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Pureza Virginal [Joe & tú ]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Página 2 de 5. • 1, 2, 3, 4, 5
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
Jajajajajajaja ..
esos dos me hacen reír Jajajaja xD ..
JÁ ! . Más vale que no le haga caso a Joseph ..
él está acostumbrado a dar y recibir órdenes ..
pero yo no ¬¬' ..
por eso me encantó que vaya a ver a los reclutas recién llegados Jajaja xD ..
pero no conté con que Joseph la pillara xD ..
SI-GUE-LAA ! ..
esos dos me hacen reír Jajajaja xD ..
JÁ ! . Más vale que no le haga caso a Joseph ..
él está acostumbrado a dar y recibir órdenes ..
pero yo no ¬¬' ..
por eso me encantó que vaya a ver a los reclutas recién llegados Jajaja xD ..
pero no conté con que Joseph la pillara xD ..
SI-GUE-LAA ! ..
Jess Jonas ..
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
::::Pureza Virginal::::
:::Capitulo4:::
—¿Haces alguna vez lo que se te manda? —preguntó él tensamente.
—Casi nunca —respondió Invitado, no sin orgullo.
De pie junto a ella, en la oscuridad, Joseph no sabía si deseaba estrangularla o besarla. Hiciera lo que hiciera tendría problemas, de modo que trató de resistir ambos impulsos.
A pesar de todo, podía sentir su calor atraerlo hacia ella. Y, después de tanto tiempo de abstinencia, la tentación de aproximarse a Invitado era muy fuerte. Pero las alarmas de advertencia comenzaron entonces a sonar en su mente. Por desgracia, no era su mente la que estaba de guardia aquella noche.
La luz de la luna apenas alcanzaba aquel oscuro rincón de la base. A pesar de la penumbra, Joseph no tuvo dificultades en admirar la delicadeza de los rasgos de Lilah, la palidez de su piel o la belleza de sus cabellos rizados, revueltos sobre la cara y los hombros. Joseph aspiró la fragancia de su perfume tentador, y algo se tensó muy dentro de él.
¿Qué tenía aquella mujer menudita, que conseguía atravesar las defensas que él mismo había levantado durante los dos últimos años?
—¿Cómo sabías que estaba aquí? —preguntó ella en voz baja, para que nadie pudiera oírla.
¿Cómo explicarlo?, se preguntó Joseph . No iba a confesarle que había presentido su presencia. Hubiera preferido enfrentarse a un pelotón de fusilamiento antes que admitir que, de hecho, la había estado buscando. Joseph la tomó de la muñeca y alzó su brazo, sacudiéndoselo ligeramente. El melódico tintineo de las campanas de su pulsera resonó en la oscuridad.
—Ah… —exclamó Invitado—. Sabía que debía haberme vestido un poco más de camuflaje.
—¿Un poco más? —repitió él, dejando que su vista vagara por la silueta de Invitado.
Incluso en la oscuridad, Joseph pudo ver que no iba vestida exactamente de espía. Llevaba un suéter grande de color pálido y brillante, una camisa clarita debajo y otra falda de esas que revoloteaban. La ropa no podía ser más llamativa; parecía pintada con colores reflectantes.
—Bien, ya sé que no soy una buena espía. Además, el negro no me sienta bien.
—Vamos —la animó él sin soltarle la muñeca—, te llevaré a casa.
—Podría quedarme sencillamente aquí y… —comenzó a decir Lilah, sin moverse.
—Olvídalo —la interrumpió Joseph mirando a los reclutas, que entraban en el vestíbulo de recepción—. El espectáculo ha terminado.
—Está bien, ya me voy. Pero no hace falta que me acompañes. El sargento Michaels debe de estar esperándote.
Cierto, pensó Joseph mirando a su izquierda, a través del cristal. Pero en el vestíbulo de recepción había más marines que podían ayudarlo. Y al coronel no le gustaría saber que su hija había vuelto sola a casa en mitad de la noche. Joseph tomó una decisión.
—Espera aquí.
Entonces soltó la mano de Invitado y entró en el vestíbulo de recepción. Apenas le llevó un minuto decirle al sargento Michaels que se marchaba. Joseph salió de inmediato a la oscuridad y buscó a Invitado entre la niebla. Miró en el lugar exacto donde la había dejado. Naturalmente, Lilah ni había seguido su orden, ni estaba allí. Conociéndola, en ese preciso instante podía estar en cualquier parte.
—¡Maldita sea! —musitó Joseph entre dientes.
Invitado soltó una carcajada. Estaba justo delante de él.
—¿Has probado alguna vez la meditación?
—No —negó él frunciendo el ceño, buscando entre la oscuridad y la niebla.
—Pues deberías probar; te ayudaría a dominar tu temperamento.
—¿Sabes qué otra cosa podría ayudarme? —preguntó Joseph dirigiéndose hacia ella lentamente, buscando.
—¿El qué?
—El que la gente hiciera lo que le mando.
—Te gusta dar órdenes, ¿verdad?
—Más que a ti obedecerlas, según parece —contestó Joseph .
Por fin la vio. Justo frente a él. Se materializó en medio de la niebla, como si de alguna manera formara parte de ella. La humedad de la niebla se pegaba a sus cabellos, a su silueta, coloreaba sus mejillas… Invitado inclinó la cabeza, le sonrió, y Joseph sintió como si un puño frío y tenso atenazara su corazón.
—Entonces, lo tendrás en cuenta la próxima vez, ¿eh?
Había muchas cosas que debía tener en cuenta en relación con Invitado, se dijo Joseph seriamente. Y una de las más importantes era que estaba comprometida, que era la hija del coronel y que solo estaría en la base una temporada.
—¿No te parece misterioso este lugar de noche? —susurró Invitado.
—Sí, bastante.
—Es como una película de terror —sugirió Invitado.
—Sí, justo antes de que alguien nos asalte, saliendo de la niebla.
—Bueno, creo que hablar de eso no ha sido una buena idea —comentó Invitadoacercándose un paso hacia él, mirando a su alrededor.
—¿Estás asustada? —preguntó él sorprendido.
Joseph habría jurado que nada podía asustar a Invitado. Desde luego, su padre no la asustaba. Ni él. Pero, aparentemente, los fantasmas sí. Invitado lo tomó del brazo y Joseph echó a caminar. Conocía la base como la palma de su mano. Con niebla o sin ella, podía llevarla a casa sin ningún problema.
—Bueno, no me encantan las películas de terror, la verdad —admitió Invitado—. Me atrapan, me implico demasiado en la trama, y entonces es como si fuera a mí a quien persigue el maníaco del cuchillo —silbó, asustada—. No, yo prefiero las comedias románticas.
La niebla los envolvía como un manto y estaban rodeados de silencio. Solo podían oír el resonar de sus propias pisadas; pisadas al unísono, gemelas. Invitado se agarraba con fuerza del brazo de Joseph , procurándole calor. Y Joseph disfrutaba de ese contacto. Hacía mucho tiempo que no salía de paseo con ninguna mujer. Y, aunque aquel era un asunto de trabajo, eso no significaba que no pudiera disfrutar.
—Pues yo prefiero las películas de aventuras y de acción —musitó Joseph en voz alta.
—Vaya, qué sorpresa —rió Invitado.
—No hay nada mejor que unas cuantas explosiones o un par de peleas —continuó Joseph riendo también.
—¡Ah… el romance…!
—¡Ah… la gloria…!
Joseph y Invitado caminaron juntos en silencio durante un minuto o dos antes de volver a hablar. Joseph se preguntaba cuánto tiempo podría estar ella sin abrir la boca. Y, evidentemente, no era mucho.
—Así que, ¿a qué te dedicas cuando no eres el sargento de Artillería Jonas?
—¿Cuándo no soy el sargento Jonas?
—Cuando estás de vacaciones —explicó Invitado—, libre. Salir y eso.
Hacía tanto tiempo que Joseph no se tomaba unos días libres, que ni siquiera recordaba qué hacía en esas ocasiones. Por supuesto, antes del divorcio siempre tenía planes: comprar una barca y montar una empresa de pesca en una isla del Caribe. Pero su tranquilo y ordenado mundo se había arruinado, junto con sus planes.
La pregunta seguía en el aire y Joseph buscó una respuesta que pudiera satisfacer la curiosidad de Invitado.
—Voy a ver a mi hermana y a mis hermanos. Y a mi sobrina.
Invitado captó el orgullo con que Kevin lo decía y sonrió esperanzada. Ella era hija única, jamás sería tía. Y, al paso que iba, tampoco sería madre. De pronto, Invitadose vio a sí misma treinta años más mayor, en su pequeño apartamento de San Francisco, rodeada de gatos y asomando la cabeza por la ventana, observando cómo el mundo seguía girando sin ella. La perspectiva no era muy halagüeña.
