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Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú}

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Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú} Empty Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú}

Mensaje por Koni Lun 23 Jul 2012, 9:10 pm

Bueno chicas, les traigo otra adaptación titulada "Asuntos Pendientes", si les gusta la sinopsis que les dejo por el momento diganme si serán lectoras y les subo el primer capitulo.


Nombre: Asuntos Pendientes
Autor:Child Maureen
Adaptación: Si, del libro 'Asuntos Pendientes'
Género: Romance
Advertencias: Tiene algunos capitulo hot
Otras páginas: //

SINOPSIS

Nadie se atrevía a rechazar a Joseph Jonas

El vicedirector de Jonas Pictures podía tener a cualquier mujer, pero él quería a una mujer sin exigencias ni compromisos y Invitado Shelton parecía ser la apropiada. Sin embargo, su recatada y sumisa esposa decidió incumplir el acuerdo matrimonial y Joseph se propuso recuperarla a toda costa. Ganar la partida no iba a ser fácil, pero él aún guardaba su mejor carta y estaba dispuesto a usarla… en la cama. Pero lo que Joseph no sabía era que la joven y tímida Invitado tenía un lado apasionado, algo inesperado e irresistible que iba a poner su mundo patas arriba.
Koni
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Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú} Empty Re: Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú}

Mensaje por Nani Jonas Mar 24 Jul 2012, 3:32 pm

siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii debes subir
el primer cap se ve super
interesante subela porfavorsote jajaja
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Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú} Empty Re: Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú}

Mensaje por Koni Mar 24 Jul 2012, 5:31 pm

Asuntos Pendientes

Capitulo 1



Otro chillido estridente atravesó los oídos de Joseph como la afilada hoja de un cuchillo.

Esa era la cuarta secretaria que recibía un ramo de flores o una caja de bombones en lo que iba de mañana.

—Deberían abolir el día de San Valentín —masculló.
—No tienes remedio, jefe.

Joseph le lanzó una rápida mirada a Megan Carey. La rubia asistente cincuentona sacudió la cabeza, dándole por un caso perdido.

—No tienes nada que comentar. Qué bien —dijo Joseph, sabiendo que era mejor cortar a Megan antes de que empezara a contarle sus problemas.
—No he dicho nada.
—Es la primera vez —murmuró él entre dientes.

El primogénito del clan Jonas ocupaba una posición de poder dentro de la estirpe y una sola mirada suya bastaba para fulminar a agentes y actores. Pero Megan era su mano derecha y eso le daba derecho a decir lo que pensaba.

—Pero… El día de San Valentín es mañana.
—Dios mío —exclamó Joseph—. Nos queda otro día más de suplicio.
—Hombre… ¿Es que Cupido nunca te ha hecho una visita?
—¿No tienes trabajo que hacer? —le dijo él, atravesándola con una mirada reservada a los directores que se pasaban del presupuesto.
—Créeme cuando te digo que hablar de esto contigo es trabajo.

Joseph casi sonrió. Casi…

—Muy bien. Dispara de una vez para que pueda seguir trabajando.
—De acuerdo. Lo haré.

Joseph la miró con escepticismo.

Megan Carey siempre decía lo que le venía en gana y era inútil intentar detenerla.

—Como decía antes… —empezó a decir, dejando un montón de mensajes sobre el escritorio de Joe y apoyando las manos en las caderas—. Mañana es el día de San Valentín. Un hombre listo aprovecharía la oportunidad para enviarle unas llores a su mujer, o unos bombones…

Joe recogió los mensajes de la mesa y se puso a examinarlos, ignorándola.

Pero eso tampoco funcionaría… Él lo sabía muy bien.

—Estoy pensando que… Cualquier esposa estaría encantada de recibir un regalo de su marido en un día tan especial como éste.
—Invitado y yo estamos separados, Megan —le recordó Joe en un tono de tensión.

Lo último que quería era hablar de su matrimonio o de su mujer, sobre todo porque había sido ella quien lo había dejado.

Lo había dejado…

Una llamarada de rabia recorrió las entrañas de Joe.

¿Cómo se había atrevido a abandonarle así como así?

«¿Por qué?», se preguntó una vez más.

Siempre se habían llevado bien. Ella tenía las puertas abiertas en todas las tiendas de lujo de Rodeo Drive y todo el tiempo del mundo para irse de compras…
Además, ni siquiera había tenido que preocuparse de bregar con sirvientes y amas de llaves porque vivían en su propia suite dentro de la mansión Jonas.

Sólo había tenido que vivir con él; estar con él.

Pero eso no había sido suficiente para Invitado y, en cuestión de unos días, su esposa se había convertido en una mujer separada que vivía en un apartamento de alto standing de Beverly Hills.

Los reportajes sobre ella se sucedían uno tras otro en las revistas; fotos de almuerzos en restaurantes de moda, instantáneas robadas mientras compraba en alguna tienda… A juzgar por las imágenes, bien podría haber estado saliendo con alguno de los hombres con los que aparecía en las fotografías.

Joseph apretó el puño alrededor del montón de mensajes hasta hacer crujir el papel.

Que alguien saliera con su esposa… Eso era totalmente inaceptable.

—Así es, jefe —dijo Megan, en un tono de aprobación—. Estáis separados, no divorciados.
—Megan… Sí le tienes aprecio a tu trabajo, deja el tema de una vez. Ya.

Ella soltó un suspiro cercano a un bufido.

—Oh, por favor, no podrías llevar este sitio sin mí, y los dos lo sabemos.

Una voz profunda sonó desde el umbral.

—Si te echa, Megan, yo te contrataré por el doble de sueldo.

Joe miró a su hermano Nicholas.

—Qué demonios, te pagaré para quedarme con ella.

Megan frunció el ceño.
—Debería irme —dijo—. Sólo para demostraros lo indispensable que soy aquí. Pero no lo haré, porque soy demasiado buena como para cruzarme de brazos mientras este sitio se va al garete sin hacer nada al respecto —levantó la barbilla y salió del despacho con una mirada reprobatoria.

Joe se recostó en el respaldo de su mullida butaca de cuero.

—¿Por qué no la echo?

Nick avanzó hacia el escritorio y se sentó frente a su hermano mayor.

—Porque… —le dijo mientras se ponía cómodo— lleva treinta años aquí, nos conoce desde que éramos niños y probablemente nos mataría si intentáramos librarnos de ella.
—Bien pensado —Joe sacudió la cabeza y miró a su alrededor.

Llamativos pósters de las películas colgaban de las paredes y las ventanas ofrecían una vista privilegiada de los Estudios Jonas.

Ese era su mundo. Allí era donde hacía el trabajo que le hacía feliz.

Pero entonces, ¿por qué no estaba feliz?

—¿Qué mosca la ha picado ahora?

Joe miró a su hermano de reojo.

