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Mensaje por Augustinesg Miér 04 Jul 2012, 1:00 pm

Caramba!!!
Gracias por subir el capitulo!!!
:D
Augustinesg
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http://www.twitter.com/AgustineSG

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Mensaje por aranzhitha Miér 04 Jul 2012, 3:04 pm

siguela!!!!
aranzhitha
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Las reglas de almor - ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION - Página 6 Empty Re: ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION

Mensaje por chelis Miér 04 Jul 2012, 5:32 pm

poorrfiiss
chelis
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Mensaje por Julieta♥ Miér 04 Jul 2012, 8:20 pm

Capítulo 19



—Sabía que vendrías.

Las palabras, susurradas con suave sensualidad, rezumaban tanta arrogancia femenina que Joseph estuvo a punto de irse. Pero se sentó desgarbadamente en un sillón tapizado en cretona en el camerino de Nastasia Kritikos, negándose a que notara su irritación. Había pasado el tiempo suficiente con esa mujer como para saber que ella sentiría una satisfacción particular al conseguir provocarle.

Joseph observó con los ojos entrecerrados cómo se acercaba al tocador y comenzaba a peinarse, siguiendo un ritual que había observado antes docenas de veces. La estudió: los pechos, agitados tras el esfuerzo que suponía cantar durante casi tres horas; el intenso color en sus mejillas, que indicaba la euforia que le provocaba la función; los ojos brillantes de anticipación por las horas que contaba pasar entre sus brazos. Ya había visto antes esa combinación de intensa emoción en la cantante, y jamás se había negado a contribuir para que tal excitación se transformara en un estado casi enfebrecido.

Esa noche, sin embargo, se mantuvo impertérrito.

Había pensado no responder a la nota. Había considerado quedarse en el palco hasta el final de la función y salir del teatro con su familia, según habían planeado. Pero aquel mensaje subrayaba el hecho de que la mezzosoprano no era capaz de ser discreta. Iba a tener que deletrearle de una manera mucho más explícita que su relación había acabado.

Supuso que debería haber sabido que ella no se haría a un lado con tanta facilidad, debería haber imaginado que no se lo permitiría el orgullo. Algo que ahora tenía muy claro.

—He venido a decirte que la nota de esta noche será la última que me envíes.

—Yo no lo creo —ronroneó ella mientras la última de las trenzas color ébano caía sobre sus hombros en una nube de seda—. Como puedes ver, ha surtido efecto.

—No funcionará la próxima vez. —La frialdad en su mirada miel-avellana enfatizó la verdad de sus palabras.

Nastasia se miró en el espejo mientras una doncella se acercaba en silencio para ayudarle a quitarse el elaborado vestuario de la función.

—Si no has venido por mí esta noche, Ralston, ¿por qué estás aquí? Odias la ópera, cariño. Y aun así, tus ojos no se han apartado del escenario.

A pesar de afirmar que solo pensaba en su arte, Nastasia siempre estaba pendiente de la audiencia. A menudo,
Joe había admirado la habilidad de la mujer para recordar la posición exacta que ciertos miembros de la sociedad ocupaban en el teatro, para captar quién observaba a quién a través de unos gemelos de ópera, con quién acudía cada uno y todas las excitantes y dramáticas historias que se desarrollaban en los palcos. No era de sorprender que lo hubiera visto y le hubiera enviado la nota.

La beldad griega se cubrió con una bata color escarlata y le indicó a la doncella que saliera. Una vez que se quedaron solos, miró a Joseph, con sus ojos negros brillando entre las pestañas oscurecidas por los cosméticos y los labios curvados en un mohín lleno de carmín.

«Su pintarrajeada amante.»

Las palabras de ____* inundaron inesperadamente su mente mientras Nastasia se aproximaba a él, tan segura del poder de sus artimañas femeninas que midió los tiempos de su acercamiento. Joseph entrecerró los ojos cuando ella flexionó los hombros y arqueó el cuello como si le ofreciera la clavícula, un lugar por el que él había sentido debilidad. Ahora solo notaba aversión; Nastasia parecía una de las estatuas de Nick: preciosa pero carente de la sustancia que convertía la belleza en atractivo.

Cuando se detuvo frente a él, la mujer se inclinó para revelar su generoso busto en una maniobra calculada para provocarle, pero él clavó los ojos en los de ella.

—Aunque aprecio el esfuerzo, Nastasia —dijo con la voz seca como la arena—, ya no estoy interesado.

Una sonrisa petulante inundó la cara de la cantante, que estiró la mano para acariciarle la mandíbula en un provocativo gesto. Él contuvo el deseo de retroceder.

—Me encanta este juego del gato y el ratón, cariño, pero debes admitir que tampoco supones un reto tan grande. Después de todo, has acudido a mi camerino.

—Búscate a otro, Nastasia.

—No quiero a otro —canturreó dulcemente, abriendo el cinturón de la bata para ofrecerle los senos, apenas contenidos por el apretado corsé que llevaba debajo. Su voz se convirtió en un sugerente reclamo—. Te quiero a ti.

Él siguió mirándola a los ojos, sin parecer impresionado.

—Entonces me parece que hemos llegado a un punto muerto. Me temo que ya no te deseo.

La cólera brilló con fuerza en los ojos de la mujer, pero desapareció con tanta rapidez que se dio cuenta de que ella esperaba aquel rechazo. Se alejó como un relámpago hacia el tocador, con la seda escarlata de la bata ondeando a su espalda en un alarde de dramática furia. Joseph puso los ojos en blanco antes de que ella se diera la vuelta y le clavara una mirada abrasadora.

—Es por ella, ¿verdad? —preguntó con la voz cargada de desdén—. La chica del palco del duque de Rivington.

—Esa chica es mi hermana, Nastasia —replicó en tono gélido—, y no arruinaré su debut.

—¿Crees acaso que no reconocería a tu hermana, Ralston? Supe quién era al instante, con ese pelo oscuro y los ojos avellana inigualable; es una belleza, lo mismo que tú. No, me refiero a la florero. A la mujer que estaba sentada junto a ti. La que tiene el pelo, los ojos y el rostro vulgares. Debe de ser muy rica, Ralston, porque es imposible que la quieras por otra causa —terminó con una sonrisa relamida.

Él se negó a picar el anzuelo.

—¿Celosa, Nastasia? —arrastró las palabras.

—Claro que no —se burló ella—. No puedes compararla conmigo.