—Sabes, cuando te callas me asustas —dijo él de pronto.
—¿Un marine, asustado? No te creo.
—Bueno, preocupado, más que asustado. ¿En qué estabas pensando?
—Simplemente me preguntaba cómo sería crecer rodeada de hermanos y hermanas —contestó Invitado, ocultando la tristeza que le producía un futuro sola, rodeada de gatos.
—Muy ruidoso.
—¿Y divertido? —preguntó Invitado.
—A veces —contestó Joseph tras una pausa, considerándolo—. La mayor parte del tiempo resulta trabajoso. Yo soy el mayor, así que por lo general me dejaban a cargo de todos y…
—Así que por eso te resulta tan natural dar órdenes —lo interrumpió Invitado.
—Sí, puede que sea cierto…
—Lo siento; continúa.
—No hay mucho que contar —añadió Joseph encogiéndose de hombros—. Tengo una hermana más pequeña que yo y tres hermanos. Trillizos.
—¿Trillizos? ¡Guau! ¿Y son idénticos?
—Oh, sí. Casi nadie los distingue.
—Pero tú sí —afirmó Invitado disfrutando de la conversación, notando el orgullo de Joseph .
—Claro, son mis hermanos.
—¿Y tu sobrina?
—¡Ah…! —exclamó Joseph entusiasmado—, Emily es preciosa. Acaba de aprender a andar, así que está volviendo loca a mi hermana Kelly.
Invitado disfrutó al oírlo hablar de su familia. Su voz parecía pletórica de amor. Mientras él los describía, Lilah imaginaba las escenas. Los hermanos debían de parecerse a Joseph , se figuró, aunque hubiera apostado cualquier cosa a que no eran tan guapos. Después de todo, ¿cuántas posibilidades había de tener cuatro chicos apuestos en una sola familia? Invitado imaginó a Kelly y a su hija y…
—¿Cómo es el marido de Kelly? —preguntó de inmediato, suponiendo automáticamente que estaba casada.
Joseph Jonas, casi el cabeza de familia, y tan autoritario, jamás habría permitido que su hermana fuera madre soltera. Invitado sintió que los músculos del brazo de Joseph se tensaban al oír la pregunta. Fue algo ligero y enseguida volvió a relajarse. Según parecía, su cuñado no era precisamente apreciado en la familia.
—Jeff es marine. Ahora mismo está en una misión. En alguna parte.
—¿En alguna parte?
—Pertenece a las Fuerzas Especiales. Kelly ni siquiera sabe dónde diablos está.
—Y eso a ti no te hace muy feliz —comentó Invitado.
Joseph se encogió de hombros, y Invitado deseó ver la expresión de su rostro. La niebla, sin embargo, seguía siendo demasiado espesa. Era como un fantasma que los envolviera con sus tentáculos.
—Los marines son terribles como maridos, eso es todo —aseguró por fin Joseph .
—Sí, en general es así, ¿no te parece?
—Sí, lo sé por experiencia —confirmó Joseph.
Invitado recapacitó, recordando lo que le había dicho su padre acerca de la ex mujer de Joseph . Ella lo había abandonado. Debía andarse con tiento, al hablar de ello. No quería que Joseph se enterara de que había oído rumores. Joseph no parecía de esos a los que no les importaba que se airee su intimidad.
—Entonces, ¿fuiste un marido terrible?
Joseph detuvo sus pasos unos instantes, pero enseguida volvió a caminar. De no haber prestado Invitado mucha atención, jamás se habría dado cuenta de que había vacilado.
—Eso debió de pensar mi ex mujer —dijo él escuetamente.
—Y ella, ¿era una buena esposa?
Probablemente no hubiera debido hacer esa pregunta, pero no pudo resistirse. Para Invitado preguntar era algo perfectamente natural. No quería parecer una fisgona, pero tampoco podía reprimir sus deseos de ayudar. Fuera su ayuda necesaria o no.
—Preferiría no hablar de ello.
—Pues a veces hablar ayuda —comentó ella—. Algunas veces, contarle a un extraño tus problemas te ayuda a solucionarlos.
—No hay nada que solucionar —contestó él con voz dura y fría, cortante—. Todo terminó. Mi matrimonio fue un fracaso, todo acabó hace un par de años.
Quizá, pensó Invitado . Pero algo en su voz le decía que él no había logrado superarlo del todo. Aunque, probablemente, Joseph no estuviera dispuesto a confesarlo. Había disfrutado de la conversación con él hasta ese mismo instante, así que Invitado decidió que lo mejor era guardar silencio. No tenía sentido discutir.
Invitado tropezó con algo en medio de la niebla y la oscuridad. Habría caído de bruces al suelo de no haberla sujetado Joseph .
Él tenía las manos en su cintura y la sujetaba mientras Invitado trataba de recuperar el equilibrio. Ella trató por todos los medios de ignorar el calor que sus manos le procuraban.
Era ridículo. Tenía veintiséis años. Era la última chica virgen que quedaba en toda California. Fingía tener novio, y desde luego no tenía sentido dejarse arrastrar por el atractivo de un marine de desastrosa actitud y encantadora sonrisa.
Y sin embargo…
Invitado lo miró a los ojos. La niebla que los envolvía pareció abrirse entre ellos, llevada por la brisa marina y dejándolos a la luz de la luna. Joseph no la había soltado. Invitado sentía en la piel el contacto de sus dedos, a través del suéter y la camisa. El pulso de Joseph parecía martillear dentro de ella, acelerando los latidos de su propio corazón.
—Esta no es una buena idea —dijo él inclinándose sobre su rostro, como si la viera por primera vez en aquel instante.
—Sí, es terrible.
—No tenemos nada en común.
—Absolutamente nada —volvió a confirmar ella.
Invitado se lamió el labio inferior con la lengua y él observó aquel gesto atentamente. El estómago de ella volvió a agarrotarse como si estuviera en una montaña rusa, corriendo a toda velocidad.
—Solo vas a estar aquí un mes.
—Sí, quizá menos —asintió ella.
—Estás comprometida.
—Sí, cierto.
—Pero… —continuó susurrando él, bajando la cabeza otro poco más—… si no te beso ahora mismo creo que voy a volverme loco.
—Eso no puedo discutírtelo —contestó ella con un suspiro.
Invitado permaneció con los ojos abiertos, observándolo acercarse más y más. Cuando por fin los labios de Joseph rozaron los suyos los cerró, y se quedó sin aliento. De no haber estado sujetándola él, se habría venido abajo nada más sentir el contacto de ambas lenguas. Las rodillas le fallaban.
Invitado gimió y se apoyó en él. Los brazos de Joseph la rodearon como un anillo de hierro, presionándola contra él, sujetándola y estrechándola con fuerza. Sus manos la acariciaban arriba y abajo.
La boca de Joseph era una tortura, su aliento le rozaba las mejillas. Invitado sintió el corazón de Joseph latir contra su propio pecho. Él exploraba su boca, recorría con la punta de la lengua sus labios y sus mejillas, le arrebataba el aliento. Ella respondió lo mejor que pudo, devolviéndole las caricias mientras se colgaba de sus hombros en un esfuerzo por permanecer en pie y no caer rendida al suelo.
Jamás, pensó Invitado dejándose llevar por sensación tras sensación, jamás había sentido algo así. Era como si tuviera fuegos artificiales en el cuerpo. La sangre le hervía a borbotones en las venas, mientras sentía un pulso vibrante comenzar a latir en lo más profundo de su ser.
Joseph gruñó y la estrechó aún con más fuerza. Su beso se hizo tan profundo entonces que Invitado creyó que la devoraría allí mismo. Y tuvo miedo de que no lo hiciera.
Deseaba más. Deseaba sentir las manos de Joseph sobre su cuerpo. Deseaba rozar piel contra piel, disfrutar de la experiencia de que fuera Joseph Jonas quien derribara sus defensas.
Invitado sentía como si hubiera estado esperando aquel preciso instante toda su vida. Aquella noche, a la luz de la luna, con la niebla envolviéndolos como una telaraña, Invitado experimentó la vertiginosa experiencia que toda novela de amor prometía.
La pregunta era: ¿qué haría al respecto?
Koni
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
::::Pureza Virginal::::
:::Capitulo 5:::
Pero la razón se impuso por fin en la mente de Joseph que, instantáneamente, soltó a Invitado y dio un paso atrás. Sentía los brazos vacíos sin ella. Aún tenía el sabor de Invitado en la boca, pero sabía que aquello había sido un tremendo error. Y, a pesar de saberlo, tuvo que reprimirse para no volver a abrazarla y saborearla de nuevo.
