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Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 21 Empty Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]

Mensaje por JB&1D2 Mar 21 Ago 2012, 5:24 pm

Que bien que Demi confesara por un momento pense que Joseph la golpearía
la rayis es tan buena gente
y tan lindo como la cuida
siguela :D
JB&1D2
JB&1D2


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Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 21 Empty Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]

Mensaje por aranzhitha Mar 21 Ago 2012, 8:16 pm

siguela!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 21 Empty Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]

Mensaje por Daai.Jonas.Lovato Miér 22 Ago 2012, 6:45 am

CAPITULO 17 Parte I

______ se pasó la mañana siguiente recuperándose en la cama. Joe apenas se movió de su lado y, cuando lo hacía, enseguida lo sustituía un miembro de la familia Pallister, generalmente Helen o Judith, puesto que Demi estaba ocupada limpiando el invernadero.
Sin embargo, por la tarde ya empezaba a estar un poco harta de él y de su omnipresente botella de láudano.
—Te agradezco mucho que te preocupes por mis quemaduras, dijo _____, intentando apaciguarlo—, pero te prometo que el dolor no es tan fuerte como ayer y, además, parece que no pueda mantener una conversación sin dormirme.
—A nadie le importa —le aseguró él.
—A mí sí.
—Ya te he reducido la dosis a la mitad.
—Y me sigue dejando medio dormida. Puedo soportar un poco e dolor, Joe. No soy ningún alfeñique.
—______, no tienes que ser una mártir.
—No quiero ser una mártir. Sólo quiero ser yo misma.
Él la miró con recelo, pero dejó la botella en la mesita.
—Si te duelen...
—Lo sé, lo sé. Me... —Ella soltó un suspiro de alivio cuando alguien llamó a la puerta, poniendo fin a la conversación. Joe todavía parecía que podía cambiar de opinión y obligarla a tomarse el láudano a la menor provocación—. ¡Adelante! —exclamó.
Judith asomó por la puerta, con el pelo oscuro recogido, de modo que no le tapaba la cara.
—Buenos días, ______ —dijo.
—Buenos días, Judith. Me alegro de verte.
La niña asintió con un gesto propio de la realeza y se subió a la cama.
—¿Yo no merezco ningún saludo? —preguntó el conde.
—Ah, sí, claro —respondió Judith—. Buenos días, Joseph, pero vas a tener que marcharte.
______ contuvo una carcajada.
—¿Y por qué? —preguntó él.
—Tengo asuntos extremadamente importantes que hablar con ______. Asuntos privados.
—¿De veras?
Judith arqueó las cejas con altanería, una expresión que, de alguna forma, encajaba perfectamente con su cara de seis años.
—Sí. Aunque supongo que puedes quedarte mientras le doy su regalo.
—Qué generosa —dijo él.
—¡Un regalo! ¡Qué amable! —exclamó al mismo tiempo.
—Te he hecho un dibujo —la niña le ofreció una acuarela.
—Es muy bonito, Judith —dijo _____ mientras observaba los trazos azules, verdes y rojos—. Es precioso. Es... Es...
—Es la pradera —dijo Judith.
Ella suspiró aliviada por no tener que adivinarlo.
—¿Ves? —continuó la pequeña—. Esto es la hierba. Y esto, el cielo. Y éstas son las manzanas del árbol.
—¿Dónde está el tronco del árbol? —preguntó Joe.
Judith lo miró con mala cara.
—Me he quedado sin marrón.
—¿Quieres que pida un poco más?
—Es lo que más me gustaría del mundo.
Él sonrió.
—Ojalá todas las mujeres fueran tan fáciles de complacer.
—No somos tan poco razonables. —Ella se sintió obligada a defender a su género.
Judith puso los brazos en jarra, irritada por no entender de qué hablaban los mayores.
—Ahora tienes que irte, Joseph. Como he dicho, tengo que hablar con ______. Es muy importante.
—¿Ah, sí? —preguntó él—. ¿Demasiado importante para mí? ¿El conde? ¿El que se supone que está al frente de este montón de piedras?
—La palabra clave es «supone» —dijo su esposa con una sonrisa—. Me temo que quien realmente dirige la casa es Judith.
—Estás en lo cierto. Sin duda —respondió él con ironía.
—Necesitaremos, al menos, media hora, creo —dijo Judith—. O quizá más. En cualquier caso, llama antes de volver a entrar. No quisiera que nos interrumpieras.
Joe se levantó y se dirigió hacia la puerta.
—Veo que me echan sin miramientos.
—¡Media hora! —gritó Judith mientras él se retiraba.
El volvió a asomarse.
—Tesoro, eres una tirana.
—Joseph —dijo _____ simulando un tono de gran irritación—, Judith ha solicitado una audiencia privada.
—Brujita precoz —dijo él entre dientes.
—Lo he oído —dijo Judith con una sonrisa—, y sólo significa que me quieres.
—A ésta no hay quien la engañe —dijo mientras alargaba la mano para acariciarle el pelo, pero luego recordó que no podía.
—¡Cuidado con las manos! —le ordenó Joe.
—Márchate ya —le respondió ella, que no pudo esconder la sonrisa que le provocó la agradable sensación de mandarlo.
Oyeron cómo se alejaba por el pasillo. Judith no dejó de reírse con la mano delante de la boca.
—De acuerdo —dijo —, ¿de qué quieres hablar conmigo?
—De la celebración del cumpleaños de Joe. Demi nos ha dicho que querías organizarle una fiesta.
—Sí, claro. Me alegro que te hayas acordado. Me temo que no podré hacer demasiado, pero se me da bastante bien dar órdenes.
Judith se rió.
—No, yo estaré al mando.
—¿Puedo ser tu ayudante, entonces?
—Claro.
—Muy bien. Tenemos un trato —dijo _____—. Y, como no puedo darte la mano, tendremos que cerrarlo con un beso.
—¡Hecho! —Judith se acercó a ella a cuatro patas y le plantó un sonoro beso en la mejilla.
—Perfecto. Ahora te lo doy yo y ya podemos empezar a hacer planes.
Judith esperó mientras _____ le daba un beso en la cabeza y dijo:
—Creo que deberíamos pedirle a monsieur Belmont que hiciera un pastel muy grande. ¡Enorme! Con cobertura de mantequilla.
—¿Enorme o sólo gigantesco? —preguntó con una sonrisa.
—¡Enorme! —gritó Judith, agitando los brazos en el aire para demostrárselo—. Y podemos...
—¡Ay! —______ gritó de dolor cuando una de las manos de la pequeña la tocó la suya.
Judith saltó de la cama de inmediato.
—Lo siento. Lo siento mucho. Ha sido un accidente. Lo juro.
—Lo sé —dijo con los dientes apretados por el dolor—. No hay ningún problema, tesoro. Coge la botella de la mesa y sírveme un poco en el vaso.
—¿Cuánto? ¿Así? —señaló con el dedo la mitad del vaso, que correspondía a media dosis.
—No, la mitad de eso —respondió ella. Un cuarto de dosis parecía la cantidad perfecta: suficiente para calmar el dolor, pero esperaba que no lo suficiente para dejarla dormida y desorientada—. Pero no se lo digas a Joseph.
—¿Por qué no?
—Porque no —y luego dijo entre dientes—: Odio cuando tiene razón.
—¿Cómo dices?
_____ se bebió el líquido y dijo:
—Nada. Tenemos que hacer muchos planes, ¿no?
Se pasaron el siguiente cuarto de hora discutiendo seriamente sobre la cobertura del pastel, argumentando las ventajas del chocolate frente a la vainilla.

