Conectarse
Últimos temas
miembros del staff
Beta readers
|
|
|
|
Equipo de Baneo
|
|
Equipo de Ayuda
|
|
Equipo de Limpieza
|
|
|
|
Equipo de Eventos
|
|
|
Equipo de Tutoriales
|
|
Equipo de Diseño
|
|
créditos.
Skin hecho por Hardrock de Captain Knows Best. Personalización del skin por Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Pureza Virginal [Joe & tú ]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
Página 1 de 5. • Comparte
Página 1 de 5. • 1, 2, 3, 4, 5
Pureza Virginal [Joe & tú ]
Hola chicas, mi nombre es Constanza, pero pueden decirme Koni, soy de Chile y en verdad me gusta leer y luego adaptar novelas a los famosos que me gustan. Si que a continuación les dejo la sinopsis de la primera adaptación que hago! espero que les guste la sinopsis y dejen sus comentarios y luego subiré el capitulo 1 :D
Nombre: Pureza Virginal
Autor:Child Maureen
Adaptación: Si, del libro 'Pureza Virginal'
Género: Romance
Advertencias: Tiene algunos capitulo hot
Otras páginas: //
Durante años, Invitado Forrest había estado evitando a los solteros que le mandaba su padre, un coronel empeñado en casarla. Pero su padre sí consiguió que el sargento Joseph Jonas fuera el acompañante de Invitado durante el Día de Acción de Gracias. Ella nunca se casaría con un militar, ni siquiera con el sexy soldado Jonas. Pero sólo con sentir el roce de sus dedos, su fría actitud experimentó un cambio radical, y la inexperta Invitado fue incapaz de resistirse a la poderosa fuerza de la seducción. Sin embargo, Invitado sabía cómo le gustaban los hombres, y no le gustaban malhumorados y solitarios. Así que… ¿por qué después de una noche de pasión, quería que ese marine acatara sus órdenes… y se dirigiera hacia el altar con ella?
Nombre: Pureza Virginal
Autor:Child Maureen
Adaptación: Si, del libro 'Pureza Virginal'
Género: Romance
Advertencias: Tiene algunos capitulo hot
Otras páginas: //
::::SINOPSIS::::
Durante años, Invitado Forrest había estado evitando a los solteros que le mandaba su padre, un coronel empeñado en casarla. Pero su padre sí consiguió que el sargento Joseph Jonas fuera el acompañante de Invitado durante el Día de Acción de Gracias. Ella nunca se casaría con un militar, ni siquiera con el sexy soldado Jonas. Pero sólo con sentir el roce de sus dedos, su fría actitud experimentó un cambio radical, y la inexperta Invitado fue incapaz de resistirse a la poderosa fuerza de la seducción. Sin embargo, Invitado sabía cómo le gustaban los hombres, y no le gustaban malhumorados y solitarios. Así que… ¿por qué después de una noche de pasión, quería que ese marine acatara sus órdenes… y se dirigiera hacia el altar con ella?
::Comenta si quieres que siga & si la leerás::
Koni
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
Hello, soy tu NUEVA & FIEL LECTORA!
Me presento, soy Anto, TENGO 14 y soy de Argentina!
Espero qe la sigas! Oh Yeah :cheers: SIGUELA SIGUELA!
Un besiito
PD: Si quieres leer una novela, en mi firma hay una! Es de Nick y Tu! Mee encantaria que te pasarass! Espero que seamos amiigas :D
Me presento, soy Anto, TENGO 14 y soy de Argentina!
Espero qe la sigas! Oh Yeah :cheers: SIGUELA SIGUELA!
Un besiito
PD: Si quieres leer una novela, en mi firma hay una! Es de Nick y Tu! Mee encantaria que te pasarass! Espero que seamos amiigas :D
An Jonas Horan ∞
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
::::Pureza Virginal::::
:::Capitulo 1:::
—Que te casas… ¿con quién?
Invitado Forrest hizo una mueca y se apartó el auricular del oído para no quedarse sorda. Su padre, Jack Forrest, con una vida entera al servicio del Cuerpo de Marines, tenía tal energía que probablemente hubiera podido levantar a un muerto, de habérselo ordenado.
—Con Ray, papá —contestó Invitado acercándose de nuevo el teléfono a la oreja—. Tienes que acordarte de él, lo conociste la última vez que viniste a visitarme.
—Claro que me acuerdo de él; es el chico que me dijo que mi uniforme resultaría menos imponente si llevara un pendiente en la oreja.
Invitado reprimió una carcajada que a su padre no le gustaría oír. La idea de ver a su imponente padre, de expediente impecable, con un pendiente en la oreja, resultaba de lo más ridícula.
—Estaba bromeando —contestó Invitado, en cuanto pudo dominarse.
—Estupendo.
—Creía que te gustaba Ray.
—Yo no he dicho que no me guste –contestó Jack tenso—. Pero dime, ¿qué ves en esos tipos tan… afectados? —afectado, recapacitó Invitado. En el lenguaje de su padre, cualquier chico que no fuera un marine era afectado—. Lo que tú necesitas es un hombre obstinado, igual que tú. Un tipo fuerte, fiable. Por ejemplo…
—Un marine —repuso Invitado terminando la frase por él, hastiada de oír siempre lo mismo.
—¿Y qué tiene de malo un marine? —exigió saber su padre ofendido.
—Nada —se apresuró Invitado a contestar, deseando no haber iniciado una vez más aquella conversación, tan familiar.
Invitado suspiró y se hundió en los cojines del sofá. Se hizo un ovillo y sujetó el auricular entre el hombro y la oreja. Luego se estiró la falda sobre las piernas y contestó:
—Papá, Ray es un buen chico.
—Te tomo la palabra, cariño, pero, ¿crees de verdad que es el hombre adecuado para ti?
No, Invitado no lo creía. La imagen de Ray surgió claramente en su mente. Invitado sonrió. Bajito, con el pelo moreno casi por la cintura, peinado siempre con una trenza, Ray era un verdadero artista. Llevaba diamantes en las orejas, camisas tipo túnica y sandalias de cuero. Y era devotamente fiel a su compañero sentimental y amante, Víctor.
Pero también era uno de los mejores amigos de Invitado, y esa era la razón por la que le había dado permiso para contarle a su padre la historia de que estaban comprometidos. A Víctor, igual que a Ray, aquello no le había hecho muy feliz, pero Ray era tan maleable como una muñeca.
Y, sinceramente, de no haber previsto Invitado ir a visitar a su padre, jamás le habría contado esa mentira. Sencillamente, no podía soportar la idea de que su padre pusiera a sus pies toda una corte de oficiales solteros. No le gustaba la idea de mentirle, pero en el fondo la culpa era solo de él. Si su padre no se hubiera empeñado en casarla con un marine, ella no se habría visto obligada a llegar tan lejos.
—Ray es maravilloso, papá —contestó Invitado con completa sinceridad—. Te gustaría, si le dieras una oportunidad.
Jack masculló algo que Invitado no logró comprender, pero a pesar de todo le hizo sentir remordimientos. Jack Forrest no era un hombre malo. Simplemente, jamás había sido capaz de comprender a su hija.
Jack cambió entonces de tema y comenzó a contarle historias de la base militar en la que vivía. Invitado escuchó sin mucho interés, observando la decoración del salón de su diminuto apartamento de San Francisco. Las paredes, pintadas en color rojo escarlata, procuraban una sensación de calidez a la habitación. El sol entraba a raudales por las ventanas desnudas, confiriendo un brillo dorado a los muebles antiguos y al suelo de madera. Frente a ella, el hifi hacía sonar música celta. Una vela de patchouli ardía junto a él, impregnando el ambiente con su relajante fragancia, pero que en esos momentos no conseguía serenarla.
Detestaba tener que mentirle a su padre. Al fin y al cabo, mentir era malo para el alma. Además, Invitado estaba convencida de que producía arrugas. En cuanto volviera de visitar la base, llamaría a su padre por teléfono y le diría que había roto con Ray. Y todo volvería a la normalidad.
Hasta la siguiente visita. Aún así, quemaría las naves nada más volver.
—Te mandaré a alguien para que te recoja en el aeropuerto —dijo Jack, captando de nuevo la atención de Invitado.
—No, no hace falta —se apresuró ella a contestar, imaginando a un pobre Marine obligado a ir al aeropuerto a buscar a la hija del Coronel—. He alquilado un coche; llegaré mañana por la tarde.
—Pero no… te traerás a Ray, ¿verdad?
Invitado casi se echó a reír al captar el malestar en la voz de su padre. Oh, sí, Ray en una base militar. ¡Para morirse de risa!
—No, papá, voy sola —respondió Invitado solemne.
—Muy bien, entonces. Ten cuidado —contestó su padre tras una larga pausa.
—Lo tendré.
—Estoy impaciente por volver a verte, cariño.
—Y yo —contestó Invitado —. Adiós, papá.
Invitado colgó y se quedó mirando el teléfono durante un largo rato. Hubiera deseado que las cosas fueran diferentes. Por ejemplo, que su padre la aceptara y la amara tal y como era. Pero eso jamás ocurriría.
Invitado era la hija de un hombre que siempre había querido tener un hijo varón.
—Lo consideraría un favor personal, sargento —dijo el coronel Forrest, apoyando los codos sobre la mesa de su despacho y entrelazando los dedos.
Salir con la hija del coronel y acompañarla por la base… ¿un favor personal? ¿Cómo podía nadie escabullirse de un deber así?, se preguntó Joseph Jonas, desesperado. Por supuesto, podía negarse. Al fin y al cabo aquella no era una orden, estrictamente hablando. Pero Joseph no estaba muy seguro de poder hacerlo. En realidad, no tenía obligación. Pero llamar a eso «favor» suponía, prácticamente, un sometimiento seguro.
Después de todo, ¿cómo podía negarse a una petición de un oficial superior?
Joseph se mordió los labios, tragándose la respuesta que hubiera querido darle, y contestó en su lugar:
—Estaré encantado de ayudar, señor.
El coronel Forrest lo miró suspicaz, dándole a entender que no iba a dejarse engañar. Sabía perfectamente que Joseph no tenía ningún deseo de realizar esa tarea pero, aun así, la haría. Y, según parecía, eso le bastaba.
