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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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Las reglas de la fantasia (joe y tu)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Página 1 de 5. • 1, 2, 3, 4, 5
Las reglas de la fantasia (joe y tu)
Nombre: Las reglas de la fantasia
Autor: Susan Lyon
Adaptación: Es adaptada
Género: Romance y Hot
Advertencias: Es larga y algunas veces solo podre subir una vez por semana.
Otras páginas:http://m.fanfiction.net/s/6142252/1/
Autor: Susan Lyon
Adaptación: Es adaptada
Género: Romance y Hot
Advertencias: Es larga y algunas veces solo podre subir una vez por semana.
Otras páginas:http://m.fanfiction.net/s/6142252/1/
La periodista __________ (TN) consigue un encargo muy erótico: cubrir el concurso de un calendario de bomberos. ¿Su favorito? Mister Febrero. También conocido como Joe Jonas… También conocido como el más excitante de los hombres.
El atractivo novato es el hombre que encarna las fantasías más salvajes de __________ (TN) . Y ambos van a regirse por unas reglas que ella misma impone: las Reglas de la Fantasía. Sin tabús. Sin inhibiciones. Sin compromiso. La pregunta es: ¿será __________ (TN) capaz de limitarse a sus propias reglas?
La sigo ?? :)
El atractivo novato es el hombre que encarna las fantasías más salvajes de __________ (TN) . Y ambos van a regirse por unas reglas que ella misma impone: las Reglas de la Fantasía. Sin tabús. Sin inhibiciones. Sin compromiso. La pregunta es: ¿será __________ (TN) capaz de limitarse a sus propias reglas?
La sigo ?? :)
NanixG
Capitulo 1
Capitulo 1 (parte 1 )
Entre bastidores y paseando de un lado a otro, Joe Jonas podía escuchar cómo la música se hacía más ruidosa, cómo la multitud gritaba y rugía. Refunfuñó. ¿En qué coño se había metido?
¿Quién le hubiera dicho que la ambición que había tenido toda la vida por convertirse en bombero lo haría llegar hasta allí? Sí, se había dado cuenta de ello: como novato sería el blanco de una cantidad inimaginable de bromas estúpidas. Pero si hubiera llegado a saber que la broma que le habían preparado consistía en bailar en un escenario delante de cientos de mujeres gritándole, sin mencionar el grupo de gays de la brigada 11 de incendios forestales y su hermana pequeña, puede que hubiera...
Joder, no. Fuera lo que fuera lo que sus padres desearan, él nunca había estado hecho para llevar una vida en la granja de Chilliwack.
Era bombero, de los pies a la cabeza. Y los bomberos eran gente dura. Si era capaz de arriesgar la vida entre humo y llamas, podría fácilmente sobrevivir a tres minutos encima de un escenario.
Joe ya había pasado la primera parte del concurso, que valoraba las fotos enviadas por un par de cientos de candidatos. Había sido seleccionado como uno de los veinticuatro finalistas que optaban por convertirse en uno de los doce meses del calendario de bomberos. Si no ganaba un mes, los chicos del parque de bomberos se asegurarían de que nunca lo olvidara.
Tras las cortinas, las últimas notas de la música desaparecían tras una tormenta de aplausos. Mierda. El público votaba con las manos, los pies y la voz, y aquello sonaba como si dejara bien claro que aquel tipo del escenario iba a ser uno de los elegidos para hacer el calendario.
Las cortinas se abrieron y un hombre jadeante y sonriente pasó tras ellas. Había salido con el uniforme completo de bombero y había vuelto sin el casco y sin el traje. Vio cómo tenía los músculos del cuerpo embadurnados de aceite y sudor, mientras tiraba hacia arriba de los pantalones sobre sus calzoncillos de leopardo. Una manguera de incendio le colgaba del hombro.
Dios sabe lo que habría hecho con aquella manguera encima del escenario.
Fuera lo que fuese, el público se había asegurado de que entrara en el calendario.
Mierda, mierda, mierda. ¿En qué había estado pensando cuando había confiado en su hermana Alice para que organizara su actuación? ¿Claqué? ¿Un puto espectáculo de claqué? ¿Delante de un público que obviamente quería ver obscenidad en el escenario?
¿Sería demasiado tarde para cambiar sus planes? Todavía quedaban algunos por salir antes que él, puede que le diera tiempo para inventarse otra cosa.
No. Alice lo mataría. Había perdido un montón de tiempo entrenándole. Ayudándole a recordar lo que habían aprendido hacía años en su juventud, cuando iban a clase de baile, y después transformándolo en algo realmente adulto.
Pero los chicos del parque de bomberos acabarían con él si hacía el ridículo.
Claro que no era precisamente como si no lo estuvieran haciendo ya.
El siguiente competidor atravesó las cortinas llevando un traje de bombero y —madre mía— un hacha. La música empezó a sonar. Esta pieza también tenía un ritmo pegadizo.
Joe volvió a gemir y después se metió los auriculares de su iPod en las orejas y se concentró en la música que Alice había elegido. Cerró los ojos, metiéndose dentro. Imaginó los escalones, la melodía, la manera en la que sus caderas y sus brazos se moverían al ritmo de la música. Aquellas sensuales notas del saxofón empezaron a calentarle la sangre. Vaya, ese tipo de música siempre lo hacía pensar en el sexo.
Hablando de eso... si vendía bien su número y se hacía un hueco en el calendario, tendría una buena oportunidad de irse a casa con una de aquellas escandalosas admiradoras de bomberos. Preferiblemente, con alguna que tuviera un cuerpo de escándalo y una melena larga y rubia.
….
Las otras mujeres estaban aplaudiendo, pero __________ (TN) levantaba su cámara digital y disparaba la última foto del último... competidor, sería la palabra, ya que aquel tío levantaba las manos sobre su cabeza, como si fuera un boxeador victorioso. Su cuerpo, pensó ella, era como uno de esos enormes levantadores de peso que llevan barras con pesas sobre la cabeza. ¡Bruto!
—Cualquier tío con unos músculos tan exagerados tiene que tener una polla diminuta —le dijo ella a sus amigas—. Esa es la razón por la que ha traído un hacha. Es el sustituto de su pene.
El club Caprice, abarrotado con unos pocos cientos de cuerpos acalorados, era una máquina de ruido. Todo el mundo estaba gritando y __________ (TN) , con su apenas metro y sesenta en sus sandalias de gatita de tacón rosa, tenía que gritar incluso más fuerte para que la oyeran.
El club estaba dispuesto por unas mesas diminutas que se apilaban juntas. __________ (TN) había llegado antes para confirmar que estaba en lo cierto: una reportera diminuta que tuviera que hacer la portada de un artículo necesitaba una posición de ventaja justo enfrente del escenario para echar buenas fotos. Como resultado, había pillado una mesa estupenda para ella y sus mejores amigas, el Cuarteto Imponente.
— ¿No son las pelotas las que se encogen con los esteroides? —gritó Rosalie Hale.
Los gritos finalmente se apagaron y las chicas volvieron a sus asientos.
—Sí, los testículos —dijo Ann Montgomery. Una abogada, maniática de la precisión—, y un esperma reducido y una disfunción eréctil.
—Oh, ¿en serio? —dijo __________ (TN) —. Juraría que solo eran los penes los que encogían.
—Eso no importa precisamente, ¿verdad? —Rina Goldberg era el cuarto miembro del cuarteto. Su voz naturalmente suave tenía un toque afónico después de tanto grito. Le dio un sorbo a su Martini con limón—. De todas maneras, ese tío no va a ser de mucha utilidad para una mujer.
—Totalmente de acuerdo —dijo __________ (TN) mientras su mente divagaba en otra idea para un artículo.
Obviamente, había un montón de conceptos erróneos sobre los efectos secundarios de los esteroides y eso era el tipo de cosas que los jóvenes tenían que saber. Porque, si la gente del público supiera la verdad, ¿animaría cualquiera de ellos a Míster Forzudo? ¿Cómo les podría parecer un hombre atractivo si desenvolver el paquete les iba costar una decepción tan importante?
NanixG
Re: Las reglas de la fantasia (joe y tu)
Nueva Lectora..ME ENCANTO
Sigueee....
Me Pregunto Que Pasara.....
Que Hara Joe???
Me Estas Torturando
Te Molestare Hasta Que La Sigas...:D
Sigueee....
Me Pregunto Que Pasara.....
Que Hara Joe???
Me Estas Torturando
Te Molestare Hasta Que La Sigas...:D
Invitado
Invitado
Re: Las reglas de la fantasia (joe y tu)
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Continuación cap 1
Ella alcanzó su Martini. Vaya, ¡aquello era genial! Tan bueno como el sexo, o al menos con un hombre que tuviera un paquete operativo.
Mejor que el sexo con Pete, el último tío al que había largado recientemente. El funcionaba perfectamente, pero el sexo, después de las primeras veces, se había convertido en rutinario.
Pete, de Corea, había sido el último de una cadena de amantes tabú que había mantenido en secreto a su extremadamente convencional familia. Para ellos, solamente los hombres chinos entraban en lo que consideraban como una cita que merecía la pena.
Para ella, la segunda generación canadiense y una __________ (TN) completamente moderna, la raza, la cultura y la religión eran aspectos irrelevantes. Solo quería un hombre que fuera inteligente y atractivo. Y mientras que alguno de los hombres asiáticos, aprobados por su familia, habían resultado unos conversadores estimulantes, ninguno de ellos le había dado a su manivela de arranque.
Y aquella manivela estaba volviéndose oxidada, después de un mes de desuso. Encontrarse en aquella habitación suponía al mismo tiempo estar en el cielo y en el infierno, para un chica tan sexualmente frustrada como ella.
Porque no hacía falta que un hombre requiriera esas dos cualidades aquella noche, solo le bastaba con que fuera atractivo. La gente de aquella habitación tenía una misión clara: elegir a los hombres que honrarían el próximo calendario de bomberos del distrito de Greater Vancouver. El orgullo cívico estaba en juego. Simplemente, Vancouver debía contener los hombres más calientes en su calendario.
Además, cuanto más atractivos fueran los hombres en cuestión, más compraría la gente el calendario y se recaudaría más dinero para la caridad, destinada al fondo de víctimas de incendios o los centros para personas con cáncer.
La música empezó otra vez, haciendo que la atención de __________ (TN) se dirigiera de nuevo al escenario, donde entraba el siguiente aspirante. Llevaba un uniforme de bombero, como lo había llevado al principio de su espectáculo la mayoría de aspirantes. Cuando se quitó el casco, ella vio que tenía el pelo rapado y canoso. Aunque, no cabía duda de que fuera guapo. Tomó una foto de él.
—Éste se parece más a lo que estamos buscando —dijo Ann, inclinándose hacia delante.
—Demasiado mayor —le gritó __________ (TN) .
—Lo suficientemente mayor como para saber cómo manejar la manguera —aportó Rosalie, haciendo que todas estallaran de risa.
Aquel hombre estaba bailando un tema de rock clásico con un movimiento sexy y vibrante. Se deshizo de su chaqueta voluminosa, revelando un chaleco de color blanco que se ajustaba a sus tensos músculos.
—Oh, sí —dijo Ann—, en ese cuerpo no hay nada de esteroides y apuesto a que el paquete de este tío está completamente operativo —se abanicó a sí misma con la mano.
— ¿Qué es lo que te pasa a ti con los tíos maduros? —le preguntó __________ (TN) .
—No tiene nada que ver con la edad, sino con apreciar la calidad —le devolvió Ann.
__________ (TN) estudió al hombre que llenaba las lentes de su cámara de fotos. No. Tiene que estar rozando los cuarenta. Para una mujer de veintitrés años como ella, aquel era definitivamente demasiado mayor.
Aun así, tenía que admitir que aquel zorro canoso era más atractivo que cualquier chiquillo de picha floja y muchos esteroides que había pisado el escenario. Y sabía cómo moverse. Mientras lo observaba, __________ (TN) sintió cómo su cuerpo temblaba al ritmo que marcaba su sexy movimiento. Apretó los muslos con fuerza, comprimiendo contra la quemadura de excitación que se elevaba entre ellos.
Vale, puede que solo echara a aquel zorro de su cama por tener el pelo canoso.
Cuando acabó el número, saltó sobre sus pies y se unió a sus amigas que aplaudían con fervor.
— ¡Mi consolador va a hacer montón de ejercicio físico esta noche! —les gritaba.
— ¡Sé exactamente a qué te refieres! —le contestó Ann.
Después __________ (TN) se subió a la silla, tiró hacia abajo de su minifalda vaquera y se giró para echar algunas fotos a la multitud. El club estaba abarrotado. La mayoría de las mujeres y algunos de los gays llevaban ropa brillante y desenfadada, y la luz hacía efectos interesantes con ella. Sin embargo más allá de lo superficial, ella esperó ser una fotógrafa lo suficientemente capacitada como para captar la vibración de energía sexual que había en el aire, el zumbido de la conversación excitada, el almizcle de calor y cientos de perfumes diferentes, colonias y cosmética variada.
Las mujeres jóvenes se habían agrupado en multitudes, aunque también había montones de hombres. Era divertido ver cómo los gays de West End, vestidos muy a la moda, codo a codo con corpulentos dandis que solo podían ser bomberos, animaban —o abucheaban— a los competidores.
La música sonó de nuevo y ella volvió a tomar asiento. Oh, aquello era diferente. El mismo tipo de hombre maduro, el mismo tipo de música clásica, pero este aspirante llevaba una máscara de zorro junto con el casco protocolario.
Un poquito más bajo que el resto de los hombres — ¿tal vez unos cinco centímetros menos del metro ochenta?— y más delgado, aquel hombre paseó lentamente hacia el centro del escenario y después, empezó a moverse, contoneándose dulcemente al ritmo de la música con un movimiento de caderas fascinante. Subió las manos y se deshizo del casco.
Sacudió la cabeza, y...
— ¡Oh, Dios mío! —gritó __________ (TN) —. ¡Es una mujer!
Un cabello largo y rojizo volaba por encima de sus hombros.
— ¡Sí, señor! —gritó la multitud, mientras las mujeres chillaban variaciones de « ¡Vamos, hermana!», y los chicos, los heterosexuales, empezaban a cantar « ¡Quítatelo todo!».
La mujer del escenario dedicó una amplia y sensual sonrisa mientras realizaba una atractiva escenografía al deshacerse del abrigo. Como el hombre del pelo canoso, llevaba un chaleco, pero el de ella era de color rosa, casi del mismo color que el top que llevaba __________ (TN) .
—Vaya —dijo Rina con admiración—; seguro que tiene un cuerpazo.
—Por supuesto que lo tiene —dijo Ann—. Los bomberos tienen que ser fuertes, si quieren sacar a la gente de edificios en llamas. Me encanta que las mujeres hagan ese trabajo.
—Seguro que los demás imbéciles le tienen envidia —dijo Rose. Ella, como __________ (TN) , apenas alcanzaba la talla B con un buen sujetador.
La candidata, con los pezones erectos bajo el ajustado top, definitivamente tendría una C de sujetador.
__________ (TN) prefirió no echar la foto, consciente de que aquella imagen acabaría seguro en alguna sección del periódico Georgia Straight. La mujer se quitó sus gigantescas botas y sus pantalones holgados para revelar unas mallas negras, que colgaban descuidadamente de los huesos de sus caderas.
Mientras lo hacía, dos hombres vestidos con uniformes de bombero llevaron algo al escenario y después desaparecieron tras la cortina.
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Comenten mas :( creo que a casi nadie le gusta. la sigo ?
Continuación cap 1
Ella alcanzó su Martini. Vaya, ¡aquello era genial! Tan bueno como el sexo, o al menos con un hombre que tuviera un paquete operativo.
Mejor que el sexo con Pete, el último tío al que había largado recientemente. El funcionaba perfectamente, pero el sexo, después de las primeras veces, se había convertido en rutinario.
Pete, de Corea, había sido el último de una cadena de amantes tabú que había mantenido en secreto a su extremadamente convencional familia. Para ellos, solamente los hombres chinos entraban en lo que consideraban como una cita que merecía la pena.
Para ella, la segunda generación canadiense y una __________ (TN) completamente moderna, la raza, la cultura y la religión eran aspectos irrelevantes. Solo quería un hombre que fuera inteligente y atractivo. Y mientras que alguno de los hombres asiáticos, aprobados por su familia, habían resultado unos conversadores estimulantes, ninguno de ellos le había dado a su manivela de arranque.
Y aquella manivela estaba volviéndose oxidada, después de un mes de desuso. Encontrarse en aquella habitación suponía al mismo tiempo estar en el cielo y en el infierno, para un chica tan sexualmente frustrada como ella.
Porque no hacía falta que un hombre requiriera esas dos cualidades aquella noche, solo le bastaba con que fuera atractivo. La gente de aquella habitación tenía una misión clara: elegir a los hombres que honrarían el próximo calendario de bomberos del distrito de Greater Vancouver. El orgullo cívico estaba en juego. Simplemente, Vancouver debía contener los hombres más calientes en su calendario.
Además, cuanto más atractivos fueran los hombres en cuestión, más compraría la gente el calendario y se recaudaría más dinero para la caridad, destinada al fondo de víctimas de incendios o los centros para personas con cáncer.
La música empezó otra vez, haciendo que la atención de __________ (TN) se dirigiera de nuevo al escenario, donde entraba el siguiente aspirante. Llevaba un uniforme de bombero, como lo había llevado al principio de su espectáculo la mayoría de aspirantes. Cuando se quitó el casco, ella vio que tenía el pelo rapado y canoso. Aunque, no cabía duda de que fuera guapo. Tomó una foto de él.
—Éste se parece más a lo que estamos buscando —dijo Ann, inclinándose hacia delante.
—Demasiado mayor —le gritó __________ (TN) .
—Lo suficientemente mayor como para saber cómo manejar la manguera —aportó Rosalie, haciendo que todas estallaran de risa.
Aquel hombre estaba bailando un tema de rock clásico con un movimiento sexy y vibrante. Se deshizo de su chaqueta voluminosa, revelando un chaleco de color blanco que se ajustaba a sus tensos músculos.
—Oh, sí —dijo Ann—, en ese cuerpo no hay nada de esteroides y apuesto a que el paquete de este tío está completamente operativo —se abanicó a sí misma con la mano.
— ¿Qué es lo que te pasa a ti con los tíos maduros? —le preguntó __________ (TN) .
—No tiene nada que ver con la edad, sino con apreciar la calidad —le devolvió Ann.
__________ (TN) estudió al hombre que llenaba las lentes de su cámara de fotos. No. Tiene que estar rozando los cuarenta. Para una mujer de veintitrés años como ella, aquel era definitivamente demasiado mayor.
Aun así, tenía que admitir que aquel zorro canoso era más atractivo que cualquier chiquillo de picha floja y muchos esteroides que había pisado el escenario. Y sabía cómo moverse. Mientras lo observaba, __________ (TN) sintió cómo su cuerpo temblaba al ritmo que marcaba su sexy movimiento. Apretó los muslos con fuerza, comprimiendo contra la quemadura de excitación que se elevaba entre ellos.
Vale, puede que solo echara a aquel zorro de su cama por tener el pelo canoso.
