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Mensaje por Taescaab Jue 26 Jul 2012, 5:47 pm

Ah, que mala eres¿no subiras el siguiente ahora?
Claro, que Joe no la rechazara :)
Taescaab
Taescaab


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Pureza Virginal [Joe  &  tú ]  - Página 3 Empty Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]

Mensaje por ElitzJb Vie 27 Jul 2012, 8:36 pm

jum jum jum jum :(
xq ???? la dejas alli
siguela esta increible
la adore
siguela lo mas pronto q puedas
estoy ansiosa x saber q pasa ahora..... sigue
ElitzJb
ElitzJb


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Pureza Virginal [Joe  &  tú ]  - Página 3 Empty Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]

Mensaje por Jess Jonas .. Sáb 28 Jul 2012, 11:04 am

WAAAAAA' ..
morí muerta e.e ..
fue ASDFGHJKLÑ' ! ..
SI-GUE-LAA !! ..
Jess Jonas ..
Jess Jonas ..


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Pureza Virginal [Joe  &  tú ]  - Página 3 Empty Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]

Mensaje por Koni Sáb 28 Jul 2012, 6:42 pm

Pureza Virginal

Capitulo 8


Joseph envolvió con los brazos a Invitado y la estrechó fuertemente. Sus buenas intenciones se evaporaron en cuanto sintió los pechos de ella apretados contra su torso. Abrió su boca con la lengua y la saboreó una primera vez, con la sangre hirviendo y el corazón acelerado.

Mucho mejor, pensó. Mejor de lo que recordaba. Besar a Invitado bastaba para alimentar y sostener a un hombre para el resto de su vida. Gimiendo, movió los brazos hasta acurrucaría muy cerca. La sujetaba fieramente, como si temiera que alguien pudiera entrar en la casa para exigirle que la soltara.

En aquel instante, con los labios contra los de ella, sintiendo el aliento de Invitado sobre su mejilla, Invitado sabía que no debía hacerlo. Pero aunque un batallón completo hubiera entrado por la puerta él habría sabido hacerle frente.

Tenía que tocarla. Tenía que poseerla.

Caminó hasta el sofá, se sentó en él y colocó a Invitado sobre su regazo. Los brazos de ella lo rodeaban por el cuello sujetándolo con fuerza. Ella daba todo lo que tenía, lo besaba y se abandonaba a él amenazando con arruinar su mundo. Pero a pesar de todo no era suficiente.

Joseph apartó los labios de ella para dibujar con sus besos la curva de su garganta. Al llegar al escote se detuvo para notar la vibración de los latidos de su corazón. Luego continuó en dirección a la V que formaba el albornoz. Invitado suspiró profundamente al deslizar él una mano bajo la prenda y abrazar uno de sus pechos.

—Joseph —susurró ella con voz tensa.
—Estoy aquí, cariño —aseguró él tomando entre los dedos su pezón para acariciarlo, rozarlo y estrujarlo hasta hacerla retorcerse sobre su regazo.

Invitado movió y hundió el trasero sobre él. Joseph estaba tremendamente excitado. Tanto, que creyó que reventaría. Finalmente él la sujetó para que se estuviera quieta, abrazándola por la cintura y las caderas. La deliciosa presión de su cuerpo, clavado sobre el de él, lo volvió loco mientras enterraba la cabeza en sus pechos y saboreaba uno de sus pezones. Nada más metérselo en la boca, ella gimió y se presionó contra él.

—Sí, Joseph —gritó Invitado tragando fuerte—. Oh, sí, sigue así.

Eso mismo pensaba hacer él. Pensaba saborear, lamer y succionar toda su carne hasta que ninguno de los dos pudiera volver a pensar con sensatez. Pero los mejores planes siempre son los que se vienen abajo.

La respuesta apasionada de Invitado lo excitaba terriblemente, lo impacientaba de tal modo que apenas podía esperar un segundo más.

Joseph alargó una mano acariciando todo su cuerpo, buscando la abertura de sus piernas con los dedos para abrir suavemente la delicada carne que encontró allí. Invitado levantó los pies y los puso sobre el sofá, clavando el trasero contra su mano. Él observó sus ojos brillantes, su boca abierta, su lengua lamerse el labio inferior.

Joseph deslizó un dedo en su interior y casi se deshizo de placer. Ella estaba tan caliente, tan húmeda, tan apretada. Sus piernas se abrieron, dándole acceso. Joseph miró para abajo, disfrutando de la vista de su mano sobre el cuerpo de Invitado. Ella se dejaba llevar, caía en sus manos como fruta madura. Joseph la penetró una y otra vez, acariciando, torturando, empujándola al borde de la locura y retirándose después, negándose a darle la satisfacción que ella perseguía.

—Joseph , por favor… ¡oh, Dios!… es tan…
—Vamos, cariño —dijo él deslizando un dedo una vez más en su interior, rozando una y otra vez aquel punto sensible y diminuto con la yema del otro—. Deja que suceda.
—No puedo… —dijo ella sacudiendo la cabeza de un lado a otro—. No puedo… ¡oh!

Joseph lo supo en el instante mismo en que ella sufrió una sacudida. Los músculos de su interior se tensaron alrededor de sus dedos y sintió cada pequeña convulsión que la embargaba. Invitado jadeaba como loca, se aferraba a sus hombros, le clavaba las uñas.

Una serie de emociones ricas, profundas y satisfactorias embargaron entonces a Joseph , que inmediatamente se dio cuenta de que satisfacerla a ella le causaba tanto placer como satisfacerse a sí mismo. Aquel descubrimiento lo dejó atónito. Jamás había sentido algo así antes. Jamás había disfrutado tanto llevando a una mujer al vibrante y ensordecedor clímax.

Pero con Invitado era diferente, eso ya se lo había figurado. Ella expresaba claramente, en su rostro, todas y cada una de sus emociones. No ocultaba nada. No había en ella nada de coquetería. Nada de falsa timidez. Nada de mentiras. Se mostraba desnuda ante él. Estaba solo ella y la fascinación que sabía ejercer sobre él.

Y justo cuando creía poder pasar toda su vida proporcionándole esa satisfacción, Invitado se derrumbó sobre él. Suavemente, Joseph la acurrucó en su regazo y la tapó con el albornoz. Invitado se volvió hacia él y enterró el rostro en su pecho.

—Ha sido…
—¿Bueno? —preguntó él acariciando su pelo.
—Dios, tiene que haber otra palabra mejor que esa —Joseph sonrió y Invitado levantó el rostro hacia él. Sus ojos estaban coloreados por la pasión—. Te la diré cuando la encuentre.
—Sí, hazlo —contestó Joseph inclinándose sobre ella para besarla.