—Excelente —contestó el coronel levantándose de su sillón para acercarse a la ventana y observar la base militar, desde la segunda planta de su despacho.
No era necesario que Joseph mirara por la ventana para saber qué estaba viendo el coronel. Se trataba del barullo de las tropas de soldados, marchando. Marines. El pelotón. El brigada gritando instrucciones, marcando el ritmo, tratando de hacer de un grupo de crios algo que se pareciera a un ejército de duros marines.
Los rayos de sol del mes de mayo entraban por la ventana separándose en haces de colores, como si atravesaran un prisma. La brisa marina entraba también por ella, llevándoles el ruido de hombres y mujeres marchando. El motor de un avión, despegando del aeropuerto de San Diego, sonó como un trueno lejano.
—No quiero que me malinterprete, Jonas —dijo el coronel—. Mi hija es una persona… muy especial.
—Por supuesto, señor —respondió Joseph educadamente, preguntándose, sin embargo, hasta qué punto sería especial, cuando su padre necesitaba obligar a un hombre a acompañarla durante todo el mes que durara su visita en la base.
Joseph dirigió la vista hacia la mesa del despacho del coronel para ver si encontraba allí una fotografía enmarcada de ella. No había ninguna. No dejaba de preguntarse cómo podía haberse metido en aquel lío. ¿Acaso la hija del coronel estaba loca?, ¿resultaba desagradable?, ¿era un troll de un solo ojo?
Pero Joseph sabía muy bien quién era ella. Era la hija del coronel. Y solo por esa razón haría todo cuanto estuviera en su mano para que disfrutara de su visita. Aunque acabara con él.
Joseph juró en silencio. Un sargento de Artillería del Cuerpo de Marines, reducido a gloriosa niñera.
Invitado estaba sentada al volante de su coche de alquiler, a las puertas de la base, repitiéndose a sí misma que era una estúpida. Siempre era así. Un simple vistazo a lo que su padre consideraba su hogar, y el estómago se le revolvía. Era una sensación muy familiar.
Invitado se aferró al volante. También se le revolvía el estómago cada vez que veía a su padre, después de una larga ausencia. Hubiera debido estar acostumbrada, ¿no?
—No —murmuró dejando caer las manos en el regazo.
Inconscientemente, se estiró los pliegues de la falda de muselina verde esmeralda. Luego, se llevó una mano a la garganta, al colgante de cristal de amatista. Jugó con él, con sus bordes fríos y cortantes, y se repitió una vez más que era una estúpida.
—Esta visita será diferente. Él cree que estoy comprometida. No me buscará más pretendientes. Ni me soltará charlas sobre la necesidad de sentar la cabeza y llevar una vida estable.
Sí, como si un Forrest fuera a darse por vencido con tanta facilidad, se dijo.
Después de todo, tampoco ella se daba por vencida. Llevaba toda su vida tratando de complacer a su padre. Había fallado irremisiblemente durante toda su vida. Y lo lógico habría sido darse por vencida; pero no. Invitado Forrest era demasiado obstinada como para darse por vencida simplemente por el hecho de que, de momento, hubiera perdido la batalla. Había heredado la cabezonería del hombre que la esperaba al otro lado de la alambrada.
De pronto, un movimiento en la puerta captó su atención. Un marine de guardia salió y la observó largamente.
—Probablemente pensará que soy una terrorista, o algo parecido —musitó Invitado para sí misma, acercándose rápidamente a la puerta.
—Señorita —la saludó el marine, más joven de lo que Invitado había supuesto en un principio—. ¿Puedo ayudarla?
—Soy Invitado Forrest —contestó ella alzando mínimamente las gafas de sol y sonriendo, sin dejar de mirar el rostro suspicaz del marine—. Vengo a ver a mi padre.
El marine parpadeó. Estaba demasiado bien entrenado como para mostrar su estado de shock, de modo que simplemente se quedó mirándola y contestó:
—Sí, señorita, estábamos esperándola —dijo bajando la vista hacia la placa de la matrícula, escribiendo el número en una pegatina junto con otros datos, y pegándola en el parabrisas del coche de Invitado. Luego levantó una mano y señaló—. Siga recto y tenga cuidado con…
—La velocidad —terminó la frase ella por él—. Lo sé.
Invitado conocía las normas de las bases militares al dedillo. Se había criado en ellas, a lo largo y ancho de este mundo. Y había una cosa en la que todas coincidían: reducir la velocidad. Más de treinta kilómetros por hora significaba una multa.
—La casa del coronel está… —continuó el marine, asintiendo.
—Sé dónde está, gracias —lo interrumpió Invitado apoyando el pie en el acelerador.
Y, sacando una mano adornada con una sortija, saludó al marine y aceleró, levantando una nube de polvo y dirigiéndose al frente.
Ella no era en absoluto como esperaba. Y, desde luego, no era ningún troll de un solo ojo.
Joseph se arrellanó en la silla del comedor y miró disimuladamente a la mujer frente a él. De haber tenido que adivinar quién era la hija del coronel, de entre un grupo numeroso de mujeres, jamás la habría elegido a ella.
Para empezar, era bajita. No enana, pero sí bastantes centímetros más bajita que él y que el coronel. A Joseph jamás le habían gustado las mujeres bajitas. Lo hacían sentirse como un gigante. A pesar de todo, tenía que admitir que Invitado tenía una silueta perfectamente redondeada, justo por los lugares exactos, y que su cuerpo habría podido levantar a un muerto.
Sus cabellos, largos y rubios a media espalda, revoloteaban formando una masa de rizos capaz de obligar a cualquier hombre a estirar la mano para enredar en ellos los dedos. Su mandíbula era recta, obstinada, y sus voluptuosos labios sonreían muy a menudo. Tenía una nariz pequeña, y los ojos más grandes y más azules que Joseph hubiera visto jamás.
Llevaba pendientes de plata con forma de estrella y colgantes con cristales al cuello. Iba vestida con una falda de una tela etérea, de color verde esmeralda, que flotaba como una nube alrededor de sus piernas cada vez que se movía. Y llevaba los pies descalzos, luciendo anillos en los dedos.
¿Quién hubiera adivinado que la hija del coronel era una hippie tardía? Joseph casi esperaba que levantara las piernas y se colocara en posición de loto, para comenzar a meditar.
Por fin sabía por qué el coronel deseaba que alguien escoltara a su hija por todas partes. Probablemente no confiara en ella, a la hora de salir de un apuro.
—Mi padre me ha dicho que eres instructor —comentó Invitado llamando la atención de Joseph, que inmediatamente apartó la vista del cristal que colgaba justo entre sus pechos, para mirarla a la cara.
—Sí, señorita —contestó Joseph, repitiéndose en silencio que no debía dar importancia a las reacciones de su cuerpo.
Se trataba, simplemente, de la respuesta normal de un joven sano ante una mujer bella. Porque ella era bella, bella en un sentido físico, y mucho.
Invitado meneó una mano y Joseph juró que oía el tintineo de campanas. Entonces observó la pulsera de su muñeca, llena de campanitas de plata colgando. Debería habérselo figurado.
—Creía que estábamos de acuerdo en que me llamarías Invitado.
—Sí, señorita.
—¿No es magnífico? —intervino el coronel, mirándolos orgulloso a uno y a otro—. Sabía que os llevarías bien —entonces sonó el teléfono y el coronel se puso en pie—. Disculpad un momento, voy a contestar.
El coronel abandonó la habitación y el silencio cayó como una piedra en un pozo. Joseph se reclinó sobre la silla y observó el comedor elegantemente decorado. Hubiera deseado estar en cualquier otro lugar.
—¿Te ha ordenado que vengas?
Joseph se sintió culpable. Le lanzó una mirada rápida a Invitado, vigiló la puerta, vacía, y volvió de nuevo la vista hacia ella.
—Por supuesto que no, ¿por qué dices eso?
Invitado empujó una col de Bruselas con el tenedor hasta el borde del plato. Luego, apoyó un codo sobre la mesa, se llevó la mano libre al mentón y lo miró directamente a los ojos, diciendo:
—No sería la primera vez que mi padre le asigna a un pobre marine la tarea de "escoltar a su hija".
Joseph volvió a revolverse en la silla, pero en esa ocasión con la vista fija en Invitado. No quería ponerla violenta, pero si estaba acostumbrada a esa situación, ¿quién era él para negarlo?
—Está bien, lo admito. Me pidió que te acompañara por la base mientras estés aquí de visita.
—¡Lo sabía! —contestó Invitado dejando caer el tenedor sobre el plato y reclinándose sobre la silla. Luego, tras cruzar los brazos sobre su admirable pecho, suspiró y sacudió la cabeza, haciendo revolotear todos sus rizos—. Pensé que esta vez sería diferente.
—¿Diferente de qué?
—De lo de siempre.
—¿Y qué es lo de siempre, si puede saberse? —inquirió Kevin, preguntándose cuántos marines habrían sido encargados de la misma tarea.
Invitado miró rápidamente hacia la puerta, por la que había desaparecido su padre, y después volvió la vista hacia él, antes de contestar:
—Bueno, mi padre lleva años arrojándome hombres como tú a los pies, desde la adolescencia.
—¿Hombres como yo?
—Marines —contestó Invitado —. Papá lleva toda la vida tratando de casarme con un marine.
—¿Casarte? —repitió Joseph bajando la voz e inclinándose sobre el plato—. ¿Quién ha dicho nada de matrimonio?
A eso sí que no había accedido, reflexionó. No le importaba acompañarla y enseñarle la base, mientras estuviera de visita, pero casarse… bueno, ya conocía esa experiencia. Y no, gracias. Él pasaba.
—Silencio, sargento —ordenó Invitado abriendo inmensamente sus enormes ojos—. Tranquilo, ¿quieres? Nadie te está secuestrando para llevarte a Las Vegas.
—Yo no…
—Tu virtud está a salvo conmigo —aseguró Invitado.
—No es mi «virtud» lo que me preocupa.
—Bueno, simplemente quería decir que no debes preocuparte.
—No estoy… — Joseph se interrumpió y resopló, frustrado—. ¿Vamos a seguir discutiendo todo el tiempo sobre lo mismo?
—Es probable.
—Entonces, ¿qué te parecería firmar una tregua?