Joseph se llevó la mano a la nuca y se la restregó con fuerza. No sirvió de gran ayuda.
—¡Guau! —exclamó Invitadoen voz baja. Joseph , no obstante, la oyó. La voz de Invitadole llegaba igual que su perfume—. Eso sí que ha sido un beso.
—Sí —musitó él con voz ronca, pensando en la suerte que tenía de que fuera de noche, para que ella no pudiera ver cuánto le había afectado. Ella quizá no pudiera notarlo, pero Joseph sí. Y el desagrado que le produjo bastó para que su voz sonara áspera—. Lo lamento. Me he pasado de la raya… Escucha, Invitado, creo que lo mejor será que olvidemos lo ocurrido.
Entonces se hizo el silencio.
Invitado debía de estar a punto de maldecirlo, de pegarle un puñetazo o, peor aún, pensó Joseph asustado, de ir a contárselo a su padre. Estupendo. Justo lo que necesitaba. ¿En qué diablos había estado pensando? Era la hija de su Comandante en Jefe. Una mujer comprometida. Una loca.
En un instante, Joseph vio el fin de su carrera militar y se vio trasladado a una base militar en el Polo, arrojado fuera del Cuerpo. Nadie podía prever qué haría ella, una vez se le hubiera pasado el shock.
—Creo que se me ha puesto la carne de gallina.
—¿Qué? —preguntó él, parpadeando.
—En serio —continuó ella—. Ese beso ha sido alucinante, sargento de Artillería Joseph .
—Gracias.
¿Qué otra cosa hubiera podido decir? Tenía que haberse figurado que Invitado no iba a reaccionar tal y como él esperaba. Cualquier mujer en su sano juicio se habría puesto furiosa o… bueno, simplemente se habría puesto furiosa. Pero lo cierto era que Invitado Forrest ni siquiera vestía con cordura.
—Quiero decir —continuó Invitado con admiración—, que podrías incluso dar clases. Olvídate de los marines, harías una fortuna como playboy.
—¿Qué?
—Era una broma. Simplemente estaba comprobando qué tal estás —explicó Invitado riendo. Su risa sonaba tan melódica como las campanillas de su pulsera—. Te has quedado tan callado, que creí que serías la primera persona que entraba en coma de pie.
—Estás loca, ¿lo sabías? —preguntó Joseph , creyendo que la sorprendería.
—¿Por qué?, ¿porque no te he abofeteado y he corrido a decírselo a papá?; ¿preferirías que me enfadara?
—Bueno, sí. Al menos lo comprendería.
—Pues siento desilusionarte —respondió ella, echando de nuevo a caminar en dirección a su casa.
Joseph corrió hasta alcanzarla. Aun sin la niebla el ambiente era húmedo y olía a mar. Oscuras nubes se cernían sobre el cielo negro, cubriéndolo y desvelando estrellas como si la mano de un gigante jugara al escondite con un montón de diamantes.
—No estoy desilusionado —dijo él sopesando con cuidado sus palabras—, simplemente… confuso.
—Pues no sé por qué. Tú me has besado y yo te he devuelto el beso. Y ha sido una experiencia tremenda.
Más que tremenda, pensó Joseph para sus adentros. Sin embargo calló. En lugar de confesarlo, dijo:
—Y eso es todo. Ningún problema.
Invitado levantó la vista hacia él. A la luz de la luna Joseph pudo ver la sonrisa de sus deliciosos labios.
—Si quieres correr a buscar una espada, yo te ayudaré a clavártela.
—No era eso lo que quería decir —contestó Joseph tenso, preguntándose por qué lo molestaba tanto que Invitado no estuviera enfadada.
—Entonces, ¿qué querías decir? —preguntó ella llegando a la valla que rodeaba el jardín de su casa.
Joseph se quitó la gorra reglamentaria y se pasó la mano por los cabellos cortos, reflexionando.
—No sé qué he querido decir; lo único que sé es que no te comprendo.
—¡Ah! —sonrió ella—. El misterio de Invitado Forrest.
—Eso es lo que eres.
—¿Por que no me desmayo ni salgo corriendo y gritando en medio de la niebla solo por un beso? —sacudió la cabeza Invitado, mirándolo. Las rodillas habían dejado de temblarle y el corazón se le había serenado, pero seguía sintiendo un nudo en el estómago; seguía nerviosa y excitada—. Si es eso lo que crees, entonces o bien piensas demasiado bien de ti mismo, o bien piensas demasiado mal de mí.
—Ninguna de las dos cosas —alegó él—. Simplemente eres… sorprendente, eso es todo.
—Y eso, ¿es bueno o malo?
—De eso tampoco estoy seguro.
—Cuando lo descubras, me lo dirás, ¿verdad?
—Serás la primera en saberlo —prometió Joseph —. Pero no contengas el aliento. Solo vas a quedarte en la base unas cuantas semanas, y algo me dice que tardaría años en comprenderte.
—A veces, ni siquiera basta con eso —repuso Invitado pensando, esa vez, en su padre.
Por supuesto, ella no era la chica más experta en amores de los alrededores, pero aunque lo hubiera sido, el beso de Joseph Jonas habría destacado entre los demás. Aquel soldado era un absoluto maestro en el manejo de los labios. Invitado se pasó la lengua por el labio inferior recordándolo, saboreando una vez más el beso de Joseph . Eso bastó para excitarse una vez más.
Deseaba besarlo otra vez. Pero a pesar de admitirlo en silencio, sabía lo peligroso que era. Después de todo, él era un militar. Un marine, nada menos. Un hombre exactamente igual a su padre en propósitos, en intenciones y objetivos. Los dos eran iguales en sus puntos de vista, en sus metas y, sin duda, también en su valoración de las mujeres. Y la valoración que ella debía de merecerles no era en absoluto la mejor. Ella había sido la ruina de su padre, desde que tenía uso de razón. Y no tenía por qué ser diferente para Joseph Jonas.
¿Cómo podía interesarse, ni remotamente, por un hombre al que había escogido su padre? Era algo que jamás había ocurrido. En el resto de las ocasiones, cada vez que su padre había arrojado un marine a sus pies, Invitado lo había espantado con su forma de ser, o bien se había aburrido hasta el tuétano con él.
¿Quién hubiera podido prever que, justo cuando se presentaba en la base esgrimiendo un compromiso matrimonial falso, sería precisamente cuando conociera al marine que sabría despertar en ella el deseo y la alarma en todo su cuerpo? La palabra clave de esa pregunta era, sin duda, «alarma». De haber tenido sentido común, Invitado habría entrado en casa y le habría dicho a su padre que no podía quedarse. Y se habría marchado a San Francisco. De vuelta al mundo en el que se sentía cómoda, segura, querida y respetada.
Pero Invitado sabía muy bien que no se marcharía a ninguna parte.
No después de un beso como aquel.
Quería saborear otro y, quizá, otro después.
De pronto, cediendo a ese pensamiento, Invitado se puso de puntillas y posó los labios sobre los de él. Joseph se puso rígido, como si de pronto lo hubieran llamado al orden. Pero la electricidad corría de uno a otro, despertando el deseo en Invitado e impulsándola a buscar más. Ella lo abrazó por la nuca y ladeó la cabeza, dando y pidiendo más a cambio.
Los segundos fueron pasando, mientras Invitado esperaba la respuesta de él. Cuando finalmente se produjo, la reacción de Joseph fue mejor aún de lo que ella esperaba. Sus brazos la rodearon por la cintura, sus manos la estrecharon por la espalda, contra sí, con fuerza. Invitado sintió su necesidad pulsar contra ella mientras él la obligaba a abrir los labios con la lengua y reclamaba toda su boca.
Invitado suspiró y lo oyó tragar y gemir desde lo más hondo de su pecho. Joseph tiró de ella contra sí, y Invitado fue consciente inmediatamente del enorme deseo que sentía por ella, de lo excitado que estaba. Algo húmedo y caliente, terriblemente excitante, pareció corroerla en lo más profundo de su ser. Invitado no deseaba otra cosa que dar rienda suelta al deseo.
El aliento de Joseph rozaba sus mejillas y su calor la rodeaba. El silencio de la noche parecía envolverlos a los dos. Solo se escuchaban los latidos de sus corazones.
Entonces él apartó los labios y se quedó mirándola enfebrecido, profundamente atónito. Pero a pesar del rechazo que eso suponía, Joseph no pudo ocultarle la pasión de sus ojos. Eso, por no mencionar la reacción de su cuerpo masculino, que le decía todo lo que necesitaba saber, acerca de si la deseaba o no.