—Dice que debería mandarle flores a Invitado por San Valentín.
—No es mala idea —dijo su hermano, entrelazando los dedos—. Acabo de enriarle un ramo de rosas a Dana, y también le he mandado una enorme caja de bombones. ¿Por qué no le regalas algo a Invitado?
—¿Te has vuelto loco? —Joe se puso en pie y comenzó a andar por la habitación con paso ansioso—. ¿Quieres comprarle algo a tu novia por San Valentín? Muy bien. Pero Invitado me dejó, ¿recuerdas?
—No me extraña. ¿No crees?
—¿Y eso qué demonios significa?
—Bueno, vamos, Joe. Estaba loca por ti y tú la ignorabas por completo.

Joe se detuvo en seco, dio media vuelta y fulminó a su hermano con la mirada.

—Mi matrimonio no es asunto tuyo.

Nick se encogió de hombros.

—Sólo digo que si pusieras tanto empeño en recuperara tu esposa como pones en mantener a raya a los directores insufribles, no estarías solo ahora mismo.
—Muchas gracias por el consejo, Doctor Amor.

Nick sonrió.

—No puedo negarlo. Me alegro mucho de haber encontrado a Dana. Después de perder a Karen…

Joe hizo una mueca. No pretendía sacar un tema tan doloroso para su hermano como la muerte de su esposa.

—Mira, me alegro mucho de que estés tan feliz. Pero eso no significa que todos estemos buscando lo que tú tienes.
—Pues deberías.
—Maldita sea, Nick . ¿Has venido a sermonearme sobre mi vida amorosa? ¿Qué eres? ¿Un gurú del amor o algo parecido?
—¡Ni hablar! —exclamó Nick , riendo—. Pero como Megan ya empezó con el tema, pensé en seguirle la corriente.
—Te lo agradezco, pero no, gracias. El amor es para los imbéciles.

La familia Jonas llevaba más de un año zozobrando en las turbulentas aguas del amor, el matrimonio y los finales felices, y Joe ya empezaba a cansarse del tema.

El amor verdadero e incondicional sólo existía en la gran pantalla. Tan sólo se trataba de un negocio con el que Jonas Pictures facturaba millones de dólares y hacía soñar a los espectadores.

Eso era algo que Joe sabía muy bien.

—Eso es lo que dicen todos los hombres que no tienen una mujer a su lado en el día de San Valentín —Nick sacudió la cabeza y sonrió.

Joe le lanzó una mirada fiera a su hermano Nick , pero éste no perdió la sonrisa.

—No me puedo creer que tú entres en este juego —dijo Joe —. ¿El día de San Valentín? ¿Lo dices en serio? Todos los hombres del mundo saben que ese día fue inventado por los grandes almacenes y fabricantes de confitería. Es cosa de mujeres, hermanito. No de hombres.
—Unos dulces, unas cuantas flores, una buena botella de vino… y podéis pasar una velada agradable. Pero, claro, tú no sabes nada de esas cosas. Oh, no. Tú eres el tipo que deja marchar a su mujer en Nochebuena. El Señor Romántico.
—¿Sabes una cosa? Eres mucho menos divertido ahora que estás enamorado.
—Es curioso —dijo Nick, pensativo—. El matrimonio no te cambió en absoluto.

Joe no podía sino reconocer que su hermano tenía razón. Casarse con Invitado no había supuesto ninguna diferencia en su vida. Se había unido a ella porque necesitaba una esposa y ella encajaba en el perfil a la perfección, pero él jamás se había declarado enamorado ni nada por el estilo.

Ella tenía contactos muy buenos, con los medios, la prensa, las empresas más poderosas… Además, era el adorno perfecto para un hombre como él, o lo había sido hasta el momento de su marcha.

Pero él no la echaba de menos ni nada parecido. De hecho, no le importaba en absoluto que se hubiera ido de su lado. Para él, ése era un tema zanjado.

—Eso mismo digo yo. Soy exactamente la misma persona que era cuando me casé.
—Y eso es una pena —dijo Nick.

Frunciendo el ceño, Joe fue hacia los enormes ventanales y miró hacia el exterior. Cientos de hectáreas se extendían ante sus ojos y todos pertenecían a Jonas Pictures. En la parte de atrás se alzaban decenas de platos y escenarios listos para ser devueltos a la vida en cuanto llegaran los equipos de filmación. Había actores, camarógrafos, figurantes, ayudantes y electricistas.

Una pequeña ciudad… y él era su alcalde. Sin embargo, en lugar de admirar el fruto de su imperio cinematográfico, Joe no podía dejar de imaginar el interior de cierto apartamento de Beverly Hills en el que vivía su esposa.

Se volvió hacia su hermano.

—¿Y eso qué significa? —le preguntó en un tono grave y exigente.
—Significa, Joe, que podrías espabilar un poco —Nick giró la silla para hacerle frente a su hermano—. Invitado fue tu gran oportunidad de tener una vida de verdad, pero tú la dejaste marchar sin más.

Apretando los dientes, Joe se volvió hacia la ventana nuevamente.

No quería hablar de su matrimonio, ni con Megan, ni con su hermano, ni con nadie.

Todavía estaba molesto por lo de Nochebuena. Val se había atrevido a dejarle en la víspera de Navidad y eso le corroía las entrañas.

Nadie había osado jamás dejar a Joseph Jonas, y el revuelo mediático que se había generado en torno al fracaso de su matrimonio le había dejado un mal sabor de boca que le crispaba los nervios a la primera de cambio. Todos los periódicos sensacionalistas y revistas del corazón se habían cansado de especular respecto a las razones por las que Invitado lo había abandonado.

Los paparazzi llevaban semanas siguiéndolos como perros de caza y, aunque odiara tener que admitirlo, había caído en la penosa costumbre de hojear las revistas en busca de noticias de su mujer.

Se volvió bruscamente, caminó hasta el escritorio y se sentó de nuevo.

—¿Alguna vez se te ha pasado por la cabeza que fuera yo el que quisiera separarse?
—No —dijo Nick , recostándose en el respaldo de la silla y cruzando las piernas—. Mira, Joe , ése no es tu estilo. Una vez cierras un trato, sigues adelante con él, así que… No. No podrías haberle pedido que se fuera. Lo único que no entiendo es por qué la dejaste ir.
—¿Dejarla? —Dev se echó a reír y cruzó los brazos—. Tú que las dejas hacer muchas cosas en tus relaciones. ¿No es así? Creo que Dana discreparía ligeramente.

Por primera vez, Nick frunció el ceño.

—Muy bien, Joe. A lo mejor «dejar» no ha sido la palabra más adecuada, pero… ¿en qué estabas pensando cuando la dejaste marchar? Todos sabíamos que Val estaba loca por ti.

Joe sabía que aquello era cierto.

Los recuerdos inundaban su pensamiento como una avalancha arrolladora.

Invitado siempre había estado ahí para él, deseosa de tener su atención aunque sólo fuera por unos instantes. Los ojos le brillaban con inocencia y sus labios sonreían con candidez.

Había aceptado aquella relación con entusiasmo e ilusión y él había dado por hecho que las cosas nunca podrían cambiar. Siempre había sabido que ella lo amaba y ésa era la razón por la que había decidido casarse con ella.

