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"Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA
Capitulo 8
OCRÁS
Derry, Irlanda, 1847
—Tá ocrás orm Nicholas —murmuró Megan.
—Lo sé, yo también tengo hambre —dijo él. Se sentó junto a su hermana pequeña y envolvió su consumido cuerpo en la ajada sábana que había robado. Suerte había tenido de encontrarla. No le importaba habérsela quitado a un cuerpo todavía caliente. Hacía tiempo que no le importaban esas cosas.
Estaba apoyada contra la pared de ladrillo del callejón con la cabeza sobre el hombro de Nicholas.
—¿Has encontrado algo?
Vaciló con la mano dentro del bolsillo de su abrigo, sin querer sacar lo que había encontrado en el mercado de pescado. Pero Megan lo miró y la Luna iluminó dolorosamente las demacradas facciones de lo que antes habían sido redondas mejillas. Sacó las sobras de pescado y le tendió el trozo más grande.
La niña levantó los ojos al cielo y musitó una bendición de agradecimiento por la comida, se hizo la señal de la cruz y se metió el pescado en la boca.
Pero su estómago no podía digerir el pescado putrefacto después de una semana sin probar bocado. Apartó la cabeza a un lado y vomitó lo que Nicholas había tardado horas en encontrar. Estaba demasiado débil para aguantar sentada, así que se tumbó hecha un ovillo con la cabeza en el regazo de su hermano.
—Lo siento —susurró tristemente.
Nicholas tragó saliva.
—No te preocupes. Duérmete. Ya encontraré algo mejor mañana.
Pero no había nada mejor y los dos lo sabían. Él comió despacio, luchando contra la sensación de náusea que le producía cada mordisco y pensó en los barcos que había visto zarpar de Lough Foyle aquella tarde, barcos que iban hacia Inglaterra, barcos cargados con mantequilla, grano, aves de corral y cerdos irlandeses que muy pronto estarían servidos en las mesas de los ricos hogares de los ingleses.
Se le hizo la boca agua. Cerró los ojos imaginando aquellos barcos y se obligó a dejar de pensar en ocrás. Centró su pensamiento en una sola emoción, la única emoción que le había mantenido con vida. Fuathaím.
—No veo —susurró desesperada Megan interrumpiendo sus pensamientos y tomándole de la mano—. Nicholas, no veo.
El miedo lo atenazó.
—Yo tampoco veo —mintió él—. Está terriblemente oscuro aquí.
—No, había luna, pero ahora no puedo verla. Creo que me estoy muriendo.
—No, no te estás muriendo. Sólo tienes nueve años. ¿Cómo vas a saber que te mueres?
—Te quedarás solo. Lo siento.
—No te estás muriendo —contestó él con dureza, subiendo la sábana hasta cubrirle los hombros—. Deja de decir tonterías.
—Tengo miedo, Nicholas. No hay ningún sacerdote para que pueda confesarme —su voz se hacía más débil con cada palabra—. Si no confieso mis pecados, iré al infierno.
Él no le dijo que los dos estaban ya en el infierno.
—No has cometido ningún pecado, y no irás al infierno, Megan. Te lo prometo. ¿Alguna vez he roto una promesa?
—No.
—¿Ves? No te vas a morir, y si te mueres, ten por seguro que los ángeles te estarán esperando en las puertas del cielo para recibirte.
—Sería bonito —entrelazó los dedos con los de Nicholas y los apretó con una fuerza que él desconocía—. Hazme otra promesa.
—¿Qué?
Miró su pálido rostro, vio con desespero cómo sus ojos se cerraban lentamente. De pronto deseó haberle contado lo de los barcos. Quería cogerla y sacudirla, quería gritarle que pensase en los demoledores de casas, en sus hermanas, en Joseph, en cualquier cosa que le hiciera odiar tanto como él odiaba, que le hiciera vivir para la venganza como a él.
Pero Megan no era como él. No podía odiar a nadie. El odio no habitaba en ella.
—Por favor, no dejes que me coman las ratas —susurró, soltándole la mano—. Ni los perros. Busca un cementerio y entiérrame. ¿Me lo prometes?
Sintió como si unas manos le estuviesen apretando la garganta, ahogándole.
—Te lo prometo.
Megan murió aquella noche. Nicholas llegó a la conclusión de que odiaba a Dios casi tanto como a los ingleses, y fue el odio lo único que le permitió cumplir con su promesa.
OCRÁS
Derry, Irlanda, 1847
—Tá ocrás orm Nicholas —murmuró Megan.
—Lo sé, yo también tengo hambre —dijo él. Se sentó junto a su hermana pequeña y envolvió su consumido cuerpo en la ajada sábana que había robado. Suerte había tenido de encontrarla. No le importaba habérsela quitado a un cuerpo todavía caliente. Hacía tiempo que no le importaban esas cosas.
Estaba apoyada contra la pared de ladrillo del callejón con la cabeza sobre el hombro de Nicholas.
—¿Has encontrado algo?
Vaciló con la mano dentro del bolsillo de su abrigo, sin querer sacar lo que había encontrado en el mercado de pescado. Pero Megan lo miró y la Luna iluminó dolorosamente las demacradas facciones de lo que antes habían sido redondas mejillas. Sacó las sobras de pescado y le tendió el trozo más grande.
La niña levantó los ojos al cielo y musitó una bendición de agradecimiento por la comida, se hizo la señal de la cruz y se metió el pescado en la boca.
Pero su estómago no podía digerir el pescado putrefacto después de una semana sin probar bocado. Apartó la cabeza a un lado y vomitó lo que Nicholas había tardado horas en encontrar. Estaba demasiado débil para aguantar sentada, así que se tumbó hecha un ovillo con la cabeza en el regazo de su hermano.
—Lo siento —susurró tristemente.
Nicholas tragó saliva.
—No te preocupes. Duérmete. Ya encontraré algo mejor mañana.
Pero no había nada mejor y los dos lo sabían. Él comió despacio, luchando contra la sensación de náusea que le producía cada mordisco y pensó en los barcos que había visto zarpar de Lough Foyle aquella tarde, barcos que iban hacia Inglaterra, barcos cargados con mantequilla, grano, aves de corral y cerdos irlandeses que muy pronto estarían servidos en las mesas de los ricos hogares de los ingleses.
Se le hizo la boca agua. Cerró los ojos imaginando aquellos barcos y se obligó a dejar de pensar en ocrás. Centró su pensamiento en una sola emoción, la única emoción que le había mantenido con vida. Fuathaím.
—No veo —susurró desesperada Megan interrumpiendo sus pensamientos y tomándole de la mano—. Nicholas, no veo.
El miedo lo atenazó.
—Yo tampoco veo —mintió él—. Está terriblemente oscuro aquí.
—No, había luna, pero ahora no puedo verla. Creo que me estoy muriendo.
—No, no te estás muriendo. Sólo tienes nueve años. ¿Cómo vas a saber que te mueres?
—Te quedarás solo. Lo siento.
—No te estás muriendo —contestó él con dureza, subiendo la sábana hasta cubrirle los hombros—. Deja de decir tonterías.
—Tengo miedo, Nicholas. No hay ningún sacerdote para que pueda confesarme —su voz se hacía más débil con cada palabra—. Si no confieso mis pecados, iré al infierno.
Él no le dijo que los dos estaban ya en el infierno.
—No has cometido ningún pecado, y no irás al infierno, Megan. Te lo prometo. ¿Alguna vez he roto una promesa?
—No.
—¿Ves? No te vas a morir, y si te mueres, ten por seguro que los ángeles te estarán esperando en las puertas del cielo para recibirte.
—Sería bonito —entrelazó los dedos con los de Nicholas y los apretó con una fuerza que él desconocía—. Hazme otra promesa.
—¿Qué?
Miró su pálido rostro, vio con desespero cómo sus ojos se cerraban lentamente. De pronto deseó haberle contado lo de los barcos. Quería cogerla y sacudirla, quería gritarle que pensase en los demoledores de casas, en sus hermanas, en Joseph, en cualquier cosa que le hiciera odiar tanto como él odiaba, que le hiciera vivir para la venganza como a él.
Pero Megan no era como él. No podía odiar a nadie. El odio no habitaba en ella.
—Por favor, no dejes que me coman las ratas —susurró, soltándole la mano—. Ni los perros. Busca un cementerio y entiérrame. ¿Me lo prometes?
Sintió como si unas manos le estuviesen apretando la garganta, ahogándole.
—Te lo prometo.
Megan murió aquella noche. Nicholas llegó a la conclusión de que odiaba a Dios casi tanto como a los ingleses, y fue el odio lo único que le permitió cumplir con su promesa.
Niñas aqui su cap como les prometi! aunque este cap esta demaciado triste! :( espero que les haya gustado y nos leemos mañana! ;)
Andrea P. Jonas:)
Re: "Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA
AAAIIII ES TAN FEO POR TODO LO QUE NICK SUUUFRIOOOO!!!!!
ES MUY TRISTE VER MORIIRR A UNA NIÑAAA!!!.. A SU HERMANITAA
ES MUY TRISTE VER MORIIRR A UNA NIÑAAA!!!.. A SU HERMANITAA
chelis
Re: "Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA
Hola niñas!
Vengo a dejarles su cap de hoy! aunque debería decir que se lo dejo a Chelis! :)
Sinceramente me deprime un poco la falta de participación :( pero bueno mientras Chelis siga comentando yo seguiré subiendo cap! :P
Vengo a dejarles su cap de hoy! aunque debería decir que se lo dejo a Chelis! :)
Sinceramente me deprime un poco la falta de participación :( pero bueno mientras Chelis siga comentando yo seguiré subiendo cap! :P
Andrea P. Jonas:)
Re: "Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA
Capitulo 9
_____ lo encontró en la terraza de la entrada principal, sentado en un banco y contemplando el crepúsculo. Estaba tan ensimismado que no pareció percibir su presencia. Se detuvo un minuto a observarlo sin que él se diese cuenta.
Era un hombre impredecible, con un humor que podía cambiar con más rapidez que el tiempo. Recordó cómo se había levantado de la mesa y se había marchado abruptamente cuando Becky le pidió que bendijese la comida, y no podía entender el porqué de aquella reacción.
Se dirigió hacia él y Nicholas levantó la vista al verla acercarse, pero su rostro sin expresión no le dio ninguna pista de lo que estaba pensando.
—Le he guardado un plato de comida —le dijo—. Cuando lo quiera, dígamelo.
No contestó.
Ella se sentó en el banco junto a él.
—Sacaré más camisas de mi hermano esta noche y veré si puedo coserlas para hacerle una que le vaya bien.
Aquello le llamó la atención.
—¿Era de su hermano esta ropa?
Ella asintió.
—Stuart. Murió en la guerra —calló, y luego añadió—: También mi hermano Charles. Los dos murieron en Gettysburg.
Siguió un largo silencio y _____ se sorprendió cuando Nicholas habló.
—Siento lo de sus hermanos —le dijo sin mirarla.
Estaba sorprendida. Lo último que habría esperado de aquel hombre era compasión.
—Bueno, fue hace ocho años —murmuró.
Se apoyó en el banco y observó los torcidos robles, el jardín y el césped que en su día habían hecho de Peachtree un lugar hermoso y elegante. Los robles estaban sin podar, los jardines invadidos por las malas hierbas y el césped sin cuidar.
—¿Sabe?, cuando yo era una niña, solía dormir con mis hermanos aquí afuera las noches de verano. A veces me acuerdo de aquellos días y echo de menos a mis Stuart y Charles. Así que salgo aquí con mi almohada. Es una tontería, ¿verdad? —dijo mirando a Nicholas.
—No —contestó él apretando ligeramente los labios, y apartó la mirada dirigiéndola hacia el jardín—. No es ninguna tontería.
Se quedó callado y _____ pensó que quizás debía volver dentro de la casa y dejarlo solo. Pero entonces volvió a hablar.
—Cuando yo era un chiquillo, mi hermano, mis hermanas y yo dormíamos en el granero.
Nunca antes había hablado de su familia. De hecho, cuando _____ le había preguntado por ella, le había respondido que no tenía familia. Con curiosidad, se giró hacia él deseando averiguar más.
—¿En el granero? ¿No dormían en la casa?
—Bueno, las casas en Irlanda no son como las de aquí. El establo está unido a la vivienda y el granero está en la parte de arriba —la miró y sonrió—. El heno es estupendo para grandes batallas de almohadas.
Notando la malicia de su sonrisa, _____ se rio.
—Supongo que la mayor parte de ellas las empezaba usted.
—Nunca. Era mi hermano Joseph el que siempre comenzaba. Él era el mayor y yo quería parecerme a él como fuese —dijo sonriendo—. Tenía que imitar todo lo que hacía. Al final siempre estábamos los dos metidos en líos. Cuando apenas tenía once años, me enseñó a boxear.
_____ notó la melancolía en su tono.
—Debe echarlo mucho de menos.
—Cada día de mi vida —dijo mientras se desvanecía su sonrisa y desviaba la mirada.
Ella sabía que era un hombre reservado, pero no pudo evitar seguir haciendo preguntas.
—¿Dónde está ahora? ¿Sigue en Irlanda?
Se puso rígido y ella pensó que no iba a responder a su pregunta. Cuando finalmente lo hizo, habló en un tono tan bajo que casi fue un susurro.
—Cuando tenía once años, la hambruna azotó Irlanda. Cuando tenía doce años, vi a los hombres de un terrateniente inglés matar a palos a mi hermano —hizo una pausa y añadió—: por robar una de sus vacas.
_____ trató de disimular su horror.
—¿Y sus hermanas?
Fue como si presenciase cómo se elevaba un muro alrededor de Nicholas dejándola fuera. Él miró a través de ella; era como si el momento de camaradería compartido no hubiera existido nunca.
—Murieron —contestó con un tono que le produjo a _____ un escalofrío—. Murieron de hambre.
El sol despuntaba en el horizonte al día siguiente cuando _____ se dirigió hacia el huerto. El cielo hacia el este estaba teñido de un delicado tono rosa y dorado, un maravilloso amanecer, pero ella no reparó en aquella belleza. Caminó entre los melocotoneros con la mente todavía ocupada en las preocupaciones que la habían tenido despierta gran parte de la noche.
Dios, era un hombre duro, duro y amargo, con un muro a su alrededor de varios metros de altura. Pero un día había sido un niño que había tenido peleas de almohadas con sus hermanos y que se había metido en líos. Había sido un niño que había visto cómo mataban a palos a su hermano y cómo sus hermanas morían de hambre, y que había crecido para convertirse en un hombre torturado en la cárcel. No le extrañaba que estuviera amargado.
_____ reproducía en su mente el momento en que le había contado la historia de su familia, con la voz calmada y la frialdad en los ojos. Era un hombre marcado y ella sufría por él.
Se apoyó en el tronco de un árbol mirando sin ver los otros árboles de la fila de enfrente. Sumida en sus pensamientos, al principio no notó nada extraño, pero cuando se dio cuenta, se irguió de golpe y los pensamientos sobre Nicholas Jonas desaparecieron de su mente a la velocidad de un rayo.
Uno de los árboles tenía las hojas marchitas. Se acercó para examinarlo más de cerca, pero no pudo encontrar nada extraño, ni insectos ni signos de enfermedad. Sin embargo, el árbol estaba enfermo. Cuando bajó la vista y vio la profunda hendidura en la corteza, entendió por qué. Frunció el ceño y se agachó para estudiar la hendidura.
