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Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 4 Empty Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]

Mensaje por JB&1D2 Jue 21 Jun 2012, 4:07 pm

Estoy indignada no puedo creer que no la reconozca.
¡¡¡¡Le pidió que se casara con el y no la recuerda!!!!
siguelaa
JB&1D2
JB&1D2


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Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 4 Empty Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]

Mensaje por JB&1D2 Jue 21 Jun 2012, 4:07 pm

pase de pagina Yay
haz maraton
JB&1D2
JB&1D2


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Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 4 Empty Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]

Mensaje por aranzhitha Jue 21 Jun 2012, 4:23 pm

siguela!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 4 Empty Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]

Mensaje por Julieta♥ Jue 21 Jun 2012, 8:07 pm

necesito capppp!!!
Julieta♥
Julieta♥


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Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 4 Empty Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]

Mensaje por andreita Vie 22 Jun 2012, 6:51 am

joe no la reconoce????? Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 4 384426 Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 4 384426 Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 4 384426 Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 4 384426
andreita
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Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 4 Empty Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]

Mensaje por Daai.Jonas.Lovato Vie 22 Jun 2012, 7:48 am

CAPITULO 03 Parte I

_____ nunca había sido una chica de carácter fuerte. Sí, como su padre solía decir, hablaba mucho, pero era una chica sensible y sensata que no gritaba ni se enrabietaba.
Sin embargo, ese aspecto de su personalidad no apareció en Jonas Abbey.
—¿Qué? —gritó mientras se levantaba—. ¡Cómo se atreve! —exclamó mientras se abalanzaba sobre Joseph, que empezó a retroceder muy despacio debido a la herida y al bastón—. ¡Será desalmado! —chilló, mientras lo empujaba y caía al suelo con él.
Joe gruñó.
—Si me ha empujado —dijo—, debe de ser la señorita Lyndon.
—Por supuesto que soy la señorita Lyndon —gritó ella—. ¿Quién iba a ser, si no?
—Debo señalar que no parece usted.
Aquello provocó que _____ hiciera una pausa. Estaba segura de que se parecía bastante a una rata empapada, con la ropa llena de barro y el sombrero... Miró a su alrededor. ¿Dónde diablos estaba el sombrero?
—¿Ha perdido algo? —le preguntó él.
—Mi sombrero —respondió _____ que, de repente, se sentía muy avergonzada.
Él sonrió.
—Me gusta más sin sombrero. Me preguntaba de qué color era su pelo.
—Es rojo —respondió ella, que se dijo que aquello tenía que ser la indignidad total. Odiaba su pelo; siempre lo había odiado.
Charles tosió para camuflar otra sonrisa. Ellie estaba rebozada de barro, hecha una furia y él no recordaba la última vez que se había divertido tanto. Bueno, sí que lo recordaba. El día anterior, para ser exactos, cuando había caído de un árbol y había tenido la buena suerte de aterrizar encima de ella.
_____ alargó la mano para apartarse un mechón mojado y pegajoso de la cara, lo que provocó que el húmedo vestido se le pegara al cuerpo. La piel de Joe se encendió.
«Sí —pensó—. Sería una esposa perfecta.»
—¿Milord? —preguntó el mayordomo mientras se agachaba para ayudar al conde a levantarse—. ¿Conocemos a esta persona?
—Me temo que sí —respondió, lo que le valió una mordaz mirada de _____—. Por lo visto, la señorita Lyndon ha tenido un día complicado. Quizá podríamos ofrecerle un té y... —la miró con recelo— una toalla.
—Se lo agradecería —respondió con recato.
El conde la miró mientras se levantaba.