—¿Por qué has hecho eso? —exigió saber él, deslizando las manos desde su espalda hasta los antebrazos. Aquellos dedos se aferraban con fuerza a sus brazos, pero a pesar de ello el contacto era delicado—. ¿No acabamos de convenir que lo mejor es olvidar el otro beso?
—En realidad no —dijo ella respirando hondo, tratando de calmar su acelerado corazón—. Eres tú quien lo ha dicho.
—Lo que sea.
—Y —continuó Invitado como si él no hubiera abierto la boca—, pensé que si íbamos a olvidarlo, sería mejor que primero lo hiciéramos memorable.
—¿Memorable? Pero si lo hacemos memorable, entonces no podremos olvidarlo.
—Bien, yo no quiero olvidarlo.
—¿A qué estás jugando? —preguntó Joseph soltándola y dando un paso atrás.
—¿Quién está jugando?
—Escucha —dijo él de mal humor—, has venido solo a pasar unas semanas. Eres la hija de mi Comandante, y estás comprometida con un pobre diablo que probablemente estará pensando en cuánto te echa de menos.
Invitado imaginó a Ray, sin duda en casa, cenando con Víctor. El enredo y el engaño se cernían sobre ella, amenazándola.
Si le decía a Joseph que lo deseaba, entonces estaría engañando a su supuesto novio. Pero si le decía la verdad, es decir, que no estaba comprometida, entonces sería como declararse mentirosa. De un modo u otro, siempre salía perdiendo.
Lo cual, probablemente, fuera lo mejor, se dijo Invitado a sí misma mientras la sangre se le iba enfriando y el cerebro despejando. Por muy bien que besara Joseph , el hecho cierto era que jamás habría nada entre ellos. Él era un militar, y ella jamás había encajado en ese ambiente.
—Tienes razón —concedió al fin Invitado, asintiendo para sí misma.
—¿La tengo?
—No te sorprendas tanto; hasta un ciego encuentra a veces lo que busca.
—Gracias —dijo él seco.
—Entonces, ¿estamos de acuerdo?
—¿En qué? —inquirió él.
—En que no vamos a volver a besarnos.
—Sí, estamos de acuerdo —asintió él.
—Bien, estupendo.
—Estupendo.
—Sí, estupendo —repitió Invitadovolviendo la vista hacia la casa—. Creo que será mejor que entre.
—Sí, deberías entrar.
Invitado estaba helada por fuera, y ardiendo por dentro. Sencillamente, no era justo. Quizá fuera su castigo, por permitirse a sí misma llegar tan lejos. Después de todo, debía habérselo figurado. Hacía mucho tiempo que había recibido extraoficialmente el título de «última virgen de California».
Invitadosaltó la valla que rodeaba el jardín, levantó las piernas y quedó en medio de los arbustos de rosas de su padre. Un par de espinas se engancharon en su suéter, pero ella no hizo caso.
—¿Te veré mañana?
—Aquí estaré —contestó él, alejándose otro paso de la valla.
—Muy bien, entonces. Buenas noches —añadió Invitado dándose la vuelta a medias, y haciendo una pausa. Entonces lo miró por encima del hombro. A la luz de la luna, en medio de la niebla que lo envolvía, Joseph estaba más atractivo que nunca, y resultaba tan inalcanzable como las estrellas. Por eso no pudo resistirse a añadir—: Ah, y besas de miedo. Puedes apuntarlo como uno de tus récords.
Joseph puso cara de mal humor. Invitadose dio la vuelta y se dirigió a casa. Podía sentir la mirada de él en la espalda. El calor la invadió igual que si estuviera junto a una chimenea. No pudo resistirse y se echó a temblar. Tenía un serio problema. Por eso mismo fue una suerte que no oyera a Joseph decir:
—Pues tú tampoco besas mal.
Una semana.
Ella había estado en la base solo una semana, pero todo el mundo de Joseph se había ido derrumbado. Ni siquiera podía dormir. Cada vez que cerraba los ojos veía su rostro, oía su voz, escuchaba el débil sonido de aquellas campanillas que formaban parte de su ser tanto como sus cabellos dorados.
Joseph entró en la guardería infantil de la base militar con expresión de mal humor. Saludó a la encargada, se dirigió al fondo de la sala y abrió el refrigerador para sacar una soda y marcharse.
—Hola, sargento de Artillería jonas , ¿no es eso?
Joseph se quedó helado, pero consiguió volver la vista para dirigirla hacia su derecha, hacia la mujer que le sonreía. De no haber sido por Invitado, Francés Holden no habría sabido jamás su nombre. Pero gracias a la insistencia de la hija del coronel, que se había empeñado en sacar de paseo a los niños de la guardería, la encargada del lugar y él se conocían bien.
—Señora, me alegro de volver a verla —saludó Joseph agarrando la botella de soda por el cuello.
—Mentiroso —rió la mujer haciendo vibrar toda la cristalería de la estantería—. Ahora mismo te estás preguntando qué querré, y cuánto tiempo te llevará realizar el encargo.
—No, señora —se apresuró Joseph a alegar, preguntándose de dónde sacaba aquella mujer el poder de leerle la mente.
—Solo te llevará un minuto —continuó ella levantando una mano para oponerse a sus objeciones—. Nada más verte, se me ocurrió una cosa.
—¿Sí, señora?
—La próxima vez que veas a Invitado, ¿quieres, por favor, darle las gracias de mi parte otra vez?
—¿Otra vez? —preguntó Joseph , lleno de curiosidad.
—Sí, ya le he dado las gracias una vez, pero no es suficiente. Aunque estoy segura de que ella no está de acuerdo conmigo en ese punto.
Sí, Invitado seguramente no estaría de acuerdo. Era capaz de discutir con quien fuera sobre lo que fuera. Aunque no era a eso a lo que se refería aquella mujer, ¿verdad?
Joseph apretó el cuello de la botella. No le hubiera sorprendido que el cristal estallara en su mano. ¿Por qué tenía aquella mujer que hablar dando un rodeo, en lugar de decir exactamente lo que deseaba? De haber sido un hombre, habría soltado inmediatamente lo que tuviera que soltar, y se habría marchado. Era mucho más simple.
La mujer frente a él seguía hablando sin parar. Joseph levantó una mano tratando de detener el flujo de sus palabras. Entonces su voz se desvaneció, y él hizo una pregunta:
—¿Por qué tiene que darle las gracias, exactamente?
—¿Es que no te lo ha dicho ella? —preguntó la mujer—. Es típico de Invitado. ¡Qué chica tan dulce y buena! El coronel debe estar muy orgulloso de ella. ¡Es tan considerada con todos! No tenía ninguna necesidad de hacerlo, francamente. Ni siquiera sé cómo lo ha hecho. ¡Dios sabe…!
—Señora —la interrumpió Joseph de nuevo—, dígame, ¿qué ha hecho Invitado?
—¡Oh, por el amor de Dios! —sacudió la cabeza la mujer—. Fue a una tienda de la ciudad y los convenció, no sé cómo, de que donaran abrigos para los niños de la guardería. ¡Para todos! La mayor parte de los padres están alistados, y la paga no es muy cuantiosa —explicó sin dejar de mirarlo—. Es una chica maravillosa, ¿verdad?
Antes de que Joseph pudiera responder, la señora Holden se había marchado. Lo había dejado de pie, solo, preguntándose qué más cosas no sabía acerca de Invitado Forrest.
Koni
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
Jajajaja si sinceramente que loca Jajajaja xD ..
me encantó :D ..
SI-GUE-LAA ! ..
me encantó :D ..
SI-GUE-LAA ! ..
Jess Jonas ..
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
me encanta qe aparesca mi nombre
de usuario jajaja siguela pronto plis
de usuario jajaja siguela pronto plis
Nani Jonas
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
::::Pureza Virginal::::
:::Capitulo 6:::
—¿Sabes que jamás te he visto sin uniforme? —preguntó Invitado mirando a Joseph de arriba abajo, de pie, en el porche de su casa. Joseph levantó ambas cejas sorprendido, y Invitado comprendió entonces cómo había sonado la pregunta—. Quiero decir que jamás te he visto vestido de civil —se explicó saliendo de casa y cerrando la puerta.
—Sí, bueno, me siento más cómodo con el uniforme —aseguró él tomándola del brazo y guiándola a la calle.
Invitado lo miró por el rabillo del ojo. No le creía ni una palabra. Jamás había conocido a un Marine que no se vistiera de civil en cuanto saliera de la base. Los uniformes, en la calle, llamaban mucho la atención, y los marines preferían siempre pasar desapercibidos. No era comodidad lo que Joseph buscaba en el uniforme. Lo utilizaba como una barrera. Una barrera entre ellos dos.
Probablemente pensara que el uniforme les recordaría que estaban juntos por decisión de su padre, no por elección personal. Como si ella necesitara que se lo recordaran.