Daai.Jonas.Lovato
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Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 21 Empty Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]

Mensaje por andreita Miér 22 Ago 2012, 6:55 am

me encato el cap
y ya queiro ver que le hacen de cumple a jospeh!!
saigue
quiero maraton :P
andreita
andreita


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Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 21 Empty Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]

Mensaje por Daai.Jonas.Lovato Miér 22 Ago 2012, 6:59 am

CAPITULO 17 Parte II

Más tarde, Joe apareció por la puerta que conectaba sus habitaciones con una hoja de papel.
—¿Cómo te encuentras? —le preguntó.
—Mucho mejor, gracias. Aunque me cuesta un poco pasar las páginas del libro.
Él arqueó la comisura de los labios.
—¿Qué estás intentando leer?
—«Intentando» es la palabra clave —dijo ella irónicamente.
Él se acercó a su lado y pasó una página mientras se fijaba en el título del libro.
—¿Y qué hace esta tarde nuestra encantadora señorita Dashwood? le preguntó.
Ella lo miró confundida hasta que descubrió que había visto que estaba leyendo Sentido y sensibilidad.
—Muy bien —respondió—. Creo que el señor Ferrars se le declarará en cualquier momento.
—Qué emocionante —respondió él, y ella no pudo sino admirarlo por mantener la misma expresión seria.
—Toma, deja el libro —le dijo—. Ya he tenido suficiente lectura Por esta tarde.
—¿Quizá necesitas otro cuarto de dosis de láudano?
—¿Cómo lo has sabido?
Él arqueó una ceja.
—Lo sé todo, querida.
—Imagino que lo que sabes es cómo sobornar a Judith.
—Sí, de hecho es un conocimiento muy útil.
Ella puso los ojos en blanco.
—Un cuarto de dosis me vendría bien, gracias.
Él vertió el líquido y se lo dio, masajeándose el brazo mientras lo hacía.
—Es verdad —dijo _____—. Me había olvidado por completo de tu brazo. ¿Cómo lo tienes?
—Ni la mitad de mal que tus manos. No tienes de qué preocuparte.
—Pero no voy a poder quitarte los puntos.
—Estoy seguro que alguien podrá hacerlo. Helen, seguramente. Se pasa el día cosiendo y bordando.
—Imagino que sí. Espero que no te estés haciendo el valiente y no quieras decirme lo mucho que te duele. Si descubro que has...
—Por el amor de Dios, ______, te has quemado las manos. Deja de preocuparte por mí.
—Es mucho más fácil preocuparme por ti que quedarme aquí pensando en mis manos.
Él dibujó una comprensiva sonrisa.
—Te cuesta estar sin hacer nada, ¿verdad?
—Mucho.
—De acuerdo. ¿Por qué no mantenemos una de esas conversaciones que me dicen que tiene los maridos y las mujeres?
—¿Cómo dices?
—Tú me dices algo como: «Querido, querido marido...»
—Oh, por favor.
Él la ignoró.
—«Mi querido marido, ¿cómo te ha ido el día?»
______ soltó un largo suspiro.
—Ah, de acuerdo. Supongo que puedo jugar a eso.
—Muy amable de tu parte —dijo él, asintiendo.
Ella le lanzó una desagradable mirada y le preguntó:
—¿Cómo has ocupado hoy tu día, querido marido? Te he oído moverte en la habitación de al lado.
—Iba de un lado a otro.
—¿De un lado a otro? Parece algo serio.
Él sonrió despacio.
—He estado haciendo una nueva lista.
—¿Una lista nueva? Me muero de curiosidad. ¿Cómo se titula?
—«Siete formas de entretener a ______.»
—¿Sólo siete? No sabía que era tan fácil de entretener.
—Te aseguro que le he estado dando muchas vueltas.
—Lo sé. Y las marcas de pisadas que has dejado en la alfombra de tu habitación dan fe de ello.
—No te burles de mi pobre y vieja alfombra. Ir de un lado a otro es el menor de mis males. Si nuestro matrimonio va a ser como estos quince días, tendré el pelo completamente canoso cuando cumpla los treinta.
Ella sabía que aquella fecha tan señalada era al día siguiente, pero no quería revelar la fiesta sorpresa que había organizado con las Pallister, así que fingió ignorancia y dijo:
—Estoy segura de que nuestras vidas serán mucho más tranquilas ahora que he hecho las paces con Demetria.
—Eso espero —dijo él en un tono propio de un niño pequeño contrariado—. Pero, bueno, ¿quieres oír la lista? Llevo toda la tarde con ella.
—Por supuesto. ¿La leo yo o tú en voz alta?
—Oh, creo que será mejor que la lea yo en voz alta —se inclinó hacia delante y arqueó una ceja, formando una expresión lobezna—. Así me aseguro de que cada palabra recibe el énfasis que merece.
______ no pudo contener la risa.
—Está bien. Empieza. Él se aclaró la garganta.
—«Número uno: leerle para que no tenga que pasar las páginas.»
—¡Déjame ver eso! Te lo estás inventando. Es imposible que supieras que estaba leyendo. Y menos que adivinaras los problemas que estaba teniendo con las páginas.
—Sólo edito un poco la información —respondió él con altivez—. Puedo hacerlo.
—Sí, seguro, y más teniendo en cuenta que impones las reglas cuando te apetece.
—Es uno de los pocos beneficios de ser conde —admitió—. Pero, si quieres saberlo, el punto número uno era leerte. Sólo lo he adaptado para incluir el asunto de pasar las páginas. ¿Puedo continuar? —cuando ella asintió, añadió—: «Número dos: masajearle los pies».
—¿Los pies?
—Mmm, sí. ¿Nunca te han dado un masaje en los pies? —aunque luego pensó dónde se había criado ella y dónde había recibido él los masajes, y por parte de quién, y decidió que la respuesta debía de ser negativa—. Te aseguro que son deliciosos. ¿Quieres una descripción? ¿O prefieres una demostración?
Ella se aclaró la garganta varias veces.
—¿Cuál es el siguiente punto de la lista?
—Cobarde —la acusó él con una sonrisa. Alargó la mano y, por encima de la colcha, le resiguió la forma de la pierna hasta que llegó al pie—. «Número tres: traer a Judith al menos dos veces al día para hablar.»
—Esa me parece una sugerencia considerablemente más inocente que la anterior.
—Sé que disfrutas estando con ella.
—Cada vez estoy más intrigada por la variedad de la lista. Él se encogió de hombros.
—No la he hecho siguiendo ningún orden en particular. He ido escribiendo cosas a medida que se me iban ocurriendo. Bueno, excepto la última, claro. Es lo que se me ocurrió primero, pero no quería asustarte.
—Casi me da miedo preguntar en qué consiste el punto número siete.
—Haces bien —sonrió—. Es mi favorito.
Ella se sonrojó.
Joe se aclaró la garganta e intentó no reírse ante la inocente agonía de su mujer.
—¿Puedo seguir con el siguiente punto?
—Por favor.
—«Número cuatro: mantenerla informada de los progresos de Demi en el invernadero.»
—¿Se supone que eso es un entretenimiento?
—Quizá no, pero he pensado que te gustaría saberlo.
—¿Cómo lo lleva?
—Muy bien, en realidad. Se ha mostrado muy diligente. Sin embargo, el invernadero está helado. Ha abierto todas las puertas para que se airee. Espero que el olor haya desaparecido en cuanto estés mejor para poder volver a tu afición por la jardinería.
_____ sonrió.
—¿Qué más?
Él bajó la cabeza.
—A ver... Ah, sí. «Número cinco: traer a la modista con telas y diseños» —la miró—. No puedo creer que todavía no lo hayamos hecho. No estás en condiciones para una prueba, pero, al menos, podemos elegir varios estilos y colores. Empiezo a estar cansado de verte siempre de marrón.
—Hace dos años, a modo de diezmo, a mi padre le dieron varios líos de tela marrón. Desde entonces, no he tenido un vestido de otro color.
—Me parece un asunto de la máxima gravedad.
—¿Tan experto en moda eres?
—Más que el buen reverendo, tu padre. Eso seguro.
—En ese punto, milord, estamos de acuerdo.