Joseph posó los labios sobre ella, y Invitado uso la palma de la mano sobre su pecho. Lo acarició, metiéndola por debajo de la sudadera, y él sintió el calor del contacto. Invitado acarició una y otra vez su pezón excitándolo, liberando el deseo y la necesidad que aún sentía de ella.

Joseph apartó la boca y la miró a los ojos. Sabía que jamás desearía a otra mujer más que a ella. Tenía que poseerla. Tenía que sentir su cuerpo dentro de ella.

—Hazme el amor —susurró Invitado levantando ambas manos para tomar su cabeza.
—Sí —contestó él.

Todas las dudas de Joseph se desvanecieron, ocultándose en un rincón oscuro de su mente. Ya habría tiempo para los reproches y para las recriminaciones. Por el momento, lo único que necesitaba era sentir la piel de Invitado contra la suya. Sentir su calor abrazándolo, tomándolo hasta el fondo, hasta las profundidades.

Y lo necesitaba más que respirar.

Entonces sonó el teléfono y Joseph tragó, musitó un juramento entre dientes y miró con desprecio el aparato sobre la mesa. Era mejor no contestar. Pero el deber era algo fuertemente arraigado en él, así que por fin descolgó el teléfono.

—¿Sí?

Invitado había metido las manos bajo su sudadera. Joseph sentía su contacto por toda la piel como pequeños calambres. Trató de concentrarse, a pesar de que solo deseaba arrojar el teléfono por la ventana y llevársela a la cama. Entonces Joseph reconoció la voz del otro lado de la línea. Y fue tan efectivo como un jarro de agua fría.

—Coronel Forrest, sí —contestó tenso, enderezándose en el sofá.
—Sargento Jonas, no quería molestarte, pero me preguntaba si Invitado estaría contigo en tu casa —Joseph empujó las piernas desnudas de Invitado h fuera de su regazo, poniéndose en pie de inmediato y alejándose de ella cuanto pudo—. Tenemos una reserva para cenar en el club esta noche y…

La voz del coronel siguió resonando, pero Joseph apenas la escuchó. Tenía la vista fija en Invitado, la observaba ponerse en pie y cerrarse el albornoz, sonriendo. Cómo era posible que sonriera, eso era algo que él no comprendía. Para Joseph , era como si el mismo coronel en persona estuviera allí, en el salón. Como si pudiera verlos a los dos. Como si pudiera averiguar lo que había estado haciéndole a su hija. Y la idea resultaba aterradora.

—Sí, señor, está aquí —respondió Joseph buscando algo menos excitante que mirar—. Iba a llevarla a casa ahora mismo y…
—Bien, bien —lo interrumpió el coronel—, solo quería asegurarme. Entonces, nos vemos enseguida.
—Si, señor, coronel —confirmó Joseph colgando el teléfono y volviéndose hacia la mujer que lo observaba—. Era tu padre.
—Ya me he dado cuenta.
—Ha dicho algo sobre una reserva para cenar.
—¡Dios, sí! —exclamó Invitado volviendo la vista hacia el reloj, colgado junto a la puerta principal—. Vamos a llegar tarde.
—Sí, eso parece.

Invitado se volvió hacia él y sonrió lenta e indescifrablemente. Joseph la observó y pensó que aquella sonrisa era un conjuro secreto, capaz de poner de rodillas al hombre más inflexible, que enseñaban las madres a las hijas durante generaciones.

—Pero ha merecido la pena —añadió ella acercándose a él y alzando las manos hasta abrazarlo por el cuello.

Invitado se puso de puntillas y acercó los labios a los de él hasta que estuvieron a solo unos milímetros. Joseph creyó adivinar lo que iba a hacer. Y, según parecía, ella lo estaba disfrutando.

Joseph colocó las manos en su cintura, la levantó y volvió a dejarla en el suelo a mayor distancia.

—Tu ropa debe de estar seca —afirmó él, rogando por que fuera así.

Unos minutos más con Invitado desnuda, y era capaz de olvidarlo todo: la reserva en el restaurante, al coronel, y todo lo que hiciera falta, excepto a Invitado.

—¿Y ya está? —preguntó ella ladeando la cabeza y mirándolo.
—No, ya está no —contestó él pasándose una mano por la cabeza, tratando de evitar que le estallara.
—Pues eso me ha parecido a mí —señaló Invitado —. Has estado a punto de saludar como un soldado ante un simple teléfono.
—Era tu padre.
—Por teléfono —lo corrigió ella—. No en persona.
—Ni lo menciones.
—Eres increíble —añadió ella levantando las manos para dejarlas caer luego, expresando su decepción—. ¿Cómo lo haces?
—¿Hacer qué? —musitó él, deseando que Invitado se vistiera y desapareciera cuanto antes, para evitar aquella agonía.
—Excitarte y calmarte en cuestión de segundos.
—Créeme, estoy muy lejos de estar tranquilo. Si crees que me resulta fácil dejar de hacer lo que estábamos haciendo, estás muy equivocada.
—Entonces, ¿por qué paras?
—Porque en ninguna de mis fantasías sexuales se incluye la entrada de un coronel armado por esa puerta, dispuesto a matarme por acostarme con su hija —señaló Joseph marchándose en dirección a la cocina.
—¿Y qué clase de fantasías tienes, entonces?
—No importa —respondió Joseph vacilando, evitando volverse hacia ella.
—No, aquí ocurre algo más, aparte del hecho de que mi padre haya llamado por teléfono.
—No, esa es la única razón —gritó Joseph desde la cocina, abriendo la secadora.
—¿Estás seguro de que tu ex mujer no tiene nada que ver con esto?
—¿Qué?

Atónito ante la pregunta, Joseph se dio la vuelta olvidándose de la ropa, que seguía húmeda. Invitado agarró los cabos del cinturón del albornoz y jugó con ellos. Bajó la cabeza un segundo, volvió a levantarla y lo miró a los ojos, diciendo:

—Bueno, he oído decir que tu mujer y tú…
—Ya me figuro lo que habrás oído —respondió él amargamente.
—Yo no suelo hacer caso de los chismorreos.
—¿En serio? —preguntó él sarcástico.
—Simplemente me preguntaba si te has apartado de mí porque aún no has superado completamente el hecho de que tu mujer te abandonara.
—Alanna y yo terminamos hace mucho tiempo —explicó él con sencillez—. Esto no tiene nada que ver con ella.
—Muy bien, entonces —asintió Invitado tras una larga pausa en silencio, mirándolo.

Joseph se alegró de que Invitado olvidara el tema. Aparentemente. Se inclinó, sacó la ropa de la secadora y volvió al salón. Se la arrojó, guardando las distancias con ella, y añadió:

—Vístete.