—Por mí, de acuerdo —contestó Invitado levantándose de la silla y echando a caminar por la habitación. Sus pies apenas hacían ruido sobre el entarimado del suelo, pero la pulsera sí conseguía llamar la atención del sargento—. Pero te darás cuenta de que mi padre no va a ceder en su empeño, ¿no? Evidentemente, te ha elegido a ti.
—¿Cómo qué? —preguntó Joseph sospechando a qué se refería.
—Como yerno —contestó ella con cara de circunstancias.
—De ningún modo —aseguró él poniéndose en pie, sin saber muy bien si presentar batalla o huir.
—Sí, de todos los modos —respondió ella mirándolo por encima del hombro—. Y, según parece, el hecho de que esté comprometida no ha cambiado en nada los planes de papá.
—¿Estás comprometida?
—Él no le gusta a papá.
—¿Y eso importa?
—A él sí —señaló Invitado, sensatamente—. Le gustas tú —añadió la rubia que pronto invadiría todas sus pesadillas, con una radiante sonrisa—. Y según las leyes que rigen el Universo del coronel Forrest, lo único que importa es quién le guste a él.
—¡Vaya suerte! —exclamó Joseph , preguntándose si sería demasiado tarde para presentarse como voluntario a una misión a ultramar.
Continuara...
Koni
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
Los Millonarios no cuentan.
https://onlywn.activoforo.com/t14684-los-millonarios-no-cuentan-nicholas-jonas
https://onlywn.activoforo.com/t14684-los-millonarios-no-cuentan-nicholas-jonas
https://onlywn.activoforo.com/t14684-los-millonarios-no-cuentan-nicholas-jonas
https://onlywn.activoforo.com/t14684-los-millonarios-no-cuentan-nicholas-jonas
https://onlywn.activoforo.com/t14684-los-millonarios-no-cuentan-nicholas-jonas
https://onlywn.activoforo.com/t14684-los-millonarios-no-cuentan-nicholas-jonas
https://onlywn.activoforo.com/t14684-los-millonarios-no-cuentan-nicholas-jonas
https://onlywn.activoforo.com/t14684-los-millonarios-no-cuentan-nicholas-jonas
like a skyscraper
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
Nueva lectora
siiii yo si la leere por favor
no la quites me encata
pon mas capitulos please soy Fiel lectora
siiii yo si la leere por favor
no la quites me encata
pon mas capitulos please soy Fiel lectora
ElitzJb
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
::::Pureza Virginal::::
:::Capitulo 2:::
Invitado observó al último hombre que su padre había escogido como yerno. No pudo evitar sentir admiración por su buen gusto. Joseph Jonas era alto y de hombros anchos, el uniforme parecía diseñado especialmente para él. Parecía un anuncio de reclutamiento. Era perfecto. Demasiado perfecto, pensó, contemplando sus cabellos castaños, su mandíbula dura y cuadrada, sus labios, que parecían una fina brecha en el rostro, y sus ojos marrones, de cejas arqueadas.
Tenía que concederle un punto. Al menos, aquel marine era bastante más guapo que los últimos que había puesto su padre a sus pies. Pero, guapo o no, seguía siendo un marine. Y por lo tanto quedaba fuera de la lista. Al menos, por lo que a ella se refería.
Tampoco es que tuviera a nadie en la lista de pretendientes, pero esa era otra historia.
El marine apretaba los puños a los lados del cuerpo. Invitado tuvo la clara impresión de que habría querido salir huyendo y desaparecer en la niebla. O dar un puñetazo en la pared. No podía culparlo. Después de todo, era el marido elegido por el coronel, su presa.
Y para ella se trataba de la historia de siempre.
—En serio, deberías tratar de relajarte —comentó Invitado—. Toda esa tensión no puede ser buena para el espíritu. Ni para la digestión.
—Gracias —musitó el soldado metiéndose las manos en los bolsillos—, pero me gusta la tensión. Me mantiene alerta.
Bien, en ese caso hubiera debido alegrarse de que le hubieran encargado esa misión. Porque Invitado tenía talento para poner a todo el mundo nervioso. Era un don especial.
Desde niña se las había apañado para decir lo que no debía cuando no debía. Aun así, no tenía motivos para ponerlo más nervioso de lo que ya estaba.
—No te lo tomes tan a pecho; no es nada personal —recomendó Invitado mirándolo fríamente.
—¿Qué no es personal? —repitió él, incrédulo—. Tu padre, mi Comandante en Jefe, me tiende una trampa, ¿y no debo tomármelo de un modo personal?
—Pero no eres el primero —aseguró Invitado meneando una mano y produciendo un calmante campanilleo—. Ni serás el último. Papá lleva haciéndolo desde que tenía diecisiete años. Tú, simplemente, eres el último.
—¡Qué gran consuelo!
—Sí, debería servirte de consuelo.
—¿Y por qué?
—Bueno, no creas que mi padre no es puntilloso a la hora de elegir un hombre para mí. Solo elige a los mejores. Después de todo, soy su hija.
Sí, no era el hijo que él siempre había deseado tener. Era simplemente una hija, con colgantes de cristales y anillos en los dedos del pie, en lugar de zapatos o manuales de reglamento.
—Entonces, ¿debo sentirme halagado?
—En cierto modo.
—Pues no lo estoy —negó Joseph.
—Ya me doy cuenta. ¿Sabes?, creo que tienes que trabajar con tu chakra.
—¿Mi qué?
—Olvídalo.
—No te comprendo.
—No eres el único —repuso Invitado.
—¿Eres siempre así de rara?
—Eso depende —contestó Invitado—. ¿Cómo de rara te parezco?
—¡Dios!
—Lamento la interrupción —se disculpó el coronel entrando de nuevo en la habitación.
Ambos se volvieron para mirarlo, casi aliviados. Evidentemente, charlando solos no llegaban a ninguna parte.
El coronel se detuvo en el dintel de la puerta y los observó.
—¿Algún problema?
—Sí —contestó ella.
—No, señor —contestó él al mismo tiempo.
Invitado se volvió hacia Joseph y le lanzó una mirada dura. La furiosa expresión del rostro de él había desaparecido, sustituida por la cara indiferente y obediente del soldado profesional.
Cualquiera que lo hubiera visto se habría extrañado de saber que, instantes antes, estaba dispuesto a tirársele a alguien al cuello.
—Te cedo el turno. Es tu oportunidad, sargento de Artillería. Dile a mi padre lo que acabas de decirme.
—Sí, sargento, ¿de qué se trata? —preguntó el coronel.
Joseph miró a uno y a otro alternativamente. Por un segundo, Invitado esperó que se pusiera en pie y contestara la verdad. Pero entonces Joseph Jonas se levantó y la esperanza murió en ella.
—Le decía a su hija que sería un honor para mí acompañarla por la base durante su visita.
Invitado suspiró pesadamente, pero ninguno de los dos hombres pareció notarlo.
—Excelente —señaló el coronel sonriendo. Entonces se acercó a su hija, la besó en la frente y se volvió hacia el sargento—. Invitado te acompañará a la puerta; así podréis hacer planes.
Cuando el coronel se marchó de nuevo, Invitado se cruzó de brazos y golpeó con la punta del pie en el suelo repetida y nerviosamente.
—Cobarde.
—¡Es mi Comandante en Jefe! —señaló Joseph a modo de explicación, haciendo una mueca y encogiéndose de hombros.
—Pero no te gusta la tarea que te ha encomendado.
—No.
—Entonces, ¿por qué…?
—Tampoco quería ir a Bosnia, y fui —señaló el sargento, tenso.
Bueno, eso tenía sentido. Era cierto. A pesar de todo, resultaba refrescante poder hablar con sinceridad con uno de los elegidos de su padre. Por lo general, los hombres que él escogía estaban tan deseosos de ganarse su aprobación, que eran capaces de cualquier cosa con tal de apuntarse un tanto o dos. Incluso de mentir. Al menos Joseph Jonas era sincero. No quería estar con ella, lo confesaba abiertamente. Ni ella quería estar con él. Era casi tanto como tener algo en común.
—Bien, entonces yo soy como Bosnia, ¿no? Pero dime, ¿en qué sentido?; ¿es una misión agradable, o es como el frente?
Una rápida y leve sonrisa curvó por un instante los labios del sargento. Invitado apenas tuvo tiempo de apreciar lo bien que le sentaba a aquel rostro.
Y quizá, se dijo sintiendo revolotear mariposas en el estómago, fuera lo mejor. Solo iba a permanecer en la base unas cuantas semanas. Además, sabía de sobra que ella no encajaba en el ambiente militar.
—Aún no lo he decidido —repuso él—. Pero cuando lo sepa, te lo diré.
—Estoy impaciente —contestó Invitado sarcástica, haciéndole ver que sabía perfectamente cuál sería su decisión.
Podía leerlo en sus ojos. El sargento de Artillería había llegado ya a la conclusión de que aquella misión sería un quebradero de cabeza. Y en pocos días la conclusión sería una certeza.
—Escucha —dijo él acercándose a Invitado y bajando la voz, para que nadie lo oyera. Invitado captó entonces la fragancia de su colonia. Olía a musgo, pero se negó a pensar en el efecto que le producía. Invitadoh trató de concentrarse en sus palabras, en lugar de en sus labios—. Vamos a tener que estar juntos durante un mes.
—¿Y qué propones? —preguntó ella.
—Tratemos de que resulte lo más agradable posible para los dos.
—Me apunto —contestó Invitado inhalando con fuerza aquella fragancia, disfrutando de ella y sintiendo que le flaqueaban las rodillas.
Invitado levantó la vista y contempló sus ojos castaños. Por fin su expresión no era de enfado. Y tenía motas doradas en el iris. De pronto recordó que no debía fijarse en esas cosas. Él era un marine. Elegido por su padre, además.
—Tú estás comprometida —continuó él—, le guste ese chico a tu padre o no.
—Cierto —convino Invitado cruzando mentalmente los dedos a la espalda, en un intento de evitar que la mentira echara a perder su karma.
—Y yo no estoy interesado en cambiar esa situación.
—Bien.
—Así que hagamos un trato.
—¿Qué tipo de trato?
—Interpretamos el papel que quiere el coronel, y cuando acabe la visita nos despedimos como amigos.
—Parece razonable.
—Yo siempre soy muy razonable —alegó el sargento.
