sonrisa enigmática.
¿Ah, sí? Y un escalofrío de expectación recorre mi cuerpo.
—Quizá en otra ocasión —añade—. Vamos —me dice cogiéndome la
mano.
—Hasta el lunes.
Sonrío a Jack, a Claire y al tipo de contabilidad, tratando de ignorar el gesto de disgusto de Jack, y salgo por la puerta detrás de Harry.
Taylor está al volante del Audi, que espera junto a la acera.
—¿Por qué me ha parecido eso un concurso de a ver quién mea más lejos?
—le pregunto a Harry cuando me abre la puerta del coche.
—Porque lo era —murmura, me dedica su sonrisa enigmática y luego cierra
la puerta.
—Hola, Taylor —le digo, y nuestras miradas se encuentran en el retrovisor.
—Señorita Steele —me saluda Taylor con una amplia sonrisa.
Harry se sienta a mi lado, me sujeta la mano y me besa suavemente los
nudillos.
—Hola —dice bajito.
Mis mejillas se tiñen de rosa, sé que Taylor nos oye, y agradezco que no
vea la mirada abrasadora y terriblemente excitante que me dedica Harry. Tengo que
echar mano de toda mi contención para no lanzarme sobre él aquí mismo, en el asiento
de atrás del coche.
Oh, el asiento de atrás del coche… mmm.
—Hola —jadeo, con la boca seca.
—¿Qué te gustaría hacer esta noche?
—Creí que dijiste que teníamos planes.
—Oh, yo sé lo que me gustaría hacer,__________. Te pregunto qué quieres
hacer tú.
Yo le sonrío radiante.
—Ya veo —dice con una perversa risita—. Pues… a suplicar entonces.
¿Quieres suplicar en mi casa o en la tuya?
Inclina la cabeza y me dedica esa sonrisa tan sexy suya.
—Creo que eres muy presuntuoso, señor Styles . Pero, para variar,
podríamos hacerlo en mi apartamento.
Me muerdo el labio deliberadamente y su expresión se ensombrece.
—Taylor, a casa de la señorita Steele, por favor.
—Señor —asiente Taylor, y se incorpora al tráfico.
—¿Qué tal te ha ido el día? —pregunta.
—Bien. ¿Y el tuyo?
—Bien, gracias.
Su enorme sonrisa se refleja en la mía, y vuelve a besarme la mano.
—Estás guapísima —dice.
—Tú también.
—Tu jefe, Jack Hyde, ¿es bueno en su trabajo?
¡Vaya! Esto sí que es un cambio de tema repentino. Frunzo el ceño.
—¿Por qué? ¿Esto tiene algo que ver con vuestro concurso de meadas?
Harry sonríe maliciosamente.
—Ese hombre quiere meterse en tus bragas,__________—dice con
sequedad.
Siento que las mejillas me arden, abro la boca nerviosa, y echo un vistazo a
Taylor.
—Bueno, que quiera lo que le dé la gana… ¿por qué estamos hablando de esto? Ya sabes que él no me interesa en absoluto. Solo es mi jefe.
—Esa es la cuestión. Quiere lo que es mío. Necesito saber si hace bien su
trabajo.
Me encojo de hombros.
—Creo que sí.
¿Adónde quiere ir a parar con esto?
—Bien, más le vale dejarte en paz, o acabará de patitas en la calle.
—Harry, ¿de qué hablas? No ha hecho nada malo…
Todavía. Solo se acerca demasiado.
—Si hace cualquier intento o acercamiento, me lo dices. Se llama conducta inmoral grave… o acoso sexual.
—Solo ha sido una copa después del trabajo.
—Lo digo en serio. Un movimiento en falso y se va a la calle.
—Tú no tienes poder para eso. —¡Por Dios! Y antes de ponerle los ojos en blanco, caigo en la cuenta, y es como si chocara contra un camión de mercancías a toda
velocidad—. ¿O sí, Harry?
Me dedica su sonrisa enigmática.
—Vas a comprar la empresa —murmuro horrorizada.
En respuesta al pánico de mi voz aparece su sonrisa.
—No exactamente.
—La has comprado. SIP. Ya.
Me mira cauteloso y pestañea.
—Es posible.
—¿La has comprado o no?
—La he comprado.
¿Qué demonios…?
—¿Por qué? —grito, espantada.
Oh, sinceramente, esto ya es demasiado.
—Porque puedo,__________. Necesito que estés a salvo.
—¡Pero dijiste que no interferirías en mi carrera profesional!
—Y no lo haré.
Aparto mi mano de la suya.
—Harry…
Me faltan las palabras.
—¿Estás enfadada conmigo?
—Sí. Claro que estoy enfadada contigo. —Estoy furiosa—. Quiero decir, ¿qué clase de ejecutivo responsable toma decisiones basadas en quien se esté tirando
en ese momento?
Palidezco y vuelvo a mirar inquieta y de reojo a Taylor, que nos ignora
estoicamente.
Maldición. ¡Vaya un momento para que se estropee el filtro de control
cerebro-boca!
Harry abre la suya, luego vuelve a cerrarla y me mira con mala cara. Yo le devuelvo la mirada. Mientras ambos nos fulminamos con la vista, la atmósfera en el interior del coche se degrada de reunión cariñosa a gélida, con palabras implícitas y
reproches en potencia.
Afortunadamente, nuestro incómodo trayecto en coche no dura mucho, y Taylor aparca por fin frente a mi apartamento.
Yo salgo a toda prisa del vehículo, sin esperar a que nadie me abra la
puerta.
Oigo que Harry le dice a Taylor entre dientes:
—Creo que más vale que esperes aquí.
Noto que le tengo detrás, mientras rebusco en el bolso intentando encontrar
las llaves de la puerta principal.
—___________-—dice con calma, como si yo fuera una especie de animal
acorralado.
Suspiro y me giro para mirarle a la cara. Estoy tan enfadada con él que mi rabia es palpable… una criatura tenebrosa que amenaza con ahogarme.
—Primero, hace tiempo que no te follo… mucho tiempo, tal como yo lo siento; y segundo, quería entrar en el negocio editorial. De las cuatro empresas que hay
Seattle, SIP es la más rentable, pero está pasando por un mal momento y va a
estancarse… necesita diversificarse.
Yo le miro fija, gélidamente. Sus ojos son tan intensos, amenazadores
incluso, pero endiabladamente sexys. Podría perderme en sus Verdes profundidades.
—Así que ahora eres mi jefe —replico.
—Técnicamente, soy el jefe del jefe de tu jefe.
—Y, técnicamente, esto es conducta inmoral grave: el hecho de que me esté
tirando al jefe del jefe de mi jefe.
—En este momento, estás discutiendo con él —responde Harry irritado.
—Eso es porque es un auténtico gilipollas —mascullo.
Harry, atónito, da un paso hacia atrás. Ay, Dios. ¿He ido demasiado
lejos?
—¿Un gilipollas? —murmura mientras su cara adquiere una expresión
divertida.
¡Maldita sea! ¡Estoy enfadada contigo, no me hagas reír!
—Sí.
Me esfuerzo por mantener mi actitud de ultraje moral.
—¿Un gilipollas? —repite Harry.
Esta vez sus labios se tuercen para disimular una sonrisa.
—¡No me hagas reír cuando estoy enfadada contigo! —grito.
Y él sonríe, enseñando toda la dentadura con esa sonrisa deslumbrante de
muchachote americano, y yo no puedo contenerme. Sonrío y me echo a reír también.
¿Cómo podría no afectarme la alegría que veo en su sonrisa?
—El que tenga una maldita sonrisa estúpida en la cara no significa que no
esté cabreadísima contigo —digo sin aliento, intentando reprimir mi risita tonta de
animadora de instituto.
Aunque yo nunca fui animadora, pienso con amargura.
Se inclina y creo que va a besarme, pero no lo hace. Me huele el pelo e inspira profundamente.
—Eres imprevisible, señorita Steele, como siempre. —Se incorpora de nuevo y me observa, con una chispa de humor en los ojos—. ¿Piensas invitarme o vas a enviarme a casa por ejercer mi derecho democrático, como ciudadano americano,
empresario y consumidor, de comprar lo que me dé la real gana?
—¿Has hablado con el doctor Flynn de eso?
Se ríe.
—¿Vas a dejarme entrar o no,_________-?
Yo intento ponerle mala cara —morderme el labio ayuda—, pero sonrío al
abrir la puerta. Harry se da la vuelta, le hace un gesto a Taylor, y el Audi se
marcha.
Es raro estar con Harry Styles en el apartamento. Parece un sitio muy pequeño para él.
Sigo enfadada: su acoso no tiene límites, y ahora caigo que es así como
supo que los correos de SIP estaban monitorizados. Seguramente sabe más de SIP que
yo. Esa idea me resulta desagradable.
¿Qué puedo hacer? ¿Por qué tiene esa necesidad de mantenerme a salvo?
Soy una adulta —más o menos—, por el amor de Dios… ¿Qué puedo hacer para tranquilizarle?
Observo su cara mientras se pasea por la habitación como un animal enjaulado, y mi rabia disminuye. Verle aquí, en mi espacio, cuando creí que habíamos terminado, es reconfortante. Más que reconfortante… le quiero, y mi corazón se
expande con un júbilo exaltado y embriagador. Él echa un vistazo por todas partes,
examinando el entorno.
—Es bonito —dice.
—Los padres de Perrie lo compraron para ella.
Asiente abstraído y sus vivaces ojos Verdes descansan en los míos ,me miran.
—Esto… ¿quieres beber algo? —susurro, ruborizada por los nervios.
—No, gracias, ______.
Su mirada se ensombrece.
¿Por qué estoy tan nerviosa?
—¿Qué te gustaría hacer, ________-? —pregunta dulcemente mientras
camina hacia mí, salvaje y ardiente—. Yo sé lo que quiero hacer —añade en voz baja.
Me echo hacia atrás y choco contra el cemento de la cocina tipo isla.
—Sigo enfadada contigo.
—Lo sé.
Me sonríe con un amago de disculpa y yo me derrito… bueno, quizá no esté
tan enfadada.
—¿Te apetece comer algo? —pregunto.
Él asiente despacio.
—Sí, a ti —murmura.
Mi cuerpo se tensa de cintura para abajo. Solo su voz basta para seducirme, pero esa mirada, esa hambrienta mirada de deseo urgente… Oh, Dios.
Está de pie delante de mí, sin llegar a tocarme. Baja la vista, me mira a los ojos y el calor que irradia su cuerpo me inunda. Siento un ardor sofocante que me
aturde y las piernas como si fueran de gelatina, mientras un deseo oscuro me recorre
las entrañas. Le deseo.
—¿Has comido hoy? —murmura.
—Un bocadillo al mediodía —susurro.
No quiero hablar de comida.
Entorna los ojos.
—Tienes que comer.
—La verdad es que ahora no tengo hambre… de comida.
—¿De qué tiene hambre, señorita Steele?
—Creo que ya lo sabe, señor Styles.
Se inclina y nuevamente creo que va a besarme, pero no lo hace.
—¿Quieres que te bese,_________? —me susurra bajito al oído.
—Sí —digo sin aliento.
—¿Dónde?
—Por todas partes.
—Vas a tener que especificar un poco más. Ya te dije que no pienso tocarte hasta que me supliques y me digas qué debo hacer.
Estoy perdida; no está jugando limpio.
—Por favor —murmuro.
—Por favor, ¿qué?
—Tócame.
—¿Dónde, nena?
Está tan tentadoramente cerca, su aroma es tan embriagador… Alargo la
mano, y él se aparta inmediatamente.
—No, no —me recrimina, y abre los ojos con una repentina expresión de alarma.
—¿Qué?
No… vuelve.
—No.
Niega con la cabeza.
—¿Nada de nada?
No puedo reprimir el anhelo de mi voz.
Me mira desconcertado y su duda me envalentona. Doy un paso hacia él, y
se aparta, levanta las manos para defenderse, pero sonriendo.
—Oye, ________…
Es una advertencia, y se pasa la mano por el pelo, exasperado.
—A veces no te importa —comento quejosa—. Quizá debería ir a buscar un rotulador y podríamos hacer un mapa de las zonas prohibidas.
Arquea una ceja.
—No es mala idea. ¿Dónde está tu dormitorio?
Señalo con la cabeza. ¿Está cambiando de tema aposta?
—¿Has seguido tomando la píldora?
Maldita sea. La píldora.
Al ver mi gesto le cambia la cara.
—No —mascullo.
—Ya —dice, y junta los labios en una fina línea—. Ven, comamos algo.
—¡Creía que íbamos a acostarnos! Yo quiero acostarme contigo.
—Lo sé, nena.
Sonríe y de repente viene hacia mí, me sujeta las muñecas, me atrae a sus brazos y me estrecha contra su cuerpo.
—Tú tienes que comer, y yo también —murmura, y baja hacia mí sus ardientes ojos Verdes—. Además… la expectación es clave en la seducción, y la
verdad es que ahora mismo estoy muy interesado en posponer la gratificación.
Ah… ¿desde cuándo?
—Yo ya he sido seducida y quiero mi gratificación ahora. Te suplicaré, por favor —digo casi gimoteante.
Me sonríe con ternura.
—Come. Estás demasiado flaca.
Me besa la frente y me suelta.
Esto es un juego, parte de algún plan diabólico. Le frunzo el ceño.
—Sigo enfadada porque compraras SIP, y ahora estoy enfadada porque me haces esperar —digo haciendo un puchero.
—La damita está enfadada, ¿eh? Después de comer te sentirás mejor.
—Ya sé después de qué me sentiré mejor.
—_________ Steele, estoy escandalizado —dice en tono burlón.
—Deja de burlarte de mí. No estás jugando limpio.
Disimula la sonrisa mordiéndose el labio inferior. Tiene un aspecto
sencillamente adorable… de Harry travieso que juega con mi libido. Si mis armas
de seducción fueran mejores, sabría qué hacer, pero no poder tocarle lo hace aún más difícil.
La diosa que llevo dentro entorna los ojos y parece pensativa. Hemos de trabajar en eso.
Mientras Harry y yo nos miramos fijamente —yo ardiente, molesta y
anhelante, y él, relajado, divirtiéndose a mi costa—, caigo en la cuenta de que no tengo
comida en el piso.
—Podría cocinar algo… pero tendremos que ir a comprar.
—¿A comprar?
—La comida.
—¿No tienes nada aquí?
Se le endurece el gesto.
Yo niego con la cabeza. Dios, parece bastante enfadado.
—Pues vamos a comprar —dice en tono severo y, girando sobre sus talones, va hacia la puerta y me la abre de par en par.
—¿Cuándo fue la última vez que estuviste en un supermercado?
Harry parece fuera de lugar, pero me sigue diligentemente, cargando con
La cesta de la compra.
—No me acuerdo.
—¿La señora Jones se encarga de todas las compras?
—Creo que Taylor la ayuda. No estoy seguro.
—¿Te parece bien algo salteado? Es rápido.
—Un salteado suena bien.
Harry sonríe, sin duda imaginando qué hay detrás de mi deseo de
preparar algo rápido.
—¿Hace mucho que trabajan para ti?
—Taylor, cuatro años, me parece. La señora Jones más o menos lo mismo.
¿Por qué no tenías comida en el apartamento?
—Ya sabes por qué —murmuro, ruborizada.
—Fuiste tú quien me dejó —masculla, molesto.
—Ya lo sé —replico en voz muy baja; no quiero que me lo recuerde.
Llegamos a la caja y nos ponemos en la cola sin hablar.
Si no me hubiera ido, ¿me habrías ofrecido la alternativa vainilla?, me pregunto vagamente.
—¿Tienes algo para beber? —dice, devolviéndome al presente.
—Cerveza… creo.
—Compraré un poco de vino.
Ay, Dios. No estoy segura de qué tipo de vino tienen en el supermercado
Ernie’s. Harry vuelve con las manos vacías y una mueca de disgusto.
—Aquí al lado hay una buena licorería —digo enseguida.
—Veré qué tienen.
Quizá deberíamos ir a su piso, y así no pasaríamos por todo este lío. Le veo
salir por la puerta muy decidido, con su elegancia natural. Dos mujeres que entran se paran y se quedan mirando. Ah, sí, mirad a mi Cincuenta Sombras, pienso con cierto desaliento.
Le deseo tal como le recuerdo, en mi cama, pero se está haciendo mucho de rogar. A lo mejor yo debería hacer lo mismo. La diosa que llevo dentro asiente
frenéticamente. Y mientras hago cola, se nos ocurre un plan. Mmm…
Harry entra las bolsas de la compra al apartamento. Ha cargado con
ellas todo el camino desde que salimos de la tienda. Se le ve muy raro, muy distinto de
su porte habitual de presidente.
—Se te ve muy… doméstico.
—Nadie me había acusado de eso antes —dice con sequedad.
Coloca las bolsas sobre la encimera de la isla de la cocina. Mientras yo empiezo a vaciarlas, él saca una botella de vino y busca un sacacorchos.
—Este sitio aún es nuevo para mí. Me parece que el abridor está en ese cajón de allí —digo, señalando con la barbilla.
Esto parece tan… normal. Dos personas que se están conociendo, que se disponen a comer. Y, sin embargo, es tan raro. El miedo que siempre sentía en su
presencia ha desaparecido. Ya hemos hecho tantas cosas juntos que me ruborizo solo
de pensarlo, y aun así apenas le conozco.
—¿En qué estás pensando?
Harry interrumpe mis fantasías mientras se quita la americana de rayas y la deja sobre el sofá.
—En lo poco que te conozco, en realidad.
Se me queda mirando y sus ojos se apaciguan.
—Me conoces mejor que nadie.
—No creo que eso sea verdad.
De pronto, y totalmente en contra de mi voluntad, la señora Robinson aparece en mi mente.
—La cuestión,_________, es que soy una persona muy, muy cerrada.
Me ofrece una copa de vino blanco.
—Salud —dice.
—Salud —contesto, y bebo un sorbo mientras él mete la botella en la
nevera.
—¿Puedo ayudarte con eso? —pregunta.
—No, no hace falta… siéntate.
—Me gustaría ayudar.
Parece sincero.
—Puedes picar las verduras.
—No sé cocinar —dice, mirando con suspicacia el cuchillo que le doy.
—Supongo que no lo necesitas.
Le pongo delante una tabla para cortar y unos pimientos rojos. Los mira, confundido.
—¿Nunca has picado una verdura?
—No.
Lo miro riendo.
—¿Te estás riendo de mí?
—Por lo visto hay algo que yo sé hacer y tú no. Reconozcámoslo, Harry, creo que esto es nuevo. Ven, te enseñaré.
Le rozo y se aparta. La diosa que llevo dentro se incorpora y observa.
—Así —digo, mientras corto el pimiento rojo y aparto las semillas con
cuidado.
—Parece bastante fácil.
—No deberías tener ningún problema para conseguirlo —le aseguro con ironía.
Él me observa impasible un momento y después se pone a ello, mientras yo
comienzo a preparar los dados de pollo. Empieza a cortar, con cuidado, despacio. Por
favor… así estaremos aquí todo el día.
Me lavo las manos y busco el wok, el aceite y los demás ingredientes que
necesito, rozándole repetidas veces: con la cadera, el brazo, la espalda, las manos.
Toquecitos inocentes. Cada vez que lo hago, él se queda muy quieto.
—Sé lo que estás haciendo, _______—murmura sombrío, mientras sigue
aún con el primer pimiento.
—Creo que se llama cocinar —digo, moviendo las pestañas.
Cojo otro cuchillo y me coloco a su lado para pelar y cortar el ajo, las chalotas y las judías verdes, chocando con él a cada momento.
—Lo haces bastante bien —musita mientras empieza con el segundo pimiento rojo.
—¿Picar? —Le miro y aleteo las pestañas—. Son años de práctica.
Vuelvo a rozarle, está vez con el trasero. Él se queda inmóvil otra vez.
—Si vuelves a hacer eso, _________, te follaré en el suelo de la cocina.
Oh, vaya, esto funciona.
—Primero tendrás que suplicarme.
—¿Me estás desafiando?
—Puede.
Deja el cuchillo y, lentamente, da un paso hacia mí. Le arden los ojos. Se
inclina a mi lado, apaga el gas. El aceite del wok deja de crepitar casi al instante.
—Creo que comeremos después —dice—. Mete el pollo en la nevera.
Esta es una frase que nunca habría esperado oír de labios de Harry
Styles, y solo él puede hacer que suene erótica, muy erótica. Cojo el bol con los dados
de pollo, le pongo un plato encima con manos algo temblorosas y lo guardo en la
nevera. Cuando me doy la vuelta, él está a mi lado.
—¿Así que vas a suplicar? —susurro, mirando audazmente sus ojos turbios.
—No, ________. —Menea la cabeza—. Nada de súplicas.
Su voz es tenue y seductora.
Y nos quedamos mirándonos el uno al otro, embebiéndonos el uno del otro… el ambiente se va cargando, casi saltan chispas, sin que ninguno diga nada, solo
mirando. Me muerdo el labio cuando el deseo por ese hombre me domina con ánimo de
venganza, incendia mi cuerpo, me roba el aliento, me inunda de cintura para abajo. Veo
mis reacciones reflejadas en su semblante, en sus ojos.
De golpe, me agarra por las caderas y me arrastra hacia él, mientras yo
hundo las manos en su cabello y su boca me reclama. Me empuja contra la nevera, y
oigo la vaga protesta de la hilera de botellas y tarros en el interior, mientras su lengua
encuentra la mía. Yo jadeo en su boca, y una de sus manos me sujeta el pelo y me echa
hacia atrás la cabeza mientras nos besamos salvajemente.
—¿Qué quieres,________? —jadea.
—A ti —gimo.
—¿Dónde?
—En la cama.
Me suelta, me coge en brazos y me lleva deprisa y sin aparente esfuerzo a
mi dormitorio. Me deja de pie junto a la cama, se inclina y enciende la luz de la mesita.
Echa una ojeada rápida a la habitación y se apresura a correr las cortinas beis.
—¿Ahora qué? —dice en voz baja.
—Hazme el amor.
—¿Cómo?
Madre mía.
—Tienes que decírmelo, nena.
Por Dios…
—Desnúdame —digo ya jadeando.
Él sonríe, mete el dedo índice en el escote de mi blusa y tira hacia él.
—Buena chica —murmura, y sin apartar sus ardientes ojos de mí, empieza
a desabrocharme despacio.
Con cuidado, apoyo las manos en sus brazos para mantener el equilibrio. Él no protesta. Sus brazos son una zona segura. Cuando ha terminado con los botones, me
saca la blusa por encima de los hombros, y yo le suelto para dejar que la prenda caiga
al suelo. Él se inclina hasta la cintura de mis vaqueros, desabrocha el botón y baja la cremallera.
—Dime lo que quieres, __________-.
Le centellean los ojos. Separa los labios y respira entrecortadamente.
—Bésame desde aquí hasta aquí —susurro deslizando un dedo desde la base de la oreja hasta la garganta.
Él me aparta el pelo de esa línea de fuego y se inclina, dejando un rastro de besos suaves y cariñosos por el trazado de mi dedo, y luego de vuelta.
—Mis vaqueros y las bragas —murmuro, y él, pegado a mi cuello, sonríe antes de dejarse caer de rodillas ante mí.
Oh, me siento tan poderosa. Mete los pulgares en mis pantalones y me los
quita con cuidado por las piernas junto con mis bragas. Yo doy un paso al lado para
librarme de los zapatos y la ropa, de manera que me quedo solo con el sujetador. Él se
para y alza la mirada expectante, pero no se levanta.
—¿Ahora qué, ________?
—Bésame —musito.
—¿Dónde?
—Ya sabes dónde.
—¿Dónde?
Ah, es implacable. Avergonzada, señalo rápidamente la cúspide de mis muslos y él sonríe de par en par. Cierro los ojos, mortificada pero al mismo tiempo
increíblemente excitada.
—Oh, encantado —dice entre risas.
Me besa y despliega la lengua, su lengua experta en dar placer. Yo gimo y
me agarro a su cabello. Él no para, me rodea el clítoris con la lengua y me vuelve loca,
una vez y otra, una vuelta y otra. Ahhh… solo hace… ¿cuánto? Oh…
—Harry, por favor —suplico.
No quiero correrme de pie. No tengo fuerzas.
—¿Por favor qué, __________?
—Hazme el amor.
—Es lo que hago —susurra, exhalando suavemente en mi entrepierna.
—No. Te quiero dentro de mí.
—¿Estás segura?
—Por favor.
No ceja en su exquisita y dulce tortura. Gimo en voz alta.
—Harry… por favor.
Se levanta y me mira de arriba abajo, y en sus labios brilla la prueba de mi excitación.
Es tan erótico…
—¿Y bien? —pregunta.
—¿Y bien, qué? —digo sin aliento y mirándole con un ansia febril.
—Yo sigo vestido.
Le miro boquiabierta y confundida.
¿Desnudarle? Sí, eso puedo hacerlo. Me acerco a su camisa y él da un paso
atrás.
—Ah, no —me riñe.
Por Dios, quiere decir los vaqueros.
Uf… y eso me da una idea. La diosa que llevo dentro me aclama a gritos y me pongo de rodillas ante él. Con dedos temblorosos y bastante torpeza, le desabrocho
el cinturón y la bragueta, después tiro de sus vaqueros y sus calzoncillos hacia abajo, y
lo libero. Uau.
Alzo la vista a través de las pestañas, y él me está mirando con… ¿qué?
¿Inquietud? ¿Asombro? ¿Sorpresa?
Da un paso a un lado para zafarse de los pantalones, se quita los calcetines,
y yo lo tomo en mi mano, y aprieto y tiro hacia atrás como él me ha enseñado. Gime y
se tensa, respirando con dificultad entre los dientes apretados. Con mucho tiento, me meto su miembro en mi boca y chupo… fuerte. Mmm, sabe tan bien…
—Ah. ___________… oh, despacio.
Me coge la cabeza tiernamente, y yo le empujo más al fondo de mi boca, y
junto los labios, tan fuerte como puedo, me cubro los dientes y chupo fuerte.
—Joder —masculla.
Oh, es un sonido agradable, sugerente y sexy, así que vuelvo a hacerlo,
hundo la boca hasta el fondo y hago girar la lengua alrededor de la punta. Mmm… me
siento como Afrodita.
—__________, ya basta. Para.
Vuelvo a hacerlo (suplica, Styles, suplica), y otra vez.
—_______, ya has demostrado lo que querías —gruñe entre dientes—. No
quiero correrme en tu boca.
Lo hago otra vez, y él se inclina, me agarra por los hombros, me pone en
pie de golpe y me tira sobre la cama. Se quita la camisa por la cabeza, y luego, como
un buen chico, se agacha para sacar un paquetito plateado del bolsillo de sus vaqueros
tirados en el suelo. Está jadeando, como yo.
—Quítate el sujetador —ordena.
Me incorporo y hago lo que me dice.
—Túmbate. Quiero mirarte.
Me tumbo, y alzo la vista hacia él mientras saca el condón. Le deseo tanto.
Me mira y se relame.
—Eres preciosa, _________ Steele.
Se inclina sobre la cama, y lentamente se arrastra sobre mí, besándome al hacerlo. Besa mis dos pechos y juguetea con mis pezones por turnos, mientras yo jadeo
y me retuerzo debajo de él, pero no se detiene.
No… Para. Te deseo.
—Harry, por favor.
—¿Por favor, qué? —murmura entre mis pechos.
—Te quiero dentro de mí.
—¿Ah, sí?
—Por favor.
Sin dejar de mirarme, me separa las piernas con las suyas y se mueve hasta
quedar suspendido sobre mí. Sin apartar sus ojos de los míos, se hunde en mi interior
con un ritmo deliciosamente lento.