Invitado abrazó la ropa contra su pecho, saludó a Joseph chocando ambos talones al estilo militar, y contestó.

—¡Señor, sí, señor!

Luego se echó a reír y salió de la habitación. Y ahí se quedó Joseph , con el cuerpo tenso y excitado, pidiendo auxilio, sin poder vislumbrar siquiera la salida del túnel.

Una semana más tarde, Invitado aún seguía haciéndose reproches.

Jamás hubiera debido mencionarle a su ex esposa. Seguía sin saber por qué lo había hecho, pero en aquel momento le pareció razonable. Aunque, volviendo la vista atrás, tenía que admitir que aquella tarde había estado un poco confusa.

Invitado se sentó en el comedor, en casa de su padre, con una taza de café en las manos. Por la ventana contempló la base militar ante ella y el cielo plomizo cubriéndolo todo, pero en realidad no vio nada. En lugar de eso vio un rostro de mandíbula férrea, unos ojos castaños, un ceño fruncido y unos labios testarudos y tensos, que solo se relajaban cuando los besaban.

Dio un sorbo de café y dejó que el líquido la calentara. Estaba helada. Joseph no había vuelto a llamarla. No había ido a buscarla. Y probablemente estuviera decidido a mantenerse a distancia, lejos de ella.

En parte, Invitado sabía que era lo mejor. Por desgracia, pesaba más en ella la parte que no estaba dispuesta a tolerarlo. Había encontrado algo en Joseph Jonas; algo que no andaba buscando, algo a lo que hacía tiempo había renunciado, desesperanzada. Y sería una estúpida si le volviera la espalda. Lo menos que podía hacer era intentarlo, tratar de descubrir si había algo más esperándola. Esperándolos a los dos.

—Buenos días, cariño —la saludó su padre entrando en el comedor.
—Hola, papá —contestó Invitado sonriendo.
—Y bien, ¿qué vas a hacer hoy? —preguntó él tomando asiento frente a ella.

Invitado estaba considerando seriamente la idea de ir a cazar a Joseph Jonas. Igual que si fuera un perro. Pero no creía que a su padre le gustara oírlo, así que en lugar de ello, contestó:

—Creo que voy a ir a la escuela de la base, a echar un vistazo.
—Uh-huh —murmuró su padre dando un sorbo de café y revisando un montón de papeles sobre la mesa—. ¿Y el sargento de Artillería Jonas?, ¿va a llevarte él?
—No lo sé, no lo he visto hace días.
—¿Es que habéis discutido?, ¿tan pronto?

Sí, tan pronto. Naturalmente, su padre esperaba problemas. ¿Acaso no habían salido corriendo todos los marines que él había arrojado a sus pies? Pero en esa ocasión era diferente. En esa ocasión, el marine no salía huyendo porque no la soportara, sino exactamente por todo lo contrario.

—No —contestó Invitado dejando la taza sobre la mesa—. ¿Sorprendido?
—¿Y por qué iba a sorprenderme? —preguntó su padre levantando la vista—. Eres una mujer encantadora.

Sí, pero un poco rara, pensó Invitado en silencio, terminando la frase por él. Una vez más, Invitado deseó que su padre la quisiera por lo que era; deseó no sentir el peso de su desilusión, o tener el coraje suficiente para preguntarle qué tenía que hacer para que estuviera orgulloso de ella.

Pero no lo hizo. En lugar de ello se puso en pie, se acercó a él y lo besó en la frente, diciendo:

—Gracias por el voto de confianza, papá.
—Que pases un buen día, cariño —la despidió él, mientras Invitado abandonaba la habitación.

Antes de salir, Invitado volvió la cabeza. Su padre volvía a estar inmerso en el trabajo.
Koni
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Pureza Virginal [Joe  &  tú ]  - Página 3 Empty Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]

Mensaje por Jess Jonas .. Sáb 28 Jul 2012, 9:54 pm

Después de casi hacerlo ..
Joseph ya no va a verla ? ..
típico hombre ¬¬' ..
SI-GUE-LAA ! ..
Jess Jonas ..
Jess Jonas ..


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Pureza Virginal [Joe  &  tú ]  - Página 3 Empty Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]

Mensaje por Taescaab Sáb 28 Jul 2012, 10:27 pm

Ah me imagine la Jarra de agua Jajajajaja.
Por que no va a verla? :(
SIGUELA
Taescaab
Taescaab


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Pureza Virginal [Joe  &  tú ]  - Página 3 Empty Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]

Mensaje por Nani Jonas Lun 30 Jul 2012, 10:44 am

me encanta la nove siguela pronto plis
Nani Jonas
Nani Jonas


http://misadatacionesnanijonas.blogspot.mx/

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Pureza Virginal [Joe  &  tú ]  - Página 3 Empty Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]

Mensaje por andreita Lun 30 Jul 2012, 1:56 pm

nueva lectora!!!
esta nove me encanta
siguelaaaaaaaaaa
andreita
andreita


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Pureza Virginal [Joe  &  tú ]  - Página 3 Empty Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]

Mensaje por Koni Lun 30 Jul 2012, 4:03 pm

Pureza Virginal

Capitulo 9



Una semana, y no había conseguido sacarse a Invitado de la cabeza. Fuera un favor hacia el coronel o no, Joseph se había mantenido alejado de su hija, suponiendo que ambos necesitaban un período de descanso. Aunque lo cierto era que la cosa no había funcionado. Al menos, en su caso.

Que él supiera, Invitado Forrest no había vuelto a pensar en él ni un segundo. En realidad, no lo creía así. Después del modo en que se había entregado a sus brazos, Joseph sabía que Invitado recordaría aquellos instantes robados en su apartamento. Y estaría sedienta de más, igual que él. Y esa era, precisamente, la razón por la que se mantenía alejado de ella. Hasta ese momento.

Joseph la observó pasar desde el interior de la guardería. Con la barbilla levantada y el pelo revoloteando al viento, igual que la falda color zafiro, enseñando las piernas esbeltas. Un rayo de sol se reflejaba en sus pendientes de plata con forma de estrella y casi podía oír el tintineo de las campanillas de su pulsera.

¿Cómo podía haber ocurrido?, se preguntó. ¿Cómo podía haberse permitido a sí mismo sentirse atraído por aquella mujer? Invitado se había lanzado sobre él como en un ataque a medianoche. Había traspasado sus barreras, se había infiltrado en la fortaleza, había atravesado sus defensas personales y lo había asaltado. Con una simple sonrisa y un meneo de la cabeza. Joseph juró entre dientes.

Se suponía que él era inmune a ese tipo de cosas. Habría jurado que la dureza, la frialdad y el carácter calculador de Alanna habían desvanecido en él toda posibilidad de volver a sentir amor.