La mente de Joseph se vio inundada de repente por una imagen de ____*: palabras ardientes, miradas furiosas y creciente emoción. ____*, que no podría ser calculadora ni aunque intentaran enseñárselo durante toda una década. ____*, que lo había perseguido hasta dar con él en un teatro, ¡por el amor de Dios!, sin preocuparse de que la vieran, para hacerle un reproche con toda la mordacidad del mundo. ____*, tan vivaz, cambiante e imprevisible… Todo lo contrario que la fría e intocable Nastasia.

Ladeó la cabeza y esbozó una sonrisa sardónica.

—En eso tienes razón. No hay comparación posible entre vosotras.

Ella abrió los ojos como platos al comprender el significado real de esas palabras.

—No puedes hablar en serio —dijo con una media sonrisa—. ¿Prefieres a esa… a ese ratón?

—Ese ratón es una dama, Nastasia —le advirtió—. Hermana de un conde. Si fuera tú, me referiría a ella con respeto.

Ella curvó los labios irónicamente.

—Por supuesto, milord. Repito, ¿prefieres que sea esa dama la que te caliente la cama cuando podrías tenerme a mí? ¿Cuándo podrías disfrutar de esto? —Pasó la mano atrevidamente por su cuerpo.

—Me parece que necesitas saber con claridad cómo están ahora las cosas entre nosotros —expuso Ralston en tono acerado—. Así que te lo voy a decir. Se acabó. Deja de ponerte en contacto conmigo.

Ella hizo un mohín.

—¿Me vas a romper el corazón?

Él arqueó una ceja.

—Te aseguro que no será por mucho tiempo.

Nastasia le sostuvo la mirada durante un buen rato. Su larga carrera como amante de aristócratas le dijo que había perdido a Ralston. Él lo supo, lo mismo que supo que ya estaba calculando cuál sería el siguiente paso que daría. Podría montar un escándalo, pero sabía de sobra que la sociedad siempre apoyaría a un marqués rico y no a una actriz extranjera.

La mujer sonrió.

—Mi corazón es muy resistente, Ralston. —Él asintió con la cabeza, aceptando su rendición—. Supongo que sabes que una chica de esa clase no conoce en absoluto el mundo en el que nos movemos nosotros.

—¿Qué quieres decir? —No pudo resistirse a preguntar.

—Que te pedirá amor, Ralston. Las jóvenes como ella siempre lo hacen.

—No me interesan los cuentos de hadas de esa chica, Nastasia. No significa nada para mí, solo va a ser la madrina de mi hermana.

—Quizá —dijo Nastasia pensativamente—. Pero ¿qué significas tú para ella? —Como él no respondió, ella curvó los labios con ironía—. No te olvides de que el mejor asiento del teatro es el mío.

Ralston se levantó del sillón, se enderezó la corbata y se alisó las mangas antes de coger el sombrero, los guantes y el abrigo del diván donde los había dejado al entrar. Sacó la nota de Nastasia del bolsillo y la dejó sobre el tocador. Luego se volvió hacia la cantante, hizo una reverencia y se marchó.
Sin decir ni una palabra.
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por aranzhitha Miér 04 Jul 2012, 9:43 pm

ahhh maldita vieja sisañosa :caliente:
Es una zorra, arrastrada metiendole cosas malas a Joe bitch :¬¬:
Que bueno que Joe la puso en su lugar :¬w¬:
Siguela!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por aranzhitha Vie 06 Jul 2012, 12:23 pm

esperando capi
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por helado00 Vie 06 Jul 2012, 1:47 pm

Ashh tipeja esa ¬¬'
Vamos siguela si?!? porfavor!!
helado00
helado00


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Mensaje por Julieta♥ Vie 06 Jul 2012, 7:20 pm