Cierro los ojos, deleitándome en la lentitud, en la sensación exquisita de su posesión, e instintivamente arqueo la pelvis para recibirle, para unirme a él, gimiendo
en voz alta. Él se retira suavemente y vuelve a colmarme muy despacio. Mis dedos
encuentran el camino hasta su pelo sedoso y rebelde, y él sigue moviéndose muy
despacio, dentro y fuera una y otra vez.
—Más rápido,Harry, más rápido… por favor.
Baja la vista, me mira triunfante y me besa con dureza, y luego empieza a
moverse de verdad —catigador, implacable… oh, Dios—, y sé que esto no durará
mucho. Adopta un ritmo palpitante. Yo empiezo a acelerarme, mis piernas se tensan
debajo de él.
—Vamos, nena —gime—. Dámelo.
Sus palabras son mi detonante, y estallo de forma escandalosa, arrolladora,
en un millón de pedazos en torno a él, y él me sigue gritando mi nombre.
—¡________! ¡Oh, joder, _________!
Se derrumba encima de mí, hundiendo la cabeza en mi cuello.
Gracias A Las chicas que Comentan!
CarolineR2
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
Damn girl! Me encanta! :$
Siguela porfa
Siguela porfa
Cami cami
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
CAPITULO 4
Cuando recobro la cordura, abro los ojos y alzo la mirada a la cara del hombre que amo. Harry tiene una expresión suave, tierna. Frota su nariz contra la mía, se apoya en los codos y, tomando mis manos entre las suyas, las coloca junto a mi
cabeza. Sospecho que, por desgracia, lo hace para que no le toque. Me besa los labios
con dulzura mientras sale de mí.
—He echado de menos esto —dice en voz baja.
—Yo también —susurro.
Me coge por la barbilla y me besa con fuerza. Un beso apasionado y
suplicante, ¿pidiendo qué? No lo sé, y eso me deja sin aliento.
—No vuelvas a dejarme —me implora, mirándome con seriedad a lo más profundo de mis ojos.
—Vale —murmuro, y le sonrío. Me responde con una sonrisa
deslumbrante: de alivio, euforia y placer adolescente, combinados en una mirada encantadora que derretiría el más frío de los corazones—. Gracias por el iPad.
—No se merecen,________.
—¿Cuál es tu canción favorita de todas las que hay?
—Eso sería darte demasiada información. —Sonríe satisfecho—. Venga, prepárame algo de comer, muchacha, estoy hambriento —añade, incorporándose de
repente en la cama y arrastrándome con él.
—¿Muchacha? —digo con una risita.
—Muchacha. Comida, ahora, por favor.
—Ya que lo pide con tanta amabilidad, señor… Me pondré ahora mismo. Al levantarme rápidamente de la cama, la almohada se mueve y aparece debajo el globo deshinchado del helicóptero. Harry lo coge y me mira,
desconcertado.
—Ese es mi globo —digo con afán posesivo mientras cojo mi bata y me
envuelvo con ella.
Oh, Dios… ¿por qué ha tenido que encontrar eso?
—¿En tu cama? —murmura.
—Sí. —Me ruborizo—. Me ha hecho compañía.
—Qué afortunado, Charlie Tango —dice con aire sorprendido.
Sí, soy una sentimental,Styles, porque te quiero.
—Mi globo —digo otra vez, doy media vuelta y me encamino hacia la cocina, y él se queda sonriendo de oreja a oreja.
Harry y yo estamos sentados en la alfombra persa de Perrie, comiendo con palillos salteado de pollo con fideos de unos boles blancos de porcelana y bebiendo Pinot Grigio blanco frío.Harry está apoyado en el sofá con sus largas
piernas estiradas hacia delante. Tiene el pelo alborotado, lleva los vaqueros y la camisa, y nada más. De fondo suena el Buena Vista Social Club del iPod de Harry.
—Esto está muy bueno —dice elogiosamente mientras ataca la comida.
Yo estoy sentada a su lado con las piernas cruzadas, comiendo vorazmente
como si estuviera muerta de hambre y admirando sus pies desnudos.
—Casi siempre cocino yo. Perrie no sabe cocinar.
—¿Te enseñó tu madre?
—La verdad es que no —digo con sorna—. Cuando empecé a interesarme por la cocina, mi madre estaba viviendo con su marido número tres en Mansfield,Texas. Y Ray… bueno, él habría sobrevivido a base de tostadas y comida preparada
de no ser por mí.
Harry se me queda mirando.
—¿No vivías en Texas con tu madre?
—Su marido, Steve, y yo… no nos llevábamos bien. Y yo echaba de menos a Ray. El matrimonio con Steve no duró mucho. Creo que mi madre acabó recuperando el sentido común. Nunca habla de él —añado en voz baja.
Creo que esa es una etapa oscura de su vida de la que nunca hablamos.
—¿Así que te quedaste en Washington a vivir con tu padrastro?
—Viví muy poco tiempo en Texas y luego volví con Ray.
—Lo dices como si hubieras cuidado de él —observa con ternura.
—Supongo —digo encogiéndome de hombros.
—Estás acostumbrada a cuidar a la gente.
El deje de su voz me llama la atención y levanto la vista.
—¿Qué pasa? —pregunto, sorprendida por su expresión cauta.
—Yo quiero cuidarte.
En sus ojos luminosos brilla una emoción inefable.
El ritmo de mi corazón se acelera.
—Ya lo he notado —musito—. Solo que lo haces de una forma extraña.
Arquea una ceja.
—No sé hacerlo de otro modo —dice quedamente.
—Sigo enfadada contigo porque compraras SIP.
Sonríe.
—Lo sé, pero no me iba a frenar porque tú te enfadaras, nena.
—¿Qué voy a decirles a mis compañeros de trabajo, a Jack?
Entorna los ojos.
—Ese cabrón más vale que vigile.
—¡Harry! —le riño—. Es mi jefe.
Harry aprieta con fuerza los labios, que se convierten en una línea muy fina. Parece un colegial tozudo.
—No se lo digas —dice.
—¿Que no les diga qué?
—Que soy el propietario. El principio de acuerdo se firmó ayer. La noticia no se puede hacer pública hasta dentro de cuatro semanas, durante las cuales habrá algunos cambios en la dirección de SIP.
—Oh… ¿me quedaré sin trabajo? —pregunto, alarmada.
—Sinceramente, lo dudo —dice Harrycon sarcasmo, intentando
disimular una sonrisa.
—Si me marcho y encuentro otro trabajo, ¿comprarás esa empresa también?
—insinúo burlona.
—No estarás pensando en irte, ¿verdad?
Su expresión cambia, vuelve a ser cautelosa.
—Posiblemente. No creo que me hayas dejado otra opción.
—Sí, compraré esa empresa también —dice categórico.
Yo vuelvo a mirarle ceñuda. Es una situación en la que tengo las de perder.
—¿No crees que estás siendo excesivamente protector?
—Sí, soy perfectamente consciente de que eso es lo que parece.
—Que alguien llame al doctor Flynn —murmuro.
Él deja en el suelo el bol vacío y me mira impasible. Suspiro. No quiero
discutir. Me levanto y lo recojo.
—¿Quieres algo de postre?
—¡Ahora te escucho! —dice con una sonrisa lasciva.
—Yo no. —¿Por qué yo no? La diosa que llevo dentro despierta de su
letargo y se sienta erguida, toda oídos—. Tenemos helado. De vainilla —digo con una
risita.
—¿En serio? —La sonrisa de Harry se ensancha—. Creo que podríamos hacer algo con eso.
¿Qué? Me lo quedo mirando estupefacta y él se pone de pie ágilmente.
—¿Puedo quedarme? —pregunta.
—¿Qué quieres decir?
—Toda la noche.
—Lo había dado por sentado —digo ruborizándome.
—Bien. ¿Dónde está el helado?
—En el horno.
Le sonrío con dulzura.
Inclina la cabeza a un lado, suspira y cabecea.
—El sarcasmo es la expresión más baja de la inteligencia, señorita Steele.
Sus ojos centellean.
Oh, Dios. ¿Qué planea?
—Todavía puedo tumbarte en mis rodillas.
Yo pongo los boles en el fregadero.
—¿Tienes esas bolas plateadas?
Él se palpa el torso, el estómago y los bolsillos de los vaqueros.
—Muy graciosa. No voy por ahí con un juego de recambio. En el despacho
no me sirven de mucho.
—Me alegra mucho oír eso, señor Styles, y creí que habías dicho que el sarcasmo era la expresión más baja de la inteligencia.
—Bien, _______, mi nuevo lema es: «Si no puedes vencerles, únete a ellos».
Le miro boquiabierta. No puedo creer que acabe de decir eso. Y él me sonríe satisfecho y por lo visto perversamente encantado consigo mismo. Se da la
vuelta, abre el congelador y saca una tarrina del mejor Ben amp; Jerry’s de vainilla.
—Esto servirá. —Me mira con sus ojos turbios—. Ben amp; Jerry’s amp; _______ —añade, diciendo cada palabra muy despacio, pronunciando claramente todas las sílabas.
Ay, madre. Creo que nunca más podré cerrar la boca. Él abre el cajón de los cubiertos y coge una cuchara. Cuando levanta la vista, tiene los ojos entornados y
desliza la lengua por encima de los dientes de arriba. Oh, esa lengua.
Siento que me falta el aire. Un deseo oscuro, atrayente y lascivo circula
abrasador por mis venas. Vamos a divertirnos, con comida.
—Espero que estés calentita —susurra—. Voy a enfriarte con esto. Ven.
Me tiende la mano y le entrego la mía.
Una vez en mi dormitorio, coloca el helado en la mesita, aparta el edredón
de la cama, saca las dos almohadas y las apila en el suelo.
—Tienes sábanas de recambio, ¿verdad?
Asiento, observándole fascinada. Harry coge el Charlie Tango.
—No enredes con mi globo —le advierto.
Tuerce el labio hacia arriba a modo de media sonrisa.
—Ni se me ocurriría, nena, pero quiero enredar contigo y esas sábanas.
Siento una convulsión en todo el cuerpo.
—Quiero atarte.
Oh.
—De acuerdo —susurro.
—Solo las manos. A la cama. Necesito que estés quieta.
—De acuerdo —asiento otra vez, incapaz de nada más.
Él se acerca a mí, sin dejar de mirarme.
—Usaremos esto.
Coge el cinturón de mi bata con destreza lenta y seductora, deshace el nudo
y lo saca de la prenda con delicadeza.
Se me abre la bata, y yo permanezco paralizada bajo su ardiente mirada. Al
cabo de un momento, me quita la prenda por los hombros. Esta cae a mis pies, de
manera que quedo desnuda ante él. Me acaricia la cara con el dorso de los nudillos, y
su roce resuena en lo más profundo de mi entrepierna. Se inclina y me besa los labios
fugazmente.
—Túmbate en la cama, boca arriba —murmura, y su mirada se oscurece e
incendia la mía.
Hago lo que me dice. Mi habitación está sumida en la oscuridad, salvo por
la luz tenue y desvaída de mi lamparita.
Normalmente odio esas bombillas que ahorran energía, porque son muy
débiles, pero estando desnuda aquí, con Harry, agradezco esa luz vaga. Él está de pie junto a la cama, contemplándome.
—Podría pasarme el día mirándote, _________ —dice, y se sube a la cama,
sobre mi cuerpo, a horcajadas—. Los brazos por encima de la cabeza —ordena.
Obedezco y él me ata el extremo del cinturón de mi bata en la muñeca
izquierda y pasa el resto entre las barras metálicas del cabezal de la cama. Tensa el cinturón, de forma que mi brazo izquierdo queda flexionado por encima de mí, y luego me ata la mano derecha, y vuelve a tensar la banda. En cuanto me tiene atada, mirándole, se relaja visiblemente. Le gusta
amarrarme. Así no puedo tocarle. Se me ocurre entonces que tampoco ninguna de sus
sumisas debe de haberle tocado nunca… y lo que es más, nunca deben de haber tenido
la posibilidad de hacerlo. Él nunca ha perdido el control y siempre se ha mantenido a
distancia. Por eso le gustan sus normas.
Se baja de encima de mí y se inclina para darme un besito en los labios.
Luego se levanta y se quita la camisa por encima de la cabeza. Se desabrocha los
vaqueros y los tira al suelo.
Está gloriosamente desnudo. La diosa que llevo dentro hace un triple salto
mortal para bajar de las barras asimétricas, y de pronto se me seca la boca. Realmente
es extraordinariamente hermoso. Tiene una silueta de trazo clásico. Espaldas anchas y
musculosas y caderas estrechas: el triángulo invertido. Es obvio que lo trabaja. Podría
pasarme el día entero mirándole. Se desplaza a los pies de la cama, me sujeta los
tobillos y tira de mí hacia abajo, bruscamente, de manera que tengo los brazos tirantes
y no puedo moverme.
—Así mejor —asegura.
Coge la tarrina de helado, se sube a la cama con delicadeza y vuelve a
ponerse a horcajadas encima de mí. Retira la tapa de la tarrina muy despacio y hunde
la cuchara en ella.
—Mmm… todavía está bastante duro —dice arqueando una ceja. Saca una
cucharada de vainilla y se la mete en la boca—. Delicioso —susurra y se relame—. Es asombroso lo buena que puede estar esta vainilla sosa y aburrida. —Baja la vista hacia
mí y sonríe, burlón—. ¿Quieres un poco?
Está tan absolutamente sexy, tan joven y desenfadado… sentado sobre mí y
comiendo de una tarrina de helado, con los ojos brillantes y el rostro resplandeciente.
Oh, ¿qué demonios va a hacerme? Como si no lo supiera… Asiento, tímida.
Saca otra cucharada y me la ofrece, así que abro la boca, y entonces él
vuelve a metérsela rápidamente en la suya.
—Está demasiado bueno para compartirlo —dice con una sonrisa pícara.
—Eh —protesto.
—Vaya, señorita Steele, ¿le gusta la vainilla?
—Sí —digo con más energía de la pretendida, e intento en vano quitármelo
de encima.
Se echa a reír.
—Tenemos ganas de pelea, ¿eh? Yo que tú no haría eso.
—Helado —ruego.
—Bueno, porque hoy me has complacido mucho, señorita Steele.
Cede y me ofrece otra cucharada. Esta vez me deja comer.
Me entran ganas de reír. Realmente está disfrutando, y su buen humor es
contagioso. Coge otra cucharada y me da un poco más, y luego otra vez. Vale, basta.
—Mmm, bueno, este es un modo de asegurarme de que comes: alimentarte a la fuerza. Podría acostumbrarme a esto.
Coge otra cucharada y me ofrece más. Esta vez mantengo la boca cerrada y muevo la cabeza, y él deja que se derrita lentamente en la cuchara, de manera que
empieza a gotear sobre mi cuello, sobre mi pecho. Él lo recoge con la lengua, lo lame
muy despacio. El anhelo incendia mi cuerpo.
—Mmm… Si viene de ti todavía está mejor, señorita Steele.
Yo tiro de mis ataduras y la cama cruje de forma alarmante, pero no me
importa… ardo de deseo, me está consumiendo. Él coge otra cucharada y deja que el
helado gotee sobre mis pechos. Luego, con el dorso de la cuchara, lo extiende sobre cada pecho y pezón.
Oh… está frío. Ambos pezones se yerguen y endurecen bajo la vainilla fría.
—¿Tienes frío? —pregunta Harry en voz baja y se inclina para lamerme y chuparme todo el helado, y su boca está caliente comparada con la temperatura de la
tarrina.
Es una tortura. A medida que va derritiéndose, el helado se derrama en regueros por mi cuerpo hasta la cama. Sus labios siguen con su pausado martirio,
chupando con fuerza, rozando suavemente… ¡Oh, Dios! Estoy jadeando.
—¿Quieres un poco?
Y antes de que pueda negarme o aceptar su oferta, me mete la lengua en la
boca, y está fría y es hábil y sabe a Harry a vainilla. Deliciosa.
Y justo cuando me estoy acostumbrando a esa sensación, él vuelve a
sentarse y desliza una cucharada de helado por el centro de mi cuerpo, sobre mi vientre
y dentro de mi ombligo, donde deposita una gran porción. Oh, está más frío que antes,
pero, extrañamente, me arde sobre la piel.
—A ver, no es la primera vez que haces esto. —A Harry le brillan los
ojos—. Vas a tener que quedarte quieta, o toda la cama se llenará de helado.
Me besa ambos pechos y me chupa con fuerza los dos pezones, luego sigue
el reguero del helado por mi cuerpo, hacia abajo, chupando y lamiendo por el camino.
Y yo lo intento: intento quedarme quieta, pese a la embriagadora
combinación del frío y sus caricias que me inflaman. Pero mis caderas empiezan a
moverse de forma involuntaria, rotando con su propio ritmo, atrapadas en el embrujo
de la vainilla fría. Él baja más y empieza a comer el helado de mi vientre, gira la
lengua dentro y alrededor de mi ombligo.
Gimo. Dios… Está frío, es tórrido, es tentador, pero él no para. Sigue el
rastro del helado por mi cuerpo hasta abajo, hasta mi vello púbico, hasta mi clítoris. Y
grito, fuerte.
—Calla —dice Harry en voz baja, mientras su lengua mágica procede a
lamer la vainilla, y ahora lo ansío calladamente.
—Oh… por favor… Harry.
—Lo sé, nena, lo sé —musita, y su lengua sigue obrando su magia.
No para, simplemente no para, y mi cuerpo asciende… arriba, más arriba.
Él desliza un dedo dentro de mí, luego otro, y con lentitud agónica, los mueve dentro y
fuera.
—Justo aquí —murmura, y acaricia rítmicamente la pared frontal de mi
vagina, mientras sigue lamiendo y chupando de un modo implacable y exquisito.
E inesperadamente estallo en un orgasmo alucinante que aturde todos mis
sentidos y arrasa todo lo que sucede ajeno a mi cuerpo, mientras no paro de retorcerme
y gemir. Santo Dios, qué rápido ha sido…
Soy vagamente consciente de que él ha parado. Está sobre mí, poniéndose
un condón, y luego me penetra, rápido y enérgico.
—¡Oh, sí! —gruñe al hundirse en mí.
Está pegajoso: los restos de helado derretido se desparraman entre los dos.
Es una sensación extrañamente perturbadora, pero en la que no puedo sumergirme más
de unos segundos, cuando de pronto Harry sale de mi cuerpo y me da la vuelta.
—Así —murmura, y bruscamente vuelve a estar en mi interior, pero no
inicia su habitual ritmo de castigo inmediatamente.
Se inclina sobre mí, me desata las manos y me incorpora con un
movimiento enérgico, de manera que quedo prácticamente sentada encima de él. Sube
las manos, cubre con ellas mis pechos y tira levemente de mis pezones. Yo gimo y echo
la cabeza hacia atrás, sobre su hombro. Me roza el cuello con la boca, me muerde, y
flexiona las caderas, deliciosamente despacio, colmándome una y otra vez.
—¿Sabes cuánto significas para mí? —me jadea otra vez al oído.
—No —digo sin aliento.
Él sonríe de nuevo pegado a mi cuello, me rodea la barbilla y el cuello con
los dedos, y me retiene con fuerza durante un momento.
—Sí, lo sabes. No te dejaré marchar.
Gruño cuando él incrementa el ritmo.
—Eres mía, _________.
—Sí, tuya —jadeo.
—Yo cuido de lo que es mío —sisea, y me muerde la oreja.
Grito.
—Eso es, nena, quiero oírte.
Me pasa una mano por la cintura mientras con la otra me sujeta la cadera y
me penetra con más fuerza, obligándome a gritar otra vez. Y empieza su ritmo de
castigo. Se le acelera la respiración, es más brusca, entrecortada, acompasada con la
mía. Siento en las entrañas esa sensación apremiante y familiar. ¡Otra vez!
Solo soy sensaciones. Esto es lo que él me provoca: toma mi cuerpo y lo
posee totalmente, de modo que solo puedo pensar en él. Su magia es poderosa, arrebatadora. Yo soy una mariposa presa en su red, sin capacidad ni ganas de escapar.
Soy suya… absolutamente suya.
—Vamos, nena —gruñe entre dientes cuando llega el momento y, como la
aprendiza de brujo que soy, me libero y nos dejamos ir juntos.
Estoy acurrucada en sus brazos sobre sábanas pegajosas. Él tiene la frente
pegada a mi espalda y la nariz hundida en mi pelo.
—Lo que siento por ti me asusta —susurro.
—A mí también —dice en voz baja y sin moverse.
—¿Y si me dejas?
Es una idea terrorífica.
—No me voy a ir a ninguna parte. No creo que nunca me canse de ti,_____________.
Me doy la vuelta y le miro. Tiene una expresión seria, sincera. Me inclino y le beso con cariño. Él sonríe y extiende la mano para recogerme el pelo detrás de la oreja.
—Nunca había sentido lo que sentí cuando te fuiste,_________. Removería
cielo y tierra para no volver a sentirme así.
Suena muy triste, abrumado incluso.
Vuelvo a besarle. Quiero animarnos de algún modo, pero Harry lo hace
por mí.
—¿Vendrás mañana a la fiesta de verano de mi padre? Es una velada benéfica anual. Yo dije que iría.
Sonrío, con repentina timidez.
—Claro que iré.
Oh, no. No tengo nada que ponerme.
—¿Qué pasa?
—Nada.
—Dime —insiste.
—No tengo nada que ponerme.
Harry parece momentáneamente incómodo.
—No te enfades, pero sigo teniendo toda esa ropa para ti en casa. Estoy seguro de que hay un par de vestidos.
Frunzo los labios.
—¿Ah, sí? —comento en tono sardónico.
No quiero pelearme con él esta noche. Necesito una ducha.
La chica que se parece a mí espera fuera frente a la puerta de SIP. Un momento… ella es yo. Estoy pálida y sucia, y la ropa que llevo me viene grande. La estoy mirando a ella, que viste mi ropa… saludable y feliz.
—¿Qué tienes tú que yo no tenga? —le pregunto.
—¿Quién eres?
—No soy nadie… ¿Quién eres tú? ¿También eres nadie…?
—Pues ya somos dos…no lo digas, nos harían desaparecer, sabes…
Sonríe despacio, con una mueca diabólica que se extiende por toda su cara,
y es tan escalofriante que me pongo a chillar.
—¡Por Dios, _________!
Harry me zarandea para que despierte.
Estoy tan desorientada. Estoy en casa… a oscuras… en la cama con Harry. Sacudo la cabeza, intentando despejar la mente.
—Nena, ¿estás bien? Has tenido una pesadilla.
—Ah.
Enciende la lámpara y nos baña con su luz tenue. Él baja la vista hacia mí
con cara de preocupación.
—La chica —murmuro.
—¿Qué pasa? ¿Qué chica? —pregunta con dulzura.
—Había una chica en la puerta de SIP cuando salí esta tarde. Se parecía a mí… bueno, no.
Harry se queda inmóvil, y cuando la luz de la lámpara de la mesita se
intensifica, veo que está lívido.
—¿Cuándo fue eso? —susurra consternado.
Se sienta y me mira fijamente.
—Cuando salí de trabajar esta tarde. ¿Tú sabes quién es?
—Sí.
Se pasa la mano por el pelo.
—¿Quién?
Sus labios se convierten en una línea tensa, pero no dice nada.
—¿Quién? —insisto.
—Es Leila.
Yo trago saliva. ¡La ex sumisa! Recuerdo que Harry habló de ella antes
de que voláramos en el planeador. De pronto, su cuerpo emana tensión. Algo pasa.
—¿La chica que puso «Toxic» en tu iPod?
Me mira angustiado.
—Sí. ¿Dijo algo?
—Dijo: «¿Qué tienes tú que yo no tenga?», y cuando le pregunté quién era, dijo: «Nadie».
Harry cierra los ojos, como si le doliera. ¿Qué ha pasado? ¿Qué
significa ella para él?
Me pica el cuero cabelludo mientras la adrenalina me recorre el cuerpo. ¿Y
si le importa mucho? ¿Quizá la echa de menos? Sé tan poco de sus anteriores… esto…
relaciones. Seguro que ella firmó un contrato, e hizo lo que él quería, encantada de
darle lo que necesitaba.
Oh, no… y yo no puedo. La idea me da náuseas.
Harry sale de la cama, se pone los vaqueros y va al salón. Echo un
vistazo al despertador y veo que son las cinco de la mañana. Me levanto, me pongo su
camisa blanca y le sigo.
Vaya, está al teléfono.
—Sí, en la puerta de SIP, ayer… por la tarde —dice en voz baja. Se vuelve hacia mí y, mientras me dirijo hacia la cocina, me pregunta—: ¿A qué hora
exactamente?
—Hacia… ¿las seis menos diez? —balbuceo.
¿A quién demonios llama a estas horas? ¿Qué ha hecho Leila? Harry transmite esa información a quien sea que esté al aparato, sin apartar los ojos de mí,
con expresión grave y sombría.
—Averigua cómo… Sí… No me lo parecía, pero tampoco habría pensado que ella haría eso. —Cierra los ojos, como si sintiera dolor—. No sé cómo acabará
esto… Sí, hablaré con ella… Sí… Lo sé… Averigua cuanto puedas y házmelo saber. Y
encuéntrala, Welch… tiene problemas. Encuéntrala.
Cuelga.
—¿Quieres un té? —pregunto.
Té, la respuesta de Ray a cualquier crisis y la única cosa que sabe hacer en la cocina. Lleno el hervidor de agua.
—La verdad es que me gustaría volver a la cama.
Su mirada me dice que no es para dormir.
—Bueno, yo necesito un poco de té. ¿Te tomarías una taza conmigo?
Quiero saber qué está pasando. No conseguirás despistarme con sexo.
Él se pasa la mano por el pelo, exasperado.
—Sí, por favor —dice, pero veo que esto le irrita.
Pongo el hervidor al fuego y me ocupo de las tazas y la tetera. Mi ansiedad
ha superado el nivel de ataque inminente. ¿Va a explicarme el problema? ¿O voy a
tener que sonsacárselo?
Percibo que me está mirando: capto su incertidumbre, y su rabia es
palpable. Levanto la vista, y sus ojos brillan de aprensión.
—¿Qué pasa? —pregunto con cariño.
Él sacude la cabeza.
—¿No piensas contármelo?
Suspira y cierra los ojos.
—No.
—¿Por qué?
—Porque no debería importarte. No quiero que te veas involucrada en esto.
—No debería importarme, pero me importa. Ella me encontró y me abordó a la puerta de mi oficina. ¿Cómo es que me conoce? ¿Cómo es que sabe dónde trabajo?
Me parece que tengo derecho a saber qué está pasando.
Él vuelve a pasarse la mano por el pelo, con evidente frustración, como si
librara una batalla interior.
—¿Por favor? —pregunto bajito.
Su boca se convierte en una línea tensa, y me mira poniendo los ojos en blanco.
—De acuerdo —dice, resignado—. No tengo ni idea de cómo te encontró.
A lo mejor por la fotografía de nosotros en Portland, no sé.
Vuelve a suspirar y noto que dirige su frustración hacia sí mismo.
Espero con paciencia y vierto el agua hirviendo en la tetera, mientras él
camina nervioso de un lado para otro. Al cabo de un momento, continúa:
—Mientras yo estaba contigo en Georgia, Leila se presentó sin avisar en mi apartamento y le montó una escena a Gail.
—¿Gail?
—La señora Jones.
—¿Qué quieres decir con que «le montó una escena»?
Me mira, tanteando.
—Dime. Te estás guardando algo.
Mi tono suena más contundente de lo que pretendía.
Él parpadea, sorprendido.
—________, yo…
Se calla.
—¿Por favor?
Suspira, derrotado.
—Hizo un torpe intento de cortarse las venas.
—¡Oh, Dios!
Eso explica el vendaje de la muñeca.