—Confío en que haya estado reconsiderando mi proposición.
Rosejack se detuvo en seco y se volvió.
—¿Proposición? —exclamó.
Joe sonrió.
—Sí, Rosejack. Espero que la señorita Lyndon me conceda el honor de ser mi mujer.
El mayordomo palideció. _____ lo miró con una mueca.
—Me ha sorprendido la tormenta —dijo, aunque luego pensó que era más que obvio—. Normalmente estoy un poco más presentable.
—La ha sorprendido la tormenta —repitió él—. Y doy fe de que normalmente está mucho más presentable. Te aseguro que será una excelente condesa.
—Todavía no he aceptado —murmuró ella.
Parecía que Rosejack fuera a desmayarse en cualquier momento.
—Aceptará —dijo Joe con una sonrisa cómplice.
—¿Cómo puede...?
—¿Por qué otro motivo habría venido, si no? —la interrumpió él. Se volvió hacia el mayordomo—. Rosejack, el té, por favor. Y no te olvides de la toalla. O mejor trae dos —bajó la mirada hasta los charcos que ____ estaba dejando en el suelo de madera y volvió a mirar al criado—. Será mejor que traigas varias.
—No he venido a aceptar su proposición —dijo _____—. Sólo quería comentar algunas cosas con usted. He...
—Claro, querida —murmuró Joe—. ¿Quiere seguirme hasta el salón? Le ofrecería el brazo, pero me temo que estos días no puedo ofrecer mucha estabilidad —señaló el bastón.
Ella exhaló con frustración y lo siguió hasta un salón cercano. Estaba decorado en tonos crema y azul y ella no se atrevía a sentarse en ningún sitio.
—No creo que las toallas sean suficientes, milord —dijo. Ni siquiera se atrevía a pisar la alfombra. No con la cantidad de agua que goteaba del vestido.
Joseph la observó detenidamente.
—Creo que tiene razón. ¿Le gustaría cambiarse de ropa? Mi hermana está casada y ahora vive en Surrey, pero todavía tiene algunos vestidos aquí. Creo que le irán bien.
A _____ no le gustaba la idea de ponerse ropa de otra persona sin pedirle permiso, pero la otra opción era caer enferma con fiebre. Se miró los dedos, que le temblaban de frío y humedad, y asintió con la cabeza.
Él tocó la campana y enseguida llegó una doncella. El conde le dio instrucciones para que la acompañara hasta la habitación de su hermana. _____ siguió a la muchacha con la sensación de que, sin saber cómo, había perdido un poco el control de su destino.
El conde se sentó en un cómodo sofá, soltó aire, relajado, y luego envió un silencioso agradecimiento al responsable de que _____ se hubiera presentado en su puerta. Había empezado a temer que tendría que ir a Londres y casarse con una de esas terribles debutantes que su familia le seguía presentando.
Mientras esperaba el té y a la señorita Lyndon, silbó para sus adentros. ¿Por qué había venido? Todavía estaba algo entonado cuando le había hecho aquella extraña proposición el día anterior, pero no tanto como para no calcular los sentimientos de ella.
Pensaba que lo rechazaría. Estaba casi seguro.
Era una chica sensible. A pesar del poco tiempo que hacía que la conocía, aquello era obvio. ¿Qué haría que se entregara en matrimonio a un hombre al que apenas conocía?
Algunos motivos eran obvios. Tenía dinero y un título y, si se casaba con él, ella también tendría dinero y un título. Pero él sospechaba que no aceptaría por eso. Había visto la mirada de desesperación en sus ojos cuando había...
Frunció el ceño y luego se rió mientras se levantaba para mirar por la ventana. La señorita Lyndon lo había atacado. En la entrada. No había otra palabra para definirlo.
Trajeron el té unos minutos después y Joe dijo a la doncella que lo dejara en la tetera para que siguiera infusionando. Le gustaba fuerte.
Al cabo de unos minutos más, oyó unos dubitativos golpes en la puerta. Se volvió, sorprendido, pues le había dicho a la chica que la dejara abierta.
_____ estaba en el umbral, con la mano levantada para volver a llamar.
—Pensé que no me había oído —dijo.
—La puerta estaba abierta. No tenía que llamar.
Ella se encogió de hombros.
—No quería molestar.
