El Club de las Cinco {One Direction}

- Vuelve a la cama, Lewis.
Dejé el celular en el escritorio de oscura madera y me dispuse a analizar la situación: estaba en la casa del chico más idiota de toda la ciudad, desnuda. ¿Cómo había ocurrido?
Tomé lo que quedaba de mi ropa y me cambié rápidamente, haciendo caso omiso a las protestas por parte de Louis. Estaba mal, había cometido una estupidez por culpa de todo lo que había consumido la noche anterior y mi dignidad se iría al tacho si alguien se enterase.
- No quiero tentar a mi suerte, Tomlinson.
- Nadie se enterará, no tienen por qué hacerlo si vuelves a la cama – me amenazó.
Di media vuelta y lo observé con los ojos llenos de furia, ¿En serio me estaba amenazando? ¿A mí? Hace mucho tiempo que nadie lo hacía, no desde que Verónica Olsen salió de la enfermería con muletas y un cuello ortopédico por haberme querido manipular para que le hiciera la tarea de economía.
- Tú, Louis Tomlinson, la cara bonita de la escuela – mencioné - ¿En serio estás dispuesto a jugar conmigo?
Sus ojos seguían posados en mí pero ya no se notaba toda aquella confianza que irradiaba minutos antes, había conseguido perturbarlo. En un acto reflejo se tocó el rostro con las dos manos, comencé a reír.
- Eso es, cara bonita, cuídala – le advertí mientras caminaba a la cama y acercaba mi cara muy cerca de la suya – La próxima vez que intentes amenazarme las cosas no te saldrán tan bien.
Giré sobre mis talones y me dispuse a salir de allí. Nuevamente Heather me había salvado, de no haber sido por sus llamadas aún estaría teniendo sexo con el idiota más infectado de toda la escuela.
¿Cómo no había notado que era él? Debía de ser más cuidadosa la próxima vez, personas como Tomlinson eran las que una chica como yo no debía tocar. Se circulaban rumores de que se había follado a todo el grupo de animadoras en una sola noche, ¿Sería cierto?, debía de preguntarle a Alice luego.
Camila, hija del mismísimo Marcelo Lewis, el político más importante de toda la ciudad. Por más que no me cayera para nada bien mi padre aquellos rumores de lo que hacía llegada la noche no debían pasar las fronteras de la escuela, no si no quería un pasaje gratis a un internado de monjas en Japón.
Saqué todos los pensamientos de mi cabeza y traté de esforzar mi vista, ni siquiera sabía muy bien en que calle me encontraba. Me pasaba por ser una puta, una zorra escondida bajo una máscara de rudeza.
- ¡Mierda! – solté molesta.
Había citado a las chicas y llegarían en los próximos quince minutos. Estaba oficialmente muerta. No quería que se enterasen de mi incidente, mucho menos que descubrieran que había sido con Tomlinson.
Las quería y confiaba en ellas más que en mí misma pero había cosas que simplemente no se podían contar. Los secretos me sobraban por todas partes y no era bueno que saliera a la luz.
Pensé en llamar a Logan pero descarté la idea rápidamente, haría una escena tremenda en cuanto me viera en aquel estado, con un short de jean demasiado pequeño y una camisa abierta que dejaba ver mi brazier de encaje negro.
Rogaba porque todavía no estuvieran en casa.

Treinta minutos después.

Estaba toda sudada y me sentía terriblemente pegajosa, correr no había sido tan buena idea, había llegado tarde de todos modos.
Alice, Josie y Gema estaban sentadas en la entrada de mi casa con unas botellas de cerveza en la mano. Al verme abrieron bien grandes sus ojos y luego comenzaron a reír voluminosamente. De no haber sido yo la que estaba en aquella situación también me habría largado a reír.
- Ya, ya, entendí, soy patética – admití mientras trataba de encontrar las llaves dentro de mi bolso.
Sentí una mano apoyándose en mi hombro y luego otra tomándome la cintura.
- No, no lo eres – me reconfortó Alice.
Todas allí sabían lo delicado que era mi orgullo pero tan solo Ally era capaz de recomponerlo, ella siempre sabía que palabras usar para que me sintiera bien conmigo misma. A veces resultaba un poco incómodo, sí, pero era lindo de todos modos.
Giré la cerradura de la gran puerta de madera pintada en color blanco y obligué a las chicas a entrar rápidamente hacia mi cuarto por si alguien se encontraba dentro. Si alguien me viera de ese modo me iba a comer una gran reprimenda.
Ya adentro, Gemma, más conocida como la enana, comenzó a hablarnos sobre todos los chicos con los que había estado la otra noche. Aún no entendía cómo su delgado cuerpo podía resistir tantas sacudidas en una noche pero, claro, no se lo pensaba preguntar.
- ¿Y Heather? – pregunté antes de ingresar a la ducha.
Todas se miraron desconcertadas y luego lanzaron unas risitas pervertidas, de esas que les salen cuando empiezan a malpensar todo.
- ¿Quién sabe? – los ojos de Gemma brillaban de excitación.
- ¿La llamaste? – preguntó Josie haciendo caso omiso al estado de la enana.
Asentí y luego entré a la ducha. Sabía que no debía hacerme problemas por ella pero no podía evitarlo, de las cuatro era con la que mejor me llevaba; tal vez porque, en ciertos aspectos, era bastante parecida a mí.

Cuarenta y cinco minutos después.

Ya cambiada y con todo mi cabello castaño bien liso salí del baño. Me había puesto un jean oscuro con una simple remera negra sin mangas, como siempre, no era de cambiar mucho, me mantenía fiel a mi estilo.
Heather ya había llegado y se encontraba compartiendo un porro con Gemma. Alice y Josie estaban mirando una revista de moda mientras lanzaban leves suspiros al ver algo que les interesaba.
Al verme todas dejaron lo que estaban haciendo y se tiraron en la alfombra que se encontraba al lado de la cómoda de roble blanco. Así era como siempre comenzaban nuestras charlas informativas, en el piso haciendo un círculo y con todas nuestras cabezas pegadas.
Pasándola bien, contándonos lo que habíamos hecho en el verano y poniéndonos al tanto de todos los chismes que circulaban por la atmósfera.
- ¿Qué haremos mañana? – preguntó Alice cuando Josie se fue al baño.
- Tiraremos la casa por el balcón y haremos que la niña perfecta se convierta en una máquina del sexo – gruñó Gemma.
El cumpleaños de una de las nuestras siempre era importante, todo debía de salir perfecto para que Josie se sintiera querida y apoyada. Porque esa era la regla número uno del grupo, ¿No?
Sin secretos, sin dar nombres, sin peleas y apoyándonos.
A veces me preguntaba cuánto más duraría aquello. Poco, suponía, algún día la chispa iba a saltar y no habría nada que pudiese detenerla. Todas, aunque sea en un punto de nuestras reglas sagradas, estábamos incumpliendo algo.