Pasó la mano por el corte que envolvía todo el árbol con consternación. Lo habían cortado con un cuchillo para que las hojas no recibiesen ni nutrientes ni agua. Se estaba muriendo.
Se dio la vuelta y empezó a buscar otros árboles que pudieran haber sido dañados de igual modo. En unos minutos había encontrado media docena.
¿Quién podía hacer algo así? Mientras se formulaba la pregunta, ya conocía la respuesta. Jack estaba detrás de aquello. Se acordó de la conversación que habían tenido el día anterior al salir de misa y de sus palabras de advertencia. «Puedo hacer que las cosas te resulten fáciles, _____. O puedo hacer que te resulten mucho más duras.»
Miró la herida fatal que le habían infligido a uno de los árboles y descubrió colillas de cigarrillo esparcidas alrededor. Se agachó y tomó una de ellas entre los dedos índice y pulgar, sosteniéndola en el aire pensativa. Tanto los hermanos Harlan como su padre fumaban cigarrillos. Y todos ellos trabajaban para Jack en el aserradero. Quizás éste les había encargado un trabajo en la sombra. Dejó caer de nuevo el cigarrillo al suelo.
Conocía a Jack de toda la vida. Sabía que era un fanfarrón. Al volver del norte a los dos años de acabar la guerra, había comprado cada porción de tierra de aquella zona y la mayor parte de los negocios de la ciudad. Ahora quería Peachtree.
Hasta entonces había logrado resistir frente a él. Había rechazado sus ofertas para comprarla y había ignorado sus amenazas para hacer que se marchara. Sabía lo que sentía él por ella y cuán profundamente herido se había sentido cuando su padre no aceptó su petición de cortejarla, pero nunca se había imaginado que pudiera hacer algo así.
Estaba segura de que era Jack quien estaba detrás de los daños contra los árboles, pero no tenía forma de probarlo. Jack era poderoso y tenía amigos yanquis poderosos. Salió del huerto y volvió a casa, desterrando con firmeza sus preocupaciones. Rajar sus árboles era un aviso, una forma de hacerla reaccionar, de intimidarla para que vendiese. No iba a conseguirlo.
_____ lo encontró en la terraza de la entrada principal, sentado en un banco y contemplando el crepúsculo. Estaba tan ensimismado que no pareció percibir su presencia. Se detuvo un minuto a observarlo sin que él se diese cuenta.
Era un hombre impredecible, con un humor que podía cambiar con más rapidez que el tiempo. Recordó cómo se había levantado de la mesa y se había marchado abruptamente cuando Becky le pidió que bendijese la comida, y no podía entender el porqué de aquella reacción.
Se dirigió hacia él y Nicholas levantó la vista al verla acercarse, pero su rostro sin expresión no le dio ninguna pista de lo que estaba pensando.
—Le he guardado un plato de comida —le dijo—. Cuando lo quiera, dígamelo.
No contestó.
Ella se sentó en el banco junto a él.
—Sacaré más camisas de mi hermano esta noche y veré si puedo coserlas para hacerle una que le vaya bien.
Aquello le llamó la atención.
—¿Era de su hermano esta ropa?
Ella asintió.
—Stuart. Murió en la guerra —calló, y luego añadió—: También mi hermano Charles. Los dos murieron en Gettysburg.
Siguió un largo silencio y _____ se sorprendió cuando Nicholas habló.
—Siento lo de sus hermanos —le dijo sin mirarla.
Estaba sorprendida. Lo último que habría esperado de aquel hombre era compasión.
—Bueno, fue hace ocho años —murmuró.
Se apoyó en el banco y observó los torcidos robles, el jardín y el césped que en su día habían hecho de Peachtree un lugar hermoso y elegante. Los robles estaban sin podar, los jardines invadidos por las malas hierbas y el césped sin cuidar.
—¿Sabe?, cuando yo era una niña, solía dormir con mis hermanos aquí afuera las noches de verano. A veces me acuerdo de aquellos días y echo de menos a mis Stuart y Charles. Así que salgo aquí con mi almohada. Es una tontería, ¿verdad? —dijo mirando a Nicholas.
—No —contestó él apretando ligeramente los labios, y apartó la mirada dirigiéndola hacia el jardín—. No es ninguna tontería.
Se quedó callado y _____ pensó que quizás debía volver dentro de la casa y dejarlo solo. Pero entonces volvió a hablar.
—Cuando yo era un chiquillo, mi hermano, mis hermanas y yo dormíamos en el granero.
Nunca antes había hablado de su familia. De hecho, cuando _____ le había preguntado por ella, le había respondido que no tenía familia. Con curiosidad, se giró hacia él deseando averiguar más.
—¿En el granero? ¿No dormían en la casa?
—Bueno, las casas en Irlanda no son como las de aquí. El establo está unido a la vivienda y el granero está en la parte de arriba —la miró y sonrió—. El heno es estupendo para grandes batallas de almohadas.
Notando la malicia de su sonrisa, _____ se rio.
—Supongo que la mayor parte de ellas las empezaba usted.
—Nunca. Era mi hermano Joseph el que siempre comenzaba. Él era el mayor y yo quería parecerme a él como fuese —dijo sonriendo—. Tenía que imitar todo lo que hacía. Al final siempre estábamos los dos metidos en líos. Cuando apenas tenía once años, me enseñó a boxear.
_____ notó la melancolía en su tono.
—Debe echarlo mucho de menos.
—Cada día de mi vida —dijo mientras se desvanecía su sonrisa y desviaba la mirada.
Ella sabía que era un hombre reservado, pero no pudo evitar seguir haciendo preguntas.
—¿Dónde está ahora? ¿Sigue en Irlanda?
Se puso rígido y ella pensó que no iba a responder a su pregunta. Cuando finalmente lo hizo, habló en un tono tan bajo que casi fue un susurro.
—Cuando tenía once años, la hambruna azotó Irlanda. Cuando tenía doce años, vi a los hombres de un terrateniente inglés matar a palos a mi hermano —hizo una pausa y añadió—: por robar una de sus vacas.
_____ trató de disimular su horror.
—¿Y sus hermanas?
Fue como si presenciase cómo se elevaba un muro alrededor de Nicholas dejándola fuera. Él miró a través de ella; era como si el momento de camaradería compartido no hubiera existido nunca.
—Murieron —contestó con un tono que le produjo a _____ un escalofrío—. Murieron de hambre.
El sol despuntaba en el horizonte al día siguiente cuando _____ se dirigió hacia el huerto. El cielo hacia el este estaba teñido de un delicado tono rosa y dorado, un maravilloso amanecer, pero ella no reparó en aquella belleza. Caminó entre los melocotoneros con la mente todavía ocupada en las preocupaciones que la habían tenido despierta gran parte de la noche.
Dios, era un hombre duro, duro y amargo, con un muro a su alrededor de varios metros de altura. Pero un día había sido un niño que había tenido peleas de almohadas con sus hermanos y que se había metido en líos. Había sido un niño que había visto cómo mataban a palos a su hermano y cómo sus hermanas morían de hambre, y que había crecido para convertirse en un hombre torturado en la cárcel. No le extrañaba que estuviera amargado.
_____ reproducía en su mente el momento en que le había contado la historia de su familia, con la voz calmada y la frialdad en los ojos. Era un hombre marcado y ella sufría por él.
Se apoyó en el tronco de un árbol mirando sin ver los otros árboles de la fila de enfrente. Sumida en sus pensamientos, al principio no notó nada extraño, pero cuando se dio cuenta, se irguió de golpe y los pensamientos sobre Nicholas Jonas desaparecieron de su mente a la velocidad de un rayo.
Uno de los árboles tenía las hojas marchitas. Se acercó para examinarlo más de cerca, pero no pudo encontrar nada extraño, ni insectos ni signos de enfermedad. Sin embargo, el árbol estaba enfermo. Cuando bajó la vista y vio la profunda hendidura en la corteza, entendió por qué. Frunció el ceño y se agachó para estudiar la hendidura.
Pasó la mano por el corte que envolvía todo el árbol con consternación. Lo habían cortado con un cuchillo para que las hojas no recibiesen ni nutrientes ni agua. Se estaba muriendo.
Se dio la vuelta y empezó a buscar otros árboles que pudieran haber sido dañados de igual modo. En unos minutos había encontrado media docena.
¿Quién podía hacer algo así? Mientras se formulaba la pregunta, ya conocía la respuesta. Jack estaba detrás de aquello. Se acordó de la conversación que habían tenido el día anterior al salir de misa y de sus palabras de advertencia. «Puedo hacer que las cosas te resulten fáciles, _____. O puedo hacer que te resulten mucho más duras.»
Miró la herida fatal que le habían infligido a uno de los árboles y descubrió colillas de cigarrillo esparcidas alrededor. Se agachó y tomó una de ellas entre los dedos índice y pulgar, sosteniéndola en el aire pensativa. Tanto los hermanos Harlan como su padre fumaban cigarrillos. Y todos ellos trabajaban para Jack en el aserradero. Quizás éste les había encargado un trabajo en la sombra. Dejó caer de nuevo el cigarrillo al suelo.
Conocía a Jack de toda la vida. Sabía que era un fanfarrón. Al volver del norte a los dos años de acabar la guerra, había comprado cada porción de tierra de aquella zona y la mayor parte de los negocios de la ciudad. Ahora quería Peachtree.
Hasta entonces había logrado resistir frente a él. Había rechazado sus ofertas para comprarla y había ignorado sus amenazas para hacer que se marchara. Sabía lo que sentía él por ella y cuán profundamente herido se había sentido cuando su padre no aceptó su petición de cortejarla, pero nunca se había imaginado que pudiera hacer algo así.
Estaba segura de que era Jack quien estaba detrás de los daños contra los árboles, pero no tenía forma de probarlo. Jack era poderoso y tenía amigos yanquis poderosos. Salió del huerto y volvió a casa, desterrando con firmeza sus preocupaciones. Rajar sus árboles era un aviso, una forma de hacerla reaccionar, de intimidarla para que vendiese. No iba a conseguirlo.
Andrea P. Jonas:)
Re: "Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA
Capitulo 9 PARTE 2
Cuando Nicholas se despertó se encontró con un jarro de agua fresca y dos camisas perfectamente dobladas junto a la puerta de su habitación. Se agachó con un brazo alrededor de sus costillas a modo de apoyo y cogió una de ellas. _____ le había prometido que iba a confeccionar algunas camisas que le fuesen bien y había cumplido su promesa. Se quitó la camisa rota del día anterior y se puso una de las nuevas. Le quedaba perfecta.
Utilizó el agua del jarro y después salió de la habitación y se dirigió hacia la cocina de donde salía un aroma dulce y delicioso. _____ estaba allí de pie junto a la mesa de la cocina, utilizando una espátula para coger lo que parecían galletas de una lámina de estaño y dejarlas en un plato.
—No sé lo que está haciendo —dijo desde la puerta—, pero quiero probarlo.
Ella levantó la mirada y le sonrió.
—Es usted como las niñas, deseando comerse las galletas recién sacadas del horno.
Él fue hasta _____ y cogió una de las galletas del plato. Ella le lanzó una mirada recriminatoria mientras ponía cucharadas de masa sobre la lámina.
—¿Dónde están las niñas? —preguntó dándole un mordisco a la galleta.
—Han ido a casa de los Johnson a pasar el día.
Se acabó la galleta y alargó la mano para coger otra, pero ella apartó el plato.
—Un hombre no debe tomar galletas para desayunar —le dijo con severidad—. Deme un segundo y le prepararé un buen desayuno.
—Gracias.
Nicholas se sentó y se quedó mirando cómo _____ se movía por la cocina, recordándole vagamente cuándo había sido la última vez que una mujer le había hecho el desayuno. Alguien en Maryland, creía recordar, o quizás en Virginia. Una mujer que había ido a verlo a una de las peleas. Después se le había acercado para susurrarle que podía tenerla a ella para cenar y unos huevos para desayunar. Había aceptado la primera parte de la oferta, pero no la segunda. Al acabar, ella se durmió y él se marchó de la ciudad. Olía a colonia y a tabaco, era pelirroja y llevaba un camisón de seda rosa. Era curioso cómo podía recordar esos detalles, pero no su nombre.
Observó a _____ y no dejó de sorprenderle lo diferente que era de la mujer de seda rosa. _____ Maitland llevaba vestidos abrochados hasta la barbilla, olía a clavo y a vainilla y tenía ojos de color chocolate. Como para comérselos, pensó y automáticamente se preguntó qué le estaba ocurriendo.
Las mujeres como ella no eran para tipos como él. Prefería con diferencia pelirrojas fáciles que cogían su dinero y lo dejaban libre, mujeres a las que no les importaba que blasfemara y cuyos nombres no tenía que recordar, mujeres que no necesitaban lo que él no podía dar y que no tenían hijas que querían un padre.
_____ se acercó a la mesa y dejó un plato frente a él. Nicholas lo miró un momento y luego le miró a ella de nuevo.
—¿Qué es esto? —preguntó con curiosidad, señalando una esquina del plato.
—Maíz semimolido —contestó ella. Vio que no le aclaraba mucho—. No creo que lo haya probado nunca, pero aquí en Luisiana lo comemos mucho. Es delicioso.
Él siguió mirándola con escepticismo.
—No creo que pueda fiarme de la opinión de una mujer que me da té verde —dijo cogiendo el tenedor.
—Bueno, si no le gusta lo que cocino, puede cocinar usted a partir de ahora.
Él rio al ver cómo _____ levantaba la barbilla.
—Me encantaría, pero me temo que pasaría hambre.
Ella rio y se alejó para dejarle desayunar tranquilo. Pero Nicholas se dio cuenta de que lo seguía observando mientras él se llevaba a la boca un puñado de maíz semimolido y supo que estaba esperando a ver qué le parecía. Comió un poco y se preguntó cómo alguien en Luisiana o en el resto del mundo podía tragar aquello. Era como masticar mantequilla hecha de pasta de papel. Pero él nunca despreciaba la comida.
—Delicioso —dijo.
Complacida, _____ le deleitó con aquella impresionante sonrisa, una sonrisa que bien merecía comer un poco más de pasta de papel.
—No diría lo mismo si hubiera llegado hace ocho años —dijo ella mientras vertía el café en una taza—. La vieja Sally, nuestra cocinera, acababa de morir y yo empecé a ocuparme de la comida. Nunca antes había cocinado. Mi madre siempre pensó que no era algo necesario para una dama —añadió con una sonrisa irónica—. Mi primera comida fue un desastre —continuó mientras le llevaba la taza—. Gracias a Dios, mi abuela tenía un montón de recetas que había anotado en su diario. Si no hubiese encontrado ese diario, nunca habría aprendido a cocinar.
Mientras Nicholas se tomaba el desayuno, _____ acabó de hacer las galletas. Cuando apartó el plato y se levantó de la mesa, ella oyó su queja de dolor.
—Supongo que las costillas todavía le duelen, ¿no?
No contestó, pero no hacía falta. _____ se dirigió a la despensa a coger su botiquín.
—Tengo un linimento de alcanfor que hace maravillas.
—No se moleste, estoy bien.
—No es ninguna molestia —contestó ella y salió de la despensa con un rollo de vendas nuevo y su botiquín—. Quiero echar un vistazo a sus costillas para asegurarme de que están curándose bien —continuó atravesando la cocina y colocándose frente a él—, y tengo que cambiarle el vendaje.
Dejó el botiquín y el rollo de vendas en la mesa junto a ella y después se giró hacia Nicholas, pero éste negó con la cabeza.