Capítulo 20




—¡Cómo se atreve a llamarme cobarde!
____* se paseó de un lado para otro de la habitación, lívida de furia ante los acontecimientos de la noche. Hacía una hora que había regresado a casa, pero no había dejado de moverse el tiempo suficiente para que Anne pudiese ayudarla a desvestirse.
Por esa razón, la doncella se había sentado en los pies de la cama y observaba cómo su ama se paseaba.
—No me lo imagino —dijo Anne con sequedad—, en particular si consideramos que intentaste abofetearle en un lugar público.
____* no notó la ironía de la mujer y, fijándose solo en las palabras, agitó las manos en el aire llena de frustración.
—Exactamente —convino—. ¡Esa no es una actitud cobarde!
—Tampoco es propia de una dama.
—Sí, bueno, pero eso no viene al caso —replicó ____*—. ¡El caso es que Joseph St. Jonas, marqués de Ralston, se ha enfrentado a mí en un lugar público cuando se dirigía a reunirse con su amante y, además, se las ha arreglado para insultarme! —Golpeó el suelo con el pie—. ¡Se ha atrevido a llamarme cobarde!
Anne no pudo contener una sonrisa.
—En honor a la verdad, me parece que le has provocado.
____* se detuvo en seco y miró a la doncella, llena de incredulidad.
—Para estar tan preocupada, hace solo unos días, porque pudiera arruinar mi reputación al acudir a una taberna, parece que te has puesto de parte de Joseph con mucha rapidez. ¡Se supone que tienes que defenderme a mí!
—Y lo haré por los siglos de los siglos, ____*. Pero ibas en busca de aventuras y tienes que admitir que Ralston parece haberte dado justo lo que querías.
—¡Te aseguro que no estaba buscando que me insultaran y besaran en público!
Anne arqueó una ceja con incredulidad.
—¿Quieres decir que no lo has disfrutado?
—¡No!
—¿Nada de nada?
—Ni un poquito.
—Mmm-mmm —fue la incrédula respuesta de la doncella.
—¡No he disfrutado!
—Eso es lo que has dicho. —Anne se puso en pie y le indicó a ____* que se volviera hacia el tocador para desabrocharle la larga hilera de botones que cerraba el vestido en la espalda.
____* permaneció quieta y callada durante un buen rato.
—Está bien, puede que me gustara un poco —confesó finalmente.
—Ah, claro, solo un poco.
____ suspiró y se volvió, a pesar de que Anne todavía no había terminado de desabrochar el vestido. La doncella volvió a sentarse en la cama, y ____*, a pasearse de un lado para otro.
De acuerdo. Más que un poco. Lo he disfrutado inmensamente, igual que todas las demás veces que me ha besado. —Percibió la mirada de sorpresa de Anne y se vio obligada a decir—: Sí, me ha besado en más ocasiones. ¿Por qué no iba a disfrutarlo? Se nota que ese hombre tiene mucha experiencia besando.
Anne se aclaró la voz.
—Es evidente.
____ giró la cabeza para mirar a la doncella.
—¡Te lo aseguro! Anne, seguro que jamás te han besado así.
—Tendré que creerte.
____* asintió con la cabeza, seriamente.
—En efecto. Joseph es todo lo que puedas imaginar que puede ser un hombre… Primero regala palabras tentadoras y miradas pícaras, luego te rodea con los brazos y… Realmente no puedes comprender cómo has llegado allí, pero…
Se dejó llevar por los recuerdos, mirando al techo mientras se sujetaba el vestido contra el pecho. Anne se puso en pie, con intención de terminar de desabrocharle la prenda, pero antes de que llegara hasta ella, la mirada de ____* pasó de soñadora a irritada, y comenzó a pasearse de nuevo.
—Y entonces el muy… el muy… se aparta y te mira de esa manera relamida y presumida, como el absoluto canalla que es, y cuando intentas defenderte…
—¿Golpeándole?
—… y cuando intentas defenderte… —repitió ____*—. ¿Qué hace entonces?
—¿Te llama cobarde? —preguntó Anne, retóricamente.
—¡Te llama cobarde! ¡Es un hombre completamente exasperante!
—Eso parece —dijo Anne, acercándose a la espalda de ____* para continuar desabrochándole los botones.
Esa vez ____* se lo permitió, quedándose inmóvil mientras le soltaba el vestido y salía de él. Anne comenzó entonces a ocuparse de los cordones del corsé, y ella suspiró cuando la apretada prenda se aflojó. Parte de la cólera se evaporó cuando se liberó de los rígidos confines de las ballenas.
Ya con el camisón puesto, se rodeó con los brazos y respiró hondo. Anne la guió para que se sentara ante el tocador y comenzó a peinarle el espeso pelo castaño. La sensación era gloriosa, y suspiró, cerrando los ojos.
—Por supuesto, he disfrutado del beso —masculló al cabo de un rato.
—Eso parece —repitió Anne, dándolo por hecho.
—Desearía no hacer siempre el tonto cuando Joseph está cerca.
—Siempre has hecho el tonto cuando él está cerca.
—Sí, pero ahora estoy mucho más cerca. Es diferente.
—¿Por qué?
—Porque antes me limitaba a soñar con él. Ahora estoy con él. Hablo de verdad con él. Estoy descubriendo al Joseph auténtico. No es ya una criatura que yo me inventé. Es de carne y hueso y… Y ahora no puedo evitar preguntarme… —Se quedó callada, renuente a decir lo que pensaba. «¿Y si fuera mío?»
No tuvo que decir las palabras, Anne las intuyó. Cuando ____* abrió los ojos y sostuvo la mirada de Anne en el espejo, vio en ellos la respuesta de la mujer. «Joseph no es para ti, ____*.»
—Lo sé, Anne —susurró ____*, más para recordárselo a sí misma que para responder a la criada.
Pero, desde luego, no lo sabía. Ya no sabía nada. Hacía solo unas semanas, se habría reído ante la idea de que Joseph St. Jonas conociera incluso su nombre, por no hablar de que estuviera dispuesto a cruzar unas palabras con ella. Y ahora… Ahora la besaba en carruajes oscuros o en pasillos todavía más oscuros… Y hacía que se preguntara por qué había sido tan tonta con él desde el principio.
Estaba segura de que esa noche él se dirigía al camerino de la cantante, y no cabía duda de que ella no era competencia para aquella belleza griega. Joseph no podía sentirse atraído por ella.
Se obligó a estudiarse en el espejo, catalogando sus defectos: pelo castaño, común y poco interesante; ojos marrones, demasiado grandes; cara redonda, diferente a las de las más bellas de la sociedad, que tenían forma de corazón; boca demasiado ancha, con los labios no tan arqueados como debería. Mientras enumeraba cada uno de esos rasgos, pensó en todas las mujeres con las que se había relacionado a Joseph, en todas esas Helenas de Troya con rasgos que paralizaban a los hombres.
Él la había dejado y se había ido con su amante que, con toda seguridad, lo habría recibido con los brazos abiertos. ¿Qué mujer en sus cabales no lo haría?
Y ella había regresado a casa, a su cama fría y vacía… para soñar con lo imposible.
Se le llenaron los ojos de lágrimas e intentó secárselas antes de que Anne las viera, pero comenzaron a deslizársele por las mejillas con tanta rapidez que le resultó imposible disimular la tristeza. Sorbió por la nariz, llamando la atención de la doncella que, al verlo, dejó de peinarla y se agachó ante ella.
____* permitió que la anciana la rodeara con los brazos y, apoyando la cabeza en su hombro, dejó de contener las lágrimas. Sollozó contra la áspera lana del vestido de la criada, dejando que aflorara la tristeza que llevaba años consumiéndola. Lloró por toda una década de temporadas —cada año más solterona que el anterior—, viendo cómo se casaban todas sus amigas, cómo se comprometía Mariana… Por toda la tristeza que había ocultado, negándose a que su sombrío pesar oscureciera la felicidad de los demás.
Pero ahora Joseph estaba haciendo estragos en sus sentidos y le recordaba todo lo que había querido y nunca tendría. Ahora ya no se podía contener.
Siguió llorando durante un buen rato mientras Anne murmuraba de manera tranquilizadora sin dejar de acariciarle la espalda. Cuando ya no le quedó energía para seguir haciéndolo, ____* se enderezó, se apartó de la doncella y le ofreció una acuosa sonrisa de agradecimiento.
—No sé qué me pasa.
—¡Oh, mi niña! —exclamó Anne, en el mismo tono que usaba cuando ____* era pequeña y se lamentaba de alguna injusticia—. Tu príncipe azul llegará algún día.
____* curvó levemente los labios con ironía. Anne había dicho esas mismas palabras incontables veces en las últimas dos décadas.
—Perdona, Anne, pero ya no estoy segura de ello.
—Oh, lo hará —afirmó Anne con seguridad—. Y cuando menos te lo esperes.
—Creo que ya me he cansado de esperar. —____* se rió sin humor—. Probablemente esa sea la razón por la que me he fijado en el caballero oscuro.
Anne le ahuecó la mejilla con la mano.
—Creo que sería mejor que te dedicaras a tachar puntos de esa ridícula lista tuya —dijo con una sonrisa—, en vez de andar en compañía de Joseph. Si fuera tú, me olvidaría de él.
—Es más fácil decirlo que hacerlo —aseguró ____*. Había algo que la impulsaba hacia ese hombre sin importar lo mucho que la enfureciera. Al contrario, su arrogancia solo servía para hacerlo más atractivo. Suspiró—. Quizá tengas razón. Debería olvidarme de ____* y volver a centrarme en mi lista. —Cogió el papel del tocador, donde lo había dejado antes—. Por supuesto, ya he realizado las tareas más simples.
Anne emitió un gruñido de incredulidad.
—Por supuesto, porque ir a una taberna a beber whisky es una tarea de lo más simple —dijo secamente—. ¿Qué te queda?
—Montar a horcajadas, practicar esgrima, asistir a un duelo, disparar una pistola y jugar a las cartas en un club de caballeros —enumeró, omitiendo el resto de los artículos, los que le avergonzaba compartir incluso con su confidente más cercana.
—Hmm, es todo un reto.
—En efecto —señaló ____* con aire pensativo, mordisqueándose el labio inferior mientras releía la lista.
—Sin embargo, una cosa es segura —continuó Anne.
—¿Cuál?
—No importa lo que hagas después, nadie te llamará cobarde por hacerlas.
____* buscó la mirada de Anne y, tras un sorprendente silencio, las dos estallaron en carcajadas.