Invitado jamás había sido una chica de éxito, de esas que tenían citas continuamente. Incluso en el instituto, se sentía ya demasiado extraña en un mundo en el que los demás trataban a toda costa de encajar. Y las cosas no habían mejorado en la universidad. De hecho, prefería asistir a clase antes que confraternizar. Por eso no había salido mucho en aquel entonces. Y eso explicaba que siguiera siendo virgen. Era difícil perder algo que nadie quería.
Una brisa vigorosa sacudió la base, arremolinándole las faldas color azul zafiro en torno a las pantorrillas. Invitado llevaba una camisa blanca de algodón y un suéter largo hasta las rodillas, también azul. Tiró del jersey y miró a Joseph , ante de preguntar:
—¿Es que nunca tienes frío?
—No —contestó él sin soltarle el brazo—, pero si alguna vez lo tengo, estoy seguro de que me conseguirás una chaqueta.
—¿Cómo? —preguntó Invitado sin dejar de observarlo, tropezando con la acera y tambaleándose. Invitado habría caído al suelo de no haberla agarrado él. En cuanto recobró el equilibrio, preguntó—: ¿De qué estás hablando?
Joseph la guió hasta el coche, la soltó y le abrió la puerta. Luego, apoyando ambas manos sobre sus hombros, con los ojos fijos en ella, contestó:
—Esta mañana me he encontrado con la señora Holden.
—Ah…
—Me pidió que volviera a darte las gracias.
—Pues dile que de nada —sonrió Invitado agarrándose las faldas para subir al coche.
—¿Por qué lo has hecho?
—¿Hacer qué? —preguntó Invitado deteniéndose un momento para mirarlo a los ojos—. ¿Conseguir los abrigos para los chicos?
—No, inventar la penicilina —contestó él secamente.
—¡Qué gracioso!
—Gracias. Pero dime, ¿por qué?
Invitado se encogió de hombros, tratando inútilmente de aclarar la situación, y respondiendo:
—Los chicos necesitaban abrigos, y era un buen trato para ambas partes. La tienda consigue una rebaja en los impuestos y ayuda a la comunidad, y los chicos consiguen abrigos nuevos. Todo el mundo sale ganando. ¿Por qué no iba a hacerlo?
—La mayor parte de la gente no se habría molestado en ir a hablar con el dueño de la tienda para conseguir que donara unos abrigos.
—Sí, pero como tú ya has dicho una vez, yo no soy como la mayor parte de la gente —sonrió Invitado.
—Entendido —concedió él observándola subir al coche. Joseph cerró la puerta, dio la vuelta al vehículo y se sentó al volante antes de decir—: Solo quiero añadir que me parece muy noble por tu parte.
Incómoda y violenta, como siempre que la alababan, Invitado echó la cabeza atrás y se quedó mirándolo atónita.
—Eh, ¿eso es un cumplido?
—Podría ser.
—Y yo he vuelto a olvidarme de mi cuaderno de notas otra vez.
—Nunca dejas de sorprenderme.
—Estupendo —confirmó Invitado—. Detesto que la gente sepa lo que voy a hacer.
—Pues a mí me gusta saberlo todo con antelación —repuso él arrancando el motor.
—¿Por qué será que no me sorprende? —murmuró ella poniéndose el cinturón de seguridad y volviendo la cabeza al frente.
Joseph echó marcha atrás y salió del aparcamiento. Invitado apenas prestaba atención a las escenas de la calle al pasar. En lugar de ello, su mente seguía su propio curso. Se había alegrado mucho de conseguir abrigos para los niños, y no le había costado demasiado esfuerzo. Si algo sabía hacer bien, era hablar con la gente. Y, después de todo, el trato había sido beneficioso para ambas partes.
Pero jamás se había sentido cómoda cuando la alababan. Prefería hacer tareas voluntarias, y desaparecer luego en la niebla. Como el Llanero Solitario, pensó sonriendo en silencio.
Joseph condujo hasta la puerta de la base y se detuvo, esperando el momento de poder incorporarse al tráfico. En cuanto lo consiguió, rompió el silencio que se había hecho en el vehículo.
—Al menos Sea World no estará muy lleno. En esta época del año no hay muchos turistas.
Contenta al ver que él había cambiado de tema de conversación, Invitado se volvió hacia él y sonrió.
Él tenía razón. Cuando, veinte minutos más tarde, llegaron al aparcamiento de Sea World, Joseph pudo escoger el lugar que se le antojó. El clima debía tener mucho que ver con ello, pensó Invitado. Un cielo plomizo, y un fuerte y frío viento impedían incluso que los lugareños fueran a visitar el parque. Era casi como si aquel día el lugar fuera un regalo solo para ellos.
Joseph la observó. Invitado estudiaba el panfleto y decidía qué prefería ver en primer lugar. Algo en su interior se tensó. Ella resultaba tan… tentadora.
Siempre tenía un aspecto desordenado; un aspecto que le hacía desear rodar por la cama con ella sobre sábanas de seda. Nada más ocurrírsele la idea, Joseph tuvo que reprimirse para no lanzarse sobre ella. Pero lo importante no era la reacción de su cuerpo ante ella, no. También le gustaba la forma en que funcionaba su mente. Por mucho que lo frustrara. Hablar con ella era como caminar en círculos, y su sentido del humor resultaba a veces inquietante. Pero el sonido de su risa era capaz de reanimarlo.
Y de pronto se enteraba de que ella era lo suficientemente generosa como para pensar en los demás y tratar de conseguir abrigos para los niños. Y además, era lo suficientemente modesta como para sentirse cohibida cuando él lo mencionaba.
No podía ser más distinta de su ex mujer. Alanna no veía más allá de sí misma. Se había liado con él para conseguir lo que quería, lo que no podía obtener sin él: la entrada en los Estados Unidos.
La vieja herida volvió a sangrar. Joseph enterró el recuerdo en lo más hondo de su corazón esperando que no volviera a surgir. No pensaba muy a menudo en Alanna; le gustaba que ella se convirtiera progresivamente en parte de su pasado. Aunque tenía que admitir que aún tenía influencia sobre él en el presente, y desde luego seguiría teniéndola en el futuro. Jamás volvería a confiar en el amor a primera vista. Jamás volvería a creer en una mujer cuando le dijera que lo amaba más que a la vida misma.
Y, lo más importante de todo, jamás se permitiría volver a mostrarse vulnerable. Si eso significaba vivir solo, así tendría que ser.
Joseph frente a sí. Invitado echó la cabeza atrás, sacudiendo su gloriosa melena. Joseph contempló la línea de su garganta, la delicada curva de su barbilla… El aire pareció faltarle entonces y tuvo que luchar por recuperar el aliento. No era una buena señal, se dijo a sí mismo. Sin embargo, no sabía cómo evitar sentir aquellas sacudidas eléctricas.
Sobre todo cuando recordaba el beso.
Invitado se volvió hacia él y le dedicó una de sus sonrisas de efecto devastador. Y entonces Joseph comprendió que la deseaba más que al aire que respiraba. Todo su cuerpo temblaba con una necesidad que jamás antes había experimentado. Ni siquiera con Alanna.
Y eso le preocupaba.
—¿Qué hora es? —preguntó ella.
¿Por qué Invitado no llevaba reloj? Cristales y campanillas sí, ¿pero un reloj? No, de ningún modo.
—Las diez —contestó él mirando rápidamente el reloj de su muñeca.
—Las diez en punto —lo corrigió ella, comprobando el panfleto y levantando la vista con una enorme sonrisa que lo hizo arder. Luego lo tomó de la mano y tiró de él—. Bien, tenemos el tiempo justo de llegar a ver el espectáculo de los delfines.
Joseph la siguió obediente, tratando de apartar la vista de su trasero y de sus caderas ondulantes.
Delfines.
Y así transcurrió el día entero. Joseph y Invitado corrieron de un espectáculo a otro, parando solo para comer. Él jamás había visto a una mujer entusiasmarse tanto por las pequeñas cosas que veía. Adoraba el azúcar de algodón y el chocolate. Mojaba las patatas en salsa ranchera y pedía luego un refresco light y un helado. Reía a todas horas y le gastaba bromas, y él disfrutaba contemplándola.
A última hora de la tarde habían visto peces y mamíferos suficientes para toda una vida. Pero Invitado no mostró signo alguno de cansancio. Estaba tan fresca y entusiasta como al llegar. Con su resistencia, podría haber sido un marine de primera. Y no estaba dispuesta a marcharse hasta no ver un espectáculo al que se refería como «la bomba acuática».
Shamu.