—No hace falta. Le he dicho que estoy bien.
—No está bien. Es un hombre con las costillas rotas y sé que le duelen, así que, por favor, quítese la camisa y no discuta conmigo.
_____ estaba segura de que iba a negarse, pero Nicholas al final cedió.
—Es una pena que no dejen a las mujeres entrar en el ejército —murmuró mientras se desabrochaba la camisa—. Si hubiese estado con ellos, los confederados podrían haber ganado la guerra.
_____ le lanzó una mirada irónica mientras Nicholas se quitaba la camisa. Abrió el botiquín y sacó una botella de linimento, después se volvió hacia él y puso una mano sobre sus costillas, apretando suavemente con los dedos.
—¡Ay! —chilló Nicholas, apartándose—. ¡Jesús, deje de pincharme!
—No blasfeme delante de mí, por favor —movió la mano y volvió a apretar viendo la mueca de dolor de Nicholas—. Parece que se están soldando bastante bien, pero creo que tardarán semanas en estar completamente curadas.
Quitó los imperdibles y empezó a desenrollar las vendas que envolvían las costillas rotas de Nicholas. Al hacerlo se vio obligada a tomarle la cintura con los brazos y de pronto fue sumamente consciente de él, de sus tendones, de sus músculos, de su sólida masculinidad. Fue una sensación inesperada que la dejó sin respiración y que le devolvió la imagen de Nicholas de pie desnudo junto a la cama. Una sensación cálida y dolorosa le recorrió los brazos y le hizo desear apoyarse contra él. Le temblaron las manos y se le escapó el vendaje, que se desenrolló hasta caer al suelo.
—Ay, madre mía —cogió la tela del suelo, la dejó en la mesa y después tomó el bote de linimento. Quitó el tapón, puso un poco del líquido en sus manos y empezó a extender el aceite acre por la piel de su torso desnudo.
Oyó cómo Nicholas tomaba aire abruptamente y se detuvo a mirarlo.
—¿Le he hecho daño?
—No —contestó, pero su voz sonaba tensa y su respiración entrecortada. Un músculo le tembló en la mandíbula—. No, no me ha… hecho daño.
_____ procuró acabar lo más rápido posible. Aunque intentaba centrar su atención en sus manos, éstas no le respondían como deberían y sus movimientos resultaban terriblemente torpes. Finalmente, consiguió atar el vendaje nuevo alrededor de sus costillas.
—Listo —dijo, pero en lugar de apartarse como sabía que debía hacer, se quedó donde estaba. Tenía la palma de la mano apoyada en el cuerpo de Nicholas y podía notar el calor de su piel a través de la venda—. ¿Lo nota bien?
Él no contestó y _____ lo miró a la cara.
Tenía los ojos azules nublados, casi tiernos, y contrastaban con la dureza de sus rasgos. Tenía los labios ligeramente curvados, como si estuviera divirtiéndose. _____ bajó la mano nerviosa y se apartó.
Él la cogió por la muñeca.
—No pare ahora, amor —murmuró acariciándole la palma de la mano con el dedo pulgar—. Ahora me estaba empezando a gustar.
Nicholas le sonrió, con una sonrisa ardiente y cómplice. Ella apartó la mano y escondió la cabeza entre los hombros. Al hacerlo, pasó la vista por el cuerpo de Nicholas y percibió los abultados botones de sus pantalones. Se quedó mirando fijamente. Se dio cuenta de pronto de lo que estaba pasando y, mortificada, sintió que se ponía como la grana. Se separó de él, se dio la vuelta y huyó.
Nicholas miró entre divertido y disgustado cómo _____ se iba por la puerta de atrás, con el cuerpo todavía tembloroso por la excitación. Dios, ¿qué es lo que esperaba tocándolo de aquella manera? Puede que no estuviera en su mejor momento, pero no estaba muerto.
Podía reconocer la inocencia, pero también podía reconocer el deseo. Y la curiosidad. Era una auténtica revelación descubrir que bajo la apariencia almidonada y remilgada de _____ Maitland, había una auténtica mujer.
—¿Quién lo iba a decir? —murmuró.
Se puso la camisa, dio un sorbo al café y salió de la casa. No sabía a dónde iba, pero no importaba. Realmente no había a donde ir.
_____ estaba en el jardín de rodillas. No levantó la vista a su paso, sino que mantuvo la mirada fija en los pepinos que estaba recogiendo, como si fuese algo fascinante. Todavía tenía las mejillas encendidas.
Un segundo más y habría tomado lo que ni siquiera ella sabía que estaba ofreciendo. Un segundo más tocándolo, con los labios inconscientemente a la espera de un beso, y habría mandado al diablo sus costillas rotas y su palpitante inocencia. Era evidente que no tenía ni idea del juego al que estaba jugando, ni idea de lo que arriesgaba.
Nicholas recordó las palabras de Sophi y se recordó a sí mismo que lo que arriesgaba era mucho. Pero todavía podía sentir el tacto de las manos de _____, un tacto que aliviaba y excitaba al mismo tiempo, un tacto inocente y provocativo a la vez. Sabía que si le tocaba así otra vez, iba a dejar muy claro cuál era el juego y estaba dispuesto a disfrutarlo.
Durante los días que siguieron, _____ evitó a Nicholas todo lo que pudo. El incidente que había tenido lugar en la cocina había sido embarazoso y extraño. Pero en realidad poco importaban sus esfuerzos ímprobos por evitarlo. Porque su mente se empeñaba en recordarle el mortificante incidente una y otra vez y cada vez que pensaba en sus ojos nublados y medio cerrados y en su voz baja y seductora, las rodillas se le doblaban como a una estúpida.
Había sido culpa suya. No debería haberlo tocado de una manera tan íntima. Echando la vista atrás, no entendía la fuerza que la había poseído. Había sido incapaz de parar. Era como si la simple y solterona _____, temerosa de Dios, hubiese sufrido una intensa transformación bajo el influjo de aquella intensa mirada azul y se hubiese convertido en una desvergonzada Dalila.
Cada vez que pensaba en ello, volvía a sentirse invadida por una tremenda vergüenza y, al mismo tiempo, por una extraña excitación que la dejaba sin aliento y que estaba segura no podía ser otra cosa que debilidad. Por todo ello, cuando estaba cerca de él, mantenía una actitud escrupulosamente rígida y formal.
Una semana después de que Nicholas hubiese abandonado la cama, se despertó y salió por la cocina al porche trasero. Allí estaban _____ y las niñas intentando bañar a Chester. _____ tenía hundidos los brazos hasta los codos en la espuma del jabón y hacía esfuerzos para que el perro no saliese corriendo del barreño de agua, así que estaba demasiado ocupada como para que la presencia de Nicholas la avergonzase.
Totalmente calado y con un aspecto lastimero, Chester ni siquiera se molestó en ladrarle a Nicholas, y rodeado como estaba por cuatro mujeres, tampoco cabía la posibilidad de que el pobre animal pudiera escapar. Nicholas apoyó un hombro en el quicio de la puerta y sintió una cierta satisfacción al ver lo desgraciado que se sentía el perro.
—Está bien, niñas —dijo _____—, vamos a aclararlo. No le va a gustar, pero Chester tiene que estar limpio y bonito para la fiesta.
—Mi fiesta de cumpleaños —añadió Marian.
Nicholas vio cómo _____ se agachaba hasta estar a la altura de Marian.
—Eso es —dijo sonriendo a la niña—. Pero ya sabes que Chester odia el agua. Así que agárralo bien y con fuerza, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, mamá —dijo Marian hundiendo sus pequeños puños en el pelo húmedo y enjabonado de Chester—. Lo tengo.
Nicholas se rio al verla. Chester la doblaba en tamaño, y si decidía salir corriendo, la pequeña Marian no tendría forma de retenerlo.
_____ se levantó y cogió el cubo de agua que tenía a su lado.
—De acuerdo, chicas. Allá vamos, sujetadlo.
Chester no les dio opción. Cuando _____ levantó el cubo por encima de su cabeza, el perro salió de un salto del barreño de agua desasiéndose con facilidad de la sujeción de las tres niñas y, de paso, golpeó el brazo de _____ y logró que una cascada de agua cayese sobre su vestido.
Chester se detuvo para sacudirse el agua y lanzó espuma por todos lados. Después se marchó escapando por las escaleras del porche antes de que nadie pudiera sujetarlo. Las niñas salieron corriendo detrás del animal y _____ lanzó un gemido de desespero. Nicholas se echó a reír, y aunque le dolían muchísimo las costillas, no pudo parar.
_____ se dio la vuelta al oír su risa y lo observó con sorpresa.
—Bueno, nunca pensé que oiría algo así —murmuró.
—¿El qué?
—Su risa —dijo dejando a un lado el cubo y apartándose un mechón de pelo mojado de los ojos—. Estaba empezando a preguntarme si sabía reírse.
—Sí sé —y mientras lo decía se dio cuenta de que no podía acordarse de la última vez que se había reído de verdad, no con su risa cínica y maliciosa, sino con risa genuina y espontánea. Sabía que había sido hacía mucho tiempo.
Bajó la mirada y su sonrisa desapareció. El vestido de _____, totalmente empapado, se le pegaba al cuerpo de manera provocadora y Nicholas detuvo la mirada el tiempo suficiente para apreciar las curvas bien formadas que escondía el vestido marrón gastado, acordándose de cómo le había tocado aquella mañana siete días atrás. Se preguntó cómo podría lograr que lo hiciera de nuevo.
La miró a la cara y al ver sus labios abiertos y sus ojos más grandes, supo que ella también estaba pensando en aquella mañana. Dio un paso hacia ella, pero _____ dio un paso hacia atrás. Nicholas vio la cautela en sus ojos y supo que no era muy esperanzador. Dio otro paso hacia ella y justo en ese momento sonaron unas carcajadas.
Miró hacia el jardín, más allá de _____, y lo que vio hizo que rompiese de nuevo a reír, olvidando la aprensión de la mujer.
—Será mejor que vaya a buscar algo de agua fresca —le advirtió—. Creo que la va a necesitar.
_____ parpadeó y lo miró inexpresiva.
—¿Qué?
Él señaló el jardín y ella giró la cabeza. El pelo húmedo de Chester se había mezclado con la tierra del polvoriento jardín y era todo barro. Las niñas habían conseguido atraparlo tumbándolo en el suelo, pero al hacerlo, estaban todas tan sucias como el animal.
—¡Lo tenemos, mamá! —gritó Marian, soltando al perro para hacer señales a su madre con el brazo lleno de tierra—. ¡Lo tenemos!
_____ gimió de nuevo, esta vez derrotada.
Pero no se dio por vencida mucho rato. Mandó a las niñas al estanque a nadar con una cesta de bocadillos, la mejor manera de que se quitasen el barro.
En cuanto a Chester, decidió que no iba a dejar que el perro se saliese con la suya. Cogió agua fresca del pozo y una larga cuerda del establo. Con la cuerda alrededor del cuello del animal y atada a la barandilla del porche, el pobre Chester no tenía escapatoria, para diversión de Nicholas.
—No parecen gustarle mucho los baños, ¿no?
_____ dio un salto hacia atrás cuando Chester, intentando con valentía soltarse de la cuerda que le rodeaba el cuello, se sacudió y le regó el vestido todavía húmedo con otra ducha de agua.
—No —contestó—. Nunca le ha gustado el agua. Creo que un granjero de por aquí intentó ahogarlo cuando era un cachorro. —Miró a Nicholas—. Es triste reconocerlo, pero a veces les hacen estas cosas. Cuando lo encontré, estaba herido y pensé que algún zorro le había dado un par de mordiscos antes de que pudiera escapar. No podía dejarlo abandonado herido, así que lo traje a casa.
El comentario no le sorprendió a Nicholas en absoluto y pensó que Chester y él tenían algo en común.
Cuando _____ terminó de bañar al perro, le secó el pelo húmedo con una toalla, pero no tenía ninguna intención de dejarlo corretear por la tierra hasta que no estuviese seco del todo. Desató la cuerda, lo cogió con fuerza por el pescuezo y lo condujo hasta el interior de la casa, donde lo soltó. Al fin libre de la tortura, Chester salió corriendo a través de la cocina.
—Creo que ha ido a esconderse —comentó Nicholas desde la entrada.
—Saldrá cuando las niñas vuelvan a casa —contestó _____, y se acercó al fuego—. Por lo menos me dejará tranquila mientras hago el pastel.
—Así que hoy es el cumpleaños de la pequeña Marian, ¿no?
—Hoy cumple seis años —dijo _____ asintiendo—. Está muy excitada porque este año empezará a ir a la escuela con Becky y Sophi. —Mientras hablaba, abrió la cocina y empezó a echar el carbón—. Le vamos a preparar una fiesta esta tarde.
_____ le preparó el desayuno y, mientras comía, Nicholas observó cómo mezclaba los ingredientes en una cazuela, leyendo en voz alta de un manoseado diario.
—Ponerlo a fuego lento y remover hasta que esté espeso, echando los huevos uno a uno —murmuró llevando la cazuela hacia los fogones.
Al cabo de un momento, dejó de remover y lanzó una exclamación irritada.
—Señor Jonas, ¿le importaría echar un vistazo a la receta y decirme cuántos huevos se supone que tengo que echar?
Nicholas no contestó, y cuando le miró, _____ supo por qué. Estaba mirando fijamente el diario abierto sobre la mesa. Ella levantó la cazuela del fuego para que el pastel no se quemase y cargó con ella hasta la mesa. Él le acercó el diario sin levantar la vista y ella miró la receta.
—Tres huevos —murmuró distraída, y luego miró a Nicholas. Estaba mirando fijamente la mesa como si fuese algo fascinante.
—No sabe leer, ¿verdad? —dijo ella suavemente.
—No —contestó él con la mirada fija en el mantel de cuadros escoceses azules y blancos.
—Y he estado todos estos días llevándole libros pensando que le ayudarían a pasar el rato. ¿Por qué no me lo ha dicho?
No contestó, pero no tenía que hacerlo. Ella sabía la respuesta por la forma en la que la miró. _____ observó su cabeza gacha y se dio cuenta de lo orgulloso que era.
—Si quiere, puedo enseñarle a leer —se ofreció, procurando que la propuesta sonase despreocupada.
—No.
—La verdad es que no es difícil, podría…
—No.
—Señor Jonas, no es ninguna vergüenza no saber hacer algo. La vergüenza es no atreverse a intentar aprenderlo.
—¿Atreverse? —levantó la cabeza y sus ojos se tornaron repentinamente peligrosos—. No tiene ni idea de las cosas a las que me atrevo o de las cosas que me avergüenzan. Así que no haga ver que lo sabe.
La miró ferozmente, con la intención de hacerle bajar la vista con su frío desafío. Era una mirada que _____ comenzaba a comprender, una mirada pensada para intimidar a los demás y que así no se acercasen demasiado a él. Decidió ignorarla.
—¿Sabe qué? El tejado está en muy mal estado —dijo y volvió a remover la masa del pastel—. Tiene goteras desde hace un par de años. Hace un año, vendí dos cerdos y compré todos los utensilios para que Nate, el hombre que trabajaba aquí, lo arreglase. Pero murió el verano pasado y el tejado se quedó como estaba. Así que tengo toda la última planta llena de latas de hojalata para recoger el agua que cae —suspiró—. Sé que tendría que subir y reparar el tejado yo misma, pero no consigo armarme de valor para hacerlo. Y me avergüenza ser una cobarde.