Cuando acabó el número, saltó sobre sus pies y se unió a sus amigas que aplaudían con fervor.
— ¡Mi consolador va a hacer montón de ejercicio físico esta noche! —les gritaba.
— ¡Sé exactamente a qué te refieres! —le contestó Ann.
Después __________ (TN) se subió a la silla, tiró hacia abajo de su minifalda vaquera y se giró para echar algunas fotos a la multitud. El club estaba abarrotado. La mayoría de las mujeres y algunos de los gays llevaban ropa brillante y desenfadada, y la luz hacía efectos interesantes con ella. Sin embargo más allá de lo superficial, ella esperó ser una fotógrafa lo suficientemente capacitada como para captar la vibración de energía sexual que había en el aire, el zumbido de la conversación excitada, el almizcle de calor y cientos de perfumes diferentes, colonias y cosmética variada.
Las mujeres jóvenes se habían agrupado en multitudes, aunque también había montones de hombres. Era divertido ver cómo los gays de West End, vestidos muy a la moda, codo a codo con corpulentos dandis que solo podían ser bomberos, animaban —o abucheaban— a los competidores.
La música sonó de nuevo y ella volvió a tomar asiento. Oh, aquello era diferente. El mismo tipo de hombre maduro, el mismo tipo de música clásica, pero este aspirante llevaba una máscara de zorro junto con el casco protocolario.
Un poquito más bajo que el resto de los hombres — ¿tal vez unos cinco centímetros menos del metro ochenta?— y más delgado, aquel hombre paseó lentamente hacia el centro del escenario y después, empezó a moverse, contoneándose dulcemente al ritmo de la música con un movimiento de caderas fascinante. Subió las manos y se deshizo del casco.
Sacudió la cabeza, y...
— ¡Oh, Dios mío! —gritó __________ (TN) —. ¡Es una mujer!
Un cabello largo y rojizo volaba por encima de sus hombros.
— ¡Sí, señor! —gritó la multitud, mientras las mujeres chillaban variaciones de « ¡Vamos, hermana!», y los chicos, los heterosexuales, empezaban a cantar « ¡Quítatelo todo!».
La mujer del escenario dedicó una amplia y sensual sonrisa mientras realizaba una atractiva escenografía al deshacerse del abrigo. Como el hombre del pelo canoso, llevaba un chaleco, pero el de ella era de color rosa, casi del mismo color que el top que llevaba __________ (TN) .
—Vaya —dijo Rina con admiración—; seguro que tiene un cuerpazo.
—Por supuesto que lo tiene —dijo Ann—. Los bomberos tienen que ser fuertes, si quieren sacar a la gente de edificios en llamas. Me encanta que las mujeres hagan ese trabajo.
—Seguro que los demás imbéciles le tienen envidia —dijo Rose. Ella, como __________ (TN) , apenas alcanzaba la talla B con un buen sujetador.
La candidata, con los pezones erectos bajo el ajustado top, definitivamente tendría una C de sujetador.
__________ (TN) prefirió no echar la foto, consciente de que aquella imagen acabaría seguro en alguna sección del periódico Georgia Straight. La mujer se quitó sus gigantescas botas y sus pantalones holgados para revelar unas mallas negras, que colgaban descuidadamente de los huesos de sus caderas.
Mientras lo hacía, dos hombres vestidos con uniformes de bombero llevaron algo al escenario y después desaparecieron tras la cortina.
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Comenten mas :( creo que a casi nadie le gusta. la sigo ?
NanixG
Re: Las reglas de la fantasia (joe y tu)
Sii Debes Seguirla......Enserioo...Seguro Vendran Mas Chicas...No te Preocupes...:D....Al Principio Es Haci..PEro No te desanimes...Aqui Estoy Yo :D
Invitado
Invitado
Re: Las reglas de la fantasia (joe y tu)
Pronto Vendran :D...Ademas Esta Incrible ;D
Invitado
Invitado
Re: Las reglas de la fantasia (joe y tu)
Nueva Lectora y fiel lectora :D
owwww..... esta genial :twisted:
siguela plisss x fisss no la dejes asiiii
sii noo ya me conoceras :caliente2:
no mentira jajajajajjaja :risa:
ahhhh... y me llamo nicol pero todos me dicen nicki :D
owwww..... esta genial :twisted:
siguela plisss x fisss no la dejes asiiii
sii noo ya me conoceras :caliente2:
no mentira jajajajajjaja :risa:
ahhhh... y me llamo nicol pero todos me dicen nicki :D
Nicole
Re: Las reglas de la fantasia (joe y tu)
Bienvenida Nicki :-) que bueno que te guste la nove :-)
NanixG
Re: Las reglas de la fantasia (joe y tu)
continuacion.....
Era un poste, asentado en una plataforma.
—Es una barra de descenso —gritó __________ (TN) —. Ahora, eso le daría una patada a cualquier hacha o manguera.
El público bramaba con aprobación, haciéndola imperceptible.
El volumen subió mientras la mujer enmascarada enrollaba y trenzaba su cuerpo contra el poste. Vaya, aquello era muy sexy.
Ah. ¿No había oído __________ (TN) que las lecciones de baile en una barra eran la nueva moda de las despedidas de soltera?
Genial. Otra idea más, y la investigación serían explosiva.
La mujer terminó su actuación y el público se puso de pie, gritando, pisando con fuerza el suelo, silbando lo suficientemente fuerte como para romperle a una los tímpanos.
— ¡Bien por ella! —Gritó Ann, aplaudiendo con firmeza—. Definitivamente se va a llevar un puesto en el calendario. Tienen que adorar la manera en la que ha reventado el estereotipo masculino.
La multitud se encontraba todavía aplaudiendo cuando las luces se apagaron y la mujer había salido del escenario. Gradualmente, el ruido fue apagándose pero el lugar aún estaba vibrando, incluso con más energía que antes.
—Un reto difícil de superar —comentó Rose.
—Sí. Pobre del que tenga que salir ahora —dijo __________ (TN) .
El escenario estaba todavía a oscuras.
—Este ha salido corriendo —dijo Rina.
La música empezó, pero no era del estilo que habían estado escuchando toda la noche, sino con un ritmo palpitante y agitado. Más que eso, se trataba solamente de un instrumento, un sonido que combinaba de alguna manera la tosquedad y la pureza. ¿No era eso un...?
—Saxofón —tuvo que gritar Rina, la sala se había vuelto tan silenciosa que incluso un susurro se hubiera distinguido—, también conocido como el instrumento atractivo, sensual y seductor —como música que era, conocía cualquier característica de un instrumento.
—Sexy—suspiró Rosalie en un aliento suave.
—Puedes decirlo otra vez —estuvo de acuerdo __________ (TN) mientras la música se colaba entre el silencioso aire. Aquella melodía le resultaba familiar, pero no conseguía descifrarla.
—«Summertime» —dijo Rina—, de Gershwin. Y es una interpretación maravillosa. Creo que quizás...
Ella se detuvo cuando, después de la primera pareja de barrotes, una luz se encendió. Más que el tipo de focos que se habían utilizado en los actos previos, este era un reflector de color azul y el escenario estaba... lleno de humo. Volutas de humo se enrollaban con el aire, de la misma manera que la música lo hacía.
— ¿Nieve carbónica? —Murmuró Ann—. Muy eficaz.
Entre el humo de color azul, paseaba un hombre ataviado con un traje. Nada de mangueras, ni hachas, ni ningún accesorio. Se quedó quieto un momento, levantando la cabeza mientras la música se filtraba por sus poros. Después, con movimientos leves, se quitó el casco, el abrigo, las botas y finalmente los pantalones.
El público suspiraba y murmuraba.
No llevaba ningún tipo de ropa interior impactante, pero era incluso más atractiva por su sutileza.
Llevaba unos calzoncillos clásicos completamente ajustados, un chaleco negro de noche y una pajarita negra. No llevaba camisa, lo que dejaba ver sus brazos bronceados con la cantidad justa de musculatura.
— ¡Echa una foto! —le ordenó Ann,
Mierda, __________ (TN) había estado tan ocupada mirando, que no había tomado ni una foto. Apresuradamente, levantó la cámara de fotos y echó unas pocas fotos de cuerpo entero, enfocando después directamente a su cara. Tenía rasgos firmes, ojos de color Verde vivo, un cabello castaño cobrizo claro con unas mechas doradas que capturaban la luz del lugar. Serio, sin sonreír ni flirtear con el público, como todos los demás habían hecho.
De hecho, era casi como si no fuera consciente del público que tenía delante. Como si estuviera solo, escuchando aquella sensual música, mientras las volutas de humo rodeaban su cuerpo.
El saxofón se volvió más grave, más intenso y la cabeza de aquel hombre se ladeó levemente. Después la parte superior de su cuerpo, al ritmo de la música. Y a continuación, dio un paso hacia delante y comenzó a bailar.
A bailar claqué.
Ella nunca había visto algo parecido. Llevaba unos zapatos de claqué, pero no los movía como hacía el hábil de Gene Kelly en Un Americano en París. No era el mismo tipo de sonido, ni siquiera del estilo celta Riverdance. Era un movimiento lento, casi arrastrando los pies, como si bailara blues. Y era muy, muy sexy.
Ella volvió a cerrar los muslos y a apretarlos. Aquel hombre era mucho más excitante que el hombre canoso.
El hombre del escenario podía dar un paso arrastrando los pies, con la cadera empujando adelante y hacia atrás y después hacer una especie de percusión atenuada con sus pasos, del talón a la punta. Su postura era perfecta, agraciada y fluida más que rígida, y sus brazos se movían sensualmente al lado contrario que sus piernas. A __________ (TN) le hacía pensar en un bailarín de tango con una compañera imaginaria.
Claqué, tango, blues... podía llamarse como una quisiera, pero era el baile más sexy que nunca se había creado.
— ¿Soy yo o es que hace calor aquí? —jadeó ella, desgarrada, con la mirada fija, hipnotizada y sin parar de echar fotos. Fotos magníficas, con el humo, la luz azul y aquel hombre.
—Es impresionante —suspiró Rina—. ¿No deseáis simplemente llevároslo a casa?
Llevarlo a casa para que hiciera un baile privado. Oh, sí. Definitivamente, no había nada que objetar...
Bueno, vale, no a casa, donde vivía ella con su familia anticuada. Pero a algún otro sitio, cualquier sitio en donde pudiera estar sola con él y cabalgar sobre ese precioso cuerpo.
Después de un minuto o dos de actuación, él se deshizo del chaleco y lo arrojó, donde acabó casualmente encima de la pila de ropa de bombero que había en el suelo.
Solo había una palabra posible para describir su torso. No, dos. ¡Madre mía!
Era un poste, asentado en una plataforma.
—Es una barra de descenso —gritó __________ (TN) —. Ahora, eso le daría una patada a cualquier hacha o manguera.
El público bramaba con aprobación, haciéndola imperceptible.
El volumen subió mientras la mujer enmascarada enrollaba y trenzaba su cuerpo contra el poste. Vaya, aquello era muy sexy.
Ah. ¿No había oído __________ (TN) que las lecciones de baile en una barra eran la nueva moda de las despedidas de soltera?
Genial. Otra idea más, y la investigación serían explosiva.
La mujer terminó su actuación y el público se puso de pie, gritando, pisando con fuerza el suelo, silbando lo suficientemente fuerte como para romperle a una los tímpanos.
— ¡Bien por ella! —Gritó Ann, aplaudiendo con firmeza—. Definitivamente se va a llevar un puesto en el calendario. Tienen que adorar la manera en la que ha reventado el estereotipo masculino.
La multitud se encontraba todavía aplaudiendo cuando las luces se apagaron y la mujer había salido del escenario. Gradualmente, el ruido fue apagándose pero el lugar aún estaba vibrando, incluso con más energía que antes.
—Un reto difícil de superar —comentó Rose.
—Sí. Pobre del que tenga que salir ahora —dijo __________ (TN) .
El escenario estaba todavía a oscuras.
—Este ha salido corriendo —dijo Rina.
La música empezó, pero no era del estilo que habían estado escuchando toda la noche, sino con un ritmo palpitante y agitado. Más que eso, se trataba solamente de un instrumento, un sonido que combinaba de alguna manera la tosquedad y la pureza. ¿No era eso un...?
—Saxofón —tuvo que gritar Rina, la sala se había vuelto tan silenciosa que incluso un susurro se hubiera distinguido—, también conocido como el instrumento atractivo, sensual y seductor —como música que era, conocía cualquier característica de un instrumento.
—Sexy—suspiró Rosalie en un aliento suave.
—Puedes decirlo otra vez —estuvo de acuerdo __________ (TN) mientras la música se colaba entre el silencioso aire. Aquella melodía le resultaba familiar, pero no conseguía descifrarla.
—«Summertime» —dijo Rina—, de Gershwin. Y es una interpretación maravillosa. Creo que quizás...
Ella se detuvo cuando, después de la primera pareja de barrotes, una luz se encendió. Más que el tipo de focos que se habían utilizado en los actos previos, este era un reflector de color azul y el escenario estaba... lleno de humo. Volutas de humo se enrollaban con el aire, de la misma manera que la música lo hacía.
— ¿Nieve carbónica? —Murmuró Ann—. Muy eficaz.
Entre el humo de color azul, paseaba un hombre ataviado con un traje. Nada de mangueras, ni hachas, ni ningún accesorio. Se quedó quieto un momento, levantando la cabeza mientras la música se filtraba por sus poros. Después, con movimientos leves, se quitó el casco, el abrigo, las botas y finalmente los pantalones.
El público suspiraba y murmuraba.
No llevaba ningún tipo de ropa interior impactante, pero era incluso más atractiva por su sutileza.
Llevaba unos calzoncillos clásicos completamente ajustados, un chaleco negro de noche y una pajarita negra. No llevaba camisa, lo que dejaba ver sus brazos bronceados con la cantidad justa de musculatura.
— ¡Echa una foto! —le ordenó Ann,
Mierda, __________ (TN) había estado tan ocupada mirando, que no había tomado ni una foto. Apresuradamente, levantó la cámara de fotos y echó unas pocas fotos de cuerpo entero, enfocando después directamente a su cara. Tenía rasgos firmes, ojos de color Verde vivo, un cabello castaño cobrizo claro con unas mechas doradas que capturaban la luz del lugar. Serio, sin sonreír ni flirtear con el público, como todos los demás habían hecho.
De hecho, era casi como si no fuera consciente del público que tenía delante. Como si estuviera solo, escuchando aquella sensual música, mientras las volutas de humo rodeaban su cuerpo.
El saxofón se volvió más grave, más intenso y la cabeza de aquel hombre se ladeó levemente. Después la parte superior de su cuerpo, al ritmo de la música. Y a continuación, dio un paso hacia delante y comenzó a bailar.
A bailar claqué.
Ella nunca había visto algo parecido. Llevaba unos zapatos de claqué, pero no los movía como hacía el hábil de Gene Kelly en Un Americano en París. No era el mismo tipo de sonido, ni siquiera del estilo celta Riverdance. Era un movimiento lento, casi arrastrando los pies, como si bailara blues. Y era muy, muy sexy.
Ella volvió a cerrar los muslos y a apretarlos. Aquel hombre era mucho más excitante que el hombre canoso.
El hombre del escenario podía dar un paso arrastrando los pies, con la cadera empujando adelante y hacia atrás y después hacer una especie de percusión atenuada con sus pasos, del talón a la punta. Su postura era perfecta, agraciada y fluida más que rígida, y sus brazos se movían sensualmente al lado contrario que sus piernas. A __________ (TN) le hacía pensar en un bailarín de tango con una compañera imaginaria.
Claqué, tango, blues... podía llamarse como una quisiera, pero era el baile más sexy que nunca se había creado.
— ¿Soy yo o es que hace calor aquí? —jadeó ella, desgarrada, con la mirada fija, hipnotizada y sin parar de echar fotos. Fotos magníficas, con el humo, la luz azul y aquel hombre.
—Es impresionante —suspiró Rina—. ¿No deseáis simplemente llevároslo a casa?
Llevarlo a casa para que hiciera un baile privado. Oh, sí. Definitivamente, no había nada que objetar...
Bueno, vale, no a casa, donde vivía ella con su familia anticuada. Pero a algún otro sitio, cualquier sitio en donde pudiera estar sola con él y cabalgar sobre ese precioso cuerpo.
Después de un minuto o dos de actuación, él se deshizo del chaleco y lo arrojó, donde acabó casualmente encima de la pila de ropa de bombero que había en el suelo.
Solo había una palabra posible para describir su torso. No, dos. ¡Madre mía!
NanixG
Re: Las reglas de la fantasia (joe y tu)
continuacion :-)
Era perfecto. Unos pectorales firmes, una desviación de vello castaño pegado a su cuerpo, señalando un abdomen Completamente plano. A ella le picaban los dedos por tocarlo.
Los calzoncillos se movían, humedecidos por el calor y colgando, mientras éste se contoneaba. __________ (TN) se acercó más con el zoom de su cámara de fotos. Vaya. Parecía que él también empezaba a excitarse.
¿Había dicho ella un cuerpo precioso? ¡Vaya un disparate más delicioso!
Ahora no eran solo sus dedos los que le picaban.
Se lamió los labios.
—No hay nada que funcione mal en el paquete de ese tío —le dijo a sus amigas.
Volvió a enfocarle la cara. Su expresión era intensa, concentrada. ¿Concentrada en qué?, ¿en el saxofón o en su propia excitación? Definitivamente no lo estaba en el público. Era como si no se hubiera dado cuenta de los cientos de personas cuya atención había atraído tan completamente. La multitud estaba en silencio ahora, pero como un susurro ocasional se escuchaba el roce de la ropa, el tintineo de los cubitos de hielo.
Era como si ninguna de aquellas personas lo molestara en absoluto.
De alguna manera, la compostura de aquel hombre, su distancia del público, era mucho más excitante que la lascivia impactante que los otros aspirantes habían representado.
Excitante.
Su tanga negra de seda estaba ya empapada y su clítoris le temblaba por la necesidad.
—Míster Febrero —anunció ella a sus amigas. No cabía duda sobre ello, el bailador de claqué blues, el chico del saxofón humeante, ganaría el puesto más codiciado.
—Todavía quedan seis por ver —murmuró Rosalie.
—No hace falta — ¿no lo había cogido Rose? Nadie podría superar a aquel hombre.
La música terminó y el foco azul se extinguió, haciendo que el público ahogara un grito. El bailarín se había ido.
Pero entonces la luz volvió a encenderse y ahí estaba, quieto, con las manos juntas, delante de él. ¿Escondiendo su erección quizás? Por primera vez estaba manteniendo contacto visual con el público, que empezó a gritar descontrolado. El sonrió —un tanto engreído. Algo... ¿aliviado? Definitivamente excitante—.
Joder, era un hombre atractivo.
Ella estaba atrapada en un cuerpo que ardía de lujuria y sabía que aquel bombero sería el hombre idóneo para rescatarla.
Sí, deseaba a aquel tipo. Deseaba aquellos excitantes y sudorosos músculos, deseaba su verga supremamente operativa. Deseaba que él se concentrara en ella tan intensamente como lo había hecho con la música, para excitarla incluso aún más, moviéndose dentro de ella de la manera en la que el saxofón lo hacía moverse a él.