Él se acercó hasta que sus narices se rozaron.
—¿De verdad soy tu lord, ______?
Ella dibujó una sonrisa irónica.
—El protocolo parece indicar que así es como debo llamarte.
Él suspiró y se agarró el pecho en una fingida desesperación.
—Si bailas con la agilidad que hablas, predigo que serás la sensación de la ciudad.
—Si no me compro uno o dos vestidos nuevos, no. No sería adecuado ir a todos los actos sociales vestida de marrón.
—Ah, el siempre sutil recordatorio para que no cambie de tema —sujetó el papel con las dos manos, tensó las muñecas para estirarlo y leyó—: «Número seis: comentar con ella los términos de su nueva cuenta bancaria».
A ella se le iluminó la cara.
—¿Te interesa?
—Por supuesto.
—Ya, pero comparado con tus finanzas, mis trescientas libras son una suma ridícula. Seguro que no es importante para ti.
Joe ladeó la cabeza y la miró como si hubiera algo muy obvio que ella no entendiera.
—Pero para ti lo es.
Justo en ese instante, ______ decidió que lo quería. Aunque estaba claro que uno no decidía esas cosas. Aquel descubrimiento fue sorprendente y, en algún lugar de su aturdida mente, se dijo que aquel sentimiento se había ido fundamentando desde el día que le había propuesto matrimonio. Había algo muy... especial en él.
La forma en que se reía de él mismo.
En cómo hacía que ella se riera de ella misma.
En cómo se aseguraba de darle un beso de buenas noches a Judith cada día.
Pero, sobre todo, en cómo respetaba el talento y anticipaba sus necesidades, y en cómo sus ojos se habían llenado de tristeza cuando se había quemado, como si sintiera cada una de las pequeñas ampollas en su piel.
Era un hombre mucho mejor de lo que ella creía cuando dijo «Sí, quiero».
Él le dio unos golpecitos en el hombro.
—¿______? ¿_______?
—¿Qué? Oh, lo siento —se sonrojó, a pesar de que era consciente de que él no podía leerle los pensamientos—. Tenía la cabeza en otro sitio.
—Cariño, como mínimo estabas en la luna.
Ella tragó saliva e intentó buscar una excusa razonable.
—Estaba pensando en mi estrategia de inversión. ¿Qué te parece el café?
—Que me gusta con leche.
—Como inversión —prácticamente espetó ella.
—Dios mío, de repente estamos muy irritables.
Ella pensó que, si él se acabara de dar cuenta de que se había metido en un camino de sentido único donde sabía que le romperían el corazón, también estaría irritable. Estaba enamorada de un hombre que no veía nada malo en la infidelidad. Le había dejado muy claras sus opiniones sobre el matrimonio.
Ellie sabía que, por ahora, le sería fiel. Estaba demasiado intrigado por ella y la novedad de su matrimonio para recurrir a otras mujeres, pero, al final, acabaría aburrido y, entonces, ella se quedaría en casa sola y con el corazón roto.
Maldito hombre. Si tenía que tener un defecto fatal, ¿por qué no podía morderse las uñas, o jugar, o ser bajo, gordo y feo? ¿Por qué tenía que ser perfecto en todos los sentidos menos en la apabullante falta de respeto hacia la santidad del matrimonio?
______ estaba a punto de llorar.
Y lo peor era que sabía que nunca podría pagarle con la misma moneda. No podría serle infiel, aunque quisiera. Quizá era debido a su estricta educación por parte de un hombre de Dios, pero era imposible que ella rompiera un voto tan solemne como el del matrimonio. No era su naturaleza.
—Te has puesto triste de repente —dijo Joe acariciándole la cara—. ¡Dios mío! Estás llorando. _____, ¿qué te pasa? ¿Son las manos?
Ella asintió. Parecía lo más fácil teniendo en cuenta las circunstancias.
—Voy a darte más láudano. Y no admitiré quejas de que acabas de tomarte un poco. Otro cuarto de dosis no te dejará inconsciente.
Ella se bebió el líquido mientras pensaba que no le importaría quedarse inconsciente allí mismo.
—Gracias —le dijo, cuando él le secó los labios. La estaba mirando tan preocupado, y eso le rompía el corazón y...
Y entonces se acordó. Decían que los donjuanes eran los mejores maridos, ¿no? ¿Por qué diantres no podía reformarlo? Nunca antes se había amilanado ante un reto. Con una repentina inspiración, y quizá un poco mareada después de haber doblado la dosis de láudano, se volvió hacia él y dijo:
—¿Y cuándo sabré en qué consiste el misterioso punto número siete de la lista?
Él la miró con preocupación.
—No estoy seguro de que estés en condiciones.
—Bobadas —ella meneó la cabeza y le ofreció una alegre sonrisa—. Estoy en condiciones para cualquier cosa.
Ahora la miraba extrañado. Parpadeó varias veces, agarró la botella de láudano y la miró con curiosidad.
—Creía que esto te adormecía.
—No sé si quiero dormir —respondió ella—, pero me siento mucho mejor.
Joe la miró, miró la botella y la olió con cuidado.
—Quizá debería probarlo.
—Yo podría probarte a ti —y se rió.
—Ahora sé que has tomado demasiado láudano.
—Quiero oír el punto número siete.
Joseph se cruzó de brazos y la observó bostezar. Empezaba a preocuparlo. Parecía que estaba bien, luego de repente se le habían llenado los ojos de lágrimas y ahora... Bueno, si no la conociera, creería que estaba intentando seducirlo.
Cosa que iba muy bien con lo que había escrito al final de la lista, aunque de repente se mostraba reticente a revelar sus intenciones amorosas mientras ella estuviera en ese estado.
—El número siete, por favor —insistió ella.
—Quizá mañana.
Ella hizo un mohín.
—Has dicho que querías entretenerme. Y te aseguro que no me entretendré mientras no sepa el último punto de la lista.
Joe jamás se lo hubiera creído, pero era incapaz de leer esas palabras en voz alta. No cuando ella se estaba comportando de una forma tan extraña. Sencillamente, no podía aprovecharse de ella en esas condiciones.
—Toma —dijo, horrorizado por la vergüenza que reconoció en su voz y algo enfadado con ella por hacerlo sentir como un... un... Santo Dios, ¿qué le estaba pasando? Estaba domesticado. Frunció el ceño—. Puedes leerlo tú misma.
Le colocó la hoja frente a ella y la miró mientras sus ojos leían las palabras.
—Madre... —gritó—. ¿Es posible?
—Te aseguro que sí.
—¿Incluso en mi estado? —levantó las manos—. Oh. Supongo que por eso mencionas específicamente...
Joe se sintió algo petulante cuando ella se sonrojó.
—¿No puedes decirlo en voz alta, querida?
—No sabía que se podían hacer esas cosas con la boca —farfulló. Él dibujó una lenta sonrisa cuando el donjuán que llevaba dentro despertó. Le gustaba. Era más él mismo.
—En realidad, hay mucho más...
—Puedes explicármelo después —se apresuró a decir ella.
Él entrecerró los ojos.
—O quizá te lo demuestre.
Si no la conociera, habría jurado que la había visto tensar los hombros cuando dijo, o más bien susurró:
—De acuerdo.
O quizá fue más un grito que un susurro. En cualquier caso, estaba aterrada.
Y entonces bostezó, y Joe se dio cuenta de que poco importaba si estaba aterrada o no. La dosis adicional de láudano empezaba a hacer efecto y _____ estaba a punto de...
Roncar.
Él suspiró y se apartó mientras se preguntaba cuánto tiempo pasaría antes de que pudiera hacer el amor con su mujer. Y luego se preguntó si viviría hasta entonces.
La garganta de ______ emitió un sonido curioso, un sonido con el que ningún ser humano podría dormir.
Y entonces fue cuando descubrió que tenía mayores preocupaciones y empezó a pensar si roncaría cada noche.
Daai.Jonas.Lovato
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Mas brillante que el sol [Joe J. y tu] - Página 21 Empty Re: Mas brillante que el sol [Joe J. y tu]