Las gradas estaban vacías, pero a pesar de todo Invitado insistió en sentarse en los bancos, en primera fila, a pesar del aviso de que quizá sus ocupantes podrían mojarse.
El agua estaba increíblemente azul. Casi tan azul como los ojos de Invitado . Ella aplaudía, reía, y se entusiasmaba ante las hazañas de la ballena y de sus entrenadores, exclamando «ah», «oh». Joseph no dejaba de observarla. Todas las emociones se reflejaban claramente en su rostro. Cambiaban constantemente. Joseph pensó que podría pasarse la vida contemplándola.
Invitado le hacía hervir la sangre y lo ponía nervioso cuando discutían. Y sin embargo, ahí estaba, más excitada que un niño. Invitado Forrest era una mujer con miles de facetas. Joseph tenía la sensación de que, aunque la tratara durante años, ella siempre guardaría una sorpresa.
Años, pensó, esperando el estremecimiento que por lo general acompañaba a ese tipo de pensamientos a largo plazo. Sin embargo no se produjo. Y solo ese hecho hubiera debido preocuparlo.
—Míralo —dijo ella en un susurro—. ¿No es alucinante?
Joseph obedeció reacio y apartó la vista de ella para observar el tanque de agua. La enorme ballena blanca y negra hizo un circuito completo, levantando olas que se rompían y salpicaban a su paso. El entrenador estaba en medio de la piscina, gritando instrucciones y dando palmadas en el agua.
El entusiasmo de Invitado era casi contagioso. Incluso joseph quedó prendado del espectáculo. Pero, segundos después, comprendió lo que se les venía encima. Sabía lo que ocurriría en el instante en el que el enorme animal saltara del agua. En el extremo opuesto de la piscina, la ballena se alzó por encima de la superficie y luego volvió a caer, lanzando y salpicando agua sobre los bancos.
Antes de que pudiera agarrar a Invitado y correr, Shamu estaba encima de ellos. Una vez más, la ballena se alzó desde las profundidades, se detuvo un instante en el aire y chocó de nuevo contra la superficie del agua. Instantáneamente, una enorme ola se elevó sobre la pared de la piscina cayendo sobre Joseph y Invitado y empapándolos.
Balbuceando y parpadeando, Joseph se puso en pie y miró a la mujer que reía, aún sentada. Tenía el pelo absolutamente calado, y colgaba a los lados de su rostro igual que algas. No dejaba de reír, y el sonido que producía era tan cálido y puro que penetraba en él, derritiendo su hielo interior e iluminando su alma.
Entonces los ojos de Joseph se desviaron de su rostro hasta su pecho, y nada más hacerlo todo su cuerpo se puso alerta. La camisa blanca que llevaba se había vuelto totalmente transparente. Y el sujetador apenas ocultaba nada. Joseph vio todas y cada una de sus curvas. Sus pezones tensos chocaban contra la tela. Le costaba resistirse a alargar las manos y abrazarlos. La deseaba más de lo que había deseado nada en toda su vida.
De pronto la boca se le secó, y cuando levantó la vista comprendió por la expresión de los ojos de Invitado que ella lo sabía. Sabía en qué estaba pensando. Más aún, parecía estar pensando exactamente lo mismo.
—Estás todo mojado —comentó ella.
—Sí —contestó él con voz ronca—. Y tú.
Invitado bajó la vista brevemente hacia su blusa, se apartó el pelo de la cara y volvió a mirarlo.
—Y supongo que también sabes que tengo frío.
—Sí, bastante frío —admitió él, por mucho que el hecho de que ella estuviera helada lo excitara y calentara a él hasta grados insospechados.
Invitadose movió, y las hormonas de Joseph se pusieron en acción. La rodeó con un brazo por los hombros y la estrechó contra sí.
—Tú estás tan calado y tan helado como yo —dijo ella levantando la vista y cobijándose en él.
—Sí, estoy mojado —musitó Joseph —, pero ¿helado? No creo.
Joseph la guió hasta la salida. El sol se había puesto tras las nubes bajas que se cernían sobre el horizonte. Rayos rosas y violetas estallaban en los bordes de esas nubes, esparciéndose por el cielo y coloreándolo. La fría brisa marina se extendió, alcanzándolos. Invitado se apretó contra él y lo rodeó con un brazo por la cintura.
—Solo tardaremos un minuto en llegar al coche. Pondré la calefacción y nos calentaremos.
—Calor —repitió ella comenzando a castañetear los dientes—. Bien.
La mano de Joseph acariciaba su brazo, sujetándola fuertemente contra él. Invitado sintió que el hielo que corría por sus venas comenzaba a derretirse. Acarició su espalda con la mano fingiendo buscar calor pero, en realidad, disfrutando simplemente del contacto. Bajo el uniforme sus músculos eran tensos y duros. Invitado no deseaba otra cosa que meter las manos por debajo de su camisa y sentir aquella piel contra la suya.
El deseo, que había ido creciendo en ella durante días, surgió por fin claramente, ante la proximidad. Invitado cedió a él, disfrutando del anhelo que pulsaba en su interior. Aquel hombre tenía algo. Algo lo suficientemente fuerte como para obligarla a pensar en él durante los momentos más extraños del día, a soñar con él de noche y a preocuparse por sus sueños durante el día.
Una ola de emoción recorrió todo su cuerpo. Invitado se preguntó qué sería. Era algo más que pasión. Más que un simple deseo. Era algo que no había sentido jamás. Pero mejor que tratar de comprenderlo era, sencillamente, alimentarlo. Yeso decidió hacer.
Joseph se detuvo junto al coche y sacó las llaves. En el instante en que la soltó, Invitado volvió a sentir el frío apoderarse de ella.
Joseph abrió la puerta mirándola y diciendo:
—Sube. Deprisa, o te quedarás helada.
Invitado asintió y subió al coche. Él cerró la puerta, y mientras daba la vuelta para ponerse al volante Invitado comprendió que aquella era su oportunidad. Con ese hombre. En ese instante. Por fin perdería su título de «última virgen de California».
Joseph subió al coche y arrancó. Pulsó unos cuantos botones y enseguida comenzó a salir aire. Primero frío, luego templado, y por último muy caliente. Invitadose volvió hacia él y se lo encontró mirándola. Aquellos ojos castaños parecían atormentados, oscuros por un deseo que ella supo reconocer. Y que compartía con él.
Un músculo de su mandíbula se tensó y se aflojó después. Joseph tragó y dijo:
—Ponte el cinturón.
—Enseguida —contestó ella inclinándose hacia él.
Joseph desvió la vista desde sus ojos hasta sus labios, y luego de nuevo a sus ojos. Sacudió la cabeza y dijo:
—No empieces otra vez, Invitado. Los dos sabemos que es un error.
Él decía cosas que eran correctas, pero la sed modulaba su tono de voz y le hacía hervir la sangre a Invitado.
—Sí, pero aun así los dos lo deseamos —contestó ella inclinando la cabeza un poco más cerca.
Casi podía oír el corazón de Joseph latir.
Él alzó una mano, acarició su mejilla con las puntas de los dedos, y Invitado sintió que toda ella se estremecía. Entonces él abrió la mano y la agarró del cabello, tirando de su cabeza hacia él.
La boca de Joseph tomó la de ella arrebatándole el último aliento. El corazón de Invitado martilleaba dentro de su pecho; el estómago se le encogió. Cuando él la soltó, ella lo miró a los ojos y supo que era lo correcto.
Aunque fuera un error.
Koni
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
Oh, adios al titulo?
Pobre Joe, esa exmujer solo lo quiso por la residencia. Que bruta!
SIGUELA :)
Pobre Joe, esa exmujer solo lo quiso por la residencia. Que bruta!
SIGUELA :)
Taescaab
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
taescaab escribió:Oh, adios al titulo?
El titulo solo duro un par de capitulos parece jajaj
Koni
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
Koni escribió: El titulo solo duro un par de capitulos parece jajaj
Me has dejado claro lo que viene. Jajajaja. A veces el titulo no tiene mucho sentido en algunas noves para mi almenos :)
Taescaab
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
Que mujer más idiota es Alanna ..
sólo estaba con él para utilizarlo ¬¬' ..
WAA' ..
me encantó ! :D ..
SI-GUE-LAA ! ..
sólo estaba con él para utilizarlo ¬¬' ..
WAA' ..
me encantó ! :D ..
SI-GUE-LAA ! ..
Jess Jonas ..
Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]
Pureza Virginal
Capitulo 7
Fuera, el viento soplaba fuerte y frío. Los árboles de la carretera se retorcían y danzaban con las rachas de aire marino, inclinándose y perdiendo sus hojas, que caían como gotas de lluvia sobre los coches. Dentro del vehículo hacía calor, pero ese calor no tenía nada que ver con el aire tórrido de la calefacción.