—¡Offf! —____* se aferró con firmeza al poste de la cama mientras su doncella tiraba con fuerza de la banda que le envolvía el torso—. Creo que podrías hacerlo con más suavidad, Anne.
—Es probable —dijo la doncella, pasando la tela bajo los brazos de ____* y tensándola sobre sus pechos—, pero no me siento suave en este momento.
____* bajó la mirada a sus senos, que apenas se notaban, y sonrió a pesar de la incomodidad.
—Sí, bueno, aprecio que dejes a un lado tus sentimientos para ayudarme.
Anne respondió con un gruñido de desagrado y volvió a tirar bruscamente de la banda blanca.
—Mira que vendarte los pechos… —Negó con la cabeza mientras seguía trabajando—, y vestirte como un hombre, creo que has perdido la razón.
—Tonterías. Solo voy a probar algo nuevo.
—Algo que haría que a tu madre le diera un vahído si se enterara.
____* giró la cabeza con rapidez.
—Pero eso es algo que no va a ocurrir, ¿verdad?
—No creerás que sería capaz de decírselo —exclamó Anne, sintiéndose insultada—. ¡Antes perdería mi trabajo!
—No si tuvieras las sales a mano —bromeó ____*.
Estaba avanzada la tarde y se encontraban en la habitación de la joven, preparándola para poder realizar otro de los puntos de la lista: practicar esgrima.
____* había trazado un elaborado plan para conseguir acceder al club de esgrima de Benedick. Había pensado disfrazarse de joven dandi recién salido de la universidad en busca de un nuevo deporte. Practicó para hablar con una voz más profunda y desarrolló una buena historia que se adecuara a su carácter. Sería sir Marcus Breton, un baronet del Lake District. Había conseguido que Anne sustrajera alguna ropa vieja del armario de Benedick, incluyendo un uniforme de esgrima que su hermano no echaría de menos. Después, las dos mujeres se habían pasado una semana arreglando aquellas prendas hasta que ____* estuvo satisfecha con los resultados.
Ahora vestía unos pantalones adaptados a sus medidas y debía admitir que, para su sorpresa, eran muy cómodos a pesar de que le hacían sentirse absolutamente indecente. Por debajo llevaba unas medias gruesas y unas botas que había conseguido de uno de los mozos de cuadras.
____* se negó a considerar la humillación absoluta que supondría ser descubierta vestida de hombre en uno de los establecimientos más masculinos de Londres mientras Anne la envolvía en aquellas bandas a pesar de los nervios que le oprimían el estómago. Había llegado demasiado lejos para rendirse ahora.
Respiró hondo mientras Anne le volvía a pasar la tela por debajo de los brazos. Cogió la lista de la cama y la introdujo entre las bandas de lino y su piel, negándose a salir de casa para realizar aquella misión en particular sin llevar encima su talismán. Luego cogió una camisa blanca y se la pasó por la cabeza, introduciéndola en la cinturilla de los pantalones.
—¿Qué tal? —le preguntó a Anne—. ¿Dirías que soy una dama? —Anne arqueó una ceja ante la pregunta, lo que hizo que ____* añadiera—: De acuerdo, ¿dirías que soy una mujer?
—Sí.
—¡Anne! —____* corrió hacia el espejo—. ¿De veras?
—Terminemos la transformación, entonces lo comprobaremos —indicó la criada, prosaica.
De acuerdo. —____* permitió que Anne le pusiera una corbata e hiciera uno de los elaborados nudos que estaban tan de moda. Luego se puso un chaleco de color marfil y una chaqueta verde oliva antes de sentarse ante el tocador para que Anne le recogiera el pelo—. Es una pena que no pueda hacerlo en casa, Anne. ¿Cómo me acordaré de todo?
—Oh, lo recordarás. Te lo aseguro.
____* tragó saliva y miró cómo la doncella le ponía un sombrero, introduciendo debajo todos los mechones de su pelo.
—No puedes quitártelo hasta que te pongas la máscara de esgrima.
—Créeme, no lo haré. —____*e meneó la cabeza, comprobando la estabilidad del sombrero—. ¿Se caerá?
Anne abrió la boca para responder, cuando sonó un golpe y la puerta se abrió de repente.
—¿____*? Mamá me ha dicho que te encontrabas mal ¿Hay algo que…? —La pregunta de Mariana se interrumpió cuando gritó al ver a un hombre sentado ante el tocador en el dormitorio de su hermana.
El sonido arrancó a ____* y a Anne de su parálisis, que corrieron al unísono hacia Mariana. Anne cerró la puerta y se apoyó en ella, cruzando los brazos, para bloquear la salida. ____* se dirigió a su hermana, que meneaba la cabeza frenéticamente ante la imagen que presentaba, vestida de pies a cabeza con ropa masculina.
—¡Shhh! ¡Mariana! ¡Conseguirás que venga toda la casa!
Mari ladeó la cabeza ante las palabras de su hermana, y ____* esperó a que comprendiera la situación.
—¿Qué haces vestida así? —susurró la joven.
—Es bastante complicado —se evadió ____*.
—¡Santo Dios! —Mari la miró con los ojos redondos como platos—. ¡Es increíble! ¡Pensaba que eras un hombre!
—¡Ya me he dado cuenta! Supongo que eso al menos es de agradecer. —____* miró a Anne—. ¿Hay alguien ahí fuera?
Anne negó con la cabeza.
—A estas horas nunca hay gente por aquí arriba.
Mari no podía contener la curiosidad.
—____* ¿por qué estás vestida de hombre?
—Er… esto… —La joven clavó los ojos en Anne buscando ayuda. La criada le lanzó una mirada provocadora y arqueó las cejas, dejando que ____* se las arreglara sola—. Mari… te lo contaré, pero tienes que prometerme que guardarás el secreto.
—¡Por supuesto! —Los ojos de Mari brillaron de excitación—. ¡Me encantan los secretos! —Se sentó encima de la cama y agitó la mano en el aire—. Date la vuelta para que pueda ver todo el disfraz.
____* lo hizo.
—¡Maravilloso! ¿Qué has hecho con tus…? —preguntó, señalando los pechos de su hermana.
____* suspiró.
—Vendarlos.
Mari miró a Anne.
—¡Un excelente trabajo! —La criada asintió con la cabeza, aceptando la alabanza. Mari volvió a mirar a ____* con una brillante sonrisa—. Cuéntame, venga.
____* respiró hondo y comenzó.
—Hace varias semanas escribí la lista de cosas que haría si tuviera valor para poner en juego mi reputación. —Mariana se quedó boquiabierta, y ____* descubrió que aquella era la parte más difícil de la historia; después, el resto parecía bastante fácil. Se saltó la visita a Ralston House y le habló de la salida a El Perro y la Paloma.
—¿Cómo es?
—¿Una taberna? —Ante el ansioso asentimiento de Mari, ____* continuó—: Fascinante.
—¿Y beber whisky?
—Horrible. Pero no tan horrible como fumar un puro.
—¿Un puro? —Mari volvió a quedarse boquiabierta.
____* se sonrojó.
—Al regresar a casa después de ir a la taberna, Benedick y yo nos fumamos un puro.
—¿Benedick te dejó fumar un puro? —repitió Mari en tono de incredulidad.
—¡Shhh! Sí, pero no le puedes decir que lo sabes.
—Oh, no lo haré. —Mari esbozó una amplia y traviesa sonrisa—. Al menos, todavía no; no, hasta que necesite algo de él.
—Así que —continuó ____*—, esta tarde ha llegado el momento de realizar lo siguiente de la lista.
—¿Qué es?
—Practicar esgrima.
Mariana parpadeó, interesada en las palabras de ____*.
—¡Practicar esgrima! —Miró a ____* de arriba abajo—. Pero no estás vestida para ello.
—Tengo un uniforme de esgrima a medida. Me lo pondré en el club. Una vez que consiga entrar sana y salva.
—¡Has pensado en todo! —exclamó Mari con orgullo.
—Eso espero —replicó ____* con nerviosismo—. ¿Crees que pueden confundirme con un hombre?
Mari batió palmas de excitación.
—¡Oh, sí! Soy tu hermana y me has engañado. —Se inclinó hacia delante—. ¡____*, déjame ir contigo!
Anne y ____* intercambiaron una mirada de inquietud.
—¿Qué? ¡No! —____* miró a su hermana llena de horror.
—Podría coger la ropa de uno de los lacayos. ¡Podríamos ir juntas!
—¡De eso nada! ¡Piensa en tu reputación!
—¡Eso no parece detenerte a ti!
—Mari —dijo ____* lentamente, como si estuviera hablando con un niño pequeño—, yo soy una solterona. Tú vas a casarte con un duque dentro de un mes. No creo que la sociedad admitiera a una duquesa caída en desgracia.
Mari ladeó la cabeza, considerando las palabras de ____* antes de emitir un hondo suspiro.
—Estupendo. Pero al menos deja que te consiga un carruaje.
____* sonrió.
De acuerdo, Mari, eso puedes hacerlo.
—Excelente. —Mari buscó la mirada de Anne—. Te das cuenta de que si no estás de vuelta antes de la cena tendremos que enviar a Benedick a buscarte, ¿verdad?
____* palideció al pensarlo.
—¡No harás tal cosa!
—Por supuesto que sí —afirmó Mari, buscando la confirmación de la doncella—. ¿Verdad, Anne?
Esta asintió vehementemente.
—¡Por supuesto! No podríamos ignorar que no has vuelto. ¿Y si te ocurre algo?
—¿Qué podría ocurrirme en un club de esgrima?
—Podrías resultar herida —especuló Mariana.
____* le lanzó a su hermana una mirada llena de exasperación.
—Practicaré esgrima en una sala de entrenamiento. Con un saco de arena. —¿Se limitaría a hacer eso? ¿Parecía Mariana algo decepcionada?—. Estaré de vuelta para la cena.
—Si no estás de regreso… —comenzó a decir Mari.
—Lo estaré. —____* se puso el abrigo—. Ahora, si me ayudas a salir de casa, mi misión me espera.
Mari volvió a aplaudir de nuevo, ansiosa porque ____* comenzara su aventura. Saltó de la cama y abrazó a ____*.
—Estoy tan orgullosa de ti, hermana. ¡No puedo esperar a que regreses! —Dio un paso atrás y se puso en posición de en garde. Luego se rió—. ¡Oh, _____*! ¡Cómo me gustaría ser tú! —suspiró soñadoramente.
____* negó con la cabeza al oír la respuesta de su hermana mientras cogía los guantes y el bastón que le ofrecía Anne. «Sí, ser yo. Una vieja solterona con una notable inclinación a arruinar su reputación.»
Sin embargo, parecía que Mariana ya no la consideraba «pasiva».
Algo había conseguido.
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por aranzhitha Vie 06 Jul 2012, 7:47 pm