Aquel pensamiento la hizo estremecerse de necesidad.
Era tan impropio de ella. Por supuesto que había conectado con una porción justa de hombres, ¡y no había nada tímido en ella cuando se trataba de sexo! Pero nunca había sentido ganas de entregarse de aquella manera con un completo extraño.
— ¡Quítatelo! —gritó una mujer, con su alta voz atravesando el murmullo de la multitud.
— ¡Siii! —animó __________ (TN) .
La sonrisa de aquel hombre se volvió más intensa. Dirigió las manos hacia la cinturilla de sus calzoncillos y jugueteó con el botón; y entonces más mujeres, y los hombres, empezaron a cantarle: « ¡Quítatelo!».
Parecía como si sus ojos estuvieran buscando algo en la multitud y __________ (TN) sintió cómo su azul brillante la atravesaba a ella, a Ann, a Rosalie y a Rina. Sus manos abandonaron la cintura y se dirigieron hacia el cuello. Se quitó la pajarita y la arrojó al público, directamente hacia el cuarteto.
— ¡Rose, cógela! —le ordenó Rina.
Rosalie, la más alta del grupo, la alcanzó. Otra chica entusiasta intentó empujarla y ambas dieron un traspié. La pajarita aterrizó limpiamente en las manos de __________ (TN) .
Riendo, __________ (TN) levantó las manos tan alto como pudo, mostrando su trofeo. Por un momento sus ojos se encontraron con los del hombre del escenario y este le hizo un guiño. Entonces la luz se apagó y esta vez él se fue definitivamente.
Le había guiñado un ojo. ¿Le habría lanzado la pajarita realmente a ella? __________ (TN) tenía el corazón acelerado. ¿La habría visto entre la multitud, seleccionándola? ¿Sería la pajarita una señal de que él también la deseaba?
No, aquello era una locura. Ella no había hecho nada para que él la deseara, al menos nada que se notara. Pero quizás, si se las ingeniaba para entrevistarle más tarde...
—Bel, siéntate —Ann estaba tirándole de la mano—. El próximo aspirante va a salir.
¿Más? ¿No debía acabar la velada con el mejor?
Ella se derrumbó sobre la silla, dándose cuenta de que le temblaban las piernas.
—De aquí en adelante, va a ir cuesta abajo —le dijo a las otras, mientras se ataba la pajarita alrededor del cuello. Ah. Estaba húmeda y olía a almizcle y a hombre.
Y su tanga, dentro de sus muslos, no podía estar más empapado.
El siguiente bombero era un timo, lo que no le venía mal, porque así su cuerpo podría relajarse un poco. Aquel tío era chino-canadiense y más o menos de la misma talla que la mujer que había bailado sobre la barra. Era guapo, pero no conseguía dar un paso que mereciera la pena.
—Odio criticar a los de mi misma raza —le dijo __________ (TN) a sus amigas—, pero los hombres asiáticos deberían limitarse a las artes marciales. Cuando se trata de bailar, son simplemente más débiles —le dedicó una mirada furtiva a Rosalie—. Y mientras me dedico a estereotipar, ¿tienes algún comentario sobre Emmet? —su amiga tenía una relación a distancia, por teléfono y por cibersexo con un americano que vivía en San Francisco.
Rosalie la miró con una sonrisa autocomplaciente.
—Oh, sí, Emmet tiene un sentido del ritmo increíble —le guiñó un ojo—, incluso cuando baila en el suelo.
—Muy bien, sigue así, restriéganoslo por la cara —le dijo Ann—. Eres la única de las cuatro que ha tenido buen sexo desde hace años.
—En realidad, necesitas salir con un chico para tener buen sexo —remarcó Rosalie—. Te pasas el día trabajando.
—Bel y yo salimos —dijo Rina—. Es simplemente que no tenemos tanto éxito como tú.
—Ya os llegará el día —dijo Rosalie despreocupadamente.
—Me gustaría llegar a ese día temprano antes que tarde, por favor —dijo __________ (TN) . Preferiblemente aquella misma noche, y con el chico del saxofón, no con su consolador. De alguna manera, aunque nunca lo hubiera hablado, su cuerpo ya lo conocía. Sabía que era el único hombre en la sala aquella noche que podría darle lo que ella necesitaba. Si alguna vez lograba ponerle las manos encima, tendría finalmente historias de sexo para rivalizar con las de Rose.
Una bonita fantasía, Bel, pensó ella, mientras dirigía la atención de vuelta al escenario. El problema es que nunca has tenido las agallas para seducir a un hombre como ese.
Mierda, siempre estaba contando alguna gran historia y se las arreglaba para persuadir a sus amigas de que estaba «ahí fuera» y que lo tenía todo bajo control. ¿Por qué no podía persuadirse a sí misma?
Siempre había incitado a las demás a sentirse más atrevidas, más libres y más cómodas con su sexualidad. Ya era hora de que escuchara sus propios consejos. No era precisamente como si hubiera acatado los valores tradicionales que su familia había intentado inculcarle.
Si deseaba un chico, era jodidamente capaz de ir tras él.
Un chico blanco con un trabajo peligroso. El encarnaba todo lo que su familia rechazaría. ¿Pero cuándo había sido eso un motivo para detenerla? De todas maneras, su gente no iba a enterarse de nada. Aunque ella pudiera pensar que estaban algo locos, nunca hubiera pensado en hacerles daño. En casa, ella era la hija responsable y respetuosa.
¿Pero realmente deseaba a aquel tío? Él atraía las miradas, pero no en profundidad.
No, atraía todas las miradas con un paquete muy impresionante que haría un trabajo excelente indagando en sus propias profundidades.
Era perfecto para una noche de su vida cuando su cuerpo estaba tan espitado y preparado para explotar.
¡Aprovecha la noche, nena! Mejor aún, aprovecha ese tío.
Las últimas actuaciones pasaron como una imagen borrosa.
Podía hacerlo, ¿podría de verdad? ¿Podría comportarse realmente de una manera tan valiente y extravagante? E incluso si conseguía dar el primer paso, ¿por qué iba elegirle él a ella? Ella era lo suficientemente bonita, pero había montones de mujeres en la sala. Y puede que a él le gustaran las rubias o las pelirrojas. O las altas, con un pecho prominente.
El último número acabó, y el aplauso se extinguió, mientras el público esperaba impacientemente. La presentadora, una mujer con un pecho exuberante encerrado en un corsé de cuero negro, salió al escenario.
—Amigos, concedednos cinco minutos y entonces anunciaremos los resultados.
—Se supone que ha de basarse en la duración e intensidad de un aplauso, ¿no es así? —preguntó Rina.
—Sí, dijeron que tenían algún tipo de aparato que medía los aplausos —le dijo __________ (TN) —. Obviamente los doce mejores tendrán los puestos en el calendario y el que más puntos consiga ocupará el mes de febrero.
— ¿Y no la portada? —preguntó Ann.
__________ (TN) negó con la cabeza.
—Eligen la portada de entre las fotos que se toman en la sesión fotográfica.
Rosalie le dio un codazo.
— ¿Vas a asistir a esa sesión fotográfica, Bel?
__________ (TN) sonrió entre dientes.
—Me lees el pensamiento. Ya he imaginado cómo montármelo para la segunda parte del artículo.
Riña suspiró.
—Oh, Dios, ¿podemos pasarnos nosotras también? —Miró después alrededor de la mesa—. Entonces, ¿a quién das tu voto? ¿Quién va a ganar el mes de febrero?
__________ (TN) acarició la pajarita que llevaba atada al cuello.
—Sin duda alguna.
—Estuvo genial —dijo Ann—, pero también me gustó mucho el hombre de pelo canoso. Había algo de calidad en él...
—La edad —dijo __________ (TN) rápidamente.
—Su experiencia —le contestó Ann—. Apuesto a que es el mejor amante de todo el grupo.
—De ninguna manera. Mi chico es el mejor amante.
— ¿Tu chico? —Ann arqueó una de sus cejas.
__________ (TN) sonrió. No estaba dispuesta a compartir sus planes con nadie, por si acaso fallaban. Pero si la suerte estaba de un parte esa noche, en la cena del siguiente lunes usurparía a Rosalie el puesto de reina de las historias excitantes.
— ¿Rose? —Preguntó Rina—. ¿A quién eliges tú?
—Como amante, ninguno de los dos podría compararle con Emmet.
Lo dijo como si no hubiera la más mínima duda en el mundo y __________ (TN) sintió una punzada de envidia en el pecho. Rose no hablaba solo de sexo, sino de amor. El sueño de toda mujer, un sueño al que ni siquiera __________ (TN) se había acercado lo suficiente como para experimentar.
—Sí, claro —dijo __________ (TN) con brusquedad—, ¿pero quién debería ganar la competición?
—Le doy mi voto a la mujer —dijo Rosalie—. Tiene más pelotas que todos esos tíos juntos. ¿Tú qué dices, Rina?
—Estoy hecha un lío. El hombre de Ann tiene clase y Rose, tienes razón sobre la valentía de la chica. Y realmente me encanta la música del chico de __________ (TN) y su estilo, sin mencionar aquellos maravillosos ojos verdes. Pero también me ha gustado el chico joven con el pelo Castaño y rizado. ¿No os apetecía simplemente coméroslo?
—Y además sin calorías —dijo __________ (TN) . Rina, que tenía un problema con la imagen que da un cuerpo, estaba obsesionada con lo que comía.
—Ah —Rina paseó la lengua alrededor de los labios y después dijo—: pensándolo mejor, prefiero que él me coma a mí.
Todavía estaban riendo a carcajadas cuando escucharon el sonido de un tambor y a la presentadora decir:
— ¡Ha llegado el momento que todos estabais esperando!
La multitud se giró, en masa, hacia el escenario.
—Nuestros doce ganadores son...
Ella dijo el primer nombre y el chico de cabello rizado de Rina salió al escenario con un aplauso —y abucheos, que tenían que venir de los otros bomberos rivales—.
—Definitivamente comestible —le dijo Ann a Rina.
La presentadora pronunció unos nombres más y entonces...
— ¡Te lo dije! —dijo Rosalie cuando la mujer de la barra salió triunfante al escenario.
—Y yo te lo dije —gritó Ann cuando el hombre del pelo canoso tomó su posición entre los demás.
__________ (TN) se estaba empezando a poner nerviosa. No porque tuviera duda alguna de quién iba a ser el vencedor, sino porque se estaba acercando su momento. ¿Podría seducirle? Un bombón de bombero como él debería tener montones de mujeres que se abalanzaran a sus brazos cada día. Y especialmente aquella noche.
Después hizo hacia atrás la silla. Joder, ella era una diminuta chica americana con una jodida cantidad de actitud y un arma secreta. No se dio por vencida: se hizo ver entre la gente, mientras se agarraba la pajarita y él le guiñó otra vez el ojo.
Cuando los diez hombres y la mujer estaban dispuestos en una línea encima del escenario, la presentadora dijo:
—Y ahora, el magnífico ganador, el más excitante de los excitantes, el propio Míster Febrero de Vancouver, ¡Joe Cullen, del parque de bomberos número 11!
El hombre del saxofón se había vuelto a poner el chaleco negro, pero esta vez desabrochado, y estaba sonriendo; parecía bombeado por el triunfo.
El público estaba saltando arriba y abajo, gritando, silbando y aplaudiendo. Abajo, justo delante y cerca del escenario, había un mar de mujeres y __________ (TN) estaba engullida por la multitud.
Pero cuando los ganadores empezaron a dejar el escenario, la gente empezó a apretujarse, suspirando y preparándose para salir de allí.
—Tengo que irme —dijo Ann—. He de levantarme temprano e irme a la oficina.
—Por supuesto que sí —le contestó Rosalie—. Es sábado, ¿qué otra cosa podrías hacer?
—Lo sé, no tengo vida social. No hace falta que me lo recuerdes —los ojos de color avellana de Ann se oscurecieron por un momento. Entonces, su expresión se iluminó—. Por lo menos, tendré sueños eróticos esta noche.
—Todas lo haremos —dijo Rina.
__________ (TN) , que anhelaba algo más que sexo en sus sueños, dijo:
—Pues yo tengo que hacerme camino hacia los camerinos y hacer alguna entrevista.
—Un trabajo duro, pero alguien tiene que hacerlo —bromeó Rosalie.
— ¿Necesitas que alguien te eche una mano? —preguntó Rina esperanzadamente.
—Hay ciertas cosas que una chica tiene que hacer por sí sola —le dijo __________ (TN) . Como por ejemplo, llevar a cabo la seducción perfecta.
Minutos más tarde, estaba dirigiéndose a través de la arremolinada multitud. Se metió en el lavabo de mujeres para refrescarse un poco y comprobar la batería de su móvil, que había apagado antes de que el espectáculo comenzara.
Estaba de suerte. No tenía ningún mensaje. Le había dicho a su familia que estaría trabajando y que llegaría tarde a casa, y nadie había llamado para comprobar que así fuera.
Cuando alcanzó por fin los bastidores, le dio un vuelco al corazón. Una docena de mujeres rodeaba a Joe Jonasy una de ellas, una pelinegro extremadamente atractiva y con unas curvas de escándalo, estaba abrazada a él, diciéndole lo maravilloso que había estado.
Si ese era el tipo de mujer que a él le gustaba, __________ (TN) estaba bien jodida.
Se detuvo cerca de la puerta, donde podía observar y escuchar y no era fácil que la vieran. Casualmente, levantó su cámara, enfocando a la pareja y a las fans que se agolpaban a su alrededor y disparó.
Míster Febrero realmente parecía avergonzado, lo que le resultaba algo mono y encantador.
—Sí, Alice —le dijo él—, ha estado bien y te debo todo el éxito.
Joder. Esa tenía que ser su novia y habría inspirado su actuación. Mierda, mierda, mierda. Parecía que después de todo __________ (TN) tendría que confiar en su consolador otra vez.
—Entonces, tendrás que pagarme hasta el último centavo —dijo animadamente la chica a su lado. Después, para la sorpresa de __________ (TN) , se despidió de una manera informal y se dirigió hacia la salida.
¿Estaba aquella tipa loca, dejando a su novio con ese paquete de devotas —mejor dicho de hambrientas, zorras—, babeando encima de él?
—Nos vemos la semana que viene —le dijo él.
Vaya. __________ (TN) hubiera jurado, por el abultamiento que había visto en sus pantalones cuando estaba en el escenario, que aquel tío se moría por triunfar, tanto como ella lo había deseado. Entonces, ¿esperaría él hasta la siguiente semana o había estado considerando ir a casa con una de sus babosas admiradoras?
Sería más bien lo último, por la manera en la que les echaba el ojo a las mujeres altas y teñidas que se agolpaban delante de él. ¿Tendría Joe Jonasalgún tipo de debilidad por las rubias?
No si realmente le había lanzado la pajarita a ella.
E incluso si no lo hubiera hecho, ¿podría ella persuadirle de las rubias el tiempo suficiente para que le diera justo lo que ella necesitaba tan gravemente?
¿Era inmoral intentarlo, sabiendo que ya tenía una novia?
¡Vaya! Ya estaba suponiendo demasiado. Alice podía ser simplemente una amiga, o incluso puede que alguien de su familia. No había parecido estar muy preocupada por irse, y Joe estaba obviamente preparándose para una proposición de una teñida.
Si iba a tirarse a alguien esa noche, ¿por qué demonios tenía que ser ella? Una mujer moderna va en busca de lo que ella quiere, ¿verdad?
Refunfuñando «Puedo hacer esto» bajo su pecho, expulsó hacia fuera cada centímetro de sus senos. Después, irguiéndose lo más recta que pudo como podía con sus tacones de dos centímetros, se dirigió hacia Joe, dispersando rubias, morenas y pelirrojas mientras forzaba su cuerpo entre los de ellas.
Se plantó justo enfrente de él y lo miró, hacia arriba, hasta alcanzar su mirada azul.
— __________ (TN) Swan, de Georgia Straight—levantó su cámara de fotos hacia él—. Estoy haciendo un artículo sobre el concurso para el calendario y usted, Sr. Cullen, es mi portada.
—Buena elección —dijo una de las admiradoras y las otras rieron.
—Necesito que me conceda una entrevista —le dijo __________ (TN) .
Una chica pequeña tenía que resaltar por ser bonita o por ser condenadamente autoritaria y __________ (TN) tenía ambos trucos en la manga. Con el abanico de bellezas que lo rodeaban, ser bonita no iba a ser lo suficientemente efectivo, así que les gritó a las otras chicas.
Era perfecto. Unos pectorales firmes, una desviación de vello castaño pegado a su cuerpo, señalando un abdomen Completamente plano. A ella le picaban los dedos por tocarlo.
Los calzoncillos se movían, humedecidos por el calor y colgando, mientras éste se contoneaba. __________ (TN) se acercó más con el zoom de su cámara de fotos. Vaya. Parecía que él también empezaba a excitarse.
¿Había dicho ella un cuerpo precioso? ¡Vaya un disparate más delicioso!
Ahora no eran solo sus dedos los que le picaban.
Se lamió los labios.
—No hay nada que funcione mal en el paquete de ese tío —le dijo a sus amigas.
Volvió a enfocarle la cara. Su expresión era intensa, concentrada. ¿Concentrada en qué?, ¿en el saxofón o en su propia excitación? Definitivamente no lo estaba en el público. Era como si no se hubiera dado cuenta de los cientos de personas cuya atención había atraído tan completamente. La multitud estaba en silencio ahora, pero como un susurro ocasional se escuchaba el roce de la ropa, el tintineo de los cubitos de hielo.
Era como si ninguna de aquellas personas lo molestara en absoluto.
De alguna manera, la compostura de aquel hombre, su distancia del público, era mucho más excitante que la lascivia impactante que los otros aspirantes habían representado.
Excitante.
Su tanga negra de seda estaba ya empapada y su clítoris le temblaba por la necesidad.
—Míster Febrero —anunció ella a sus amigas. No cabía duda sobre ello, el bailador de claqué blues, el chico del saxofón humeante, ganaría el puesto más codiciado.
—Todavía quedan seis por ver —murmuró Rosalie.
—No hace falta — ¿no lo había cogido Rose? Nadie podría superar a aquel hombre.
La música terminó y el foco azul se extinguió, haciendo que el público ahogara un grito. El bailarín se había ido.
Pero entonces la luz volvió a encenderse y ahí estaba, quieto, con las manos juntas, delante de él. ¿Escondiendo su erección quizás? Por primera vez estaba manteniendo contacto visual con el público, que empezó a gritar descontrolado. El sonrió —un tanto engreído. Algo... ¿aliviado? Definitivamente excitante—.
Joder, era un hombre atractivo.
Ella estaba atrapada en un cuerpo que ardía de lujuria y sabía que aquel bombero sería el hombre idóneo para rescatarla.
Sí, deseaba a aquel tipo. Deseaba aquellos excitantes y sudorosos músculos, deseaba su verga supremamente operativa. Deseaba que él se concentrara en ella tan intensamente como lo había hecho con la música, para excitarla incluso aún más, moviéndose dentro de ella de la manera en la que el saxofón lo hacía moverse a él.
Aquel pensamiento la hizo estremecerse de necesidad.