Los latidos del corazón de Invitado se aceleraron hasta el punto de que seguir respirando era todo un ejercicio olímpico. Apretaba los puños en el regazo, miraba hacia delante y se repetía a sí misma que era una estúpida. No tenía sentido. Ella no era de las que se enamoraban de un marine. ¿Acaso no había quedado demostrado, con una sucesión de fracasos a sus pies?, ¿acaso no había huido de ese mundo?
Sí, era un error.
Y lo diría en voz alta, en cualquier momento.
O lo diría él.
Invitado miró de reojo a Joseph y sintió que su corazón se aceleraba aún más. Aquella mandíbula decidida, aquellos ojos castaños, la curva que dibujaban sus labios… Invitado se lamió los suyos pensando en otro beso y se preguntó cómo era posible que hubiera llegado a esa situación. ¿En qué momento había quedado prendada de aquel duro marine?, ¿se debía su encanto a la combinación de su naturaleza inflexible, unida a una sonrisa que lograba estremecerla y que prometía íntimos secretos y risas compartidas?, ¿o se debía más bien a su generoso corazón, a su amor por el orden y las reglas?
¿Qué tenía aquel hombre, en concreto, para lograr traspasar sus defensas y llegar hasta su corazón, intacto durante años? ¿Y qué iba a hacer, una vez traspasada esa barrera?
—Invitado…
Invitado se volvió para mirarlo y sintió un nudo en el estómago. La mirada de Joseph la rozó brevemente, pero enseguida volvió la vista hacia la carretera.
—¿Qué?
Joseph abrió la boca, pero luego volvió a cerrarla como si hubiera cambiado de opinión. Segundos después, sin embargo, preguntó:
—¿Aún tienes frío?
No era eso lo que él iba a decir. Invitado lo sabía. Lo intuía. Pero quizá él también tuviera sus dudas. Era natural.
—No —sacudió la cabeza Invitado—, ya no tengo frío.
Joseph asintió como si ella hubiera dicho algo muy profundo. Tras una larga pausa, añadió:
—Te llevo de vuelta a casa de tu padre.
La desilusión se apoderó de ella. Volver a casa de su padre significaba que no ocurriría nada entre ellos dos. Él había cedido a la duda. Había decidido que dejarse llevar por el fuego que ardía entre los dos era un terrible error. Pero eso a Invitado no la sorprendió. No obstante, el dolor que le causó esa decisión de Joseph sí la sorprendió.
—No es lo que quiero —añadió Joseph con voz tensa hasta límites insospechados, a punto de estallar. Invitado observó sus manos aferrarse al volante—. Quiero que lo sepas. Lo que deseo es llevarte a mi casa.
Su casa. Todo su cuerpo vibró interiormente con un deseo grave, profundo, que amenazó cortarle la respiración y atenazarle el corazón. Instantáneamente, las imágenes nublaron su mente. Joseph , con el torso desnudo, inclinándose sobre ella y recorriendo con sus manos todo su cuerpo. Casi podía sentir la suave caricia de sus rudas manos sobre la piel. Casi podía saborear sus besos. Casi podía oler la suave, masculina fragancia propia de él, como si la estrechara más y más cerca.
Su cuerpo parecía despertar a la vida y al deseo. A una vida que, sabía, quedaría insatisfecha. Conocía bien ese estado incompleto.
—Pero no puedo hacerlo —continuó Joseph , que no parecía más feliz que ella ante la perspectiva.
—¡Oh, claro, naturalmente que no puedes hacerlo! —exclamó Invitado, para la cual la insatisfacción de Joseph no servía de consuelo—. Sería como romper una norma, ¿verdad?
—¡Estás comprometida, maldita sea! —ah, sí, Ray, pensó Invitado . Debería haber imaginado que aquella mentira se volvería contra ella. No era por el hecho de que fuera la hija del coronel por lo que Joseph n prefería mantenerla a distancia. Era por su supuesto novio, el que había inventado para defenderse de su padre—. Casi desearía que no lo estuvieras —añadió Joseph .
—¿En serio?
—¡Demonios, sí!
—¿Y si no lo estuviera? —preguntó Invitado.
—Si no lo estuvieras… —Joseph sacudió la cabeza—. No tiene sentido hacerse esa pregunta, ¿no crees?
—No, supongo que no —admitió Invitadoapretando los dientes.
Decirle la verdad no la llevaría a ninguna parte. De enterarse Joseph en ese momento, pensaría que era una mentirosa o, peor aún, la llevaría a toda velocidad a casa de su padre. Invitado se echó a reír.
—¿Qué es lo que encuentras tan divertido?
—¿Estás de guasa? —preguntó Invitado reclinando la cabeza sobre el reposacabezas—. Aquí estamos, dos adultos hechos y derechos, más excitados que un adolescente, y en lugar de hacer algo al respecto huimos en busca de la salvación.
—Se supone que somos más inteligentes que un adolescente.
—Sí, claro, pero quizá lo importante ahora no sea ser inteligente.
No, al menos, considerando cómo se sentían. Invitado no quería ser lógica. Lo que quería o, más bien, lo que necesitaba, era sentir. Sentirlo todo. Y perder su virginidad de una vez por todas con un hombre que fuera capaz de hacer de la experiencia algo memorable.
Joseph giró el volante bruscamente hacia la izquierda, y ella lo miró.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Invitado volviendo la vista hacia la ventanilla, por la que se veía un barrio residencial con niños jugando en el césped y sus ventanas encendidas.
—Ser estúpido —musitó él.
—¿Y qué ha sido de eso de ser inteligente y llevarme a casa de mi padre?
—Sí, bueno —contestó Joseph repitiéndose que era un imbécil—, he cambiado de opinión. Primero iremos a mi apartamento. Tienes que secarte antes de que pilles una pulmonía.
Ni siquiera él mismo creía en sus palabras, pero tenía que decir algo. Estuviera Invitado comprometida o no. Fuera o no la hija del coronel. No estaba preparado mentalmente para llevarla de vuelta a casa. De modo que se torturaría a sí mismo otro poquito más, llevándola primero a su apartamento.
—Esa, probablemente, es una buena idea —aseguró Invitado con voz profunda, llegando hasta lo más hondo del alma de Joseph y excitándolo.
—No —negó él aferrándose al volante—, probablemente sea muy mala idea, pero no voy a llevarte mojada a tu casa, tampoco.
—Eso suena inteligente.
Invitadose recostó sobre el asiento manteniendo la vista fija en la ventana. Él giró en la calle en la que se situaba el dúplex de la señora Osborne, la mujer más cotilla del planeta, a la que Joseph había alquilado el apartamento de arriba. El acontecimiento le daría para hablar durante una semana. Joseph con una mujer calada hasta los huesos. Pero era inevitable.
—Yo esperaba una casita roja, blanca y azul —comentó Invitado—. O de color caqui, quizá.
—No es mía, yo solo estoy de alquiler. Y para mí es perfecto —añadió Joseph con sencillez, sin molestarse en explicarle que aquel lugar le permitía romper con la rutina de la base—. Vamos.
Le encantaba la vida militar, no podía imaginarse viviendo en ningún otro lugar, pero al mismo tiempo disfrutaba en su propia casa. Joseph salió del coche y dio la vuelta. Antes de llegar, ella abrió la puerta y salió también. Él se repitió que no debía bajar la vista hacia su blusa, aún mojada justo por las zonas más excitantes. De todos modos no pudo evitar mirar, y todo su cuerpo se tensó y excitó.
Joseph reprimió un gemido y apretó los dientes. Llevarla a su casa era como buscarse problemas. Lo sabía. Estar a solas con ella, precisamente en ese momento, no era una buena idea. Dependía de su autodominio, pero la amenaza se cernía sobre él, más devastadora a cada segundo que pasaba.
Una ráfaga de viento los azotó a ambos. Joseph se dijo en silencio que era un granuja desconsiderado. Ahí estaba él, pensando en llevársela a la cama, mientras Invitado se convertía en un iceberg dorado delante de sus mismas narices.
—Te estás helando —musitó él poniendo una mano en su espalda.
—No estoy tan mal.
—Sí, claro. ¿Y ese castañeteo de los clientes?, ¿es solo por montar el numerito?
—¿Nervioso? —preguntó ella sonriendo.
—Oh, sí —musitó él de nuevo, guiándola hasta la puerta de la casa—. Nada me gusta más que una mujer amoratada.
—Eres un hombre extraño y retorcido.
—Dímelo a mí.
—Me gusta —confesó Invitado.