La estrategia correcta…

Otra oleada de recuerdos invadió su mente.

En Francia, en el lugar de rodaje de Honor, el último éxito de la productora… Ella sonreía… En la cama, sonriendo con tristeza después de la desastrosa luna de miel.

«Maldita sea…», pensó Joseph, revolviéndose en la butaca.

Jamás se le había pasado por la cabeza que ella pudiera ser virgen, que estuviera nerviosa, que cada nervio de su cuerpo estuviera tan tenso como un alambre….

Aquél había sido uno de los momentos de su vida de los que se sentía menos orgulloso. La deseaba tanto que ni siquiera se había molestado con juegos preliminares y lo que se suponía una noche de pasión se había convertido en una pesadilla para ella; tanto así, que nunca había vuelto a atreverse a tocarla después de aquello.

Los recuerdos eran dolorosos, y Joe no había sido capaz de superar el arrepentimiento que lo consumía.

Ahuyentando las amargas imágenes de su mente, miró a su hermano fijamente.

—Esto es asunto mío, de nadie más.
—Es por lo de mamá y papá, ¿no? Es por ellos.

Joe traspasó a Nick con la mirada.

Tan sólo unas semanas antes se habían enterado de la infidelidad de su madre con el hermano de su padre, el tío David; y ésa había sido la gota que había colmado el vaso para Joseph, quien, por otra parte, jamás había tenido mucha fe en el amor verdadero.

Una unión perfecta, veinte años de matrimonio, cuatrp hijos… Su madre, Denisse, lo había tirado todo por la borda a causa de una imperdonable traición de la cual había nacido su hermana Isabella, que llevaba toda la vida creyéndose hija del mismo padre que todos ellos.

—Eso no tiene nada que ver —dijo Joe.
—¿Cómo que no? Tú has sido el primero que mezcla las cosas —Nick suspiró—. No quieres hablar de ello con nuestro padre y apenas le diriges la palabra a mamá. Te has convertido en un hombre de hielo y nos haces la vida imposible a todos.
—Tengo mucho trabajo —dijo Joe, irritándose más y más—. A lo mejor no te has dado cuenta, pero tenemos unas cuantas películas en fase de posproducción, por no hablar de esa insignificante nominación a los Premios de la Academia.
—No se trata de trabajo, Joe. Se trata de ti. De tu vida. Sólo tenías que intentarlo —Nick arrugó el entrecejo—. Invitado te amaba y tú lo estropeaste todo.

Una punzada de remordimiento atravesó las entrañas de Joe.

El nunca miraba atrás. Los errores del pasado no tenían solución y atormentarse con ellos era un sinsentido.

El pasado, pasado estaba, y no había nada que él pudiera hacer para cambiarlo.

Molesto, Joe se puso en pie y se dirigió a su hermano.

—Yo no estropeé nada. Y tú deberías preocuparte por tu propia vida amorosa en lugar de inmiscuirte en mi relación con mi esposa.
—Tú no tienes una esposa, Joe.

Resultaba curioso. El mismo le había dicho algo parecido a Megan unos minutos antes, pero oírlo de boca de su hermano Nick bastó para hacerle montar en cólera.

Megan tenía razón. Sí que tenía una esposa, aunque no estuviera a su lado en esos momentos y, si bien no podía resolver los errores del pasado, sí que podía hacer algo respecto al futuro.

—Sí que la tengo —replicó Joe finalmente.

Ya había tenido bastante. Los reporteros lo acosaban con sus impertinentes preguntas a todas horas y su familia tampoco lo dejaba en paz, así que había llegado la hora de arreglar todo aquel desastre.

No tenía por qué soportar tanto interrogatorio porque no había sido él quien se había marchado; ni tampoco había sido él quien se pasaba las horas vagando sin rumbo por una suite de habitaciones vacías.

Ella era la culpable de todo. Ella los había hecho pasar por aquel suplicio mediático y él ya se había cansado de bregar con las consecuencias.

—Creo que Invitado no lo tiene muy claro —dijo Nick , levantándose de la silla.
—Tú deja que yo me ocupe de ella —Joe cruzó la habitación, abrió la puerta del armario y sacó la chaqueta del traje que llevaba puesto.
—¿Adónde vas?
—Voy a tener una larga charla con mi esposa —dijo Joe y, mientras pensaba en ella, se dio cuenta de lo mucho que la echaba de menos—. Es hora de que le recuerde a Invitado que todavía estamos casados.
—¿Crees que será así de fácil?

Joe miró a su hermano pequeño. En las oficinas de Jonas Pictures todos parecían haberse contagiado del peligroso virus de San Valentín y, cada vez que se daba la vuelta, se encontraba con una caja de bombones o un ramo de flores.

Pero en vez de darle alegría, los regalos ajenos no hacían más que recordarle lo solo que estaba. La soledad a la que se enfrentaba cada día minaba su buen humor y la felicidad de sus hermanos enamorados era una inagotable fuente de irritación.

¿Pero por qué?

El había estado solo la mayor parte de su vida. Sin embargo, esa vez no lo había elegido él. Se había visto obligado a estar solo a causa de la decisión de Invitado.

Ella había hecho lo que le había venido en gana; le había abandonado de forma repentina y así había conseguido todo el espacio que necesitaba, pero ya era el momento de regresar.

Su pequeño arrebato de rebeldía había terminado.

Los votos matrimoniales eran irrevocables. El nunca incumplía los términos de un compromiso y esperaba lo mismo de ella.

—Lo haré, por las buenas o por las malas —dijo finalmente con una sonrisa cínica.

Invitado Shelton Hudson tenía su propio apartamento con vistas a las colinas y mansiones de Beverly Hills. Era una casa lujosa con una decoración exquisita, pero estaba tan vacía que Invitado sentía ganas de gritar con tal de oír algo de vida a su alrededor.

No obstante, rara vez encendía la televisión o la radio porque no quería oír nada de la familia Jonas ni de los Premios de la Academia.

Cada vez que oía el nombre de Joseph, su corazón se quebraba y la soledad amenazaba con engullirla entera, así que en lugar de atormentarse pensando en lo que había perdido, trataba de pasar los días entretenida, comiendo con amigas, trabajando en las organizaciones de caridad de las que era miembro, yendo de compras y esquivando a los periodistas que le tendían emboscadas cada vez que ponía un pie fuera de la casa.

Sin embargo, las noches eran largas, silenciosas y tristes. No tenía ganas de salir con nadie, ni tampoco se sentía con ánimos como para salir a los locales de moda con sus amigas.

—No es así como quería vivir —se dijo a sí misma y salió a la terraza privada que estaba junto al salón de la casa.

Nada más salir al exterior, se sintió reconfortada por el aroma de las plantas. Había helechos en maceteros colgantes, flores que se desbordaban de jarrones de cerámica, pequeños arbustos e incluso un pequeño limonero en un rincón.