—Gail la llevó al hospital. Pero Leila se marchó antes de que yo llegara.
Santo Dios. ¿Qué significa eso? ¿Suicida? ¿Por qué?
—El psiquiatra que la examinó dijo que era la típica llamada de auxilio.
No creía que corriera auténtico peligro. Dijo que en realidad no quería suicidarse.
Pero yo no estoy tan seguro. Desde entonces he intentado localizarla para
proporcionarle ayuda.
—¿Le dijo algo a la señora Jones?
Me mira fijamente. Se le ve muy incómodo.
—No mucho —admite finalmente, pero sé bien que me oculta algo.
Intento tranquilizarme sirviendo el té en las tazas. ¿Así que Leila quiere volver a la vida de Harry y opta por un intento de suicidio para llamar su atención?
Santo cielo… resulta aterrador. Pero efectivo. ¿Harry se va de Georgia para estar a su lado, pero ella desaparece antes de que él llegue? Qué extraño…
—¿No puedes localizarla? ¿Y qué hay de su familia?
—No sabe dónde está. Ni su marido tampoco.
—¿Marido?
—Sí —dice en tono abstraído—, lleva unos dos años casada.
¿Qué?
—¿Así que estaba casada cuando estuvo contigo?
Dios. Realmente, Harry no tiene escrúpulos.
—¡No! Por Dios, no. Estuvo conmigo hace casi tres años. Luego se marchó y se casó con ese tipo poco después.
—Oh. Entonces, ¿por qué trata de llamar tu atención ahora?
Mueve la cabeza con pesar.
—No lo sé. Lo único que hemos conseguido averiguar es que hace unos meses abandonó a su marido.
—A ver si lo entiendo. ¿No fue tu sumisa hace unos tres años?
—Dos años y medio más o menos.
—Y quería más.
—Sí.
—Pero ¿tu no querías?
—Eso ya lo sabes.
—Así que te dejó.
—Sí.
—Entonces, ¿por qué quiere volver contigo ahora?
—No lo sé.
Sin embargo, el tono de su voz me dice que, como mínimo, tiene una teoría.
—Pero sospechas…
Entorna los ojos con rabia evidente.
—Sospecho que tiene algo que ver contigo.
¿Conmigo? ¿Qué puede querer de mí? «¿Qué tienes tú que yo no tenga?»
Miro fijamente a Cincuenta, esplendorosamente desnudo de cintura para arriba. Le tengo: es mío. Esto es lo que tengo, y sin embargo ella se parecía a mí: el
mismo cabello oscuro y la misma piel pálida. Frunzo el ceño al pensar en eso. Sí…
¿Qué tengo yo que ella no tenga?
—¿Por qué no me lo contaste ayer? —pregunta con dulzura.
—Me olvidé de ella. —Encojo los hombros en un gesto de disculpa—. Ya
sabes, la copa después del trabajo para celebrar mi primera semana. Luego llegaste al
bar con tu… arranque de testosterona con Jack, y luego nos vinimos aquí. Se me fue de
la cabeza. Tú sueles hacer que me olvide de las cosas.
—¿Arranque de testosterona? —dice torciendo el gesto.
—Sí. El concurso de meadas.
—Ya te enseñaré yo lo que es un arranque de testosterona.
—¿No preferirías una taza de té?
—No, _______, no lo prefiero.
Sus ojos encienden mis entrañas, me abrasa con esa mirada de «Te deseo y
te deseo ahora». Dios… es tan excitante.
—Olvídate de ella. Ven.
Me tiende la mano.
Cuando le doy la mano, la diosa que llevo dentro da tres volteretas sobre el
suelo del gimnasio.
* * *
Me despierto, tengo demasiado calor, y estoy abrazada a Harry Styles,
desnudo. Aunque está profundamente dormido, me tiene sujeta entre sus brazos. La
débil luz de la mañana se filtra por las cortinas. Tengo la cabeza apoyada en su pecho,
la pierna entrelazada con la suya y el brazo sobre su vientre.
Levanto un poco la cabeza, temerosa de despertarle. Parece tan joven, y
duerme tan relajado, tan absolutamente bello. No puedo creer que este Adonis sea mío,
todo mío.
Mmm… Alargo la mano y le acaricio el torso con cuidado, deslizando los
dedos sobre su vello, y él no se mueve. Dios santo. Casi no puedo creerlo. Es
realmente mío… durante estos preciosos momentos. Me inclino sobre él y beso
tiernamente una de sus cicatrices. Él gime bajito, pero no se despierta, y sonrío. Le
beso otra y abre los ojos.
—Hola —digo con una sonrisita culpable.
—Hola —contesta receloso—. ¿Qué estás haciendo?
—Mirarte.
Deslizo los dedos siguiendo el rastro hacia su vello púbico. Él atrapa mi
mano, entorna los ojos y luego sonríe con su deslumbrante sonrisa de Harry
satisfecho. Entonces me relajo. Mis caricias secretas siguen siendo secretas.
Oh… ¿por qué no me dejarás tocarte?
De pronto se coloca encima de mí, apoyando mi espalda contra el colchón y
sujetándome las manos, a modo de advertencia. Me roza la nariz con la suya.
—Me parece que ha estado haciendo algo malo, señorita Steele —me
acusa, pero sin perder la sonrisa.
—Me encanta hacer cosas malas cuando estoy contigo.
—¿Te encanta? —pregunta, y me besa levemente los labios—. ¿Sexo o desayuno? —pregunta con sus ojos oscuros, pero rebosantes de humor.
Clava su erección en mí y yo levanto la pelvis para acogerla.
—Buena elección —murmura con los labios pegados a mi cuello, y sus
besos empiezan a trazar un sendero hasta mi pecho.
* * *
Estoy de pie delante de mi cómoda, mirándome al espejo e intentando dar
algo de forma a mi pelo… pero es demasiado largo. Llevo unos vaqueros y una
camiseta, y detrás de mí Harry, recién duchado, se está vistiendo. Contemplo
ávidamente su cuerpo.
—¿Con qué frecuencia haces ejercicio? —pregunto.
—Todos los días laborables —dice mientras se abrocha la bragueta.
—¿Qué haces?
—Correr, pesas, kickboxing…
Se encoge de hombros.
—¿Kickboxing?
—Sí, tengo un entrenador personal, un ex atleta olímpico que me enseña. Se llama Claude. Es muy bueno. Te gustará.
Me doy la vuelta para mirarle, mientras empieza a abotonarse la camisa
blanca.
—¿Qué quieres decir con que me gustará?
—Te gustará como entrenador.
—¿Para qué iba a necesitar yo un entrenador personal? Tú ya me mantienes en forma —le digo en broma.
Se acerca con andar pausado, me rodea con sus brazos, y sus ojos turbios
se encuentran con los míos en el espejo.
—Pero, nena, yo quiero que estés en forma para lo que tengo pensado.
Recuerdos del cuarto de juegos invaden mi mente y me ruborizo. Sí… el
cuarto rojo del dolor es agotador. ¿Va a llevarme allí otra vez? ¿Quiero yo volver allí?
¡Pues claro que quieres!, me grita la diosa que llevo dentro.
Yo miro fijamente esos ojos Verdes fascinantes e indescifrables.
—Sé que tienes ganas —me susurra.
Enrojezco, y la desagradable idea de que probablemente Leila era capaz de
hacerlo se cuela de forma involuntaria e inoportuna en mi mente. Aprieto los labios y
Harry me mira inquieto.
—¿Qué? —pregunta preocupado.
—Nada. —Niego con la cabeza—. Está bien, conoceré a Claude.
—¿En serio?
El rostro de Harry se ilumina con incrédulo asombro. Su expresión me hace sonreír. Parece que le ha tocado la lotería, aunque seguramente él nunca ha
comprado un billete… no lo necesita.
—Sí, vaya… Si te hace tan feliz… —digo en tono burlón.
Él tensa los brazos que me rodean y me besa el cuello.
—No tienes ni idea —susurra—. ¿Y qué te gustaría hacer hoy?
Me acaricia con la boca, provocándome un delicioso cosquilleo por todo el
cuerpo.
—Me gustaría cortarme el pelo y… mmm… tengo que ingresar un talón y comprarme un coche.
—Ah —dice con cierto deje de sufuciencia, y se muerde el labio.
Aparta una mano de mí, la mete en el bolsillo de sus vaqueros y me entrega las llaves de mi pequeño Audi.
—Aquí tienes —dice en voz baja con gesto incierto.
—¿Qué quieres decir con «Aquí tienes»?
Vaya. Parezco enfadada. Maldita sea. Estoy enfadada. ¡Cómo se atreve!
—Taylor lo trajo ayer.
Abro la boca y la cierro, y repito dos veces el proceso, pero me he
quedado sin palabras. Me está devolviendo el coche. Maldición, maldición… ¿Por qué
no lo he visto venir? Bueno, yo también puedo jugar a este juego. Rebusco en el
bolsillo de mis pantalones y saco el sobre con su talón.
—Toma, esto es tuyo.
Harry me mira intrigado, y al reconocer el sobre levanta ambas manos y
se separa de mí.
—No, no. Ese dinero es tuyo.
—No. Me gustaría comprarte el coche.
Cambia completamente de expresión. La furia —sí, la furia— se apodera
de su rostro.
—No, ________. Tu dinero, tu coche —replica.
—No,Harry. Mi dinero, tu coche. Te lo compraré.
—Yo te regalé ese coche por tu graduación.
—Si me hubieras comprado una pluma… eso hubiera sido un regalo de graduación apropiado. Tú me compraste un Audi.
—¿De verdad quieres discutir esto?
—No.
—Bien… pues aquí tienes las llaves.
Las deja sobre la cómoda.
—¡No me refería a esto!
—Fin de la discusión,_________. No me presiones.
Le miro airada y entonces se me ocurre una cosa. Cojo el sobre y lo parto en dos trozos, y luego en dos más, y lo tiro a la papelera. Ah, qué bien sienta esto.
Harry me observa impasible, pero sé que acabo de prender la mecha y que debería retroceder. Él se acaricia la barbilla.
—Desafiante como siempre, señorita Steele —dice con sequedad.
Gira sobre sus talones y se va a la otra habitación. Esta no es la reacción
que esperaba. Yo me imaginaba una catástrofe a gran escala. Me miro al espejo,
encojo los hombros y decido hacerme una cola de caballo.
Me pica la curiosidad. ¿Qué estará haciendo Cincuenta? Le sigo a la otra
habitación, y veo que está hablando por teléfono.
—Sí, veinticuatro mil dólares. Directamente.
Me mira, sigue impasible.
—Bien… ¿El lunes? Estupendo… No, eso es todo, Andrea.
Cuelga el teléfono.
—Ingresado en tu cuenta, el lunes. No juegues conmigo.
Está enfurecido, pero no me importa.
—¡Veinticuatro mil dólares! —casi grito—. ¿Y tú cómo sabes mi número de cuenta?
Mi ira coge a Harry por sorpresa.
—Yo lo sé todo de ti, _________ —dice tranquilamente.
—Es imposible que mi coche costara veinticuatro mil dólares.
—En principio te daría la razón, pero tanto si vendes como si compras, la
clave está en conocer el mercado. Había un lunático por ahí que quería ese cacharro, y
estaba dispuesto a pagar esa cantidad de dinero. Por lo visto, es un clásico. Pregúntale
a Taylor si no me crees.
Lo fulmino con la mirada y él me responde del mismo modo, dos tontos
tozudos y enfadados desafiándose con los ojos.
Y entonces lo noto: el tirón, esa electricidad entre nosotros, tangible, que
nos arrastra a ambos. De pronto él me agarra y me empuja contra la puerta, con su boca
sobre la mía, reclamándome con ansia. Con una mano en mi trasero apretándome contra
su entrepierna, y con la otra en la nuca tirándome del pelo y la cabeza hacia atrás. Yo
enredo los dedos en su cabello y me aferro a él con fuerza. Con la respiración
entrecortada, Harry presiona su cuerpo contra el mío, me aprisiona. Le siento. Me
desea, y al notar que me necesita, la excitación se me sube a la cabeza y empieza a
darme vueltas.
—¿Por qué… por qué me desafías? —masculla entre sus apasionados
besos.
La sangre bulle en mis venas. ¿Siempre tendrá ese efecto sobre mí? ¿Y yo
sobre él?
—Porque puedo —digo sin aliento.
Siento más que veo su sonrisa pegada a mi cuello, y entonces apoya su
frente contra la mía.
—Dios, quiero poseerte ahora, pero ya no me quedan condones. Nunca me
canso de ti. Eres una mujer desquiciante, enloquecedora.
—Y tú me vuelves loca —murmuro—. En todos los sentidos.
Sacude la cabeza.
—Ven. Vamos a desayunar. Y conozco un local donde puedes cortarte el
pelo.
—Vale —asiento, y sin más se acaba nuestra pelea.
—Pago yo.
Y cojo la cuenta del desayuno antes que él.
Me pone mala cara.
—Hay que ser más rápido,Styles.
—Tienes razón —dice en tono agrio, pero me parece que está bromeando.
—No pongas esa cara. Tengo veinticuatro mil dólares más que esta mañana.
Puedo permitírmelo. —Echo un vistazo a la cuenta—. Veintidós dólares con sesenta y
siete centavos por desayunar.
—Gracias —dice a regañadientes.
Oh, el colegial tozudo ha vuelto.
—¿Y ahora adónde?
—¿De verdad quieres cortarte el pelo?
—Sí, míralo.
—Yo te veo guapísima. Como siempre.
Me ruborizo y bajo la mirada a mis dedos, entrelazados en el regazo.
—Y esta noche es la gala benéfica de tu padre.
—Recuerda que es de etiqueta.
—¿Dónde es?
—En casa de mis padres. Hay una carpa. Ya sabes, con toda la
parafernalia.
—¿Para qué fundación benéfica es?
Harry se pasa las manos por los muslos, parece incómodo.
—Se llama «Afrontarlo Juntos». Es una fundación que ayuda a los padres
con hijos jóvenes drogadictos a que estos se rehabiliten.
—Parece una buena causa —comento.
—Venga, vamos.
Se levanta. Consigue eludir el tema de conversación y me tiende la mano.
Cuando se la acepto, entrelaza sus dedos con los míos, fuerte.
Resulta tan extraño… Es tan abierto en ciertos aspectos y tan cerrado en
otros… Me lleva fuera del restaurante y caminamos por la calle. Hace una mañana
cálida, preciosa. Brilla el sol y el aire huele a café y a pan recién hecho.
—¿Adónde vamos?
—Sorpresa.
Ah, vale. No me gustan nada las sorpresas.
Recorremos dos manzanas y las tiendas empiezan a ser claramente más
exclusivas. Aún no he tenido oportunidad de explorar los alrededores, pero la verdad
es que esto está a la vuelta de la esquina de donde yo vivo. A Perrie le encantará. Está
lleno de pequeñas boutiques que colmarán su pasión por la moda. De hecho, yo
necesito un par de faldas holgadas para el trabajo.
Harry se para frente a un gran salón de belleza de aspecto refinado, y me
abre la puerta. Se llama Esclava. El interior es todo blanco y tapicería de piel. En la
blanca y austera recepción hay sentada una chica rubia con un uniforme blanco
impoluto. Nos mira cuando entramos.
—Buenos días, señor Styles—dice vivaz, y el color aflora a sus mejillas
mientras le mira arrobada.
Es el usual efecto Styles, ¡pero ella le conoce! ¿De qué?
—Hola, Greta.
Y él la conoce a ella. ¿Qué pasa aquí?
—¿Lo de siempre, señor? —pregunta educadamente.
Lleva un pintalabios muy rosa.
—No —dice él enseguida, y me mira de reojo, nervioso.
¿Lo de siempre? ¿Qué significa eso?
Santo Dios. ¡Es la regla número seis, el puñetero salón de belleza! ¡Toda
esa tontería de la depilación… maldita sea!
¿Aquí es donde traía a todas sus sumisas? ¿Quizá también a Leila? ¿Cómo demonios se supone que tengo que reaccionar a esto?
—La señorita Steele te dirá lo que quiere.
Le miro airada. Está endilgándome las normas disimuladamente. He
aceptado lo del entrenador personal… ¿y ahora esto?
—¿Por qué aquí? —le siseo.
—El local es mío, y tengo tres más como este.
—¿Es tuyo? —farfullo, sorprendida.
Vaya, esto no me lo esperaba.
—Sí. Es como actividad suplementaria. Cualquier cosa, todo lo que
quieras, te lo pueden hacer aquí, por cuenta de la casa. Todo tipo de masajes: sueco,
shiatsu, con piedras volcánicas, reflexología, baños de algas, tratamientos faciales,
todas esas cosas que os gustan a las mujeres… todo. Aquí te lo harán.
Agita con aire displicente su mano de dedos largos.
—¿Depilación?
Se echa a reír.
—Sí, depilación también. Completa —susurra en tono conspiratorio,
disfrutando de mi incomodidad.
Me ruborizo y miro a Greta, que me observa expectante.
—Querría cortarme el pelo, por favor.
—Por supuesto, señorita Steele.
Greta, toda ella carmín rosa y resolutiva eficiencia germánica, consulta la
pantalla de su ordenador.
—Franco estará libre en cinco minutos.
—Franco es muy bueno —dice Harry para tranquilizarme.
Yo intento asimilar todo esto.Harry Styles, presidente ejecutivo, posee
una cadena de salones de belleza.
Le miro y de repente le veo palidecer: algo, o alguien, ha llamado su
atención. Me doy la vuelta para ver qué está mirando. Por una puerta del fondo del
salón acaba de aparecer una sofisticada rubia platino. La cierra y se pone a hablar con
una de las estilistas.
La rubia platino es alta y encantadora, está muy bronceada y tendrá unos
treinta y cinco o cuarenta años, resulta difícil de decir. Lleva el mismo uniforme que
Greta, pero en negro. Es despampanante. Su cabello, cortado en una melena cálida y
recta, brilla como un halo. Al darse la vuelta, ve a Harry y le dedica una sonrisa,
una sonrisa cálida y resplandeciente.
—Perdona —balbucea Harry, apurado.
Cruza el salón con zancadas rápidas, pasa junto a las estilistas, todas de
blanco, junto a las aprendizas de los lavacabezas, hasta llegar junto a ella. Estoy
demasiado lejos para oír la conversación. La rubia platino le saluda con evidentes
muestras de afecto, le besa en ambas mejillas, apoya las manos en sus antebrazos, y los
dos hablan animadamente.
—¿Señorita Steele?
Greta, la recepcionista, intenta que le haga caso.
—Un momento, por favor.
Observo a Harry, fascinada.
La rubia platino se da la vuelta y me mira. Él está explicándole algo, y ella
asiente, levanta las manos entrelazadas y le sonríe. Él le devuelve la sonrisa: está claro
que se conocen bien. ¿Quizá trabajaron juntos durante un tiempo? Tal vez ella regente
el local; al fin y al cabo, desprende cierto aire de autoridad.
Entonces caigo en la cuenta. Resulta obvio, demoledor, y lo comprendo de
un modo visceral en el fondo de mis entrañas. Es ella. Despampanante, mayor,
preciosa.
Es la señora Robinson.
TA TA TA TAN!!!!!!!!!!!!!!!! HUYYY ES LA SEÑORA ROBINSON!!!! ¿QUE PASARA?
NO TE PIERDAS EL PROXIMO CAPITULO OKNO*-*
Cuando recobro la cordura, abro los ojos y alzo la mirada a la cara del hombre que amo. Harry tiene una expresión suave, tierna. Frota su nariz contra la mía, se apoya en los codos y, tomando mis manos entre las suyas, las coloca junto a mi
cabeza. Sospecho que, por desgracia, lo hace para que no le toque. Me besa los labios
con dulzura mientras sale de mí.
—He echado de menos esto —dice en voz baja.
—Yo también —susurro.
Me coge por la barbilla y me besa con fuerza. Un beso apasionado y
suplicante, ¿pidiendo qué? No lo sé, y eso me deja sin aliento.
—No vuelvas a dejarme —me implora, mirándome con seriedad a lo más profundo de mis ojos.
—Vale —murmuro, y le sonrío. Me responde con una sonrisa
deslumbrante: de alivio, euforia y placer adolescente, combinados en una mirada encantadora que derretiría el más frío de los corazones—. Gracias por el iPad.
—No se merecen,________.
—¿Cuál es tu canción favorita de todas las que hay?
—Eso sería darte demasiada información. —Sonríe satisfecho—. Venga, prepárame algo de comer, muchacha, estoy hambriento —añade, incorporándose de
repente en la cama y arrastrándome con él.
—¿Muchacha? —digo con una risita.
—Muchacha. Comida, ahora, por favor.
—Ya que lo pide con tanta amabilidad, señor… Me pondré ahora mismo. Al levantarme rápidamente de la cama, la almohada se mueve y aparece debajo el globo deshinchado del helicóptero. Harry lo coge y me mira,
desconcertado.
—Ese es mi globo —digo con afán posesivo mientras cojo mi bata y me
envuelvo con ella.
Oh, Dios… ¿por qué ha tenido que encontrar eso?
—¿En tu cama? —murmura.
—Sí. —Me ruborizo—. Me ha hecho compañía.
—Qué afortunado, Charlie Tango —dice con aire sorprendido.
Sí, soy una sentimental,Styles, porque te quiero.
—Mi globo —digo otra vez, doy media vuelta y me encamino hacia la cocina, y él se queda sonriendo de oreja a oreja.
Harry y yo estamos sentados en la alfombra persa de Perrie, comiendo con palillos salteado de pollo con fideos de unos boles blancos de porcelana y bebiendo Pinot Grigio blanco frío.Harry está apoyado en el sofá con sus largas
piernas estiradas hacia delante. Tiene el pelo alborotado, lleva los vaqueros y la camisa, y nada más. De fondo suena el Buena Vista Social Club del iPod de Harry.
—Esto está muy bueno —dice elogiosamente mientras ataca la comida.
Yo estoy sentada a su lado con las piernas cruzadas, comiendo vorazmente
como si estuviera muerta de hambre y admirando sus pies desnudos.
—Casi siempre cocino yo. Perrie no sabe cocinar.
—¿Te enseñó tu madre?
—La verdad es que no —digo con sorna—. Cuando empecé a interesarme por la cocina, mi madre estaba viviendo con su marido número tres en Mansfield,Texas. Y Ray… bueno, él habría sobrevivido a base de tostadas y comida preparada
de no ser por mí.
Harry se me queda mirando.
—¿No vivías en Texas con tu madre?
—Su marido, Steve, y yo… no nos llevábamos bien. Y yo echaba de menos a Ray. El matrimonio con Steve no duró mucho. Creo que mi madre acabó recuperando el sentido común. Nunca habla de él —añado en voz baja.
Creo que esa es una etapa oscura de su vida de la que nunca hablamos.
—¿Así que te quedaste en Washington a vivir con tu padrastro?
—Viví muy poco tiempo en Texas y luego volví con Ray.
—Lo dices como si hubieras cuidado de él —observa con ternura.
—Supongo —digo encogiéndome de hombros.
—Estás acostumbrada a cuidar a la gente.
El deje de su voz me llama la atención y levanto la vista.
—¿Qué pasa? —pregunto, sorprendida por su expresión cauta.
—Yo quiero cuidarte.
En sus ojos luminosos brilla una emoción inefable.
El ritmo de mi corazón se acelera.
—Ya lo he notado —musito—. Solo que lo haces de una forma extraña.
Arquea una ceja.
—No sé hacerlo de otro modo —dice quedamente.
—Sigo enfadada contigo porque compraras SIP.
Sonríe.
—Lo sé, pero no me iba a frenar porque tú te enfadaras, nena.
—¿Qué voy a decirles a mis compañeros de trabajo, a Jack?
Entorna los ojos.
—Ese cabrón más vale que vigile.
—¡Harry! —le riño—. Es mi jefe.
Harry aprieta con fuerza los labios, que se convierten en una línea muy fina. Parece un colegial tozudo.
—No se lo digas —dice.
—¿Que no les diga qué?
—Que soy el propietario. El principio de acuerdo se firmó ayer. La noticia no se puede hacer pública hasta dentro de cuatro semanas, durante las cuales habrá algunos cambios en la dirección de SIP.
—Oh… ¿me quedaré sin trabajo? —pregunto, alarmada.
—Sinceramente, lo dudo —dice Harrycon sarcasmo, intentando
disimular una sonrisa.
—Si me marcho y encuentro otro trabajo, ¿comprarás esa empresa también?
—insinúo burlona.
—No estarás pensando en irte, ¿verdad?
Su expresión cambia, vuelve a ser cautelosa.
—Posiblemente. No creo que me hayas dejado otra opción.
—Sí, compraré esa empresa también —dice categórico.
Yo vuelvo a mirarle ceñuda. Es una situación en la que tengo las de perder.
—¿No crees que estás siendo excesivamente protector?
—Sí, soy perfectamente consciente de que eso es lo que parece.
—Que alguien llame al doctor Flynn —murmuro.
Él deja en el suelo el bol vacío y me mira impasible. Suspiro. No quiero
discutir. Me levanto y lo recojo.
—¿Quieres algo de postre?
—¡Ahora te escucho! —dice con una sonrisa lasciva.
—Yo no. —¿Por qué yo no? La diosa que llevo dentro despierta de su
letargo y se sienta erguida, toda oídos—. Tenemos helado. De vainilla —digo con una
risita.
—¿En serio? —La sonrisa de Harry se ensancha—. Creo que podríamos hacer algo con eso.
¿Qué? Me lo quedo mirando estupefacta y él se pone de pie ágilmente.
—¿Puedo quedarme? —pregunta.
—¿Qué quieres decir?
—Toda la noche.
—Lo había dado por sentado —digo ruborizándome.
—Bien. ¿Dónde está el helado?
—En el horno.
Le sonrío con dulzura.
Inclina la cabeza a un lado, suspira y cabecea.
—El sarcasmo es la expresión más baja de la inteligencia, señorita Steele.
Sus ojos centellean.
Oh, Dios. ¿Qué planea?
—Todavía puedo tumbarte en mis rodillas.
Yo pongo los boles en el fregadero.
—¿Tienes esas bolas plateadas?
Él se palpa el torso, el estómago y los bolsillos de los vaqueros.
—Muy graciosa. No voy por ahí con un juego de recambio. En el despacho
no me sirven de mucho.
—Me alegra mucho oír eso, señor Styles, y creí que habías dicho que el sarcasmo era la expresión más baja de la inteligencia.
—Bien, _______, mi nuevo lema es: «Si no puedes vencerles, únete a ellos».
Le miro boquiabierta. No puedo creer que acabe de decir eso. Y él me sonríe satisfecho y por lo visto perversamente encantado consigo mismo. Se da la
vuelta, abre el congelador y saca una tarrina del mejor Ben amp; Jerry’s de vainilla.
—Esto servirá. —Me mira con sus ojos turbios—. Ben amp; Jerry’s amp; _______ —añade, diciendo cada palabra muy despacio, pronunciando claramente todas las sílabas.
Ay, madre. Creo que nunca más podré cerrar la boca. Él abre el cajón de los cubiertos y coge una cuchara. Cuando levanta la vista, tiene los ojos entornados y
desliza la lengua por encima de los dientes de arriba. Oh, esa lengua.
Siento que me falta el aire. Un deseo oscuro, atrayente y lascivo circula
abrasador por mis venas. Vamos a divertirnos, con comida.
—Espero que estés calentita —susurra—. Voy a enfriarte con esto. Ven.
Me tiende la mano y le entrego la mía.
Una vez en mi dormitorio, coloca el helado en la mesita, aparta el edredón
de la cama, saca las dos almohadas y las apila en el suelo.
—Tienes sábanas de recambio, ¿verdad?
Asiento, observándole fascinada. Harry coge el Charlie Tango.