Era tan impropio de ella. Por supuesto que había conectado con una porción justa de hombres, ¡y no había nada tímido en ella cuando se trataba de sexo! Pero nunca había sentido ganas de entregarse de aquella manera con un completo extraño.
— ¡Quítatelo! —gritó una mujer, con su alta voz atravesando el murmullo de la multitud.
— ¡Siii! —animó __________ (TN) .
La sonrisa de aquel hombre se volvió más intensa. Dirigió las manos hacia la cinturilla de sus calzoncillos y jugueteó con el botón; y entonces más mujeres, y los hombres, empezaron a cantarle: « ¡Quítatelo!».
Parecía como si sus ojos estuvieran buscando algo en la multitud y __________ (TN) sintió cómo su azul brillante la atravesaba a ella, a Ann, a Rosalie y a Rina. Sus manos abandonaron la cintura y se dirigieron hacia el cuello. Se quitó la pajarita y la arrojó al público, directamente hacia el cuarteto.
— ¡Rose, cógela! —le ordenó Rina.
Rosalie, la más alta del grupo, la alcanzó. Otra chica entusiasta intentó empujarla y ambas dieron un traspié. La pajarita aterrizó limpiamente en las manos de __________ (TN) .
Riendo, __________ (TN) levantó las manos tan alto como pudo, mostrando su trofeo. Por un momento sus ojos se encontraron con los del hombre del escenario y este le hizo un guiño. Entonces la luz se apagó y esta vez él se fue definitivamente.
Le había guiñado un ojo. ¿Le habría lanzado la pajarita realmente a ella? __________ (TN) tenía el corazón acelerado. ¿La habría visto entre la multitud, seleccionándola? ¿Sería la pajarita una señal de que él también la deseaba?
No, aquello era una locura. Ella no había hecho nada para que él la deseara, al menos nada que se notara. Pero quizás, si se las ingeniaba para entrevistarle más tarde...
—Bel, siéntate —Ann estaba tirándole de la mano—. El próximo aspirante va a salir.
¿Más? ¿No debía acabar la velada con el mejor?
Ella se derrumbó sobre la silla, dándose cuenta de que le temblaban las piernas.
—De aquí en adelante, va a ir cuesta abajo —le dijo a las otras, mientras se ataba la pajarita alrededor del cuello. Ah. Estaba húmeda y olía a almizcle y a hombre.
Y su tanga, dentro de sus muslos, no podía estar más empapado.
El siguiente bombero era un timo, lo que no le venía mal, porque así su cuerpo podría relajarse un poco. Aquel tío era chino-canadiense y más o menos de la misma talla que la mujer que había bailado sobre la barra. Era guapo, pero no conseguía dar un paso que mereciera la pena.
—Odio criticar a los de mi misma raza —le dijo __________ (TN) a sus amigas—, pero los hombres asiáticos deberían limitarse a las artes marciales. Cuando se trata de bailar, son simplemente más débiles —le dedicó una mirada furtiva a Rosalie—. Y mientras me dedico a estereotipar, ¿tienes algún comentario sobre Emmet? —su amiga tenía una relación a distancia, por teléfono y por cibersexo con un americano que vivía en San Francisco.
Rosalie la miró con una sonrisa autocomplaciente.
—Oh, sí, Emmet tiene un sentido del ritmo increíble —le guiñó un ojo—, incluso cuando baila en el suelo.
—Muy bien, sigue así, restriéganoslo por la cara —le dijo Ann—. Eres la única de las cuatro que ha tenido buen sexo desde hace años.
—En realidad, necesitas salir con un chico para tener buen sexo —remarcó Rosalie—. Te pasas el día trabajando.
—Bel y yo salimos —dijo Rina—. Es simplemente que no tenemos tanto éxito como tú.
—Ya os llegará el día —dijo Rosalie despreocupadamente.
—Me gustaría llegar a ese día temprano antes que tarde, por favor —dijo __________ (TN) . Preferiblemente aquella misma noche, y con el chico del saxofón, no con su consolador. De alguna manera, aunque nunca lo hubiera hablado, su cuerpo ya lo conocía. Sabía que era el único hombre en la sala aquella noche que podría darle lo que ella necesitaba. Si alguna vez lograba ponerle las manos encima, tendría finalmente historias de sexo para rivalizar con las de Rose.
Una bonita fantasía, Bel, pensó ella, mientras dirigía la atención de vuelta al escenario. El problema es que nunca has tenido las agallas para seducir a un hombre como ese.
Mierda, siempre estaba contando alguna gran historia y se las arreglaba para persuadir a sus amigas de que estaba «ahí fuera» y que lo tenía todo bajo control. ¿Por qué no podía persuadirse a sí misma?
Siempre había incitado a las demás a sentirse más atrevidas, más libres y más cómodas con su sexualidad. Ya era hora de que escuchara sus propios consejos. No era precisamente como si hubiera acatado los valores tradicionales que su familia había intentado inculcarle.
Si deseaba un chico, era jodidamente capaz de ir tras él.
Un chico blanco con un trabajo peligroso. El encarnaba todo lo que su familia rechazaría. ¿Pero cuándo había sido eso un motivo para detenerla? De todas maneras, su gente no iba a enterarse de nada. Aunque ella pudiera pensar que estaban algo locos, nunca hubiera pensado en hacerles daño. En casa, ella era la hija responsable y respetuosa.
¿Pero realmente deseaba a aquel tío? Él atraía las miradas, pero no en profundidad.
No, atraía todas las miradas con un paquete muy impresionante que haría un trabajo excelente indagando en sus propias profundidades.
Era perfecto para una noche de su vida cuando su cuerpo estaba tan espitado y preparado para explotar.
¡Aprovecha la noche, nena! Mejor aún, aprovecha ese tío.
Las últimas actuaciones pasaron como una imagen borrosa.
Podía hacerlo, ¿podría de verdad? ¿Podría comportarse realmente de una manera tan valiente y extravagante? E incluso si conseguía dar el primer paso, ¿por qué iba elegirle él a ella? Ella era lo suficientemente bonita, pero había montones de mujeres en la sala. Y puede que a él le gustaran las rubias o las pelirrojas. O las altas, con un pecho prominente.
El último número acabó, y el aplauso se extinguió, mientras el público esperaba impacientemente. La presentadora, una mujer con un pecho exuberante encerrado en un corsé de cuero negro, salió al escenario.
—Amigos, concedednos cinco minutos y entonces anunciaremos los resultados.
—Se supone que ha de basarse en la duración e intensidad de un aplauso, ¿no es así? —preguntó Rina.
—Sí, dijeron que tenían algún tipo de aparato que medía los aplausos —le dijo __________ (TN) —. Obviamente los doce mejores tendrán los puestos en el calendario y el que más puntos consiga ocupará el mes de febrero.
— ¿Y no la portada? —preguntó Ann.
__________ (TN) negó con la cabeza.
—Eligen la portada de entre las fotos que se toman en la sesión fotográfica.
Rosalie le dio un codazo.
— ¿Vas a asistir a esa sesión fotográfica, Bel?
__________ (TN) sonrió entre dientes.
—Me lees el pensamiento. Ya he imaginado cómo montármelo para la segunda parte del artículo.
Riña suspiró.
—Oh, Dios, ¿podemos pasarnos nosotras también? —Miró después alrededor de la mesa—. Entonces, ¿a quién das tu voto? ¿Quién va a ganar el mes de febrero?
__________ (TN) acarició la pajarita que llevaba atada al cuello.
—Sin duda alguna.
—Estuvo genial —dijo Ann—, pero también me gustó mucho el hombre de pelo canoso. Había algo de calidad en él...
—La edad —dijo __________ (TN) rápidamente.
—Su experiencia —le contestó Ann—. Apuesto a que es el mejor amante de todo el grupo.
—De ninguna manera. Mi chico es el mejor amante.
— ¿Tu chico? —Ann arqueó una de sus cejas.
__________ (TN) sonrió. No estaba dispuesta a compartir sus planes con nadie, por si acaso fallaban. Pero si la suerte estaba de un parte esa noche, en la cena del siguiente lunes usurparía a Rosalie el puesto de reina de las historias excitantes.
— ¿Rose? —Preguntó Rina—. ¿A quién eliges tú?
—Como amante, ninguno de los dos podría compararle con Emmet.
Lo dijo como si no hubiera la más mínima duda en el mundo y __________ (TN) sintió una punzada de envidia en el pecho. Rose no hablaba solo de sexo, sino de amor. El sueño de toda mujer, un sueño al que ni siquiera __________ (TN) se había acercado lo suficiente como para experimentar.
—Sí, claro —dijo __________ (TN) con brusquedad—, ¿pero quién debería ganar la competición?
—Le doy mi voto a la mujer —dijo Rosalie—. Tiene más pelotas que todos esos tíos juntos. ¿Tú qué dices, Rina?
—Estoy hecha un lío. El hombre de Ann tiene clase y Rose, tienes razón sobre la valentía de la chica. Y realmente me encanta la música del chico de __________ (TN) y su estilo, sin mencionar aquellos maravillosos ojos verdes. Pero también me ha gustado el chico joven con el pelo Castaño y rizado. ¿No os apetecía simplemente coméroslo?
—Y además sin calorías —dijo __________ (TN) . Rina, que tenía un problema con la imagen que da un cuerpo, estaba obsesionada con lo que comía.
—Ah —Rina paseó la lengua alrededor de los labios y después dijo—: pensándolo mejor, prefiero que él me coma a mí.
Todavía estaban riendo a carcajadas cuando escucharon el sonido de un tambor y a la presentadora decir:
— ¡Ha llegado el momento que todos estabais esperando!
La multitud se giró, en masa, hacia el escenario.
—Nuestros doce ganadores son...
Ella dijo el primer nombre y el chico de cabello rizado de Rina salió al escenario con un aplauso —y abucheos, que tenían que venir de los otros bomberos rivales—.
—Definitivamente comestible —le dijo Ann a Rina.
La presentadora pronunció unos nombres más y entonces...
— ¡Te lo dije! —dijo Rosalie cuando la mujer de la barra salió triunfante al escenario.
—Y yo te lo dije —gritó Ann cuando el hombre del pelo canoso tomó su posición entre los demás.
__________ (TN) se estaba empezando a poner nerviosa. No porque tuviera duda alguna de quién iba a ser el vencedor, sino porque se estaba acercando su momento. ¿Podría seducirle? Un bombón de bombero como él debería tener montones de mujeres que se abalanzaran a sus brazos cada día. Y especialmente aquella noche.
Después hizo hacia atrás la silla. Joder, ella era una diminuta chica americana con una jodida cantidad de actitud y un arma secreta. No se dio por vencida: se hizo ver entre la gente, mientras se agarraba la pajarita y él le guiñó otra vez el ojo.
Cuando los diez hombres y la mujer estaban dispuestos en una línea encima del escenario, la presentadora dijo:
—Y ahora, el magnífico ganador, el más excitante de los excitantes, el propio Míster Febrero de Vancouver, ¡Joe Cullen, del parque de bomberos número 11!
El hombre del saxofón se había vuelto a poner el chaleco negro, pero esta vez desabrochado, y estaba sonriendo; parecía bombeado por el triunfo.
El público estaba saltando arriba y abajo, gritando, silbando y aplaudiendo. Abajo, justo delante y cerca del escenario, había un mar de mujeres y __________ (TN) estaba engullida por la multitud.
Pero cuando los ganadores empezaron a dejar el escenario, la gente empezó a apretujarse, suspirando y preparándose para salir de allí.
—Tengo que irme —dijo Ann—. He de levantarme temprano e irme a la oficina.
—Por supuesto que sí —le contestó Rosalie—. Es sábado, ¿qué otra cosa podrías hacer?
—Lo sé, no tengo vida social. No hace falta que me lo recuerdes —los ojos de color avellana de Ann se oscurecieron por un momento. Entonces, su expresión se iluminó—. Por lo menos, tendré sueños eróticos esta noche.
—Todas lo haremos —dijo Rina.
__________ (TN) , que anhelaba algo más que sexo en sus sueños, dijo:
—Pues yo tengo que hacerme camino hacia los camerinos y hacer alguna entrevista.
—Un trabajo duro, pero alguien tiene que hacerlo —bromeó Rosalie.
— ¿Necesitas que alguien te eche una mano? —preguntó Rina esperanzadamente.
—Hay ciertas cosas que una chica tiene que hacer por sí sola —le dijo __________ (TN) . Como por ejemplo, llevar a cabo la seducción perfecta.
Minutos más tarde, estaba dirigiéndose a través de la arremolinada multitud. Se metió en el lavabo de mujeres para refrescarse un poco y comprobar la batería de su móvil, que había apagado antes de que el espectáculo comenzara.
Estaba de suerte. No tenía ningún mensaje. Le había dicho a su familia que estaría trabajando y que llegaría tarde a casa, y nadie había llamado para comprobar que así fuera.
Cuando alcanzó por fin los bastidores, le dio un vuelco al corazón. Una docena de mujeres rodeaba a Joe Jonasy una de ellas, una pelinegro extremadamente atractiva y con unas curvas de escándalo, estaba abrazada a él, diciéndole lo maravilloso que había estado.
Si ese era el tipo de mujer que a él le gustaba, __________ (TN) estaba bien jodida.
Se detuvo cerca de la puerta, donde podía observar y escuchar y no era fácil que la vieran. Casualmente, levantó su cámara, enfocando a la pareja y a las fans que se agolpaban a su alrededor y disparó.
Míster Febrero realmente parecía avergonzado, lo que le resultaba algo mono y encantador.
—Sí, Alice —le dijo él—, ha estado bien y te debo todo el éxito.
Joder. Esa tenía que ser su novia y habría inspirado su actuación. Mierda, mierda, mierda. Parecía que después de todo __________ (TN) tendría que confiar en su consolador otra vez.
—Entonces, tendrás que pagarme hasta el último centavo —dijo animadamente la chica a su lado. Después, para la sorpresa de __________ (TN) , se despidió de una manera informal y se dirigió hacia la salida.
¿Estaba aquella tipa loca, dejando a su novio con ese paquete de devotas —mejor dicho de hambrientas, zorras—, babeando encima de él?
—Nos vemos la semana que viene —le dijo él.
Vaya. __________ (TN) hubiera jurado, por el abultamiento que había visto en sus pantalones cuando estaba en el escenario, que aquel tío se moría por triunfar, tanto como ella lo había deseado. Entonces, ¿esperaría él hasta la siguiente semana o había estado considerando ir a casa con una de sus babosas admiradoras?
Sería más bien lo último, por la manera en la que les echaba el ojo a las mujeres altas y teñidas que se agolpaban delante de él. ¿Tendría Joe Jonasalgún tipo de debilidad por las rubias?
No si realmente le había lanzado la pajarita a ella.
E incluso si no lo hubiera hecho, ¿podría ella persuadirle de las rubias el tiempo suficiente para que le diera justo lo que ella necesitaba tan gravemente?
¿Era inmoral intentarlo, sabiendo que ya tenía una novia?
¡Vaya! Ya estaba suponiendo demasiado. Alice podía ser simplemente una amiga, o incluso puede que alguien de su familia. No había parecido estar muy preocupada por irse, y Joe estaba obviamente preparándose para una proposición de una teñida.
Si iba a tirarse a alguien esa noche, ¿por qué demonios tenía que ser ella? Una mujer moderna va en busca de lo que ella quiere, ¿verdad?
Refunfuñando «Puedo hacer esto» bajo su pecho, expulsó hacia fuera cada centímetro de sus senos. Después, irguiéndose lo más recta que pudo como podía con sus tacones de dos centímetros, se dirigió hacia Joe, dispersando rubias, morenas y pelirrojas mientras forzaba su cuerpo entre los de ellas.
Se plantó justo enfrente de él y lo miró, hacia arriba, hasta alcanzar su mirada azul.
— __________ (TN) Swan, de Georgia Straight—levantó su cámara de fotos hacia él—. Estoy haciendo un artículo sobre el concurso para el calendario y usted, Sr. Cullen, es mi portada.
—Buena elección —dijo una de las admiradoras y las otras rieron.
—Necesito que me conceda una entrevista —le dijo __________ (TN) .
Una chica pequeña tenía que resaltar por ser bonita o por ser condenadamente autoritaria y __________ (TN) tenía ambos trucos en la manga. Con el abanico de bellezas que lo rodeaban, ser bonita no iba a ser lo suficientemente efectivo, así que les gritó a las otras chicas.
NanixG
Re: Las reglas de la fantasia (joe y tu)
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—Ahora, y sola, si no os importa, señoritas.
Ellas la miraron con incertidumbre y después dirigieron los ojos a Joe para ver cómo reaccionaba éste.
Estaba mirando a __________ (TN) ; parecía perplejo.
Vale, puede que perplejo fuera mejor que totalmente cabreado. Tendría que intentar su arma secreta. Incluso si él prefería las rubias, era raro el hombre que no respondía a su cabello.
Las mujeres suelen tener un pelo impresionante, pero __________ (TN) sabía que el suyo, sin discusión alguna, era el mejor. Esa era la razón por la que nunca lo tintaba o lo peinaba de una manera especial, simplemente lo dejaba a su aire. Crecía casi hasta su cintura y se veía brillante y resplandeciente cuando movía la cabeza.
Metió la cámara de fotos dentro de su bolsa de color rosa, mientras preparaba sus armas de seducción más personales.
Joe frunció el ceño a la mujer que estaba intentando arruinarle la noche. Había estado condenadamente seguro de que la escandinava con el pelo rubio blanco y aquellos apetitosos senos que se le salían de la camiseta estaba lista y deseando cabalgar un rato.
¿Y ahora una nena del tamaño de una pinta que había agarrado su pajarita quería hacerle una entrevista? ¿De dónde demonios habría salido?
Era divertido: ella medía casi la mitad de él y aun así no parecía intimidada ni lo más mínimo. Allí estaba ella, erguida, bonita y arrogante mientras las otras chicas se retiraban, con las palmas de las manos firmemente sobre las caderas. No era su tipo. A él le gustaban las chicas rubias y con muchas curvas. De todas maneras, había algo en aquella chica.
Él miró hacia abajo y empezó a hacer un leve inventario. Sus pies lo hacían sonreír. Tenían que ser de la talla 35, las uñas estaban pintadas de rosa y las sandalias estaban decoradas con todo tipo de accesorios brillantes. Aunque, eran unos pies bonitos, que culminaban en unos tobillos preciosos y unas piernas esbeltas que quedaban expuestas hasta la mitad del muslo, donde desaparecían bajo una minifalda de la talla de un pañuelo.
¿Qué era lo que llevaba bajo aquella camiseta?
¿Por qué le importaba tanto? Ni siquiera era el tipo de mujer que a él le gustaba.
Excepto porque su verga estaba hinchada. Había empezado a resurgir un poco con el intercambio bromista que había hecho con la escandinava y sus amigas, pero ahora está definitivamente despierta y muy interesada.
Incluso más mientras golpeaba con la mirada el trocito de carme suave entre su falda corta y sobre su top de color rosa. Dios, tenía una piel magnífica. Y, oh, mierda, aquello lo dejo fuera de combate, su ombligo lucía una gema brillante de color rosa.