Invitado estaba segura de ello. Como soldado, parecía tan recto que no habría visto ni siquiera una curva de haberla tenido delante de las narices. Era exactamente el tipo de hombre que jamás encajaría con ella; el tipo de hombre del que se había pasado la vida huyendo.
En resumen, era perfecto.
Ambos sobrevivirían a aquel mes, y harían feliz a su padre. Invitado sonrió. Por primera vez en la vida, un marine y ella serían sinceros el uno con el otro. Basarían su amistad en el desagrado mutuo. La idea tenía mérito.
—¿Y bien? —preguntó él, en apariencia tan impaciente como su padre—. ¿Qué dices a eso?
—Creo que será un buen trato, sargento —contestó Lilah alargando la mano derecha.
Joseph Jonas se la estrechó envolviéndola por entero y sacudiéndola suavemente. Olas de calor subieron entonces por el brazo de Invitado, igual que si una piedra hubiera caído en un lago, produciendo hondas. Invitado parpadeó y retuvo la mano del sargento unos instantes más de lo necesario. Solo para disfrutar de aquella sensación. Ladeó la cabeza y observó cierto brillo en sus ojos. Y creyó haberlo visto mal. Cuando él por fin la soltó, ella siguió sintiendo calor. Y eso no podía ser bueno.
Veinte minutos más tarde Joseph se había marchado y Invitado estaba sola, sentada en el salón, cuando su padre entró. Él se dirigió directamente al bar, a servirse una copa, y preguntó:
—¿Quieres tú algo, cariño?
—No, gracias —contestó Invitado escudriñando a su padre.
Era alto, guapo, con cabellos plateados en las sienes, arrugas de tanto reír y músculos tensos, como los de un joven. Invitado se preguntó por qué no había vuelto a casarse tras la muerte de su madre. Jamás se lo había preguntado. Y aquel era tan buen momento como cualquier otro.
—Papá, ¿por qué has seguido soltero todos estos años?
El coronel dejó la botella con cuidado, examinó el líquido ámbar de su vaso y se dirigió hacia el sofá. Se sentó frente a su hija, dio un sorbo y contestó:
—Jamás conocí a ninguna otra mujer como tu madre.
La madre de Invitado había muerto cuando ella tenía ocho años, pero Invitado aún guardaba unos pocos recuerdos. Imágenes, en realidad. De una bella mujer con una encantadora sonrisa. De su tacto suave. De la fragancia de su perfume. Recordaba el reconfortante sonido de las risas de sus padres en la oscuridad, la cálida seguridad de sentirse querida.
Pero luego llegaron los años de soledad, cuando su padre y ella se quedaron solos, y él estaba demasiado ocupado como para darse cuenta de que su hija había perdido tanto como él.
—¿Lo intentaste?
—No, en realidad no —contestó su padre observando de nuevo el vaso—. Sencillamente, decidí que prefería estar solo que estar con la mujer equivocada.
—Eso lo comprendo —contestó Invitado, dándole pleno sentido a cada palabra. De hecho, de haber discutido aquel asunto años atrás, quizá hubiera podido evitar la larga serie de intentos de su padre por casarla—, pero lo que no comprendo es por qué pones tanto interés en que me case yo, si a ti te gusta estar soltero.
—Porque quiero que lleves una vida estable —contestó su padre enderezándose en el asiento y dejando el vaso sobre la mesa—. Quiero que encuentres a alguien que…
—¿Cuide de mí? —terminó Invitado la frase por él, llena de frustración. Para él, ella siempre sería su hijita—. Papá, ya soy mayorcita. Puedo cuidar de mí misma.
—No me has dejado terminar —contestó él poniéndose en pie y mirándola con amor—. Quiero que tú tengas lo que tuve yo. Lo que tuvimos tu madre y yo, durante tan poco tiempo.
Era difícil enfadarse después de una contestación así. Su padre lo hacía por su bien. Pero sí podía ponerle objeciones a su método.
—Si eso es lo que quieres, puedo encontrar marido yo sola —señaló Invitado sin levantar la voz.
—No estoy seguro —dijo él observando su dedo, sin anillo de compromiso. Lilah ocultó el dedo bajo la falda. Tendría que haber comprado un anillo—. Has elegido a Ray, ¿no es eso?
—¿Y qué tiene Ray de malo?
—Nada, probablemente —concedió su padre—. Pero no es el hombre adecuado para ti.
—¿Por qué? —se limitó Invitadoa preguntar, aun sabiendo que tenía razón en más de un sentido.
—Cariño —contestó su padre tomándola de la barbilla—, vas a volverlo loco en una sola semana. Tú necesitas a un hombre tan fuerte como tú.
—¿Cómo Joseph Jonas?
—Podría ser peor.
—No me interesa, papá —contestó Invitado, decidida a no pensar en las emociones que Kevin Rogan había sabido suscitarle—. Ni a él tampoco.
—Él ahora está destrozado por culpa de una mujer —señaló el coronel levantando una ceja.
—Vaya, pues muchas gracias por tenderle una trampa conmigo, entonces.
—Tú le harás mucho bien, cariño —sonrió su padre—. Su ex mujer le destrozó la vida hace un par de años.
De inmediato, Invitado sintió una simpatía por el sargento de Artillería Jonas que antes no había sentido. Sabía muy bien que su padre contaba con esa inclinación natural a compadecerse de los demás y tratar de ayudarlos.
—¿Y cómo lo sabes?
—Los rumores corren por la base igual que en la vida civil —cierto, ella misma había sido objeto de esos rumores muchas veces, reflexionó Invitado—. Trátalo bien, ¿quieres? —rogó el coronel inclinándose para darle un beso en la frente.
Antes de que Invitado pudiera responder, su padre abandonó la habitación y se quedó sola. Invitado se cruzó de brazos y se acercó a la ventana a observar la niebla. Por mucho que no quisiera pensarlo, no podía dejar de preguntarse qué habría hecho la ex mujer de Joseph . Y cómo podría ella ayudarlo.
A la mañana siguiente, bien pronto, Joseph se dirigió a realizar su nueva «tarea». Aparcó el coche frente a la casa del coronel y apagó el motor. El silencio lo invadió durante unos minutos, mientras observaba la casa.
Los cristales de las ventanas reflejaban la luz del sol. El césped estaba bien cortado, el edificio bien pintado. Y, dentro, esperaba la mujer que, sabía, iba a ser su ruina.
Invitado tenía algo, pensó Joseph recordando la descarga eléctrica que lo había asaltado al estrecharle la mano el día anterior. En aquel momento no esperaba que le ocurriera algo así, de ninguna manera. Pero había sentido cómo algo se tensaba en su interior hasta atenazarlo.
Sí, llevaba demasiado tiempo sin una mujer. Era obvio. Y eso era todo. Si el simple contacto de la mano de una hippie ponía en marcha sus hormonas, entonces es que necesitaba una mujer. Y con urgencia.
Pero durante ese mes, su vida privada estaba comprometida. Aunque, tenía que admitirlo, jamás había sido exactamente una fiesta. Exceptuando las visitas a su sobrina, la vida entera de Joseph se basaba en el trabajo.
La disciplina militar, con reclutas a su cargo, hacían de su vida algo ordenado. Él no era un hombre especialmente sociable, y eso había tenido que aprenderlo por las malas. Le gustaba que su vida se desarrollara con orden y precisión, al estilo militar.
Y las mujeres eran el factor desencadenante de toda catástrofe.
Joseph apretó los dientes y tragó, recordando sus penas. Todo había terminado, se dijo a sí mismo, aferrándose al volante. Trató de serenarse. Aquel asunto no tenía relación alguna con la misión que le habían encargado. Excepto, por supuesto, que la experiencia le serviría de advertencia. Para no repetirla.
Un movimiento en una de las ventanas llamó su atención. Invitado retiraba las cortinas. Su rostro sonriente apareció en el marco de la ventana, antes de dejar caer de nuevo la tela y desaparecer de su vista.
Joseph hizo caso omiso de la emoción que lo atenazó, abrió la puerta del coche y salió. Justo entonces ella apareció en el porche.
Aquel día Invitado llevaba una camisa roja que se ajustaba a sus curvas, remetida por dentro de una falda marrón justo por debajo de las rodillas. Alrededor de la cintura llevaba una cadena de plata que le caía sobre el vientre. Al saludarlo con la mano, la cadena se movió captando por un segundo un reflejo del sol, que lo quemó como si él fuera una loncha de beicon crujiente.
Cuidado, se dijo a sí mismo. Más valía estar alerta.
—¿Y bien? —preguntó ella—, ¿quieres un café antes de marcharnos?
—No, gracias.
No, no era café precisamente lo que necesitaba. Mejor le hubiera ido una copa. O que le examinaran la cabeza.
—¿Lista?
Invitado puso los brazos en jarras y ladeó la cabeza, observándolo. Sus cabellos cayeron hacia un lado como una cortina dorada, ondeando a la suave brisa. Joseph sintió que se le hacía un nudo en el estómago. No tuvo tiempo siquiera de recordarse a sí mismo que aquella era la hija del coronel.
Y no solo eso. Invitado era exactamente el tipo de chica que no le convenía, de haber estado él interesado.
Además, él no estaba interesado.
Joseph se repitió esas palabras una y otra vez mientras la observaba cruzar el jardín en dirección al coche. La falda se le arremolinaba entre las piernas. Joseph sabía que no debía ocupar su mente con esas ideas, pero no podía evitarlo. Sus ojos vagaron por toda su silueta, desde la enorme e increíble sonrisa hasta las puntas de las botas negras. Y volvió a sentir el nudo en el estómago, pero no le hizo caso.
Invitado apoyó ambas manos sobre el techo del coche y se inclinó, diciendo:
—Mi padre se ha marchado a la oficina.
—No es de extrañar —contestó Joseph con la vista fija, deliberadamente, en sus ojos—. Ha pasado ya casi la mitad de la mañana.
—Eh, tienes razón —señaló Invitado mirando su reloj de pulsera—. Son las siete cuarenta y cinco. Prácticamente, es por la tarde. Esa es una de las cosas que no echo de menos de vivir en una base militar. Levantarme pronto.
—Trataré de recordarlo —contestó él.