En el centro había una mesa de exterior con cuatro sillas al más puro estilo de las terrazas parisinas y en una esquina había un balancín con un toldo de color amarillo y rojo.

Invitado se acurrucó en él y se dedicó a escuchar el lejano murmullo del tráfico que rugía quince plantas más abajo.

Por lo menos, aún le quedaba un pequeño refugio de sosiego.

Un lugar en el que pensar…

Pero, por desgracia, cada vez que les prestaba atención a sus propios pensamientos, Joseph volvía a robarle la paz que tanto le costaba conseguir.

Hizo un esfuerzo por ahuyentar los recuerdos; su expresión de perplejidad al oírla decir que se marchaba…

Aunque no quisiera admitirlo, sí que sentía remordimientos. Había preferido dar media vuelta y escapar, en lugar de luchar por su matrimonio.

Pero él tampoco se lo había puesto fácil.

«Qué gran idiota», se dijo, sin saber si se refería a Joseph o a sí misma.

Agarró un cojín, lo abrazó con fuerza y apoyó la cabeza sobre el respaldo del balancín. Cerró los ojos y dejó que la imagen de Joe emergiera ante sus ojos.

«Ojalá pudiera volver atrás. Ojalá pudiera hacer las cosas de otra forma…», pensó.

—Sí pudiera volver atrás en el tiempo, no sería tan complaciente —murmuró con los ojos todavía cerrados—. Diría lo que pienso en todo momento y dejaría de esforzarme por ser la perfecta mujer florero, insignificante y sumisa. Si tuviera otra oportunidad, sería yo misma…

La perfecta mujer florero…

—Dios, no me extraña que él se cansara de mí. No imagino nada más molesto —exclamó y apretó el cojín con más fuerza. La frustración se apoderaba de ella por momentos.

—¿Señora Jonas?

Invitado suspiró al oír la voz de su ama de llaves, pero mantuvo los ojos cerrados.

—¿Sí, Teresa?
—Hay alguien que quiere verla —dijo la sirvienta con una voz sosegada y prudente—. Le dije que no quería que la molestaran, pero…
—No acepté un «no» por respuesta.

Invitado levantó la cabeza bruscamente y abrió los ojos de golpe.

La última persona del mundo a la que quería ver estaba en el umbral.

Su esposo…
Koni
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Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú} Empty Re: Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú}

Mensaje por helado00 Mar 24 Jul 2012, 5:47 pm

.__________________________________.
Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú} 167695056
Woaah!! como..no..osea..what!?
me atrapo completament elo que leí!! enserio que si!! por favor continua con la nove si?
soy tu nueva lectora :D
helado00
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Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú} Empty Re: Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú}

Mensaje por jonatic&diectioner Miér 25 Jul 2012, 11:03 am

me encanto tienes q seguirla pronto!!!!!!!!!!!!!XFA..
X CIERTO NUEVA LECTORA!!
jonatic&diectioner
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Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú} Empty Re: Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú}

Mensaje por aranzhitha Miér 25 Jul 2012, 12:16 pm

hola nueva lectora
Me encanta!!!!
Siguela!!!!
aranzhitha
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Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú} Empty Re: Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú}

Mensaje por Nani Jonas Miér 25 Jul 2012, 12:53 pm

me encanto el cap siguela plis
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Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú} Empty Re: Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú}

Mensaje por Jess Jonas .. Miér 25 Jul 2012, 2:51 pm

WAAAAAAA' ..
la sinopsis me dejo encantada ..
y ese capítulo aún máas ! ..
SI-GUE-LAA ! ..
Jess Jonas ..
Jess Jonas ..


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Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú} Empty Re: Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú}

Mensaje por Koni Miér 25 Jul 2012, 3:02 pm

Asuntos Pendientes

Capitulo 2


—¿Sorprendida? — Joe pasó por delante del ama de llaves y salió al patio.

Con las manos en los bolsillos y una expresión cínica en el rostro, Joe hacía alarde de su porte soberbio y desenfadado.

—Sí, estoy sorprendida —Invitado lo miró fijamente, como si fuera una aparición.
—Tengo que hablar contigo —le dijo él, mirando al ama de llaves fugazmente.

Invitado respiró hondo, se preparó para la batalla y miró a la mujer que esperaba junto a la puerta.

—Todo está bien, Teresa. Puedes retirarte.

La empleada no parecía muy convencida.

—Si me necesita, señora Jonas, sólo tiene que llamar —le dijo antes de salir.

En cuanto se quedaron solos, Joe se echó a reír.

—No sabía que tuvieras guardaespaldas —le dijo con ironía.
—No me hace falta un guardaespaldas, Joe. Yo sé cuidar de mí misma.

Joe levantó una ceja y después asintió lentamente.

—Claro que sí.
—Bueno, ahora estamos solos, así que ¿por qué no me dices a qué has venido?

Su actitud y su tono de voz no eran precisamente alentadores, pero eso no tenía importancia. El tenía una misión que cumplir y estaba decidido a conseguir su propósito. De camino a la casa, había meditado cuidadosamente lo que iba a decirle y no había lugar para errores.

Simplemente, le diría que la separación era inútil, que estaban casados y que debían estar juntos. Además, le recordaría que los Oscar estaban a la vuelta de la esquina y que los Jonas debían dar una imagen de unidad.

Todo era de lo más razonable, así que ella no tendría por qué oponerse.

—¿Por qué has venido?

Joe la miró un instante mientras ella dejaba a un lado el cojín y se ponía en pie.

La Invitado que tenía ante sus ojos no tenía nada que ver con la mujer sumisa a la que él recordaba; la que se escondía detrás de la almohada y le rehuía la mirada.

Aquellos ojos familiares lo atravesaban como afilados puñales y la expresión de su rostro era desafiante y decidida.

—He venido a llevarte de vuelta a casa.
—Ya estoy en casa —dijo ella, yendo hacia la mesa y las sillas.

Sacó uno de los decorativos asientos y se sentó en él, sin dejar de mirarle fijamente.

—Me refería a nuestra casa, a la mansión de la familia —le dijo Joe, intentando mantener la calma.
—Yo ya no vivo allí —dijo ella.

Una chispa de rabia amenazó con abrasarle, pero Joe logró mantener el control. La ecuanimidad era fundamental para cerrar una buena negociación con resultado favorable.

Sacó una silla y se sentó al lado de ella, apoyando los codos sobre las rodillas y mirándola a los ojos.

—Sí, te fuiste. Lo recuerdo.
—¿Y entonces por qué…?

El levantó un dedo.

—Ya han pasado un par de meses, Invitado. Creo que ya lo has dejado todo bien claro.
—¿Todo bien claro? —repitió ella, abriendo mucho los ojos.
—Querías que supiera que eras muy infeliz y yo lo he entendido. Estoy dispuesto a hablar de esto y a solucionarlo. Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para llevarte de vuelta al lugar adonde perteneces.

Se produjo una larga pausa mientras Invitado meditaba el discurso que Joe se había preparado durante el camino.

—¿Por qué?