Joe la invitó a pasar y la observó con detenimiento mientras cruzaba el salón. El vestido de su hermana le iba un poco largo, con lo que tenía que subirse la falda verde pálido para andar. Así fue como pudo ver que no llevaba zapatos. Era curioso comprobar cómo la visión de un pie podía hacer reaccionar a su entrepierna de esa forma...
Ella vio que le estaba mirando los pies y se sonrojó.
—Su hermana tiene unos pies muy pequeños —dijo—, y mis zapatos están empapados.
Él parpadeó, como si estuviera perdido en sus pensamientos, meneó ligeramente la cabeza y la miró a los ojos.
—No importa —dijo, y luego volvió a deslizar la mirada hasta sus pies.
_____ se soltó la falda y se preguntó por qué diantres le miraba tanto los pies.
—El verde le queda muy bien —le dijo mientras se acercó cojeando a ella—. Debería llevarlo más a menudo.
—Todos mis vestidos son oscuros y prácticos —respondió ella, con una mezcla de ironía y nostalgia en la voz.
—Una lástima. Tendré que comprarle vestidos nuevos cuando nos casemos.
—¡Un momento! —protestó—. No he aceptado su proposición. Sólo he venido a... —se interrumpió cuando se dio cuenta de que estaba gritando y continuó en un tono más relajado—. Sólo he venido a hablarlo con usted.
Él sonrió muy despacio.
—¿Qué quiere saber?
_____ suspiró mientras deseaba haber iniciado la conversación con un poco más de serenidad. Aunque, claro, tampoco habría servido de mucho, teniendo en cuenta la entrada que había protagonizado. El mayordomo jamás se lo perdonaría. Levantó la mirada y dijo:
—¿Le importa si me siento?
—Claro que no. Qué maleducado —señaló el sofá y ella se sentó—. ¿Quiere servir el té?
—Sí, me encantaría. —Se acercó la bandeja y empezó a servir. Servir té a ese hombre en su propia casa parecía algo terriblemente íntimo—. ¿Leche?
—Por favor. Sin azúcar.
Ella sonrió.
—Yo lo tomo igual.
Joe bebió un sorbo y la observó por encima del borde de la taza. Estaba nerviosa. No podía culparla. Era una situación muy extraña y tenía que admirarla por mostrar tanta fortaleza. La vio beberse el té y luego dijo:
—Por cierto, su pelo no es rojo.
Ellie se atragantó con la infusión.
—¿Cómo lo llaman? —se preguntó, mientras levantaba las manos como si eso pudiera despertarle el cerebro—. Ah, sí, rubio fresa. Aunque el nombre me parece de lo más inapropiado.
—Es rojo —dijo ____ sin rodeos.
—No, no, no lo es. Es...
—Rojo.
Él dibujó una perezosa sonrisa.
—Está bien, si insiste, es rojo.
La joven se quedó extrañamente decepcionada de que hubiera cedido. Siempre había querido que su pelo fuera de un color más exótico que simplemente rojo. Era un regalo inesperado de algún antepasado irlandés del que ya no se acordaban. Lo único bueno era que había sido una fuente de irritación constante para su padre, que tenía náuseas de pensar que podía haber un católico en algún rincón de su árbol genealógico.
A _____ siempre le había gustado pensar que había algún pícaro católico en la familia. Siempre le había gustado la idea de algo extraordinario, algo que rompiera la monotonía de su rutinaria vida. Miró a Joseph, que estaba sentado elegantemente en una silla delante de ella.
Decidió que ese hombre entraba en la categoría de algo extraordinario. Igual que la situación en la que la había puesto recientemente. Dibujó una débil sonrisa mientras pensaba que tendría que ser más fuerte. Tenía una cara increíblemente hermosa y su encanto... Bueno, nadie discutía que no era letal. Sin embargo, tenía que llevar esa conversación como la mujer sensata que era. Se aclaró la garganta.
—Creo que estábamos hablando de... —frunció el ceño—. ¿De qué estábamos hablando?
—De su pelo —respondió él, arrastrando las palabras.
_____ notó cómo se sonrojaba.
—Sí. Ya. Mmm...
Joe se apiadó de ella y dijo:
—Imagino que no querrá explicarme qué la ha hecho reconsiderar mi proposición.
Ella levantó la mirada de golpe.
—¿Qué le hace pensar que ha sido algo en concreto?
—Lleva la desesperación escrita en la mirada.