Su mirada fascinada se movía sobre sus delicadas curvas, deleitándose con más de su increíble piel, la pajarita que llevaba al cuello la hacía parecer una diminuta conejita de Playboy.
Comestible. Definitivamente comestible. Al menos, eso era lo que su pene le estaba diciendo en aquel momento.
Cuando le alcanzó la cara con la mirada, se encontró con una de sus cejas arqueada.
¿Y la entrevista? —le dijo ella.
¿Entrevista? Aquella palabra necesitó unos segundos para ser procesada. De acuerdo. No era una conejita, era periodista.
— ¿ __________ (TN) Swan? —insistió ella—. ¿Georgia Straight?
Las otras mujeres que habían corrido a toda prisa hacia los bastidores habían dejado claro que querían juguetear y ligar y probablemente incluso irse a casa con él. Esta quería ponerlo en la portada de un periódico comunitario, lo que puede que resultara más que bochornoso.
Pero era esa mujer a la que deseaba.
Sus labios se tensaron y después ella dejó caer la cabeza y una cascada de cabello negro y brillante cayó colgando sobre uno de sus hombros, con un movimiento delicado. Resplandecía bajo la luz artificial, abanicado por el aire, y después aterrizó suavemente, escondiendo uno de sus senos. El tiempo se detuvo.
Después ella meneó la cabeza de un lado a otro y el pelo, una cortina hipnotizadora, lo abanicó una vez más y se deslizó lentamente en su lugar.
¿Quién le hubiera dicho que el cabello de una mujer le pudiera resultar tan excitante?
Joe se dio cuenta de que estaba jadeando, de que el corazón le bombeaba con fuerza y deseó enterrar las manos, la cara, la verga dentro de aquel montón de cabello espléndido.
— ¿Entonces? —le dijo ella.
—Joder, sí.
Sus ojos marrones se abrieron de par en par y él se dio cuenta de lo que acababa de decir.
—Lo siento, quiero decir, sí, haré encantado la entrevista —cualquier cosa que le permitiera pasar algo de tiempo con ella.
—Pero, Joe... —el gemido vino de la escandinava, la única con la que él había planeado ir a casa y practicar algo de lenguaje corporal internacional, pero por ahora no podía dedicarle ni una mirada. La chica había ganado, no había duda de eso.
—Ya nos veremos —le dijo él.
Con murmullos y miradas desagradables, ella y sus amigas se alejaron, dejándole con __________ (TN) Swan.
—Hola —le dijo él—, soy Joe Cullen.
Ella levantó de nuevo una de sus cejas.
—Ya lo sé, Míster Febrero.
—Oh, sí, claro —Dios, estaba saliendo mal parado como si fuera tonto.
Estaba intentando buscar algo ingenioso que decir, cuando una de aquellas bestias le dio un golpe en el hombro, haciéndole perder el equilibrio. Escuchó las palabras « ¡Eh, muy bien, meón!» mientras se tambaleaba hacia __________ (TN) .
Él la atrapó en un abrazo de oso, desesperado por recuperar el equilibrio. Aplastaría a aquella chica, si se caía encima de ella.
Una mano carnosa le sujetó el hombro, estabilizándole pero él no se apartó de __________ (TN) . Era tan pequeña, sus huesos tan delicados. Aun así, no parecía frágil. Tenía un sentido de fortaleza, de vitalidad, como una fuerza interior mayor que el cuerpo que la encerraba.
Ella lo hacía sentir condenadamente bien, con la cara enterrada contra su pecho, con su pelo largo y sedoso cayéndole en cascada sobre los brazos desnudos.
Oh, mierda, estaba empapándola con su sudor. Iba a pensar que era un cerdo.
—Mimoso, ¿vas a dejar de comportarte así con la chica?—era su lugarteniente, Bulldog Spievak y maldito sea, por tener que utilizar aquel absurdo mote.
Con desgana, Joe liberó a que dio un pequeño paso hacia atrás. Estaba preguntándose si debía presentársela a su lugarteniente y, mientras esperaba otro de sus comentarios groseros, __________ (TN) habló:
— ¿Mimoso? —le preguntó ella, arqueando ambas cejas a la vez. Ella miró hacia abajo, más allá de su cinturón.
Mierda. Ella pensaba que era una especie de blandengue. —Soy novato en el parque de bomberos —le dijo con determinación—, así que tienen que ponerme un jodido mote. ¿Recuerdas ese anuncio de pañuelos antiguo, el suave y pequeño Scottex?
Sus labios se curvaron.
—Te... mima —dijo ella, con la voz ronca. De alguna manera, las palabras que los chicos habían utilizado para reírse de él ahora tenían una connotación sexy.
Mimar. Mamar. Mamada. Aquella bonita boca atrapándole, con su suave cabello sobre su vientre.
Ella se movió hacia delante y se estiró todo lo que pudo, con las manos agarrándole los hombros para que pudiera recuperar el equilibrio y con sus senos rozándole. Sus ojos centellearon con el brillo de su pajarita que le recordaba tanto al sexo.
Quería cogerla, ponerla en el suelo y deshacerse de su ropa. Pero en lugar de eso, se inclinó hacia ella para recibir su susurro mientras ella le decía:
—Definitivamente no tan suavecito ahora.
Dios, había metido la pata y estaba empeorando. Y sus pezones, que parecían capullos duros presionando contra él, también le recordaban al sexo, de una manera inconfundible.
— ¿Lugarteniente? —envió una mirada suplicante en dirección al hombre cuya testarudez le había dado aquel horrible mote, esperando por una vez que le concediera un descanso.
—Los chicos os invitarán a una cerveza —Spievak estaba riendo cuando se dio la vuelta—. Puede que sea la última vez que te hagan una oferta como esa, pero supongo que ya tienes una oferta mejor, cabronazo.
__________ (TN) , todavía colgando de los hombros de Joe, sonreía levemente. Después, mientras el lugarteniente se retiraba, ella se liberó y dio un paso hacia atrás.
— ¿Cabronazo? —le preguntó ella—. ¿Otro mote, quizás?
—Es como ellos llaman a los polluelos. Los novatos.
Ella asintió, con los ojos brillantes ahora, pero bajo aquel resplandor había todavía un fuego encerrado.
—Lo siento —murmuró él con cautela. ¿Estaba insinuándose aquella chica o no?—. Debería haberle dicho que era una entrevista.
— ¿Es eso lo que es?
—Ah, bueno, tú dijiste...
—Sí, estoy haciendo un artículo y sí, también necesito una entrevista —se echó para atrás, estudiándole, con los ojos entrecerrados—. Quiero preguntarte una cosa.
Demasiado mal. Parecía como si quisiera hacer negocios con él.
—De acuerdo.
Ella se agarró la pajarita que llevaba anudada a la garganta.
— ¿Me lanzaste esto a mí?
Si él hubiera sabido que surgiría aquella especie de chispa entre ellos, no cabe duda de que así lo hubiera hecho.
No le gustaba la mentira, ni mucho menos para llevarse a una mujer a la cama.
—Me alegra que fueras tú quien la cogiera, pero no. Estaba dirigida a la rubia alta con el pelo ondulado.
—Rosalie. Ya está cogida —hizo una pausa—. Te juntan las rubias, ¿verdad?
—Supongo —se encogió de hombros—. Joder. Soy un hombre. Me gustan las mujeres. Las mujeres bonitas. Altas, bajas. Rubias, morenas o pelirrojas.
—Y yo soy una mujer. Entonces, ¿esa erección es debida a mí específicamente o es por cualquier mujer?
Oh, mierda. ¿Qué se suponía que tenía que contestarle ahora? Puede que fuera hora de replantearse la política de la no mentira.
No. Incluso si eso le costaba una noche de sexo.
—Vale, sí, esta erección es por tu culpa, y por las uñas de tus pies de color rosa, y por ese bonito piercing que llevas en el ombligo, y por ese cabello —él cerró los ojos, imaginado un remolino de brillante y sedoso pelo contra su cuerpo desnudo, y su pene se agitó-—. Dios, ese cabello. Pero la verdad es que puede que esta noche cualquier mujer lo hubiera conseguido.
—Ya estabas excitado cuando saliste a bailar al escenario con aquella música.
Coño, no se le escapaba ni una. Podía sentir cómo se le enrojecían las mejillas.
—La música del saxofón me hace pensar en el sexo. Me meto dentro de la música y... ocurre así. Pensaba... quiero decir, llevo calzoncillos negros —aunque el sudor le había hecho que se adhirieran bastante a su cuerpo—. ¿Se notaba mucho? — ¿Lo había visto todo el puto mundo en aquella sala?
Ella negó con la cabeza.
—Estaba en la primera fila, justo enfrente de ti, y tenía el zoom en la cámara de fotos y... bueno, estaba mirando.
—Oh —había estado mirando. Directamente a su ingle. ¡Joder, todavía le quedaba algo de esperanza!
—Me excitó a mí también —le dijo ella, devolviendo a sus ojos aquel fuego suave—, la música, el baile. Tú, excitándote —levantó la cabeza—. Tú. Tú me excitaste —levantó la mano y la dirigió hacia su pelo, recorriéndolo lenta y sensualmente por lo que otra vez caía, abanicándola y haciéndola brillar—. Me ha puesto bastante húmeda.
Húmeda. Bajo aquella minifalda, ella se había puesto húmeda por él. Quizás todavía lo estuviera.
—Tú te pusiste duro —le dijo ella, mientras su mirada daba un caliente toque a través de su bragueta. Ella se lamió sus suaves y rosados labios con la punta de la lengua y los ojos le brillaron—, y yo me puse húmeda.
La manera en la que sus labios pronunciaban la palabra «húmeda» era la cosa más excitante que nunca había oído.
—Duro y húmedo son palabras que pegan muy bien —le dijo ella en un susurro sin aliento—, ¿no crees?
¿Creer? Como si pudiera creer en algo en ese momento, cuando su verga estaba a punto de saltar de sus calzoncillos. Cuando sus pezones parecían bolitas bajo aquella camiseta y sus ojos le decían: «Sexo, ahora».
Joe la cogió de la mano y tiró de ella hacia la salida.
Capítulo 2
__________ (TN) apenas podía tomar aliento mientras se batía por seguir a Joe. La mochila que llevaba colgando de un brazo le golpeaba la cadera con cada paso. Su cadera... no quería imaginarse los golpes que recibía la cámara de fotos dentro de la bolsa. ¿Pero a quién le importaba? Lo había conseguido. ¡Había seducido al bombero más sexy de Vancouver!
Él tiraba de ella a través de una pesada puerta de salida y fueron al exterior, donde acabaron en un descansillo sobre un corto tramo de escalones aglutinados que llevaban hacia un callejón. No es que fuera el lugar más romántico del mundo, ¿hacia dónde pretendía llevarla?
Dos escalones antes de llegar abajo, Joe se detuvo, haciendo uno de esos sonidos aplastantes y amenazantes que sólo un hombre puede hacer, diciendo «Joder», y se dio la vuelta para mirarla a la cara.
La expresión de su cara le dijo que el lugar, y por lo tanto el romanticismo, era lo último en lo que estaba pensando. Sexo. Quería sexo sin tapujos, en ese preciso momento.
Ella dejó en el suelo su mochila y empezó a preocuparse por la diferencia de altura —él le sacaba más de una cabeza—, cuando de repente este resolvió el problema. La agarró de la cintura y la levantó. Automáticamente, ella rodeó con las manos su cuello y lo abrazó. Su falda estaba por encima de sus caderas y sus piernas colgaban alrededor de él mientras él le cubría su trasero, sosteniéndola con seguridad.
No era solamente fuerte, sino también bastante eficiente.
Ella lo miró, un poco aturdida, y él bajó los labios hacia los suyos. ¡Dios!
Tenía la lengua dentro de su boca. ¿Cómo había pasado todo eso? ¿Cómo podía sentirse tan bien?
Lengua, verga... su cuerpo respondió de la misma manera desde el primer hasta el segundo roce, cada golpe de su lengua hacía que su vulva temblara de necesidad.
Hambrienta, ella lamió su dulce lengua, bailando con ella hasta que la retiró y después volvió hacia su boca, buscando tomar la delantera de nuevo. Ella se deslizó las manos por el pelo, sostuvo la cabeza y la levantó justo hasta donde ella quería para profundizar el beso. Más y más intenso, beso tras beso.
Hasta que tuvo que retirarse un momento, para respirar. Ella miró a Joe y este le devolvió la mirada. Él también estaba jadeando, con su torso desnudo levantándose bajo su chaleco abierto. Ella quería lamerle el torso, todo él. Después tendría tiempo para tomar aliento. Él estaba inclinado contra el pasamano de metal que corría por la escalera y no parecía ni siquiera sentir su peso. El pesado tejido vaquero de su minifalda se arremolinaba entre ellos, manteniendo las partes inferiores de sus cuerpos separadas. Ella deseaba poder quitársela, colocarse para levantarla incluso más...
Oh, sí, él lo había hecho. Había ajustado su abrazo de tal manera que había podido presionar contra ella, dirigiendo su erección hacia la entrepierna húmeda de sus braguitas.
Ella le devolvió el empujón, colgando los pies sobre el pasamano, detrás de él y usándolo como palanca. Se frotaba contra él como una gata buscando calor. Más o menos lo que ella era.
¿Pero se había sentido alguna vez una gata tan desesperada por una verga?
Ella echó la cabeza hacia atrás, observando el cielo levemente estrellado de una noche calurosa de agosto y cerró los ojos, dejando que todo su ser se concentrara solamente en la necesidad entre sus piernas. Ella deseaba sentirle dentro de su cuerpo, pero estaba tan excitada que incluso aquel estímulo, a través de su ropa, podría ser casi suficiente. Lo sentía duro y grueso bajo aquellos calzoncillos. Y la tela era tan fina, que aun así producía una deliciosa fricción. La tensión de su cuerpo se acumulaba con cada una de sus caricias que iba de arriba a abajo.
Él la estaba ayudando, le sujetaba el trasero y la levantaba, adaptándose a su propio ritmo y mejorándolo con su contribución.
—Oh, sí, Joe —jadeó ella—, justo así.
-Tómame —le gimió él—. Toma todo lo que necesites de mí.
-Yo... —a ella se le acababan las palabras, a medida que su orgasmo hacía acto de presencia. Todo lo que ella necesitaba era...
— ¡Pero hazlo rápido!
Y él le dio exactamente lo que necesitaba, tirando de ella contra su cuerpo mientras sus embestidas se volvían más intensas justamente en el ángulo correcto, encontrando infaliblemente su humedecido clítoris. Entonces, ella remontó, cayó, se desplomó, voló y —oh, Dios mío— gritó su placer dentro de un callejón en el corazón del centro de Vancouver.
Ella enterró la cara en su hombro, algo avergonzada, asustada, preocupada de que sus gritos hubieran alertado a alguien que fuera a arruinarles el momento.
— __________ (TN) , tengo que... —bruscamente, él se retiró, justo en el momento en el que ella se deleitaba con el calor que venía después de la explosión, sintiendo la tensa piel de sus músculos, el almizcle de su sudor masculino.
—No —protestó ella mientras él la dejaba sobre uno de los escalones de hormigón, donde ella se balanceó con las piernas temblorosas. Ella se agarró al pasamano para sostenerse en pie, se bajó la falda y lo miró.
Fue una mirada en vano porque él no la estaba mirando. Tenía los ojos cerrados y la cara agarrotada. De hecho, parecía que cada músculo de su cuerpo quedaba agarrotado. Estaba inclinándose hacia atrás, agarrándose al pasamano con las manos, como si toda su vida dependiera de aquello.
Y entonces, ella lo entendió todo. Estaba a punto de alcanzar el orgasmo.
Por la saciedad que le provocaba aquello, ella se excitó de nuevo casi inmediatamente.
Joe sintió cómo unas uñas se le clavaban en el vientre, y después, dos dedos se deslizaban dentro de la cinturilla de sus calzoncillos. Él se hizo a un lado.
¡Por Dios, no me toques ahora!
Cuando abrió los ojos se encontró con la sonrisa de __________ (TN) y sus ojos castaños bailando en la luz de la noche.
—Te toca a ti —le dijo ella con la voz ronca—, quiero observarte. Quiero ver cómo te corres tan intensa y salvajemente como yo lo he hecho.
¡Santo Cielo! Él tensó los músculos de las ingles, luchando por contenerse. Si ella le desabrochaba los calzoncillos, él estaría muerto en el momento en el que ella reposara uno de sus dedos sobre él.
—Esta vez no —hizo un esfuerzo para decir aquello. Ahora no, cuando se había puesto en ridículo delante de ella. Quizás otro día... mierda, no, no podía ni siquiera permitirse pensar en aquello.
—Tú… ¿no quieres tener un orgasmo?
—Joder. ¡Pues claro que quiero tenerlo! — ¿Es que no se había dado cuenta ella de que cada célula de su cuerpo solo tenía un objetivo muy claro en mente?—. ¡Dentro de ti!
—No voy a discutirte eso. ¿Pero dónde? ¿Aquí? —ella echó un vistazo a su alrededor.
Él también lo hizo. Cualquiera podía pasar por el callejón o salir por la puerta trasera del Caprice. Habían estado locos haciendo lo que habían hecho. Además, aquel era un lugar nudo, y el aire llevaba un débil hedor de basura y orina.
__________ (TN) merecía algo mucho mejor que todo aquello, aunque no es que se hubiera quejado ni un poco hacía apenas unos minutos. Aun así, era una mujer y le encantaría poder Hacerlo encima de una cómoda cama. Él podía resistirse perfectamente, ¿no era así? ¿Incluso si aquello acababa con su vida?
— ¿Quieres volver a tu casa?
— ¡No! —aquella palabra salió bruscamente de su boca.
Bueno, joder, aquella tía estaba tan cachonda como lo estaba él.
—Mi camión tiene una cabina enorme.
— ¿Tu camión? —ella miró a un lado y a otro—. Ya, sí, claro.
Su erección había descendido lo suficiente como para permitirle andar correctamente, afortunadamente. Cogidos de la mano —vaya, qué pequeñita era ella—, caminaron bajando por el callejón hacia el espacio al aire libre en donde él había aparcado. Los otros bomberos que habían asistido al concurso ya se habían ido. Estaba seguro de ello, porque su Ford F-150 era el único camión del espacio. Los otros pocos vehículos no tenían definitivamente las ruedas de los bomberos.
Él la cogió de la cintura y la levantó hasta sentarla en el asiento del copiloto. De ninguna manera, podría haber sido capaz de trepar hasta ahí arriba por sí sola, sin algo de ayuda. Tan bajita era.
Pequeña y bajita. Con unas proporciones perfectas, pero en miniatura.
Ella le tendió la mano.
—Sube —tenía los dedos pequeños, finos y graciosos, con las uñas pintadas de rosa y un par de ellos adornados con unas piedrecitas brillantes que se le incrustaban en las uñas. Era la mujer más niña que había conocido nunca.
Ella se inclinó hacia él, dejando que su pelo se deslizara hacia abajo, brillante, sedoso, vivo. Le recordó a una mujer hawaiana bajo una cascada, lavándose el cabello.
Una mano sexy, un pelo sexy. ¿Podría llegar a endurecerse más sin reventar?