Nicholas la miró fijamente sin entender muy bien a qué venía todo aquello.
—Es que tengo miedo a las alturas —levantó la cuchara y vio cómo la masa de vainilla caía despacio a la cazuela—. Siempre me han dado miedo. Mi madre decía que era porque mi hermano Charles me tuvo colgada de la barandilla de la terraza del piso de arriba cuando tenía tres años. Yo no me acuerdo, pero nunca me he atrevido a pasear por esa terraza. Mi madre decía que mi hermano sólo estaba jugando y que no sabía que me asustaría ni que me podría haber hecho daño. El caso es que cuando mi padre se cayó de la escalera hace seis años, me entró aún más miedo de las alturas. Así que no consigo tener agallas suficientes para reparar el tejado.
Dejó caer la cuchara en el cazo y lo miró.
—Todos tenemos nuestros miedos, señor Jonas, y nuestras debilidades, y cosas de las que nos avergonzamos.
Se dio la vuelta pero añadió suavemente:
—Pero si alguna vez decide que quiere aprender a leer, me lo dice. Estaré encantada de enseñarle.
—No estaré tanto tiempo.
_____ puso el cazo en el fuego y supo que lo que decía era verdad. En unas semanas, se habría marchado. Pensar en su partida debería haberla llenado de alivio. Pero no fue así, y no entendía por qué.
Cuando Nicholas se despertó se encontró con un jarro de agua fresca y dos camisas perfectamente dobladas junto a la puerta de su habitación. Se agachó con un brazo alrededor de sus costillas a modo de apoyo y cogió una de ellas. _____ le había prometido que iba a confeccionar algunas camisas que le fuesen bien y había cumplido su promesa. Se quitó la camisa rota del día anterior y se puso una de las nuevas. Le quedaba perfecta.
Utilizó el agua del jarro y después salió de la habitación y se dirigió hacia la cocina de donde salía un aroma dulce y delicioso. _____ estaba allí de pie junto a la mesa de la cocina, utilizando una espátula para coger lo que parecían galletas de una lámina de estaño y dejarlas en un plato.
—No sé lo que está haciendo —dijo desde la puerta—, pero quiero probarlo.
Ella levantó la mirada y le sonrió.
—Es usted como las niñas, deseando comerse las galletas recién sacadas del horno.
Él fue hasta _____ y cogió una de las galletas del plato. Ella le lanzó una mirada recriminatoria mientras ponía cucharadas de masa sobre la lámina.
—¿Dónde están las niñas? —preguntó dándole un mordisco a la galleta.
—Han ido a casa de los Johnson a pasar el día.
Se acabó la galleta y alargó la mano para coger otra, pero ella apartó el plato.
—Un hombre no debe tomar galletas para desayunar —le dijo con severidad—. Deme un segundo y le prepararé un buen desayuno.
—Gracias.
Nicholas se sentó y se quedó mirando cómo _____ se movía por la cocina, recordándole vagamente cuándo había sido la última vez que una mujer le había hecho el desayuno. Alguien en Maryland, creía recordar, o quizás en Virginia. Una mujer que había ido a verlo a una de las peleas. Después se le había acercado para susurrarle que podía tenerla a ella para cenar y unos huevos para desayunar. Había aceptado la primera parte de la oferta, pero no la segunda. Al acabar, ella se durmió y él se marchó de la ciudad. Olía a colonia y a tabaco, era pelirroja y llevaba un camisón de seda rosa. Era curioso cómo podía recordar esos detalles, pero no su nombre.
Observó a _____ y no dejó de sorprenderle lo diferente que era de la mujer de seda rosa. _____ Maitland llevaba vestidos abrochados hasta la barbilla, olía a clavo y a vainilla y tenía ojos de color chocolate. Como para comérselos, pensó y automáticamente se preguntó qué le estaba ocurriendo.
Las mujeres como ella no eran para tipos como él. Prefería con diferencia pelirrojas fáciles que cogían su dinero y lo dejaban libre, mujeres a las que no les importaba que blasfemara y cuyos nombres no tenía que recordar, mujeres que no necesitaban lo que él no podía dar y que no tenían hijas que querían un padre.
_____ se acercó a la mesa y dejó un plato frente a él. Nicholas lo miró un momento y luego le miró a ella de nuevo.
—¿Qué es esto? —preguntó con curiosidad, señalando una esquina del plato.
—Maíz semimolido —contestó ella. Vio que no le aclaraba mucho—. No creo que lo haya probado nunca, pero aquí en Luisiana lo comemos mucho. Es delicioso.
Él siguió mirándola con escepticismo.
—No creo que pueda fiarme de la opinión de una mujer que me da té verde —dijo cogiendo el tenedor.
—Bueno, si no le gusta lo que cocino, puede cocinar usted a partir de ahora.
Él rio al ver cómo _____ levantaba la barbilla.
—Me encantaría, pero me temo que pasaría hambre.
Ella rio y se alejó para dejarle desayunar tranquilo. Pero Nicholas se dio cuenta de que lo seguía observando mientras él se llevaba a la boca un puñado de maíz semimolido y supo que estaba esperando a ver qué le parecía. Comió un poco y se preguntó cómo alguien en Luisiana o en el resto del mundo podía tragar aquello. Era como masticar mantequilla hecha de pasta de papel. Pero él nunca despreciaba la comida.
—Delicioso —dijo.
Complacida, _____ le deleitó con aquella impresionante sonrisa, una sonrisa que bien merecía comer un poco más de pasta de papel.
—No diría lo mismo si hubiera llegado hace ocho años —dijo ella mientras vertía el café en una taza—. La vieja Sally, nuestra cocinera, acababa de morir y yo empecé a ocuparme de la comida. Nunca antes había cocinado. Mi madre siempre pensó que no era algo necesario para una dama —añadió con una sonrisa irónica—. Mi primera comida fue un desastre —continuó mientras le llevaba la taza—. Gracias a Dios, mi abuela tenía un montón de recetas que había anotado en su diario. Si no hubiese encontrado ese diario, nunca habría aprendido a cocinar.
Mientras Nicholas se tomaba el desayuno, _____ acabó de hacer las galletas. Cuando apartó el plato y se levantó de la mesa, ella oyó su queja de dolor.
—Supongo que las costillas todavía le duelen, ¿no?
No contestó, pero no hacía falta. _____ se dirigió a la despensa a coger su botiquín.
—Tengo un linimento de alcanfor que hace maravillas.
—No se moleste, estoy bien.
—No es ninguna molestia —contestó ella y salió de la despensa con un rollo de vendas nuevo y su botiquín—. Quiero echar un vistazo a sus costillas para asegurarme de que están curándose bien —continuó atravesando la cocina y colocándose frente a él—, y tengo que cambiarle el vendaje.
Dejó el botiquín y el rollo de vendas en la mesa junto a ella y después se giró hacia Nicholas, pero éste negó con la cabeza.
—No hace falta. Le he dicho que estoy bien.
—No está bien. Es un hombre con las costillas rotas y sé que le duelen, así que, por favor, quítese la camisa y no discuta conmigo.
_____ estaba segura de que iba a negarse, pero Nicholas al final cedió.
—Es una pena que no dejen a las mujeres entrar en el ejército —murmuró mientras se desabrochaba la camisa—. Si hubiese estado con ellos, los confederados podrían haber ganado la guerra.
_____ le lanzó una mirada irónica mientras Nicholas se quitaba la camisa. Abrió el botiquín y sacó una botella de linimento, después se volvió hacia él y puso una mano sobre sus costillas, apretando suavemente con los dedos.
—¡Ay! —chilló Nicholas, apartándose—. ¡Jesús, deje de pincharme!
—No blasfeme delante de mí, por favor —movió la mano y volvió a apretar viendo la mueca de dolor de Nicholas—. Parece que se están soldando bastante bien, pero creo que tardarán semanas en estar completamente curadas.
Quitó los imperdibles y empezó a desenrollar las vendas que envolvían las costillas rotas de Nicholas. Al hacerlo se vio obligada a tomarle la cintura con los brazos y de pronto fue sumamente consciente de él, de sus tendones, de sus músculos, de su sólida masculinidad. Fue una sensación inesperada que la dejó sin respiración y que le devolvió la imagen de Nicholas de pie desnudo junto a la cama. Una sensación cálida y dolorosa le recorrió los brazos y le hizo desear apoyarse contra él. Le temblaron las manos y se le escapó el vendaje, que se desenrolló hasta caer al suelo.
—Ay, madre mía —cogió la tela del suelo, la dejó en la mesa y después tomó el bote de linimento. Quitó el tapón, puso un poco del líquido en sus manos y empezó a extender el aceite acre por la piel de su torso desnudo.
Oyó cómo Nicholas tomaba aire abruptamente y se detuvo a mirarlo.
—¿Le he hecho daño?
—No —contestó, pero su voz sonaba tensa y su respiración entrecortada. Un músculo le tembló en la mandíbula—. No, no me ha… hecho daño.
_____ procuró acabar lo más rápido posible. Aunque intentaba centrar su atención en sus manos, éstas no le respondían como deberían y sus movimientos resultaban terriblemente torpes. Finalmente, consiguió atar el vendaje nuevo alrededor de sus costillas.
—Listo —dijo, pero en lugar de apartarse como sabía que debía hacer, se quedó donde estaba. Tenía la palma de la mano apoyada en el cuerpo de Nicholas y podía notar el calor de su piel a través de la venda—. ¿Lo nota bien?
Él no contestó y _____ lo miró a la cara.
Tenía los ojos azules nublados, casi tiernos, y contrastaban con la dureza de sus rasgos. Tenía los labios ligeramente curvados, como si estuviera divirtiéndose. _____ bajó la mano nerviosa y se apartó.
Él la cogió por la muñeca.
—No pare ahora, amor —murmuró acariciándole la palma de la mano con el dedo pulgar—. Ahora me estaba empezando a gustar.
Nicholas le sonrió, con una sonrisa ardiente y cómplice. Ella apartó la mano y escondió la cabeza entre los hombros. Al hacerlo, pasó la vista por el cuerpo de Nicholas y percibió los abultados botones de sus pantalones. Se quedó mirando fijamente. Se dio cuenta de pronto de lo que estaba pasando y, mortificada, sintió que se ponía como la grana. Se separó de él, se dio la vuelta y huyó.
Nicholas miró entre divertido y disgustado cómo _____ se iba por la puerta de atrás, con el cuerpo todavía tembloroso por la excitación. Dios, ¿qué es lo que esperaba tocándolo de aquella manera? Puede que no estuviera en su mejor momento, pero no estaba muerto.
Podía reconocer la inocencia, pero también podía reconocer el deseo. Y la curiosidad. Era una auténtica revelación descubrir que bajo la apariencia almidonada y remilgada de _____ Maitland, había una auténtica mujer.
—¿Quién lo iba a decir? —murmuró.
Se puso la camisa, dio un sorbo al café y salió de la casa. No sabía a dónde iba, pero no importaba. Realmente no había a donde ir.
_____ estaba en el jardín de rodillas. No levantó la vista a su paso, sino que mantuvo la mirada fija en los pepinos que estaba recogiendo, como si fuese algo fascinante. Todavía tenía las mejillas encendidas.
Un segundo más y habría tomado lo que ni siquiera ella sabía que estaba ofreciendo. Un segundo más tocándolo, con los labios inconscientemente a la espera de un beso, y habría mandado al diablo sus costillas rotas y su palpitante inocencia. Era evidente que no tenía ni idea del juego al que estaba jugando, ni idea de lo que arriesgaba.
Nicholas recordó las palabras de Sophi y se recordó a sí mismo que lo que arriesgaba era mucho. Pero todavía podía sentir el tacto de las manos de _____, un tacto que aliviaba y excitaba al mismo tiempo, un tacto inocente y provocativo a la vez. Sabía que si le tocaba así otra vez, iba a dejar muy claro cuál era el juego y estaba dispuesto a disfrutarlo.
Durante los días que siguieron, _____ evitó a Nicholas todo lo que pudo. El incidente que había tenido lugar en la cocina había sido embarazoso y extraño. Pero en realidad poco importaban sus esfuerzos ímprobos por evitarlo. Porque su mente se empeñaba en recordarle el mortificante incidente una y otra vez y cada vez que pensaba en sus ojos nublados y medio cerrados y en su voz baja y seductora, las rodillas se le doblaban como a una estúpida.
Había sido culpa suya. No debería haberlo tocado de una manera tan íntima. Echando la vista atrás, no entendía la fuerza que la había poseído. Había sido incapaz de parar. Era como si la simple y solterona _____, temerosa de Dios, hubiese sufrido una intensa transformación bajo el influjo de aquella intensa mirada azul y se hubiese convertido en una desvergonzada Dalila.
Cada vez que pensaba en ello, volvía a sentirse invadida por una tremenda vergüenza y, al mismo tiempo, por una extraña excitación que la dejaba sin aliento y que estaba segura no podía ser otra cosa que debilidad. Por todo ello, cuando estaba cerca de él, mantenía una actitud escrupulosamente rígida y formal.
Una semana después de que Nicholas hubiese abandonado la cama, se despertó y salió por la cocina al porche trasero. Allí estaban _____ y las niñas intentando bañar a Chester. _____ tenía hundidos los brazos hasta los codos en la espuma del jabón y hacía esfuerzos para que el perro no saliese corriendo del barreño de agua, así que estaba demasiado ocupada como para que la presencia de Nicholas la avergonzase.
Totalmente calado y con un aspecto lastimero, Chester ni siquiera se molestó en ladrarle a Nicholas, y rodeado como estaba por cuatro mujeres, tampoco cabía la posibilidad de que el pobre animal pudiera escapar. Nicholas apoyó un hombro en el quicio de la puerta y sintió una cierta satisfacción al ver lo desgraciado que se sentía el perro.
—Está bien, niñas —dijo _____—, vamos a aclararlo. No le va a gustar, pero Chester tiene que estar limpio y bonito para la fiesta.
—Mi fiesta de cumpleaños —añadió Marian.
Nicholas vio cómo _____ se agachaba hasta estar a la altura de Marian.
—Eso es —dijo sonriendo a la niña—. Pero ya sabes que Chester odia el agua. Así que agárralo bien y con fuerza, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, mamá —dijo Marian hundiendo sus pequeños puños en el pelo húmedo y enjabonado de Chester—. Lo tengo.
Nicholas se rio al verla. Chester la doblaba en tamaño, y si decidía salir corriendo, la pequeña Marian no tendría forma de retenerlo.
_____ se levantó y cogió el cubo de agua que tenía a su lado.
—De acuerdo, chicas. Allá vamos, sujetadlo.
Chester no les dio opción. Cuando _____ levantó el cubo por encima de su cabeza, el perro salió de un salto del barreño de agua desasiéndose con facilidad de la sujeción de las tres niñas y, de paso, golpeó el brazo de _____ y logró que una cascada de agua cayese sobre su vestido.
Chester se detuvo para sacudirse el agua y lanzó espuma por todos lados. Después se marchó escapando por las escaleras del porche antes de que nadie pudiera sujetarlo. Las niñas salieron corriendo detrás del animal y _____ lanzó un gemido de desespero. Nicholas se echó a reír, y aunque le dolían muchísimo las costillas, no pudo parar.
_____ se dio la vuelta al oír su risa y lo observó con sorpresa.
—Bueno, nunca pensé que oiría algo así —murmuró.
—¿El qué?