—No enredes con mi globo —le advierto.
Tuerce el labio hacia arriba a modo de media sonrisa.
—Ni se me ocurriría, nena, pero quiero enredar contigo y esas sábanas.
Siento una convulsión en todo el cuerpo.
—Quiero atarte.
Oh.
—De acuerdo —susurro.
—Solo las manos. A la cama. Necesito que estés quieta.
—De acuerdo —asiento otra vez, incapaz de nada más.
Él se acerca a mí, sin dejar de mirarme.
—Usaremos esto.
Coge el cinturón de mi bata con destreza lenta y seductora, deshace el nudo
y lo saca de la prenda con delicadeza.
Se me abre la bata, y yo permanezco paralizada bajo su ardiente mirada. Al
cabo de un momento, me quita la prenda por los hombros. Esta cae a mis pies, de
manera que quedo desnuda ante él. Me acaricia la cara con el dorso de los nudillos, y
su roce resuena en lo más profundo de mi entrepierna. Se inclina y me besa los labios
fugazmente.
—Túmbate en la cama, boca arriba —murmura, y su mirada se oscurece e
incendia la mía.
Hago lo que me dice. Mi habitación está sumida en la oscuridad, salvo por
la luz tenue y desvaída de mi lamparita.
Normalmente odio esas bombillas que ahorran energía, porque son muy
débiles, pero estando desnuda aquí, con Harry, agradezco esa luz vaga. Él está de pie junto a la cama, contemplándome.
—Podría pasarme el día mirándote, _________ —dice, y se sube a la cama,
sobre mi cuerpo, a horcajadas—. Los brazos por encima de la cabeza —ordena.
Obedezco y él me ata el extremo del cinturón de mi bata en la muñeca
izquierda y pasa el resto entre las barras metálicas del cabezal de la cama. Tensa el cinturón, de forma que mi brazo izquierdo queda flexionado por encima de mí, y luego me ata la mano derecha, y vuelve a tensar la banda. En cuanto me tiene atada, mirándole, se relaja visiblemente. Le gusta
amarrarme. Así no puedo tocarle. Se me ocurre entonces que tampoco ninguna de sus
sumisas debe de haberle tocado nunca… y lo que es más, nunca deben de haber tenido
la posibilidad de hacerlo. Él nunca ha perdido el control y siempre se ha mantenido a
distancia. Por eso le gustan sus normas.
Se baja de encima de mí y se inclina para darme un besito en los labios.
Luego se levanta y se quita la camisa por encima de la cabeza. Se desabrocha los
vaqueros y los tira al suelo.
Está gloriosamente desnudo. La diosa que llevo dentro hace un triple salto
mortal para bajar de las barras asimétricas, y de pronto se me seca la boca. Realmente
es extraordinariamente hermoso. Tiene una silueta de trazo clásico. Espaldas anchas y
musculosas y caderas estrechas: el triángulo invertido. Es obvio que lo trabaja. Podría
pasarme el día entero mirándole. Se desplaza a los pies de la cama, me sujeta los
tobillos y tira de mí hacia abajo, bruscamente, de manera que tengo los brazos tirantes
y no puedo moverme.
—Así mejor —asegura.
Coge la tarrina de helado, se sube a la cama con delicadeza y vuelve a
ponerse a horcajadas encima de mí. Retira la tapa de la tarrina muy despacio y hunde
la cuchara en ella.
—Mmm… todavía está bastante duro —dice arqueando una ceja. Saca una
cucharada de vainilla y se la mete en la boca—. Delicioso —susurra y se relame—. Es asombroso lo buena que puede estar esta vainilla sosa y aburrida. —Baja la vista hacia
mí y sonríe, burlón—. ¿Quieres un poco?
Está tan absolutamente sexy, tan joven y desenfadado… sentado sobre mí y
comiendo de una tarrina de helado, con los ojos brillantes y el rostro resplandeciente.
Oh, ¿qué demonios va a hacerme? Como si no lo supiera… Asiento, tímida.
Saca otra cucharada y me la ofrece, así que abro la boca, y entonces él
vuelve a metérsela rápidamente en la suya.
—Está demasiado bueno para compartirlo —dice con una sonrisa pícara.
—Eh —protesto.
—Vaya, señorita Steele, ¿le gusta la vainilla?
—Sí —digo con más energía de la pretendida, e intento en vano quitármelo
de encima.
Se echa a reír.
—Tenemos ganas de pelea, ¿eh? Yo que tú no haría eso.
—Helado —ruego.
—Bueno, porque hoy me has complacido mucho, señorita Steele.
Cede y me ofrece otra cucharada. Esta vez me deja comer.
Me entran ganas de reír. Realmente está disfrutando, y su buen humor es
contagioso. Coge otra cucharada y me da un poco más, y luego otra vez. Vale, basta.
—Mmm, bueno, este es un modo de asegurarme de que comes: alimentarte a la fuerza. Podría acostumbrarme a esto.
Coge otra cucharada y me ofrece más. Esta vez mantengo la boca cerrada y muevo la cabeza, y él deja que se derrita lentamente en la cuchara, de manera que
empieza a gotear sobre mi cuello, sobre mi pecho. Él lo recoge con la lengua, lo lame
muy despacio. El anhelo incendia mi cuerpo.
—Mmm… Si viene de ti todavía está mejor, señorita Steele.
Yo tiro de mis ataduras y la cama cruje de forma alarmante, pero no me
importa… ardo de deseo, me está consumiendo. Él coge otra cucharada y deja que el
helado gotee sobre mis pechos. Luego, con el dorso de la cuchara, lo extiende sobre cada pecho y pezón.
Oh… está frío. Ambos pezones se yerguen y endurecen bajo la vainilla fría.
—¿Tienes frío? —pregunta Harry en voz baja y se inclina para lamerme y chuparme todo el helado, y su boca está caliente comparada con la temperatura de la
tarrina.
Es una tortura. A medida que va derritiéndose, el helado se derrama en regueros por mi cuerpo hasta la cama. Sus labios siguen con su pausado martirio,
chupando con fuerza, rozando suavemente… ¡Oh, Dios! Estoy jadeando.
—¿Quieres un poco?
Y antes de que pueda negarme o aceptar su oferta, me mete la lengua en la
boca, y está fría y es hábil y sabe a Harry a vainilla. Deliciosa.
Y justo cuando me estoy acostumbrando a esa sensación, él vuelve a
sentarse y desliza una cucharada de helado por el centro de mi cuerpo, sobre mi vientre
y dentro de mi ombligo, donde deposita una gran porción. Oh, está más frío que antes,
pero, extrañamente, me arde sobre la piel.
—A ver, no es la primera vez que haces esto. —A Harry le brillan los
ojos—. Vas a tener que quedarte quieta, o toda la cama se llenará de helado.
Me besa ambos pechos y me chupa con fuerza los dos pezones, luego sigue
el reguero del helado por mi cuerpo, hacia abajo, chupando y lamiendo por el camino.
Y yo lo intento: intento quedarme quieta, pese a la embriagadora
combinación del frío y sus caricias que me inflaman. Pero mis caderas empiezan a
moverse de forma involuntaria, rotando con su propio ritmo, atrapadas en el embrujo
de la vainilla fría. Él baja más y empieza a comer el helado de mi vientre, gira la
lengua dentro y alrededor de mi ombligo.
Gimo. Dios… Está frío, es tórrido, es tentador, pero él no para. Sigue el
rastro del helado por mi cuerpo hasta abajo, hasta mi vello púbico, hasta mi clítoris. Y
grito, fuerte.
—Calla —dice Harry en voz baja, mientras su lengua mágica procede a
lamer la vainilla, y ahora lo ansío calladamente.
—Oh… por favor… Harry.
—Lo sé, nena, lo sé —musita, y su lengua sigue obrando su magia.
No para, simplemente no para, y mi cuerpo asciende… arriba, más arriba.
Él desliza un dedo dentro de mí, luego otro, y con lentitud agónica, los mueve dentro y
fuera.
—Justo aquí —murmura, y acaricia rítmicamente la pared frontal de mi
vagina, mientras sigue lamiendo y chupando de un modo implacable y exquisito.
E inesperadamente estallo en un orgasmo alucinante que aturde todos mis
sentidos y arrasa todo lo que sucede ajeno a mi cuerpo, mientras no paro de retorcerme
y gemir. Santo Dios, qué rápido ha sido…
Soy vagamente consciente de que él ha parado. Está sobre mí, poniéndose
un condón, y luego me penetra, rápido y enérgico.
—¡Oh, sí! —gruñe al hundirse en mí.
Está pegajoso: los restos de helado derretido se desparraman entre los dos.
Es una sensación extrañamente perturbadora, pero en la que no puedo sumergirme más
de unos segundos, cuando de pronto Harry sale de mi cuerpo y me da la vuelta.
—Así —murmura, y bruscamente vuelve a estar en mi interior, pero no
inicia su habitual ritmo de castigo inmediatamente.
Se inclina sobre mí, me desata las manos y me incorpora con un
movimiento enérgico, de manera que quedo prácticamente sentada encima de él. Sube
las manos, cubre con ellas mis pechos y tira levemente de mis pezones. Yo gimo y echo
la cabeza hacia atrás, sobre su hombro. Me roza el cuello con la boca, me muerde, y
flexiona las caderas, deliciosamente despacio, colmándome una y otra vez.
—¿Sabes cuánto significas para mí? —me jadea otra vez al oído.
—No —digo sin aliento.
Él sonríe de nuevo pegado a mi cuello, me rodea la barbilla y el cuello con
los dedos, y me retiene con fuerza durante un momento.
—Sí, lo sabes. No te dejaré marchar.
Gruño cuando él incrementa el ritmo.
—Eres mía, _________.
—Sí, tuya —jadeo.
—Yo cuido de lo que es mío —sisea, y me muerde la oreja.
Grito.
—Eso es, nena, quiero oírte.
Me pasa una mano por la cintura mientras con la otra me sujeta la cadera y
me penetra con más fuerza, obligándome a gritar otra vez. Y empieza su ritmo de
castigo. Se le acelera la respiración, es más brusca, entrecortada, acompasada con la
mía. Siento en las entrañas esa sensación apremiante y familiar. ¡Otra vez!
Solo soy sensaciones. Esto es lo que él me provoca: toma mi cuerpo y lo
posee totalmente, de modo que solo puedo pensar en él. Su magia es poderosa, arrebatadora. Yo soy una mariposa presa en su red, sin capacidad ni ganas de escapar.
Soy suya… absolutamente suya.
—Vamos, nena —gruñe entre dientes cuando llega el momento y, como la
aprendiza de brujo que soy, me libero y nos dejamos ir juntos.
Estoy acurrucada en sus brazos sobre sábanas pegajosas. Él tiene la frente
pegada a mi espalda y la nariz hundida en mi pelo.
—Lo que siento por ti me asusta —susurro.
—A mí también —dice en voz baja y sin moverse.
—¿Y si me dejas?
Es una idea terrorífica.
—No me voy a ir a ninguna parte. No creo que nunca me canse de ti,_____________.
Me doy la vuelta y le miro. Tiene una expresión seria, sincera. Me inclino y le beso con cariño. Él sonríe y extiende la mano para recogerme el pelo detrás de la oreja.
—Nunca había sentido lo que sentí cuando te fuiste,_________. Removería
cielo y tierra para no volver a sentirme así.
Suena muy triste, abrumado incluso.
Vuelvo a besarle. Quiero animarnos de algún modo, pero Harry lo hace
por mí.
—¿Vendrás mañana a la fiesta de verano de mi padre? Es una velada benéfica anual. Yo dije que iría.
Sonrío, con repentina timidez.
—Claro que iré.
Oh, no. No tengo nada que ponerme.
—¿Qué pasa?
—Nada.
—Dime —insiste.
—No tengo nada que ponerme.
Harry parece momentáneamente incómodo.
—No te enfades, pero sigo teniendo toda esa ropa para ti en casa. Estoy seguro de que hay un par de vestidos.
Frunzo los labios.
—¿Ah, sí? —comento en tono sardónico.
No quiero pelearme con él esta noche. Necesito una ducha.
La chica que se parece a mí espera fuera frente a la puerta de SIP. Un momento… ella es yo. Estoy pálida y sucia, y la ropa que llevo me viene grande. La estoy mirando a ella, que viste mi ropa… saludable y feliz.
—¿Qué tienes tú que yo no tenga? —le pregunto.
—¿Quién eres?
—No soy nadie… ¿Quién eres tú? ¿También eres nadie…?
—Pues ya somos dos…no lo digas, nos harían desaparecer, sabes…
Sonríe despacio, con una mueca diabólica que se extiende por toda su cara,
y es tan escalofriante que me pongo a chillar.
—¡Por Dios, _________!
Harry me zarandea para que despierte.
Estoy tan desorientada. Estoy en casa… a oscuras… en la cama con Harry. Sacudo la cabeza, intentando despejar la mente.
—Nena, ¿estás bien? Has tenido una pesadilla.
—Ah.
Enciende la lámpara y nos baña con su luz tenue. Él baja la vista hacia mí
con cara de preocupación.
—La chica —murmuro.
—¿Qué pasa? ¿Qué chica? —pregunta con dulzura.
—Había una chica en la puerta de SIP cuando salí esta tarde. Se parecía a mí… bueno, no.
Harry se queda inmóvil, y cuando la luz de la lámpara de la mesita se
intensifica, veo que está lívido.
—¿Cuándo fue eso? —susurra consternado.
Se sienta y me mira fijamente.
—Cuando salí de trabajar esta tarde. ¿Tú sabes quién es?
—Sí.
Se pasa la mano por el pelo.
—¿Quién?
Sus labios se convierten en una línea tensa, pero no dice nada.
—¿Quién? —insisto.
—Es Leila.
Yo trago saliva. ¡La ex sumisa! Recuerdo que Harry habló de ella antes
de que voláramos en el planeador. De pronto, su cuerpo emana tensión. Algo pasa.
—¿La chica que puso «Toxic» en tu iPod?
Me mira angustiado.
—Sí. ¿Dijo algo?
—Dijo: «¿Qué tienes tú que yo no tenga?», y cuando le pregunté quién era, dijo: «Nadie».
Harry cierra los ojos, como si le doliera. ¿Qué ha pasado? ¿Qué
significa ella para él?
Me pica el cuero cabelludo mientras la adrenalina me recorre el cuerpo. ¿Y
si le importa mucho? ¿Quizá la echa de menos? Sé tan poco de sus anteriores… esto…
relaciones. Seguro que ella firmó un contrato, e hizo lo que él quería, encantada de
darle lo que necesitaba.
Oh, no… y yo no puedo. La idea me da náuseas.
Harry sale de la cama, se pone los vaqueros y va al salón. Echo un
vistazo al despertador y veo que son las cinco de la mañana. Me levanto, me pongo su
camisa blanca y le sigo.
Vaya, está al teléfono.
—Sí, en la puerta de SIP, ayer… por la tarde —dice en voz baja. Se vuelve hacia mí y, mientras me dirijo hacia la cocina, me pregunta—: ¿A qué hora
exactamente?
—Hacia… ¿las seis menos diez? —balbuceo.
¿A quién demonios llama a estas horas? ¿Qué ha hecho Leila? Harry transmite esa información a quien sea que esté al aparato, sin apartar los ojos de mí,
con expresión grave y sombría.
—Averigua cómo… Sí… No me lo parecía, pero tampoco habría pensado que ella haría eso. —Cierra los ojos, como si sintiera dolor—. No sé cómo acabará
esto… Sí, hablaré con ella… Sí… Lo sé… Averigua cuanto puedas y házmelo saber. Y
encuéntrala, Welch… tiene problemas. Encuéntrala.
Cuelga.
—¿Quieres un té? —pregunto.
Té, la respuesta de Ray a cualquier crisis y la única cosa que sabe hacer en la cocina. Lleno el hervidor de agua.
—La verdad es que me gustaría volver a la cama.
Su mirada me dice que no es para dormir.
—Bueno, yo necesito un poco de té. ¿Te tomarías una taza conmigo?
Quiero saber qué está pasando. No conseguirás despistarme con sexo.
Él se pasa la mano por el pelo, exasperado.
—Sí, por favor —dice, pero veo que esto le irrita.
Pongo el hervidor al fuego y me ocupo de las tazas y la tetera. Mi ansiedad
ha superado el nivel de ataque inminente. ¿Va a explicarme el problema? ¿O voy a
tener que sonsacárselo?
Percibo que me está mirando: capto su incertidumbre, y su rabia es
palpable. Levanto la vista, y sus ojos brillan de aprensión.
—¿Qué pasa? —pregunto con cariño.
Él sacude la cabeza.
—¿No piensas contármelo?
Suspira y cierra los ojos.
—No.
—¿Por qué?
—Porque no debería importarte. No quiero que te veas involucrada en esto.
—No debería importarme, pero me importa. Ella me encontró y me abordó a la puerta de mi oficina. ¿Cómo es que me conoce? ¿Cómo es que sabe dónde trabajo?
Me parece que tengo derecho a saber qué está pasando.
Él vuelve a pasarse la mano por el pelo, con evidente frustración, como si
librara una batalla interior.
—¿Por favor? —pregunto bajito.
Su boca se convierte en una línea tensa, y me mira poniendo los ojos en blanco.
—De acuerdo —dice, resignado—. No tengo ni idea de cómo te encontró.
A lo mejor por la fotografía de nosotros en Portland, no sé.
Vuelve a suspirar y noto que dirige su frustración hacia sí mismo.
Espero con paciencia y vierto el agua hirviendo en la tetera, mientras él
camina nervioso de un lado para otro. Al cabo de un momento, continúa:
—Mientras yo estaba contigo en Georgia, Leila se presentó sin avisar en mi apartamento y le montó una escena a Gail.
—¿Gail?
—La señora Jones.
—¿Qué quieres decir con que «le montó una escena»?
Me mira, tanteando.
—Dime. Te estás guardando algo.
Mi tono suena más contundente de lo que pretendía.
Él parpadea, sorprendido.
—________, yo…
Se calla.
—¿Por favor?
Suspira, derrotado.
—Hizo un torpe intento de cortarse las venas.
—¡Oh, Dios!
Eso explica el vendaje de la muñeca.
—Gail la llevó al hospital. Pero Leila se marchó antes de que yo llegara.
Santo Dios. ¿Qué significa eso? ¿Suicida? ¿Por qué?
—El psiquiatra que la examinó dijo que era la típica llamada de auxilio.
No creía que corriera auténtico peligro. Dijo que en realidad no quería suicidarse.
Pero yo no estoy tan seguro. Desde entonces he intentado localizarla para
proporcionarle ayuda.
—¿Le dijo algo a la señora Jones?
Me mira fijamente. Se le ve muy incómodo.
—No mucho —admite finalmente, pero sé bien que me oculta algo.
Intento tranquilizarme sirviendo el té en las tazas. ¿Así que Leila quiere volver a la vida de Harry y opta por un intento de suicidio para llamar su atención?
Santo cielo… resulta aterrador. Pero efectivo. ¿Harry se va de Georgia para estar a su lado, pero ella desaparece antes de que él llegue? Qué extraño…
—¿No puedes localizarla? ¿Y qué hay de su familia?
—No sabe dónde está. Ni su marido tampoco.
—¿Marido?
—Sí —dice en tono abstraído—, lleva unos dos años casada.
¿Qué?
—¿Así que estaba casada cuando estuvo contigo?
Dios. Realmente, Harry no tiene escrúpulos.
—¡No! Por Dios, no. Estuvo conmigo hace casi tres años. Luego se marchó y se casó con ese tipo poco después.
—Oh. Entonces, ¿por qué trata de llamar tu atención ahora?
Mueve la cabeza con pesar.
—No lo sé. Lo único que hemos conseguido averiguar es que hace unos meses abandonó a su marido.
—A ver si lo entiendo. ¿No fue tu sumisa hace unos tres años?
—Dos años y medio más o menos.
—Y quería más.
—Sí.
—Pero ¿tu no querías?
—Eso ya lo sabes.
—Así que te dejó.
—Sí.
—Entonces, ¿por qué quiere volver contigo ahora?
—No lo sé.
Sin embargo, el tono de su voz me dice que, como mínimo, tiene una teoría.
—Pero sospechas…
Entorna los ojos con rabia evidente.
—Sospecho que tiene algo que ver contigo.
¿Conmigo? ¿Qué puede querer de mí? «¿Qué tienes tú que yo no tenga?»
Miro fijamente a Cincuenta, esplendorosamente desnudo de cintura para arriba. Le tengo: es mío. Esto es lo que tengo, y sin embargo ella se parecía a mí: el
mismo cabello oscuro y la misma piel pálida. Frunzo el ceño al pensar en eso. Sí…
¿Qué tengo yo que ella no tenga?
—¿Por qué no me lo contaste ayer? —pregunta con dulzura.
—Me olvidé de ella. —Encojo los hombros en un gesto de disculpa—. Ya
sabes, la copa después del trabajo para celebrar mi primera semana. Luego llegaste al
bar con tu… arranque de testosterona con Jack, y luego nos vinimos aquí. Se me fue de
la cabeza. Tú sueles hacer que me olvide de las cosas.
—¿Arranque de testosterona? —dice torciendo el gesto.
—Sí. El concurso de meadas.
—Ya te enseñaré yo lo que es un arranque de testosterona.
—¿No preferirías una taza de té?
—No, _______, no lo prefiero.
Sus ojos encienden mis entrañas, me abrasa con esa mirada de «Te deseo y
te deseo ahora». Dios… es tan excitante.
—Olvídate de ella. Ven.
Me tiende la mano.
Cuando le doy la mano, la diosa que llevo dentro da tres volteretas sobre el
suelo del gimnasio.
* * *
Me despierto, tengo demasiado calor, y estoy abrazada a Harry Styles,
desnudo. Aunque está profundamente dormido, me tiene sujeta entre sus brazos. La
débil luz de la mañana se filtra por las cortinas. Tengo la cabeza apoyada en su pecho,
la pierna entrelazada con la suya y el brazo sobre su vientre.
Levanto un poco la cabeza, temerosa de despertarle. Parece tan joven, y
duerme tan relajado, tan absolutamente bello. No puedo creer que este Adonis sea mío,
todo mío.
Mmm… Alargo la mano y le acaricio el torso con cuidado, deslizando los
dedos sobre su vello, y él no se mueve. Dios santo. Casi no puedo creerlo. Es
realmente mío… durante estos preciosos momentos. Me inclino sobre él y beso
tiernamente una de sus cicatrices. Él gime bajito, pero no se despierta, y sonrío. Le
beso otra y abre los ojos.
—Hola —digo con una sonrisita culpable.
—Hola —contesta receloso—. ¿Qué estás haciendo?
—Mirarte.
Deslizo los dedos siguiendo el rastro hacia su vello púbico. Él atrapa mi
mano, entorna los ojos y luego sonríe con su deslumbrante sonrisa de Harry
satisfecho. Entonces me relajo. Mis caricias secretas siguen siendo secretas.
Oh… ¿por qué no me dejarás tocarte?
De pronto se coloca encima de mí, apoyando mi espalda contra el colchón y
sujetándome las manos, a modo de advertencia. Me roza la nariz con la suya.
—Me parece que ha estado haciendo algo malo, señorita Steele —me
acusa, pero sin perder la sonrisa.
—Me encanta hacer cosas malas cuando estoy contigo.
—¿Te encanta? —pregunta, y me besa levemente los labios—. ¿Sexo o desayuno? —pregunta con sus ojos oscuros, pero rebosantes de humor.
Clava su erección en mí y yo levanto la pelvis para acogerla.
—Buena elección —murmura con los labios pegados a mi cuello, y sus
besos empiezan a trazar un sendero hasta mi pecho.
* * *
Estoy de pie delante de mi cómoda, mirándome al espejo e intentando dar
algo de forma a mi pelo… pero es demasiado largo. Llevo unos vaqueros y una
camiseta, y detrás de mí Harry, recién duchado, se está vistiendo. Contemplo
ávidamente su cuerpo.
—¿Con qué frecuencia haces ejercicio? —pregunto.
—Todos los días laborables —dice mientras se abrocha la bragueta.
—¿Qué haces?
—Correr, pesas, kickboxing…
Se encoge de hombros.
—¿Kickboxing?
—Sí, tengo un entrenador personal, un ex atleta olímpico que me enseña. Se llama Claude. Es muy bueno. Te gustará.
Me doy la vuelta para mirarle, mientras empieza a abotonarse la camisa
blanca.
—¿Qué quieres decir con que me gustará?
—Te gustará como entrenador.
—¿Para qué iba a necesitar yo un entrenador personal? Tú ya me mantienes en forma —le digo en broma.
Se acerca con andar pausado, me rodea con sus brazos, y sus ojos turbios
se encuentran con los míos en el espejo.
—Pero, nena, yo quiero que estés en forma para lo que tengo pensado.
Recuerdos del cuarto de juegos invaden mi mente y me ruborizo. Sí… el
cuarto rojo del dolor es agotador. ¿Va a llevarme allí otra vez? ¿Quiero yo volver allí?
¡Pues claro que quieres!, me grita la diosa que llevo dentro.
Yo miro fijamente esos ojos Verdes fascinantes e indescifrables.
—Sé que tienes ganas —me susurra.
Enrojezco, y la desagradable idea de que probablemente Leila era capaz de
hacerlo se cuela de forma involuntaria e inoportuna en mi mente. Aprieto los labios y
Harry me mira inquieto.
—¿Qué? —pregunta preocupado.
—Nada. —Niego con la cabeza—. Está bien, conoceré a Claude.
—¿En serio?
El rostro de Harry se ilumina con incrédulo asombro. Su expresión me hace sonreír. Parece que le ha tocado la lotería, aunque seguramente él nunca ha
comprado un billete… no lo necesita.
—Sí, vaya… Si te hace tan feliz… —digo en tono burlón.
Él tensa los brazos que me rodean y me besa el cuello.
—No tienes ni idea —susurra—. ¿Y qué te gustaría hacer hoy?
Me acaricia con la boca, provocándome un delicioso cosquilleo por todo el
cuerpo.
—Me gustaría cortarme el pelo y… mmm… tengo que ingresar un talón y comprarme un coche.
—Ah —dice con cierto deje de sufuciencia, y se muerde el labio.
Aparta una mano de mí, la mete en el bolsillo de sus vaqueros y me entrega las llaves de mi pequeño Audi.
—Aquí tienes —dice en voz baja con gesto incierto.
—¿Qué quieres decir con «Aquí tienes»?
Vaya. Parezco enfadada. Maldita sea. Estoy enfadada. ¡Cómo se atreve!
—Taylor lo trajo ayer.
Abro la boca y la cierro, y repito dos veces el proceso, pero me he
quedado sin palabras. Me está devolviendo el coche. Maldición, maldición… ¿Por qué
no lo he visto venir? Bueno, yo también puedo jugar a este juego. Rebusco en el
bolsillo de mis pantalones y saco el sobre con su talón.
—Toma, esto es tuyo.
Harry me mira intrigado, y al reconocer el sobre levanta ambas manos y
se separa de mí.
—No, no. Ese dinero es tuyo.
—No. Me gustaría comprarte el coche.
Cambia completamente de expresión. La furia —sí, la furia— se apodera
de su rostro.
—No, ________. Tu dinero, tu coche —replica.
—No,Harry. Mi dinero, tu coche. Te lo compraré.
—Yo te regalé ese coche por tu graduación.
—Si me hubieras comprado una pluma… eso hubiera sido un regalo de graduación apropiado. Tú me compraste un Audi.
—¿De verdad quieres discutir esto?
—No.
—Bien… pues aquí tienes las llaves.
Las deja sobre la cómoda.
—¡No me refería a esto!
—Fin de la discusión,_________. No me presiones.