Moverse dentro de un camión que transportaba una animalada de barra de descenso no era la cosa más fácil del mundo, pero una vez que lo hubo logrado, volvió a retomar lo que estaba haciendo. Habían pasado ya unas semanas desde que había aprendido a aparcar el vehículo, pero si había algo que un chico criado en una granja sabía era cómo manejar a una chica dentro de un camión.
En unos pocos segundos, reclinó el asiento del copiloto hasta la mitad y se sentó allí, con ella mirándole de frente, montada a horcajadas sobre sus muslos. Ella se inclinó y rozó los labios con los suyos.
Él se sirvió de las manos para buscar el camino a través del baño de medianoche sobre su cabello y le cogió la cabeza, sosteniéndola mientras embestía su boca con la lengua.
Ella la recibió con la suya y lo que parecía ser un beso dulce y lento se convirtió rápidamente en agresivo.
Y su pene solo estaba a unos centímetros de ella. Él gimió. ¡Joder! La necesitaba, y la necesitaba justo en aquel preciso momento.
Ella estaba levantándose la falda un poco más y él se dio cuenta de que se había deshecho de las braguitas. Observó, fascinado, los brillantes mechones de vello púbico, tan escasos y finos que acentuaban aún más la pálida piel que se escondía bajo ellos.
Vaya, aquella era la mata de pelo más excitante que hubiera visto en su vida.
Él ya estaba alargando la mano para tocarla cuando los dedos de ella atacaron la cinturilla de sus calzoncillos, y entonces él no pudo pensar en otra cosa que en deshacerse de la ropa y entrar dentro de __________ (TN) . Ella le bajó la cremallera y él levantó un poco el cuerpo para que ésta pudiera deslizarle los pantalones y los bóxers hasta los pies.
Su verga se sintió liberada.
Ella se detuvo y la observó.
Él nunca había recaído en lo grande que era. En aquel momento, al lado de la pequeña __________ (TN) , su primer pensamiento fue, vaya, que a ella le vendría tan ceñida como un guante. Un caliente, húmedo y tembloroso guante.
¿Pero qué pasaba si era demasiado grande para ella?
No importaba cómo de caliente estuviera él, tenía bien claro que no quería hacerle daño a ninguna chica a cambio de tener un orgasmo.
Pero entonces, ella ronroneó:
—Es muy, muy bonita —y la alcanzó con una de sus preciosas manos.
— ¡No! —Él le agarró la mano—. Si haces eso, todo habrá acabado.
—Había pensado que un bombero tendría algo más de control sobre su... —ella hizo una pausa, recorrió los labios con la lengua y después añadió— manguera.
Normalmente así era.
—Depende de lo fuerte e intenso que sea el fuego al que se enfrenta.
Ella estaba todavía observando su verga, como si estuviera fascinada por ella. ¿O asustada quizás?
Él tenía que preguntárselo antes.
— ¿Vas a... bueno, vas a estar bien? Quiero decir, eres una chica pequeñita y...
Ella lo miró, con los ojos ardientes.
—Creo que los dos vamos a estar más que bien, grandullón. ¿Tienes un condón, o prefieres que utilicemos uno de los míos?
Condones. Por supuesto. Realmente no estaba utilizando nada la cabeza esa noche.
—Están en mi cartera. En el bolsillo del pantalón.
Ella lo buscó a tientas, por lo que él la tuvo contoneándose sobre sus rodillas, lo que hacía que sus músculos se tensaran de nuevo. De alguna manera, cada vez que ella lo apretujaba, acababa más cerca de su pene hasta que finalmente su húmeda vulva presionaba contra él, toda caliente y mojada y dilatada.
Ella se detuvo, con el paquete de condones en la mano y gimió:
—Esto me hace sentir tan bien.
Estaba jodidamente seguro de que así era.
Él le agarró el paquete de preservativos, sacó uno y empezó enfundarse a sí mismo.
—Trae, yo lo haré —le dijo ella
—Ahora, y sola, si no os importa, señoritas.
Ellas la miraron con incertidumbre y después dirigieron los ojos a Joe para ver cómo reaccionaba éste.
Estaba mirando a __________ (TN) ; parecía perplejo.
Vale, puede que perplejo fuera mejor que totalmente cabreado. Tendría que intentar su arma secreta. Incluso si él prefería las rubias, era raro el hombre que no respondía a su cabello.
Las mujeres suelen tener un pelo impresionante, pero __________ (TN) sabía que el suyo, sin discusión alguna, era el mejor. Esa era la razón por la que nunca lo tintaba o lo peinaba de una manera especial, simplemente lo dejaba a su aire. Crecía casi hasta su cintura y se veía brillante y resplandeciente cuando movía la cabeza.
Metió la cámara de fotos dentro de su bolsa de color rosa, mientras preparaba sus armas de seducción más personales.
Joe frunció el ceño a la mujer que estaba intentando arruinarle la noche. Había estado condenadamente seguro de que la escandinava con el pelo rubio blanco y aquellos apetitosos senos que se le salían de la camiseta estaba lista y deseando cabalgar un rato.
¿Y ahora una nena del tamaño de una pinta que había agarrado su pajarita quería hacerle una entrevista? ¿De dónde demonios habría salido?
Era divertido: ella medía casi la mitad de él y aun así no parecía intimidada ni lo más mínimo. Allí estaba ella, erguida, bonita y arrogante mientras las otras chicas se retiraban, con las palmas de las manos firmemente sobre las caderas. No era su tipo. A él le gustaban las chicas rubias y con muchas curvas. De todas maneras, había algo en aquella chica.
Él miró hacia abajo y empezó a hacer un leve inventario. Sus pies lo hacían sonreír. Tenían que ser de la talla 35, las uñas estaban pintadas de rosa y las sandalias estaban decoradas con todo tipo de accesorios brillantes. Aunque, eran unos pies bonitos, que culminaban en unos tobillos preciosos y unas piernas esbeltas que quedaban expuestas hasta la mitad del muslo, donde desaparecían bajo una minifalda de la talla de un pañuelo.
¿Qué era lo que llevaba bajo aquella camiseta?
¿Por qué le importaba tanto? Ni siquiera era el tipo de mujer que a él le gustaba.
Excepto porque su verga estaba hinchada. Había empezado a resurgir un poco con el intercambio bromista que había hecho con la escandinava y sus amigas, pero ahora está definitivamente despierta y muy interesada.
Incluso más mientras golpeaba con la mirada el trocito de carme suave entre su falda corta y sobre su top de color rosa. Dios, tenía una piel magnífica. Y, oh, mierda, aquello lo dejo fuera de combate, su ombligo lucía una gema brillante de color rosa.
Su mirada fascinada se movía sobre sus delicadas curvas, deleitándose con más de su increíble piel, la pajarita que llevaba al cuello la hacía parecer una diminuta conejita de Playboy.
Comestible. Definitivamente comestible. Al menos, eso era lo que su pene le estaba diciendo en aquel momento.
Cuando le alcanzó la cara con la mirada, se encontró con una de sus cejas arqueada.
¿Y la entrevista? —le dijo ella.
¿Entrevista? Aquella palabra necesitó unos segundos para ser procesada. De acuerdo. No era una conejita, era periodista.
— ¿ __________ (TN) Swan? —insistió ella—. ¿Georgia Straight?
Las otras mujeres que habían corrido a toda prisa hacia los bastidores habían dejado claro que querían juguetear y ligar y probablemente incluso irse a casa con él. Esta quería ponerlo en la portada de un periódico comunitario, lo que puede que resultara más que bochornoso.
Pero era esa mujer a la que deseaba.
Sus labios se tensaron y después ella dejó caer la cabeza y una cascada de cabello negro y brillante cayó colgando sobre uno de sus hombros, con un movimiento delicado. Resplandecía bajo la luz artificial, abanicado por el aire, y después aterrizó suavemente, escondiendo uno de sus senos. El tiempo se detuvo.
Después ella meneó la cabeza de un lado a otro y el pelo, una cortina hipnotizadora, lo abanicó una vez más y se deslizó lentamente en su lugar.
¿Quién le hubiera dicho que el cabello de una mujer le pudiera resultar tan excitante?
Joe se dio cuenta de que estaba jadeando, de que el corazón le bombeaba con fuerza y deseó enterrar las manos, la cara, la verga dentro de aquel montón de cabello espléndido.
— ¿Entonces? —le dijo ella.
—Joder, sí.
Sus ojos marrones se abrieron de par en par y él se dio cuenta de lo que acababa de decir.
—Lo siento, quiero decir, sí, haré encantado la entrevista —cualquier cosa que le permitiera pasar algo de tiempo con ella.
—Pero, Joe... —el gemido vino de la escandinava, la única con la que él había planeado ir a casa y practicar algo de lenguaje corporal internacional, pero por ahora no podía dedicarle ni una mirada. La chica había ganado, no había duda de eso.
—Ya nos veremos —le dijo él.
Con murmullos y miradas desagradables, ella y sus amigas se alejaron, dejándole con __________ (TN) Swan.
—Hola —le dijo él—, soy Joe Cullen.
Ella levantó de nuevo una de sus cejas.
—Ya lo sé, Míster Febrero.
—Oh, sí, claro —Dios, estaba saliendo mal parado como si fuera tonto.
Estaba intentando buscar algo ingenioso que decir, cuando una de aquellas bestias le dio un golpe en el hombro, haciéndole perder el equilibrio. Escuchó las palabras « ¡Eh, muy bien, meón!» mientras se tambaleaba hacia __________ (TN) .
Él la atrapó en un abrazo de oso, desesperado por recuperar el equilibrio. Aplastaría a aquella chica, si se caía encima de ella.
Una mano carnosa le sujetó el hombro, estabilizándole pero él no se apartó de __________ (TN) . Era tan pequeña, sus huesos tan delicados. Aun así, no parecía frágil. Tenía un sentido de fortaleza, de vitalidad, como una fuerza interior mayor que el cuerpo que la encerraba.
Ella lo hacía sentir condenadamente bien, con la cara enterrada contra su pecho, con su pelo largo y sedoso cayéndole en cascada sobre los brazos desnudos.
Oh, mierda, estaba empapándola con su sudor. Iba a pensar que era un cerdo.
—Mimoso, ¿vas a dejar de comportarte así con la chica?—era su lugarteniente, Bulldog Spievak y maldito sea, por tener que utilizar aquel absurdo mote.
Con desgana, Joe liberó a que dio un pequeño paso hacia atrás. Estaba preguntándose si debía presentársela a su lugarteniente y, mientras esperaba otro de sus comentarios groseros, __________ (TN) habló:
— ¿Mimoso? —le preguntó ella, arqueando ambas cejas a la vez. Ella miró hacia abajo, más allá de su cinturón.
Mierda. Ella pensaba que era una especie de blandengue. —Soy novato en el parque de bomberos —le dijo con determinación—, así que tienen que ponerme un jodido mote. ¿Recuerdas ese anuncio de pañuelos antiguo, el suave y pequeño Scottex?
Sus labios se curvaron.
—Te... mima —dijo ella, con la voz ronca. De alguna manera, las palabras que los chicos habían utilizado para reírse de él ahora tenían una connotación sexy.
Mimar. Mamar. Mamada. Aquella bonita boca atrapándole, con su suave cabello sobre su vientre.
Ella se movió hacia delante y se estiró todo lo que pudo, con las manos agarrándole los hombros para que pudiera recuperar el equilibrio y con sus senos rozándole. Sus ojos centellearon con el brillo de su pajarita que le recordaba tanto al sexo.
Quería cogerla, ponerla en el suelo y deshacerse de su ropa. Pero en lugar de eso, se inclinó hacia ella para recibir su susurro mientras ella le decía:
—Definitivamente no tan suavecito ahora.
Dios, había metido la pata y estaba empeorando. Y sus pezones, que parecían capullos duros presionando contra él, también le recordaban al sexo, de una manera inconfundible.
— ¿Lugarteniente? —envió una mirada suplicante en dirección al hombre cuya testarudez le había dado aquel horrible mote, esperando por una vez que le concediera un descanso.
—Los chicos os invitarán a una cerveza —Spievak estaba riendo cuando se dio la vuelta—. Puede que sea la última vez que te hagan una oferta como esa, pero supongo que ya tienes una oferta mejor, cabronazo.
__________ (TN) , todavía colgando de los hombros de Joe, sonreía levemente. Después, mientras el lugarteniente se retiraba, ella se liberó y dio un paso hacia atrás.
— ¿Cabronazo? —le preguntó ella—. ¿Otro mote, quizás?
—Es como ellos llaman a los polluelos. Los novatos.
Ella asintió, con los ojos brillantes ahora, pero bajo aquel resplandor había todavía un fuego encerrado.
—Lo siento —murmuró él con cautela. ¿Estaba insinuándose aquella chica o no?—. Debería haberle dicho que era una entrevista.
— ¿Es eso lo que es?
—Ah, bueno, tú dijiste...
—Sí, estoy haciendo un artículo y sí, también necesito una entrevista —se echó para atrás, estudiándole, con los ojos entrecerrados—. Quiero preguntarte una cosa.
Demasiado mal. Parecía como si quisiera hacer negocios con él.
—De acuerdo.
Ella se agarró la pajarita que llevaba anudada a la garganta.
— ¿Me lanzaste esto a mí?
Si él hubiera sabido que surgiría aquella especie de chispa entre ellos, no cabe duda de que así lo hubiera hecho.
No le gustaba la mentira, ni mucho menos para llevarse a una mujer a la cama.
—Me alegra que fueras tú quien la cogiera, pero no. Estaba dirigida a la rubia alta con el pelo ondulado.
—Rosalie. Ya está cogida —hizo una pausa—. Te juntan las rubias, ¿verdad?
—Supongo —se encogió de hombros—. Joder. Soy un hombre. Me gustan las mujeres. Las mujeres bonitas. Altas, bajas. Rubias, morenas o pelirrojas.
—Y yo soy una mujer. Entonces, ¿esa erección es debida a mí específicamente o es por cualquier mujer?
Oh, mierda. ¿Qué se suponía que tenía que contestarle ahora? Puede que fuera hora de replantearse la política de la no mentira.
No. Incluso si eso le costaba una noche de sexo.
—Vale, sí, esta erección es por tu culpa, y por las uñas de tus pies de color rosa, y por ese bonito piercing que llevas en el ombligo, y por ese cabello —él cerró los ojos, imaginado un remolino de brillante y sedoso pelo contra su cuerpo desnudo, y su pene se agitó-—. Dios, ese cabello. Pero la verdad es que puede que esta noche cualquier mujer lo hubiera conseguido.
—Ya estabas excitado cuando saliste a bailar al escenario con aquella música.
Coño, no se le escapaba ni una. Podía sentir cómo se le enrojecían las mejillas.
—La música del saxofón me hace pensar en el sexo. Me meto dentro de la música y... ocurre así. Pensaba... quiero decir, llevo calzoncillos negros —aunque el sudor le había hecho que se adhirieran bastante a su cuerpo—. ¿Se notaba mucho? — ¿Lo había visto todo el puto mundo en aquella sala?
Ella negó con la cabeza.
—Estaba en la primera fila, justo enfrente de ti, y tenía el zoom en la cámara de fotos y... bueno, estaba mirando.
—Oh —había estado mirando. Directamente a su ingle. ¡Joder, todavía le quedaba algo de esperanza!
—Me excitó a mí también —le dijo ella, devolviendo a sus ojos aquel fuego suave—, la música, el baile. Tú, excitándote —levantó la cabeza—. Tú. Tú me excitaste —levantó la mano y la dirigió hacia su pelo, recorriéndolo lenta y sensualmente por lo que otra vez caía, abanicándola y haciéndola brillar—. Me ha puesto bastante húmeda.
Húmeda. Bajo aquella minifalda, ella se había puesto húmeda por él. Quizás todavía lo estuviera.
—Tú te pusiste duro —le dijo ella, mientras su mirada daba un caliente toque a través de su bragueta. Ella se lamió sus suaves y rosados labios con la punta de la lengua y los ojos le brillaron—, y yo me puse húmeda.
La manera en la que sus labios pronunciaban la palabra «húmeda» era la cosa más excitante que nunca había oído.
—Duro y húmedo son palabras que pegan muy bien —le dijo ella en un susurro sin aliento—, ¿no crees?
¿Creer? Como si pudiera creer en algo en ese momento, cuando su verga estaba a punto de saltar de sus calzoncillos. Cuando sus pezones parecían bolitas bajo aquella camiseta y sus ojos le decían: «Sexo, ahora».
Joe la cogió de la mano y tiró de ella hacia la salida.
Capítulo 2
__________ (TN) apenas podía tomar aliento mientras se batía por seguir a Joe. La mochila que llevaba colgando de un brazo le golpeaba la cadera con cada paso. Su cadera... no quería imaginarse los golpes que recibía la cámara de fotos dentro de la bolsa. ¿Pero a quién le importaba? Lo había conseguido. ¡Había seducido al bombero más sexy de Vancouver!
Él tiraba de ella a través de una pesada puerta de salida y fueron al exterior, donde acabaron en un descansillo sobre un corto tramo de escalones aglutinados que llevaban hacia un callejón. No es que fuera el lugar más romántico del mundo, ¿hacia dónde pretendía llevarla?
Dos escalones antes de llegar abajo, Joe se detuvo, haciendo uno de esos sonidos aplastantes y amenazantes que sólo un hombre puede hacer, diciendo «Joder», y se dio la vuelta para mirarla a la cara.
La expresión de su cara le dijo que el lugar, y por lo tanto el romanticismo, era lo último en lo que estaba pensando. Sexo. Quería sexo sin tapujos, en ese preciso momento.
Ella dejó en el suelo su mochila y empezó a preocuparse por la diferencia de altura —él le sacaba más de una cabeza—, cuando de repente este resolvió el problema. La agarró de la cintura y la levantó. Automáticamente, ella rodeó con las manos su cuello y lo abrazó. Su falda estaba por encima de sus caderas y sus piernas colgaban alrededor de él mientras él le cubría su trasero, sosteniéndola con seguridad.
No era solamente fuerte, sino también bastante eficiente.
Ella lo miró, un poco aturdida, y él bajó los labios hacia los suyos. ¡Dios!
Tenía la lengua dentro de su boca. ¿Cómo había pasado todo eso? ¿Cómo podía sentirse tan bien?
Lengua, verga... su cuerpo respondió de la misma manera desde el primer hasta el segundo roce, cada golpe de su lengua hacía que su vulva temblara de necesidad.
Hambrienta, ella lamió su dulce lengua, bailando con ella hasta que la retiró y después volvió hacia su boca, buscando tomar la delantera de nuevo. Ella se deslizó las manos por el pelo, sostuvo la cabeza y la levantó justo hasta donde ella quería para profundizar el beso. Más y más intenso, beso tras beso.
Hasta que tuvo que retirarse un momento, para respirar. Ella miró a Joe y este le devolvió la mirada. Él también estaba jadeando, con su torso desnudo levantándose bajo su chaleco abierto. Ella quería lamerle el torso, todo él. Después tendría tiempo para tomar aliento. Él estaba inclinado contra el pasamano de metal que corría por la escalera y no parecía ni siquiera sentir su peso. El pesado tejido vaquero de su minifalda se arremolinaba entre ellos, manteniendo las partes inferiores de sus cuerpos separadas. Ella deseaba poder quitársela, colocarse para levantarla incluso más...