La recogería más tarde al día siguiente. Cuanto menos tiempo pasara con ella, mejor. Dadas las circunstancias, no iba a desaprovechar ninguna oportunidad de perderla de vista.
Koni
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
Nueva lectora!! (¿Ves? Te dije que me pasaría)
Escribes muy bien (en este caso adaptas) Ray no es mi tipo, no sé qué tiene que ver pero no es mi tipo... Pero una duda ¿Es gay? No sé cómo dice que Victor es su amante...
Joe es sexy *-* Se sorprendió porque soy una hippie, por cierto, te agradezco por ponerlo para que salga el nombre de cada usuario, me gusta más que la rayita!
El coronel quiere que salga con Joe Sexy Jonas, asdfgghhjk.
Bueno, sube el capítulo 3 cuando puedas que me encanta.
Un besazo!
Escribes muy bien (en este caso adaptas) Ray no es mi tipo, no sé qué tiene que ver pero no es mi tipo... Pero una duda ¿Es gay? No sé cómo dice que Victor es su amante...
Joe es sexy *-* Se sorprendió porque soy una hippie, por cierto, te agradezco por ponerlo para que salga el nombre de cada usuario, me gusta más que la rayita!
El coronel quiere que salga con Joe Sexy Jonas, asdfgghhjk.
Bueno, sube el capítulo 3 cuando puedas que me encanta.
Un besazo!
Alicia Swifty Lermánica
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
La nove se ve interesante ..
Aparte ya me imagino a Joe como sargento *__* ..
Pero no me gusta que su padre la casé con quien él elija ..
aparte a Joe no le gusta esa idea ..
pero ya verá que luego no querrá despegarse ni un segundo de ella ..
Jajajaja xD ..
Nueva Lectora :D ..
SI-GUE-LAA !! ..
Aparte ya me imagino a Joe como sargento *__* ..
Pero no me gusta que su padre la casé con quien él elija ..
aparte a Joe no le gusta esa idea ..
pero ya verá que luego no querrá despegarse ni un segundo de ella ..
Jajajaja xD ..
Nueva Lectora :D ..
SI-GUE-LAA !! ..
Jess Jonas ..
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
disculpen la tardanza, aquí les dejo un nuevo capitulo de 'Pureza Virginal'
—¿Tienes frío?
Invitado casi saltó, sobresaltada por el timbre de su voz. Durante la última hora habían vagado sin rumbo por la base, y él apenas había dicho nada. Una palabra, o dos. De haberle bastado un gruñido, Invitado estaba segura de que eso habría sido todo lo que él habría proferido.
—No, estoy bien. ¿Y tú? —él la miró como si creyera que estuviera loca—. Lo siento, olvidaba que los marines jamás tienen frío —añadió Invitado levantando ambas manos, con las palmas hacia arriba.
Joseph frunció la comisura de los labios, pero la expresión de su rostro no cambió. Era como pasear con una estatua móvil. La simpatía que había sentido por él el día anterior se disolvió en un mar de frustración. Incapaz de permanecer callada, Invitado, como siempre, estalló.
—¿Y nuestro trato, Artillero?
—¿Cómo? —preguntó él, tomándola absorto del codo para rodear un coche aparcado.
Invitado hizo caso omiso del calor que prendió en su cuerpo con aquel mero contacto. No necesitaba más distracciones para sus hormonas, ni empeorar las cosas aún más. Además, a sus veintiséis años, era un poco mayor para encapricharse de hombres con los que no llegaría a ninguna parte.
Y, más aún, ¿acaso no habían hecho un trato?
—Disculpa, ¿no eras tú el tipo que ayer me ofreció un trato? —preguntó Invitado apartándose el pelo de la cara.
—El mismo.
—Uh-huh —el mismo tipo imponente, pensó Invitado echándole un vistazo, admirada. Alto, vestido de camuflaje, parecía un muro color caqui. Con preciosos ojos castaños. Y eso no tenía en absoluto ninguna relación con el trato—. Y bien, ¿qué ha sido de esa parte del trato en la que se decía que trataríamos de llevarnos bien durante este mes, y que no nos haríamos desgraciados el uno al otro?
Joseph arqueó una de sus cejas negras. Impresionante.
—¿Es que eres desgraciada?
—¡No, por Dios! —respondió Invitado con sarcasmo—. Por el momento, esto es más divertido que Disneylandia.
Joseph detuvo sus pasos y suspiró dramática y pesadamente, para volver el rostro hacia ella antes de decir:
—¿Cuál es el problema?
—El problema, Artillero, es que podría pasear por aquí sola.
—Y eso, ¿qué quiere decir?
—Quiere decir que podrías hablar de vez en cuando. ¿O es que te han ordenado que guardes silencio?
Un soplo de aire frío los barrió a ambos. Hizo revolotear la falda de Invitado, jugó con la maraña de sus cabellos, y la hizo estremecerse de arriba abajo. Pero incluso ese soplo de viento fue más cálido que la mirada de Joseph .
En un segundo o dos, sin embargo, la expresión de sus ojos cambió, reemplazada por una frustración que Invitado comprendió perfectamente. Llevaba años viéndola en los marines, casi toda su vida. Jamás había encajado en una base y, una vez más, el hecho volvía a estar claro ante sus ojos.
Joseph sacudió la cabeza, levantó la vista por encima de su cabeza y se quedó mirando la lejanía. Más allá, un avión despegó. El sol asomaba por un hueco entre las nubes.
—No, no me han ordenado que guarde silencio —contestó él bajando la mirada, para levantarla de nuevo hacia ella—. Es solo que…
—Lo sé, no quieres ser mi guía.
—No es mi mayor deseo —admitió él, mirándola directamente a los ojos.
—Bien, al menos eres sincero.
—No es culpa tuya —musitó Joseph —, pero no tiene ninguna gracia.
—Cuéntamelo a mí —respondió Invitado apartándose el pelo de la cara—. ¿Crees que me gusta pasar de mano en mano, de un marine a otro? Yo no soy una patata caliente.
—¿Y por qué lo toleras?
—¿Has tratado alguna vez de decirle «no» a mi padre?
—Tengo que admitir que no.
—No te lo recomiendo —advirtió Invitado. No es que su padre se pusiera hecho una fiera; simplemente hacía caso omiso a sus objeciones. Había llamado cobarde a Joseph Jonas, pero lo cierto era que ella tampoco se había atrevido a decirle la verdad—. No me malinterpretes, papá es estupendo. Es solo que… ¿cómo explicártelo?
—¿Es un marine? —sugirió Joseph .
—Exacto.
Joseph se quedó mirándola. Su sonrisa podía calificarse de arma. De alta tecnología. Tenía la potencia de una bomba nuclear, y posiblemente causara ese efecto sobre cualquier hombre. Era capaz de dejarlos a todos gimiendo.
Pero él, no obstante, era otra historia. No, no es que estuviera ciego. Y desde luego era muy hombre; podía apreciarla como mujer. Igual que podía apreciar una obra de arte. Pero eso no significaba que quisiera llevársela a su casa y colgarla de la pared.
Tenía experiencia con las mujeres. Y no volvería a cometer el mismo error.
—De todos modos no necesito que nadie me guíe por la base, ¿sabes? —continuó Invitado.
Joseph trató de prestarle atención. Tenía la sensación de que no prestarle atención a Invitado Forrest podía llegar a ser peligroso.
—Y eso, ¿por qué?
—Porque todas las bases son iguales —contestó ella encogiéndose de hombros, levantando una mano y señalando—: cuartel general, alojamientos, oficina de correos, comisaría… Y no olvidemos el teatro y el pabellón de recreo. Hay discoteca, sala de reclutamiento, pabellón de oficiales y, por último, aunque no menos importante, pabellón de recibimiento de nuevos reclutas —sonrió Invitado volviendo la vista hacia él—. La misma parroquia, con distinta gente.
Tenía razón, por supuesto. Invitado se había criado en distintas bases a todo lo ancho y largo del mundo. Probablemente las conociera tan bien como él. Lo cual lo llevaba una vez más a hacerse la misma pregunta. Antes de que pudiera evitarlo, Joseph inquirió:
—Y entonces, ¿qué estamos haciendo aquí?
—Me has pillado.
La frase era de lo más simple. ¿Por qué para Joseph sonó picante? Porque pillarla implicaba miles de cosas para las que su cuerpo estaba listo, de todo corazón. Por desgracia, sin embargo, no la pillaría en modo alguno. No solo era la hija del coronel, y su responsabilidad durante las siguientes semanas, sino que, además, ni Invitado era de esas chicas a las que les gustasen las aventuras, ni él era de esos hombres a los que les gustase atarse para siempre.
En resumen, estaban en terreno neutral. Y él era intocable.
Entonces ella lo tocó. Se inclinó hacia él y puso una mano sobre su antebrazo. Fue un contacto inocente, pero el calor se incrementó por todo su cuerpo. Joseph tuvo que hacer uso de toda su voluntad para hacer caso omiso. Las cosas no se ponían precisamente fáciles.
—Es extraño —musitó Invitado más para sí misma que para su callado compañero.
—¿El qué?
—Estar de vuelta en una base.
—¿Cuánto tiempo hacía que no estabas en una?
—Un año, más o menos.
—¿Y eso?
—¿Siempre hablas así? —preguntó Invitado levantando la vista.
—Así, ¿cómo?
—Con frases cortas, de tres o cuatro palabras como mucho. Hablas poco, y cuando por fin lo haces acabas casi antes de empezar.
—Tú hablas de sobra por los dos.
Sí, tenía que admitir que tenía tendencia a hablar demasiado, sobre todo cuando estaba nerviosa. ¿Pero por qué iba a estar nerviosa en ese momento? No por estar en una base, o por estar con su padre. Estaba acostumbrada a ambas cosas. Sencillamente se ponía la máscara de una sonrisa y se desvivía por hacer todo lo que nunca hacía, solo para evitar que los demás le señalaran que no lo hacía nunca.
Era un viejo truco que Invitado llevaba años utilizando. En lugar de esperar a que los demás la ridiculizaran, se adelantaba y se reía de sí misma. De ese modo todos se reían con ella. Pero no de ella.
Así que, si la razón por la que estaba nerviosa no era que estuviera en una base, entonces… debía de estar nerviosa por la persona que la acompañaba.
—Hablo demasiado. Sí, ¿dónde he oído eso antes?