El parpadeó, perplejo.

—¿Qué?
—¿Por qué? —repitió ella—. ¿Por qué quieres que vuelva?
—Porque eres mi esposa. Ella soltó el aliento.
—De acuerdo. Entonces, ¿por qué ahora? ¿Por qué no hace un mes? ¿Por qué estás aquí hoy, Joe?

El se incorporó, apoyó un brazo en la mesa y trató de buscar una respuesta. No había esperado tantas preguntas. La antigua Invitado jamás le cuestionaba, sino que obedecía sin replicar.

—Mañana es el día de San Valentín —se apresuró a decir.
—¿Y qué?

Joe pensó que debería haberle llevado unas flores, pero ya era demasiado tarde.

—Me ha hecho darme cuenta de lo rápido que pasa el tiempo. La ceremonia de los Premios de la Academia es dentro de muy poco tiempo y creo que es importante que estemos unidos cuando ganemos el premio a la mejor película.
—Entiendo —dijo ella sin inmutarse.

Joe no sabía lo que pasaba por su mente en ese momento y su expresión indescifrable resultaba de lo más inquietante.

¿Quién era esa nueva mujer que había reemplazado a su esposa, la dulce y obediente Invitado?

Joe se puso en pie, dio dos pasos y se detuvo y dio media vuelta hacia ella.

—Mira, lo que quiero decir es que estamos casados. Los dos sabíamos lo que hacíamos cuando nos metimos en este matrimonio. Desde el primer momento estuvimos de acuerdo en que no podía haber un divorcio.
—Es cierto.
—Bien —dijo él, sonriendo—. Entonces vendrás a casa.

Ella se levantó lentamente. Sus gráciles movimientos alimentaban la llama que ya ardía en el interior de Joe.

—Si vuelvo… habrá un par de condiciones.
—¿Disculpa?

Invitado le miró un momento y disfrutó de su expresión atónita.

¿Por qué había fingido ser otra persona? Si hubiera sido ella misma desde el principio, se habría ahorrado muchas horas de sufrimiento y agonía.

Sin embargo, tenía otra oportunidad para arreglar las cosas y, aunque Joseph no la amaba, sí que quería verla de vuelta. Se había molestado en ir a buscarla a su casa y, si había llegado tan lejos, entonces aún había esperanza.

—Si lo hacemos —dijo ella, sosteniéndole la mirada—. Hay que hacer las cosas de otra manera.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó él con desconfianza.
—Quiero decir que quiero un matrimonio de verdad, Joe, y no la fusión comercial que teníamos antes.
—¿Y eso qué significa? —le preguntó él achicando los ojos.

Invitado se mantuvo firme.

—Quiero que pases tiempo conmigo. Quiero tu compañía.
—Invitado…
—Oh, no. No adoptes ese falso tono paciente conmigo, Joe—dijo ella, cortándolo antes de que le diera la familiar palmadita en la cabeza a modo de consuelo fingido.

Los rasgos del rostro de Joe se endurecieron, pero Invitado no se dejó intimidar. Esa vez no iba a dejarse disuadir. Esa vez iba a decir lo que tenía que decir y a hacer lo que tenía que hacer.

—Siempre usas ese tono de voz cuando quieres hacerme callar.
—Yo no…
—Claro que sí. Pero ya no funciona, ¿de acuerdo? —ella se acercó un poco.

Las piernas le temblaban y la sangre le abrasaba las venas.

—¿Era así de verdad? —preguntó él.
—Sí—dijo ella, sonriendo.

Los ojos de Joe soltaron chispas.

—Soy tu esposa, Joe. Y si vamos a hacer las cosas bien, quiero disfrutar de tu atención. Además, hay otra cosa. Sé que no empezamos con muy buen pie, pero quiero tenerte en mi cama.

El asintió.

—Bien…
—Quiero tener hijos.
—¿Hijos?
—No tiene que ser mañana, pero algún día querré tenerlos. Quiero una familia, Joe, y para que esto funcione, tendrás que dedicarme al menos la cuarta parte del tiempo que le dedicas a Jonas Pictures.
—Eso son bastantes condiciones.
—Así es —ella cruzó los brazos y trató de contener el nerviosismo que amenazaba con delatarla ante él.

Había hecho lo correcto hablándole claro. No estaba dispuesta a volver a ser su muñeca de trapo.

Sin dejar de mirarla, Joe se frotó la barbilla con una mano. Los segundos pasaban y la tensión se podía cortar con una tijera, pero él, como siempre, se mostraba imperturbable.

El hombre de hielo…

Eso había sido lo más difícil para Invitado. Nunca había podido traspasar esa coraza de hierro tras la que él se refugiaba. Nunca le había hecho perder la cabeza, dejarse llevar…

Dejarse llevar…

De repente, Invitado supo lo que tenía que hacer para conseguir su objetivo.

Tenía que usar el sexo para derribar los muros que él había construido a su alrededor. Aunque sus relaciones sexuales siempre habían sido incómodas y extrañas, ella sabía muy bien que él la deseaba tanto como ella a él.

Sólo tenía que seducirle. Así le haría perder el control.

—Si acepto… —empezó a decir él—. ¿Qué te impedirá marcharte la próxima vez que te sientas… infravalorada?
—Mi palabra —dijo ella, enfrentándose a su gélida mirada con valentía.

Si volvía con él, sería para siempre. Ya había huido bastante.

Esa vez estaba decidida a recuperarle o a morir en el intento.


—Te doy mi palabra. Sí empezamos de nuevo, no me marcharé a menos que tú quieras que me vaya.
—Eso no pasará —dijo él suavemente, acariciándola con la mirada.

Invitado sintió el calor de su mirada sobre la piel y ardió de expectación.

—Entonces no tenemos nada de qué preocuparnos, ¿no?

La joven se preguntó si estaba haciendo lo correcto, pero no tardó en hallar una respuesta.

Ella aún amaba a Joe con todo su corazón y valía la pena intentar ganarse su amor.

—Bueno, entonces… —dijo él acercándose y poniéndole las manos sobre los hombros—. Parece que hemos llegado a un acuerdo, señora Jonas.
—Eso parece, señor Jonas —dijo ella con un nudo en la garganta.

El llevaba esa colonia que tanto le gustaba, un aroma afrutado y varonil que la volvía loca y que la hacía preguntarse cómo había podido sobrevivir durante dos meses sin verle, sin tocarle…

Como él la tocaba en ese preciso instante. Sus manos se movían arriba y abajo por sus brazos, generando una fricción eléctrica sobre su piel que la devolvía a la vida.

Invitado respiró hondo, soltó el aliento y lo miró una vez más.
—Hoy me has sorprendido, Invitado —dijo él en un susurro—. Siempre has sido tan callada y…

Ella frunció el ceño.

—¿Sumisa?

El sonrió.

—Quizá.
—¿Y te has llevado una decepción? —le preguntó ella al tiempo que él le sujetaba el rostro con las manos.
—¿Tú qué crees? —preguntó él y la besó en los labios, obligándola a entreabrirlos y robándole el poco aliento que le quedaba.