Oh, sí, él lo había hecho. Había ajustado su abrazo de tal manera que había podido presionar contra ella, dirigiendo su erección hacia la entrepierna húmeda de sus braguitas.
Ella le devolvió el empujón, colgando los pies sobre el pasamano, detrás de él y usándolo como palanca. Se frotaba contra él como una gata buscando calor. Más o menos lo que ella era.
¿Pero se había sentido alguna vez una gata tan desesperada por una verga?
Ella echó la cabeza hacia atrás, observando el cielo levemente estrellado de una noche calurosa de agosto y cerró los ojos, dejando que todo su ser se concentrara solamente en la necesidad entre sus piernas. Ella deseaba sentirle dentro de su cuerpo, pero estaba tan excitada que incluso aquel estímulo, a través de su ropa, podría ser casi suficiente. Lo sentía duro y grueso bajo aquellos calzoncillos. Y la tela era tan fina, que aun así producía una deliciosa fricción. La tensión de su cuerpo se acumulaba con cada una de sus caricias que iba de arriba a abajo.
Él la estaba ayudando, le sujetaba el trasero y la levantaba, adaptándose a su propio ritmo y mejorándolo con su contribución.
—Oh, sí, Joe —jadeó ella—, justo así.
-Tómame —le gimió él—. Toma todo lo que necesites de mí.
-Yo... —a ella se le acababan las palabras, a medida que su orgasmo hacía acto de presencia. Todo lo que ella necesitaba era...
— ¡Pero hazlo rápido!
Y él le dio exactamente lo que necesitaba, tirando de ella contra su cuerpo mientras sus embestidas se volvían más intensas justamente en el ángulo correcto, encontrando infaliblemente su humedecido clítoris. Entonces, ella remontó, cayó, se desplomó, voló y —oh, Dios mío— gritó su placer dentro de un callejón en el corazón del centro de Vancouver.
Ella enterró la cara en su hombro, algo avergonzada, asustada, preocupada de que sus gritos hubieran alertado a alguien que fuera a arruinarles el momento.
— __________ (TN) , tengo que... —bruscamente, él se retiró, justo en el momento en el que ella se deleitaba con el calor que venía después de la explosión, sintiendo la tensa piel de sus músculos, el almizcle de su sudor masculino.
—No —protestó ella mientras él la dejaba sobre uno de los escalones de hormigón, donde ella se balanceó con las piernas temblorosas. Ella se agarró al pasamano para sostenerse en pie, se bajó la falda y lo miró.
Fue una mirada en vano porque él no la estaba mirando. Tenía los ojos cerrados y la cara agarrotada. De hecho, parecía que cada músculo de su cuerpo quedaba agarrotado. Estaba inclinándose hacia atrás, agarrándose al pasamano con las manos, como si toda su vida dependiera de aquello.
Y entonces, ella lo entendió todo. Estaba a punto de alcanzar el orgasmo.
Por la saciedad que le provocaba aquello, ella se excitó de nuevo casi inmediatamente.
Joe sintió cómo unas uñas se le clavaban en el vientre, y después, dos dedos se deslizaban dentro de la cinturilla de sus calzoncillos. Él se hizo a un lado.
¡Por Dios, no me toques ahora!
Cuando abrió los ojos se encontró con la sonrisa de __________ (TN) y sus ojos castaños bailando en la luz de la noche.
—Te toca a ti —le dijo ella con la voz ronca—, quiero observarte. Quiero ver cómo te corres tan intensa y salvajemente como yo lo he hecho.
¡Santo Cielo! Él tensó los músculos de las ingles, luchando por contenerse. Si ella le desabrochaba los calzoncillos, él estaría muerto en el momento en el que ella reposara uno de sus dedos sobre él.
—Esta vez no —hizo un esfuerzo para decir aquello. Ahora no, cuando se había puesto en ridículo delante de ella. Quizás otro día... mierda, no, no podía ni siquiera permitirse pensar en aquello.
—Tú… ¿no quieres tener un orgasmo?
—Joder. ¡Pues claro que quiero tenerlo! — ¿Es que no se había dado cuenta ella de que cada célula de su cuerpo solo tenía un objetivo muy claro en mente?—. ¡Dentro de ti!
—No voy a discutirte eso. ¿Pero dónde? ¿Aquí? —ella echó un vistazo a su alrededor.
Él también lo hizo. Cualquiera podía pasar por el callejón o salir por la puerta trasera del Caprice. Habían estado locos haciendo lo que habían hecho. Además, aquel era un lugar nudo, y el aire llevaba un débil hedor de basura y orina.
__________ (TN) merecía algo mucho mejor que todo aquello, aunque no es que se hubiera quejado ni un poco hacía apenas unos minutos. Aun así, era una mujer y le encantaría poder Hacerlo encima de una cómoda cama. Él podía resistirse perfectamente, ¿no era así? ¿Incluso si aquello acababa con su vida?
— ¿Quieres volver a tu casa?
— ¡No! —aquella palabra salió bruscamente de su boca.
Bueno, joder, aquella tía estaba tan cachonda como lo estaba él.
—Mi camión tiene una cabina enorme.
— ¿Tu camión? —ella miró a un lado y a otro—. Ya, sí, claro.
Su erección había descendido lo suficiente como para permitirle andar correctamente, afortunadamente. Cogidos de la mano —vaya, qué pequeñita era ella—, caminaron bajando por el callejón hacia el espacio al aire libre en donde él había aparcado. Los otros bomberos que habían asistido al concurso ya se habían ido. Estaba seguro de ello, porque su Ford F-150 era el único camión del espacio. Los otros pocos vehículos no tenían definitivamente las ruedas de los bomberos.
Él la cogió de la cintura y la levantó hasta sentarla en el asiento del copiloto. De ninguna manera, podría haber sido capaz de trepar hasta ahí arriba por sí sola, sin algo de ayuda. Tan bajita era.
Pequeña y bajita. Con unas proporciones perfectas, pero en miniatura.
Ella le tendió la mano.
—Sube —tenía los dedos pequeños, finos y graciosos, con las uñas pintadas de rosa y un par de ellos adornados con unas piedrecitas brillantes que se le incrustaban en las uñas. Era la mujer más niña que había conocido nunca.
Ella se inclinó hacia él, dejando que su pelo se deslizara hacia abajo, brillante, sedoso, vivo. Le recordó a una mujer hawaiana bajo una cascada, lavándose el cabello.
Una mano sexy, un pelo sexy. ¿Podría llegar a endurecerse más sin reventar?
Moverse dentro de un camión que transportaba una animalada de barra de descenso no era la cosa más fácil del mundo, pero una vez que lo hubo logrado, volvió a retomar lo que estaba haciendo. Habían pasado ya unas semanas desde que había aprendido a aparcar el vehículo, pero si había algo que un chico criado en una granja sabía era cómo manejar a una chica dentro de un camión.
En unos pocos segundos, reclinó el asiento del copiloto hasta la mitad y se sentó allí, con ella mirándole de frente, montada a horcajadas sobre sus muslos. Ella se inclinó y rozó los labios con los suyos.
Él se sirvió de las manos para buscar el camino a través del baño de medianoche sobre su cabello y le cogió la cabeza, sosteniéndola mientras embestía su boca con la lengua.
Ella la recibió con la suya y lo que parecía ser un beso dulce y lento se convirtió rápidamente en agresivo.
Y su pene solo estaba a unos centímetros de ella. Él gimió. ¡Joder! La necesitaba, y la necesitaba justo en aquel preciso momento.
Ella estaba levantándose la falda un poco más y él se dio cuenta de que se había deshecho de las braguitas. Observó, fascinado, los brillantes mechones de vello púbico, tan escasos y finos que acentuaban aún más la pálida piel que se escondía bajo ellos.
Vaya, aquella era la mata de pelo más excitante que hubiera visto en su vida.
Él ya estaba alargando la mano para tocarla cuando los dedos de ella atacaron la cinturilla de sus calzoncillos, y entonces él no pudo pensar en otra cosa que en deshacerse de la ropa y entrar dentro de __________ (TN) . Ella le bajó la cremallera y él levantó un poco el cuerpo para que ésta pudiera deslizarle los pantalones y los bóxers hasta los pies.
Su verga se sintió liberada.
Ella se detuvo y la observó.
Él nunca había recaído en lo grande que era. En aquel momento, al lado de la pequeña __________ (TN) , su primer pensamiento fue, vaya, que a ella le vendría tan ceñida como un guante. Un caliente, húmedo y tembloroso guante.
¿Pero qué pasaba si era demasiado grande para ella?
No importaba cómo de caliente estuviera él, tenía bien claro que no quería hacerle daño a ninguna chica a cambio de tener un orgasmo.
Pero entonces, ella ronroneó:
—Es muy, muy bonita —y la alcanzó con una de sus preciosas manos.
— ¡No! —Él le agarró la mano—. Si haces eso, todo habrá acabado.
—Había pensado que un bombero tendría algo más de control sobre su... —ella hizo una pausa, recorrió los labios con la lengua y después añadió— manguera.
Normalmente así era.
—Depende de lo fuerte e intenso que sea el fuego al que se enfrenta.
Ella estaba todavía observando su verga, como si estuviera fascinada por ella. ¿O asustada quizás?
Él tenía que preguntárselo antes.
— ¿Vas a... bueno, vas a estar bien? Quiero decir, eres una chica pequeñita y...
Ella lo miró, con los ojos ardientes.
—Creo que los dos vamos a estar más que bien, grandullón. ¿Tienes un condón, o prefieres que utilicemos uno de los míos?
Condones. Por supuesto. Realmente no estaba utilizando nada la cabeza esa noche.
—Están en mi cartera. En el bolsillo del pantalón.
Ella lo buscó a tientas, por lo que él la tuvo contoneándose sobre sus rodillas, lo que hacía que sus músculos se tensaran de nuevo. De alguna manera, cada vez que ella lo apretujaba, acababa más cerca de su pene hasta que finalmente su húmeda vulva presionaba contra él, toda caliente y mojada y dilatada.
Ella se detuvo, con el paquete de condones en la mano y gimió:
—Esto me hace sentir tan bien.
Estaba jodidamente seguro de que así era.
Él le agarró el paquete de preservativos, sacó uno y empezó enfundarse a sí mismo.
—Trae, yo lo haré —le dijo ella
NanixG
Re: Las reglas de la fantasia (joe y tu)
[size=18]—No, no, de eso nada.
Adoraba dejar hacer a las mujeres, pero no podía permitir que aquella chica, la más excitante de todas ellas, hiciera todas aquellas cosas; si no, perdería completamente el control, como un chaval de trece años.
Con la mano temblorosa, consiguió ponerse el condón.
Él debería haberla tocado, haberla excitado y calentado, preparándola, y después explorar con los dedos su tentador cuerpo, pellizcando aquellas perlas de pezones, pero no tenía tanto autocontrol.
Además, ella le estaba mandando señales que decían que ya estaba en ese punto, justo antes de la explosión. Cuando todo era tan caliente, significaba que estaba preparado para ponerse en marcha.
Ella levantó el cuerpo y utilizó los dedos de una de sus manos para abrirse a sí misma. Después le agarró la verga y dirigió su punta hacia su abertura. Y se hundió en ella lentamente.
Él luchó por quedarse quieto, no se atrevió a moverse por miedo de que pudiera hacerle daño, mientras le enfundaba centímetro a centímetro. Tenía la vagina estrecha, deliciosamente estrecha, pero estaba lo bastante húmeda, afortunadamente, y estaba acogiéndole bien.
Hasta el final.
Ella contoneó las caderas, hacia delante y hacia detrás, mientras gemía.
—Me haces sentir tan bien.
No, aquella no era la palabra: él se sentía jodidamente increíble. Nunca había recibido tanto placer y aquello le descubría cuáles eran sus demandas.
Ahora, ella se balanceaba haciendo círculos y, oh, mierda, no iba a poder controlar aquello por mucho tiempo.
Él dio un empujón hacia arriba y __________ (TN) soltó un gemido, moviéndose con más firmeza contra su cuerpo, y estaba gimiendo y él jadeando cuando sus cuerpos encontraron un ritmo frenético por sí solos. No había manera de que él pudiera aguantar un minuto más, pero entonces ella lloriqueó:
— ¡Ahora, Joe, ahora! —y empezó a convulsionarse sobre él.
Y todo en lo que él había estado pensando durante aquella noche —la sensualidad del saxofón, la respuesta y aprobación del público, las preciosas manos de aquella chica y su pelo sedoso, su pequeña y bonita vulva—, todo aquello se derramó sobre él y Joe explotó. Tuvo el orgasmo más intenso y duradero que nunca antes había tenido.
De una manera lo hacía sentir querer alcanzar el centro de placer de __________ (TN) y nunca retirarse otra vez.
Después, ambos se desplomaron uno contra el otro, mientras él la rodeaba con el brazo, y ella hundía el cuerpo sobre el de él. Él no tuvo ni idea del tiempo que se quedarían de aquella manera, pero no le importaba, lo hacía sentirse bien.
Cuando finalmente se vio capaz de articular palabra otra vez, le dijo:
— ¿ __________ (TN) ? Lo siento, he perdido un poco el control. ¿Estás bien?
Ella levantó la cabeza y reveló una expresión aturdida.
—Sí, yo... vaya —entonces, entrecerró los ojos—, pero —tragó algo de saliva— estoy húmeda, demasiado húmeda.
¿Estaría sangrando? Oh, Dios mío, le había hecho daño. Delicadamente, él la levantó, liberándola un poco y...
—Oh, ¡mierda! ¡El condón está roto!
— ¿Roto? ¿Qué? ¡Oh, no! ¡Mierda! ¡Joder, coño, mierda!
Si la situación no fuera tan grave, hubiera estallado de risa. ¿Quién le hubiera dicho que una pequeña chica, rosa y bonita como ella fuera tan deslenguada?
Pero la situación era muy seria.
—No era un preservativo antiguo —le dijo él pidiéndole disculpas—. No sé qué ha podido pasar —excepto por el hecho de que nunca hubiera tenido un orgasmo tan intenso en su vida.
—Tomo la píldora, así que no te preocupes por un embarazo —se mordió el labio inferior—, pero ¿tú eres un ligón nato, verdad? ¿Montones de chicas? ¿Debería empezar a preocuparme?
—No, tranquila, no tengo nada. Me hago análisis regularmente.
—Supongo que eso es bastante inteligente —le dedicó una sonrisa irónica— para un ligón como tú.
—También es bastante inteligente para un bombero. Hemos aprendido a llevar cuidado. Estamos rodeados de sangre, tenemos que reanimar a la gente. Y yo no tomo riesgos con mi cuerpo.
Pero los accidentes ocurren, como había pasado esa noche. Y él, ¿debería estar él preocupado? ¿Tirándose a una tía que se acostaba con un hombre que acababa de conocer? Le dijo cautelosamente:
— ¿Tienes tú...?
Ella afirmó:
—No, no tengo nada tampoco.
No tenía que dar detalles. Llevaba condones.
Era una gatita con una pajarita atada al cuello, una conejita de Playboy. No sabían nada el uno acerca del otro, solamente los nombres y a qué se dedicaban.
Bueno, y una cosa más: cuando sus cuerpos estaban cerca, ambos se encendían.
Ella encontró su bolsa y sacó un montón de pañuelos y toallitas húmedas. Sí, aquella era una chica completa cuando se trataba de sexo.
En silencio, ambos se limpiaron. Vaya noche. Extraña, impresionante, y algo aterradora, con todo el tema del preservativo roto.
La única cosa de lo que estaba seguro no era solo que aquella mujer lo volvía loco, sino también que ella estaba fascinada con él. Él deseaba verla desnuda, explorar cada centímetro de aquel pequeño cuerpo y comprobar si todo era tan perfecto como lo que ya había visto aquella noche.
Además, él tenía la cantidad exacta de orgullo masculino. Tenía que mostrarle que podía hacerlo suave y dulcemente, hacer que el sexo fuera algo fantástico para ella.
— ¿Quieres venir a mi casa? —le preguntó él.
Ella estaba poniéndose las braguitas, oh, vaya, una tanga negra. Sin mirar hacia arriba, ésta negó con la cabeza.
—No puedo.
—No puedes — ¿qué demonios quería decir con eso?
—Tengo un sitio en el que debo quedarme.
Oh, mierda, ¿estaría acaso casada? ¿Viviendo con otro tío? No se le había ocurrido ni siquiera preguntarle eso.
No lo había pensado y punto. Al menos, no con su gran cabezota.
Ella lo miró.
—No es lo que estás pensando. Es un tema familiar.
La manera en la que ella dejó caer las palabras, incluso con un tono llano, le dejó bien claro que las preguntas no eran bien recibidas.
—De acuerdo. Entonces, ¿tienes algún coche aparcado por aquí?
—No he cogido el coche. Sabía que iba a beber más que de costumbre. No te preocupes, pediré un taxi.
¿En mitad de la noche? Sí claro, era viernes noche —bueno, más bien sábado por la mañana— y la zona de bares en la Granville Street estaría llena de gente y sería relativamente segura, pero no podía dejarla hacer eso.
—Yo te acercaré a casa.
—Gracias, pero me gustan los taxis.
¿Puede que ella no quisiera que él supiese dónde vivía? No, aquello no tenía sentido alguno. Se había acostado con él, tenía que confiar al menos un poco. La gente suele confiar en los bomberos.
Dejando a un lado el tema del taxi, le dijo:
—Me gustaría que nos viéramos otra vez. ¿Qué dices, __________ (TN) ?
Ella se lo quedó mirando un momento, con una expresión imposible de leer.
¿Qué estaba haciendo? Normalmente las mujeres anhelaban tener una cita con un bombero, presentárselo a sus amigas. Finalmente le dijo:
—Lo pensaré. Ha sido divertido, Joe, pero no estoy muy segura de si... —entonces se mordió los dedos y soltó una breve carcajada—. Espera un momento. Tengo que verte otra vez. No hemos tenido tiempo de hacer la entrevista.
¿Entrevista? Podía arreglárselas con eso. Le quitaría las bragas antes de que pudiera darse cuenta, y esta vez le mostraría que realmente sabía lo que estaba haciendo.
—Trabajo este fin de semana, pero ¿qué te parece...? —él iba a sugerirle que se vieran después del turno, al día siguiente, pero ella lo cortó.
— ¿En el parque de bomberos? —su voz sonaba emocionada—. Sería perfecto. Podría echarte algunas fotos con el uniforme y hablar con alguno de los otros chicos, como ese lugarteniente.
Oh, mierda. Bulldog Spievak y los otros lo avergonzarían, contando historias sobre las chapuzas de los novatos, y seguro que no tendría ni una maldita oportunidad de colarse en las bragas de __________ (TN) .
Por otro lado, al menos podría volver a verla y esta vez él llevaría el control en su pequeña cabeza. __________ (TN) y él podían ver cómo iban las cosas entre ellos y así decidir si querrían verse de nuevo.
¿Ves?, podía ser más práctico si se esforzaba un poco más.