Mensaje por Daai.Jonas.Lovato Miér 22 Ago 2012, 7:12 am

CAPITULO 18 Parte I

Al día siguiente, ______ se despertó sintiéndose mucho más fresca. Era increíble lo que un poco de valor y determinación podían hacer por el estado de ánimo. El amor romántico era algo muy extraño. Ella nunca lo había sentido y, aunque le revolvía un poco el estómago, quería aferrarse a él con las dos manos y no soltarlo nunca.
O mejor, quería aferrarse a Joe y no soltarlo nunca, aunque con los vendajes le costaría un poco. Suponía que eso sería el deseo, algo tan desconocido para ella como el amor.
No estaba completamente segura de poder convencerlo y que adoptara su visión del amor, el matrimonio y la fidelidad, pero sabía que si no lo intentaba, se lo reprocharía toda la vida. Si no lo conseguía, seguramente estaría hundida, pero al menos no tendría que llamarse cobarde.
Y, por tanto, esperó emocionada en el comedor informal con Helen y Judith mientras Demi iba a buscar a Joseph. La chica había ido a su despacho con la excusa de que la acompañara al invernadero a revisar su trabajo. El pequeño comedor estaba de camino al invernadero, así que ______, Judith y Helen estaban preparadas para saltar y gritar: «¡Sorpresa!»
—El pastel es precioso —dijo Helen, contemplando la cobertura pálida. Se acercó un poco más—. Excepto, quizá, por esta marca que es exactamente del ancho del dedo de niña de seis años.
Judith, con el pretexto de que había visto un bicho, se metió debajo de la mesa.
______ sonrió con indulgencia.
—Un pastel no sería un pastel sin estas marcas. Al menos, no sería un pastel familiar. Y son los mejores.
Helen bajó la mirada para asegurarse de que Judith estaba ocupada en otra cosa que no fuera escuchar su conversación y dijo:
—Para ser sincera, hasta yo misma estoy tentada.
—Pues adelante. No se lo diré a nadie. Yo también lo haría, pero... —levantó las manos vendadas.
El rostro de Helen enseguida reflejó preocupación.
—¿Seguro que estás bien para la fiesta? Las manos...
—Ya no me duelen tanto, lo juro.
—Joseph dijo que todavía necesitas láudano para el dolor.
—Muy poco. Un cuarto de dosis. Y espero que mañana ya no tenga que tomar nada. Las quemaduras se están curando y casi no quedan ampollas.
—Qué bien. Me alegro, yo... —Helen tragó saliva, cerró los ojos un momento, y la llevó al otro lado del comedor para que Judith no la oyera—. No puedo agradecerte lo suficiente la comprensión que has demostrado con Demetria. Yo...
______ levantó una mano.
—No ha sido nada, Helen. No tienes que decir nada más.
—Pero debo hacerlo. La mayor parte de mujeres nos habrían echado a las tres a patadas.
—Helen, ésta es tu casa.
—No —respondió la mujer muy despacio—. Jonas Abbey es tu casa. Nosotras sólo somos invitadas.
—Ésta es tu casa —dijo ______ con un tono firme, aunque con una sonrisa—. Y si vuelvo a oírte decir lo contrario, te estrangularé.
Parecía que Helen iba a decir otra cosa, pero cerró la boca. Sin embargo, al cabo de unos segundos, dijo:
—Demi no me ha dicho por qué hizo todas esas cosas, aunque tengo una ligera idea.
—Imagino que sí —dijo ella.
—Gracias por no dejarla en ridículo delante de Joseph.
—No necesitaba que le rompieran el corazón dos veces.
Judith, que salió de debajo de la mesa, salvó a su madre de seguir disculpándose.
—¡He aplastado al bicho! —anunció—. Era enorme. Y muy valiente.
—No había ningún bicho, tesoro, y lo sabes —dijo ______.
—¿Sabías que a los bichos les gusta la cobertura de los pasteles?
—Y, por lo que sé, a las niñas pequeñas también.
Judith apretó los labios, disgustada por la dirección que había tomado la conversación.
—¡Me parece que ya los oigo! —susurró Helen—. Callaos.
Las tres se colocaron junto a la puerta, observando y escuchando. A los pocos segundos, oyeron la voz de Demetria.
—Ya verás lo mucho que he avanzado en el invernadero —dijo.
—Sí—respondió Joe, que cada vez estaba más cerca—, pero ¿no habría sido más rápido ir por el ala este?
—Estaban encerando el suelo —respondió la joven enseguida—. Seguro que estaría resbaladizo.
—Chica lista —susurró ______ a Helen.
—Podemos acortar por el comedor informal —continuó Demi—. Es casi tan rápido y...
Empezó a abrir la puerta.
—¡Sorpresa! —gritaron las cuatro residentes de Jonas Abbey.
Y Joe se quedó sorprendido..., aunque sólo un segundo. Luego se enfadó bastante cuando se volvió hacia _____ y le preguntó:
—¿Qué demonios haces aquí?
—Vaya, feliz cumpleaños —respondió ella, mordaz.
—Tus manos...
—... parece que no me impiden caminar —sonrió irónicamente—. Increíble, ¿verdad?
—Pero...
Helen, en un gesto impaciente poco propio de ella, dio un golpecito a su primo en la cabeza y dijo:
—Primo, cállate y disfruta de la fiesta.
Joseph miró al grupo de mujeres que lo observaban con rostros expectantes y se dio cuenta de que había sido muy grosero.
—Muchas gracias a todas —dijo—. Es un honor que os hayáis tomado tantas molestias para mi cumpleaños.