—¿En todas partes? —preguntó Joseph con una levísima sonrisa.
—¡Guau! —exclamó Invitado mirándolo. Era increíble lo que una sonrisa podía hacer en el rostro de Joseph . Y no era de extrañar que él no sonriera a menudo. Todas las mujeres habrían caído rendidas a sus pies. Pero no sería ella quien se lo dijera—. ¡Has sonreído! Este es un momento verdaderamente especial. Es una lástima que no me haya traído mi cuaderno de viajes; debería tomar nota.
—¡Qué gracia!
—Gracias —contestó Invitado, posando una vez más la mano sobre su antebrazo y sintiendo una descarga eléctrica.
Bien, no contaba con eso. Instantáneamente, Invitado dejó caer la mano y dio un paso atrás, solo como medida de precaución. Guardar las distancias con el sorprendente sargento de Artillería no le vendría mal.
—Bien, si no quieres dar una vuelta por la base, ¿qué quieres ver? —preguntó él.
—¡Artillero, eh, artillero! —gritó alguien, antes de que Invitado pudiera responder. Joseph se volvió y Invitado observó al hombre que corría hacia ellos. A juzgar por la gorra, era también instructor. Se paró delante de Joseph y la miró a ella brevemente—. Disculpe, señorita, pero necesito llevarme al artillero un minuto.
—Claro.
—Sargento Michaels, esta señorita es Invitado Forrest —advirtió Joseph frunciendo el ceño.
—¿Forrest, igual que el coronel Forrest? —preguntó el marine abriendo inmensamente los ojos.
Invitado casi suspiró. Ocurría cada vez que conocía a algún soldado de la tropa de su padre. La miraban, lo imaginaban a él, y parecían incapaces de comprender que fueran padre e hija. Hacía mucho tiempo que Invitado había dejado de hacer lo que los demás esperaban de ella. Por eso sonrió y dijo:
—Sí, es mi padre.
—Encantado de conocerla, señorita —contestó el marine observando el colgante de cristal y la pulsera de campanillas. Se diría que el marine sentía lástima por su padre. Segundos después se volvió preocupado hacia Joseph —. Esta noche necesito tu ayuda.
—Estoy de baja durante un par de semanas —contestó Joseph , notando Invitadopor primera vez que su voz era profunda y grave.
Debía de ser a causa de las órdenes que se veía obligado a gritar a los reclutas, como instructor. Fuera cual fuera la razón, aquel tono de voz parecía recorrer su piel y estremecerla.
—Lo sé —respondió el sargento Michaels—, pero la esposa de Porter está en el hospital. Su primer hijo está a punto de nacer, y esta noche llega un autobús lleno.
—¿Un autobús? —preguntó Invitado.
—Reclutas —explicó Joseph mirándola por encima del hombro.
—Ah…
Por supuesto. Invitado sabía lo suficiente sobre el funcionamiento de una base militar como para saber que cuando llegaban nuevos reclutas, llegaban siempre en mitad de la noche. Llevarlos hasta la base en un autobús, en medio de la oscuridad, era una táctica psicológica, suponía ella. De ese modo, ellos no sabían exactamente dónde estaban, reforzaban su miedo y su compañerismo. Los obligaban a mirarse los unos a los otros en busca de ánimo.
Porque esa era la razón del entrenamiento. Reclutaban a crios, y los convertían en un equipo de marines. Los militares jamás habían apostado por el individualismo. Y esa era, precisamente, la razón por la que ella se había pasado la vida huyendo de ellos.
¿Espíritus libres en el Cuerpo de Marines? No, de ningún modo.
—No tendrás que hacer nada —repuso Michaels, hablando deprisa—, simplemente quedarte en la retaguardia.
Invitado no había visto nunca la llegada de nuevos reclutas. Y, ya que estaba allí, no era mala idea.
—¿Puedo ir yo también?
—¡No! —contestaron ambos hombres al unísono, volviéndose hacia ella.
—¿Por qué no? —preguntó Invitado mirándolos a ambos.
—Dijiste que no querías visitar la base —le recordó Joseph.
—Pero eso es distinto, solo voy a observar.
—No se permiten observadores —insistió Joseph.
—Pero el sargento Michaels acaba de pedirte que asistas como observador.
—Me ha pedido que me quede en la retaguardia —la corrigió Joseph.
—Sí, que te quedes en la retaguardia, ¿y qué es exactamente lo que vas a hacer en la retaguardia?
—Mirar —contestó Joseph.
—¡Aja! —exclamó Invitado cruzándose de brazos y sonriendo—. En otras palabras, observar.
Invitado observó a Joseph apretar los dientes. Todos los músculos de su mandíbula se tensaron, hasta que por fin pareció confiar en sí mismo y habló:
—Sea lo que sea lo que haga, es mi trabajo —señaló Joseph —. Esos chicos no necesitan público.
—Una sola mujer no es público. Me quedaré en la retaguardia, observando.
—No.
—Escucha —intervino entonces Michaels, presintiendo que aquella discusión no tendría fin—, yo solo necesito saber si puedes venir.
—Sí, allí estaré —asintió Joseph de mala gana.
—Bien, gracias —contestó el oficial tocando el ala de su gorra y mirando a Invitado—. Señorita, que disfrute de su estancia.
—Gracias —contestó Invitado, quedándose de nuevo a solas con Kevin.
Antes de que ella pudiera comenzar a discutir otra vez sobre el mismo tema, Joseph la miró y dijo, muy serio:
—Olvídalo.
Pero una de las cosas que Invitado jamás había podido soportar era que nadie le dijera lo que tenía que hacer. Esa era otra de las razones por las que no podía soportar el ambiente militar.
—Podría hacer uso de mi rango, si fuera necesario —advirtió Invitado.
—Tú no tienes rango militar.
—Pero mi padre sí.
—Él se pondría de mi parte —objetó Joseph.
Sí, Invitado sospechaba que sería así. Su padre era un hombre muy estricto con las reglas.
—¿Pero qué mal puedo hacer a nadie?
—Ninguno, porque no voy a permitir que vayas —insistió Joseph.
—¿Sabes? —continuó Invitado echando a caminar de nuevo—, no necesito tu permiso.
—En realidad sí —contestó Joseph alcanzándola—. Lo necesitas.
—¿Cómo?
—Soy Instructor de Primera —explicó Joseph satisfecho—. Entreno a instructores. Ellos deben responder ante mí. Y cuido de los nuevos reclutas. Yo digo quién entra y quién sale. Y digo que tú no te acercas a los nuevos reclutas que llegan esta noche. ¿Entendido?
Invitado se ocultó entre las sombras al ver el autobús girar en la esquina y detenerse. Eran las dos de la madrugada, y los rostros de los pasajeros resultaban de los más expresivos.
—Probablemente están muertos de pánico —musitó Invitado, escondiéndose al escuchar pisadas cerca de ella.
El sargento Michaels, con Joseph Jonas a escasos pasos, se dirigía en dirección al autobús. El conductor abrió la puerta con un golpe que pareció resonar como el eco en el silencio de la base militar.
Invitado se puso de puntillas y deseó ser más alta. Jamás le había gustado ser bajita. La gente no se tomaba en serio a las personas bajitas. Siempre pensaban sarcásticamente que eran muy «monas». Además, hubiera preferido mil veces alcanzar ella sola la estantería de arriba del supermercado. No obstante, jamás se había sentido tan frustrada con su altura como aquella noche.
—Bastante tengo con esconderme como si fuera un criminal —susurró Invitado—. Encima de que me tomo la molestia de venir, ni siquiera veo nada.
El sargento Michaels subió los escalones del autobús y caminó por entre los asientos. Lilah captó algunos rostros pálidos. Solo podía ver bien la silueta del sargento. En cambio no tuvo ninguna dificultad en oír sus gritos.
—¡Escuchad! —resonó la voz del sargento, captando inmediatamente la atención de todos los reclutas—, cuando yo diga, bajaréis todos de este maldito autobús. Os situaréis sobre la línea amarilla pintada en la calzada, y esperaréis instrucciones. ¿Me habéis oído?
—Sí, señor —respondieron un puñado de reclutas en el autobús.
—Desde este mismo instante —gritó Michaels—, cada vez que alguien os pregunte, responderéis empezando la frase por «señor» y acabándola con «señor». ¿Ha quedado claro?
—Señor, sí, señor —respondieron unas cuantas voces.
—¡No os oigo!
—¡Señor, sí, señor!
El Sargento Michaels bajó entonces del autobús y se quedó junto a la puerta.
—¡Deprisa, deprisa, deprisa, deprisa…! —continuó gritando.
De inmediato, docenas de pies se pusieron en acción. Vociferando, corriendo y siguiendo instrucciones, un puñado de crios que el día anterior vivían en un mundo completamente distinto se apresuró a obedecer. Invitado hizo una mueca en silencio, compadeciéndose de ellos. El campamento era duro, pero si conseguían superarlo, al final serían más fuertes de lo que nunca hubieran creído. Ella jamás se había sentido parte integrante de las Fuerzas Armadas, pero tenía que reconocer que merecían su respeto. Respeto por lo que hacían, por lo que representaban, por lo que eran capaces de hacer como grupo disciplinado.
Invitado sintió el orgullo inflarle el pecho mientras escuchaba las pisadas apresuradas de los chicos. Estaban asustados, pero en pocas semanas se sentirían orgullosos de sí mismos.
—Debería habérmelo imaginado —dijo una voz a su derecha.
Invitado se sobresaltó. Apenas pudo contener un grito de terror. Se llevó una mano a la garganta, se volvió y vio un par de ojos castaños que le resultaron familiares.
—¡Dios mío, casi me matas del susto!
—No me tientes.
—Eh, yo no soy uno de esos crios; no puedes darme órdenes.
—Eso ha quedado bastante claro —musitó Joseph tomándola del antebrazo con fuerza, demostrándole su ira—. ¿Por qué has venido?
—Porque tú me dijiste que no podía venir.
—¿Sabes?, jamás creí que sentiría lástima por un oficial, pero me da pena el coronel Forrest —continuó Joseph.
—Te perdono lo que acabas de decir —respondió Invitado.
::::Pureza Virginal::::
:::Capitulo 3:::
—¿Tienes frío?