Aquello lo conmovió. Invitado permaneció de pie, muy cerca de él, mientras Joseph sacaba la llave y abría. Nada más hacerlo, la hizo entrar y giró el termostato situado en la pared. Un motor comenzó a sonar; el calentador estaba encendido. Pero necesitaban más calor. Y cuanto antes.
—Quítate el suéter —ordenó él cruzando el vestíbulo hasta el diminuto salón.
Joseph se acercó a la chimenea, se arrodilló ante ella y, alcanzando unas cerillas, prendió fuego a los troncos que tenía preparados. En pocos minutos, los periódicos y la hojarasca se quemaron calentando los troncos junto a ellos. Satisfecho, Joseph se volvió hacia Invitado y la observó de pie, justo donde la había dejado.
—Si sigues con ese suéter mojado jamás entrarás en calor.
—Me encantaría complacerte, sobre todo porque sé que estás acostumbrado a que te obedezcan —contestó Invitado encogiéndose de hombros y riendo—, pero tengo las manos tan frías que no puedo.
Joseph juró entre dientes. Se puso en pie, se aproximó a ella y le quitó suavemente el suéter. Ella se estremeció y se cruzó de brazos con fuerza. Pero no bastaría con quitarse esa prenda, pensó Joseph.
—Bien —continuó él tomándola por los hombros y obligándola a darse la vuelta para empujarla hacia su dormitorio—. El baño está por allí. Entra y toma una ducha. Hay un albornoz colgando de la puerta. Puedes ponértelo mientras tu ropa se seca.
—Uh… —exclamó Invitado deteniéndose en seco, mirando alternativamente a la cama y a él. Estaba muy bien hecha, resultaba tentadora—. ¿Pretendes seducirme dando un rodeo? Si con eso de la ducha lo que quieres es que me desnude…
—No.
—¡Desertor!
Joseph volvió a empujarla suavemente hacia el baño, repitiéndose en silencio que lo más importante en ese momento era que se calentara.
—Tú ve a ducharte, ¿de acuerdo? Y cuando te hayas quitado la ropa pásamela, para que le meta en la secadora.
—Seductor.
—¡Fuera esa ropa!
—Creía que querías simplemente que me la quitara.
Joseph le lanzó una de sus miradas severas de instructor, pero Invitado no se inmutó.
—¿Tratas de volverme loco?
—No hace falta que lo intente, aparentemente —contestó ella sonriendo.
—Escucha, no estoy tratando de seducirte. Créeme, cuando lo intente, lo sabrás.
—Has dicho «cuando», no «si» —afirmó Invitado enarcando las cejas.
No, definitivamente no era un «si» condicional. Joseph sabía tan bien como ella cuál era su destino. A esas alturas, lo único que esperaba era poder posponerlo el mayor tiempo posible, rogando por recuperar el sentido común antes de que fuera demasiado tarde. Era una esperanza vana, pero se aferraría a ella.
—Métete de una vez en la ducha, ¿quieres?
Invitado rió y asintió, pero Joseph captó el nerviosismo de su voz. Y se sorprendió. Hubiera jurado que nada podía poner nerviosa a Invitado Forrest.
Joseph la observó dirigirse al baño y escuchó todos los ruidos que ella hacía al quitarse la ropa, por mucho que eso lo excitara aún más. Segundos más tarde ella asomó la cabeza por la puerta y le tendió la ropa mojada.
—Aquí tienes.
Joseph se acercó y tomó la ropa, tratando por todos los medios de no pensar en que solo una fina puerta lo separaba del cuerpo desnudo de Invitado. Apretó los puños y estrujó la ropa.
Y, justo entonces, el recuerdo del beso que habían compartido surgió en su mente con la fuerza de un rayo. Joseph recordó su sabor, su olor, sus suspiros, y todos esos recuerdos prendieron las llamas que lo corroían por dentro.
—Saldré en unos minutos —dijo ella.
—Tómate tu tiempo —contestó Joseph mirándola directamente a los ojos.
Por el bien de los dos, Joseph esperaba que Invitado permaneciera bajo el chorro de agua durante al menos una hora. Y ni siquiera eso sería suficiente.
Al salir del baño, Invitado se detuvo brevemente a contemplar la cama. Limpia. Ordenada. Como el resto de la casa. La colcha estaba perfectamente estirada, sin una arruga. Sí, Joseph era un marine hasta la médula. Su apartamento estaba impecable, listo para una inspección sorpresa.
Aunque lo cierto era que no debía de ser difícil mantener ordenada una casa en la que no había objetos personales. Sí, Joseph disponía de todo lo necesario, pero de ningún extra. Ni cuadros en las paredes, ni alfombras, ni cojines.
Vivía como si estuviera dispuesto a salir corriendo de allí en cualquier momento, para no volver jamás.
Y, para Invitado, aquello resultaba un poco triste.
Invitado apartó de su mente aquella idea. Apretó el cinturón del albornoz, demasiado grande, y se dirigió al salón. Allí, al menos, había unas cuantas fotografías enmarcadas sobre la repisa de la chimenea. Encima, colgada, una espada ceremonial con una pequeña placa metálica debajo.
Pero fue el hombre agachado frente a esa chimenea lo que más llamó la atención de Invitado. Joseph también se había cambiado de ropa. Llevaba unos vaqueros y una sudadera roja. Su aspecto era mucho menos imponente, y Invitado comprendió de inmediato que había estado en lo cierto, al imaginar que utilizaba el uniforme como barrera contra ella.
Joseph la oyó entrar y se levantó, girándose hacia ella. Invitado se retiró el pelo mojado de la cara y repuso, tontamente:
—Ya he terminado. La ducha es toda tuya, si quieres.
—No, estoy bien.
Sí, desde luego que lo estaba, pensó Invitado contemplando aquellas largas piernas de arriba abajo, sintiendo que se le agarrotaba el estómago.
—Bueno, el agua estaba estupenda. Gracias.
—De nada —contestó Joseph metiéndose las manos en los bolsillos traseros del pantalón, bien ajustados—. Tu ropa se está secando. No creo que tarde mucho.
—No hay prisa.
Estaba caliente, cómoda y completamente desnuda debajo del albornoz, pero no tenía ninguna prisa. Invitado se sentó en una esquina del sofá, acurrucándose con las piernas sobre el asiento. Luego levantó la vista, observó la dirección en que él miraba y dirigió los ojos hacia allí. El escote del albornoz se le había abierto, mostrando una vista tentadora de sus pechos. Invitado tragó y se lo cerró.
—Te he preparado un té —dijo él señalando la taza sobre la mesa, junto a ella.
—Gracias —contestó ella alcanzándola y dando un sorbo—. ¡Guau!, esto sí que es té.
—Le he echado ron. Para que entres en calor.
—Sí, servirá —aseguró Invitado sintiendo el líquido bajar por su garganta.
—Deberíamos hablar —sugirió Joseph.
Invitado levantó la vista. Conocía ese tono de voz. Y esa advertencia. Joseph estaba a punto de decir algo así como: «oye, me gustas mucho, pero lo mejor es que sigamos siendo amigos». Lo había oído tantas veces que podía repetirlo de memoria y ahorrarle la molestia. Invitado dio otro sorbo de té tratando de reunir coraje, dejó la taza sobre la mesa y contestó:
—Claro, ¿por qué no? ¿Qué te parece si empiezo yo por ti?
—¿Cómo?
Invitadose cruzó de brazos, inclinó la cabeza hacia un lado y, mirando al techo, comenzó:
—Invitado, eres una mujer alucinante, pero: a) yo no soy lo suficientemente bueno para ti, b) estoy saliendo con otra persona, c) me van a destinar a Groenlandia o, d) todas las anteriores juntas.
—¿De qué estás hablando?
—De la charla —explicó Invitado encogiéndose de hombros con indiferencia, como si no tuviera la menor importancia para ella—. Ya lo he oído. Sea lo que sea lo que vayas a decir, lo he oído antes. Créeme, sea cual sea la excusa que me vayas a dar, la conozco. Las conozco todas. Incluyendo esa de «es que eres tan rara» —de pronto Invitado fue incapaz de permanecer sentada. Saltó del sofá, se aproximó a escasos centímetros de él, lo señaló con el dedo en el pecho, y añadió—: Hace un momento hablabas de seducirme, y ahora quieres echar marcha atrás. Corriendo. Bueno, pues créeme, marine, he visto las chispas que saltaban de las botas de los tipos que huían de mí. No puedes sorprenderme.
Y entonces él lo hizo.
La agarró, la estrechó contra sí, posó los labios sobre los de ella y la besó hasta hacerla desfallecer. Joseph metió las manos por debajo de sus brazos y la levantó literalmente del suelo, para abrazarla contra su corazón.
Invitado no podía respirar.
Más aún, ni siquiera quería.
Koni
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