Le miro airada y entonces se me ocurre una cosa. Cojo el sobre y lo parto en dos trozos, y luego en dos más, y lo tiro a la papelera. Ah, qué bien sienta esto.
Harry me observa impasible, pero sé que acabo de prender la mecha y que debería retroceder. Él se acaricia la barbilla.
—Desafiante como siempre, señorita Steele —dice con sequedad.
Gira sobre sus talones y se va a la otra habitación. Esta no es la reacción
que esperaba. Yo me imaginaba una catástrofe a gran escala. Me miro al espejo,
encojo los hombros y decido hacerme una cola de caballo.
Me pica la curiosidad. ¿Qué estará haciendo Cincuenta? Le sigo a la otra
habitación, y veo que está hablando por teléfono.
—Sí, veinticuatro mil dólares. Directamente.
Me mira, sigue impasible.
—Bien… ¿El lunes? Estupendo… No, eso es todo, Andrea.
Cuelga el teléfono.
—Ingresado en tu cuenta, el lunes. No juegues conmigo.
Está enfurecido, pero no me importa.
—¡Veinticuatro mil dólares! —casi grito—. ¿Y tú cómo sabes mi número de cuenta?
Mi ira coge a Harry por sorpresa.
—Yo lo sé todo de ti, _________ —dice tranquilamente.
—Es imposible que mi coche costara veinticuatro mil dólares.
—En principio te daría la razón, pero tanto si vendes como si compras, la
clave está en conocer el mercado. Había un lunático por ahí que quería ese cacharro, y
estaba dispuesto a pagar esa cantidad de dinero. Por lo visto, es un clásico. Pregúntale
a Taylor si no me crees.
Lo fulmino con la mirada y él me responde del mismo modo, dos tontos
tozudos y enfadados desafiándose con los ojos.
Y entonces lo noto: el tirón, esa electricidad entre nosotros, tangible, que
nos arrastra a ambos. De pronto él me agarra y me empuja contra la puerta, con su boca
sobre la mía, reclamándome con ansia. Con una mano en mi trasero apretándome contra
su entrepierna, y con la otra en la nuca tirándome del pelo y la cabeza hacia atrás. Yo
enredo los dedos en su cabello y me aferro a él con fuerza. Con la respiración
entrecortada, Harry presiona su cuerpo contra el mío, me aprisiona. Le siento. Me
desea, y al notar que me necesita, la excitación se me sube a la cabeza y empieza a
darme vueltas.
—¿Por qué… por qué me desafías? —masculla entre sus apasionados
besos.
La sangre bulle en mis venas. ¿Siempre tendrá ese efecto sobre mí? ¿Y yo
sobre él?
—Porque puedo —digo sin aliento.
Siento más que veo su sonrisa pegada a mi cuello, y entonces apoya su
frente contra la mía.
—Dios, quiero poseerte ahora, pero ya no me quedan condones. Nunca me
canso de ti. Eres una mujer desquiciante, enloquecedora.
—Y tú me vuelves loca —murmuro—. En todos los sentidos.
Sacude la cabeza.
—Ven. Vamos a desayunar. Y conozco un local donde puedes cortarte el
pelo.
—Vale —asiento, y sin más se acaba nuestra pelea.
—Pago yo.
Y cojo la cuenta del desayuno antes que él.
Me pone mala cara.
—Hay que ser más rápido,Styles.
—Tienes razón —dice en tono agrio, pero me parece que está bromeando.
—No pongas esa cara. Tengo veinticuatro mil dólares más que esta mañana.
Puedo permitírmelo. —Echo un vistazo a la cuenta—. Veintidós dólares con sesenta y
siete centavos por desayunar.
—Gracias —dice a regañadientes.
Oh, el colegial tozudo ha vuelto.
—¿Y ahora adónde?
—¿De verdad quieres cortarte el pelo?
—Sí, míralo.
—Yo te veo guapísima. Como siempre.
Me ruborizo y bajo la mirada a mis dedos, entrelazados en el regazo.
—Y esta noche es la gala benéfica de tu padre.
—Recuerda que es de etiqueta.
—¿Dónde es?
—En casa de mis padres. Hay una carpa. Ya sabes, con toda la
parafernalia.
—¿Para qué fundación benéfica es?
Harry se pasa las manos por los muslos, parece incómodo.
—Se llama «Afrontarlo Juntos». Es una fundación que ayuda a los padres
con hijos jóvenes drogadictos a que estos se rehabiliten.
—Parece una buena causa —comento.
—Venga, vamos.
Se levanta. Consigue eludir el tema de conversación y me tiende la mano.
Cuando se la acepto, entrelaza sus dedos con los míos, fuerte.
Resulta tan extraño… Es tan abierto en ciertos aspectos y tan cerrado en
otros… Me lleva fuera del restaurante y caminamos por la calle. Hace una mañana
cálida, preciosa. Brilla el sol y el aire huele a café y a pan recién hecho.
—¿Adónde vamos?
—Sorpresa.
Ah, vale. No me gustan nada las sorpresas.
Recorremos dos manzanas y las tiendas empiezan a ser claramente más
exclusivas. Aún no he tenido oportunidad de explorar los alrededores, pero la verdad
es que esto está a la vuelta de la esquina de donde yo vivo. A Perrie le encantará. Está
lleno de pequeñas boutiques que colmarán su pasión por la moda. De hecho, yo
necesito un par de faldas holgadas para el trabajo.
Harry se para frente a un gran salón de belleza de aspecto refinado, y me
abre la puerta. Se llama Esclava. El interior es todo blanco y tapicería de piel. En la
blanca y austera recepción hay sentada una chica rubia con un uniforme blanco
impoluto. Nos mira cuando entramos.
—Buenos días, señor Styles—dice vivaz, y el color aflora a sus mejillas
mientras le mira arrobada.
Es el usual efecto Styles, ¡pero ella le conoce! ¿De qué?
—Hola, Greta.
Y él la conoce a ella. ¿Qué pasa aquí?
—¿Lo de siempre, señor? —pregunta educadamente.
Lleva un pintalabios muy rosa.
—No —dice él enseguida, y me mira de reojo, nervioso.
¿Lo de siempre? ¿Qué significa eso?
Santo Dios. ¡Es la regla número seis, el puñetero salón de belleza! ¡Toda
esa tontería de la depilación… maldita sea!
¿Aquí es donde traía a todas sus sumisas? ¿Quizá también a Leila? ¿Cómo demonios se supone que tengo que reaccionar a esto?
—La señorita Steele te dirá lo que quiere.
Le miro airada. Está endilgándome las normas disimuladamente. He
aceptado lo del entrenador personal… ¿y ahora esto?
—¿Por qué aquí? —le siseo.
—El local es mío, y tengo tres más como este.
—¿Es tuyo? —farfullo, sorprendida.
Vaya, esto no me lo esperaba.
—Sí. Es como actividad suplementaria. Cualquier cosa, todo lo que
quieras, te lo pueden hacer aquí, por cuenta de la casa. Todo tipo de masajes: sueco,
shiatsu, con piedras volcánicas, reflexología, baños de algas, tratamientos faciales,
todas esas cosas que os gustan a las mujeres… todo. Aquí te lo harán.
Agita con aire displicente su mano de dedos largos.
—¿Depilación?
Se echa a reír.
—Sí, depilación también. Completa —susurra en tono conspiratorio,
disfrutando de mi incomodidad.
Me ruborizo y miro a Greta, que me observa expectante.
—Querría cortarme el pelo, por favor.
—Por supuesto, señorita Steele.
Greta, toda ella carmín rosa y resolutiva eficiencia germánica, consulta la
pantalla de su ordenador.
—Franco estará libre en cinco minutos.
—Franco es muy bueno —dice Harry para tranquilizarme.
Yo intento asimilar todo esto.Harry Styles, presidente ejecutivo, posee
una cadena de salones de belleza.
Le miro y de repente le veo palidecer: algo, o alguien, ha llamado su
atención. Me doy la vuelta para ver qué está mirando. Por una puerta del fondo del
salón acaba de aparecer una sofisticada rubia platino. La cierra y se pone a hablar con
una de las estilistas.
La rubia platino es alta y encantadora, está muy bronceada y tendrá unos
treinta y cinco o cuarenta años, resulta difícil de decir. Lleva el mismo uniforme que
Greta, pero en negro. Es despampanante. Su cabello, cortado en una melena cálida y
recta, brilla como un halo. Al darse la vuelta, ve a Harry y le dedica una sonrisa,
una sonrisa cálida y resplandeciente.
—Perdona —balbucea Harry, apurado.
Cruza el salón con zancadas rápidas, pasa junto a las estilistas, todas de
blanco, junto a las aprendizas de los lavacabezas, hasta llegar junto a ella. Estoy
demasiado lejos para oír la conversación. La rubia platino le saluda con evidentes
muestras de afecto, le besa en ambas mejillas, apoya las manos en sus antebrazos, y los
dos hablan animadamente.
—¿Señorita Steele?
Greta, la recepcionista, intenta que le haga caso.
—Un momento, por favor.
Observo a Harry, fascinada.
La rubia platino se da la vuelta y me mira. Él está explicándole algo, y ella
asiente, levanta las manos entrelazadas y le sonríe. Él le devuelve la sonrisa: está claro
que se conocen bien. ¿Quizá trabajaron juntos durante un tiempo? Tal vez ella regente
el local; al fin y al cabo, desprende cierto aire de autoridad.
Entonces caigo en la cuenta. Resulta obvio, demoledor, y lo comprendo de
un modo visceral en el fondo de mis entrañas. Es ella. Despampanante, mayor,
preciosa.
Es la señora Robinson.
TA TA TA TAN!!!!!!!!!!!!!!!! HUYYY ES LA SEÑORA ROBINSON!!!! ¿QUE PASARA?
NO TE PIERDAS EL PROXIMO CAPITULO OKNO*-*
CarolineR2
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
yy no yo que tu rayis me lanzo y golpea a la SENORA ROBINSON!! hahah ...
ame los capitulos siguela cuanto puedas por fas .. no me dejes con la intriga de que va a pasar por favor .. siguela cuidate :)
ame los capitulos siguela cuanto puedas por fas .. no me dejes con la intriga de que va a pasar por favor .. siguela cuidate :)
vanessavalerio98
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
ME MATO! :O!
AAAAH! LA SEÑORA ROBINSON!
Desde qué empezó la descripción supe que era ella x.x
Y supongo que es todo lo contrario a la rayis D:
Y y y no se :c
Fuera de eso me encantan que sean más lindos
Siguela porfa me encanta!! *-*
AAAAH! LA SEÑORA ROBINSON!
Desde qué empezó la descripción supe que era ella x.x
Y supongo que es todo lo contrario a la rayis D:
Y y y no se :c
Fuera de eso me encantan que sean más lindos
Siguela porfa me encanta!! *-*
Cami cami
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
Siguelaaaaaa:D. Esto esta demasiado bueno!!!!!!
paty22
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
CAPITULO 5
Greta, ¿con quién está hablando el señor Styles?
Mi rebelde cabellera empieza a picarme y quiere abandonar el edificio, mientras mi subconsciente me grita que le haga caso. Pero yo aparento bastante indiferencia.
—Ah, es la señora Lincoln. Es la propietaria, junto con el señor Styles.
Greta parece muy dispuesta a hablar.
—¿La señora Lincoln?
Creía que la señora Robinson estaba divorciada. Quizá haya vuelto a casarse con algún pobre infeliz.
—Sí. No suele venir, pero hoy uno de nuestros especialistas está enfermo, y
ella le sustituye.
—¿Sabe usted el nombre de pila de la señora Lincoln?
Greta levanta la vista, me mira ceñuda y frunce esos labios rosa brillante,
censurando mi curiosidad. Maldita sea, puede que haya ido demasiado lejos.
—Elena —dice de mala gana.
Al verificar que mi sexto sentido no me ha abandonado, me invade una extraña sensación de alivio.
¿Sexto sentido?, se burla mi subconsciente. ¡Sentido pedófilo!
Ellos siguen inmersos en la conversación. Harry le cuenta algo
apresuradamente a Elena. Ella parece preocupada, asiente, hace muecas y menea la
cabeza. Alarga la mano y le acaricia el brazo con dulzura mientras se muerde el labio.
Asiente de nuevo, me mira y me dedica una sonrisa tranquilizadora.
Yo solo soy capaz de mirarla con cara de palo. Creo que estoy
escandalizada. ¿Cómo se le ha ocurrido traerme aquí?
Ella le susurra algo a Harry, que dirige la mirada brevemente hacia
donde yo estoy, y luego se vuelve hacia Elena y contesta. Ella asiente y creo que le
desea suerte, pero mi habilidad para leer los labios no es muy buena.
Cincuenta vuelve con paso firme y la ansiedad marcada en el rostro.
Maldita sea, claro. La señora Robinson vuelve a la trastienda y cierra la puerta.
Harry frunce el ceño.
—¿Estás bien? —pregunta, tenso y cauto.
—La verdad es que no. ¿No has querido presentarme?
Mi voz suena fría, dura.
Él se queda con la boca abierta, como si hubiera tirado de la alfombra
debajo de sus pies.
—Pero yo creía…
—Para ser un hombre tan brillante, a veces… —Me fallan las palabras—.
Me gustaría marcharme, por favor.
—¿Por qué?
—Ya sabes por qué —digo, poniendo los ojos en blanco.
Él baja su mirada ardiente hacia mí.
—Lo siento,_______. No sabía que ella estaría aquí. Nunca está. Ha abierto
una sucursal nueva en el Bravern Center, y normalmente está allí. Hoy se ha puesto
alguien enfermo.
Doy media vuelta y me dirijo hacia la puerta.
—Greta, no necesitaremos a Franco —espeta Harry cuando cruzamos el umbral.
Tengo que reprimir el impulso de salir corriendo. Quiero huir lejos de aquí.
Siento unas irresistibles ganas de llorar. Lo único que necesito es escapar de toda esta
jodida situación.
Harry camina a mi lado sin decir palabra, mientras yo trato de aclararme
la mente. Me abrazo el cuerpo como para protegerme y avanzo con la cabeza gacha,
esquivando los árboles de la Segunda Avenida. Él, prudente, no intenta tocarme. Mi
mente hierve de preguntas sin respuesta. ¿Se dignará hablar el señor Evasivas?
—¿Solías traer aquí a tus sumisas? —le increpo.
—A algunas sí —dice en voz baja y crispada.
—¿A Leila?
—Sí.
—El local parece muy nuevo.
—Lo han remodelado hace poco.
—Ya. O sea que la señora Robinson conocía a todas tus sumisas.
—Sí.
—¿Y ellas conocían su historia?
—No. Ninguna. Solo tú.
—Pero yo no soy tu sumisa.
—No, está clarísimo que no lo eres.
Me paro y le miro. Tiene los ojos muy abiertos, temerosos, y aprieta los
labios en una línea dura e inexpresiva.
—¿No ves lo jodido que es esto? —digo en voz baja, fulminándolo con la mirada.
—Sí. Lo siento.
Y tiene la deferencia de aparentar arrepentimiento.
—Quiero cortarme el pelo, a ser posible en algún sitio donde no te hayas
tirado ni al personal ni a la clientela.
No rechista.
—Y ahora, si me perdonas…
—No te marchas, ¿verdad?
—No, solo quiero que me hagan un puñetero corte de pelo. En un sitio
donde pueda cerrar los ojos, y que alguien me lave el pelo, y pueda olvidarme de esta
carga tan pesada que va contigo.
Él se pasa la mano por el cabello.
—Puedo hacer que Franco vaya a mi apartamento, o al tuyo —sugiere.
—Es muy atractiva.
Parpadea, un tanto extrañado.
—Sí, mucho.
—¿Sigue casada?
—No. Se divorció hace unos cinco años.
—¿Por qué no estás con ella?
—Porque lo nuestro se acabó. Ya te lo he contado.
De repente arquea una ceja. Levanta un dedo y se saca la BlackBerry del
bolsillo de la americana. Debe de estar en silencio, porque no la he oído sonar.
—Welch —dice sin más, y luego escucha.
Estamos parados en plena Segunda Avenida y yo me pongo a contemplar el
árbol joven que tengo delante, uno verde de hojas ternísimas.
La gente pasa con prisa a nuestro lado, absorta en sus obligaciones propias
de un sábado por la mañana. Pensando en sus problemas personales, sin duda. Me
pregunto si incluirán el acoso de ex sumisas, a ex amas despampanantes y a un hombre
que no tiene ningún respeto por la ley sobre privacidad vigente en Estados Unidos.
—¿Que murió en un accidente de coche? ¿Cuándo?
Harry interrumpe mis ensoñaciones.
Oh, no. ¿Quién? Escucho con más atención.
—Es la segunda vez que ese cabrón no lo ha visto venir. Tiene que saberlo.
¿Es que no siente nada por ella? —Harry, disgustado, menea la cabeza—. Esto
empieza a cuadrar… no… explica el porqué, pero no dónde.
Mira a nuestro alrededor como si buscara algo, y, sin darme cuenta, yo hago
lo mismo. Nada me llama la atención. Solo hay transeúntes, tráfico y árboles.
—Ella está aquí —continúa Harry—. Nos está vigilando… Sí… No.
Dos o cuatro, las veinticuatro horas del día… Todavía no he abordado eso.
Harry me mira directamente.
¿Abordado qué? Frunzo el ceño y me mira con recelo.
—Qué… —murmura y palidece, con los ojos muy abiertos—. Ya veo.
¿Cuándo?… ¿Tan poco hace? Pero ¿cómo?… ¿Sin antecedentes?… Ya. Envíame un email
con el nombre, la dirección y fotos si las tienes… las veinticuatro horas del día, a
partir de esta tarde. Ponte en contacto con Taylor.
Cuelga.
—¿Y bien? —pregunto, exasperada.
¿Va a explicármelo?
—Era Welch.
—¿Quién es Welch?
—Mi asesor de seguridad.
—Vale. ¿Qué ha pasado?
—Leila dejó a su marido hace unos tres meses y se largó con un tipo que murió en un accidente de coche hace cuatro semanas.
—Oh.
—El imbécil del psiquiatra debería haberlo previsto —dice enfadado—. El
dolor… ese es el problema. Vamos.
Me tiende la mano y yo le entrego la mía automáticamente, pero enseguida
la retiro.
—Espera un momento. Estábamos en mitad de una conversación sobre «nosotros». Sobre ella, tu señora Robinson.
Harry endurece el gesto.
—No es mi señora Robinson. Podemos hablar de esto en mi casa.
—No quiero ir a tu casa. ¡Quiero cortarme el pelo! —grito.
Si pudiera concentrarme solo en eso…
Él vuelve a sacarse la BlackBerry del bolsillo y marca un número.
—Greta, Harry Styles . Quiero a Franco en mi casa dentro de una hora.
Consúltalo con la señora Lincoln… Bien. —Guarda el teléfono—. Vendrá a la una.
—¡Harry…! —farfullo, exasperada.
—_________, es evidente que Leila sufre un brote psicótico. No sé si va
detrás de mí o de ti, ni hasta dónde está dispuesta a llegar. Iremos a tu casa,
recogeremos tus cosas, y puedes quedarte en la mía hasta que la hayamos localizado.
—¿Por qué iba a querer yo hacer eso?
—Así podré protegerte.
—Pero…
Me mira fijamente.
—Vas a volver a mi apartamento aunque tenga que llevarte arrastrándote de los pelos.
Le miro atónita… esto es alucinante. Cincuenta Sombras en glorioso
tecnicolor.
—Creo que estás exagerando.
—No estoy exagerando. Vamos. Podemos seguir nuestra conversación en mi casa.
Me cruzo de brazos y me quedo mirándole. Esto ha ido demasiado lejos.
—No —proclamo tercamente.
Tengo que defender mi postura.
—Puedes ir por tu propio pie o puedo llevarte yo. Lo que tú prefieras,
_________.
—No te atreverás —le desafío.
No me montará una escenita en plena Segunda Avenida…
Esboza media sonrisa, que sin embargo no alcanza a sus ojos.
—Ay, nena, los dos sabemos que, si me lanzas el guante, estaré encantado de recogerlo.
Nos miramos… y de repente se agacha, me coge por los muslos y me
levanta. Y, sin darme cuenta, me carga sobre sus hombros.
—¡Bájame! —chillo.
Oh, qué bien sienta chillar.
Él empieza a recorrer la Segunda Avenida a grandes zancadas, sin hacerme
el menor caso. Me sujeta fuerte con un brazo alrededor de los muslos y, con la mano
libre, me va dando palmadas en el trasero.
—¡Harry! —grito. La gente nos mira. ¿Puede haber algo más humillante?
—. ¡Iré andando! ¡Iré andando!
Me baja y, antes de que se incorpore, salgo disparada en dirección a mi
apartamento, furiosa, sin hacerle caso. Naturalmente al cabo de un momento le tengo al
lado, pero sigo ignorándole. ¿Qué voy a hacer? Estoy furiosa, aunque no estoy del todo
segura de qué es lo que me enfurece… son tantas cosas.
Mientras camino muy decidida de vuelta a casa, pienso en la lista:
1. Cargarme a hombros: inaceptable para cualquiera mayor de seis años.
2. Llevarme al salón que comparte con su antigua amante: ¿cómo puede
ser tan estúpido?
3. El mismo sitio al que llevaba a sus sumisas: de nuevo, tremendamente
estúpido.
4. No darse cuenta siquiera de que no era buena idea: y se supone que es
un tipo brillante.
5. Tener ex novias locas. ¿Puedo culparle por eso? Estoy tan furiosa…
Sí, puedo.
6. Saber el número de mi cuenta corriente: eso es acoso, como mínimo.
7. Comprar SIP: tiene más dinero que sentido común.
8. Insistir en que me instale en su casa: la amenaza de Leila debe de ser
peor de lo que él temía… ayer no dijo nada de eso.
Y entonces caigo en la cuenta. Algo ha cambiado. ¿Qué puede ser? Me paro
en seco, y Harry se detiene a mi lado.
—¿Qué ha pasado? —pregunto.
Arquea una ceja.
—¿Qué quieres decir?
—Con Leila.
—Ya te lo he contado.
—No, no me lo has contado. Hay algo más. Ayer no me insististe para que
fuera a tu casa. Así que… ¿qué ha pasado?
Se remueve, incómodo.
—¡Harry! ¡Dímelo! —exijo.
—Ayer consiguió que le dieran un permiso de armas.
Oh, Dios. Le miro fijamente, parpadeo y, en cuanto asimilo la noticia, noto
que la sangre deja de circular por mis mejillas. Siento que podría desmayarme. ¿Y si
quiere matarle? ¡No!
—Eso solo significa que puede comprarse un arma —musito.
—_______ —dice con un tono de enorme preocupación. Apoya las manos en mis hombros y me atrae hacia él—. No creo que haga ninguna tontería, pero…
simplemente no quiero que corras el riesgo.
—Yo no… pero ¿y tú? —murmuro.
Me mira con el ceño fruncido. Le rodeo con los brazos, le abrazo fuerte y
apoyo la cara en su pecho. No parece que le importe.
—Vamos a tu casa —susurra.
Se inclina, me besa el cabello, y ya está. Mi furia ha desaparecido por
completo, pero no está olvidada. Se disipa ante la amenaza de que pueda pasarle algo
a Harry. La sola idea me resulta insoportable.
* * *
Una vez en casa, preparo con cara seria una maleta pequeña, y meto en mi
mochila el Mac, la BlackBerry, el iPad y el globo del Charlie Tango.
—¿El Charlie Tango también viene? —pregunta Harry.
Asiento y me dedica una sonrisita indulgente.
—Ethan vuelve el martes —musito.
—¿Ethan?
—El hermano de Perrie. Se quedará aquí hasta que encuentre algo en Seattle.
Harry me mira impasible, pero capto la frialdad que asoma en sus ojos.
—Bueno, entonces está bien que te vengas conmigo. Así él tendrá más
espacio —dice tranquilamente.
—No sé si tiene llaves. Tendré que volver cuando llegue.
Harry no dice nada.
—Ya está todo.
Coge mi maleta y nos dirigimos hacia la puerta. Mientras nos encaminamos
a la parte de atrás del edificio para acceder al aparcamiento, noto que no dejo de mirar
por encima del hombro. No sé si me he vuelto paranoica o si realmente alguien me
vigila. Harry abre la puerta del copiloto del Audi y me mira, expectante.
—¿Vas a entrar? —pregunta.
—Creía que conduciría yo.
—No. Conduciré yo.
—¿Le pasa algo a mi forma de conducir? No me digas que sabes qué nota
me pusieron en el examen de conducir… no me sorprendería, vista tu tendencia al acoso.
A lo mejor sabe que pasé por los pelos la prueba teórica.
—Sube al coche, __________ —espeta, furioso.
—Vale.
Me apresuro a subir. Francamente, ¿quién no lo haría?
Quizá él tenga la misma sensación inquietante de que alguien siniestro nos
observa… bueno, una morena pálida de ojos castaños que tiene un aspecto
perturbadoramente parecido al mío, y que seguramente esconde un arma.
Harry se incorpora al tráfico.
—¿Todas tus sumisas eran morenas?
Inmediatamente frunce el ceño y me mira.
—Sí —murmura.
Parece vacilar, y lo imagino pensando: ¿Adónde quiere llegar con esto?
—Solo preguntaba.
—Ya te lo dije. Prefiero a las morenas.
—La señora Robinson no es morena.
—Seguramente sea esa la razón —masculla—. Con ella ya tuve bastantes rubias para toda la vida.
—Estás de broma —digo entre dientes.
—Sí, estoy de broma —replica, molesto.
Miro impasible por la ventanilla, en todas direcciones, buscando chicas
morenas, pero ninguna es Leila.
Así que solo le gustan morenas… me pregunto por qué. ¿Acaso la
extraordinariamente glamurosa (a pesar de ser mayor) señora Robinson realmente le
dejó sin más ganas de rubias? Sacudo la cabeza… El paranoico Harry Styles .
—Cuéntame cosas de ella.
—¿Qué quieres saber?
Tuerce el gesto, intentando advertirme con su tono de voz.
—Háblame de vuestro acuerdo empresarial.
Se relaja visiblemente, contento de hablar de trabajo.
—Yo soy el socio capitalista. No me interesa especialmente el negocio de
la estética, pero ella ha convertido el proyecto en un éxito. Yo me limité a invertir y la
ayudé a ponerlo en marcha.
—¿Por qué?
—Se lo debía.
—¿Ah?
—Cuando dejé Harvard, ella me prestó cien mil dólares para empezar mi
negocio.
Vaya… Es rica, también.
—¿Lo dejaste?
—No era para mí. Estuve dos años. Por desgracia, mis padres no fueron tan
comprensivos.
Frunzo el ceño. El señor Styles y la doctora Grace Trevelyan en actitud
reprobadora… soy incapaz de imaginarlo.
—No parece que te haya ido demasiado mal haberlo dejado. ¿Qué
asignaturas escogiste?
—Ciencias políticas y Economía.
Mmm… claro.
—¿Así que es rica? —murmuro.
—Era una esposa florero aburrida,________. Su marido era un magnate…
de la industria maderera. —Sonríe con aire desdeñoso—. No la dejaba trabajar. Ya
sabes, era muy controlador. Algunos hombres son así.
Me lanza una rápida sonrisa de soslayo.
—¿En serio? ¿Un hombre controlador? Yo creía que eso era una criatura mítica. —No creo que mi tono pudiera ser más sarcástico.
La sonrisa de Harry se expande.
—¿El dinero que te prestó era de su marido?
Asiente, y en sus labios aparece una sonrisita maliciosa.
—Eso es horrible.
—Él también tenía sus líos —dice Harry misteriosamente, mientras
entra en el aparcamiento subterráneo del Escala.
Ah…
—¿Cuáles?