____ ni siquiera podía fingir sentirse ofendida por ese comentario porque sabía que era verdad.
—Mi padre volverá a casarse el mes que viene —dijo después de un largo suspiro—. Su prometida es una bruja.
Él apretó los labios.
—¿Tan mala es?
_____ tenía la sensación de que Joseph creía que exageraba.
—No bromeo. Ayer me dio dos listas. En la primera había todos los quehaceres de la casa que debo realizar, aparte de los que ya hago.
—¿Y qué? ¿La obligaba a limpiar la chimenea? —se burló él.
—¡Sí! —exclamó—. ¡Sí, y no era broma! Y encima tuvo la desfachatez de decirme que como demasiado cuando le dije que no cabría en la chimenea.
—A mí me parece que tiene la talla perfecta —murmuró. Sin embargo, ella no lo oyó, aunque quizá era mejor. No quería asustarla. No cuando estaba tan cerca de conseguir inscribir su nombre en el maldito certificado de matrimonio.
—¿Y la otra lista? —le preguntó.
—Posibles maridos —respondió ella con la voz asqueada.
—¿Aparecía yo?
—Le aseguro que no. Sólo anotó nombres de hombres a los que cree que puedo aspirar.
—Pobre.
_____ frunció el ceño.
—No tiene demasiada buena opinión de mí.
—Me estremezco al pensar quién estaba en la lista.
—Varios hombres de más de sesenta años, uno de menos de dieciséis y uno que es tonto.
Joe no pudo evitarlo. Se echó a reír.
—¡No me hace gracia! —exclamó Ella—. Y ni siquiera he mencionado al que pegaba a su primera mujer.
Él se puso serio al instante.
—No se casará con alguien que le pegue.
____ se quedó boquiabierta. Parecía casi como si fuera suya. Qué extraño.
—Le aseguro que no lo haré. Si me caso, escogeré con quién. Y me temo, milord, que, de todas mis opciones, usted parece el mejor partido.
—Me halaga —farfulló él.
—Pensaba que no tendría que casarme con usted.
Joe frunció el ceño porque creía que no tenía por qué estar tan resignada.
—Tengo dinero —continuó ella—. El suficiente para sobrevivir durante un tiempo. Al menos, hasta que mi hermana y su marido regresen de sus vacaciones.
—¿Qué será...?
—Dentro de tres meses —respondió—. O quizá un poco más tarde. Su hijo tiene un pequeño problema respiratorio y el médico les ha dicho que un clima más cálido le iría bien.
—Espero que no sea nada grave.
—No —respondió _____, reforzando la respuesta con un movimiento de cabeza—. Es una de esas cosas que se superan. Pero me temo que sigo sin opciones.
—No la entiendo —dijo Joe.
—El abogado no quiere darme el dinero. —____ le relató los acontecimientos del día, aunque obvió su indigna discusión con el cielo. Ese hombre no tenía por qué saberlo todo de ella. Era mejor no decir nada que pudiera hacerlo creer que estaba trastornada.
Él se quedó sentado sin decir nada y jugueteando con los dedos mientras la escuchaba.
—¿Qué es exactamente lo que quiere que haga por usted? —le preguntó cuando ella terminó.
—En un mundo ideal, me gustaría que fuera al despacho del abogado en mi nombre y le pidiera que le dejara sacar mi dinero —respondió ella—. Entonces, podría vivir tranquilamente en Londres y esperar a mi hermana.
—¿Y no casarse conmigo? —preguntó él, con una sonrisa cómplice.
—No va a pasar, ¿verdad?
Él meneó la cabeza.
—Quizá podría casarme con usted, usted saca mi dinero y, una vez que se haya asegurado la herencia, podríamos obtener la anulación... —intentó parecer convincente, pero sus palabras quedaron en el aire cuando vio que él meneaba la cabeza.
—Este planteamiento presenta dos problemas —dijo.
—¿Dos? —repitió ella. Quizá habría podido solucionar uno, pero ¿dos? Lo dudaba.
—El testamento de mi padre plantea específicamente la posibilidad de un matrimonio de conveniencia únicamente para conseguir la herencia. Si solicitara la anulación, lo perdería todo, y el dinero iría a Parar a manos de mi primo.
A _____ se le detuvo el corazón.
—Y, en segundo lugar —continuó él—, una anulación implicaría que no habríamos consumado el matrimonio. Ella tragó saliva.
—Yo no veo ningún problema en eso.