awwww en serio va a hacer esgrima??
Ya quiero ver como sale todo
Siguela!!!! Sube otro porfa
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por Julieta♥ Sáb 07 Jul 2012, 6:03 pm

hola !!!
hoy les dejo un cap larguito para q disfruten..besos




Capítulo 21




____* respiró hondo para armarse de valor cuando el carruaje frenó delante del club deportivo de Benedick.
Tras esperar un buen rato a que el conductor le abriera la puerta para ayudarla a bajar, se dio cuenta de que el hombre no actuaría de esa manera, ya que pensaba que ella era un caballero. Saltó del vehículo y pisó la acera con la cabeza gacha, por miedo a que la reconocieran. Miró a su alrededor y observó a los caballeros que había en la calle. Reconoció al conde de Sunderland; caminaba hacia ella. Giró la cara y cerró los ojos, segura de que la descubriría. Cuando pasó de largo sin prestarle atención, ____* soltó el aire que ni siquiera sabía que retenía.
Se acercó a la puerta del club acordándose de mover el bastón como si fuera una extensión de su brazo en vez de una cosa difícil de llevar. La puerta se abrió y apareció un lacayo que se apartó hacia un lado con expresión de desinterés. ¡El disfraz funcionaba!
Accedió al vestíbulo mientras rezaba para sus adentros, dando las gracias porque solo estuviera allí un encargado, que se acercó a ella con rapidez.