—No podíamos dejarlo pasar sin tener, al menos, un pastel —dijo _____—. Judith y yo escogimos la cobertura. De mantequilla.
—¿De veras? —dijo, asintiendo—. Muy listas.
—¡Te he hecho un dibujo! —exclamó Judith—. Con las acuarelas.
—¿En serio, tesoro? —se arrodilló a su lado—. Es precioso. Pero si parece... parece... —miró a Helen, Demi y ______ para que lo ayudaran, pero ellas se encogieron de hombros.
—¡Los establos! —exclamó Judith muy emocionada.
—¡Exacto!
—Me he pasado una hora entera mirándolos mientras pintaba.
—¿Una hora entera? Qué aplicada. Tendré que buscarle una posición de honor en mi despacho.
—Tienes que enmarcarlo —le ordenó ella—. Con un marco de oro.
_______ contuvo una carcajada y susurró a Helen:
—Predigo un gran futuro para esta niña. Quizá reina del universo.
Helen suspiró.
—Lo cierto es que mi hija no sufre de la incapacidad de saber qué quiere.
—Pero eso es bueno —dijo —. Es bueno saber lo que uno quiere. Yo misma lo he descubierto hace poco.
Joe cortó el pastel, bajo la dirección de Judith, claro, que tenía convicciones muy firmes sobre cómo tenía que hacerlo, y luego empezó a abrir sus regalos.
Estaba la acuarela de Judith, una almohada bordada de Demi y un pequeño reloj de Helen.
—Para tu escritorio —le dijo—. Me he fijado que por la noche, es difícil ver la hora en el reloj de pie.
______ dio un suave codazo a su marido para obtener su atención.
—Yo todavía no tengo tu regalo —le dijo despacio—, pero lo tengo todo planeado.
—¿De verdad?
—Te lo daré dentro de una semana.
—¿Tengo que esperar una semana?
—Necesitaré poder utilizar las manos —dijo con una mirada seductora.
La sonrisa de Joe se volvió salvaje.
—Estoy impaciente.
Fiel a su palabra, Joseph trajo a la modista a Jonas Abbey para mirar telas y diseños. ______ tendría que hacerse el vestuario en Londres, pero Smithson de Canterbury era una buena modista y la señora Smithson podría hacerle unos cuantos vestidos para que los llevara hasta que pudiera viajar a la ciudad.
Ella estaba emocionada por conocer a la modista; siempre había tenido que coserse sus propios vestidos y una consulta privada era todo un lujo.
Bueno, no tan privada.
—Joseph —dijo por quinta vez—, soy perfectamente capaz de elegir mis vestidos.
—Claro, querida, pero nunca has estado en Londres y... —vio los diseños que la señora Smithson tenía en la mano—. Ése no. Es demasiado escotado.
—Pero estos vestidos no son para Londres. Son para el campo. Y he estado en el campo —y, en un tono sarcástico, añadió—: De hecho, ahora estoy en el campo.
Si él la oyó, no lo demostró.
—Verde —dijo, aparentemente hablando con la señora Smithson—. Está preciosa de verde.
A ______ le hubiera gustado sentirse halagada por el comentario, pero tenía asuntos más urgentes que solucionar.
—Joseph —dijo—, me gustaría mucho estar un momento a solas con la señora Smithson.
Él se quedó atónito.
—¿Para qué?
—¿No te gustaría no saber cómo serán todos mis vestidos? —sonrió con dulzura—. ¿No te gustaría que te sorprendiera?
Él se encogió de hombros.
—No lo había pensado.
—Pues piénsalo —dijo ella, tajante—. Preferiblemente en tu despacho.
—Quieres que me vaya, ¿verdad?
Parecía dolido y ella se arrepintió enseguida de haberle hablado así.
—Es que elegir vestidos es un entretenimiento femenino.
—¿Ah, sí? Pues yo tenía muchas ganas de hacerlo. Nunca había elegido un vestido para ninguna mujer.
—¿Ni siquiera para tu...? —____ se mordió el labio. Había estado a punto de decir «amantes», pero no había querido pronunciar esa palabra. Esos días estaba muy positiva, y ni siquiera quería recordarle que había confraternizado con los bajos fondos—. Joseph —continuó en un tono más suave—, quisiera escoger algo que te sorprenda.
Él refunfuñó, pero salió de la habitación.
—El conde es un marido muy implicado, ¿verdad? —dijo la señora Smithson cuando se cerró la puerta.
_____ se sonrojó y murmuró algo sin sentido. Entonces se dio cuenta de que tenía que darse prisa si quería encargar algo mientras Joe no estuviera. Conociéndolo, cambiaría de opinión y entraría corriendo en cualquier momento.
—Señora Smithson —dijo—, los vestidos no corren prisa, pero lo que necesito es...
La modista sonrió cómplice.
—¿Un ajuar?
—Sí, unas piezas de lencería.
—Eso se puede arreglar sin ninguna prueba.
_____ suspiró aliviada.
—¿Y el estilo?
—Cualquiera. Eh... Cualquiera que a usted le parezca adecuado para una joven pareja de recién casados —intentó no enfatizar demasiado las dos últimas palabras, pero quería dejar claro que no quería escoger un camisón dependiendo de lo cálido que pudiera ser. Y, entonces, la señora Smithson asintió de aquel modo tan secreto suyo y ella supo que le enviaría algo especial. Quizá incluso algo un poco atrevido. Seguro que era algo que ______ nunca habría elegido para ella.
Aunque, teniendo en cuenta su inexperiencia en el arte de la seducción, se dijo que así era mejor.