Ella sucumbió al placer de sus besos y se apoyó contra su poderoso pectoral, dejándose llevar por las sensaciones exquisitas que vibraban en su interior, y entonces él la apretó con fuerza contra su rígida potencia masculina, enseñándole cuánto la deseaba.

Los besos apasionados se sucedieron uno tras otro y Invitado perdió toda noción del tiempo y de la realidad.

El mundo se había desvanecido a su alrededor y lo único que importaba era su presencia, el calor de sus besos, la suavidad de sus fuertes músculos…

La vida le había dado otra oportunidad para empezar de cero y los primeros rayos de luz anunciaban un nuevo amanecer.

Algún día tendría el hogar que tanto deseaba; algún día tendría al hombre de sus sueños…

De pronto, él dejó de besarla, levantó la cabeza y la miró a través de unos ojos llenos de deseo.

—Recoge tus cosas y vámonos a casa.
—Muy bien —dijo ella.

El la tomó de la mano y la condujo al interior del apartamento.

Seducir a Joseph Jonas no iba a ser tan difícil como había pensado en un primer momento.
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Mensaje por aranzhitha Miér 25 Jul 2012, 3:25 pm

hay que bueno que se reconciliaron
Ojala que Joe ponga de su parte
Y ahora si sean felices
Siguela!!!
aranzhitha
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Mensaje por jamileth Miér 25 Jul 2012, 9:12 pm

olaaa nueva lectora!!!
me ha enkntado!!!
plis!!!

soiguelaaaaaaaaaa
jamileth
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Mensaje por Jess Jonas .. Jue 26 Jul 2012, 8:03 am

" Seducir a Joseph Jonas no iba a ser tan difícil como había pensado en un primer momento. " ..
Jajajajajajaja pues creo que no será difícil Jajaja xD ..
espero y Joe la ame ! :l ..
SI-GUE-LAA ! ..
Jess Jonas ..
Jess Jonas ..


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Mensaje por aranzhitha Jue 26 Jul 2012, 9:38 am

siguela!!!!
aranzhitha
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Mensaje por MaleeJonas Jue 26 Jul 2012, 2:09 pm

Aaaaaahhhh por Dios me encanta esta nove, soy nueva lestora. Que buena escritora eres.. S I G U E L A
MaleeJonas
MaleeJonas


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Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú} Empty Re: Asuntos Pendientes {Joe Jonas & Tú}

Mensaje por Koni Jue 26 Jul 2012, 5:04 pm

Asuntos Pendientes

Capitulo 3


La vuelta a la mansión no fue tan difícil como Invitado esperaba. Dev sabía cómo hacer las cosas cuando realmente le interesaba.

Después de mandar a empacar y trasladar sus pertenencias, le dio un jugoso finiquito a Teresa y se aseguró de tenerla de vuelta en la casa de los Jonas lo antes posible.

Mientras deshacía la maleta, Invitado no pudo evitar recordar la última vez que había estado en esa habitación: la tarde de Nochebuena.

Ese día le había hecho frente a su esposo y se había atrevido a decirle que lo dejaba.

Todavía podía recordar su mirada atónita al oírla decir que se iba… Pero ella sabía que lo que verdaderamente le había molestado era que alguien se atreviera a desafiarlo.

Joseph Jonas nunca perdía…

Y ahí estaba ella; de vuelta en la casa, la prueba viviente de que él era un ganador invencible…

—Pero yo ya no soy la misma —se dijo a sí misma para tranquilizarse—. Las cosas serán diferentes esta vez. Ya no voy a ser la esposa complaciente de siempre. Ya no pienso aparecer y desaparecer a su antojo. Yo existo, y él tendrá que aprender a vivir conmigo.

Llevaba algo más de una hora en la casa, pero nada había cambiado todavía. Joe la había dejado allí y había vuelto al trabajo porque…

«Tengo que resolver algunas cosas…», le había dicho.

Un mal comienzo… otra vez.

Aquel pensamiento se coló en su mente, pero ella lo desterró de inmediato. No iba a empezar a alimentar el rencor nuevamente. Sabía que le llevaría algo de tiempo ganarse el afecto de su esposo, y derribar esos muros que él había erigido a lo largo de su vida no iba a ser tarea fácil.

Después de colgar la ropa en el armario, miró a su alrededor y contempló el dormitorio de Joseph , que también era el suyo propio.

Sonrió.

Poco después de casarse, él había insistido en que ella eligiera una de las habitaciones adicionales a modo de rincón personal, pero a medida que el ambiente entre ellos se había ido enrareciendo, se había visto obligada a huir a ese escondite en demasiadas ocasiones.

Sin embargo, eso estaba a punto de cambiar. Esa vez no estaba dispuesta a esconderse para relamerse las heridas.

La torpeza de ambos había arruinado su matrimonio, y su vida sexual, pero ella estaba dispuesta a hacer que aquello funcionara, en la casa… Y en la cama.

Invitado se echó a reír, avergonzada consigo misma.

—Qué gran suplicio, Invitado. Verte obligada a vivir en un ala de una mansión palaciega de Beverly Hills. Pobrecita —se dijo, bromeando.

«Tonta. ¿Cómo puedes lamentarte de tu suerte si vives en un castillo de ensueño?».

Sonriendo con tristeza fue hacia el balcón que daba al jardín lateral de la casa. Abrió la doble puerta, salió a la terraza de piedra y levantó el rostro hacia la brisa que hacía suspirar a los árboles que rodeaban la propiedad.

Cuando volvió a abrir los ojos, el sol estaba a punto de ponerse y rojos y violetas resplandecientes teñían de color el firmamento del atardecer.

Joe iba a regresar pronto y las mariposas de siempre empezaban a agitar las alas dentro de su vientre.

Dio media vuelta y entró en la casa.

Joe había aceptado las condiciones de su esposa porque quería tenerla de vuelta en la casa. Sin embargo, él sabía que ella se olvidaría de sus propias exigencias en cuanto volviera a acomodarse en la mansión.

Por fin las cosas habían vuelto a la normalidad.

Excepto por una cosa… Aquel beso en la terraza de su apartamento. ¿Ella lo deseaba en su cama… tanto como él a ella?

A Joseph le costaba creerlo. La experiencia de la noche de bodas había sido tan desastrosa que jamás habían podido superarlo.

Pero ya era hora de empezar de cero y seguir adelante.

El deseaba a su mujer; la deseaba más de lo que jamás se había atrevido a admitir y, con sólo volver a verla, su libido se había disparado hasta extremos insospechados; tanto era así que casi había perdido el control mientras la besaba.

Pero él jamás perdía la compostura. Un hombre como él nunca daba rienda suelta a sus instintos y emociones. No podía dejarse llevar por la lujuria y el deseo porque esos sentimientos eran un arma de doble filo que en cualquier momento podían volverse contra él.

«Pero tampoco voy a vivir como un monje», pensó, rebelándose contra lo que le decía la razón.