¿Amor?, se preguntó de pronto. Solo la palabra lo sobresaltó. ¿Amaba a Invitado?

No. La mera idea le resultaba tan desagradable que le era imposible siquiera considerarla. No volvería a repetir esa experiencia. Otra vez no. No volvería a ofrecérselo todo a una mujer, solo para observarla después arrojárselo a la cara. Jamás volvería a confiar en una mujer como había confiado en Alanna. Quizá hubiera aprendido la lección por las malas, pero la había aprendido bien. Sentía algo por Invitado, pero no era amor. Era deseo, puro y simple. La deseaba. No, la necesitaba. Y eso era todo.

Por primera vez desde que lo abandonara Alanna, Joseph había conocido a una mujer que le interesaba. Una mujer que desafiaba su mente y, al mismo tiempo, torturaba su cuerpo. Podía disfrutar de la experiencia, se dijo a sí mismo, sin darle más importancia de la que tenía. Al fin y al cabo, eran dos adultos hechos y derechos.

Uno de los cuales era, precisamente, la hija comprometida de su superior, pero esa era otra historia.

Lo importante era que ambos sentían ese anhelo, que ambos necesitaban satisfacerlo, se dijo acercándose a la ventana para verla mejor. Y lo único que tenía que hacer era permitir que ese anhelo fuera satisfecho.

Permitir, reflexionó Joseph dirigiéndose a la puerta, que abrió saliendo afuera. Joseph echó a caminar tras ella recordando que cualquiera que fuera a «permitirle» algo a Lilah, iba directo a la guerra.

Invitado lo oyó aproximarse. Es decir, oyó fuertes pisadas tras ella. Podría haber sido cualquiera, pero la forma en que le hirvió la sangre era signo inequívoco de que se trataba de Joseph .

Era extraño que solo con su presencia pudiera hacerla estremecerse y todo su cuerpo bullera de necesidad. Instantáneamente, los recuerdos surgieron en su mente. Recordó la imagen de ella misma encima de él, desnuda. Recordó vividamente sus manos sobre ella, el calor de su boca en los pezones, la suavidad de sus dedos al penetrarla. La boca se le secó de pronto, un oscuro y vibrante vacío se instaló en su interior.

—¡Invitado!

Ella se detuvo y trató de reunir saliva para poder contestar. Por supuesto, nada más darse la vuelta y verlo, comenzó a babear. Problema resuelto.

—Hola, extraño —lo saludó Invitado congratulándose a sí misma en silencio por su maduro comportamiento.

Al fin y al cabo, solo deseaba arrojarse a sus brazos. Joseph la miró de reojo. Invitado deseó poder leer en su expresión como en un libro abierto. Pero como buen marine, Joseph mantenía ocultas sus emociones bajo la máscara de la profesionalidad.

—¿Dónde vas?
—Al colegio.
—Te acompaño.

Joseph había estado evitándola durante una semana, y de pronto aparecía, no se sabía de dónde, y se ofrecía a acompañarla. De no haberse sentido feliz de volver a verlo, Invitado lo hubiera mandado a paseo. Pero era demasiado guapo como para mandarlo a paseo. Invitado miró disimuladamente a su alrededor, en busca de ojos curiosos, y luego volvió la vista hacia él.

—¿Lo crees lo suficientemente seguro?
—¿El qué?
—Ya sabes —bromeó Invitado , comenzando a divertirse. Joseph tenía el sentido del humor tan escondido que sacarlo a flote suponía un verdadero esfuerzo. Pero merecía la pena—, estar a solas conmigo. Quizá te tire al suelo y me salga con la mía.
—Esa es buena —repuso Joseph mirándola por el rabillo del ojo.
—¿Es que no me crees capaz?

Joseph sacudió la cabeza, la tomó del codo y la hizo girarse hacia él, señalando en la dirección en la que ambos habían estado caminando.

—Te creo capaz de todo, pero estoy deseando arriesgarme.
—¡Vaya, y luego dicen que no quedan héroes! —Joseph soltó una carcajada. Invitado disfrutó solo con verlo—. Deberías hacerlo más a menudo.
—¿El qué?, ¿reír?
—Sí, te sienta muy bien.

Instantáneamente, la sonrisa de Joseph se desvaneció. Por su rostro cruzó repentinamente una expresión de deseo que Invitado no habría visto, de no haberlo estado observando atentamente. Y, de no haberse sentido tan afectada por esa mirada cargada de deseo, ella jamás habría respondido:

—Te he echado de menos.
—Pensé que sería más fácil si nos dábamos un margen —contestó él apretando su codo.
—Más fácil, ¿para quién?
—Maldita sea si lo sé.

Bien. De modo que no había sido fácil tampoco para él. Joseph también la había echado de menos. No era un gran consuelo, pero a esas alturas Invitado estaba dispuesta a aferrarse a lo que fuera. De algún modo, sin embargo, le reconfortaba pensar que él había estado tan destrozado como ella.

—Entonces, ¿me has echado de menos? —preguntó Invitado, esperando oír una confesión de él.

Joseph apretó los dientes y frunció el ceño de tal modo, que Invitado habría jurado que ni siquiera la veía.

—Sí —confirmó él al fin, casi gimiendo—, creo que sí.
—Pues no parece que te guste mucho la idea.
—No debería gustarnos a ninguno de los dos.
—¿Por qué no? —volvió a preguntar Invitado sacudiendo la mano y haciendo sonar las campanillas.
—Porque, para empezar, no tenemos nada en común.
—Ah, pues yo creía que nos llevábamos bastante bien, últimamente.
—Sí, demasiado bien —contestó Joseph agarrándola con tal fuerza por el codo, que Invitado finalmente se quejó—. Lo siento.
—No pasa nada. Me doblo, no me rompo.
—Lo recordaré.
—Quizá no debiera preguntarlo pero… —comenzó a decir Invitado, incapaz de reprimirse—… ¿te has mantenido alejado de mí porque mencioné a tu ex mujer?
—No —negó él poniéndose más tenso de lo que Invitado lo hubiera visto nunca.
—Me cuesta creerte, a juzgar por tu forma de reaccionar.