—¿Señor? ¿Puedo ayudarle?
Ahora venía la parte más difícil.
____* se aclaró la garganta y utilizó aquella voz ronca que había practicado con Anne.
—En efecto. —Ya no había vuelta atrás—. Soy sir Marcus Breton, de Borrowdale. Aunque luego me trasladé a Cambridge. Soy nuevo en la ciudad y me gustaría apuntarme a un club deportivo.
—Muy bien, sir. —El encargado pareció esperar que continuara.
—Me gusta mucho practicar esgrima —farfulló ella al no estar segura de sí debía decirlo o no.
—Estamos orgullosos de ser el club que más facilidades ofrece para la práctica de ese deporte, sir.
—Eso me han dicho mis amigos. —La mirada del encargado brilló de curiosidad, y ____* se dio cuenta de que ahora no podía parar—. Como Allendale…

Invocar el nombre de Benedick abría las puertas. El encargado inclinó la cabeza con elegancia antes de añadir:

—Por supuesto, recibimos con los brazos abiertos a cualquier amigo del conde. ¿Le gustaría visitar una de las salas de entrenamiento y probar nuestras instalaciones?
«Gracias a Dios.» ____* se abalanzó sobre la oferta.
—Me encantaría.

El encargado hizo una pequeña reverencia y, con un ademán, la guió a través de una puerta de caoba hacia un pasillo largo y estrecho con salas numeradas a ambos lados.

—Son salas de entrenamiento —le indicó el encargado antes de doblar una esquina y señalar una puerta más grande—. Ahí se encuentra el local social. Una vez que se ponga el uniforme de esgrima, puede esperar en él a que llegue otro miembro del club para practicar.

____* agrandó los ojos al pensar en entrar en una sala llena de hombres, muchos de los cuales podrían reconocerla. Conteniendo la alarma que la invadía, intentó responder con calma.

—¿Y si deseo practicar solo? ¿Hay alguna sala donde disponga de un saco de arena para entrenar?
—En efecto, sir —le informó el encargado, lanzándole una mirada inquisitiva—. Puede usar la sala número dieciséis. En cuanto haya completado el entrenamiento en solitario según sea su costumbre, puede decidir si desea o no batirse contra alguien. Es suficiente con que tire del cordón que hay junto a la puerta; nos sentiremos encantados de encontrar a otro caballero dispuesto a unirse a usted.

Se detuvo ante otra fila de puertas y abrió una para mostrar una pequeña habitación privada.

—Puede ponerse aquí el uniforme. —Señaló la pequeña bolsa que ella sostenía en la mano—. Observo que no ha traído su propio florete; hay armas para realizar las prácticas en cada una de las salas.

Ya sabía ella que se olvidaba de algo.

—Gracias.

Él inclinó la cabeza.

—Disfrute de la experiencia.

____* se apartó y esperó a que él se alejara para entrar en el vestuario y cerrar la puerta con firmeza. Entonces emitió un largo suspiro. Llegar hasta allí había sido casi tan satisfactorio como la actividad en sí.
Con más confianza si cabe, ____* comenzó a cambiarse de ropa. Abrió la bolsa de lona que Anne había preparado y sacó las prendas que componían el uniforme de esgrima. Una vez que tuvo la indumentaria ante sus ojos, experimentó la misma emoción desafiante y extraña que había notado antes de ponerse la vestimenta que la cubría, y se sintió igual de extravagante.

Cuando ya se había puesto las medias y los pantalones especiales de esgrima, se contoneó para cubrirse con el peto, que estaba diseñado para proteger el costado del brazo que sostenía el florete. Luego se esforzó por atar las cintas que lo cerraban, pero, entre la incomodidad que suponía llevar atados los pechos y la falta de práctica, no pudo apretar bien la prenda.

Se detuvo y se apoyó contra la pared del vestidor, jadeando antes de que se le ocurriese una idea. Iba a estar sola en una sala de entrenamiento; no se enfrentaría a un adversario. ¿Para qué ponerse esa ropa tan incómoda?
Arrojó el peto a un lado y cogió la ceñida chaqueta que le cubriría la parte superior del cuerpo. ____* miró de reojo la casaca y el peculiar croissard que le resguardaría el frente y la espalda, que se unía cómodamente entre las piernas. Aspiró hondo e, ignorando la oleada de vergüenza que la inundó ante la idea de llevar una prenda tan reveladora, se la puso y luego se cubrió con la chaqueta, que abrochó de arriba abajo.

Entonces se puso la máscara y se pasó el capuchón de malla sobre la cabeza, asegurándose de que el pelo quedara cubierto por el casco. Esbozó una sonrisa dentro de aquel capullo de alambre. No había puesto batirse con espada en la lista porque fuera un deporte que implicara disfrazarse, pero le alegraba comprobar que podría cruzarse por los pasillos con los caballeros que hubiera en el club completamente protegida, sin temer que la descubrieran.

Los guantes fueron el toque final; cubrieron los últimos centímetros de piel que quedaban al descubierto. Uno de ellos era grande y llegaba a tapar la manga, y el otro, aunque más pequeño, también ocultaba a la perfección la pálida y delicada piel de sus manos.

—Excelente —susurró, y las palabras resonaron a su alrededor bajo la máscara. Tomó aliento y, con el corazón
desbocado, salió del vestuario para dirigirse a la sala de entrenamiento número dieciséis.