—Su risa —dijo dejando a un lado el cubo y apartándose un mechón de pelo mojado de los ojos—. Estaba empezando a preguntarme si sabía reírse.
—Sí sé —y mientras lo decía se dio cuenta de que no podía acordarse de la última vez que se había reído de verdad, no con su risa cínica y maliciosa, sino con risa genuina y espontánea. Sabía que había sido hacía mucho tiempo.
Bajó la mirada y su sonrisa desapareció. El vestido de _____, totalmente empapado, se le pegaba al cuerpo de manera provocadora y Nicholas detuvo la mirada el tiempo suficiente para apreciar las curvas bien formadas que escondía el vestido marrón gastado, acordándose de cómo le había tocado aquella mañana siete días atrás. Se preguntó cómo podría lograr que lo hiciera de nuevo.
La miró a la cara y al ver sus labios abiertos y sus ojos más grandes, supo que ella también estaba pensando en aquella mañana. Dio un paso hacia ella, pero _____ dio un paso hacia atrás. Nicholas vio la cautela en sus ojos y supo que no era muy esperanzador. Dio otro paso hacia ella y justo en ese momento sonaron unas carcajadas.
Miró hacia el jardín, más allá de _____, y lo que vio hizo que rompiese de nuevo a reír, olvidando la aprensión de la mujer.
—Será mejor que vaya a buscar algo de agua fresca —le advirtió—. Creo que la va a necesitar.
_____ parpadeó y lo miró inexpresiva.
—¿Qué?
Él señaló el jardín y ella giró la cabeza. El pelo húmedo de Chester se había mezclado con la tierra del polvoriento jardín y era todo barro. Las niñas habían conseguido atraparlo tumbándolo en el suelo, pero al hacerlo, estaban todas tan sucias como el animal.
—¡Lo tenemos, mamá! —gritó Marian, soltando al perro para hacer señales a su madre con el brazo lleno de tierra—. ¡Lo tenemos!
_____ gimió de nuevo, esta vez derrotada.
Pero no se dio por vencida mucho rato. Mandó a las niñas al estanque a nadar con una cesta de bocadillos, la mejor manera de que se quitasen el barro.
En cuanto a Chester, decidió que no iba a dejar que el perro se saliese con la suya. Cogió agua fresca del pozo y una larga cuerda del establo. Con la cuerda alrededor del cuello del animal y atada a la barandilla del porche, el pobre Chester no tenía escapatoria, para diversión de Nicholas.
—No parecen gustarle mucho los baños, ¿no?
_____ dio un salto hacia atrás cuando Chester, intentando con valentía soltarse de la cuerda que le rodeaba el cuello, se sacudió y le regó el vestido todavía húmedo con otra ducha de agua.
—No —contestó—. Nunca le ha gustado el agua. Creo que un granjero de por aquí intentó ahogarlo cuando era un cachorro. —Miró a Nicholas—. Es triste reconocerlo, pero a veces les hacen estas cosas. Cuando lo encontré, estaba herido y pensé que algún zorro le había dado un par de mordiscos antes de que pudiera escapar. No podía dejarlo abandonado herido, así que lo traje a casa.
El comentario no le sorprendió a Nicholas en absoluto y pensó que Chester y él tenían algo en común.
Cuando _____ terminó de bañar al perro, le secó el pelo húmedo con una toalla, pero no tenía ninguna intención de dejarlo corretear por la tierra hasta que no estuviese seco del todo. Desató la cuerda, lo cogió con fuerza por el pescuezo y lo condujo hasta el interior de la casa, donde lo soltó. Al fin libre de la tortura, Chester salió corriendo a través de la cocina.
—Creo que ha ido a esconderse —comentó Nicholas desde la entrada.
—Saldrá cuando las niñas vuelvan a casa —contestó _____, y se acercó al fuego—. Por lo menos me dejará tranquila mientras hago el pastel.
—Así que hoy es el cumpleaños de la pequeña Marian, ¿no?
—Hoy cumple seis años —dijo _____ asintiendo—. Está muy excitada porque este año empezará a ir a la escuela con Becky y Sophi. —Mientras hablaba, abrió la cocina y empezó a echar el carbón—. Le vamos a preparar una fiesta esta tarde.
_____ le preparó el desayuno y, mientras comía, Nicholas observó cómo mezclaba los ingredientes en una cazuela, leyendo en voz alta de un manoseado diario.
—Ponerlo a fuego lento y remover hasta que esté espeso, echando los huevos uno a uno —murmuró llevando la cazuela hacia los fogones.
Al cabo de un momento, dejó de remover y lanzó una exclamación irritada.
—Señor Jonas, ¿le importaría echar un vistazo a la receta y decirme cuántos huevos se supone que tengo que echar?
Nicholas no contestó, y cuando le miró, _____ supo por qué. Estaba mirando fijamente el diario abierto sobre la mesa. Ella levantó la cazuela del fuego para que el pastel no se quemase y cargó con ella hasta la mesa. Él le acercó el diario sin levantar la vista y ella miró la receta.
—Tres huevos —murmuró distraída, y luego miró a Nicholas. Estaba mirando fijamente la mesa como si fuese algo fascinante.
—No sabe leer, ¿verdad? —dijo ella suavemente.
—No —contestó él con la mirada fija en el mantel de cuadros escoceses azules y blancos.
—Y he estado todos estos días llevándole libros pensando que le ayudarían a pasar el rato. ¿Por qué no me lo ha dicho?
No contestó, pero no tenía que hacerlo. Ella sabía la respuesta por la forma en la que la miró. _____ observó su cabeza gacha y se dio cuenta de lo orgulloso que era.
—Si quiere, puedo enseñarle a leer —se ofreció, procurando que la propuesta sonase despreocupada.
—No.
—La verdad es que no es difícil, podría…
—No.
—Señor Jonas, no es ninguna vergüenza no saber hacer algo. La vergüenza es no atreverse a intentar aprenderlo.
—¿Atreverse? —levantó la cabeza y sus ojos se tornaron repentinamente peligrosos—. No tiene ni idea de las cosas a las que me atrevo o de las cosas que me avergüenzan. Así que no haga ver que lo sabe.
La miró ferozmente, con la intención de hacerle bajar la vista con su frío desafío. Era una mirada que _____ comenzaba a comprender, una mirada pensada para intimidar a los demás y que así no se acercasen demasiado a él. Decidió ignorarla.
—¿Sabe qué? El tejado está en muy mal estado —dijo y volvió a remover la masa del pastel—. Tiene goteras desde hace un par de años. Hace un año, vendí dos cerdos y compré todos los utensilios para que Nate, el hombre que trabajaba aquí, lo arreglase. Pero murió el verano pasado y el tejado se quedó como estaba. Así que tengo toda la última planta llena de latas de hojalata para recoger el agua que cae —suspiró—. Sé que tendría que subir y reparar el tejado yo misma, pero no consigo armarme de valor para hacerlo. Y me avergüenza ser una cobarde.
Nicholas la miró fijamente sin entender muy bien a qué venía todo aquello.
—Es que tengo miedo a las alturas —levantó la cuchara y vio cómo la masa de vainilla caía despacio a la cazuela—. Siempre me han dado miedo. Mi madre decía que era porque mi hermano Charles me tuvo colgada de la barandilla de la terraza del piso de arriba cuando tenía tres años. Yo no me acuerdo, pero nunca me he atrevido a pasear por esa terraza. Mi madre decía que mi hermano sólo estaba jugando y que no sabía que me asustaría ni que me podría haber hecho daño. El caso es que cuando mi padre se cayó de la escalera hace seis años, me entró aún más miedo de las alturas. Así que no consigo tener agallas suficientes para reparar el tejado.
Dejó caer la cuchara en el cazo y lo miró.
—Todos tenemos nuestros miedos, señor Jonas, y nuestras debilidades, y cosas de las que nos avergonzamos.
Se dio la vuelta pero añadió suavemente:
—Pero si alguna vez decide que quiere aprender a leer, me lo dice. Estaré encantada de enseñarle.
—No estaré tanto tiempo.
_____ puso el cazo en el fuego y supo que lo que decía era verdad. En unas semanas, se habría marchado. Pensar en su partida debería haberla llenado de alivio. Pero no fue así, y no entendía por qué.
Andrea P. Jonas:)
Re: "Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA
:sad: :sad: :sad: :sad:
Que triste los capitulos!
Pobre del Nicho! :(L):
A vivido cosas muy malas!
Pero bueno, debe de superar eso & seguir adelante
con su vida! ;)
Esperemos que le de una oportunidad a la rayiz! :fiu:
Esperando el siguiente capitulo! :hug:
X
Que triste los capitulos!
Pobre del Nicho! :(L):
A vivido cosas muy malas!
Pero bueno, debe de superar eso & seguir adelante
con su vida! ;)
Esperemos que le de una oportunidad a la rayiz! :fiu:
Esperando el siguiente capitulo! :hug:
X
HeyItsLupitaNJ
Re: "Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA
Hola niñas! :D
Gracias por sus comentarios! :3 ahora mismo les subi el cap de hoy espero que les guste! :D
Gracias por sus comentarios! :3 ahora mismo les subi el cap de hoy espero que les guste! :D
Andrea P. Jonas:)
Re: "Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA
Capitulo 10
Nicholas no era un hombre familiar. Y las fiestas de cumpleaños para niñas no eran su fuerte. Cuando las tres hermanas volvieron de nadar y _____ las mandó arriba a cambiarse de ropa para la fiesta, decidió que era la hora de dar un paseo vespertino y se marchó por la puerta de atrás.
Más allá del patio de tierra y del jardín bien cuidado, en el prado pastaban la mula y una vaca en avanzado estado de gestación. El prado estaba rodeado por una cerca de madera, a decir verdad, ruinosa. Se combaba hacia dentro y gran parte de las tablas estaban rotas. Al final del prado había un establo y un gallinero. Bajo la pintura roja desconchada, se podía ver la gastada madera gris.
Había algunos edificios en el mismo estado ruinoso, flanqueados por casetas vacías. Más allá de los edificios, se veía un huerto de árboles frutales. A excepción del jardín y del huerto, todo lo demás estaba en condiciones deplorables.
Nicholas llegó hasta el establo y su cuerpo le dijo basta. La cabeza le daba vueltas, así que se sentó a descansar sobre la hierba que crecía hasta la altura de su rodilla. Se apoyó en la madera áspera de la pared del establo.
Debilidad. La despreciaba. Pensó en todas las veces en su vida en las que se había convertido en un inútil, en todas las ocasiones en las que había jurado no volver a serlo, y aun así allí estaba, sin la fuerza suficiente para caminar una docena de yardas. Por su culpa.
Se le pasó el mareo. Abrió los ojos; desde donde estaba podía ver el porche trasero de la casa de _____ más allá del patio. Estaba curvado por en medio, como si fuese a hundirse. Al mirar al tejado, vio que la casa no estaba en mucho mejor estado.
Si todo el piso superior estaba lleno de latas por las goteras, hacía falta reparar el tejado cuanto antes, pues corría peligro de pudrirse y hundirse. Puesto que _____ tenía miedo a las alturas, Nicholas dudaba de que fuera capaz de hacerlo. La gente no hacía frente a sus miedos, los evitaba. Lo sabía mejor que nadie.
Pensó en el momento en que se había ofrecido para enseñarle a leer. Una oferta amable, pero sin sentido. No necesitaba palabras para derrotar a un hombre en un ring. Además, lo que le había dicho a _____ era verdad. No estaría allí el tiempo suficiente para aprender a leer. En unas semanas estaría otra vez en la carretera, libre y lejos de ese lugar.
Se oyó un portazo y unas risas sacaron a Nicholas de sus pensamientos. Miró de nuevo al porche y vio a las niñas que bajaban corriendo las escaleras, seguidas por el sarnoso de Chester.
—¡Venga, mamá! —llamó Marian impaciente mirando hacia atrás—. ¡Date prisa!
_____ salió de la casa con un pañuelo en la mano y se unió a las niñas en el patio. Nicholas vio cómo tapaba los ojos de Marian con el pañuelo y le hacía dar tres vueltas.
La gallinita ciega. Sus hermanas habían jugado muchas veces. Vio cómo la pequeña Marian intentaba coger a las demás, pero ellas bailaban a su alrededor y todos sus esfuerzos eran inútiles, hasta que _____ se puso a su alcance. Nicholas se dio perfecta cuenta de que se dejaba coger.
—¡Te cogí, mamá! —gritó la niña quitándose el pañuelo.
—Claro que sí —dijo _____ cogiendo el pañuelo de su hija. Se lo ató ella cubriéndose los ojos y volvió a empezar el juego.
Mientras Nicholas miraba a _____ y a sus hijas jugando y riendo, sintió que todo su cuerpo le dolía. Es más, se sintió viejo. No era viejo, se dijo a sí mismo, sólo tenía treinta y cuatro años. No, un momento, era el año 1871. Tenía treinta y seis. ¡Cómo había pasado el tiempo!
_____ y las niñas habían formado un corro juntando las manos y cantaban Al corro de la patata desentonando terriblemente. La canción terminó cuando se dejaron caer todas riendo al suelo.
Nicholas sintió un repentino anhelo, una mezcla agridulce de deseo y de lamento por todo lo que se había perdido. Era una sensación tan inesperada y tan poco deseada que lo dejó anonadado, y la apartó antes de que pudiera hacerle mella.
¿Qué diablos me está pasando? Se preguntó viendo cómo dejaban de jugar, se quitaban el polvo de las faldas y se dirigían hacia el porche. Lo último que quería era una familia. Las cárceles no tenían por qué tener rejas de hierro ni muros de piedra. Se levantó con la intención de alejarse lo suficiente como para no oír las risas.
Pero Sophi lo vio de pie junto a la puerta del establo.
—¡Señor Nicholas! —gritó saludándolo con la mano desde el porche—. ¡Venga y tome el pastel con nosotras!
Se giró haciendo ver que no la había oído, pero sin resultado. Sophi lo alcanzó corriendo, llamándolo, seguida de Marian, y Nicholas supo que no había escapatoria. Suspiró y se dio la vuelta para enfrentarse a ellas.
Las dos niñas se pararon de golpe frente a él.
—Vamos a comer pastel —dijo Sophi, y lo cogió de la mano—. Venga.
—Es mi pastel de cumpleaños —añadió Marian tomándole la otra mano—. Un pudín. Tiene que probarlo.
No tenía ni idea de qué era un pudín y la verdad es que no quería averiguarlo. A pesar de los insistentes tirones de las niñas, no se movió. Marian siguió estirando, pero Sophi dejó de hacerlo. Le soltó la mano y lo miró.
—¿No le gustamos? —preguntó con labios temblorosos.
Nicholas sabía perfectamente que estaba siendo manipulado por la vileza femenina, y no pudo evitar sonreír. Lo hacía bastante bien, a decir verdad, teniendo en cuenta que sólo tenía nueve años. En unos años se convertiría en una rompecorazones. Dejó que lo condujesen hasta la casa.
_____ y Becky estaban en la cocina y ambas levantaron la vista cuando las captoras de Nicholas lo metieron dentro.
—Veo que ha decidido unirse a la fiesta, señor Jonas —comentó _____ levantando la vista de la fuente donde estaba montando nata.
—No he tenido elección —dijo con pesar.
—Lo sé.
Nicholas percibió sus ojos risueños y la pequeña sonrisa en sus labios. Sospechaba que _____ sabía perfectamente lo incómodo que se sentía, pero no había hecho ningún comentario.