Él se inclinó hacia delante.
—¿De veras? —preguntó con suavidad.
A ella no le gustaba el brinco que le había dado el corazón. El conde era demasiado atractivo para su bien..., demasiado atractivo para el bien de ella.
—Si nos casamos —dijo, ansiosa por cambiar de tema—, tendrá que sacar mi dinero por mí. ¿Puede hacerlo? Porque, si no, no me casaré con usted.
—Podré proporcionarle lo que quiera sin necesidad de ese dinero —dijo Joe.
—Pero es mío, y he trabajado muy duro. No pienso dejar que se pudra en las manos de Tibbett.
—Claro que no —farfulló el conde, como si estuviera haciendo un gran esfuerzo por no reír.
—Es por principios.
—Y lo que le importa son los principios, ¿verdad?
—Absolutamente —hizo una pausa—. Aunque está claro que los principios no dan de comer. Si no, no estaría aquí.
—Muy bien. Conseguiré su dinero. No será demasiado difícil.
—Para usted, quizá no —farfulló _____ algo contrariada—. Pero yo ni siquiera he logrado que ese hombre admita que soy más inteligente que una oveja.
Joe se rió.
—No tema, señorita Lyndon. Yo no cometeré el mismo error.
—Y ese dinero será mío —insistió—. Sé que cuando nos casemos, todas mis propiedades, por escasas que sean, serán suyas, pero me gustaría disponer de una cuenta aparte a mi nombre.
—Hecho.
—¿Y se asegurará de que el banco sepa que seré la única que controle esos fondos?
—Si lo desea.
Ella lo miró con suspicacia. Joe reconoció la mirada y dijo:
—Tengo dinero más que suficiente, siempre que nos casemos enseguida. No necesito el suyo.
Ella respiró tranquila.
—Perfecto. Me gusta invertir y no me gustaría tener que pedirle la firma cada vez que quiera hacer una transacción.
Joseph se quedó boquiabierto.
—¿Invierte?
—Sí, y si me permite decirlo, se me da bastante bien. El año pasado, saqué grandes beneficios con el azúcar.
Él sonrió con incredulidad. Estaba seguro de que se llevarían de maravilla. Las horas junto a su nueva mujer serían más que placenteras y, por lo visto, sería capaz de entretenerse mientras él se ocupaba de sus asuntos en Londres. Lo último que necesitaba era atarse a una mujer que lloriqueara cada vez que la dejara sola.
Entrecerró los ojos.
—No es una de esas mujeres controladoras, ¿verdad?
—¿Qué quiere decir?
—Lo último que necesito es una mujer que quiera dirigirme la vida. Necesito una esposa, no una gobernanta.
—Es bastante exigente para alguien que sólo tiene catorce días antes de perder su fortuna para siempre.
—El matrimonio es para toda la vida, _____.
—Créame, lo sé.
—¿Y bien?
—No —respondió ella, casi poniendo los ojos en blanco—. No lo soy. Aunque eso no implica que no quiera dirigir mi propia vida, por supuesto.
—Por supuesto —asintió él.
—Pero no interferiré en la suya. Ni siquiera sabrá que existo.
—No sé por qué, lo dudo.
Ella lo miró con el ceño fruncido.
—Ya sabe a qué me refiero.
—Muy bien —dijo él—. Creo que hemos llegado a un acuerdo bastante justo. Me caso con usted, y usted consigue su dinero. Se casa conmigo, y yo consigo mi dinero.
_____ parpadeó.
—No lo había visto así, pero, sí, es el resumen del acuerdo.
—Perfecto. ¿Tenemos un trato?
Ella tragó saliva mientras intentaba ignorar la terrible sensación de que acababa de vender su alma al diablo. Como acababa de decir el conde, el matrimonio era para siempre, y ella apenas hacía dos días que lo conocía. Cerró los ojos un segundo y asintió.
—Excelente. —Joe se levantó sonriente y se apoyó en el brazo de la butaca mientras agarraba el bastón—. Tenemos que cerrarlo de una forma más festiva.
—¿Champán? —propuso _____, aunque enseguida quiso regañarse por ser tan atrevida. Siempre había querido saber qué gusto tenía.
—Buena idea —murmuró él mientras se acercaba al sofá donde estaba ella—. Estoy seguro de que debe haber alguna botella en la casa. Pero yo estaba pensando en algo un poco distinto.
—¿Distinto?
—Más íntimo.
Se le cortó la respiración.
Joe se sentó a su lado.
—Creo que un beso sería lo más apropiado.