Cuando estuvo delante, empujó la puerta y entró lo más deprisa que pudo, sin darse cuenta de que el saco de arena estaba en movimiento hasta que fue demasiado tarde. Bamboleándose de un lado a otro, la bolsa bloqueaba la vista del esgrimista que acababa de asestar un contundente golpe al saco colgante.
____* contuvo la respiración y se volvió para salir de allí lo más rápidamente posible, antes de ser descubierta por el ocupante de la sala.
—Me preguntaba cuándo se presentaría mi adversario —dijo él secamente.

Ella se quedó paralizada ante aquellas palabras.
—Observo que ya está preparado. Perfecto —continuó el hombre.

____* se volvió lentamente hacia la voz, con los ojos apretados y deseando que sus oídos la engañaran. Deseando que él no fuera quien ella pensaba que era. Se obligó a abrir los párpados y maldijo su suerte.
Ante ella, con un uniforme idéntico al suyo y tan apuesto como siempre, estaba Joseph. ____* intentó revivir la cólera que había sentido en su último encuentro, pero solo pudo pensar en que aquella vestimenta blanca que lo cubría —tan ceñida y reveladora—, exhibía un espléndido cuerpo masculino. Parecía un atleta olímpico del mundo antiguo, musculoso, fibroso y casi perfecto. Sintió que el calor la consumía mientras deslizaba la vista por las piernas rectas y las curvas de su trasero.

Tragó saliva y apretó una mano enguantada contra el pecho. ¿En qué estaba pensando? ¡Jamás en su vida se había dedicado a admirar las nalgas de un hombre!

Tenía que salir de allí.

Observó paralizada cómo él se volvía para ponerse la máscara y ajustar el guante de seguridad en el brazo del florete. Luego le hizo un ademán para indicarle que se acercara a la alfombrilla que señalaba los límites de la

lucha.

—¿Empezamos?

Clavó la vista en la esterilla mientras en su mente resonaba una palabra: «¡Huye!»

—Señor —dijo Joseph, en el mismo tono que si se dirigiera a un niño pequeño—, ¿le ocurre algo?

Ante aquellas palabras, apartó la mirada de él, incapaz de verle la cara o los ojos a través de la máscara de alambre. Aquello le recordó que lo mismo le ocurría a él… No podía identificarla. ¡Esa era su oportunidad para practicar esgrima realmente!

Negó con la cabeza para hacer desaparecer aquel pensamiento de su mente. Para Joseph, el movimiento tuvo un significado diferente.

—Estupendo. Comencemos, pues.

Él se encaminó a un extremo de la alfombrilla para esperarla mientras ella se dirigía al soporte de floretes que había en la esquina de la sala y sopesaba varios en la mano para seleccionar uno. Se tomó ese tiempo para intentar tranquilizarse. «No me puede ver. Ahora solo soy otro hombre para él.»
Por supuesto, Joseph no era un hombre cualquiera para ella…, pero parapetada en su anonimato, se esforzó por recordar todo lo que sabía —que no era mucho— sobre los lances con florete, la mayor parte de ellos fruto de haber observado a Benedick cuando, de joven, alardeaba ante ella.

Aquello era un terrible error.

Se acercó a la zona de prácticas y se colocó ante Joseph mientras él asumía la posición clásica de esgrima, con el brazo izquierdo en alto y el derecho estirado, en el que sostenía el florete con la fina hoja perfectamente estable. Tenía las piernas flexionadas y los músculos tensos con fuerza latente, la izquierda formando una línea con la espalda y la derecha doblada en un ángulo recto perfecto.

—En garde —dijo, haciendo un gesto con la cabeza.

____* tomó aire e imitó su postura, consciente del bramido de la sangre en sus oídos. Incluso los borrachos se batían en duelo a espada, no podía ser tan difícil.
«Y alguien muere la mayoría de las veces.»
Ignoró ese pensamiento y esperó a que él hiciera el primer movimiento.
Lo hizo. Se abalanzó sobre ____* blandiendo el florete. Ella retrocedió, dejándose llevar por el pánico a pesar de que contuvo el grito de alarma, y movió el arma caprichosamente en el aire para bloquear los envites del adversario. El sonido del acero resonó en la estancia.

Joseph se retiró de inmediato al notar su evidente falta de habilidad.

—Observo que no está versado en este deporte —señaló con seca ironía desde detrás de la oscura máscara de malla.

____* carraspeó para hacer más profunda su voz.

—Estoy aprendiendo, milord —dijo por lo bajo.
—Una declaración comedida, me temo.

Ante esas palabras, ____* asumió de nuevo la postura inicial y alzó otra vez el florete. Joseph le imitó.

—Cuando el adversario presione —le aconsejó—, intente no atacarle a su vez. No le muestre hasta dónde puede llegar. Limítese a seguirle la corriente hasta que vislumbre la oportunidad de lanzarse sobre él.

____* ladeó la cabeza cuando Joseph se abalanzó sobre ella; en esta ocasión con menos impulso. La dejó rechazar los golpes varias veces antes de obligarla a salir de la esterilla. Cuando la joven tuvo los dos pies sobre el suelo de madera, Joeph se detuvo, volviendo a ocupar la posición e indicándole a ella que hiciera lo mismo.

Repitieron el ejercicio varias veces mientras él le enseñaba los rudimentos básicos de la lucha, haciendo que adquiriera cada vez más confianza y que llegara a detener sus embestidas con más firmeza y convicción.

—Mucho mejor —la ensalzó, después del cuarto intento, y ____* notó una oleada de placer ante la alabanza—. Ahora atacará usted.

«¿Atacar a Joseph » ____* negó con la cabeza ante la idea.
—Oh… yo… —se evadió.

Él se rió.

—Le aseguro, jovencito, que puedo soportarlo.

Aquello había llegado mucho más lejos de lo que ella esperaba. Pero no podía detenerse ahora, ¿verdad? Respiró hondo antes de asumir la ya familiar posición.

—¡Ja! —gritó, abalanzándose sobre él.

Joseph esquivó con habilidad, fintando hacia la derecha y haciéndola caer de rodillas. Le oyó resoplar, divertido, ante tal falta de garbo y eso la sacó de sus casillas. Al verla tendida sobre el suelo, le tendió la mano para levantarse, pero ella rechazó su ayuda con los ojos clavados en la mano enguantada, ansiosa por atacarle de nuevo.

La joven volvió a intentarlo, y esta vez logró encadenar varios movimientos ofensivos antes de encontrarse de nuevo sobre la alfombrilla. Frustrada por tanta habilidad —¿es que aquel hombre no hacía nada mal?—, se lanzó sobre él, golpeando la hoja del florete de Joseph con la suya y haciendo que cambiara de rumbo. Con aquel movimiento, el filo del arma del marqués acabó deslizándose por su manga, atravesando la tela de la chaqueta de esgrima, la de la camisa y la piel de la parte superior del brazo.