Harry mueve la cabeza, como si recordara algo especialmente amargo, y
aparca al lado del Audi Quattro SUV.
—Vamos. Franco no tardará.
* * *
En el ascensor, Harry me observa.
—¿Sigues enfadada conmigo? —pregunta con naturalidad.
—Mucho.
Asiente.
—Vale —dice, y mira al frente.
Cuando llegamos, Taylor nos está esperando en el vestíbulo. ¿Cómo
consigue anticiparse siempre? Coge mi maleta.
—¿Welch ha dicho algo? —pregunta Harry.
—Sí, señor.
—¿Y?
—Todo está arreglado.
—Excelente. ¿Cómo está tu hija?
—Está bien, gracias, señor.
—Bien. El peluquero vendrá a la una: Franco De Luca.
—Señorita Steele —me saluda Taylor haciendo un gesto con la cabeza.
—Hola, Taylor. ¿Tienes una hija?
—Sí, señora.
—¿Cuántos años tiene?
—Siete años.
Harry me mira con impaciencia.
—Vive con su madre —explica Taylor.
—Ah, entiendo.
Taylor me sonríe. Esto es algo inesperado. ¿Taylor es padre? Sigo a Harry al gran salón, intrigada por la noticia.
Echo un vistazo alrededor. No había estado aquí desde que me marché.
—¿Tienes hambre?
Niego con la cabeza. Harry me observa un momento y decide no
discutir.
—Tengo que hacer unas llamadas. Ponte cómoda.
—De acuerdo.
Desaparece en su estudio, y me deja plantada en la inmensa galería de arte
que él considera su casa, preguntándome qué hacer.
¡Ropa! Cojo mi mochila, subo las escaleras hasta mi dormitorio y reviso el
vestidor. Sigue lleno de ropa: toda por estrenar y todavía con las etiquetas de los
precios. Tres vestidos largos de noche. Tres de cóctel, y tres más de diario. Todo esto
debe de haber costado una fortuna.
Miro la etiqueta de uno de los vestidos de noche: 2.998 dólares. Madre mía. Me siento en el suelo.
Esta no soy yo. Me cojo la cabeza entre las manos e intento procesar todo
lo ocurrido en las últimas horas. Es agotador. ¿Por qué, ay, por qué me he enamorado
de alguien que está tan loco… guapísimo, terriblemente sexy, más rico que Creso, pero
que está como una cabra?
Saco la BlackBerry de la mochila y llamo a mi madre.
—¡_____, cariño! Hace mucho que no sabía nada de ti. ¿Cómo estás, cielo?
—Oh, ya sabes…
—¿Qué pasa? ¿Sigue sin funcionar lo de Harry?
—Es complicado, mamá. Creo que está loco. Ese es el problema.
—Dímelo a mí. Hombres… a veces no hay quién les entienda. Bob está
pensando ahora si ha sido buena idea que nos hayamos mudado a Georgia.
—¿Qué?
—Sí, empieza a hablar de volver a Las Vegas.
Ah, hay alguien más que tiene problemas. No soy la única.
Harry aparece en el umbral.
—Estás aquí. Creí que te habías marchado.
Levanto la mano para indicarle que estoy al teléfono.
—Lo siento, mamá, tengo que colgar. Te volveré a llamar pronto.
—Muy bien, cariño… Cuídate. ¡Te quiero!
—Yo también te quiero, mamá.
Cuelgo y observo a Cincuenta, que tuerce el gesto, extrañamente incómodo.
—¿Por qué te escondes aquí? —pregunta.
—No me escondo. Me desespero.
—¿Te desesperas?
—Por todo esto, Harry.
Hago un gesto vago en dirección a toda esa ropa.
—¿Puedo pasar?
—Es tu vestidor.
Vuelve a poner mala cara y se sienta, con las piernas cruzadas, frente a mí.
—Solo son vestidos. Si no te gustan, los devolveré.
—Es muy complicado tratar contigo, ¿sabes?
Él parpadea y se rasca la barbilla… la barbilla sin afeitar. Mis dedos se
mueren por tocarla.
—Lo sé. Me estoy esforzando —murmura.
—Eres muy difícil.
—Tú también, señorita Steele.
—¿Por qué haces esto?
Abre mucho los ojos y reaparece esa mirada de cautela.
—Ya sabes por qué.
—No, no lo sé.
Se pasa una mano por el pelo.
—Eres una mujer frustrante.
—Podrías tener a una preciosa sumisa morena. Una que, si le pidieras que saltara, te preguntaría: «¿Desde qué altura?», suponiendo, claro, que tuviera permiso
para hablar. Así que, ¿por qué yo, Harry? Simplemente no lo entiendo.
Me mira un momento, y no tengo ni idea de qué está pensando.
—Tú haces que mire el mundo de forma distinta,________. No me quieres
por mi dinero. Tú me das… esperanza —dice en voz baja.
¿Qué? El señor Críptico ha vuelto.
—¿Esperanza de qué?
Se encoge de hombros.
—De más. —Habla con voz queda y tranquila—. Y tienes razón: estoy acostumbrado a que las mujeres hagan exactamente lo que yo digo, cuando yo lo digo, y
estrictamente lo que yo quiero que hagan. Eso pierde interés enseguida. Tú tienes algo,______-, que me atrae a un nivel profundo que no entiendo. Es como el canto de
sirena. No soy capaz de resistirme a ti y no quiero perderte. —Alarga la mano y toma
la mía—. No te vayas, por favor… Ten un poco de fe en mí y un poco de paciencia.
Por favor.
Parece tan vulnerable… Es perturbador. Me arrodillo, me inclino y le beso
suavemente en los labios.
—De acuerdo, fe y paciencia. Eso puedo soportarlo.
—Bien. Porque Franco ha llegado.
Franco es bajito, moreno y gay. Me encanta.
—¡Qué pelo tan bonito! —exclama con un acento italiano escandaloso y probablemente falso.
Apuesto a que es de Baltimore o de un sitio parecido, pero su entusiasmo es contagioso. Harry nos conduce a ambos a su cuarto de baño, sale a toda prisa y
vuelve a entrar con una silla de su habitación.
—Os dejo solos —masculla.
—Grazie, señor Styles. —Franco se vuelve hacia mí—. Bene, _________,
¿qué haremos contigo?
Harry está sentado en su sofá, revisando algo que parecen hojas de
cálculo con mucha concentración. Una melodiosa pieza de música clásica suena de
fondo en la habitación. Una mujer canta apasionadamente, vertiendo su alma en la
canción. Es desgarrador. Harry levanta la mirada y sonríe, distrayéndome de la
música.
—¡Ves! Te dije que le gustaría —comenta Franco, entusiasmado.
—Estás preciosa, _________ —dice Harry, visiblemente complacido.
—Mi trabajo aquí ya ha acabado —exclama Franco.
Harry se levanta y se acerca a nosotros.
—Gracias, Franco.
Franco se gira, me da un abrazo exagerado y me besa en ambas mejillas.
—¡No vuelvas a dejar que nadie más te corte el pelo, bellissima _____!
Me echo a reír, ligeramente avergonzada por esa familiaridad. Harry le
acompaña a la puerta del vestíbulo y vuelve al cabo de un momento.
—Me alegro de que te lo hayas dejado largo —dice mientras avanza hacia
mí con una mirada centelleante.
Coge un mechón entre los dedos.
—Qué suave —murmura, y baja los ojos hacia mí—. ¿Sigues enfadada
conmigo?
Asiento y sonríe.
—¿Por qué estás enfadada, concretamente?
Pongo los ojos en blanco.
—¿Quieres una lista?
—¿Hay una lista?
—Una muy larga.
—¿Podemos hablarlo en la cama?
—No —digo con un mohín infantil.
—Durante el almuerzo, pues. Tengo hambre, y no solo de comida —añade
con una sonrisa lasciva.
—No voy a dejar que me encandiles con tu destreza sexual.
Él reprime una sonrisa.
—¿Qué te molesta concretamente, señorita Steele? Suéltalo.
Muy bien.
—¿Qué me molesta? Bueno, está tu flagrante invasión de mi vida privada, el hecho de que me llevaras a un sitio donde trabaja tu ex amante y donde solías llevar
a todas tus amantes para que las depilaran, el que me cargaras a hombros en plena
calle como si tuviera seis años… y, por encima de todo, ¡que dejaras que tu señora
Robinson te tocara!
Mi voz ha ido subiendo en un crescendo.
Él levanta las cejas, y su buen humor desaparece.
—Menuda lista. Pero te lo aclararé una vez más: ella no es mi señora
Robinson.
—Ella puede tocarte —repito.
Tuerce los labios.
—Ella sabe dónde.
—¿Eso qué quiere decir?
Se pasa ambas manos por el pelo y cierra un segundo los ojos, como si
buscara algún tipo de consejo divino. Traga saliva.
—Tú y yo no tenemos ninguna norma. Yo nunca he tenido ninguna relación
sin normas, y nunca sé cuándo vas a tocarme. Eso me pone nervioso. Tus caricias son
completamente… —Se para, buscando las palabras—. Significan más… mucho más.
¿Más? Su respuesta es absolutamente inesperada, me deja perpleja, y esa
palabrita con un significado enorme queda suspendida entre los dos.
Mis caricias significan… más. Ay, Dios. ¿Cómo voy a resistirme si me dice
esas cosas? Sus ojos Verdes buscan los míos y me observan con aprensión.
Alargo la mano con cuidado y esa aprensión se convierte en alarma.
Harry da un paso atrás y yo bajo la mano.
—Límite infranqueable —murmura, con una expresión dolida y
aterrorizada.
No puedo evitar sentir una decepción aplastante.
—¿Cómo te sentirías tú si no pudieras tocarme?
—Destrozado y despojado —contesta inmediatamente.
Oh, mi Cincuenta Sombras. Sacudo la cabeza, le dedico una leve sonrisa
tranquilizadora y se relaja.
—Algún día tendrás que contarme exactamente por qué esto es un límite infranqueable, por favor.
—Algún día —murmura, y se diría que en una milésima de segundo ha
superado su vulnerabilidad.
¿Cómo puede cambiar tan deprisa? Es la persona más voluble que conozco.
—Veamos el resto de tu lista… Invadir tu privacidad. —Al considerar este
tema, tuerce el gesto—. ¿Por qué sé tu número de cuenta?
—Sí, es indignante.
—Yo investigo el historial y los datos de todas mis sumisas. Te lo
enseñaré.
Da media vuelta y se dirige a su estudio.
Yo le sigo obediente, aturdida. De un archivador cerrado con llave, saca
una carpeta. Con una etiqueta impresa: __________ ROSE STEELE.
Madre mía. Le miro fijamente.
Él se encoge de hombros a modo de disculpa.
—Puedes quedártelo —dice tranquilamente.
—Bueno, vaya, gracias —replico.
Hojeo el contenido. Tiene una copia de mi certificado de nacimiento, por
Dios santo, mis límites infranqueables, el acuerdo de confidencialidad, el contrato —
Dios…—, mi número de la seguridad social, mi currículo, informes laborales…
—¿Así que sabías que trabajaba en Clayton’s?
—Sí.
—No fue una coincidencia. No pasabas por allí…
—No.
No sé si enfadarme o sentirme halagada.
—Esto es muy jodido. ¿Sabes?
—Yo no lo veo así. He de ser cuidadoso con lo que hago.
—Pero esto es privado.
—No hago un uso indebido de la información. Esto es algo que puede
conseguir cualquiera que esté medianamente interesado,________. Yo necesito
información para tener el control. Siempre he actuado así.
Me mira inescrutable, con cierta cautela.
—Sí haces un uso indebido de la información. Ingresaste en mi cuenta
veinticuatro mil dólares que yo no quería.
Sus labios se convierten en una fina línea.
—Ya te lo dije. Es lo que Taylor consiguió por tu coche. Increíble, ya lo sé,
pero así es.
—Pero el Audi…
—__________, ¿tienes idea del dinero que gano?
Me ruborizo.
—¿Por qué debería saberlo? No tengo por qué saber las cifras de tu cuenta bancaria, Harry.
Su mirada se dulcifica.
—Lo sé. Esa es una de las cosas que adoro de ti.
Me lo quedo mirando, sorprendida. ¿Que adora de mí?
—__________, yo gano unos cien mil dólares a la hora.
Abro la boca. Eso es una cantidad de dinero obscena.
—Veinticuatro mil dólares no es nada. El coche, los libros de Tess, la
ropa, no son nada.
Su tono es dulce.
Le observo. Realmente no tiene ni idea. Es extraordinario.
—Si fueras yo, ¿cómo te sentirías si te obsequiaran con toda esta…
generosidad?
Me mira inexpresivo y ahí está, en pocas palabras, la raíz de su problema:
empatía o carencia de la misma. Entre nosotros se hace el silencio.
Al final, se encoge de hombros.
—No sé —dice, y parece sinceramente perplejo.
Se me encoge el corazón. Este es, seguramente, el quid de sus cincuenta
sombras: no puede ponerse en mi lugar. Bien, ahora lo sé.
—Pues no es agradable. Quiero decir… que eres muy generoso, pero me
incomoda. Ya te lo he dicho muchas veces.
Suspira.
—Yo quiero darte el mundo entero,_________.
—Yo solo te quiero a ti, Harry. Lo demás me sobra.
—Es parte del trato. Parte de lo que soy.
Ah, esto no va a ninguna parte.
—¿Comemos? —pregunto.
La tensión entre los dos es agotadora.
Tuerce el gesto.
—Claro.
—Cocino yo.
—Bien. Si no, hay comida en la nevera.
—¿La señora Jones libra los fines de semana? ¿O sea que la mayoría de los
fines de semana comes platos fríos?
—No.
—¿Ah, no?
Suspira.
—Mis sumisas cocinan, _________.
—Ah, claro. —Me sonrojo. ¿Cómo puedo ser tan tonta? Le sonrío con
dulzura—. ¿Qué le gustaría comer al señor?
—Lo que la señora encuentre —dice con malicia.
Inspecciono el impresionante contenido del frigorífico. Me decido por una
tortilla española. Incluso hay patatas congeladas, perfecto. Es rápido y fácil. Harry
sigue en su estudio, sin duda invadiendo la privacidad de algún pobre e ingenuo idiota
y recopilando información. La idea es desagradable y me deja mal sabor de boca. La
cabeza me da vueltas. Realmente no tiene límites.
Si voy a cocinar necesito música, ¡y voy a cocinar de forma insumisa! Me
acerco al equipo que hay junto a la chimenea y cojo el iPod de Harry. Apuesto a
que aquí hay más temas seleccionados por Leila, y me da terror pensarlo.
¿Dónde estará ella?, me pregunto. ¿Qué quiere?
Me estremezco. Menudo legado, no me cabe en la cabeza.
Repaso la larga lista. Quiero algo animado. Mmm. Beyoncé… no parece
muy del gusto de Harry. «Crazy in Love.» ¡Oh, sí! Muy apropiado. Aprieto el botón
y subo el volumen.
Vuelvo dando pasitos de baile hasta la cocina, encuentro un bol, abro la
nevera y saco los huevos. Los casco y empiezo a batir, sin parar de bailar.
Vuelvo a repasar el contenido del frigorífico, cojo patatas, jamón y —¡sí!
— guisantes del congelador. Todo esto irá bien. Localizo una sartén, la pongo sobre el
fuego, añado un poco de aceite de oliva y vuelvo a batir.
Empatía cero, medito. ¿Eso solo le pasa a Harry? Quizá todos los
hombres sean así, y a todos les desconcierten las mujeres. No lo sé. Puede que no sea
una revelación tan importante.
Ojalá Perrie estuviera en casa; ella lo sabría. Lleva demasiado tiempo en
Barbados. Debería estar de vuelta el fin de semana próximo, después de esas
vacaciones extra con Elliot. Me pregunto si seguirán sintiendo la misma atracción
sexual mutua.
«Una de las cosas que adoro de ti.»
Dejo de batir. Lo dijo. ¿Quiere decir eso que hay otras cosas? Sonrío por
primera vez desde que vi a la señora Robinson… una sonrisa genuina, de corazón, de
oreja a oreja.
Harry me rodea con sus brazos sigilosamente y doy un respingo.
—Interesante elección musical —ronronea, y me besa detrás de la oreja—.
Qué bien huele tu pelo.
Hunde la nariz e inspira profundamente.
El deseo se desata en mi vientre. No. Rechazo su abrazo.
—Sigo enfadada.
Frunce el ceño.
—¿Cuánto más va a durar esto? —pregunta, pasándose una mano por el
pelo.
Me encojo de hombros.
—Por lo menos hasta que comamos.
Un gesto risueño se dibuja en su boca. Se da la vuelta, coge el mando de la
encimera y apaga la música.
—¿Pusiste tú eso en tu iPod? —pregunto.
Niega con la cabeza, con expresión lúgubre, y entonces sé que fue ella: la
Chica Fantasma.
—¿No crees que en aquel momento intentaba decirte algo?
—Bueno, visto a posteriori, probablemente —dice en tono inexpresivo.
Lo cual demuestra mi teoría: empatía cero. Mi subconsciente cruza los
brazos y chasquea los labios con gesto de disgusto.
—¿Por qué la tienes todavía?
—Me gusta bastante la canción. Pero si te incomoda la borro.
—No, no pasa nada. Me gusta cocinar con música.
—¿Qué te gustaría oír?
—Sorpréndeme.
Sonríe satisfecho y se dirige hacia el iPod mientras yo continúo batiendo.
Al cabo de un momento la voz dulce, celestial y conmovedora de Nina
Simone inunda el salón. Es una de las preferidas de Ray: «I Put a Spell on You». Te he
lanzado un hechizo…
Me ruborizo y me vuelvo a mirar a Harry. ¿Qué intenta decirme? Él me
lanzó un hechizo hace mucho tiempo. Oh, Dios… su mirada ha cambiado, la levedad
del momento ha desaparecido, sus ojos son más oscuros, más intensos.
Le miro, embelesada, mientras despacio, como el depredador que es, me
acecha al ritmo de la lenta y sensual cadencia de la música. Va descalzo, solo lleva una
camisa blanca por fuera de los vaqueros, y tiene una actitud provocativa.
Nina canta «Tú eres mío» mientras él se pone a mi lado, con intenciones
claras.
—Harry, por favor —susurro, con el batidor ya inútil en mi mano.
—¿Por favor qué?
—No hagas eso.
—¿Hacer qué?
—Esto.
Se planta frente a mí y baja la vista para mirarme.
—¿Estás segura?
Exhala y alarga la mano, me coge el batidor y lo vuelve a dejar en el bol
con los huevos. Mi corazón da un vuelco. No quiero esto… Sí quiero esto…
desesperadamente.
Resulta tan frustrante. Es tan atractivo y deseable… Aparto la mirada de su
embrujador aspecto.
—Te deseo, ________ —musita—. Lo adoro y lo odio, y adoro discutir contigo. Esto es muy nuevo para mí. Necesito saber que estamos bien. Solo sé hacerlo
de esta forma.
—Mis sentimientos por ti no han cambiado —murmuro.
Su proximidad es irresistible, excitante. Esa atracción familiar está ahí,
todas mis terminaciones nerviosas me empujan hacia él, la diosa que llevo dentro se
siente de lo más libidinosa. Contemplo la sombra del vello asomando por su camisa y
me muerdo el labio, indefensa, dominada por el deseo… quiero saborearle, justo ahí.
Está muy cerca, pero no me toca. Su ardor calienta mi piel.
—No voy a tocarte hasta que me digas que sí, que lo haga —murmura—.
Pero ahora mismo, después de una mañana realmente espantosa, quiero hundirme en ti
y olvidarme de todo excepto de nosotros.
Oh… Nosotros. Una combinación mágica, un pequeño y potente pronombre
que zanja el asunto. Levanto la cabeza para contemplar su hermoso aunque grave
semblante.
—Voy a tocarte la cara —suspiro.
Y veo la sorpresa reflejada brevemente en sus ojos antes de percibir que lo
acepta.
Levanto la mano, le acaricio la mejilla, y paso los dedos por su barba
incipiente. Él cierra los ojos, suspira y acerca la cara a mi caricia.
Se inclina despacio, y automáticamente mis labios ascienden para unirse a
los suyos. Se cierne sobre mí.
—Sí o no, __________.
—Sí.
Su boca se cierra suavemente sobre la mía, logra separar mis labios
mientras sus brazos me rodean y me atrae hacia sí. Me pasa la mano por la espalda,
enreda los dedos en el cabello de mi nuca y tira con delicadeza, mientras pone la otra
mano sobre mi trasero y me aprieta contra él. Yo gimo bajito.
—Señor Styles.
Taylor tose y Harry me suelta inmediatamente.
—Taylor —dice con voz gélida.
Me doy la vuelta y veo a Taylor, incómodo, de pie en el umbral. Harry y
Taylor se miran y se comunican de algún modo, sin palabras.
—En mi estudio —espeta Harry.
Y Taylor cruza con brío el salón.
—Lo dejaremos para otro momento —me susurra Harry, antes de salir
detrás de Taylor.
Yo respiro profundamente para tranquilizarme. ¿Es que no soy capaz de
resistirme a él ni un minuto? Sacudo la cabeza, indignada conmigo misma,
agradeciendo la interrupción de Taylor, y me avergüenza pensarlo.
Me pregunto qué haría Taylor para interrumpir en el pasado. ¿Qué habrá
visto? No quiero pensar en eso. Comida. Haré la comida. Me dedico a cortar las
patatas. ¿Qué querría Taylor? Mi mente se acelera… ¿tendrá que ver con Leila?
Diez minutos después, reaparecen, justo cuando la tortilla está lista.
Harry me mira; parece preocupado.
—Les informaré en diez minutos —le dice a Taylor.
—Estaremos listos —contesta Taylor, y sale de la estancia.
Yo saco dos platos calientes y los coloco sobre la encimera de la isla de la
cocina.
—¿Comemos?
—Por favor —dice Harry, y se sienta en uno de los taburetes de la
barra.
Ahora me observa detenidamente.
—¿Problemas?
—No.
Tuerzo el gesto. No va a contármelo. Sirvo la comida y me siento a su lado,
resignada a seguir sin saberlo.
Harry da un mordisco y dice, complacido:
—Está muy buena. ¿Te apetece una copa de vino?
—No, gracias.
He de mantener la cabeza clara contigo,Styles.
La tortilla sabe bien, pero no tengo mucha hambre. Sin embargo, como,
sabiendo que si no Harry me dará la lata. Al final él interrumpe nuestro silencio
reflexivo y pone la pieza clásica que oí antes.
—¿Qué es? —pregunto.
—Canteloube, Canciones de la Auvernia. Esta se llama «Bailero».
—Es preciosa. ¿Qué idioma es?
—Francés antiguo; occitano, de hecho.
—Tú hablas francés. ¿Entiendes lo que dice?
Recuerdo el francés perfecto que habló durante la cena con sus padres…
—Algunas palabras, sí. —Harry sonríe, visiblemente relajado—. Mi
madre tenía un mantra: «un instrumento musical, un idioma extranjero, un arte marcial».
Elliot habla español; Mia y yo, francés, Elliot toca la guitarra, yo el piano, y Mia el
violonchelo.
—Uau. ¿Y las artes marciales?
—Elliot hace yudo. Mia se plantó a los doce años y se negó.
Sonríe al recordarlo.
—Ojalá mi madre hubiera sido tan organizada.
—La doctora Grace es formidable en lo que se refiere a los logros de sus
hijos.
—Debe de estar muy orgullosa de ti. Yo lo estaría.
En la cara de Harry aparece un destello sombrío, y parece
momentáneamente incómodo. Me mira receloso, como si estuviera en un territorio
ignoto.
—¿Has decidido qué te pondrás esta noche? ¿O he de escoger yo algo por
ti? —dice en un tono repentinamente brusco.
¡Uf! Parece enfadado. ¿Por qué? ¿Qué he dicho?
—Eh… aún no. ¿Tú escogiste toda esa ropa?
—No, _______, no. Le di una lista y tu talla a una asesora personal de
compras de Neiman Marcus. Debería quedarte bien. Para tu información, he contratado
seguridad adicional para esta noche y los próximos días. Leila anda deambulando por
las calles de Seattle y es impredecible, así que lo más sensato es ser precavido. No
quiero que salgas sola. ¿De acuerdo?
Pestañeo.
—De acuerdo.
¿Qué ha pasado con lo de «Tengo que poseerte ahora», Styles?
—Bien. Voy a informarles. No tardaré mucho.
—¿Están aquí?
—Sí.
¿Dónde?
Recoge su plato, lo deja en el fregadero y sale de la estancia. ¿De qué
demonios ha ido todo eso? Es como si hubiera varias personas distintas en un mismo
cuerpo. ¿No es eso un síntoma de esquizofrenia? Tengo que buscarlo en Google.
Recojo mi plato, lo lavo rápidamente, y vuelvo a mi dormitorio llevando
conmigo el dossier ANASTASIA ROSE STEELE. Entro en el vestidor y saco los tres vestidos largos de noche. A ver… ¿cuál?
Tumbada en la cama, contemplo mi Mac, mi iPad y mi BlackBerry. Estoy
abrumada con tanta tecnología. Empiezo a transferir la lista de temas de Harry del
iPad al Mac, luego abro Google para navegar por la red.
Estoy echada sobre la cama enfrascada en la pantalla del Mac cuando entra
Harry.
—¿Qué estás haciendo? —inquiere con dulzura.
Paso un momento de pánico, preguntándome si debo dejarle ver la web que
estoy consultando: «Trastorno de personalidad múltiple: los síntomas».
Se tumba a mi lado y echa un vistazo a la página, divertido.
—¿Esta web es por algún motivo? —pregunta en tono despreocupado.
El brusco Harry ha desaparecido; el juguetón Harry ha vuelto.
¿Cómo voy a seguir este ritmo?
—Investigo. Sobre una personalidad difícil.
Le dedico mi mirada más inexpresiva.
Tuerce el labio reprimiendo una sonrisa.
—¿Una personalidad difícil?
—Mi proyecto favorito.
—¿Ahora soy un proyecto? Una actividad suplementaria. Un experimento
científico, quizá. Y yo que creía que lo era todo. Señorita Steele, está hiriendo mis
sentimientos.
—¿Cómo sabes que eres tú?
—Mera suposición.
—Es verdad que tú eres el único jodido y volátil controlador obsesivo que
conozco íntimamente.
—Creía que era la única persona que conocías íntimamente —dice
arqueando una ceja.
Me ruborizo.
—Sí, eso también.
—¿Has llegado ya a alguna conclusión?
Me giro y le miro. Está tumbado de lado junto a mí, con la cabeza apoyada
en el codo y con una expresión tierna, alegre.
—Creo que necesitas terapia intensiva.
Alarga la mano y me recoge cariñosamente un mechón de pelo detrás de la
oreja.
—Yo creo que te necesito a ti. Aquí.
Me entrega una barra de pintalabios.
Yo frunzo el ceño, perpleja. Es un rojo fulana, no es mi color en absoluto.
—¿Quieres que me ponga esto? —grito.
Se echa a reír.
—No, ________, si no quieres, no. No creo que te vaya este color —añade
con sequedad.
Se sienta en la cama con las piernas cruzadas y se quita la camisa. Oh,
Dios…
—Me gusta tu idea de un mapa de ruta.
Le miro desconcertada. ¿Mapa de ruta?
—De zonas restringidas —dice a modo de explicación.
—Oh. Lo dije en broma.
—Yo lo digo en serio.
—¿Quieres que te las dibuje, con carmín?
—Luego se limpia. Al final.
Eso significa que puedo tocarle donde quiera. Una sonrisita maravillada
asoma en mis labios.
—¿Y con algo más permanente, como un rotulador?
—Podría hacerme un tatuaje.
Hay una chispa de ironía en sus ojos.