Joseph suspiró, la miró y por último volvió la vista al frente, antes de decir:

—Escucha, no sé qué habrás oído decir, pero…
—No mucho.
—Me sorprende; era la comidilla de la base hace un año.
—Lo siento; sé muy bien qué se siente cuando rumorean de ti.
—Sí, supongo que sí —contestó Joseph mirándola de reojo con una media sonrisa—. La versión más abreviada es la siguiente: conocí a Alanna en Alemania, cuando estaba destinado a la embajada. Ella me sedujo, nos casamos, y en cuanto volvimos aquí, desapareció.
—¿Qué? —preguntó Invitado atónita, percibiendo claramente el dolor en sus palabras, lamentando haber sacado aquel tema de conversación.
—Ella quería entrar en los Estados Unidos, pero no podía. Así que se casó conmigo y, en cuanto llegamos, desapareció.
—Pero entonces está aquí ilegalmente.
—Sí, pero ese es problema suyo.
—Y ella es problema tuyo —señaló Invitado.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Que su recuerdo aún te persigue.
—De ningún modo —negó Joseph .
—¡Pero si solo con hablar de ella te pones a gruñir!
—Yo no gruño.

Invitado se echó a reír. No pudo evitarlo. Joseph la miró malhumorado, pero luego sonrió, y dijo:

—Está bien, quizá gruña un poco.
—No importa, supongo que tienes derecho —comentó Invitado tomando las manos de Joseph entre las suyas—. Pero no deberías malgastar tu tiempo y tus energías con una mujer tan estúpida como ella.
—¿Estúpida?
—Ella te abandonó, ¿no? —preguntó Invitado. Joseph sonrió. Sus ojos se llenaron de brillo, de placer—. Mira el lado bueno del asunto. Quizá la pesquen y la deporten.
—Me gusta tu forma de pensar —repuso Joseph con voz profunda.
—Gracias.

Habían entrado en el patio del colegio. Miles de niños jugaban. El nivel sonoro era tal, que Joseph pensó que si embotellaran todo aquel ruido y lo lanzaran contra el enemigo, los marines jamás tendría que luchar. Todos sus enemigos se rendirían.

Para Invitado , en cambio, aquella cacofonía no resultaba desagradable. Sonreía y los miraba, les tiraba la pelota y se abría paso entre ellos hasta la puerta principal del colegio.

—Si quieres, puedes esperarme aquí fuera —advirtió Invitado, por encima del hombro.
—¿Estás loca? Seguro que dentro hay mucha más paz.
—Está bien, ven conmigo —accedió Invitado, tras considerarlo unos minutos.

Una vez dentro, Joseph siguió a Invitado. No pudo evitar contemplar la forma en que ella movía las caderas, o la forma en que sus cabellos revoloteaban con cada sacudida. Invitado entró en el despacho de la directora, y Joseph se quedó junto a la puerta, que permaneció abierta, contemplando el pasillo. De no haberlo engañado Alanna, podría haber tenido un hijo en ese colegio. A pesar de todo, y gracias a Invitado, mucha de la amargura cobijada en su interior a raíz de la traición de su ex mujer se había desvanecido. Joseph respiró hondo y disfrutó de la libertad que corría nuevamente por sus venas.

Conocer a Invitado había supuesto muchos cambios en su vida; cambios que él no se esperaba. ¿Quién habría podido sospechar que hacerle un favor a su coronel iba a surtir tal efecto? Joseph sacudió la cabeza y la asomó por la puerta del despacho, justo a tiempo para oír a la directora decir:

—Señorita Forrest, es increíble.
—No es para tanto —aseguró Invitado—. Sinceramente, me alegro mucho de haberlo hecho.
—Sí es para tanto —continuó la directora—. Cuando esta mañana llamaron de Computer Planet para decirme que pensaban donarnos tres de sus ordenadores del último modelo, bueno… —la mujer levantó las manos, incapaz de terminar la frase.
—Créame, señora Murray, para ellos también es un buen trato. Evitan pérdidas, y hacen sitio para los nuevos modelos.
—Aún no comprendo cómo lo ha conseguido, pero se lo agradezco mucho. Significa mucho para el colegio.

Joseph se sintió orgulloso. Invitado Forrest era toda una mujer. No dejaba de sorprenderlo, y esa habilidad suya tan especial lo intrigaba. Por lo general, un solo vistazo le bastaba para calibrar a las personas, pero Invitado… no era simplemente la mujer rara que aparentaba.

Ni siquiera quería aceptar las alabanzas y el mérito de sus propios actos. Primero los abrigos, y después los ordenadores. Y lo consideraba una nimiedad. Sin embargo, ¿cuánta de la gente que conocía habría estado dispuesta a ocuparse de los demás? No mucha. Invitado era única, comprendió Joseph. La señora Murray lo vio en la puerta y sonrió, volviendo luego la vista hacia Invitado.

—Alguien la espera, así que no quiero retenerla, pero sí quiero darle las gracias otra vez.
—Que disfruten de los ordenadores —se despidió Invitado mirando a Joseph ruborizada.

Invitado salió de la oficina y Joseph la siguió. Caminaba tensa, sin hacer ruido. Pero Joseph la conocía, y sabía que aquel silencio no duraría. De súbito, Invitado se detuvo y se dio la vuelta. Invitado estaba tan cerca que casi chocaron. Invitado dio un paso atrás, colocó los brazos en jarras y lo miró.

—No digas ni una palabra, Joseph.
—¿Ni siquiera para alabarte?
—Especialmente si es para alabarme —contestó Invitado haciendo una pausa para respirar hondo—. No me he ocupado de este asunto para que todos me lo agradezcan.
—Lo sé, pero entonces, ¿por qué lo has hecho? —Invitado se encogió de hombros, tratando de evadir la cuestión, pero Joseph no iba a permitírselo—. ¿Por qué, Invitado?
—Porque podía —contestó ella tras soltar el aire de sus pulmones y cruzarse de brazos—. Porque el colegio necesitaba esos ordenadores.
—Así que saliste a la calle y los conseguiste, ¿no es eso?
—Para mí es sencillo —respondió Invitado medio disculpándose—, me gusta hablar.
—Dios sabe que eso es cierto.
—Y casi todo el mundo está dispuesto a ayudar, solo que no saben cómo. Ese es mi trabajo. Soy directora de una organización que se dedica a reunir fondos y organizar donaciones, y bueno…

Joseph estaba seguro de que Invitado era perfecta para esa organización. Sabía llegar a las personas, y sacar de ellos lo mejor. Era capaz incluso de obtener donaciones de empresas cuya política estaba en contra de la caridad.

—Así que tú los convences de que en el fondo quieren hacer una donación, ¿verdad?
—Algo así —respondió Invitado llevándose la mano al colgante de cristal del cuello.
—¿Y ese es tu trabajo?
—¿Hay algo de malo en ello?
—No, simplemente… no es muy habitual. Abrigos, ordenadores… ¿alguna otra cosa en mente?
—Pavos para el día de Acción de Gracias, juguetes para los niños, sangre —repuso Invitado encogiéndose de hombros—. ¿Necesitas algo?