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Mensaje por aranzhitha Vie 22 Jun 2012, 9:23 am

awww acepto se van a casar :lol!:
Que emocion :)
Y van a cerrar el trato con un beso Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 4 1922094727
Que suerte la de la rayiz
Siguela!!!
aranzhitha
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Mensaje por JB&1D2 Vie 22 Jun 2012, 1:13 pm

Estoy indignada!! Un beso, solo uno??
por qué tan poquito
xd
Siguelaa
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Mensaje por -Lizz- Vie 22 Jun 2012, 1:24 pm

Afgasdfaghdsfaf!
Un beso *w*

SIGUEE!
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Mensaje por aranzhitha Vie 22 Jun 2012, 8:55 pm

siguela!!
aranzhitha
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Mensaje por Julieta♥ Vie 22 Jun 2012, 9:43 pm

jejejje asi si que vale la pena cerrar un trato!!
siguela pronto plisssss
Julieta♥
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Mensaje por Creadora Vie 22 Jun 2012, 10:02 pm

asdfghjkll se casaran. SIGUELA

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Mensaje por helado00 Vie 22 Jun 2012, 10:35 pm

Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 4 167695056
woaaaaaaaaaaaah yo adoro esta novela!!! siguelaporfavor!!!
helado00
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Mensaje por Daai.Jonas.Lovato Sáb 23 Jun 2012, 9:05 am