Ella Insistía todavía en coger un taxi, así que él la llevó hasta la Granville Street y esperó hasta verla subir a un taxi, antes de dirigirse a casa.
Había dicho que pasaría por el parque de bomberos el domingo por la tarde.
Cuando la viera otra vez, ¿cómo demonios iba a poder ser capaz de mantener su verga dentro de los pantalones?
— ¡Dese prisa! —le urgió al conductor del taxi. Mierda, casi eran las dos de la mañana. Incluso aunque le hubiera dicho a su familia que iba a trabajar hasta tarde en un artículo, aquello era demasiado.
Se quitó con pesar la pajarita del cuello y después la metió en la bolsa, donde encontró la blusa de algodón de color rosa que había llevado al salir de casa, después de la cena. Se la puso sobre el top, cubriéndose el piercing que llevaba en el ombligo.
Si tenía suerte, puede que nadie estuviera levantado tan tarde para verla entrar en casa. Pero no podía contar con eso, tratándose de su familia.
Hizo una mueca. Tenía veintitrés años, vivía en casa y todavía bajo el dominio de sus padres. Sin mencionar el de su tía y su abuela.
Sí, claro, Joe. Vamos a mi casa y follemos como comadrejas en celo.
Sonrió con la idea.
No. No podía llevarlo a casa. Aunque eso no le había impedido comportarse como una comadreja. De acuerdo, entonces, no estaba completamente bajo el dominio colectivo de la familia. Al menos, en la segunda y secreta vida que llevaba. El diminuto dolor que sentía entre los muslos era prueba de ello.
El conductor del taxi se dirigía hacia Hastings Street por Chinatown, un lugar tranquilo a aquella hora de la noche. Giró en la esquina con Keefer. Ya estaba alineado delante de la fila de coches aparcados, donde se encontraba su Jeep TJ negro.
—Es esa casa de ahí—le dijo mientras señalaba una de una fila de dos pisos que ocupaba la parte más alta de la calle, cada uno de ellos con una hilera de escalones que llevaban al patio—, puede detenerse en doble fila.
Ella pagó, cogió el recibo y después cerró suavemente la puerta del taxi, subiendo las escaleras a continuación. Pasó de puntillas por el patio que llevaba a la puerta principal. La casa, atractiva, pintada con aquellos colores —amarillo cremoso y motivos decorativos en color marrón—, parecía esperarla.
Por las viejas fotos, sabía que había tenido un aspecto más basto, cuando sus padres la compraron hacía ya veinte años. La habían renovado pacientemente, revelando y conmemorando la belleza de la herencia de la casa. Le pareció algo genial que su familia, tan tradicionalmente americana, hubiera sido capaz de apreciar el estilo occidental de la casa. Era una pena que no pudieran apreciar a los americanos de __________ (TN) .
Por supuesto, dentro de la casa todo estaba dispuesto al estilo gringo, en cada milímetro de la superficie.
Su familia la trataba casi de la misma manera que a la casa. No les importaba si __________ (TN) llevaba ropa normal hasta el punto de que fuera relativamente modesta. Era su cerebro, corazón y alma lo que ellos reclamaban para USA.
La luz del porche estaba encendida, claro. Solo para asegurarse de que ella sabía que ellos estaban al tanto de que no había llegado a casa antes de que todo el mundo se fuera a la cama.
Sí, le había quitado mucho tiempo el estar viviendo en casa con su familia, especialmente en momentos como aquel. Deslizó la llave por la cerradura, sobresaltándose cuando el cerrojo se abrió con un ruido lo suficientemente alto como para despertar a los muertos, o al menos, a una mujer de la generación más vieja. Menos su padre y su hermana pequeña, todos se desvelaban con el más mínimo ruido.
La buena noticia era que su habitación estaba en el piso de abajo, por lo que no tenía que escalar el tramo de los escalones chirriantes de madera. Al principio, el cuarto había sido un estudio y todas las habitaciones estaban en el piso de arriba. Cuando su hermano mayor, Anthony, llegó a la adolescencia, había codiciado el cuarto del piso de abajo por su tamaño y su relativa intimidad, y como el pequeño príncipe mimado que había sido toda la vida, se adueñó de él.
Cuando se fue de casa para casarse con Linda, __________ (TN) ya había empezado la carrera de periodismo. Independiente y ambiciosa, no deseaba un trabajo en el escalón más bajo, escribiendo necrológicas. Iba a ser autónoma y desempeñar su carrera en su propia casa. Su familia lo aprobó, con la condición de que viviera en el hogar familiar y trabajara desde allí. Y esa era la razón por la que había heredado la habitación de Anthony.
Cerró la puerta de su combinado oficina-habitación encendió la lámpara. Las paredes del cuarto, pintadas de un rosa pastel, daban un aire acogedor. Le encantaban las cañas y la tela estampada, por lo que la habitación tenía un toque indiscutiblemente ligero y femenino.
Incluso el acabado del armario era de color marfil. Ella lo abrió, recordando cómo le había dicho a su familia que sus archivos eran confidenciales. Sí, guardaba allí todas sus notas, pero aquel pequeño armario también guardaba cosas esenciales en su vida. Como el consolador Pearl Butterfly, sus pastillas anticonceptivas y la última gama de preservativos Rubber Rainbow de la marca Denman. También, la ropa y los accesorios que su familia no aprobaba y todas las demás cosas apetecibles que requería para su vida, fuera de Chinatown.
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Adoraba dejar hacer a las mujeres, pero no podía permitir que aquella chica, la más excitante de todas ellas, hiciera todas aquellas cosas; si no, perdería completamente el control, como un chaval de trece años.
Con la mano temblorosa, consiguió ponerse el condón.
Él debería haberla tocado, haberla excitado y calentado, preparándola, y después explorar con los dedos su tentador cuerpo, pellizcando aquellas perlas de pezones, pero no tenía tanto autocontrol.
Además, ella le estaba mandando señales que decían que ya estaba en ese punto, justo antes de la explosión. Cuando todo era tan caliente, significaba que estaba preparado para ponerse en marcha.
Ella levantó el cuerpo y utilizó los dedos de una de sus manos para abrirse a sí misma. Después le agarró la verga y dirigió su punta hacia su abertura. Y se hundió en ella lentamente.
Él luchó por quedarse quieto, no se atrevió a moverse por miedo de que pudiera hacerle daño, mientras le enfundaba centímetro a centímetro. Tenía la vagina estrecha, deliciosamente estrecha, pero estaba lo bastante húmeda, afortunadamente, y estaba acogiéndole bien.
Hasta el final.
Ella contoneó las caderas, hacia delante y hacia detrás, mientras gemía.
—Me haces sentir tan bien.
No, aquella no era la palabra: él se sentía jodidamente increíble. Nunca había recibido tanto placer y aquello le descubría cuáles eran sus demandas.
Ahora, ella se balanceaba haciendo círculos y, oh, mierda, no iba a poder controlar aquello por mucho tiempo.
Él dio un empujón hacia arriba y __________ (TN) soltó un gemido, moviéndose con más firmeza contra su cuerpo, y estaba gimiendo y él jadeando cuando sus cuerpos encontraron un ritmo frenético por sí solos. No había manera de que él pudiera aguantar un minuto más, pero entonces ella lloriqueó:
— ¡Ahora, Joe, ahora! —y empezó a convulsionarse sobre él.
Y todo en lo que él había estado pensando durante aquella noche —la sensualidad del saxofón, la respuesta y aprobación del público, las preciosas manos de aquella chica y su pelo sedoso, su pequeña y bonita vulva—, todo aquello se derramó sobre él y Joe explotó. Tuvo el orgasmo más intenso y duradero que nunca antes había tenido.
De una manera lo hacía sentir querer alcanzar el centro de placer de __________ (TN) y nunca retirarse otra vez.
Después, ambos se desplomaron uno contra el otro, mientras él la rodeaba con el brazo, y ella hundía el cuerpo sobre el de él. Él no tuvo ni idea del tiempo que se quedarían de aquella manera, pero no le importaba, lo hacía sentirse bien.
Cuando finalmente se vio capaz de articular palabra otra vez, le dijo:
— ¿ __________ (TN) ? Lo siento, he perdido un poco el control. ¿Estás bien?
Ella levantó la cabeza y reveló una expresión aturdida.
—Sí, yo... vaya —entonces, entrecerró los ojos—, pero —tragó algo de saliva— estoy húmeda, demasiado húmeda.
¿Estaría sangrando? Oh, Dios mío, le había hecho daño. Delicadamente, él la levantó, liberándola un poco y...
—Oh, ¡mierda! ¡El condón está roto!
— ¿Roto? ¿Qué? ¡Oh, no! ¡Mierda! ¡Joder, coño, mierda!
Si la situación no fuera tan grave, hubiera estallado de risa. ¿Quién le hubiera dicho que una pequeña chica, rosa y bonita como ella fuera tan deslenguada?
Pero la situación era muy seria.
—No era un preservativo antiguo —le dijo él pidiéndole disculpas—. No sé qué ha podido pasar —excepto por el hecho de que nunca hubiera tenido un orgasmo tan intenso en su vida.
—Tomo la píldora, así que no te preocupes por un embarazo —se mordió el labio inferior—, pero ¿tú eres un ligón nato, verdad? ¿Montones de chicas? ¿Debería empezar a preocuparme?
—No, tranquila, no tengo nada. Me hago análisis regularmente.
—Supongo que eso es bastante inteligente —le dedicó una sonrisa irónica— para un ligón como tú.
—También es bastante inteligente para un bombero. Hemos aprendido a llevar cuidado. Estamos rodeados de sangre, tenemos que reanimar a la gente. Y yo no tomo riesgos con mi cuerpo.
Pero los accidentes ocurren, como había pasado esa noche. Y él, ¿debería estar él preocupado? ¿Tirándose a una tía que se acostaba con un hombre que acababa de conocer? Le dijo cautelosamente:
— ¿Tienes tú...?
Ella afirmó:
—No, no tengo nada tampoco.
No tenía que dar detalles. Llevaba condones.
Era una gatita con una pajarita atada al cuello, una conejita de Playboy. No sabían nada el uno acerca del otro, solamente los nombres y a qué se dedicaban.
Bueno, y una cosa más: cuando sus cuerpos estaban cerca, ambos se encendían.
Ella encontró su bolsa y sacó un montón de pañuelos y toallitas húmedas. Sí, aquella era una chica completa cuando se trataba de sexo.
En silencio, ambos se limpiaron. Vaya noche. Extraña, impresionante, y algo aterradora, con todo el tema del preservativo roto.
La única cosa de lo que estaba seguro no era solo que aquella mujer lo volvía loco, sino también que ella estaba fascinada con él. Él deseaba verla desnuda, explorar cada centímetro de aquel pequeño cuerpo y comprobar si todo era tan perfecto como lo que ya había visto aquella noche.
Además, él tenía la cantidad exacta de orgullo masculino. Tenía que mostrarle que podía hacerlo suave y dulcemente, hacer que el sexo fuera algo fantástico para ella.
— ¿Quieres venir a mi casa? —le preguntó él.
Ella estaba poniéndose las braguitas, oh, vaya, una tanga negra. Sin mirar hacia arriba, ésta negó con la cabeza.
—No puedo.
—No puedes — ¿qué demonios quería decir con eso?
—Tengo un sitio en el que debo quedarme.
Oh, mierda, ¿estaría acaso casada? ¿Viviendo con otro tío? No se le había ocurrido ni siquiera preguntarle eso.
No lo había pensado y punto. Al menos, no con su gran cabezota.
Ella lo miró.
—No es lo que estás pensando. Es un tema familiar.
La manera en la que ella dejó caer las palabras, incluso con un tono llano, le dejó bien claro que las preguntas no eran bien recibidas.
—De acuerdo. Entonces, ¿tienes algún coche aparcado por aquí?
—No he cogido el coche. Sabía que iba a beber más que de costumbre. No te preocupes, pediré un taxi.
¿En mitad de la noche? Sí claro, era viernes noche —bueno, más bien sábado por la mañana— y la zona de bares en la Granville Street estaría llena de gente y sería relativamente segura, pero no podía dejarla hacer eso.
—Yo te acercaré a casa.
—Gracias, pero me gustan los taxis.
¿Puede que ella no quisiera que él supiese dónde vivía? No, aquello no tenía sentido alguno. Se había acostado con él, tenía que confiar al menos un poco. La gente suele confiar en los bomberos.
Dejando a un lado el tema del taxi, le dijo:
—Me gustaría que nos viéramos otra vez. ¿Qué dices, __________ (TN) ?
Ella se lo quedó mirando un momento, con una expresión imposible de leer.
¿Qué estaba haciendo? Normalmente las mujeres anhelaban tener una cita con un bombero, presentárselo a sus amigas. Finalmente le dijo:
—Lo pensaré. Ha sido divertido, Joe, pero no estoy muy segura de si... —entonces se mordió los dedos y soltó una breve carcajada—. Espera un momento. Tengo que verte otra vez. No hemos tenido tiempo de hacer la entrevista.
¿Entrevista? Podía arreglárselas con eso. Le quitaría las bragas antes de que pudiera darse cuenta, y esta vez le mostraría que realmente sabía lo que estaba haciendo.
—Trabajo este fin de semana, pero ¿qué te parece...? —él iba a sugerirle que se vieran después del turno, al día siguiente, pero ella lo cortó.
— ¿En el parque de bomberos? —su voz sonaba emocionada—. Sería perfecto. Podría echarte algunas fotos con el uniforme y hablar con alguno de los otros chicos, como ese lugarteniente.
Oh, mierda. Bulldog Spievak y los otros lo avergonzarían, contando historias sobre las chapuzas de los novatos, y seguro que no tendría ni una maldita oportunidad de colarse en las bragas de __________ (TN) .
Por otro lado, al menos podría volver a verla y esta vez él llevaría el control en su pequeña cabeza. __________ (TN) y él podían ver cómo iban las cosas entre ellos y así decidir si querrían verse de nuevo.
¿Ves?, podía ser más práctico si se esforzaba un poco más.
Ella Insistía todavía en coger un taxi, así que él la llevó hasta la Granville Street y esperó hasta verla subir a un taxi, antes de dirigirse a casa.
Había dicho que pasaría por el parque de bomberos el domingo por la tarde.
Cuando la viera otra vez, ¿cómo demonios iba a poder ser capaz de mantener su verga dentro de los pantalones?
— ¡Dese prisa! —le urgió al conductor del taxi. Mierda, casi eran las dos de la mañana. Incluso aunque le hubiera dicho a su familia que iba a trabajar hasta tarde en un artículo, aquello era demasiado.
Se quitó con pesar la pajarita del cuello y después la metió en la bolsa, donde encontró la blusa de algodón de color rosa que había llevado al salir de casa, después de la cena. Se la puso sobre el top, cubriéndose el piercing que llevaba en el ombligo.
Si tenía suerte, puede que nadie estuviera levantado tan tarde para verla entrar en casa. Pero no podía contar con eso, tratándose de su familia.
Hizo una mueca. Tenía veintitrés años, vivía en casa y todavía bajo el dominio de sus padres. Sin mencionar el de su tía y su abuela.
Sí, claro, Joe. Vamos a mi casa y follemos como comadrejas en celo.
Sonrió con la idea.
No. No podía llevarlo a casa. Aunque eso no le había impedido comportarse como una comadreja. De acuerdo, entonces, no estaba completamente bajo el dominio colectivo de la familia. Al menos, en la segunda y secreta vida que llevaba. El diminuto dolor que sentía entre los muslos era prueba de ello.
El conductor del taxi se dirigía hacia Hastings Street por Chinatown, un lugar tranquilo a aquella hora de la noche. Giró en la esquina con Keefer. Ya estaba alineado delante de la fila de coches aparcados, donde se encontraba su Jeep TJ negro.
—Es esa casa de ahí—le dijo mientras señalaba una de una fila de dos pisos que ocupaba la parte más alta de la calle, cada uno de ellos con una hilera de escalones que llevaban al patio—, puede detenerse en doble fila.
Ella pagó, cogió el recibo y después cerró suavemente la puerta del taxi, subiendo las escaleras a continuación. Pasó de puntillas por el patio que llevaba a la puerta principal. La casa, atractiva, pintada con aquellos colores —amarillo cremoso y motivos decorativos en color marrón—, parecía esperarla.
Por las viejas fotos, sabía que había tenido un aspecto más basto, cuando sus padres la compraron hacía ya veinte años. La habían renovado pacientemente, revelando y conmemorando la belleza de la herencia de la casa. Le pareció algo genial que su familia, tan tradicionalmente americana, hubiera sido capaz de apreciar el estilo occidental de la casa. Era una pena que no pudieran apreciar a los americanos de __________ (TN) .
Por supuesto, dentro de la casa todo estaba dispuesto al estilo gringo, en cada milímetro de la superficie.
Su familia la trataba casi de la misma manera que a la casa. No les importaba si __________ (TN) llevaba ropa normal hasta el punto de que fuera relativamente modesta. Era su cerebro, corazón y alma lo que ellos reclamaban para USA.
La luz del porche estaba encendida, claro. Solo para asegurarse de que ella sabía que ellos estaban al tanto de que no había llegado a casa antes de que todo el mundo se fuera a la cama.
Sí, le había quitado mucho tiempo el estar viviendo en casa con su familia, especialmente en momentos como aquel. Deslizó la llave por la cerradura, sobresaltándose cuando el cerrojo se abrió con un ruido lo suficientemente alto como para despertar a los muertos, o al menos, a una mujer de la generación más vieja. Menos su padre y su hermana pequeña, todos se desvelaban con el más mínimo ruido.
La buena noticia era que su habitación estaba en el piso de abajo, por lo que no tenía que escalar el tramo de los escalones chirriantes de madera. Al principio, el cuarto había sido un estudio y todas las habitaciones estaban en el piso de arriba. Cuando su hermano mayor, Anthony, llegó a la adolescencia, había codiciado el cuarto del piso de abajo por su tamaño y su relativa intimidad, y como el pequeño príncipe mimado que había sido toda la vida, se adueñó de él.
Cuando se fue de casa para casarse con Linda, __________ (TN) ya había empezado la carrera de periodismo. Independiente y ambiciosa, no deseaba un trabajo en el escalón más bajo, escribiendo necrológicas. Iba a ser autónoma y desempeñar su carrera en su propia casa. Su familia lo aprobó, con la condición de que viviera en el hogar familiar y trabajara desde allí. Y esa era la razón por la que había heredado la habitación de Anthony.
Cerró la puerta de su combinado oficina-habitación encendió la lámpara. Las paredes del cuarto, pintadas de un rosa pastel, daban un aire acogedor. Le encantaban las cañas y la tela estampada, por lo que la habitación tenía un toque indiscutiblemente ligero y femenino.
Incluso el acabado del armario era de color marfil. Ella lo abrió, recordando cómo le había dicho a su familia que sus archivos eran confidenciales. Sí, guardaba allí todas sus notas, pero aquel pequeño armario también guardaba cosas esenciales en su vida. Como el consolador Pearl Butterfly, sus pastillas anticonceptivas y la última gama de preservativos Rubber Rainbow de la marca Denman. También, la ropa y los accesorios que su familia no aprobaba y todas las demás cosas apetecibles que requería para su vida, fuera de Chinatown.
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