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Mensaje por andreita Miér 22 Ago 2012, 3:06 pm

me encabtaron los caps
la rayis queier seducir a joesph :twisted:
andreita
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Mensaje por andreita Miér 22 Ago 2012, 3:06 pm

la rayis lo ama ama
andreita
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Mensaje por aranzhitha Miér 22 Ago 2012, 3:08 pm

awww me encanta Judith
Es tan divertida y linda :risa:
Joseph es tan lino
Lo amo
Siguela!!!
aranzhitha
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Mensaje por Jess Jonas .. Miér 22 Ago 2012, 7:29 pm

Ayy la raya está enamorada del conde :3 ..
y sé que él también de ella :D ..
Jajajajajja me imagino que será ese regalo que Joseph tendrá que esperar por una semana xD ..
Y más con el conjunto de lencería que pidió la raya xD ..
Jajaja xD ..
A M É L O S C A P I S ! ..
Joseph es un amor *-* ..
SI-GUE-LAA !! ..
Jess Jonas ..
Jess Jonas ..


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Mensaje por misterygirl Jue 23 Ago 2012, 9:17 am

Gracias por volver! Me encantaron los capítulos :D Por favor siguela pronto
misterygirl
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Mensaje por helado00 Jue 23 Ago 2012, 5:58 pm

Primero que nada....Perdón,perdón,perdón por no hbaer podido pasar antes!!! Comence con el cole y me tiene a full!! enserio perdón!!
segundo...no sé como no he podido vivir sin leer un cap!! digo esta nove, no me encanta, ME FASCINA,LA AMO!! así de simple!!
Los caps han estado increíbles, me dejan sin palabras!! Tienes que seguirla por el amor de Dios!!
Y joseph es tan askdhskahdjkashkjsd
helado00
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Mensaje por andreita Vie 24 Ago 2012, 9:01 am

quiero que concreten el matrimonio :twisted:
andreita
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Mensaje por Daai.Jonas.Lovato Vie 24 Ago 2012, 4:29 pm

CAPITULO 18 Parte II

Una semana después, las manos de _______ estaban curadas. La piel todavía estaba tierna, pero ya no le dolían con cada movimiento. Había llegado el momento de dar a Joe su regalo de cumpleaños. Estaba aterrada.
También estaba emocionada, aunque, al ser una total inocente, el error podía más.
Ella había decidido que su regalo para el trigésimo cumpleaños de Joseph sería ella. Quería que su matrimonio fuera una unión real, de mente, alma y..., tragó saliva al pensarlo..., cuerpo.
La señora Smithson estuvo a la altura de sus promesas. _______ no se creía que la del espejo fuera ella. La modista había elegido una prenda de seda de un verde muy pálido. El escote era recatado, pero el resto era más atrevido de lo que podría haber soñado. Consistía en dos paneles de seda cosidos únicamente en los hombros. Había dos cintas en la cintura, pero no ocultaban el perfil de las piernas ni las curvas de las caderas.
Se sentía prácticamente desnuda y, encantada, se puso la bata a juego. Se estremeció; en parte por el aire frío de la noche y, en parte, porque oía a Joe trajinando en su habitación. Normalmente, entraba para darle las buenas noches, pero ______ se dijo que podía morirse de los nervios si tenía que sentarse y esperarlo. Nunca había sido demasiado paciente.
Respiró hondo, levantó la mano y llamó a la puerta que conectaba las dos habitaciones.