Joseph la agarró y la atrajo hacia sí para mirarla de frente. Contempló cada uno de sus rasgos. Finalmente, volviendo la vista hacia sus ojos y sorprendiéndose a sí mismo, se escuchó decir:

—A ti, Invitado. Estoy empezando a creer que quizá te necesite a ti.
—¡Guau! —exclamó ella en un susurro—. Creo que este es otro de esos momentos memorables.


__


Disculpen por demorarme, creo que ahora no subiré muy seguido porque comencé la universidad de nuevo (se terminaron las vacaciones de invierno). Pero intentare hacer todo lo posible para no dejarlas sin novela por muchos días.

Y gracias a todas por sus comentarios y ¡Bienvenidas nuevas lectoras
Koni
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Pureza Virginal [Joe  &  tú ]  - Página 3 Empty Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]

Mensaje por Taescaab Lun 30 Jul 2012, 7:23 pm

Ah, malas clases :p
Claro que esa tipa, es una estupida. Pero Joe se recupera, gracias a mi.
Que lindo trabajo el de ___ :) que lindo Joseph
SIGUELA.
Taescaab
Taescaab


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Mensaje por Jess Jonas .. Mar 31 Jul 2012, 8:36 am

No te preocupes ..
se lo que es volver a clases luego de tres semanas de vacaciones D: ! ..
Bueno me encantó el capi !! :D ..
fue tan ASDFGHJKLÑ' eso *-* --
SI-GUE-LAA ! ..
Jess Jonas ..
Jess Jonas ..


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Mensaje por andreita Mar 31 Jul 2012, 9:52 am

la ryis es un amor enserio toadas las cosas que hace
y joe la ama
lo se!!!
ps cuando no puedas nos pones maraton :)
andreita
andreita


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Mensaje por Koni Mar 31 Jul 2012, 7:41 pm

Pureza Virginal

Capitulo 10



Algo había cambiado. Algo indefinible.

Joseph casi podía palpar sus propias palabras, vibrando en el aire. Demasiado tarde como para retirarlas, aunque hubiera querido. De todos modos, ni siquiera estaba seguro de querer hacerlo. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan… vivo. Una simple mirada a Invitado Forrest, y sentía que todo él se consumía en llamas.

Su forma de moverse y de pensar lo intrigaba. Sus caricias, su risa, lo excitaban más de lo que lo hubiera excitado nadie nunca. Estar junto a ella sin poder abrazarla, sin poder tocarla, sin poder saborearla, era una dulce tortura que mantenía su cuerpo alerta y le hacía hervir la sangre. Y no sabía qué hacer.

Invitado respiró hondo y soltó el aire lentamente, antes de decir:

—¿Quieres venir a cenar a casa esta noche?

Cenar. Con ella y con su padre. Inmediatamente, Joseph se imaginó a sí mismo sentado frente al coronel Forrest, tratando de ocultar el deseo que sentía por su hija. No era precisamente su idea de diversión. De todos modos, tampoco podía aceptar la invitación.

—No puedo; esta noche tengo que ir a cenar a casa de mi hermana —contestó Joseph observando la desilusión en el rostro de Invitado. Antes de que pudiera darse cuenta, añadió—: ¿Por qué no vienes tú conmigo?

Invitado abrió inmensamente los ojos, sorprendida. Era agradable que fuera él quien la sorprendiera, para variar.

—Me gustaría mucho.
—Bien, iré a recogerte a las seis.

Horas más tarde, las palabras de Joseph seguían resonando en la mente de Invitado. Cada vez que recordaba la expresión de sus ojos, o la fuerza y la suavidad con que la agarraba, el corazón se le aceleraba. Joseph la necesitaba. ¿Pero la amaba? Bueno, la había llevado a cenar a casa de su hermana, ¿no? Eso tenía que significar algo.

Los jonas, al completo, resultaban un tanto imponentes. Incluso Kelly, la única chica de la familia, mantenía con vehemencia sus puntos de vista. Joseph y sus hermanos se turnaban cuidando de la hija de Kelly, y todos babeaban en cuanto la niña se acurrucaba en sus rodillas. Todos ayudaron a recoger y fregar los platos, chocando en la diminuta cocina. El ambiente estaba cargado de risas. Invitado se sentía como en casa.

Envidiaba el amor que sentían unos hermanos por otros, y se preguntaba si apreciaban correctamente ese lazo fraternal. Como hija única, Invitado siempre había deseado tener hermanos.

Por fin veía cuánto había perdido en su solitaria infancia.

Ver a Joseph en su elemento contribuyó a aumentar su admiración por él. Con su familia se transformaba en el hombre dulce del que ella solo había vislumbrado ligeros atisbos. Se mostraba abierto, accesible, y todos los demás lo querían.

Invitado comprendió entonces que ella también quería ser importante para él, y darse cuenta de ello no le causó sino dolor. Quería formar parte de su familia. Pero en menos de dos semanas abandonaría la base. Volvería a su casa, a su apartamento. A su trabajo. A la soledad.

Invitado contempló a Joseph . Un simple vistazo y la sangre le hervía. Él reía por algo que había dicho uno de sus hermanos, y arrullaba a su sobrina. Invitadocontuvo el aliento. Aquello la derritió. Lo deseaba tanto que no pudo evitar ponerse en pie, nerviosa.

—Conozco esa mirada —comentó Kelly, sentada junto a ella.
—¿Cómo? —sobresaltada y violenta, Invitado se volvió hacia ella—. ¿Qué mirada?
—La que pones, cada vez que miras a Joseph.
—No, yo…
—Yo ponía la misma cara cada vez que Jeff venía a casa —sacudió la cabeza Kelly, sin darle opción.
—No sabía que resultara tan evidente.
—Tranquila, no lo es —sonrió Kelly—. Dudo que ninguno de los chicos se haya dado cuenta. Incluyendo a Joseph .
—Júralo.
—Eh, no me malinterpretes —añadió Kelly alargando un brazo para darle a Invitado palmaditas reconfortantes—. Creo que algo se está cociendo; es la primera vez que mi hermano mayor trae a una mujer a casa desde…
—Desde Alanna —terminó la frase Invitado por ella—. Me lo ha contado.
—¿En serio? —sonrió Kelly aprobadora—. El cerco se estrecha.
—Ella le hizo mucho daño.
—Sí, lo pasó mal, pero lo superó. Y no puedes imaginarte lo feliz que soy de que esté saliendo contigo.

¿Saliendo?, se preguntó Invitado. No podía decirse que se tratara de citas románticas, pero a pesar de todo no corrigió las palabras de Kelly.

Joseph era mucho más de lo que había imaginado, nada más verlo. No era simplemente un marine. Era una persona paciente, cariñosa y protectora con su familia. Leal y amable, a pesar de la habitual expresión de dureza de su rostro. En el fondo era blando, y eso era lo que contaba.