Invitado casi saltó, sobresaltada por el timbre de su voz. Durante la última hora habían vagado sin rumbo por la base, y él apenas había dicho nada. Una palabra, o dos. De haberle bastado un gruñido, Invitado estaba segura de que eso habría sido todo lo que él habría proferido.
—No, estoy bien. ¿Y tú? —él la miró como si creyera que estuviera loca—. Lo siento, olvidaba que los marines jamás tienen frío —añadió Invitado levantando ambas manos, con las palmas hacia arriba.
Joseph frunció la comisura de los labios, pero la expresión de su rostro no cambió. Era como pasear con una estatua móvil. La simpatía que había sentido por él el día anterior se disolvió en un mar de frustración. Incapaz de permanecer callada, Invitado, como siempre, estalló.
—¿Y nuestro trato, Artillero?
—¿Cómo? —preguntó él, tomándola absorto del codo para rodear un coche aparcado.
Invitado hizo caso omiso del calor que prendió en su cuerpo con aquel mero contacto. No necesitaba más distracciones para sus hormonas, ni empeorar las cosas aún más. Además, a sus veintiséis años, era un poco mayor para encapricharse de hombres con los que no llegaría a ninguna parte.
Y, más aún, ¿acaso no habían hecho un trato?
—Disculpa, ¿no eras tú el tipo que ayer me ofreció un trato? —preguntó Invitado apartándose el pelo de la cara.
—El mismo.
—Uh-huh —el mismo tipo imponente, pensó Invitado echándole un vistazo, admirada. Alto, vestido de camuflaje, parecía un muro color caqui. Con preciosos ojos castaños. Y eso no tenía en absoluto ninguna relación con el trato—. Y bien, ¿qué ha sido de esa parte del trato en la que se decía que trataríamos de llevarnos bien durante este mes, y que no nos haríamos desgraciados el uno al otro?
Joseph arqueó una de sus cejas negras. Impresionante.
—¿Es que eres desgraciada?
—¡No, por Dios! —respondió Invitado con sarcasmo—. Por el momento, esto es más divertido que Disneylandia.
Joseph detuvo sus pasos y suspiró dramática y pesadamente, para volver el rostro hacia ella antes de decir:
—¿Cuál es el problema?
—El problema, Artillero, es que podría pasear por aquí sola.
—Y eso, ¿qué quiere decir?
—Quiere decir que podrías hablar de vez en cuando. ¿O es que te han ordenado que guardes silencio?
Un soplo de aire frío los barrió a ambos. Hizo revolotear la falda de Invitado, jugó con la maraña de sus cabellos, y la hizo estremecerse de arriba abajo. Pero incluso ese soplo de viento fue más cálido que la mirada de Joseph .
En un segundo o dos, sin embargo, la expresión de sus ojos cambió, reemplazada por una frustración que Invitado comprendió perfectamente. Llevaba años viéndola en los marines, casi toda su vida. Jamás había encajado en una base y, una vez más, el hecho volvía a estar claro ante sus ojos.
Joseph sacudió la cabeza, levantó la vista por encima de su cabeza y se quedó mirando la lejanía. Más allá, un avión despegó. El sol asomaba por un hueco entre las nubes.
—No, no me han ordenado que guarde silencio —contestó él bajando la mirada, para levantarla de nuevo hacia ella—. Es solo que…
—Lo sé, no quieres ser mi guía.
—No es mi mayor deseo —admitió él, mirándola directamente a los ojos.
—Bien, al menos eres sincero.
—No es culpa tuya —musitó Joseph —, pero no tiene ninguna gracia.
—Cuéntamelo a mí —respondió Invitado apartándose el pelo de la cara—. ¿Crees que me gusta pasar de mano en mano, de un marine a otro? Yo no soy una patata caliente.
—¿Y por qué lo toleras?
—¿Has tratado alguna vez de decirle «no» a mi padre?
—Tengo que admitir que no.
—No te lo recomiendo —advirtió Invitado. No es que su padre se pusiera hecho una fiera; simplemente hacía caso omiso a sus objeciones. Había llamado cobarde a Joseph Jonas, pero lo cierto era que ella tampoco se había atrevido a decirle la verdad—. No me malinterpretes, papá es estupendo. Es solo que… ¿cómo explicártelo?
—¿Es un marine? —sugirió Joseph .
—Exacto.
Joseph se quedó mirándola. Su sonrisa podía calificarse de arma. De alta tecnología. Tenía la potencia de una bomba nuclear, y posiblemente causara ese efecto sobre cualquier hombre. Era capaz de dejarlos a todos gimiendo.
Pero él, no obstante, era otra historia. No, no es que estuviera ciego. Y desde luego era muy hombre; podía apreciarla como mujer. Igual que podía apreciar una obra de arte. Pero eso no significaba que quisiera llevársela a su casa y colgarla de la pared.
Tenía experiencia con las mujeres. Y no volvería a cometer el mismo error.
—De todos modos no necesito que nadie me guíe por la base, ¿sabes? —continuó Invitado.
Joseph trató de prestarle atención. Tenía la sensación de que no prestarle atención a Invitado Forrest podía llegar a ser peligroso.
—Y eso, ¿por qué?
—Porque todas las bases son iguales —contestó ella encogiéndose de hombros, levantando una mano y señalando—: cuartel general, alojamientos, oficina de correos, comisaría… Y no olvidemos el teatro y el pabellón de recreo. Hay discoteca, sala de reclutamiento, pabellón de oficiales y, por último, aunque no menos importante, pabellón de recibimiento de nuevos reclutas —sonrió Invitado volviendo la vista hacia él—. La misma parroquia, con distinta gente.
Tenía razón, por supuesto. Invitado se había criado en distintas bases a todo lo ancho y largo del mundo. Probablemente las conociera tan bien como él. Lo cual lo llevaba una vez más a hacerse la misma pregunta. Antes de que pudiera evitarlo, Joseph inquirió:
—Y entonces, ¿qué estamos haciendo aquí?
—Me has pillado.
La frase era de lo más simple. ¿Por qué para Joseph sonó picante? Porque pillarla implicaba miles de cosas para las que su cuerpo estaba listo, de todo corazón. Por desgracia, sin embargo, no la pillaría en modo alguno. No solo era la hija del coronel, y su responsabilidad durante las siguientes semanas, sino que, además, ni Invitado era de esas chicas a las que les gustasen las aventuras, ni él era de esos hombres a los que les gustase atarse para siempre.
En resumen, estaban en terreno neutral. Y él era intocable.
Entonces ella lo tocó. Se inclinó hacia él y puso una mano sobre su antebrazo. Fue un contacto inocente, pero el calor se incrementó por todo su cuerpo. Joseph tuvo que hacer uso de toda su voluntad para hacer caso omiso. Las cosas no se ponían precisamente fáciles.
—Es extraño —musitó Invitado más para sí misma que para su callado compañero.
—¿El qué?
—Estar de vuelta en una base.
—¿Cuánto tiempo hacía que no estabas en una?
—Un año, más o menos.
—¿Y eso?
—¿Siempre hablas así? —preguntó Invitado levantando la vista.
—Así, ¿cómo?
—Con frases cortas, de tres o cuatro palabras como mucho. Hablas poco, y cuando por fin lo haces acabas casi antes de empezar.
—Tú hablas de sobra por los dos.
Sí, tenía que admitir que tenía tendencia a hablar demasiado, sobre todo cuando estaba nerviosa. ¿Pero por qué iba a estar nerviosa en ese momento? No por estar en una base, o por estar con su padre. Estaba acostumbrada a ambas cosas. Sencillamente se ponía la máscara de una sonrisa y se desvivía por hacer todo lo que nunca hacía, solo para evitar que los demás le señalaran que no lo hacía nunca.
Era un viejo truco que Invitado llevaba años utilizando. En lugar de esperar a que los demás la ridiculizaran, se adelantaba y se reía de sí misma. De ese modo todos se reían con ella. Pero no de ella.
Así que, si la razón por la que estaba nerviosa no era que estuviera en una base, entonces… debía de estar nerviosa por la persona que la acompañaba.
—Hablo demasiado. Sí, ¿dónde he oído eso antes?
—¿En todas partes? —preguntó Joseph con una levísima sonrisa.
—¡Guau! —exclamó Invitado mirándolo. Era increíble lo que una sonrisa podía hacer en el rostro de Joseph . Y no era de extrañar que él no sonriera a menudo. Todas las mujeres habrían caído rendidas a sus pies. Pero no sería ella quien se lo dijera—. ¡Has sonreído! Este es un momento verdaderamente especial. Es una lástima que no me haya traído mi cuaderno de viajes; debería tomar nota.
—¡Qué gracia!
—Gracias —contestó Invitado, posando una vez más la mano sobre su antebrazo y sintiendo una descarga eléctrica.
Bien, no contaba con eso. Instantáneamente, Invitado dejó caer la mano y dio un paso atrás, solo como medida de precaución. Guardar las distancias con el sorprendente sargento de Artillería no le vendría mal.
—Bien, si no quieres dar una vuelta por la base, ¿qué quieres ver? —preguntó él.
—¡Artillero, eh, artillero! —gritó alguien, antes de que Invitado pudiera responder. Joseph se volvió y Invitado observó al hombre que corría hacia ellos. A juzgar por la gorra, era también instructor. Se paró delante de Joseph y la miró a ella brevemente—. Disculpe, señorita, pero necesito llevarme al artillero un minuto.
—Claro.
—Sargento Michaels, esta señorita es Invitado Forrest —advirtió Joseph frunciendo el ceño.
—¿Forrest, igual que el coronel Forrest? —preguntó el marine abriendo inmensamente los ojos.
Invitado casi suspiró. Ocurría cada vez que conocía a algún soldado de la tropa de su padre. La miraban, lo imaginaban a él, y parecían incapaces de comprender que fueran padre e hija. Hacía mucho tiempo que Invitado había dejado de hacer lo que los demás esperaban de ella. Por eso sonrió y dijo:
—Sí, es mi padre.
—Encantado de conocerla, señorita —contestó el marine observando el colgante de cristal y la pulsera de campanillas. Se diría que el marine sentía lástima por su padre. Segundos después se volvió preocupado hacia Joseph —. Esta noche necesito tu ayuda.