CAPITULO 3 Parte II

—Creo que un beso sería lo más apropiado.
—Oh —dijo _____, muy rápido y en voz alta—. No es necesario —y, por si él no la había entendido, agitó con fuerza la cabeza.
Él la agarró por la barbilla de forma ligera pero firme.
—Au contraire, esposa mía. Creo que es muy necesario.
—No soy su...
—Lo será.
Ella no tenía réplica.
—Debería estar seguro de que encajamos, ¿no cree? —se le acercó un poco más.
—Seguro que encajamos. No tenemos que...
Joe redujo a la mitad la distancia que los separaba.
—¿Le han dicho alguna vez que habla mucho?
—Uy, muchas veces —respondió ella, desesperada por hacer o decir lo que fuera con tal de evitar que la besara—. De hecho...
—Y en los momentos más inoportunos —meneó la cabeza en un dulce gesto de reprimenda.
—Bueno, es que mi sentido de la oportunidad no es ideal. Mire...
—Cállese.
Y lo dijo con una autoridad tan suave que ella se calló. O quizá fue por la ardiente mirada en sus ojos. Nadie había mirado nunca a _____ Lyndon con ardor. Aquello era más que sorprendente.
Joe pegó sus caderas a las de ella y todo el cuerpo de _____ dio un brinco cuando le acarició el cuello.
—Oh, Dios mío —susurró.
Él se rió.
—También habla mientras besa.
—Oh —ella levantó la cabeza algo nerviosa—. ¿No tengo que hacerlo?
Él se echó a reír con tanta fuerza que tuvo que separarse y sentarse.
—En realidad —dijo, en cuanto pudo—, me resulta de lo más atractivo. Siempre que sean cumplidos.
—Oh —repitió ella.
—¿Volvemos a intentarlo? —le preguntó.
Ella había usado todas las protestas con el primer beso. Además, ahora que lo había probado una vez, sentía un poco más de curiosidad. Asintió lentamente.
En los ojos de Joseph se reflejó algo muy masculino y posesivo, y sus labios volvieron a rozarla. Fue tan suave como el primero, pero mucho, mucho más apasionado. La lengua de él se acercó a sus labios hasta que ella los separó con un suspiro. Entonces se adentró y exploró su boca con una tranquila confianza.
_____ se dejó llevar por el momento y se apoyó en él. Era cálido y fuerte y había algo emocionante en cómo sus manos se aferraban a su espalda. Se sintió marcada y quemada, como si él le acabara de poner su sello.
La pasión de Joe aumentó... y la asustó. _____ nunca había besado a un hombre, pero estaba segura de que él era un experto. No sabía qué hacer y él sabía demasiado y... se tensó porque, de repente, la situación la sobrepasó. Aquello no estaba bien. No lo conocía y...
El conde se separó porque percibió que ella no estaba a gusto.
—¿Se encuentra bien? —le susurró.
Ella intentó recordar cómo respirar y, cuando por fin recuperó la voz, dijo:
—Ya lo ha hecho antes, ¿verdad? —y entonces cerró los ojos un momento y farfulló—: ¿Qué estoy diciendo? Claro que sí.
Él asintió mientras su cuerpo se agitaba con una carcajada silenciosa.
—¿Supone algún problema?
—No estoy segura. Tengo la sensación de ser una especie de... —no pudo terminar.
—¿Una especie de qué?
—De premio.
—Bueno, le aseguro que lo es —respondió, dejando claro con el tono de voz que su intención era halagarla.
Pero _____ no lo interpretó de la misma forma. No le gustaba verse como un objeto que se ganaba, y particularmente no le gustaba el hecho de que Joseph consiguiera marearla de tal forma que, cuando la besaba, perdía toda la capacidad de razonar. Se alejó de él y se sentó en la butaca que había ocupado él antes. Todavía conservaba el calor de su cuerpo y ella habría jurado que podía olerlo y...
Meneó la cabeza. ¿Qué diantres le había hecho ese beso? Sus pensamientos iban de un lado a otro sin un rumbo concreto. No estaba segura de si se gustaba de aquella forma, alterada y estúpida. Se irguió y levantó la cabeza.
Joe arqueó las cejas.
—Presiento que tiene algo importante que decirme.
_____ frunció el ceño.
¿Tan transparente era?
—Sí—dijo—. Acerca de ese beso...
—Estoy encantado de hablar de ese beso —dijo, y ella no estaba segura de si estaba riendo, sonriendo o...
Lo estaba haciendo otra vez. Volvía a perder los papeles. Aquello era peligroso.
—No puede volver a suceder —soltó de repente.
—¿En serio? —preguntó él, arrastrando las palabras.
—Si voy a casarme con usted...
—Ya ha aceptado —dijo él, con una voz que parecía muy peligrosa.
—Lo sé, y no soy de las que no mantiene su palabra. —_____ tragó saliva y se dio cuenta de que era lo que estaba a punto de hacer—. Pero no puedo casarme con usted a menos que acordemos no... no...
—¿Consumar el matrimonio? —terminó él por ella como si nada.
—¡Sí! —dijo ella, con un suspiro de alivio—. Sí, exactamente.
—No puedo.
—No sería para siempre —añadió ella enseguida—. Sólo hasta que me acostumbre a... al matrimonio.
—¿Al matrimonio o a mí?
—A ambos.
Joe se quedó callado un minuto.
—No pido tanto —dijo, al final, desesperada por romper el silencio—. No quiero una asignación desorbitada. No necesito joyas o vestidos...
—Necesita vestidos —la interrumpió él.
—Está bien —aceptó ella mientras pensaba que sería maravilloso ponerse algo que no fuera marrón—. Necesito vestidos, pero nada más.
Él la miró muy serio.
—Yo necesito más.
Ella tragó saliva.
—Y lo tendrá. Pero no enseguida.
Él juntó los dedos. Era un gesto que, en la mente de ____, ya se había convertido en algo propio y único de él.
—Está bien —asintió—. Acepto. Siempre que usted haga algo por mí a cambio.
—Cualquier cosa. Bueno, casi cualquier cosa.
—Imagino que tendrá pensado comunicarme cuándo estará lista para consumar el matrimonio.
—Eh..., sí —dijo. No lo había pensado. Era difícil pensar en algo cuando lo tenía sentado delante, mirándola fijamente.
—En primer lugar, debo insistir en que su participación en el acto marital no queda irrazonablemente excluida.
Ella entrecerró los ojos.
—¿Ha estudiado la ley? Porque todo esto suena terriblemente legal.
—Un hombre de mi posición debe engendrar un heredero, señorita Lyndon. Sería una estupidez por mi parte seguir adelante con nuestro acuerdo sin su promesa de que nuestra abstinencia no será una situación permanente.
—Por supuesto —respondió ella, muy despacio, mientras intentaba ignorar la inesperada tristeza que se apoderó de su corazón. Pensaba que había despertado una mayor pasión en él. Debería haberlo sabido. Tenía otros motivos para besarla—. No... No le haré esperar una eternidad.
—Perfecto. Y ahora vayamos a la segunda parte de mis condiciones.
A _____ no le gustó la mirada que vio en sus ojos. Él se inclinó hacia delante.
—Me reservo el derecho de intentar convencerla de lo contrario.
—No le entiendo.
—¿No? Acérquese.
Ella meneó la cabeza.
—No creo que sea una buena idea.
—Acérquese, _____.
El hecho de que la llamara por el nombre de pila la sorprendió. No le había dado permiso para hacerlo y, sin embargo, había aceptado casarse con él, así que supuso que no podía ponerle peros.
—______ —repitió él, que dejó entrever su impaciencia por su tardanza. Cuando ella siguió sin responder, alargó el brazo, la agarró de la mano, la obligó a rodear la mesita de caoba y la sentó en sus rodillas.
—Señor Jon...
Le tapó la boca con la mano mientras sus labios se pegaron a su oreja.
—Cuando he dicho que me reservaba el derecho de intentar convencerla de lo contrario —le susurró—, me refería a esto.