Pero, aparte de eso, era un marine. Responsable, bien organizado, disciplinado. Tan ordenado como ella caótica. Invitado no pudo evitar preguntarse si, algún día, llegaría Joseph a mostrarse tan impaciente con sus extravagancias como su padre.

—¿Contando mentiras acerca de mí? —preguntó Joseph acercándose a ellas dos.
—¡Ya! —exclamó Kelly tomando a su hija de brazos de Joseph —. No es necesario mentir; la verdad es lo suficientemente dura.
—Sí, pero interesante —comentó Invitado.
—Bien —repuso Joseph nervioso, mirándolas a las dos para fijar la vista al fin sobre Invitado. Luego, alargando una mano para que se levantara, añadió—: Creo que te llevaré a casa antes de que Kelly suelte nada más.
—¡Pero si por fin estábamos llegando a lo más interesante! —exclamó Invitadoponiéndose en pie, sin soltar la mano de Joseph .
—Ehhh… otro día —repuso Joseph .
—Sí, otro día —dijo Kelly abrazando a Invitado.

Invitado se despidió de todos, acariciando las palabras «otro día» en su mente como si se tratara de una promesa. Por el momento, con eso le bastaba. Joseph la guió al coche y abrió la puerta, pero antes de que ella pudiera entrar puso una mano en su brazo para detenerla.

—¿Es que me vas a hacer andar? —preguntó ella levantando la vista.

La luz de la luna incidía en su piel haciendo que pareciera de porcelana. Sus largos cabellos se revolvían al viento, y sus ojos azules estaban fijos en él. Joseph notó inmediatamente el efecto de su mirada, a pesar de la escasa luz. Soñaba con esos ojos todas las noches. Y durante el día, llevaba con él su imagen.

A partir de aquella noche, llevaría consigo también otras imágenes de ella con su familia. Riendo, discutiendo, abrazando a Emily mientras la niña dormía. Recordaría las sonrisas aprobadoras de sus hermanos y la forma en que Kelly y ella habían trabado amistad. Y, desde esa misma noche, cada vez que estuviera con su familia sin Invitado, la echaría de menos. Notaría su ausencia y desearía que estuviera allí.

Tantas cosas habían cambiado en su vida durante las dos últimas semanas, que apenas era capaz de reconocerla. Pero sí sabía reconocer su necesidad interior, su deseo de ella. Se había convertido en algo vivo, algo que lo consumía. Y la única forma de vencerlo era rendirse a él.

—No quiero llevarte a tu casa —dijo Joseph tenso, con dificultad.

Invitado se lamió los labios y él siguió el movimiento con la mirada. Su cuerpo se tensó aún más.

—Yo tampoco quiero ir a casa. Aún no —contestó ella.
—Aún no —convino él alargando un brazo para atraerla hacia sí uniendo ambos cuerpos.

Invitado echó la cabeza atrás y él se inclinó hacia abajo, tomando su boca con un beso capaz de arrastrarlos a los dos por la cresta en la que llevaban una semana bailando. Ella gimió en su boca, y él trago su aliento. Joseph la saboreó, lamió su boca con la lengua acariciándola con delicados y largos lametones. Pero no era suficiente. Necesitaba más. Quería más. Quería tocarla, abrazarla, explorar cada centímetro de su cuerpo con las manos. Y cuando terminara, quería volver a comenzar.

Invitado se inclinó sobre él confiando en su solidez y fortaleza. La brisa de la noche los sacudió con sus dedos húmedos, pero el calor que compartían no disminuyó. Invitadolo besó, enredó su lengua con la de él, disfrutó de la ola de deseo que la embargó, de los latidos de su corazón acelerado. No quería pensar en el mañana.

Lo único que quería era estar debajo de él. Sentir su cuerpo unido al de ella. Conocer lo que el resto de mujeres de su misma edad habían descubierto hacía tiempo: la magia de convertirse en un solo ser con el hombre al que amaba.

Nada más surgir esa idea en su mente, Invitado se aferró a ella. Era cierto, pensó. El amor había surgido allí donde menos lo esperaba. Un marine, precisamente, le había robado el corazón. Y quería ofrecerle su cuerpo a cambio.

Joseph apartó los labios de ella y luchó por respirar como si se estuviera ahogando. Su mirada recorrió cada uno de sus rasgos, para fijarse por último en los ojos. Luego, con voz ronca, preguntó:

—¿A mi casa?
—Y deprisa —asintió Invitado tragando.

Pero no fue lo suficientemente deprisa. Parecía que el destino los persiguiera, porque pillaron todos los semáforos en rojo hasta llegar al apartamento. Invitado tenía los nervios de punta, se revolvía en el asiento en un inútil intento por desvanecer el vacío que corroía su interior.

—No puedo creerlo —musitó él con voz espesa, al detenerse una vez más en un semáforo.

Joseph se aferró con una mano al volante, y alargó la otra hasta Invitado. Ella tomó su mano y la sujetó, entrelazando los dedos.

—¿Crees que alguien trata de decirnos algo? —preguntó ella.
—Si es así, no pienso escuchar —alegó él.
—Me alegra saberlo —sonrió ella.
—No sé qué me has hecho, Invitado. No lo comprendo —repuso Joseph tomándola de la barbilla—. No esperaba que me ocurriera algo así, y no sé qué hacer.
—Lo sé, yo siento lo mismo —contestó ella tragando.

Joseph apretó los dientes y dejó caer la mano sobre el regazo de Invitado. Ella gimió, cerró los ojos y se concentró en aquella caricia. Su mano era fuerte y cálida, a través de la tela de la falda. Sus dedos le acariciaban el muslo. Invitado reclinó la cabeza en el reposacabezas y trató de permanecer quieta.

—Por fin —susurró él.

Invitado abrió los ojos. El semáforo se había puesto verde. Inmediatamente el coche arrancó. Joseph giró el volante con una mano, mientras con la otra comenzaba la seducción que ambos habían estado esperando.

Los dedos de Joseph agarraron el borde de su falda. Invitado sintió que se levantaba por las pantorrillas, por las rodillas, por los muslos. Y cuando él acarició la piel desnuda, casi se desmayó en el asiento. El más leve roce, la más suave de las caricias la hacía estremecerse causando fuegos artificiales en su interior.

—¿Cuánto falta?
—Un par de manzanas.
—Demasiado.
—Sí.

La mano de Joseph subió por el muslo y ella sintió que le proporcionaba todo el calor de su cuerpo. Joseph siguió deslizándola hasta el mismo centro de su ser. Invitado lo llamó con el corazón, y él presionó la mano contra ella. Luchó contra las convulsiones, levantó las caderas, se meneó contra su mano creando una deliciosa fricción que alcanzó todo su cuerpo.