—Estoy de baja durante un par de semanas —contestó Joseph , notando Invitadopor primera vez que su voz era profunda y grave.
Debía de ser a causa de las órdenes que se veía obligado a gritar a los reclutas, como instructor. Fuera cual fuera la razón, aquel tono de voz parecía recorrer su piel y estremecerla.
—Lo sé —respondió el sargento Michaels—, pero la esposa de Porter está en el hospital. Su primer hijo está a punto de nacer, y esta noche llega un autobús lleno.
—¿Un autobús? —preguntó Invitado.
—Reclutas —explicó Joseph mirándola por encima del hombro.
—Ah…
Por supuesto. Invitado sabía lo suficiente sobre el funcionamiento de una base militar como para saber que cuando llegaban nuevos reclutas, llegaban siempre en mitad de la noche. Llevarlos hasta la base en un autobús, en medio de la oscuridad, era una táctica psicológica, suponía ella. De ese modo, ellos no sabían exactamente dónde estaban, reforzaban su miedo y su compañerismo. Los obligaban a mirarse los unos a los otros en busca de ánimo.
Porque esa era la razón del entrenamiento. Reclutaban a crios, y los convertían en un equipo de marines. Los militares jamás habían apostado por el individualismo. Y esa era, precisamente, la razón por la que ella se había pasado la vida huyendo de ellos.
¿Espíritus libres en el Cuerpo de Marines? No, de ningún modo.
—No tendrás que hacer nada —repuso Michaels, hablando deprisa—, simplemente quedarte en la retaguardia.
Invitado no había visto nunca la llegada de nuevos reclutas. Y, ya que estaba allí, no era mala idea.
—¿Puedo ir yo también?
—¡No! —contestaron ambos hombres al unísono, volviéndose hacia ella.
—¿Por qué no? —preguntó Invitado mirándolos a ambos.
—Dijiste que no querías visitar la base —le recordó Joseph.
—Pero eso es distinto, solo voy a observar.
—No se permiten observadores —insistió Joseph.
—Pero el sargento Michaels acaba de pedirte que asistas como observador.
—Me ha pedido que me quede en la retaguardia —la corrigió Joseph.
—Sí, que te quedes en la retaguardia, ¿y qué es exactamente lo que vas a hacer en la retaguardia?
—Mirar —contestó Joseph.
—¡Aja! —exclamó Invitado cruzándose de brazos y sonriendo—. En otras palabras, observar.
Invitado observó a Joseph apretar los dientes. Todos los músculos de su mandíbula se tensaron, hasta que por fin pareció confiar en sí mismo y habló:
—Sea lo que sea lo que haga, es mi trabajo —señaló Joseph —. Esos chicos no necesitan público.
—Una sola mujer no es público. Me quedaré en la retaguardia, observando.
—No.
—Escucha —intervino entonces Michaels, presintiendo que aquella discusión no tendría fin—, yo solo necesito saber si puedes venir.
—Sí, allí estaré —asintió Joseph de mala gana.
—Bien, gracias —contestó el oficial tocando el ala de su gorra y mirando a Invitado—. Señorita, que disfrute de su estancia.
—Gracias —contestó Invitado, quedándose de nuevo a solas con Kevin.
Antes de que ella pudiera comenzar a discutir otra vez sobre el mismo tema, Joseph la miró y dijo, muy serio:
—Olvídalo.
Pero una de las cosas que Invitado jamás había podido soportar era que nadie le dijera lo que tenía que hacer. Esa era otra de las razones por las que no podía soportar el ambiente militar.
—Podría hacer uso de mi rango, si fuera necesario —advirtió Invitado.
—Tú no tienes rango militar.
—Pero mi padre sí.
—Él se pondría de mi parte —objetó Joseph.
Sí, Invitado sospechaba que sería así. Su padre era un hombre muy estricto con las reglas.
—¿Pero qué mal puedo hacer a nadie?
—Ninguno, porque no voy a permitir que vayas —insistió Joseph.
—¿Sabes? —continuó Invitado echando a caminar de nuevo—, no necesito tu permiso.
—En realidad sí —contestó Joseph alcanzándola—. Lo necesitas.
—¿Cómo?
—Soy Instructor de Primera —explicó Joseph satisfecho—. Entreno a instructores. Ellos deben responder ante mí. Y cuido de los nuevos reclutas. Yo digo quién entra y quién sale. Y digo que tú no te acercas a los nuevos reclutas que llegan esta noche. ¿Entendido?
Invitado se ocultó entre las sombras al ver el autobús girar en la esquina y detenerse. Eran las dos de la madrugada, y los rostros de los pasajeros resultaban de los más expresivos.
—Probablemente están muertos de pánico —musitó Invitado, escondiéndose al escuchar pisadas cerca de ella.
El sargento Michaels, con Joseph Jonas a escasos pasos, se dirigía en dirección al autobús. El conductor abrió la puerta con un golpe que pareció resonar como el eco en el silencio de la base militar.
Invitado se puso de puntillas y deseó ser más alta. Jamás le había gustado ser bajita. La gente no se tomaba en serio a las personas bajitas. Siempre pensaban sarcásticamente que eran muy «monas». Además, hubiera preferido mil veces alcanzar ella sola la estantería de arriba del supermercado. No obstante, jamás se había sentido tan frustrada con su altura como aquella noche.
—Bastante tengo con esconderme como si fuera un criminal —susurró Invitado—. Encima de que me tomo la molestia de venir, ni siquiera veo nada.
El sargento Michaels subió los escalones del autobús y caminó por entre los asientos. Lilah captó algunos rostros pálidos. Solo podía ver bien la silueta del sargento. En cambio no tuvo ninguna dificultad en oír sus gritos.
—¡Escuchad! —resonó la voz del sargento, captando inmediatamente la atención de todos los reclutas—, cuando yo diga, bajaréis todos de este maldito autobús. Os situaréis sobre la línea amarilla pintada en la calzada, y esperaréis instrucciones. ¿Me habéis oído?
—Sí, señor —respondieron un puñado de reclutas en el autobús.
—Desde este mismo instante —gritó Michaels—, cada vez que alguien os pregunte, responderéis empezando la frase por «señor» y acabándola con «señor». ¿Ha quedado claro?
—Señor, sí, señor —respondieron unas cuantas voces.
—¡No os oigo!
—¡Señor, sí, señor!
El Sargento Michaels bajó entonces del autobús y se quedó junto a la puerta.
—¡Deprisa, deprisa, deprisa, deprisa…! —continuó gritando.
De inmediato, docenas de pies se pusieron en acción. Vociferando, corriendo y siguiendo instrucciones, un puñado de crios que el día anterior vivían en un mundo completamente distinto se apresuró a obedecer. Invitado hizo una mueca en silencio, compadeciéndose de ellos. El campamento era duro, pero si conseguían superarlo, al final serían más fuertes de lo que nunca hubieran creído. Ella jamás se había sentido parte integrante de las Fuerzas Armadas, pero tenía que reconocer que merecían su respeto. Respeto por lo que hacían, por lo que representaban, por lo que eran capaces de hacer como grupo disciplinado.
Invitado sintió el orgullo inflarle el pecho mientras escuchaba las pisadas apresuradas de los chicos. Estaban asustados, pero en pocas semanas se sentirían orgullosos de sí mismos.
—Debería habérmelo imaginado —dijo una voz a su derecha.
Invitado se sobresaltó. Apenas pudo contener un grito de terror. Se llevó una mano a la garganta, se volvió y vio un par de ojos castaños que le resultaron familiares.
—¡Dios mío, casi me matas del susto!
—No me tientes.
—Eh, yo no soy uno de esos crios; no puedes darme órdenes.
—Eso ha quedado bastante claro —musitó Joseph tomándola del antebrazo con fuerza, demostrándole su ira—. ¿Por qué has venido?
—Porque tú me dijiste que no podía venir.
—¿Sabes?, jamás creí que sentiría lástima por un oficial, pero me da pena el coronel Forrest —continuó Joseph.
—Te perdono lo que acabas de decir —respondió Invitado.
Koni
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
Alicia Swifty Lermánica escribió:Nueva lectora!! (¿Ves? Te dije que me pasaría)
Escribes muy bien (en este caso adaptas) Ray no es mi tipo, no sé qué tiene que ver pero no es mi tipo... Pero una duda ¿Es gay? No sé cómo dice que Victor es su amante...
Joe es sexy *-* Se sorprendió porque soy una hippie, por cierto, te agradezco por ponerlo para que salga el nombre de cada usuario, me gusta más que la rayita!
El coronel quiere que salga con Joe Sexy Jonas, asdfgghhjk.
Bueno, sube el capítulo 3 cuando puedas que me encanta.
Un besazo!
Linda gracias por tus palabras y si es gay jajaj. Espero que te guste el nuevo capitulo
Besos :)
Koni
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
Jess Jonas (: .. escribió:La nove se ve interesante ..
Aparte ya me imagino a Joe como sargento *__* ..
Pero no me gusta que su padre la casé con quien él elija ..
aparte a Joe no le gusta esa idea ..
pero ya verá que luego no querrá despegarse ni un segundo de ella ..
Jajajaja xD ..
Nueva Lectora :D ..
SI-GUE-LAA !! ..
Gracias! y bienvenida! espero ver tus comentarios seguidos por aquí :)
Koni
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
nyJB escribió:me fascino el capitulo siguela
Linda gracias por tus palabras, ya se encuentra el otro capitulo extra largo :D
espero ver tu comentario y que te guste
Koni
Página 1 de 5. • 1, 2, 3, 4, 5
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
Página 1 de 5.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér 20 Nov 2024, 12:51 am por SweetLove22
» My dearest
Lun 11 Nov 2024, 7:37 pm por lovesick
» Sayonara, friday night
Lun 11 Nov 2024, 12:38 am por lovesick
» in the heart of the circle
Dom 10 Nov 2024, 7:56 pm por hange.
» air nation
Miér 06 Nov 2024, 10:08 am por hange.
» life is a box of chocolates
Mar 05 Nov 2024, 2:54 pm por 14th moon
» —Hot clown shit
Lun 04 Nov 2024, 9:10 pm por Jigsaw
» outoflove.
Lun 04 Nov 2024, 11:42 am por indigo.
» witches of own
Dom 03 Nov 2024, 9:16 pm por hange.