Ella siguió montando la nata con rapidez, mientras Becky echaba cucharadas de azúcar. Las otras dos niñas miraban cada vez más impacientes, hasta que finalmente _____ dejó el batidor a un lado. Se giró hacia Marian y le dijo:
—Bueno, cumpleañera, ¿quieres ayudarme a cortar el pastel?
Marian asintió y le regaló a su madre una sonrisa de felicidad. Miró el pastel amarillo en forma de anillo que estaba sobre la mesa. _____ se puso a su lado y le enseñó cómo coger el cuchillo.
—No tan grande —le amonestó riendo cuando Marian empezó a cortar el pastel—. Si quieres otro trozo, podrás tomártelo después de la cena.
Poniendo la mano sobre la de su hija, le ayudó a cortar el primer pedazo. Cuando habían cortado cinco porciones del pastel, _____ las puso en sus respectivos platos y las acompañó de una generosa cucharada de mermelada y Becky puso una cucharada de nata montada. Marian cogió el primer plato y se lo llevó a Nicholas sujetándolo con ambas manos.
Él miró el pedazo de pastel amarillo con un centro de crema de vainilla, acompañado de mermelada de melocotón y de nata montada y supo lo que era un pudín: bizcocho sin ron. Pensó que era una pena que no hubiese ron.
—Gracias —dijo aceptando el plato, mientras pensaba en cómo iba a comerse el pastel. Marian había olvidado llevarle una cuchara.
—¿Vamos a jugar más, mamá? —preguntó la niña volviendo junto a su madre.
—Si quieres —contestó _____—. ¿Jugamos a las adivinanzas?
La sugerencia fue recibida con gritos de entusiasmo.
—¿Jugará con nosotras, verdad, señor Nicholas? —preguntó Sophi con la boca llena de pastel—. Por favor…
Él miró por la ventana y se preguntó dónde podría encontrar un buen lugar para esconderse mientras las otras dos niñas se unían a Sophi suplicantes y melosas a un tiempo.
Nicholas le dirigió una mirada a _____, pero no resultó de gran ayuda.
—Pues juguemos —dijo atravesando la habitación para darle una cuchara.
Negó con la cabeza.
—No, me niego.
—No tiene por qué jugar si no le apetece —dijo _____ mirando a las niñas. Pero cuando el hombre siguió su mirada, al otro lado de la cocina se encontró con tres pares de ojos azules implorantes fijos en él.
Nicholas jugó. Se sintió como un idiota, pero lo hizo.
Nicholas no era un hombre familiar. Y las fiestas de cumpleaños para niñas no eran su fuerte. Cuando las tres hermanas volvieron de nadar y _____ las mandó arriba a cambiarse de ropa para la fiesta, decidió que era la hora de dar un paseo vespertino y se marchó por la puerta de atrás.
Más allá del patio de tierra y del jardín bien cuidado, en el prado pastaban la mula y una vaca en avanzado estado de gestación. El prado estaba rodeado por una cerca de madera, a decir verdad, ruinosa. Se combaba hacia dentro y gran parte de las tablas estaban rotas. Al final del prado había un establo y un gallinero. Bajo la pintura roja desconchada, se podía ver la gastada madera gris.
Había algunos edificios en el mismo estado ruinoso, flanqueados por casetas vacías. Más allá de los edificios, se veía un huerto de árboles frutales. A excepción del jardín y del huerto, todo lo demás estaba en condiciones deplorables.
Nicholas llegó hasta el establo y su cuerpo le dijo basta. La cabeza le daba vueltas, así que se sentó a descansar sobre la hierba que crecía hasta la altura de su rodilla. Se apoyó en la madera áspera de la pared del establo.
Debilidad. La despreciaba. Pensó en todas las veces en su vida en las que se había convertido en un inútil, en todas las ocasiones en las que había jurado no volver a serlo, y aun así allí estaba, sin la fuerza suficiente para caminar una docena de yardas. Por su culpa.
Se le pasó el mareo. Abrió los ojos; desde donde estaba podía ver el porche trasero de la casa de _____ más allá del patio. Estaba curvado por en medio, como si fuese a hundirse. Al mirar al tejado, vio que la casa no estaba en mucho mejor estado.
Si todo el piso superior estaba lleno de latas por las goteras, hacía falta reparar el tejado cuanto antes, pues corría peligro de pudrirse y hundirse. Puesto que _____ tenía miedo a las alturas, Nicholas dudaba de que fuera capaz de hacerlo. La gente no hacía frente a sus miedos, los evitaba. Lo sabía mejor que nadie.
Pensó en el momento en que se había ofrecido para enseñarle a leer. Una oferta amable, pero sin sentido. No necesitaba palabras para derrotar a un hombre en un ring. Además, lo que le había dicho a _____ era verdad. No estaría allí el tiempo suficiente para aprender a leer. En unas semanas estaría otra vez en la carretera, libre y lejos de ese lugar.
Se oyó un portazo y unas risas sacaron a Nicholas de sus pensamientos. Miró de nuevo al porche y vio a las niñas que bajaban corriendo las escaleras, seguidas por el sarnoso de Chester.
—¡Venga, mamá! —llamó Marian impaciente mirando hacia atrás—. ¡Date prisa!
_____ salió de la casa con un pañuelo en la mano y se unió a las niñas en el patio. Nicholas vio cómo tapaba los ojos de Marian con el pañuelo y le hacía dar tres vueltas.
La gallinita ciega. Sus hermanas habían jugado muchas veces. Vio cómo la pequeña Marian intentaba coger a las demás, pero ellas bailaban a su alrededor y todos sus esfuerzos eran inútiles, hasta que _____ se puso a su alcance. Nicholas se dio perfecta cuenta de que se dejaba coger.
—¡Te cogí, mamá! —gritó la niña quitándose el pañuelo.
—Claro que sí —dijo _____ cogiendo el pañuelo de su hija. Se lo ató ella cubriéndose los ojos y volvió a empezar el juego.
Mientras Nicholas miraba a _____ y a sus hijas jugando y riendo, sintió que todo su cuerpo le dolía. Es más, se sintió viejo. No era viejo, se dijo a sí mismo, sólo tenía treinta y cuatro años. No, un momento, era el año 1871. Tenía treinta y seis. ¡Cómo había pasado el tiempo!
_____ y las niñas habían formado un corro juntando las manos y cantaban Al corro de la patata desentonando terriblemente. La canción terminó cuando se dejaron caer todas riendo al suelo.
Nicholas sintió un repentino anhelo, una mezcla agridulce de deseo y de lamento por todo lo que se había perdido. Era una sensación tan inesperada y tan poco deseada que lo dejó anonadado, y la apartó antes de que pudiera hacerle mella.
¿Qué diablos me está pasando? Se preguntó viendo cómo dejaban de jugar, se quitaban el polvo de las faldas y se dirigían hacia el porche. Lo último que quería era una familia. Las cárceles no tenían por qué tener rejas de hierro ni muros de piedra. Se levantó con la intención de alejarse lo suficiente como para no oír las risas.
Pero Sophi lo vio de pie junto a la puerta del establo.
—¡Señor Nicholas! —gritó saludándolo con la mano desde el porche—. ¡Venga y tome el pastel con nosotras!
Se giró haciendo ver que no la había oído, pero sin resultado. Sophi lo alcanzó corriendo, llamándolo, seguida de Marian, y Nicholas supo que no había escapatoria. Suspiró y se dio la vuelta para enfrentarse a ellas.
Las dos niñas se pararon de golpe frente a él.
—Vamos a comer pastel —dijo Sophi, y lo cogió de la mano—. Venga.
—Es mi pastel de cumpleaños —añadió Marian tomándole la otra mano—. Un pudín. Tiene que probarlo.
No tenía ni idea de qué era un pudín y la verdad es que no quería averiguarlo. A pesar de los insistentes tirones de las niñas, no se movió. Marian siguió estirando, pero Sophi dejó de hacerlo. Le soltó la mano y lo miró.
—¿No le gustamos? —preguntó con labios temblorosos.
Nicholas sabía perfectamente que estaba siendo manipulado por la vileza femenina, y no pudo evitar sonreír. Lo hacía bastante bien, a decir verdad, teniendo en cuenta que sólo tenía nueve años. En unos años se convertiría en una rompecorazones. Dejó que lo condujesen hasta la casa.
_____ y Becky estaban en la cocina y ambas levantaron la vista cuando las captoras de Nicholas lo metieron dentro.
—Veo que ha decidido unirse a la fiesta, señor Jonas —comentó _____ levantando la vista de la fuente donde estaba montando nata.
—No he tenido elección —dijo con pesar.
—Lo sé.
Nicholas percibió sus ojos risueños y la pequeña sonrisa en sus labios. Sospechaba que _____ sabía perfectamente lo incómodo que se sentía, pero no había hecho ningún comentario.
Ella siguió montando la nata con rapidez, mientras Becky echaba cucharadas de azúcar. Las otras dos niñas miraban cada vez más impacientes, hasta que finalmente _____ dejó el batidor a un lado. Se giró hacia Marian y le dijo:
—Bueno, cumpleañera, ¿quieres ayudarme a cortar el pastel?
Marian asintió y le regaló a su madre una sonrisa de felicidad. Miró el pastel amarillo en forma de anillo que estaba sobre la mesa. _____ se puso a su lado y le enseñó cómo coger el cuchillo.
—No tan grande —le amonestó riendo cuando Marian empezó a cortar el pastel—. Si quieres otro trozo, podrás tomártelo después de la cena.
Poniendo la mano sobre la de su hija, le ayudó a cortar el primer pedazo. Cuando habían cortado cinco porciones del pastel, _____ las puso en sus respectivos platos y las acompañó de una generosa cucharada de mermelada y Becky puso una cucharada de nata montada. Marian cogió el primer plato y se lo llevó a Nicholas sujetándolo con ambas manos.
Él miró el pedazo de pastel amarillo con un centro de crema de vainilla, acompañado de mermelada de melocotón y de nata montada y supo lo que era un pudín: bizcocho sin ron. Pensó que era una pena que no hubiese ron.
—Gracias —dijo aceptando el plato, mientras pensaba en cómo iba a comerse el pastel. Marian había olvidado llevarle una cuchara.
—¿Vamos a jugar más, mamá? —preguntó la niña volviendo junto a su madre.
—Si quieres —contestó _____—. ¿Jugamos a las adivinanzas?
La sugerencia fue recibida con gritos de entusiasmo.
—¿Jugará con nosotras, verdad, señor Nicholas? —preguntó Sophi con la boca llena de pastel—. Por favor…
Él miró por la ventana y se preguntó dónde podría encontrar un buen lugar para esconderse mientras las otras dos niñas se unían a Sophi suplicantes y melosas a un tiempo.
Nicholas le dirigió una mirada a _____, pero no resultó de gran ayuda.
—Pues juguemos —dijo atravesando la habitación para darle una cuchara.
Negó con la cabeza.
—No, me niego.
—No tiene por qué jugar si no le apetece —dijo _____ mirando a las niñas. Pero cuando el hombre siguió su mirada, al otro lado de la cocina se encontró con tres pares de ojos azules implorantes fijos en él.
Nicholas jugó. Se sintió como un idiota, pero lo hizo.
(No es Nick un amor?? :P )
Andrea P. Jonas:)
Re: "Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA
Capitulo 10 PARTE 2
Nicholas Jonas le sorprendía continuamente. _____ cogió unas medias del montón que ella y Becky estaban remendando y lo miró. Estaba sentado al otro lado de la biblioteca jugando a las damas con Sophi. Marian estaba sentada junto a él en el sofá y le pedía constantemente a la niña que le aconsejase qué piezas mover, para que no sintiese que le dejaban de lado.
Por la vida que llevaba, boxeando y viajando de ciudad en ciudad, _____ suponía que no estaba acostumbrado a los niños. Pero de todos modos, se le daban bien.
—¡He ganado! —exclamó Sophi, comiendo la última dama de Nicholas.
—¿Y cómo lo has conseguido? —Él movió negativamente la cabeza como si estuviese muy sorprendido y miró a la niña que estaba junto a él—. La teníamos rodeada.
—No importa —dijo Marian—. Le hemos ganado dos veces.
Sophi empezó a ordenar las piezas del tablero.
—Otra partida.
—Esta noche no —dijo _____ con firmeza. Dejó los remiendos a un lado y se levantó de la silla—. Es hora de ir a la cama.
Ignoró las súplicas y las protestas. Consintió una sola ronda de buenas noches al señor Nicholas y se llevó a las niñas arriba.
—¿Has tenido un cumpleaños divertido, cielo? —le preguntó a Marian arrodillándose junto a ella y ayudándole a ponerse el largo camisón.
—Ha sido el mejor que he tenido nunca, mamá.
—Me alegro —abrazó a la niña y se levantó—. Reza tus oraciones.
Marian obedeció y después _____ la metió en la cama. Le dio un beso de buenas noches, apagó el candil y se dirigió hacia la puerta, pero la voz de la niña le hizo detenerse.
—Mamá, ¿crees que el señor Nicholas estará aquí en mi próximo cumpleaños?
—No, cariño —dijo ella. No podía decir otra cosa que la verdad.
—¿Por qué no?
—Porque el señor Nicholas tiene su propia vida y no puede estar con nosotras siempre. Ahora, a dormir.
Salió de la habitación de Marian. Chester estaba acurrucado en medio del pasillo y _____ pasó por encima de él para entrar en la habitación de Becky.
Esta estaba sentada en el tocador cepillándose el pelo. _____ se puso a su lado.
—¿Qué te parece si te lo cepillo yo? —le dijo—. Hace tiempo que no te cepillo el pelo.
La chica le tendió el cepillo y _____ empezó a pasárselo por su largo cabello rubio. Casi había terminado cuando Becky le dijo:
—Mamá, ¿crees que soy guapa?
La pregunta fue tan repentina y estaba tan llena de ansiedad que _____ se quedó muda. Miró a los ojos de su hija en el espejo y le dijo:
—Creo que eres muy guapa.
—¿Tan guapa como Cara?
Cara Johnson era la mejor amiga de Becky y _____ se acordaba perfectamente de lo insegura y torpe que una se sentía con catorce años y una mejor amiga hermosa.
—Sí —le contestó—. Tan guapa como Cara. Te pareces a tu madre.
—¿De verdad? No me acuerdo de cómo era.
—Era hermosa. A veces me daba tanta envidia.
—¿Sí? Pero eras su mejor amiga.
—Ser muy amigas no significa que no tengas celos —contestó _____, y siguió cepillándole el pelo—. He estado pensando en el baile de la cosecha. No podemos permitirnos un vestido nuevo, pero he pensado que igual puedo buscar alguno de mis vestidos y rehacerlo para que lo lleves.
—¿De verdad? —Becky se dio la vuelta y la miró—. Hay uno azul que es muy bonito.
_____ sonrió.
—Así que hay uno bonito, ¿eh? —dijo burlonamente—, ¿y cómo es que sabes eso, señorita? ¿Has estado hurgando en mi baúl y jugando a los disfraces?
Becky asintió.
—Me gusta mucho el azul.
—Veremos qué se puede hacer.
—¿Tú qué te pondrás, mamá?
—Oh, no lo sé. —El cepillo chocó con un enredo y _____ lo deshizo con cuidado—. El gris, supongo.
—Eso no es nada especial. Lo llevas cada domingo y lo llevaste en el baile el año pasado. Deberías llevar algo especial. ¿Y el rojo de seda que hay en el baúl? Estarías guapísima con él, mamá, guapísima de verdad.