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Mensaje por Daai.Jonas.Lovato Vie 24 Ago 2012, 4:50 pm

CAPITULO 18 Parte III

Joe se quedó inmóvil en el movimiento de quitarse la corbata. ______ nunca llamaba a la puerta. Siempre iba él y, además, ¿ya tenía las manos lo suficientemente curadas para golpear la madera? No le parecía que tuviera los nudillos quemados, pero aun así...
Se acabó de quitar la corbata, la tiró encima de una butaca y cruzó la habitación hasta la puerta. No quería que su esposa tuviera que girar el pomo, así que, en lugar de decir «Adelante», la abrió él mismo.
Y casi se desmaya.
—¿_____? —dijo con la voz ahogada.
Ella sonrió.
—¿Qué llevas?
—Es... eh... parte de mi ajuar.
—No tienes ajuar.
—Pensé que estaría bien tener uno.
Joe estudió las ramificaciones de esa frase y notó cómo se le encendía la piel.
—¿Puedo pasar?
—Sí, sí. Claro —se apartó y la dejó pasar, boquiabierto cuando pasó por delante suyo. Esa cosa que llevaba estaba atada a la cintura y la seda se pegaba a todas sus curvas.
Ella se volvió.
—Supongo que te estás preguntando qué hago aquí.
Joseph se recordó que tenía que cerrar la boca.
—Yo también me lo pregunto —dijo ella con una risa nerviosa.
—______, yo...
Ella se quitó la bata.
—Dios mío —dijo él con voz ronca mientras alzaba la mirada al cielo—. Me estás poniendo a prueba, ¿verdad? Me estás poniendo a prueba.
—¿Joe?
—Vuelve a ponerte esto —dijo, nervioso, mientras recogía la bata del suelo. Todavía conservaba la calidez de su piel. La dejó y cogió una manta de lana—. No, mejor, ponte esto.
—¡Joseph, basta! —levantó los brazos para apartar la manta y él vio que tenía los ojos llenos de lágrimas.
—No llores —dijo—. ¿Por qué lloras?
—¿No me...? ¿No me...?
—¿No te qué?
—¿No me deseas? —susurró—. ¿Ni siquiera un poco? La semana pasada me deseabas, pero no iba vestida así y...
—¿Estás loca? —gritó él—. Te deseo tanto que es más que probable que caiga muerto aquí mismo. Así que tápate porque, si no, vas a matarme.
______ colocó los brazos en jarra, algo irritada por la dirección de conversación.
—¡Cuidado con las manos! —exclamó él.
—Mis manos están bien —espetó ella.
—¿Sí?
—Siempre que no me acerque a un rosal sin guantes.
—¿Seguro?
Ella asintió.
Por una décima de segundo, Joe no se movió. Pero luego se abalanzó sobre ella con tanta fuerza que la dejó sin respiración. Un momento estaba de pie y, al siguiente, estaba en la cama, con él encima de ella.
Sin embargo, lo más sorprendente es que la estaba besando. Besándola de verdad, con la fuerza y la pasión con que no la había besado desde el accidente. Sí, había escrito cosas muy descaradas en la lista, pero la había tratado como a una flor delicada. Y ahora la estaba besando con todo su cuerpo: con las manos, que ya habían descubierto la abertura lateral del camisón y estaban aferradas a la cálida curva de su cadera; con las caderas, que se pegaban a ella de forma íntima; y con el corazón, que latía a un ritmo seductor contra su pecho.
—No pares —gimió ella—. No pares nunca.
—No podría, aunque quisiera —respondió él, acariciándole la oreja delicadamente... con la boca—. Y no quiero. Parar.
—Perfecto —echó la cabeza hacia atrás y él descendió de la oreja a la garganta.
—Este camisón —gruñó Joe, que parecía incapaz de formular frases enteras—. No lo pierdas nunca.
Ella sonrió.
—¿Te gusta?
Él respondió desatándole los lazos de los lados.
—Debería ser ilegal.
—Puedo hacerme uno en cada color —bromeó ella.
Él le acarició el vientre y sus largos dedos rozaron la parte inferior de los pechos.
—Hazlo. Envíame la factura. No, mejor. Los pagaré por adelantado.
—Éste lo he pagado yo —dijo ella con suavidad. Joe se quedó inmóvil y levantó la cabeza, porque percibió algo distinto en su voz.
—¿Por qué? Sabes que puedes utilizar mi dinero para lo que quieras.
—Lo sé. Pero éste es mi regalo de cumpleaños.
—¿El camisón?
Ella sonrió y le acarició la mejilla. Los hombres podían llegar a ser tan obtusos.
—El camisón. Yo —le tomó la mano y se la acercó al corazón—. Esto. Quiero que nuestro matrimonio sea real.
Él no dijo nada, sólo le tomó la cara entre las manos y la miró con devoción unos segundos. Y luego, con una lentitud agonizante, bajó la cabeza para darle el beso más tierno que ella hubiera podido soñar.
—Ah, ______ —suspiró contra su boca—. Me haces tan feliz.
No fue una declaración de amor, pero consiguió estremecerle el corazón.
—Yo también soy feliz —susurró ella.
—Mmm —se deslizó por el cuello, acariciándoselo con la cara. Las manos se metieron por debajo de la seda y dejaron un rastro de fuego en su ya cálida piel. _______ notó sus manos en las caderas, en el estómago, en los pechos... Parecían estar en todas partes, y ella quería más.
Intentó torpemente desabotonarle la camisa, porque deseaba sentir el calor de su piel. Pero temblaba de deseo y las manos todavía no habían recuperado la movilidad habitual.
—Chisss, ya lo hago yo —susurró él, que se incorporó para quitarse la camisa. Se la desabotonó despacio y ella no sabía si quería que fuera todavía más despacio, para prolongar aquel seductor baile o que se la arrancara de golpe y volviera a su lado.
Al final, Joe se la quitó y volvió a colocarse encima de ella, apoyado en los brazos estirados.
—Tócame —le ordenó, aunque luego lo suavizó con un apasionado—. Por favor.
Ella alargó la mano dubitativa. Nunca había tocado el pecho de un hombre, ni siquiera había visto ninguno. Se quedó algo sorprendida por el pelo negro que tenía en el pecho. Era suave y esponjoso, aunque no ocultaba el ardor de su piel ni la tensión de sus músculos ante sus caricias.