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Mensaje por Daai.Jonas.Lovato Sáb 23 Jun 2012, 9:11 am

CAPITULO 3 Parte III


—Cuando he dicho que me reservaba el derecho de intentar convencerla de lo contrario —le susurró—, me refería a esto.
Volvió a besarla, y _____ perdió totalmente la capacidad de pensar. De repente, él interrumpió el beso y la dejó temblando. Sonrió.
—¿Le parece justo?
—Yo... ah...
Parecía que él disfrutaba de su desconcierto.
—Es la única forma en que voy a aceptar su petición.
Ella asintió hipnotizada. Al fin y al cabo, ¿con qué frecuencia iba a querer besarla? Se levantó tambaleándose.
—Será mejor que me vaya a casa.
—Perfecto. —Joe miró por la ventana. Ya no llovía, pero había empezado a atardecer—. En cuanto a los demás pormenores de nuestro acuerdo, podemos ir solucionándolos sobre la marcha.
Ella abrió la boca, sorprendida:
—¿Pormenores?
—Imaginé que una mujer de sus sensibilidades querría estipular sus obligaciones.
—Supongo que usted también tendrá «obligaciones».
Él dibujó una media sonrisa irónica.
—Por supuesto.
—Muy bien.
La tomó del brazo y la acompañó hasta la puerta.
—Haré que un carruaje la lleve a casa y la vaya a recoger mañana.
—¿Mañana? —preguntó ella, casi sin aire.
—No tengo tiempo que perder.
—¿No necesitamos una licencia?
—Ya la tengo. Sólo hay que escribir su nombre.
—¿Puede hacer eso? —preguntó ella—. ¿Es legal?
—Si conoces a las personas adecuadas, puedes hacer lo que quieras.
—Pero tendré que prepararme. Hacer el equipaje —«Encontrar algo que ponerme», se dijo en silencio. No tenía nada adecuado para casarse con un conde.
—Está bien —dijo él, algo seco—. Pasado mañana.
—Demasiado pronto. —_____ colocó los brazos en jarra en un intento de mostrarse más firme.
Él se cruzó de brazos.
—Dentro de tres días, y es mi última oferta.
—Trato hecho, milord —dijo con una sonrisa. Se había pasado los últimos cinco años negociando de forma clandestina. Palabras como «última oferta» le resultaban familiares y cómodas. Mucho más que «matrimonio».
—De acuerdo, pero si tengo que esperarme tres días, tengo que pedirle algo a cambio.
Ella entrecerró los ojos.
—No es demasiado caballeroso cerrar un trato y luego seguir añadiendo condiciones.
—Creo que es exactamente lo que usted ha hecho con respecto a la consumación de nuestro matrimonio.
_____ se sonrojó.
—De acuerdo. ¿Qué quiere?
—Es algo benigno, se lo prometo. Sólo pido una tarde en su compañía. Al fin y al cabo, la estoy cortejando, ¿no es cierto?
—Supongo que podríamos llamarlo...
—Mañana —la interrumpió él—. La recogeré puntual a la una del mediodía.
Ella asintió con la cabeza porque no confiaba en que pudiera hablar.
Al cabo de unos minutos, apareció un coche de dos caballos y Joe observó cómo un mozo la ayudaba a subir. Se apoyó en el bastón y dobló el tobillo. Sería mejor que la maldita lesión se curara pronto; tenía la sensación de que tendría que perseguir a su mujer por toda la casa.
Se quedó en la escalinata de la entrada unos minutos después de perder el coche de vista, observando cómo el sol se acercaba al horizonte y teñía el cielo.
«Su pelo», pensó de repente. El pelo de _____ era del mismo color del sol en su momento preferido del día.
Sintió cómo su corazón se llenaba de una inesperada alegría, y sonrió.



Buen fin de semana. :hi:
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