¿Harry Styles con un tatuaje? ¿Estropear su precioso cuerpo que ya tiene
tantas marcas? ¡Ni hablar!
—¡Nada de tatuajes! —digo riendo, para disimular mi horror.
—Pintalabios, pues.
Sonríe.
Apago el Mac, lo dejo a un lado. Esto puede ser divertido.
—Ven. —Me tiende la mano—. Siéntate encima de mí.
Me quito los zapatos, me siento y me arrastro hacia él. Harry se tumba
en la cama, pero mantiene las rodillas dobladas.
—Apóyate en mis piernas.
Me siento encima de él a horcajadas, como me ha dicho. Tiene los ojos muy
abiertos y cautos. Pero también divertidos.
—Pareces… entusiasmada con esto —comenta con ironía.
—Siempre me encanta obtener información, señor Styles, y más si eso
significa que podrás relajarte, porque yo ya sabré dónde están los límites.
Menea la cabeza, como si no pudiera creer que está a punto de dejarme
dibujar por todo su cuerpo.
—Destapa el pintalabios —ordena.
Oh, está en plan supermandón, pero no me importa.
—Dame la mano.
Yo le doy la otra mano.
—La del pintalabios —dice poniendo los ojos en blanco.
—¿Vas a ponerme esa cara?
—Sí.
—Eres muy maleducado, señor Styles. Yo sé de alguien que se pone muy
violento cuando le hacen eso.
—¿Ah, sí? —replica irónico.
Le doy la mano con el pintalabios, y de repente se incorpora y estamos
frente a frente.
—¿Preparada? —pregunta con un murmullo quedo y ronco, que tensa y
comprime todas mis entrañas.
Oh, Dios.
—Sí —musito.
Su proximidad es seductora, su cuerpo torneado tan cerca, ese aroma
Harry mezclado con mi gel. Conduce mi mano hasta la curva de su hombro.
—Aprieta —susurra.
Me lleva desde el contorno de su hombro, alrededor del hueco del brazo y
después hacia un lado de su torso, y a mí se me seca la boca. El pintalabios deja a su
paso una franja ancha, de un rojo intenso. Harry se detiene bajo sus costillas y me
conduce por encima del estómago. Se tensa y me mira a los ojos, aparentemente
impasible, pero, bajo esa expresión pretendidamente neutra, detecto autocontrol.
Contiene su aversión, aprieta la mandíbula, y aparece tensión alrededor de
sus ojos. En mitad del estómago murmura:
—Y sube por el otro lado.
Y me suelta la mano.
Yo copio la línea que he trazado sobre su costado izquierdo. La confianza
que me está dando es embriagadora, pero la atempera el hecho de que llevo la cuenta
de su dolor. Siete pequeñas marcas blancas y redondas salpican su torso, y es
profundamente mortificador contemplar esa diabólica y odiosa profanación de su
maravilloso cuerpo. ¿Quién le haría eso a un niño?
—Bueno, ya estoy —murmuro, reprimiendo la emoción.
—No, no estás —replica, y dibuja una línea con el dedo índice alrededor
de la base de su cuello.
Yo resigo la línea del dedo con una franja escarlata. Al acabar, miro la
inmensidad gris de sus ojos.
—Ahora la espalda —susurra.
Se remueve, de manera que he de bajarme de él, luego se da la vuelta y se
sienta en la cama con las piernas cruzadas, de espaldas a mí.
—Sigue la línea desde mi pecho, y da toda la vuelta hasta el otro lado —
dice con voz baja y ronca.
Hago lo que dice hasta que una línea púrpura divide su espalda por la
mitad, y al hacerlo cuento más cicatrices que mancillan su precioso cuerpo. Nueve en
total.
Santo cielo. Tengo que reprimir un abrumador impulso de besar cada una
de ellas, y evitar que el llanto inunde mis ojos. ¿Qué clase de animal haría esto?
Mientras completo el circuito alrededor de su espalda, él mantiene la cabeza gacha y el
cuerpo rígido.
—¿Alrededor del cuello también? —musito.
Asiente, y dibujo otra franja que converge con la primera que le rodea la
base del cuello, por debajo del pelo.
—Ya está —susurro, y parece que lleve un peculiar chaleco de color piel
con un ribete de rojo fulana.
Baja los hombros y se relaja, y se da la vuelta para mirarme otra vez.
—Estos son los límites —dice en voz baja.
Las pupilas de sus ojos oscuros se dilatan… ¿de miedo? ¿De lujuria? Yo
quiero caer en sus brazos, pero me reprimo y le miro asombrada.
—Me parece muy bien. Ahora mismo quiero lanzarme en tus brazos —
susurro.
Me sonríe con malicia y levanta las manos en un gesto de consentimiento.
—Bien, señorita Steele, soy todo tuyo.
Yo grito con placer infantil, me arrojo a sus brazos y le tumbo en la cama.
Se gira y suelta una carcajada juvenil llena de alivio, ahora que la pesadilla ha
terminado. Y, sin saber cómo, acabo debajo de él.
—Y ahora, lo que habíamos dejado para otro momento… —murmura, y su
boca reclama la mía una vez más.
Gracias a las Chicas que comentan! Enserio son mi razon de seguir la Trilogia!
Sigan comentando! Las adoro
Besos
Greta, ¿con quién está hablando el señor Styles?
Mi rebelde cabellera empieza a picarme y quiere abandonar el edificio, mientras mi subconsciente me grita que le haga caso. Pero yo aparento bastante indiferencia.
—Ah, es la señora Lincoln. Es la propietaria, junto con el señor Styles.
Greta parece muy dispuesta a hablar.
—¿La señora Lincoln?
Creía que la señora Robinson estaba divorciada. Quizá haya vuelto a casarse con algún pobre infeliz.
—Sí. No suele venir, pero hoy uno de nuestros especialistas está enfermo, y
ella le sustituye.
—¿Sabe usted el nombre de pila de la señora Lincoln?
Greta levanta la vista, me mira ceñuda y frunce esos labios rosa brillante,
censurando mi curiosidad. Maldita sea, puede que haya ido demasiado lejos.
—Elena —dice de mala gana.
Al verificar que mi sexto sentido no me ha abandonado, me invade una extraña sensación de alivio.
¿Sexto sentido?, se burla mi subconsciente. ¡Sentido pedófilo!
Ellos siguen inmersos en la conversación. Harry le cuenta algo
apresuradamente a Elena. Ella parece preocupada, asiente, hace muecas y menea la
cabeza. Alarga la mano y le acaricia el brazo con dulzura mientras se muerde el labio.
Asiente de nuevo, me mira y me dedica una sonrisa tranquilizadora.
Yo solo soy capaz de mirarla con cara de palo. Creo que estoy
escandalizada. ¿Cómo se le ha ocurrido traerme aquí?
Ella le susurra algo a Harry, que dirige la mirada brevemente hacia
donde yo estoy, y luego se vuelve hacia Elena y contesta. Ella asiente y creo que le
desea suerte, pero mi habilidad para leer los labios no es muy buena.
Cincuenta vuelve con paso firme y la ansiedad marcada en el rostro.
Maldita sea, claro. La señora Robinson vuelve a la trastienda y cierra la puerta.
Harry frunce el ceño.
—¿Estás bien? —pregunta, tenso y cauto.
—La verdad es que no. ¿No has querido presentarme?
Mi voz suena fría, dura.
Él se queda con la boca abierta, como si hubiera tirado de la alfombra
debajo de sus pies.
—Pero yo creía…
—Para ser un hombre tan brillante, a veces… —Me fallan las palabras—.
Me gustaría marcharme, por favor.
—¿Por qué?
—Ya sabes por qué —digo, poniendo los ojos en blanco.
Él baja su mirada ardiente hacia mí.
—Lo siento,_______. No sabía que ella estaría aquí. Nunca está. Ha abierto
una sucursal nueva en el Bravern Center, y normalmente está allí. Hoy se ha puesto
alguien enfermo.
Doy media vuelta y me dirijo hacia la puerta.
—Greta, no necesitaremos a Franco —espeta Harry cuando cruzamos el umbral.
Tengo que reprimir el impulso de salir corriendo. Quiero huir lejos de aquí.
Siento unas irresistibles ganas de llorar. Lo único que necesito es escapar de toda esta
jodida situación.
Harry camina a mi lado sin decir palabra, mientras yo trato de aclararme
la mente. Me abrazo el cuerpo como para protegerme y avanzo con la cabeza gacha,
esquivando los árboles de la Segunda Avenida. Él, prudente, no intenta tocarme. Mi
mente hierve de preguntas sin respuesta. ¿Se dignará hablar el señor Evasivas?
—¿Solías traer aquí a tus sumisas? —le increpo.
—A algunas sí —dice en voz baja y crispada.
—¿A Leila?
—Sí.
—El local parece muy nuevo.
—Lo han remodelado hace poco.
—Ya. O sea que la señora Robinson conocía a todas tus sumisas.
—Sí.
—¿Y ellas conocían su historia?
—No. Ninguna. Solo tú.
—Pero yo no soy tu sumisa.
—No, está clarísimo que no lo eres.
Me paro y le miro. Tiene los ojos muy abiertos, temerosos, y aprieta los
labios en una línea dura e inexpresiva.
—¿No ves lo jodido que es esto? —digo en voz baja, fulminándolo con la mirada.
—Sí. Lo siento.
Y tiene la deferencia de aparentar arrepentimiento.
—Quiero cortarme el pelo, a ser posible en algún sitio donde no te hayas
tirado ni al personal ni a la clientela.
No rechista.
—Y ahora, si me perdonas…
—No te marchas, ¿verdad?
—No, solo quiero que me hagan un puñetero corte de pelo. En un sitio
donde pueda cerrar los ojos, y que alguien me lave el pelo, y pueda olvidarme de esta
carga tan pesada que va contigo.
Él se pasa la mano por el cabello.
—Puedo hacer que Franco vaya a mi apartamento, o al tuyo —sugiere.
—Es muy atractiva.
Parpadea, un tanto extrañado.
—Sí, mucho.
—¿Sigue casada?
—No. Se divorció hace unos cinco años.
—¿Por qué no estás con ella?
—Porque lo nuestro se acabó. Ya te lo he contado.
De repente arquea una ceja. Levanta un dedo y se saca la BlackBerry del
bolsillo de la americana. Debe de estar en silencio, porque no la he oído sonar.
—Welch —dice sin más, y luego escucha.
Estamos parados en plena Segunda Avenida y yo me pongo a contemplar el
árbol joven que tengo delante, uno verde de hojas ternísimas.
La gente pasa con prisa a nuestro lado, absorta en sus obligaciones propias
de un sábado por la mañana. Pensando en sus problemas personales, sin duda. Me
pregunto si incluirán el acoso de ex sumisas, a ex amas despampanantes y a un hombre
que no tiene ningún respeto por la ley sobre privacidad vigente en Estados Unidos.
—¿Que murió en un accidente de coche? ¿Cuándo?
Harry interrumpe mis ensoñaciones.
Oh, no. ¿Quién? Escucho con más atención.
—Es la segunda vez que ese cabrón no lo ha visto venir. Tiene que saberlo.
¿Es que no siente nada por ella? —Harry, disgustado, menea la cabeza—. Esto
empieza a cuadrar… no… explica el porqué, pero no dónde.
Mira a nuestro alrededor como si buscara algo, y, sin darme cuenta, yo hago
lo mismo. Nada me llama la atención. Solo hay transeúntes, tráfico y árboles.
—Ella está aquí —continúa Harry—. Nos está vigilando… Sí… No.
Dos o cuatro, las veinticuatro horas del día… Todavía no he abordado eso.
Harry me mira directamente.
¿Abordado qué? Frunzo el ceño y me mira con recelo.
—Qué… —murmura y palidece, con los ojos muy abiertos—. Ya veo.
¿Cuándo?… ¿Tan poco hace? Pero ¿cómo?… ¿Sin antecedentes?… Ya. Envíame un email
con el nombre, la dirección y fotos si las tienes… las veinticuatro horas del día, a
partir de esta tarde. Ponte en contacto con Taylor.
Cuelga.
—¿Y bien? —pregunto, exasperada.
¿Va a explicármelo?
—Era Welch.
—¿Quién es Welch?
—Mi asesor de seguridad.
—Vale. ¿Qué ha pasado?
—Leila dejó a su marido hace unos tres meses y se largó con un tipo que murió en un accidente de coche hace cuatro semanas.
—Oh.
—El imbécil del psiquiatra debería haberlo previsto —dice enfadado—. El
dolor… ese es el problema. Vamos.
Me tiende la mano y yo le entrego la mía automáticamente, pero enseguida
la retiro.
—Espera un momento. Estábamos en mitad de una conversación sobre «nosotros». Sobre ella, tu señora Robinson.
Harry endurece el gesto.
—No es mi señora Robinson. Podemos hablar de esto en mi casa.
—No quiero ir a tu casa. ¡Quiero cortarme el pelo! —grito.
Si pudiera concentrarme solo en eso…
Él vuelve a sacarse la BlackBerry del bolsillo y marca un número.
—Greta, Harry Styles . Quiero a Franco en mi casa dentro de una hora.
Consúltalo con la señora Lincoln… Bien. —Guarda el teléfono—. Vendrá a la una.
—¡Harry…! —farfullo, exasperada.
—_________, es evidente que Leila sufre un brote psicótico. No sé si va
detrás de mí o de ti, ni hasta dónde está dispuesta a llegar. Iremos a tu casa,
recogeremos tus cosas, y puedes quedarte en la mía hasta que la hayamos localizado.
—¿Por qué iba a querer yo hacer eso?
—Así podré protegerte.
—Pero…
Me mira fijamente.
—Vas a volver a mi apartamento aunque tenga que llevarte arrastrándote de los pelos.
Le miro atónita… esto es alucinante. Cincuenta Sombras en glorioso
tecnicolor.
—Creo que estás exagerando.
—No estoy exagerando. Vamos. Podemos seguir nuestra conversación en mi casa.
Me cruzo de brazos y me quedo mirándole. Esto ha ido demasiado lejos.
—No —proclamo tercamente.
Tengo que defender mi postura.
—Puedes ir por tu propio pie o puedo llevarte yo. Lo que tú prefieras,
_________.
—No te atreverás —le desafío.
No me montará una escenita en plena Segunda Avenida…
Esboza media sonrisa, que sin embargo no alcanza a sus ojos.
—Ay, nena, los dos sabemos que, si me lanzas el guante, estaré encantado de recogerlo.
Nos miramos… y de repente se agacha, me coge por los muslos y me
levanta. Y, sin darme cuenta, me carga sobre sus hombros.
—¡Bájame! —chillo.
Oh, qué bien sienta chillar.
Él empieza a recorrer la Segunda Avenida a grandes zancadas, sin hacerme
el menor caso. Me sujeta fuerte con un brazo alrededor de los muslos y, con la mano
libre, me va dando palmadas en el trasero.
—¡Harry! —grito. La gente nos mira. ¿Puede haber algo más humillante?
—. ¡Iré andando! ¡Iré andando!
Me baja y, antes de que se incorpore, salgo disparada en dirección a mi
apartamento, furiosa, sin hacerle caso. Naturalmente al cabo de un momento le tengo al
lado, pero sigo ignorándole. ¿Qué voy a hacer? Estoy furiosa, aunque no estoy del todo
segura de qué es lo que me enfurece… son tantas cosas.
Mientras camino muy decidida de vuelta a casa, pienso en la lista:
1. Cargarme a hombros: inaceptable para cualquiera mayor de seis años.
2. Llevarme al salón que comparte con su antigua amante: ¿cómo puede
ser tan estúpido?
3. El mismo sitio al que llevaba a sus sumisas: de nuevo, tremendamente
estúpido.
4. No darse cuenta siquiera de que no era buena idea: y se supone que es
un tipo brillante.
5. Tener ex novias locas. ¿Puedo culparle por eso? Estoy tan furiosa…
Sí, puedo.
6. Saber el número de mi cuenta corriente: eso es acoso, como mínimo.
7. Comprar SIP: tiene más dinero que sentido común.
8. Insistir en que me instale en su casa: la amenaza de Leila debe de ser
peor de lo que él temía… ayer no dijo nada de eso.
Y entonces caigo en la cuenta. Algo ha cambiado. ¿Qué puede ser? Me paro
en seco, y Harry se detiene a mi lado.
—¿Qué ha pasado? —pregunto.
Arquea una ceja.
—¿Qué quieres decir?
—Con Leila.
—Ya te lo he contado.
—No, no me lo has contado. Hay algo más. Ayer no me insististe para que
fuera a tu casa. Así que… ¿qué ha pasado?
Se remueve, incómodo.
—¡Harry! ¡Dímelo! —exijo.
—Ayer consiguió que le dieran un permiso de armas.
Oh, Dios. Le miro fijamente, parpadeo y, en cuanto asimilo la noticia, noto
que la sangre deja de circular por mis mejillas. Siento que podría desmayarme. ¿Y si
quiere matarle? ¡No!
—Eso solo significa que puede comprarse un arma —musito.
—_______ —dice con un tono de enorme preocupación. Apoya las manos en mis hombros y me atrae hacia él—. No creo que haga ninguna tontería, pero…
simplemente no quiero que corras el riesgo.
—Yo no… pero ¿y tú? —murmuro.
Me mira con el ceño fruncido. Le rodeo con los brazos, le abrazo fuerte y
apoyo la cara en su pecho. No parece que le importe.
—Vamos a tu casa —susurra.
Se inclina, me besa el cabello, y ya está. Mi furia ha desaparecido por
completo, pero no está olvidada. Se disipa ante la amenaza de que pueda pasarle algo
a Harry. La sola idea me resulta insoportable.
* * *
Una vez en casa, preparo con cara seria una maleta pequeña, y meto en mi
mochila el Mac, la BlackBerry, el iPad y el globo del Charlie Tango.
—¿El Charlie Tango también viene? —pregunta Harry.
Asiento y me dedica una sonrisita indulgente.
—Ethan vuelve el martes —musito.
—¿Ethan?
—El hermano de Perrie. Se quedará aquí hasta que encuentre algo en Seattle.
Harry me mira impasible, pero capto la frialdad que asoma en sus ojos.
—Bueno, entonces está bien que te vengas conmigo. Así él tendrá más
espacio —dice tranquilamente.
—No sé si tiene llaves. Tendré que volver cuando llegue.
Harry no dice nada.
—Ya está todo.
Coge mi maleta y nos dirigimos hacia la puerta. Mientras nos encaminamos
a la parte de atrás del edificio para acceder al aparcamiento, noto que no dejo de mirar
por encima del hombro. No sé si me he vuelto paranoica o si realmente alguien me
vigila. Harry abre la puerta del copiloto del Audi y me mira, expectante.
—¿Vas a entrar? —pregunta.
—Creía que conduciría yo.
—No. Conduciré yo.
—¿Le pasa algo a mi forma de conducir? No me digas que sabes qué nota
me pusieron en el examen de conducir… no me sorprendería, vista tu tendencia al acoso.
A lo mejor sabe que pasé por los pelos la prueba teórica.
—Sube al coche, __________ —espeta, furioso.
—Vale.
Me apresuro a subir. Francamente, ¿quién no lo haría?
Quizá él tenga la misma sensación inquietante de que alguien siniestro nos
observa… bueno, una morena pálida de ojos castaños que tiene un aspecto
perturbadoramente parecido al mío, y que seguramente esconde un arma.
Harry se incorpora al tráfico.
—¿Todas tus sumisas eran morenas?
Inmediatamente frunce el ceño y me mira.
—Sí —murmura.
Parece vacilar, y lo imagino pensando: ¿Adónde quiere llegar con esto?
—Solo preguntaba.
—Ya te lo dije. Prefiero a las morenas.
—La señora Robinson no es morena.
—Seguramente sea esa la razón —masculla—. Con ella ya tuve bastantes rubias para toda la vida.
—Estás de broma —digo entre dientes.
—Sí, estoy de broma —replica, molesto.
Miro impasible por la ventanilla, en todas direcciones, buscando chicas
morenas, pero ninguna es Leila.
Así que solo le gustan morenas… me pregunto por qué. ¿Acaso la
extraordinariamente glamurosa (a pesar de ser mayor) señora Robinson realmente le
dejó sin más ganas de rubias? Sacudo la cabeza… El paranoico Harry Styles .
—Cuéntame cosas de ella.
—¿Qué quieres saber?
Tuerce el gesto, intentando advertirme con su tono de voz.
—Háblame de vuestro acuerdo empresarial.
Se relaja visiblemente, contento de hablar de trabajo.
—Yo soy el socio capitalista. No me interesa especialmente el negocio de
la estética, pero ella ha convertido el proyecto en un éxito. Yo me limité a invertir y la
ayudé a ponerlo en marcha.
—¿Por qué?
—Se lo debía.
—¿Ah?
—Cuando dejé Harvard, ella me prestó cien mil dólares para empezar mi
negocio.
Vaya… Es rica, también.
—¿Lo dejaste?
—No era para mí. Estuve dos años. Por desgracia, mis padres no fueron tan
comprensivos.
Frunzo el ceño. El señor Styles y la doctora Grace Trevelyan en actitud
reprobadora… soy incapaz de imaginarlo.
—No parece que te haya ido demasiado mal haberlo dejado. ¿Qué
asignaturas escogiste?
—Ciencias políticas y Economía.
Mmm… claro.
—¿Así que es rica? —murmuro.
—Era una esposa florero aburrida,________. Su marido era un magnate…
de la industria maderera. —Sonríe con aire desdeñoso—. No la dejaba trabajar. Ya
sabes, era muy controlador. Algunos hombres son así.
Me lanza una rápida sonrisa de soslayo.
—¿En serio? ¿Un hombre controlador? Yo creía que eso era una criatura mítica. —No creo que mi tono pudiera ser más sarcástico.
La sonrisa de Harry se expande.
—¿El dinero que te prestó era de su marido?
Asiente, y en sus labios aparece una sonrisita maliciosa.
—Eso es horrible.
—Él también tenía sus líos —dice Harry misteriosamente, mientras
entra en el aparcamiento subterráneo del Escala.
Ah…
—¿Cuáles?
Harry mueve la cabeza, como si recordara algo especialmente amargo, y
aparca al lado del Audi Quattro SUV.
—Vamos. Franco no tardará.
* * *
En el ascensor, Harry me observa.
—¿Sigues enfadada conmigo? —pregunta con naturalidad.
—Mucho.
Asiente.
—Vale —dice, y mira al frente.
Cuando llegamos, Taylor nos está esperando en el vestíbulo. ¿Cómo
consigue anticiparse siempre? Coge mi maleta.
—¿Welch ha dicho algo? —pregunta Harry.
—Sí, señor.
—¿Y?
—Todo está arreglado.
—Excelente. ¿Cómo está tu hija?
—Está bien, gracias, señor.
—Bien. El peluquero vendrá a la una: Franco De Luca.
—Señorita Steele —me saluda Taylor haciendo un gesto con la cabeza.
—Hola, Taylor. ¿Tienes una hija?
—Sí, señora.
—¿Cuántos años tiene?
—Siete años.
Harry me mira con impaciencia.
—Vive con su madre —explica Taylor.
—Ah, entiendo.
Taylor me sonríe. Esto es algo inesperado. ¿Taylor es padre? Sigo a Harry al gran salón, intrigada por la noticia.
Echo un vistazo alrededor. No había estado aquí desde que me marché.
—¿Tienes hambre?
Niego con la cabeza. Harry me observa un momento y decide no
discutir.
—Tengo que hacer unas llamadas. Ponte cómoda.
—De acuerdo.
Desaparece en su estudio, y me deja plantada en la inmensa galería de arte
que él considera su casa, preguntándome qué hacer.
¡Ropa! Cojo mi mochila, subo las escaleras hasta mi dormitorio y reviso el
vestidor. Sigue lleno de ropa: toda por estrenar y todavía con las etiquetas de los
precios. Tres vestidos largos de noche. Tres de cóctel, y tres más de diario. Todo esto
debe de haber costado una fortuna.
Miro la etiqueta de uno de los vestidos de noche: 2.998 dólares. Madre mía. Me siento en el suelo.
Esta no soy yo. Me cojo la cabeza entre las manos e intento procesar todo
lo ocurrido en las últimas horas. Es agotador. ¿Por qué, ay, por qué me he enamorado
de alguien que está tan loco… guapísimo, terriblemente sexy, más rico que Creso, pero
que está como una cabra?
Saco la BlackBerry de la mochila y llamo a mi madre.
—¡_____, cariño! Hace mucho que no sabía nada de ti. ¿Cómo estás, cielo?
—Oh, ya sabes…
—¿Qué pasa? ¿Sigue sin funcionar lo de Harry?
—Es complicado, mamá. Creo que está loco. Ese es el problema.
—Dímelo a mí. Hombres… a veces no hay quién les entienda. Bob está
pensando ahora si ha sido buena idea que nos hayamos mudado a Georgia.
—¿Qué?
—Sí, empieza a hablar de volver a Las Vegas.
Ah, hay alguien más que tiene problemas. No soy la única.
Harry aparece en el umbral.
—Estás aquí. Creí que te habías marchado.
Levanto la mano para indicarle que estoy al teléfono.
—Lo siento, mamá, tengo que colgar. Te volveré a llamar pronto.
—Muy bien, cariño… Cuídate. ¡Te quiero!
—Yo también te quiero, mamá.
Cuelgo y observo a Cincuenta, que tuerce el gesto, extrañamente incómodo.
—¿Por qué te escondes aquí? —pregunta.
—No me escondo. Me desespero.
—¿Te desesperas?
—Por todo esto, Harry.
Hago un gesto vago en dirección a toda esa ropa.
—¿Puedo pasar?
—Es tu vestidor.
Vuelve a poner mala cara y se sienta, con las piernas cruzadas, frente a mí.
—Solo son vestidos. Si no te gustan, los devolveré.
—Es muy complicado tratar contigo, ¿sabes?
Él parpadea y se rasca la barbilla… la barbilla sin afeitar. Mis dedos se
mueren por tocarla.
—Lo sé. Me estoy esforzando —murmura.
—Eres muy difícil.
—Tú también, señorita Steele.
—¿Por qué haces esto?
Abre mucho los ojos y reaparece esa mirada de cautela.
—Ya sabes por qué.
—No, no lo sé.
Se pasa una mano por el pelo.
—Eres una mujer frustrante.
—Podrías tener a una preciosa sumisa morena. Una que, si le pidieras que saltara, te preguntaría: «¿Desde qué altura?», suponiendo, claro, que tuviera permiso
para hablar. Así que, ¿por qué yo, Harry? Simplemente no lo entiendo.
Me mira un momento, y no tengo ni idea de qué está pensando.
—Tú haces que mire el mundo de forma distinta,________. No me quieres
por mi dinero. Tú me das… esperanza —dice en voz baja.
¿Qué? El señor Críptico ha vuelto.
—¿Esperanza de qué?
Se encoge de hombros.
—De más. —Habla con voz queda y tranquila—. Y tienes razón: estoy acostumbrado a que las mujeres hagan exactamente lo que yo digo, cuando yo lo digo, y
estrictamente lo que yo quiero que hagan. Eso pierde interés enseguida. Tú tienes algo,______-, que me atrae a un nivel profundo que no entiendo. Es como el canto de
sirena. No soy capaz de resistirme a ti y no quiero perderte. —Alarga la mano y toma
la mía—. No te vayas, por favor… Ten un poco de fe en mí y un poco de paciencia.
Por favor.
Parece tan vulnerable… Es perturbador. Me arrodillo, me inclino y le beso
suavemente en los labios.
—De acuerdo, fe y paciencia. Eso puedo soportarlo.
—Bien. Porque Franco ha llegado.
Franco es bajito, moreno y gay. Me encanta.
—¡Qué pelo tan bonito! —exclama con un acento italiano escandaloso y probablemente falso.