_______ se lanzó un poco más, emocionada y envalentonada por cómo Joseph contenía el aliento cuando lo tocaba. Ni siquiera tenía que acariciarle la piel para que se estremeciera de deseo. De repente, se sintió la mujer más guapa del mundo. Al menos, a los ojos de su marido, y al menos por ese instante, que era lo importante.
Notó sus manos en su cuerpo, cómo la levantaba y le quitaba la prenda de seda por la cabeza y la dejaba en el suelo. Ella ya no se sentía desnuda; estaba desnuda. Y, sin saber cómo, le pareció lo más natural del mundo.
Él se levantó y se quitó los pantalones. Esta vez se desvistió deprisa, casi en exceso. ______ abrió los ojos cuando vio el miembro excitado. Joe percibió su preocupación, tragó saliva y dijo:
—¿Estás asustada?
Ella meneó la cabeza.
—Bueno, quizá un poco. Pero sé que harás que sea maravilloso.
—Dios, _______ —gruñó él mientras volvía a la cama—. Lo intentaré. Te prometo que lo intentaré. Aunque nunca he estado con ninguna virgen.
Eso la hizo reír.
—Y yo no he hecho esto nunca, así que estamos empatados.
Él le acarició la mejilla.
—Eres muy valiente.
—Valiente no; es que confío en ti.
—Sí, pero reírte cuando estoy a punto de...
—Por eso me río. Estoy tan feliz que sólo puedo pensar en reír.
Joe volvió a besarla, apasionado. Y mientras la distraía con besos, deslizó la mano por la suave piel del estómago hasta la mata de rizos que escondían su sexo. Ella se tensó momentáneamente, aunque enseguida se relajó con sus caricias. Al principio, él no hizo ademán de profundizar la caricia; se limitó a hacerle cosquillas mientras le besaba todos los rincones de la cara.
—¿Te gusta? —le susurró.
Ella asintió.
Deslizó la otra mano hasta el pecho y lo apretó hasta que el excitado pezón se le clavó en la mano.
—¿Te gusta esto? —volvió a susurrarle con voz ronca.
Y ella asintió, esta vez con los ojos cerrados.
—¿Quieres que vuelva a hacerlo?
Y, mientras asentía por tercera vez, él deslizó un dedo entre los pliegues de su sexo y empezó a moverlo.
Ella gritó, pero enseguida se olvidó de respirar. Y, al final, cuando recordó dónde estaban los pulmones, emitió un sonoro «¡Oh!» que provocó que Joe se riera y empujara todavía más con el dedo y alcanzara los rincones más íntimos de su cuerpo.
—Dios mío, ______ —gruñó—. Me deseas.
Ella se aferró desesperada a sus hombros.
—¿Te acabas de dar cuenta?
Esta vez, la risa salió del fondo de la garganta. Los dedos continuaron su sensual tortura, moviéndose y acariciándola, y entonces encontró el punto de carne más sensible y ______ estuvo a punto de saltar de la cama.
—No te resistas —dijo él, colocando su miembro excitado en su estómago—. Lo mejor está por llegar.
—¿Seguro?
Él asintió.
—Prometido.
_____ volvió a relajar las piernas y Joseph aprovechó para separárselas y colocarse entre sus muslos. Movió la mano, y entonces su miembro la acarició, presionando ligeramente contra la entrada de su sexo.
—Eso es —le susurró—. Ábrete para mí. Relájate —empujó un poco, y se detuvo—. ¿Qué tal? —le preguntó con la voz ahogada.
Ella sabía que estaba ejerciendo un control extraordinario sobre sí mismo para no tomarla del todo en ese mismo momento.
—Es muy extraño —admitió ella—. Pero me gusta. Es... ¡Oh! —gritó cuando avanzó un poco más—. Has hecho trampa.
—De eso se trata, querida.
—Joe, yo...
Él se puso serio.
—Puede que esto te duela un poco.
—No me dolerá —le aseguró ella—. Contigo no.
—______... Dios, no puedo esperar más —la penetró completamente—. Eres tan... No puedo... Oh, ____, ______...
El cuerpo de Joe empezó a moverse con el ritmo primitivo y cada embestida iba acompañada de un sonido que estaba entre un gruñido y un suspiro. Era tan perfecta, tan activa. Nunca hasta ahora había sentido un deseo con esa total y absoluta urgencia. Quería adorarla y devorarla al mismo tiempo. Quería besarla, quererla, envolverla. Lo quería todo de ella, y quería entregarle hasta el último suspiro de su ser.
En algún lugar de su mente, se dio cuenta de que aquello era amor, aquella escurridiza emoción que había conseguido esquivar durante tantos años. Sin embargo, las ideas y los pensamientos se vieron sobrepasados por la potente necesidad de su cuerpo, y perdió toda capacidad de pensamiento.
Oyó que los gemidos de ______ eran cada vez más agudos, y supo que ella sentía la misma desesperación y necesidad.
—Adelante, ______ —dijo—. Hazlo.
Y entonces ella se sacudió debajo de su cuerpo, y sus músculos se tensaron y lo envolvieron como un guante de terciopelo, y Joe gritó cuando dio la última embestida y se derramó dentro de ella.
Se sacudió varias veces a consecuencia del orgasmo, y luego se dejó caer encima de ella y, aunque se dio cuenta de que posiblemente pesaba demasiado, no podía moverse. Al final, cuando le pareció que volvía a controlar mínimamente su cuerpo, empezó a separarse de ella.
—No —dijo ella—. Me gusta sentirte.
—Te aplastaré.
—No. Quiero...
Él rodó sobre la cama hasta colocarse de lado y la llevó con él.
—¿Ves? ¿No estamos mejor así?
Ella asintió y cerró los ojos; parecía cansada, aunque satisfecha.
Joe jugó con su pelo mientras se preguntaba cómo había sucedido aquello, cómo se había enamorado de su mujer..., una mujer que había elegido de forma impulsiva y desesperada.
—¿Sabías que sueño con tu pelo? —le preguntó.
Ella abrió los ojos con una complacida sorpresa.
—¿De verdad?
—Mmm, sí. Solía pensar que era del mismo color que el sol del atardecer, pero ahora me doy cuenta de que estaba equivocado —cogió un mechón y se lo acercó a los labios—. Es más brillante. Más brillante que el sol. Igual que tú.
La abrazó y así se quedaron dormidos.



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