—Enseguida, cariño —repuso él con voz ronca.
—Sí, enseguida —dijo ella aferrándose a esa palabra como a un salvavidas.

La mente de Invitado comenzó a desvariar, el corazón le latía frenético. Entonces él introdujo los dedos por el elástico de su ropa interior. Invitado jadeó y abrió las piernas para él. Quería volver a sentirlo. Quería experimentar la salvaje convulsión de sentirse completa, igual que la otra vez.

Los coches pasaban junto a ellos. Las luces de las farolas se hicieron borrosas. La noche se cernía sobre ellos. El coche de Joseph era como un refugio, un lugar retirado e íntimo en el que solo ellos dos importaban. Solo la siguiente caricia importaba. El siguiente beso. La siguiente promesa.

Invitado sintió que estaba al límite. Igual que la última vez, el clímax no tardaría en llegar. Invitado se aferró al asiento y se preparó para el estallido. Pero entonces Joseph apartó la mano y musitó un juramento, y antes de que ella pudiera gemir y protestar, él anunció:

—Ya hemos llegado.
—¿Y qué hacemos aquí en el coche? —preguntó ella saltando del asiento y abriendo la puerta.
—Exacto.

Joseph salió del coche y dio la vuelta antes de que ella se hubiera bajado la falda siquiera. Le tendió la mano, la ayudó a salir y cerró, caminando hasta el porche con ella de la mano. Invitado sintió que le fallaba la respiración. El corazón martilleaba su pecho. Sentía las piernas flojas, las llamas la consumían. Jamás se había sentido tan maravillosamente.

Joseph abrió la puerta en cuestión de segundos, pero aún así no fue lo suficientemente rápido. La arrastró dentro, cerró y la atrajo hacia sí, reclamando un beso con pasión. Sus manos estaban por todas partes. Invitado se sintió rodeada, envuelta en su fuerza y en su calor. El deseo se apoderó de ella, arrastrándola cada vez más hondo.

—Tengo que sentirme dentro de ti, Invitado —susurró él con voz acariciadora.
—Oh, sí —contestó ella apartando la boca, inclinando la cabeza a un lado para invitarlo a besarle el cuello.

Los labios de Joseph rastrearon su piel torturándola, explorándola, llevándola hasta los límites de la locura. Pero a pesar de ello Invitado no quería parar. Jamás había deseado que él parara.

—Ven conmigo —murmuró él, cerca de su oído.

Invitado asintió y lo siguió vacilante hasta el dormitorio. Ni siquiera vio la habitación. No podía ver nada más allá de sus ojos, que la devoraban.

Las manos se movieron frenéticas. En un segundo, ambos estuvieron desnudos, carne contra carne, músculo contra suavidad. Los pechos de Invitado anhelaban el contacto de él. Cuando Joseph la levantó, rozándolos suavemente contra su torso, Invitado gimió.

Joseph la dejó sobre la cama y la cubrió con su cuerpo. El de Invitado bullía por él. Sus piernas se abrieron, y Joseph se colocó entre ellas para penetrarla. Invitado contuvo el aliento. Por fin, pensó. Dejaría atrás su título de virgen, y sabría lo que era sentirse completa. Tenía que darle las gracias a Dios, por haber sabido esperar. Aquel instante, con aquel hombre, sería lo especial que siempre había soñado que fuera.

—Te necesito, Invitado —dijo él apretando los dientes.
—Sí, Joseph , ahora —susurró ella con voz rota, mirándolo a los ojos, esperando que él viera en los suyos también el deseo—. ¡Por el amor de Dios, ahora!
—Sí —aseguró Joseph penetrándola al fin.

Instantáneamente, Joseph sintió como si se hundiera en su calor. Ella lo llenaba, desvanecía los huecos oscuros de su alma, iluminaba cada rincón de su corazón y de su ser. Se sentía invencible y humilde al mismo tiempo. En brazos de Invitado estaba todo su mundo, todo el mundo. Un mundo que jamás había esperado volver a encontrar y que, una vez conseguido, no iba a dejar escapar.

Joseph apretó las caderas contra ella, disfrutó de la dulce tortura de su cuerpo abrazándolo. La miró a los ojos y vio en ellos el pasado, el presente y el futuro. Y se preguntó si estarían siempre allí, y por qué no lo habría visto antes. Quizá por miedo.

Entonces ella alzó los brazos y lo rodeó por el cuello atrayendo su cabeza hacia sí, ofreciéndole su boca. Invitado le daba todo lo que tenía.

Invitado sintió la primera convulsión de su alma, y fue mucho más fuerte que la primera vez. Comenzó a crecer lenta, maravillosamente, arrastrándola hasta la cima y deteniéndose para aguzar su deseo. Tenía que trabajar para conseguirlo. Trabajar moviendo su cuerpo con el de él, buscando el ritmo y manteniéndolo. Invitado disfrutó sintiendo su cuerpo dentro de ella, y se repitió en silencio que aquello debía recordarlo. Debía recordar cada caricia y cada beso. Pero estaba segura de que no lo olvidaría. Aquella noche quedaría grabada en su mente para toda la vida. Aún cuando cumpliera cien años, recordaría lo que había sentido con el cuerpo de Joseph en su interior.

Entonces las sensaciones se hicieron demasiado fuertes, y Invitado dejó de pensar. Una serie de estallidos de luz comenzaron a invadir su interior. Invitado se aferró a él y recorrió aquella cresta desconocida hasta el momento para ella.

Joseph la lanzó por ella, y cuando por fin las convulsiones cesaron y sus ojos se tornaron vidriosos, él cedió a su propio deseo y encontró la satisfacción plena con la mujer que jamás podría tener.
Koni
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Pureza Virginal [Joe  &  tú ]  - Página 3 Empty Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]

Mensaje por Taescaab Mar 31 Jul 2012, 8:56 pm

Oh :o
Fue hermoso, ya se gano a la familia.
¿y ahora que?
SIGUELA.
adios al titulo jajajaja :$
Taescaab
Taescaab


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Pureza Virginal [Joe  &  tú ]  - Página 3 Empty Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]

Mensaje por Jess Jonas .. Miér 01 Ago 2012, 12:42 pm

" con la mujer que jamás podría tener. " ?? -.- ..
Hombre tenía que ser ! ..
WAAA' ..
todo fue tan lindo ..
me encantó ..
SI-GUE-LAA ! ..
:
Jess Jonas ..
Jess Jonas ..


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Pureza Virginal [Joe  &  tú ]  - Página 3 Empty Re: Pureza Virginal [Joe & tú ]

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