Apuesto a que es de Baltimore o de un sitio parecido, pero su entusiasmo es contagioso. Harry nos conduce a ambos a su cuarto de baño, sale a toda prisa y
vuelve a entrar con una silla de su habitación.
—Os dejo solos —masculla.
—Grazie, señor Styles. —Franco se vuelve hacia mí—. Bene, _________,
¿qué haremos contigo?
Harry está sentado en su sofá, revisando algo que parecen hojas de
cálculo con mucha concentración. Una melodiosa pieza de música clásica suena de
fondo en la habitación. Una mujer canta apasionadamente, vertiendo su alma en la
canción. Es desgarrador. Harry levanta la mirada y sonríe, distrayéndome de la
música.
—¡Ves! Te dije que le gustaría —comenta Franco, entusiasmado.
—Estás preciosa, _________ —dice Harry, visiblemente complacido.
—Mi trabajo aquí ya ha acabado —exclama Franco.
Harry se levanta y se acerca a nosotros.
—Gracias, Franco.
Franco se gira, me da un abrazo exagerado y me besa en ambas mejillas.
—¡No vuelvas a dejar que nadie más te corte el pelo, bellissima _____!
Me echo a reír, ligeramente avergonzada por esa familiaridad. Harry le
acompaña a la puerta del vestíbulo y vuelve al cabo de un momento.
—Me alegro de que te lo hayas dejado largo —dice mientras avanza hacia
mí con una mirada centelleante.
Coge un mechón entre los dedos.
—Qué suave —murmura, y baja los ojos hacia mí—. ¿Sigues enfadada
conmigo?
Asiento y sonríe.
—¿Por qué estás enfadada, concretamente?
Pongo los ojos en blanco.
—¿Quieres una lista?
—¿Hay una lista?
—Una muy larga.
—¿Podemos hablarlo en la cama?
—No —digo con un mohín infantil.
—Durante el almuerzo, pues. Tengo hambre, y no solo de comida —añade
con una sonrisa lasciva.
—No voy a dejar que me encandiles con tu destreza sexual.
Él reprime una sonrisa.
—¿Qué te molesta concretamente, señorita Steele? Suéltalo.
Muy bien.
—¿Qué me molesta? Bueno, está tu flagrante invasión de mi vida privada, el hecho de que me llevaras a un sitio donde trabaja tu ex amante y donde solías llevar
a todas tus amantes para que las depilaran, el que me cargaras a hombros en plena
calle como si tuviera seis años… y, por encima de todo, ¡que dejaras que tu señora
Robinson te tocara!
Mi voz ha ido subiendo en un crescendo.
Él levanta las cejas, y su buen humor desaparece.
—Menuda lista. Pero te lo aclararé una vez más: ella no es mi señora
Robinson.
—Ella puede tocarte —repito.
Tuerce los labios.
—Ella sabe dónde.
—¿Eso qué quiere decir?
Se pasa ambas manos por el pelo y cierra un segundo los ojos, como si
buscara algún tipo de consejo divino. Traga saliva.
—Tú y yo no tenemos ninguna norma. Yo nunca he tenido ninguna relación
sin normas, y nunca sé cuándo vas a tocarme. Eso me pone nervioso. Tus caricias son
completamente… —Se para, buscando las palabras—. Significan más… mucho más.
¿Más? Su respuesta es absolutamente inesperada, me deja perpleja, y esa
palabrita con un significado enorme queda suspendida entre los dos.
Mis caricias significan… más. Ay, Dios. ¿Cómo voy a resistirme si me dice
esas cosas? Sus ojos Verdes buscan los míos y me observan con aprensión.
Alargo la mano con cuidado y esa aprensión se convierte en alarma.
Harry da un paso atrás y yo bajo la mano.
—Límite infranqueable —murmura, con una expresión dolida y
aterrorizada.
No puedo evitar sentir una decepción aplastante.
—¿Cómo te sentirías tú si no pudieras tocarme?
—Destrozado y despojado —contesta inmediatamente.
Oh, mi Cincuenta Sombras. Sacudo la cabeza, le dedico una leve sonrisa
tranquilizadora y se relaja.
—Algún día tendrás que contarme exactamente por qué esto es un límite infranqueable, por favor.
—Algún día —murmura, y se diría que en una milésima de segundo ha
superado su vulnerabilidad.
¿Cómo puede cambiar tan deprisa? Es la persona más voluble que conozco.
—Veamos el resto de tu lista… Invadir tu privacidad. —Al considerar este
tema, tuerce el gesto—. ¿Por qué sé tu número de cuenta?
—Sí, es indignante.
—Yo investigo el historial y los datos de todas mis sumisas. Te lo
enseñaré.
Da media vuelta y se dirige a su estudio.
Yo le sigo obediente, aturdida. De un archivador cerrado con llave, saca
una carpeta. Con una etiqueta impresa: __________ ROSE STEELE.
Madre mía. Le miro fijamente.
Él se encoge de hombros a modo de disculpa.
—Puedes quedártelo —dice tranquilamente.
—Bueno, vaya, gracias —replico.
Hojeo el contenido. Tiene una copia de mi certificado de nacimiento, por
Dios santo, mis límites infranqueables, el acuerdo de confidencialidad, el contrato —
Dios…—, mi número de la seguridad social, mi currículo, informes laborales…
—¿Así que sabías que trabajaba en Clayton’s?
—Sí.
—No fue una coincidencia. No pasabas por allí…
—No.
No sé si enfadarme o sentirme halagada.
—Esto es muy jodido. ¿Sabes?
—Yo no lo veo así. He de ser cuidadoso con lo que hago.
—Pero esto es privado.
—No hago un uso indebido de la información. Esto es algo que puede
conseguir cualquiera que esté medianamente interesado,________. Yo necesito
información para tener el control. Siempre he actuado así.
Me mira inescrutable, con cierta cautela.
—Sí haces un uso indebido de la información. Ingresaste en mi cuenta
veinticuatro mil dólares que yo no quería.
Sus labios se convierten en una fina línea.
—Ya te lo dije. Es lo que Taylor consiguió por tu coche. Increíble, ya lo sé,
pero así es.
—Pero el Audi…
—__________, ¿tienes idea del dinero que gano?
Me ruborizo.
—¿Por qué debería saberlo? No tengo por qué saber las cifras de tu cuenta bancaria, Harry.
Su mirada se dulcifica.
—Lo sé. Esa es una de las cosas que adoro de ti.
Me lo quedo mirando, sorprendida. ¿Que adora de mí?
—__________, yo gano unos cien mil dólares a la hora.
Abro la boca. Eso es una cantidad de dinero obscena.
—Veinticuatro mil dólares no es nada. El coche, los libros de Tess, la
ropa, no son nada.
Su tono es dulce.
Le observo. Realmente no tiene ni idea. Es extraordinario.
—Si fueras yo, ¿cómo te sentirías si te obsequiaran con toda esta…
generosidad?
Me mira inexpresivo y ahí está, en pocas palabras, la raíz de su problema:
empatía o carencia de la misma. Entre nosotros se hace el silencio.
Al final, se encoge de hombros.
—No sé —dice, y parece sinceramente perplejo.
Se me encoge el corazón. Este es, seguramente, el quid de sus cincuenta
sombras: no puede ponerse en mi lugar. Bien, ahora lo sé.
—Pues no es agradable. Quiero decir… que eres muy generoso, pero me
incomoda. Ya te lo he dicho muchas veces.
Suspira.
—Yo quiero darte el mundo entero,_________.
—Yo solo te quiero a ti, Harry. Lo demás me sobra.
—Es parte del trato. Parte de lo que soy.
Ah, esto no va a ninguna parte.
—¿Comemos? —pregunto.
La tensión entre los dos es agotadora.
Tuerce el gesto.
—Claro.
—Cocino yo.
—Bien. Si no, hay comida en la nevera.
—¿La señora Jones libra los fines de semana? ¿O sea que la mayoría de los
fines de semana comes platos fríos?
—No.
—¿Ah, no?
Suspira.
—Mis sumisas cocinan, _________.
—Ah, claro. —Me sonrojo. ¿Cómo puedo ser tan tonta? Le sonrío con
dulzura—. ¿Qué le gustaría comer al señor?
—Lo que la señora encuentre —dice con malicia.
Inspecciono el impresionante contenido del frigorífico. Me decido por una
tortilla española. Incluso hay patatas congeladas, perfecto. Es rápido y fácil. Harry
sigue en su estudio, sin duda invadiendo la privacidad de algún pobre e ingenuo idiota
y recopilando información. La idea es desagradable y me deja mal sabor de boca. La
cabeza me da vueltas. Realmente no tiene límites.
Si voy a cocinar necesito música, ¡y voy a cocinar de forma insumisa! Me
acerco al equipo que hay junto a la chimenea y cojo el iPod de Harry. Apuesto a
que aquí hay más temas seleccionados por Leila, y me da terror pensarlo.
¿Dónde estará ella?, me pregunto. ¿Qué quiere?
Me estremezco. Menudo legado, no me cabe en la cabeza.
Repaso la larga lista. Quiero algo animado. Mmm. Beyoncé… no parece
muy del gusto de Harry. «Crazy in Love.» ¡Oh, sí! Muy apropiado. Aprieto el botón
y subo el volumen.
Vuelvo dando pasitos de baile hasta la cocina, encuentro un bol, abro la
nevera y saco los huevos. Los casco y empiezo a batir, sin parar de bailar.
Vuelvo a repasar el contenido del frigorífico, cojo patatas, jamón y —¡sí!
— guisantes del congelador. Todo esto irá bien. Localizo una sartén, la pongo sobre el
fuego, añado un poco de aceite de oliva y vuelvo a batir.
Empatía cero, medito. ¿Eso solo le pasa a Harry? Quizá todos los
hombres sean así, y a todos les desconcierten las mujeres. No lo sé. Puede que no sea
una revelación tan importante.
Ojalá Perrie estuviera en casa; ella lo sabría. Lleva demasiado tiempo en
Barbados. Debería estar de vuelta el fin de semana próximo, después de esas
vacaciones extra con Elliot. Me pregunto si seguirán sintiendo la misma atracción
sexual mutua.
«Una de las cosas que adoro de ti.»
Dejo de batir. Lo dijo. ¿Quiere decir eso que hay otras cosas? Sonrío por
primera vez desde que vi a la señora Robinson… una sonrisa genuina, de corazón, de
oreja a oreja.
Harry me rodea con sus brazos sigilosamente y doy un respingo.
—Interesante elección musical —ronronea, y me besa detrás de la oreja—.
Qué bien huele tu pelo.
Hunde la nariz e inspira profundamente.
El deseo se desata en mi vientre. No. Rechazo su abrazo.
—Sigo enfadada.
Frunce el ceño.
—¿Cuánto más va a durar esto? —pregunta, pasándose una mano por el
pelo.
Me encojo de hombros.
—Por lo menos hasta que comamos.
Un gesto risueño se dibuja en su boca. Se da la vuelta, coge el mando de la
encimera y apaga la música.
—¿Pusiste tú eso en tu iPod? —pregunto.
Niega con la cabeza, con expresión lúgubre, y entonces sé que fue ella: la
Chica Fantasma.
—¿No crees que en aquel momento intentaba decirte algo?
—Bueno, visto a posteriori, probablemente —dice en tono inexpresivo.
Lo cual demuestra mi teoría: empatía cero. Mi subconsciente cruza los
brazos y chasquea los labios con gesto de disgusto.
—¿Por qué la tienes todavía?
—Me gusta bastante la canción. Pero si te incomoda la borro.
—No, no pasa nada. Me gusta cocinar con música.
—¿Qué te gustaría oír?
—Sorpréndeme.
Sonríe satisfecho y se dirige hacia el iPod mientras yo continúo batiendo.
Al cabo de un momento la voz dulce, celestial y conmovedora de Nina
Simone inunda el salón. Es una de las preferidas de Ray: «I Put a Spell on You». Te he
lanzado un hechizo…
Me ruborizo y me vuelvo a mirar a Harry. ¿Qué intenta decirme? Él me
lanzó un hechizo hace mucho tiempo. Oh, Dios… su mirada ha cambiado, la levedad
del momento ha desaparecido, sus ojos son más oscuros, más intensos.
Le miro, embelesada, mientras despacio, como el depredador que es, me
acecha al ritmo de la lenta y sensual cadencia de la música. Va descalzo, solo lleva una
camisa blanca por fuera de los vaqueros, y tiene una actitud provocativa.
Nina canta «Tú eres mío» mientras él se pone a mi lado, con intenciones
claras.
—Harry, por favor —susurro, con el batidor ya inútil en mi mano.
—¿Por favor qué?
—No hagas eso.
—¿Hacer qué?
—Esto.
Se planta frente a mí y baja la vista para mirarme.
—¿Estás segura?
Exhala y alarga la mano, me coge el batidor y lo vuelve a dejar en el bol
con los huevos. Mi corazón da un vuelco. No quiero esto… Sí quiero esto…
desesperadamente.
Resulta tan frustrante. Es tan atractivo y deseable… Aparto la mirada de su
embrujador aspecto.
—Te deseo, ________ —musita—. Lo adoro y lo odio, y adoro discutir contigo. Esto es muy nuevo para mí. Necesito saber que estamos bien. Solo sé hacerlo
de esta forma.
—Mis sentimientos por ti no han cambiado —murmuro.
Su proximidad es irresistible, excitante. Esa atracción familiar está ahí,
todas mis terminaciones nerviosas me empujan hacia él, la diosa que llevo dentro se
siente de lo más libidinosa. Contemplo la sombra del vello asomando por su camisa y
me muerdo el labio, indefensa, dominada por el deseo… quiero saborearle, justo ahí.
Está muy cerca, pero no me toca. Su ardor calienta mi piel.
—No voy a tocarte hasta que me digas que sí, que lo haga —murmura—.
Pero ahora mismo, después de una mañana realmente espantosa, quiero hundirme en ti
y olvidarme de todo excepto de nosotros.
Oh… Nosotros. Una combinación mágica, un pequeño y potente pronombre
que zanja el asunto. Levanto la cabeza para contemplar su hermoso aunque grave
semblante.
—Voy a tocarte la cara —suspiro.
Y veo la sorpresa reflejada brevemente en sus ojos antes de percibir que lo
acepta.
Levanto la mano, le acaricio la mejilla, y paso los dedos por su barba
incipiente. Él cierra los ojos, suspira y acerca la cara a mi caricia.
Se inclina despacio, y automáticamente mis labios ascienden para unirse a
los suyos. Se cierne sobre mí.
—Sí o no, __________.
—Sí.
Su boca se cierra suavemente sobre la mía, logra separar mis labios
mientras sus brazos me rodean y me atrae hacia sí. Me pasa la mano por la espalda,
enreda los dedos en el cabello de mi nuca y tira con delicadeza, mientras pone la otra
mano sobre mi trasero y me aprieta contra él. Yo gimo bajito.
—Señor Styles.
Taylor tose y Harry me suelta inmediatamente.
—Taylor —dice con voz gélida.
Me doy la vuelta y veo a Taylor, incómodo, de pie en el umbral. Harry y
Taylor se miran y se comunican de algún modo, sin palabras.
—En mi estudio —espeta Harry.
Y Taylor cruza con brío el salón.
—Lo dejaremos para otro momento —me susurra Harry, antes de salir
detrás de Taylor.
Yo respiro profundamente para tranquilizarme. ¿Es que no soy capaz de
resistirme a él ni un minuto? Sacudo la cabeza, indignada conmigo misma,
agradeciendo la interrupción de Taylor, y me avergüenza pensarlo.
Me pregunto qué haría Taylor para interrumpir en el pasado. ¿Qué habrá
visto? No quiero pensar en eso. Comida. Haré la comida. Me dedico a cortar las
patatas. ¿Qué querría Taylor? Mi mente se acelera… ¿tendrá que ver con Leila?
Diez minutos después, reaparecen, justo cuando la tortilla está lista.
Harry me mira; parece preocupado.
—Les informaré en diez minutos —le dice a Taylor.
—Estaremos listos —contesta Taylor, y sale de la estancia.
Yo saco dos platos calientes y los coloco sobre la encimera de la isla de la
cocina.
—¿Comemos?
—Por favor —dice Harry, y se sienta en uno de los taburetes de la
barra.
Ahora me observa detenidamente.
—¿Problemas?
—No.
Tuerzo el gesto. No va a contármelo. Sirvo la comida y me siento a su lado,
resignada a seguir sin saberlo.
Harry da un mordisco y dice, complacido:
—Está muy buena. ¿Te apetece una copa de vino?
—No, gracias.
He de mantener la cabeza clara contigo,Styles.
La tortilla sabe bien, pero no tengo mucha hambre. Sin embargo, como,
sabiendo que si no Harry me dará la lata. Al final él interrumpe nuestro silencio
reflexivo y pone la pieza clásica que oí antes.
—¿Qué es? —pregunto.
—Canteloube, Canciones de la Auvernia. Esta se llama «Bailero».
—Es preciosa. ¿Qué idioma es?
—Francés antiguo; occitano, de hecho.
—Tú hablas francés. ¿Entiendes lo que dice?
Recuerdo el francés perfecto que habló durante la cena con sus padres…
—Algunas palabras, sí. —Harry sonríe, visiblemente relajado—. Mi
madre tenía un mantra: «un instrumento musical, un idioma extranjero, un arte marcial».
Elliot habla español; Mia y yo, francés, Elliot toca la guitarra, yo el piano, y Mia el
violonchelo.
—Uau. ¿Y las artes marciales?
—Elliot hace yudo. Mia se plantó a los doce años y se negó.
Sonríe al recordarlo.
—Ojalá mi madre hubiera sido tan organizada.
—La doctora Grace es formidable en lo que se refiere a los logros de sus
hijos.
—Debe de estar muy orgullosa de ti. Yo lo estaría.
En la cara de Harry aparece un destello sombrío, y parece
momentáneamente incómodo. Me mira receloso, como si estuviera en un territorio
ignoto.
—¿Has decidido qué te pondrás esta noche? ¿O he de escoger yo algo por
ti? —dice en un tono repentinamente brusco.
¡Uf! Parece enfadado. ¿Por qué? ¿Qué he dicho?
—Eh… aún no. ¿Tú escogiste toda esa ropa?
—No, _______, no. Le di una lista y tu talla a una asesora personal de
compras de Neiman Marcus. Debería quedarte bien. Para tu información, he contratado
seguridad adicional para esta noche y los próximos días. Leila anda deambulando por
las calles de Seattle y es impredecible, así que lo más sensato es ser precavido. No
quiero que salgas sola. ¿De acuerdo?
Pestañeo.
—De acuerdo.
¿Qué ha pasado con lo de «Tengo que poseerte ahora», Styles?
—Bien. Voy a informarles. No tardaré mucho.
—¿Están aquí?
—Sí.
¿Dónde?
Recoge su plato, lo deja en el fregadero y sale de la estancia. ¿De qué
demonios ha ido todo eso? Es como si hubiera varias personas distintas en un mismo
cuerpo. ¿No es eso un síntoma de esquizofrenia? Tengo que buscarlo en Google.
Recojo mi plato, lo lavo rápidamente, y vuelvo a mi dormitorio llevando
conmigo el dossier ANASTASIA ROSE STEELE. Entro en el vestidor y saco los tres vestidos largos de noche. A ver… ¿cuál?
Tumbada en la cama, contemplo mi Mac, mi iPad y mi BlackBerry. Estoy
abrumada con tanta tecnología. Empiezo a transferir la lista de temas de Harry del
iPad al Mac, luego abro Google para navegar por la red.
Estoy echada sobre la cama enfrascada en la pantalla del Mac cuando entra
Harry.
—¿Qué estás haciendo? —inquiere con dulzura.
Paso un momento de pánico, preguntándome si debo dejarle ver la web que
estoy consultando: «Trastorno de personalidad múltiple: los síntomas».
Se tumba a mi lado y echa un vistazo a la página, divertido.
—¿Esta web es por algún motivo? —pregunta en tono despreocupado.
El brusco Harry ha desaparecido; el juguetón Harry ha vuelto.
¿Cómo voy a seguir este ritmo?
—Investigo. Sobre una personalidad difícil.
Le dedico mi mirada más inexpresiva.
Tuerce el labio reprimiendo una sonrisa.
—¿Una personalidad difícil?
—Mi proyecto favorito.
—¿Ahora soy un proyecto? Una actividad suplementaria. Un experimento
científico, quizá. Y yo que creía que lo era todo. Señorita Steele, está hiriendo mis
sentimientos.
—¿Cómo sabes que eres tú?
—Mera suposición.
—Es verdad que tú eres el único jodido y volátil controlador obsesivo que
conozco íntimamente.
—Creía que era la única persona que conocías íntimamente —dice
arqueando una ceja.
Me ruborizo.
—Sí, eso también.
—¿Has llegado ya a alguna conclusión?
Me giro y le miro. Está tumbado de lado junto a mí, con la cabeza apoyada
en el codo y con una expresión tierna, alegre.
—Creo que necesitas terapia intensiva.
Alarga la mano y me recoge cariñosamente un mechón de pelo detrás de la
oreja.
—Yo creo que te necesito a ti. Aquí.
Me entrega una barra de pintalabios.
Yo frunzo el ceño, perpleja. Es un rojo fulana, no es mi color en absoluto.
—¿Quieres que me ponga esto? —grito.
Se echa a reír.
—No, ________, si no quieres, no. No creo que te vaya este color —añade
con sequedad.
Se sienta en la cama con las piernas cruzadas y se quita la camisa. Oh,
Dios…
—Me gusta tu idea de un mapa de ruta.
Le miro desconcertada. ¿Mapa de ruta?
—De zonas restringidas —dice a modo de explicación.
—Oh. Lo dije en broma.
—Yo lo digo en serio.
—¿Quieres que te las dibuje, con carmín?
—Luego se limpia. Al final.
Eso significa que puedo tocarle donde quiera. Una sonrisita maravillada
asoma en mis labios.
—¿Y con algo más permanente, como un rotulador?
—Podría hacerme un tatuaje.
Hay una chispa de ironía en sus ojos.
¿Harry Styles con un tatuaje? ¿Estropear su precioso cuerpo que ya tiene
tantas marcas? ¡Ni hablar!
—¡Nada de tatuajes! —digo riendo, para disimular mi horror.
—Pintalabios, pues.
Sonríe.
Apago el Mac, lo dejo a un lado. Esto puede ser divertido.
—Ven. —Me tiende la mano—. Siéntate encima de mí.
Me quito los zapatos, me siento y me arrastro hacia él. Harry se tumba
en la cama, pero mantiene las rodillas dobladas.
—Apóyate en mis piernas.
Me siento encima de él a horcajadas, como me ha dicho. Tiene los ojos muy
abiertos y cautos. Pero también divertidos.
—Pareces… entusiasmada con esto —comenta con ironía.
—Siempre me encanta obtener información, señor Styles, y más si eso
significa que podrás relajarte, porque yo ya sabré dónde están los límites.
Menea la cabeza, como si no pudiera creer que está a punto de dejarme
dibujar por todo su cuerpo.
—Destapa el pintalabios —ordena.
Oh, está en plan supermandón, pero no me importa.
—Dame la mano.
Yo le doy la otra mano.
—La del pintalabios —dice poniendo los ojos en blanco.
—¿Vas a ponerme esa cara?
—Sí.
—Eres muy maleducado, señor Styles. Yo sé de alguien que se pone muy
violento cuando le hacen eso.
—¿Ah, sí? —replica irónico.
Le doy la mano con el pintalabios, y de repente se incorpora y estamos
frente a frente.
—¿Preparada? —pregunta con un murmullo quedo y ronco, que tensa y
comprime todas mis entrañas.
Oh, Dios.
—Sí —musito.
Su proximidad es seductora, su cuerpo torneado tan cerca, ese aroma
Harry mezclado con mi gel. Conduce mi mano hasta la curva de su hombro.
—Aprieta —susurra.
Me lleva desde el contorno de su hombro, alrededor del hueco del brazo y
después hacia un lado de su torso, y a mí se me seca la boca. El pintalabios deja a su
paso una franja ancha, de un rojo intenso. Harry se detiene bajo sus costillas y me
conduce por encima del estómago. Se tensa y me mira a los ojos, aparentemente
impasible, pero, bajo esa expresión pretendidamente neutra, detecto autocontrol.
Contiene su aversión, aprieta la mandíbula, y aparece tensión alrededor de
sus ojos. En mitad del estómago murmura:
—Y sube por el otro lado.
Y me suelta la mano.
Yo copio la línea que he trazado sobre su costado izquierdo. La confianza
que me está dando es embriagadora, pero la atempera el hecho de que llevo la cuenta
de su dolor. Siete pequeñas marcas blancas y redondas salpican su torso, y es
profundamente mortificador contemplar esa diabólica y odiosa profanación de su
maravilloso cuerpo. ¿Quién le haría eso a un niño?
—Bueno, ya estoy —murmuro, reprimiendo la emoción.
—No, no estás —replica, y dibuja una línea con el dedo índice alrededor
de la base de su cuello.
Yo resigo la línea del dedo con una franja escarlata. Al acabar, miro la
inmensidad gris de sus ojos.
—Ahora la espalda —susurra.
Se remueve, de manera que he de bajarme de él, luego se da la vuelta y se
sienta en la cama con las piernas cruzadas, de espaldas a mí.
—Sigue la línea desde mi pecho, y da toda la vuelta hasta el otro lado —
dice con voz baja y ronca.
Hago lo que dice hasta que una línea púrpura divide su espalda por la
mitad, y al hacerlo cuento más cicatrices que mancillan su precioso cuerpo. Nueve en
total.
Santo cielo. Tengo que reprimir un abrumador impulso de besar cada una
de ellas, y evitar que el llanto inunde mis ojos. ¿Qué clase de animal haría esto?
Mientras completo el circuito alrededor de su espalda, él mantiene la cabeza gacha y el
cuerpo rígido.
—¿Alrededor del cuello también? —musito.
Asiente, y dibujo otra franja que converge con la primera que le rodea la
base del cuello, por debajo del pelo.
—Ya está —susurro, y parece que lleve un peculiar chaleco de color piel
con un ribete de rojo fulana.
Baja los hombros y se relaja, y se da la vuelta para mirarme otra vez.
—Estos son los límites —dice en voz baja.
Las pupilas de sus ojos oscuros se dilatan… ¿de miedo? ¿De lujuria? Yo
quiero caer en sus brazos, pero me reprimo y le miro asombrada.
—Me parece muy bien. Ahora mismo quiero lanzarme en tus brazos —
susurro.
Me sonríe con malicia y levanta las manos en un gesto de consentimiento.
—Bien, señorita Steele, soy todo tuyo.
Yo grito con placer infantil, me arrojo a sus brazos y le tumbo en la cama.
Se gira y suelta una carcajada juvenil llena de alivio, ahora que la pesadilla ha
terminado. Y, sin saber cómo, acabo debajo de él.
—Y ahora, lo que habíamos dejado para otro momento… —murmura, y su
boca reclama la mía una vez más.
Gracias a las Chicas que comentan! Enserio son mi razon de seguir la Trilogia!
Sigan comentando! Las adoro
Besos
CarolineR2
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
sigue!!! sube el otro capitulo!!!
vanessavalerio98
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
Gracias a ti pot tomarte tu tiempo y subirla! :D
paty22
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
la verdad tiene razon el comentario anteriro gracias a ti por pensar en nosotras y subir trilogia la netha vales oro! siguela preciosa :love:
vanessavalerio98
Re: 50 Sombras Mas Oscuras(Harry Styles y Tu) TERMINADA
Ainss que mona eres por pensar en nosotras, pon el siguiente capitulo pronto que tengo muchas ganas de leerlo. Un beso :love:
Blanca.Srta.Horan
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