La noche de bodas había sido pésima y, aunque hubieran hecho el amor algunas veces más después de aquello, Valerie jamás se había abierto a él. Pero eso ya formaba parte del pasado.

Ella le había dado una segunda oportunidad y él estaba dispuesto a darle la seducción y el romanticismo que tanto necesitaba.

Sobre el asiento del acompañante había un enorme ramo de flores y una caja de bombones Lady Godiva.

Joe aún se resistía a sucumbir al consumismo del día de San Valentín, pero esa vez se trataba de una ocasión especial. Su esposa había vuelto a casa, al lugar adonde pertenecía, y por eso quería darle una sorpresa.

Las flores, los dulces, las armas de seducción más sofisticadas… Valerie caería rendida a sus pies.

Sonriendo, Joe giró hacia el camino que conducía a la mansión Jonas. A lo largo de su vida había producido suficientes películas románticas y sensibleras como para saber qué hacía falta para ambientar un escenario de pasión.

Agarrando las flores y los chocolates, bajó del coche y se dirigió a su entrada privada, situada en un lateral de la casa. No era buena idea dejar que todos lo vieran con un ramo de flores en las manos.

Además, lo que ocurriera entre su mujer y él no era asunto de su familia.

Las luces exteriores estaban encendidas y arrojaban sombras fantasmales sobre la tupida oscuridad de la noche. El viento mecía las ramas de los árboles y un chorro de agua caía alegremente en una fuente cercana.

Joe miró hacia la terraza del segundo piso y vio un espejismo de lino blanco.

Bien… Eso significaba que el ama de llaves debía de haber ordenado que prepararan la mesa, así que sólo tenía que bajar a la cocina cuando estuvieran listos para cenar.

Sonrió para sí, entró y fue directamente hacia su apartamento, que estaba en el segundo piso.

Invitado debía de haberse llevado una gran sorpresa al descubrir que le había preparado una cena romántica a la luz de las velas.

Y eso significaba que ella ya debía de estar lista para el juego de seducción.

—El secreto… —se dijo Joe mientras avanzaba por el corredor de la segunda planta— es pillarla desprevenida. Así no sabrá qué esperar.

Agarró el ramo con fuerza al tiempo que entraba en la habitación.

—Sorpresa. Esa es la clave —se dijo a sí mismo.
—Bienvenido a casa, Joe.

El dejó caer las flores al suelo, y detrás cayeron los bombones. Se detuvo de repente y contempló a la mujer que estaba ante sus ojos, boquiabierto.

Su esposa sumisa e inhibida, a la que estaba decidido a sorprender, estaba sentada en una silla en la postura más sexy del mundo.

Tan sólo llevaba un fino collar de perlas y su alianza de casada.

Ella sonrió, se llevó las perlas a la boca y empezó a mordisquear las delicadas cuentas de color marfil.

—¿Son para mí? —le preguntó, bajando la vista con fingida timidez.
—¿Qué? —preguntó Joseph , completamente obnubilado.

Sacudió la cabeza y trató de recuperar la compostura.

—Tú… No esperaba… Eh —le dijo, tartamudeando.

Ella sonrió e inclinó la cabeza sobre uno de los brazos de la silla.

—¿Qué ocurre, Joe? ¿No te alegras de verme?
—Sí —se apresuró a decir él. Entró rápidamente y cerró la puerta tras de sí.

Y él que pensaba que iba a sorprenderla…

Tenía la boca seca y su corazón latía sin control.

—Estoy… sorprendido… —le dijo, rígido y tenso como la cuerda de una guitarra—. Eso es todo.
—Bueno, bien —ella quitó las piernas del brazo de la silla y se incorporó lentamente.

Su cuerpo esbelto y delicado era mucho más hermoso de lo que Joe recordaba.

Pechos firmes y turgentes, cintura estrecha, piernas kilométricas…

Su piel era del color de los melocotones maduros y el cabello le caía en cascada sobre los hombros.

Toda una tentación…

Joe jamás había visto ese lado salvaje de su esposa, pero no podía negar que le encantaba.

—Creo que ya es hora de que nos sorprendamos el uno al otro un poco —fue hacia él con paso tranquilo.


Joe la miraba de arriba abajo, sediento de deseo.

—Es una buena idea —admitió, y entonces recordó que los regalos se le habían caído al suelo.

Inclinándose, los recogió y se los ofreció al verla acercarse.

—Son muy bonitas —murmuró ella al tiempo que hundía el rostro en el llamante ramo de rosas color lavanda—. ¿Y también me has traído bombones? Eso ha sido todo un detalle, Joe. Gracias.

Se volvió hacia la mesa para dejar los regalos y entonces Joe reparó en su perfecto trasero. Quería tumbarla en el suelo y hacerle el amor allí mismo.

Pero sabía que no podía hacerlo. Esos impulsos desenfrenados habían sido los que habían hecho un desastre de su noche de bodas. Nada de delicadeza; nada de seducción… Sólo hambre y lujuria.

Y él no estaba dispuesto a cometer los mismos errores por segunda vez. Aunque se consumiera por dentro, esa vez se lo iba a tomar con calma y mesura.

Ella se volvió hacia él y sonrió.

—Te deseo, Joe. Ahora.

Algo explotó en llamas en la mente de Joe y entonces se oyó a sí mismo diciendo…

—Dios mío.

La agarró con fuerza y tiró de ella. Invitado sintió el poder de sus musculosos brazos y sucumbió a la embestida de su deseo.

¿Cómo había podido ser tan idiota? Al principio de su matrimonio había tenido demasiado miedo como para dar rienda suelta a sus propios instintos.

Joe tomó sus labios con un beso arrebatador, jugando con su lengua en un baile de placer que quitaba el aliento.

Invitado había tenido que hacer acopio de toda su valentía y coraje para recibirle desnuda, pero… Había merecido la pena. La expresión de su rostro al verla así sería un recuerdo que conservaría para siempre.

Joseph Jonas no lo sabía, pero Invitado acababa de ganar la primera batalla de una larga guerra por conquistar su corazón.

Mientras ella se ahogaba en una avalancha de deliciosas sensaciones, Joe dejó de besarla un instante y escondió el rostro en la curva de su cuello para mordisquearla en la base de la garganta. Su pulso acelerado palpitaba a toda velocidad bajo su piel.

Y entonces empezó a lamerla, dejando un rastro de fuego allí donde deslizaba la lengua.

Ahí estaba la magia que ella había esperado encontrar durante la noche de bodas. Lo que él le hacía evaporaba todos sus pensamientos y borraba todo vestigio de ansiedad de su ser.

Invitado gimió suavemente, se volvió hacia él y arqueó la espalda, pegándose a él y dándole ánimos.

El deslizó las manos a lo largo de su espalda, buscando su espina dorsal, palpando la textura de su piel, estrujándole el trasero, aferrándose con todos los dedos para que pudiera sentir su rígida potencia masculina en toda su longitud.