El rojo de seda. Recordó que era de un color rojo Burdeos y sólo lo había llevado una vez, hacía mucho tiempo.
—Me había olvidado completamente de ese vestido —murmuró.
—Podríamos arreglarlo, igual que vamos a hacer con el mío —dijo Becky.
—Ya veremos. —Y _____ le pasó el cepillo por el pelo una última vez para asegurarse de que no quedaban enredos. Después lo dejó a un lado y le dio un beso a su hija en la cabeza—. Ya está. Listo.
—Gracias, mamá.
—De nada. Ahora reza tus plegarias y a dormir.
Salió de la habitación y se fijó en que Chester ya no estaba tumbado en el pasillo. Se preguntó a dónde habría ido el animal, pero lo supo al entrar en el dormitorio de Sophi. La habitación estaba vacía y probablemente Sophi había vuelto abajo seguida por el perro. _____ dejó escapar un suspiro cansado y se preguntó qué excusa habría encontrado la niña en aquella ocasión para posponer la hora de irse a la cama. Seguramente algo relacionado con Nicholas Jonas.
Se dio la vuelta y descendió las escaleras dispuesta a darle a Sophi otro sermón sobre la necesidad de irse a la cama a la hora pactada. Pero cuando entró en la biblioteca, la escena con la que se encontró le hizo detenerse de golpe y se quedó atónita.
Nicholas estaba sentado en una de las recargadas sillas junto al fuego y Sophi estaba sentada en su regazo, vestida ya con su camisón y con sus lentes de lectura. Los pies descalzos le colgaban del brazo de la butaca y tenía la cabeza apoyada en el hombro de Nicholas. Este rodeaba a la niña con el brazo y miraba el libro abierto que portaba Sophi en las manos y le escuchaba leer en voz alta. Chester estaba tumbado en el suelo junto a ellos, sin prestar atención al hombre al que había estado gruñendo durante las últimas dos semanas.
_____ parpadeó sin acabar de creerse lo que veía. Aquél era Nicholas Jonas, el boxeador y ex convicto que sólo unas horas atrás había tenido que ser arrastrado como una terca mula a la fiesta de cumpleaños de una niña.
—… y esta vez se desvaneció muy despacio —leyó Sophi—. Primero empezó a desaparecer su cola y luego todo su cuerpo hasta que sólo quedó su sonrisa, que pudo ver todavía un rato flotando en el aire. —Hizo una pausa y al girar la página vio a su madre de pie en la puerta de la biblioteca—. ¡Mamá!
Nicholas levantó la vista y la apartó inmediatamente, pero _____ percibió su gesto de dolor mientras Sophi se removía en su regazo.
La niña levantó el libro.
—Le estoy leyendo una historia al señor Nicholas.
—Ya lo veo —contestó ella entrando en la habitación—. Pero resulta que el señor Nicholas tiene las costillas rotas, y si tú te sientas en su regazo, no vas a ayudar a que se le curen.
—¡Oh! —exclamó la niña bajando inmediatamente de la falda de Nicholas y lanzándole una mirada de disculpa—. ¿Le estaba haciendo daño? Debería habérmelo dicho.
—No te preocupes, mó paisté —dijo él—. Estoy bien.
Sophi miró a su madre.
—¿Ves, mamá? Está bien. —Y se sentó en el brazo de la butaca con el libro, pero la voz de _____ le hizo detenerse antes de llegar a acomodarse.
—Creo recordar que te he dicho que era hora de ir a dormir.
—Pero no tengo sueño. ¿Por qué tengo que irme a la cama si no tengo sueño?
—Arriba —ordenó _____ señalando la puerta—. Ahora mismo, señorita.
—Pero no he terminado la historia. Alicia acaba de conocer al gato de Cheshire.
_____ no se dejó convencer.
—Sophia Marie, ahora.
Nicholas puso un brazo en el hombro de Sophi.
—Será mejor que hagas caso a tu madre antes de que nos metamos los dos en un lío.
—De acuerdo, señor Nicholas —asintió la pequeña inmediatamente. Se mostró tan obediente que _____ no se lo podía creer. La niña le tendió el libro a Nicholas—. Puede tomarlo prestado todo el tiempo que quiera. Así podrá seguir con la historia.
—Gracias.
—Lo mejor es cuando Alice conoce a la Reina de…
—¡Sophi! —gritó _____ amenazadora, y esta vez la pequeña obedeció.
Luego acompañó a su hija escaleras arriba y Chester las siguió y volvió a ocupar su lugar en medio del pasillo. Sophi se detuvo a darle las buenas noches al animal antes de entrar en su dormitorio con su madre.
—Mamá, a partir de hoy, ¿ya no tenemos que mantenernos alejadas del señor Nicholas?
_____ se preguntó cuándo había perdido la batalla. Pero tuvo que admitir que Sophi había comprendido de manera instintiva lo que ella no: Nicholas Jonas no era un peligroso criminal. Era cierto que era un hombre duro y que había llevado una vida dura. Le había oído decir tantas palabrotas que podrían llenar un libro, pero no había dicho una sola blasfemia delante de las niñas en todo el día. Ni una sola. Había jugado a las adivinanzas, a las damas y había dejado que Sophi le leyera un cuento.
Se arrodilló frente a su hija.
—Sólo si me prometes que no le harás daño en las costillas subiendo y bajando de su regazo.
—Lo prometo —dijo la niña asintiendo muy seria.
—Y si me prometes no escaparte abajo cuando ya es hora de dormir —añadió _____.
—No volveré a hacerlo.
—Bien —dijo su madre incorporándose—. Ahora quiero que reces tus plegarias y te metas en la cama.
La niña no hizo movimiento alguno y _____ pensó que estaba de nuevo alargando la hora de irse a dormir.
—Mamá, ¿Dios siempre responde a todas las plegarias? —preguntó mirando a su madre. Y había tal sinceridad en su expresión que ésta supo que no era otra táctica para no meterse en la cama.
—Siempre —contestó—. ¿Por qué?
—Si le pides algo a Dios y rezas mucho, mucho, ¿Dios te lo da?
_____ sabía que las preguntas de la niña iban en alguna dirección y con Sophi eso siempre implicaba algún lío.
—No necesariamente —contestó con cautela.
La pequeña sopesó la respuesta un momento y luego dijo:
—¿Aunque seas buena? ¿Aunque te comas toda la verdura para la cena y reces tus plegarias cada noche y te vayas a la cama cuando debes irte?
_____ nunca utilizaba a Dios para que Sophi se comiese la verdura o se fuese a la cama a la hora. Pero en aquellos momentos resultaba muy tentador.
—Incluso así. Puede que Dios piense que lo que le estás pidiendo no es lo mejor para ti.
—Pero no es malo pedirlo, ¿verdad?
—No, cariño, supongo que no hay nada malo en pedir.
Sophi juntó sus manos y cerró los ojos frunciendo el ceño con gran concentración. Pero _____ se dio cuenta de que la niña no estaba rezando en voz alta como solía hacerlo y se preguntó qué estaría tramando.
—¿A qué vienen todas estas preguntas sobre Dios, Sophi? —le preguntó cuando abrió los ojos—. ¿Es por ese poni con el que llevas soñando todo el año?
La niña negó con la cabeza.
—Oh, no, mamá. Ya no quiero un poni.
_____ apartó la sábana y Sophi se metió en la cama de un salto.
—¿De qué se trata entonces? —preguntó quitándole las lentes de lectura y dejándolas en la mesita de noche.
La pequeña no contestó y era evidente que no quería hacerlo.
—Sólo me estaba haciendo preguntas sobre Dios, eso es todo —dijo con tanta inocencia que las sospechas de _____ se esfumaron.
—Bueno —respondió, y decidió dejar el tema, sabiendo que en algún momento la niña diría lo que deseaba con tanta fuerza que era capaz de prometer comerse toda la verdura para conseguirlo—. ¿Por qué no sigues pensando en Dios mañana? —le sugirió—. Ya es hora de dormir.
Le dio un beso de buenas noches, apagó el candil y salió de la habitación.
Nicholas todavía estaba en la biblioteca cuando _____ bajó. Estaba de pie junto a las estanterías con el libro de Sophi en la mano, mirando la página con el ceño fruncido tan concentrado que no se dio cuenta de que ella había entrado hasta que estuvo a su lado.
Cerró el libro de golpe y lo colocó entre otros dos en la estantería.
—Me pidió que le leyese un cuento. ¿Qué iba a decir? Le dije que era mejor que me lo leyera ella a mí. Me sentí como un idiota.
_____ lo tomó del brazo.
—No hay ninguna razón para que se sienta así. Sophi tuvo la oportunidad de aprender a leer. Usted no. Eso es todo.
Nicholas se puso tenso al notar su mano y se apartó. Atravesó la habitación y le dio la espalda. Se quedó observando el papel de la pared de un color calabaza apagado que había junto a la chimenea. _____ lo miró sin saber qué hacer, sin saber si había dicho algo incorrecto. Era un hombre tan solitario, tan inescrutable y complicado. Le habría gustado comprenderlo un poco mejor.
—¿Sigue la oferta en pie?
La inesperada pregunta la sorprendió. Tenía los hombros tensos y sabía que lo orgulloso que era, le había costado hacerla.
—Por supuesto.
_____ se agachó y tomó de la estantería más baja la pizarrita y la tiza de Becky. Se dirigió hacia Nicholas y éste se dio la vuelta al notar que _____ se acercaba.
Escribió en la pizarra y la levantó para que viese lo que había escrito.
—A —dijo—. Esta es la letra a.
—A —dijo él observándola un momento. Después levantó la vista y en su rostro se dibujó una sonrisa—. Como Alicia.
Ella le devolvió la sonrisa. No era mucho para empezar, pero era un comienzo.
Más tarde, aquella noche, cuando todo el mundo dormía, _____ cogió una lámpara y se dirigió al ático. Abrió el baúl de cedro donde estaban todas sus antiguas ropas, sus vestidos de seda y muselina, las faldas con aro, las prendas de encaje y la ropa interior delicada de antes de la guerra, cuando ni siquiera sabía lo que era la mugre de los cerdos ni el estiércol del gallinero.
Sacó el traje de seda azul que Becky quería y lo examinó. El escote era suficientemente discreto para una chica joven y si subía un poco el dobladillo, podría quedar bien. Olía a cerrado y a cedro, pero si lo mojaban en agua de patatas hervidas, ese olor se iría. Dejó el vestido azul a un lado.
El vestido de seda rojo estaba justo debajo. Lo desdobló y se dirigió hacia el espejo de pie cubierto de polvo que había en una esquina de la habitación. Se puso el vestido delante y sonrió al ver la exorbitante falda. Intentó recordar cómo había podido caber por las puertas con ese vestido. Pero sólo lo había llevado una vez, en el baile de Taylor Hill. Se acordaba de que su padre había estado bebiendo todo el día y había estado especialmente desagradable aquella noche. La fiesta había terminado para ellos cuando le tiró un vaso de bourbon a Jacob Taylor en la cara y les habían pedido fríamente que se marchasen. Nunca los habían vuelto a invitar.
_____ contempló su reflejo en el espejo débilmente iluminado y todo el rencor de su adolescencia que había enterrado profundamente resurgió con repentina y tremenda intensidad. Pensó en todo lo que se había perdido, las fiestas, las barbacoas y los bailes a los que nunca había asistido por el insoportable carácter posesivo de su padre y su costumbre de beber. Ni un solo hombre en kilómetros a la redonda, ni siquiera los de mejor familia y procedencia, habían tenido permiso para cortejarla. Tampoco es que hubiera habido muchos.
Sabía que detrás de la actitud de su padre, estaba el miedo a la soledad. Le horrorizaba que se casase y se marchase. Stuart y Charles habían intentado razonar con él, pero no había servido de nada. Estaban lejos en la universidad la mayor parte del año y poco podían hacer.
_____ se colgó el vestido rojo de seda del brazo y tomó con los dedos el cómodo algodón marrón del vestido que llevaba. Su padre y sus hermanos estaban muertos, pero ya era demasiado tarde. Tenía veintinueve años y era una solterona. Parecía una solterona, vestía como tal e incluso pensaba como tal. Hacía tiempo que había dejado atrás sus sueños románticos de cuando era joven, pero aun así algunas veces…
_____ sujetó el vestido de seda rojo frente a ella otra vez y pensó en los ojos azules neblinosos de Nicholas Jonas. Se preguntó melancólicamente si era demasiado tarde para que una vieja solterona se permitiese algo de romanticismo.
Nicholas Jonas le sorprendía continuamente. _____ cogió unas medias del montón que ella y Becky estaban remendando y lo miró. Estaba sentado al otro lado de la biblioteca jugando a las damas con Sophi. Marian estaba sentada junto a él en el sofá y le pedía constantemente a la niña que le aconsejase qué piezas mover, para que no sintiese que le dejaban de lado.
Por la vida que llevaba, boxeando y viajando de ciudad en ciudad, _____ suponía que no estaba acostumbrado a los niños. Pero de todos modos, se le daban bien.
—¡He ganado! —exclamó Sophi, comiendo la última dama de Nicholas.
—¿Y cómo lo has conseguido? —Él movió negativamente la cabeza como si estuviese muy sorprendido y miró a la niña que estaba junto a él—. La teníamos rodeada.
—No importa —dijo Marian—. Le hemos ganado dos veces.
Sophi empezó a ordenar las piezas del tablero.
—Otra partida.
—Esta noche no —dijo _____ con firmeza. Dejó los remiendos a un lado y se levantó de la silla—. Es hora de ir a la cama.
Ignoró las súplicas y las protestas. Consintió una sola ronda de buenas noches al señor Nicholas y se llevó a las niñas arriba.
—¿Has tenido un cumpleaños divertido, cielo? —le preguntó a Marian arrodillándose junto a ella y ayudándole a ponerse el largo camisón.
—Ha sido el mejor que he tenido nunca, mamá.
—Me alegro —abrazó a la niña y se levantó—. Reza tus oraciones.
Marian obedeció y después _____ la metió en la cama. Le dio un beso de buenas noches, apagó el candil y se dirigió hacia la puerta, pero la voz de la niña le hizo detenerse.
—Mamá, ¿crees que el señor Nicholas estará aquí en mi próximo cumpleaños?
—No, cariño —dijo ella. No podía decir otra cosa que la verdad.
—¿Por qué no?
—Porque el señor Nicholas tiene su propia vida y no puede estar con nosotras siempre. Ahora, a dormir.
Salió de la habitación de Marian. Chester estaba acurrucado en medio del pasillo y _____ pasó por encima de él para entrar en la habitación de Becky.
Esta estaba sentada en el tocador cepillándose el pelo. _____ se puso a su lado.
—¿Qué te parece si te lo cepillo yo? —le dijo—. Hace tiempo que no te cepillo el pelo.
La chica le tendió el cepillo y _____ empezó a pasárselo por su largo cabello rubio. Casi había terminado cuando Becky le dijo:
—Mamá, ¿crees que soy guapa?
La pregunta fue tan repentina y estaba tan llena de ansiedad que _____ se quedó muda. Miró a los ojos de su hija en el espejo y le dijo:
—Creo que eres muy guapa.
—¿Tan guapa como Cara?
Cara Johnson era la mejor amiga de Becky y _____ se acordaba perfectamente de lo insegura y torpe que una se sentía con catorce años y una mejor amiga hermosa.
—Sí —le contestó—. Tan guapa como Cara. Te pareces a tu madre.
—¿De verdad? No me acuerdo de cómo era.
—Era hermosa. A veces me daba tanta envidia.
—¿Sí? Pero eras su mejor amiga.
—Ser muy amigas no significa que no tengas celos —contestó _____, y siguió cepillándole el pelo—. He estado pensando en el baile de la cosecha. No podemos permitirnos un vestido nuevo, pero he pensado que igual puedo buscar alguno de mis vestidos y rehacerlo para que lo lleves.
—¿De verdad? —Becky se dio la vuelta y la miró—. Hay uno azul que es muy bonito.
_____ sonrió.
—Así que hay uno bonito, ¿eh? —dijo burlonamente—, ¿y cómo es que sabes eso, señorita? ¿Has estado hurgando en mi baúl y jugando a los disfraces?
Becky asintió.
—Me gusta mucho el azul.
—Veremos qué se puede hacer.
—¿Tú qué te pondrás, mamá?
—Oh, no lo sé. —El cepillo chocó con un enredo y _____ lo deshizo con cuidado—. El gris, supongo.
—Eso no es nada especial. Lo llevas cada domingo y lo llevaste en el baile el año pasado. Deberías llevar algo especial. ¿Y el rojo de seda que hay en el baúl? Estarías guapísima con él, mamá, guapísima de verdad.
El rojo de seda. Recordó que era de un color rojo Burdeos y sólo lo había llevado una vez, hacía mucho tiempo.
—Me había olvidado completamente de ese vestido —murmuró.
—Podríamos arreglarlo, igual que vamos a hacer con el mío —dijo Becky.
—Ya veremos. —Y _____ le pasó el cepillo por el pelo una última vez para asegurarse de que no quedaban enredos. Después lo dejó a un lado y le dio un beso a su hija en la cabeza—. Ya está. Listo.
—Gracias, mamá.
—De nada. Ahora reza tus plegarias y a dormir.
Salió de la habitación y se fijó en que Chester ya no estaba tumbado en el pasillo. Se preguntó a dónde habría ido el animal, pero lo supo al entrar en el dormitorio de Sophi. La habitación estaba vacía y probablemente Sophi había vuelto abajo seguida por el perro. _____ dejó escapar un suspiro cansado y se preguntó qué excusa habría encontrado la niña en aquella ocasión para posponer la hora de irse a la cama. Seguramente algo relacionado con Nicholas Jonas.
Se dio la vuelta y descendió las escaleras dispuesta a darle a Sophi otro sermón sobre la necesidad de irse a la cama a la hora pactada. Pero cuando entró en la biblioteca, la escena con la que se encontró le hizo detenerse de golpe y se quedó atónita.
Nicholas estaba sentado en una de las recargadas sillas junto al fuego y Sophi estaba sentada en su regazo, vestida ya con su camisón y con sus lentes de lectura. Los pies descalzos le colgaban del brazo de la butaca y tenía la cabeza apoyada en el hombro de Nicholas. Este rodeaba a la niña con el brazo y miraba el libro abierto que portaba Sophi en las manos y le escuchaba leer en voz alta. Chester estaba tumbado en el suelo junto a ellos, sin prestar atención al hombre al que había estado gruñendo durante las últimas dos semanas.
_____ parpadeó sin acabar de creerse lo que veía. Aquél era Nicholas Jonas, el boxeador y ex convicto que sólo unas horas atrás había tenido que ser arrastrado como una terca mula a la fiesta de cumpleaños de una niña.
—… y esta vez se desvaneció muy despacio —leyó Sophi—. Primero empezó a desaparecer su cola y luego todo su cuerpo hasta que sólo quedó su sonrisa, que pudo ver todavía un rato flotando en el aire. —Hizo una pausa y al girar la página vio a su madre de pie en la puerta de la biblioteca—. ¡Mamá!
Nicholas levantó la vista y la apartó inmediatamente, pero _____ percibió su gesto de dolor mientras Sophi se removía en su regazo.
La niña levantó el libro.
—Le estoy leyendo una historia al señor Nicholas.
—Ya lo veo —contestó ella entrando en la habitación—. Pero resulta que el señor Nicholas tiene las costillas rotas, y si tú te sientas en su regazo, no vas a ayudar a que se le curen.
—¡Oh! —exclamó la niña bajando inmediatamente de la falda de Nicholas y lanzándole una mirada de disculpa—. ¿Le estaba haciendo daño? Debería habérmelo dicho.
—No te preocupes, mó paisté —dijo él—. Estoy bien.
Sophi miró a su madre.
—¿Ves, mamá? Está bien. —Y se sentó en el brazo de la butaca con el libro, pero la voz de _____ le hizo detenerse antes de llegar a acomodarse.
—Creo recordar que te he dicho que era hora de ir a dormir.
—Pero no tengo sueño. ¿Por qué tengo que irme a la cama si no tengo sueño?
—Arriba —ordenó _____ señalando la puerta—. Ahora mismo, señorita.
—Pero no he terminado la historia. Alicia acaba de conocer al gato de Cheshire.
_____ no se dejó convencer.
—Sophia Marie, ahora.
Nicholas puso un brazo en el hombro de Sophi.
—Será mejor que hagas caso a tu madre antes de que nos metamos los dos en un lío.
—De acuerdo, señor Nicholas —asintió la pequeña inmediatamente. Se mostró tan obediente que _____ no se lo podía creer. La niña le tendió el libro a Nicholas—. Puede tomarlo prestado todo el tiempo que quiera. Así podrá seguir con la historia.
—Gracias.
—Lo mejor es cuando Alice conoce a la Reina de…
—¡Sophi! —gritó _____ amenazadora, y esta vez la pequeña obedeció.
Luego acompañó a su hija escaleras arriba y Chester las siguió y volvió a ocupar su lugar en medio del pasillo. Sophi se detuvo a darle las buenas noches al animal antes de entrar en su dormitorio con su madre.
—Mamá, a partir de hoy, ¿ya no tenemos que mantenernos alejadas del señor Nicholas?
_____ se preguntó cuándo había perdido la batalla. Pero tuvo que admitir que Sophi había comprendido de manera instintiva lo que ella no: Nicholas Jonas no era un peligroso criminal. Era cierto que era un hombre duro y que había llevado una vida dura. Le había oído decir tantas palabrotas que podrían llenar un libro, pero no había dicho una sola blasfemia delante de las niñas en todo el día. Ni una sola. Había jugado a las adivinanzas, a las damas y había dejado que Sophi le leyera un cuento.
Se arrodilló frente a su hija.
—Sólo si me prometes que no le harás daño en las costillas subiendo y bajando de su regazo.
—Lo prometo —dijo la niña asintiendo muy seria.
—Y si me prometes no escaparte abajo cuando ya es hora de dormir —añadió _____.
—No volveré a hacerlo.
—Bien —dijo su madre incorporándose—. Ahora quiero que reces tus plegarias y te metas en la cama.
La niña no hizo movimiento alguno y _____ pensó que estaba de nuevo alargando la hora de irse a dormir.
—Mamá, ¿Dios siempre responde a todas las plegarias? —preguntó mirando a su madre. Y había tal sinceridad en su expresión que ésta supo que no era otra táctica para no meterse en la cama.
—Siempre —contestó—. ¿Por qué?
—Si le pides algo a Dios y rezas mucho, mucho, ¿Dios te lo da?
_____ sabía que las preguntas de la niña iban en alguna dirección y con Sophi eso siempre implicaba algún lío.
—No necesariamente —contestó con cautela.
La pequeña sopesó la respuesta un momento y luego dijo:
—¿Aunque seas buena? ¿Aunque te comas toda la verdura para la cena y reces tus plegarias cada noche y te vayas a la cama cuando debes irte?
_____ nunca utilizaba a Dios para que Sophi se comiese la verdura o se fuese a la cama a la hora. Pero en aquellos momentos resultaba muy tentador.
—Incluso así. Puede que Dios piense que lo que le estás pidiendo no es lo mejor para ti.
—Pero no es malo pedirlo, ¿verdad?
—No, cariño, supongo que no hay nada malo en pedir.
Sophi juntó sus manos y cerró los ojos frunciendo el ceño con gran concentración. Pero _____ se dio cuenta de que la niña no estaba rezando en voz alta como solía hacerlo y se preguntó qué estaría tramando.
—¿A qué vienen todas estas preguntas sobre Dios, Sophi? —le preguntó cuando abrió los ojos—. ¿Es por ese poni con el que llevas soñando todo el año?
La niña negó con la cabeza.
—Oh, no, mamá. Ya no quiero un poni.
_____ apartó la sábana y Sophi se metió en la cama de un salto.
—¿De qué se trata entonces? —preguntó quitándole las lentes de lectura y dejándolas en la mesita de noche.
La pequeña no contestó y era evidente que no quería hacerlo.
—Sólo me estaba haciendo preguntas sobre Dios, eso es todo —dijo con tanta inocencia que las sospechas de _____ se esfumaron.
—Bueno —respondió, y decidió dejar el tema, sabiendo que en algún momento la niña diría lo que deseaba con tanta fuerza que era capaz de prometer comerse toda la verdura para conseguirlo—. ¿Por qué no sigues pensando en Dios mañana? —le sugirió—. Ya es hora de dormir.
Le dio un beso de buenas noches, apagó el candil y salió de la habitación.
Nicholas todavía estaba en la biblioteca cuando _____ bajó. Estaba de pie junto a las estanterías con el libro de Sophi en la mano, mirando la página con el ceño fruncido tan concentrado que no se dio cuenta de que ella había entrado hasta que estuvo a su lado.
Cerró el libro de golpe y lo colocó entre otros dos en la estantería.
—Me pidió que le leyese un cuento. ¿Qué iba a decir? Le dije que era mejor que me lo leyera ella a mí. Me sentí como un idiota.
_____ lo tomó del brazo.
—No hay ninguna razón para que se sienta así. Sophi tuvo la oportunidad de aprender a leer. Usted no. Eso es todo.
Nicholas se puso tenso al notar su mano y se apartó. Atravesó la habitación y le dio la espalda. Se quedó observando el papel de la pared de un color calabaza apagado que había junto a la chimenea. _____ lo miró sin saber qué hacer, sin saber si había dicho algo incorrecto. Era un hombre tan solitario, tan inescrutable y complicado. Le habría gustado comprenderlo un poco mejor.
—¿Sigue la oferta en pie?
La inesperada pregunta la sorprendió. Tenía los hombros tensos y sabía que lo orgulloso que era, le había costado hacerla.
—Por supuesto.
_____ se agachó y tomó de la estantería más baja la pizarrita y la tiza de Becky. Se dirigió hacia Nicholas y éste se dio la vuelta al notar que _____ se acercaba.
Escribió en la pizarra y la levantó para que viese lo que había escrito.
—A —dijo—. Esta es la letra a.
—A —dijo él observándola un momento. Después levantó la vista y en su rostro se dibujó una sonrisa—. Como Alicia.
Ella le devolvió la sonrisa. No era mucho para empezar, pero era un comienzo.
Más tarde, aquella noche, cuando todo el mundo dormía, _____ cogió una lámpara y se dirigió al ático. Abrió el baúl de cedro donde estaban todas sus antiguas ropas, sus vestidos de seda y muselina, las faldas con aro, las prendas de encaje y la ropa interior delicada de antes de la guerra, cuando ni siquiera sabía lo que era la mugre de los cerdos ni el estiércol del gallinero.
Sacó el traje de seda azul que Becky quería y lo examinó. El escote era suficientemente discreto para una chica joven y si subía un poco el dobladillo, podría quedar bien. Olía a cerrado y a cedro, pero si lo mojaban en agua de patatas hervidas, ese olor se iría. Dejó el vestido azul a un lado.
El vestido de seda rojo estaba justo debajo. Lo desdobló y se dirigió hacia el espejo de pie cubierto de polvo que había en una esquina de la habitación. Se puso el vestido delante y sonrió al ver la exorbitante falda. Intentó recordar cómo había podido caber por las puertas con ese vestido. Pero sólo lo había llevado una vez, en el baile de Taylor Hill. Se acordaba de que su padre había estado bebiendo todo el día y había estado especialmente desagradable aquella noche. La fiesta había terminado para ellos cuando le tiró un vaso de bourbon a Jacob Taylor en la cara y les habían pedido fríamente que se marchasen. Nunca los habían vuelto a invitar.
_____ contempló su reflejo en el espejo débilmente iluminado y todo el rencor de su adolescencia que había enterrado profundamente resurgió con repentina y tremenda intensidad. Pensó en todo lo que se había perdido, las fiestas, las barbacoas y los bailes a los que nunca había asistido por el insoportable carácter posesivo de su padre y su costumbre de beber. Ni un solo hombre en kilómetros a la redonda, ni siquiera los de mejor familia y procedencia, habían tenido permiso para cortejarla. Tampoco es que hubiera habido muchos.
Sabía que detrás de la actitud de su padre, estaba el miedo a la soledad. Le horrorizaba que se casase y se marchase. Stuart y Charles habían intentado razonar con él, pero no había servido de nada. Estaban lejos en la universidad la mayor parte del año y poco podían hacer.
_____ se colgó el vestido rojo de seda del brazo y tomó con los dedos el cómodo algodón marrón del vestido que llevaba. Su padre y sus hermanos estaban muertos, pero ya era demasiado tarde. Tenía veintinueve años y era una solterona. Parecía una solterona, vestía como tal e incluso pensaba como tal. Hacía tiempo que había dejado atrás sus sueños románticos de cuando era joven, pero aun así algunas veces…
_____ sujetó el vestido de seda rojo frente a ella otra vez y pensó en los ojos azules neblinosos de Nicholas Jonas. Se preguntó melancólicamente si era demasiado tarde para que una vieja solterona se permitiese algo de romanticismo.
Andrea P. Jonas:)
Re: "Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA
hey me encanto siguela
ya por lo menos dio su brazo a torcer con respecto a q lo enseñen a leer
siguela esto se pone cada vez mejor
ya por lo menos dio su brazo a torcer con respecto a q lo enseñen a leer
siguela esto se pone cada vez mejor
ElitzJb
Re: "Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA
PERDON POR COMENTAR HASTA AHORAAA!!!!... PERO EN ESTOS DIAAS ME AAAA PASADO DE TODO!!!!
JEJEJEJE ESTAS NAVIDADES CREO QUE NO LAS OLVIDRE!!!!!
JAJAJA Y BUENOO AMEEE TODOOOS LOOOSS CAAPIISSS!!!
Y CREO QUE NICK YA SE ENAMOOROOO DE ESA FAMIILIAAAA!!!!
Y EEELLLAAAS DE EL!!! EN ESPECIAL _____!!!!
JAJAJAJAJA
AAAII SIGUELA PORFIISS
JEJEJEJE ESTAS NAVIDADES CREO QUE NO LAS OLVIDRE!!!!!
JAJAJA Y BUENOO AMEEE TODOOOS LOOOSS CAAPIISSS!!!
Y CREO QUE NICK YA SE ENAMOOROOO DE ESA FAMIILIAAAA!!!!
Y EEELLLAAAS DE EL!!! EN ESPECIAL _____!!!!
JAJAJAJAJA
AAAII SIGUELA PORFIISS
chelis
Re: "Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA
Nueva lectora!!! me encanto la nove, porfa siguela!
Faby Evans Jonas
Re: "Un lugar para Nicholas" (Nick J. y Tu) TERMINADA
sigueeeela!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Faby Evans Jonas
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