Invitado sintió una humedad caliente en el centro de su feminidad y un cosquilleo que le recorría todo el cuerpo. El potente pectoral de Joe le rozaba los pechos por debajo de la camisa de lino que llevaba puesta, produciendo una agradable fricción que le incendiaba los sentidos.

Era maravilloso…

Extraordinario…

Pero Invitado quería más; quería sentir su piel, absorber su calor, sentirlo dentro.

Como si hubiera oído sus silenciosos pensamientos, él se apartó un momento. Se quitó la chaqueta y la camisa, las tiró al suelo, y entonces volvió a acariciarla de nuevo, masajeándola y apretándola contra su fornido pecho.

Mientras tanto, Invitado suspiraba de placer. Cuánto echaba de menos sentir el tacto de su piel, de sus manos… Incluso cuando las cosas iban de mal en peor, ella siempre había añorado aquella textura que la hacía vibrar.

Cuánto había deseado enredar los dedos en su oscuro cabello, corto y suave. Durante semanas no había sido capaz de pensar en otra cosa que no fuera volver a tenerle en la cama.

Y, por fin, ese momento había llegado, así que no podía desperdiciar ni un solo instante.

—Tómame ahora, Joe —susurró, poniéndose de puntillas al tiempo que él se inclinaba adelante para saborear sus pechos—. Te necesito tanto…

El levantó la cabeza y la miró a través de sus azules ojos, velados por la pasión que Invitado había esperado ver durante tanto tiempo.

—No es esto lo que había planeado para esta noche —le dijo él, con la voz ronca.
—¿Y qué importancia tiene? —preguntó ella, deslizando la punta de los dedos hasta su abdomen liso y musculado.

El se estremeció por dentro, cerró los ojos y luego volvió a abrirlos.

—No, no la tiene —le dijo finalmente, atravesándola con la mirada.
—Te deseo —dijo ella suavemente, observándole, calculando su reacción—. Quiero sentirte dentro de mí. Quiero sentirte, muy dentro.

Los ojos de Joe soltaron chispas de pasión y entonces Invitado respiró profundamente, deleitándose en la certeza de que su esposo, el hombre al que ella amaba, la deseaba con todo su ser. El no la amaba todavía, pero ése era un punto de partida. Bastaba con que él sintiera la mitad de lo que ella sentía por él… Valerie se conformaba con muy poco. Sólo le hacía falta una pequeña muestra de afecto para luchar por ganarse su amor.

Lo que había empezado como un matrimonio de conveniencia podía llegar a ser una auténtica unión de amor verdadero.

—Espera un momento —murmuró él. Se inclinó, la tomó en brazos y la llevó al dormitorio.

Entonces se detuvo un instante en el umbral y Invitado volvió la cabeza para ver la habitación al tiempo que él la contemplaba.

Ella también había preparado algo especial. Decenas de velas encendidas parpadeaban por toda la estancia, y sus caprichosas mechas arrojaban destellos y sombras saltarinas que teñían las paredes a su alrededor. Las puertas de la terraza estaban abiertas y la dulce melodía que susurraba la brisa se colaba en la habitación, acariciando y aliviando su piel incandescente.

Las mantas estaban al pie de la cama, dejando ver las sábanas rojo oscuro y las almohadas mullidas y sugerentes.

El bajó la vista y sonrió fugazmente, levantando la comisura izquierda del labio.

—Has estado muy ocupada.
—Sí —dijo ella, deslizando la punta del dedo sobre su media sonrisa—. Y también llevo horas esperándote.
—Pero la espera ya ha acabado. Para los dos.

La tumbó en la cama y luego se quitó el resto de la ropa mientras ella lo observaba con avidez.

Ese era el hombre que le había quitado el sueño durante tantos meses.

Su pecho estaba perfectamente esculpido y bronceado, y sus piernas, poderosas y musculosas, insinuaban la potencia de su imponente erección.

En el pasado, Invitado se había sentido intimidada por semejante miembro viril, pero esa noche iba a ser diferente. Esa vez no se iba a dejar avasallar por aquellos viejos fantasmas.

Joe la miraba con atención y no tardó en detectar la vacilación que oscilaba en sus ojos.

—¿Estás segura?
—Sí —dijo ella, intentando poner una voz firme y decidida.

Los nervios estaban encerrados en una profunda mazmorra de su mente y la pasión tomaba el control de su consciencia.

—Bien —dijo él, tomando sus labios al tiempo que agarraba el húmedo centro de su feminidad con una mano.

Invitado estuvo a punto de caerse de la cama en el momento en que sintió las sutiles caricias de sus dedos.

Los confines de la cordura no andaban muy lejos y él parecía empeñado en llevarla hasta ellos, y más allá…

Su cuerpo de mujer se tensaba más y más con cada roce y las sensaciones colapsaban su mente, llevándola hasta el punto de ebullición.

Magia…

Joe enredó la lengua con la suya y exhaló con fuerza, compartiendo su aliento cálido y revitalizante.

Aquello era con lo que había soñado tantas y tantas noches solitarias…

Invitado arqueó las caderas y empezó a frotarse contra la mano de él con frenesí, meneándose con furor y gimiendo con gruñidos guturales que salían desde el rincón más primario de su humanidad.

El acababa de introducir un dedo, y después otro, palpándola allí donde el contacto resultaba más irresistible.

Era tan maravilloso; tan placentero, tan… Increíble.

El empezó a masajearla en el lugar más sensible de toda su constitución femenina, lanzando rayos de lujuria que sacudían sus entrañas de los pies a la cabeza, y entonces tomó uno de sus pezones, y después el otro.

Aquellos labios, lengua y dientes la atormentaban en un exquisito suplicio que la empujaba irremediablemente hacia la frontera de la razón y la enajenación.

Invitado apenas podía respirar. Sus movimientos desenfrenados la hacían derretirse por dentro, buscando más y más.

—Ahora —susurró él y entonces cambió de posición.


Se arrodilló entre las piernas de ella y se abrió camino dentro de su sexo desnudo poco a poco.

Ella sintió la presión de su henchido miembro, pero, en vez de resistirse, abrió aún más las piernas y le recibió en toda su longitud.

Sus ojos claros la miraban fijamente y ella le devolvía la mirada mientras se mecían al unísono, al compás de la pasión.

Allí estaba la magia, la sed, el destino…

En sus brazos.

Invitado enroscó las piernas alrededor de sus caderas y le atrapó dentro de su propio ser mientras él agotaba la energía que lo consumía por dentro.

El pulso se aceleraba, la respiración se volvía entrecortada.

Ella jamás había conocido semejante placer; una tímida mecha encendida que recorría su cuerpo cada vez más deprisa, al ritmo de las poderosas embestidas de Joe.

Una tímida mecha que terminaría por hacer explosión, lanzando fuegos artificiales en todas direcciones, bajo sus párpados.

Y cuando por fin volvió a abrir los ojos, él estaba a su lado, cubierto de sudor, exhausto, vacío.

Su espíritu estaba dentro de ella, para siempre.

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