____* dejó caer el florete y se apretó la dolorosa herida; se balanceó algo mareada y acabó por aterrizar sobre su trasero. En ese momento se olvidó del disfraz y exclamó «¡Ay!» en voz alta mientras miraba fijamente la manga del uniforme, sin pensar en nada más que en su lesión.

—¿Qué demonios…?

____* percibió la confusión en la voz de Joseph y levantó la vista, alarmada. Él se dirigía hacia ella quitándose la máscara, que tiró a un lado; el golpe del metal contra el suelo de madera resonó en la estancia de una manera amenazadora. Cuando le vio sacarse los guantes y mirarla de arriba abajo con los ojos entrecerrados, ella se arrastró torpemente hacia atrás por la esterilla, impedida por el hecho de poder utilizar solo una mano.

—Es solo un rasguño, milord —le dijo con su voz más profunda en un desesperado intento por detenerlo—. Es-stoy bien.

Joseph arqueó las cejas ante aquellas palabras y maldijo sin contenerse. ____* notó en su voz que la había reconocido, lo pudo ver en la mirada intimidatoria que le lanzó. Se paró ante ella y se inclinó. Entonces alargó la mano para quitarle la máscara. Aterrada porque la descubriera, intentó detenerlo, pero el movimiento fue inútil. Con un veloz gesto, el marqués le arrancó la máscara haciendo que el pelo se le derramara sobre los hombros.

Joseph abrió los ojos como platos al confirmar sus sospechas y dejó caer la careta al suelo. Los ojos le brillaron peligrosamente y adquirieron una tonalidad intensa debido a la cólera.

—Yo… —empezó a decir ella, insegura.

—No digas nada. —Las palabras fueron bruscas, exigiendo obediencia ciega mientras se arrodillaba a su lado y le cogía el brazo. Inspeccionó la herida con suavidad, a pesar de no dejar de farfullar entre dientes. Ella notó que le examinaba la herida con ternura pero con manos temblorosas a causa de la furia apenas contenida. Joseph rasgó la manga de la chaqueta, haciendo que se sobresaltase con el sonido. Luego se metió la mano en el bolsillo y sacó un pañuelo de lino perfectamente plegado y lo desdobló antes de apretarlo contra la herida. ____* le observó trabajar, paralizada por sus hábiles movimientos. Contuvo el aire cuando él improvisó una venda con la tela y la ató con demasiada fuerza. Joseph le sostuvo la mirada, arqueando una ceja, retándola a que se quejara de sus cuidados.

El aire entre ellos se hizo más denso. ____* no lo podía resistir.

—Yo…
—¿Por qué no te has puesto un peto? —La pregunta fue hecha con una calma mortífera.
Desde luego, aquello no era lo que había imaginado que él le diría. Lo miró a la cara, estaba demasiado cerca.
—¿Mi-milord?
—Un peto. Es una parte del uniforme que está diseñada para proteger el brazo de la espada y que no se produzcan heridas como esta —pronunció las palabras como si estuviera leyendo un manual de reglas de esgrima.
—Ya sé lo que es un peto —murmuró ella.
—Ah, ¿de veras? Entonces ¿por qué no lo llevas puesto? —La pregunta resultó cortante, pero contenía algún tipo de emoción que, aunque ____* no pudo identificar, no le gustó un pelo.
—Pensaba… que no lo necesitaría.
—¡De todas las tonterías que podría oír…! —explotó él—. ¡Podrías haber muerto!
—¡Es solo una herida de nada! —gritó ella.
—¿Qué demonios sabes tú de heridas? ¿Y si te hubiera alcanzado con todas mis fuerzas?
—¡No tenías que estar aquí! —Las palabras se le escaparon antes de poder contenerlas. Los ojos dorados se clavaron en los avellana, y Joseph negó con la cabeza, como si todavía no pudiera creerse lo que estaba viendo.
—¿Yo? ¿Que yo no tenía que estar aquí? —Le tembló la voz—. Que yo sepa este es mi club deportivo. ¡Un club masculino al que los hombres acuden a practicar esgrima! Y, hasta donde he podido comprobar, ¡tú eres una mujer! Las mujeres no practican esgrima.
—Tienes razón en todo —corroboró ella.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? ¿En qué cuernos estabas pensando?

____* respiró por la nariz con aire remilgado, como si no estuviera vestida con ropa masculina ni se encontrara en una situación que, si no se equivocaba, iba a ser su ruina.

—Te agradecería que no usaras ese lenguaje en mi presencia.
—¿Me lo agradecerías? Bien, yo te agradecería que no frecuentaras mi club de esgrima. Y ya que estamos, ¡ni las tabernas ni mi dormitorio! ¡Pero parece que ninguno de los dos va a conseguir lo que quiere! —Hizo una pausa, todavía abrumado—. Por el amor de Dios, mujer, ¿estás buscando adrede tu ruina?

Las lágrimas inundaron los ojos de ____* ante aquellas palabras, convirtiéndolos en lagos color caoba.

—No… —susurró, con la voz entrecortada. Apartó la mirada, deseando con todas sus fuerzas encontrarse en cualquier otro lugar que no fuera allí, junto a él, a punto de llorar.

Al ver sus lágrimas, él maldijo por lo bajo. No quería martirizarla. Bueno, sí que quería que se arrepintiera de haber hecho semejante tontería, pero no quería hacerle llorar.

—Entonces ¿qué? —preguntó con voz más suave. Como ella no respondió, intentó adularla—: ____*…

Ella lo miró otra vez, negando con la cabeza.

—No lo entiendes —dijo de corrido, tras respirar hondo.

Él clavó en ella sus ojos avellana y se sentó en el suelo junto a ella, mirándola cara a cara y haciendo que apoyara el brazo herido en su rodilla.

—Pues explícamelo. —Las palabras no dejaban otra opción.
—Esto está bien, ¿sabes? —declaró ____*, intentando restarle importancia a sus palabras con un tono ligero—. El caso es que… incluso en este momento, bajo la amenaza de la ruina social y de tu cólera, sintiendo algo de miedo y un poco de dolor por la herida… —Se interrumpió para añadir en un aparte—: Y con eso no quiero decir que no la hayas vendado bien. —Alabanza que él aceptó con un gesto de cabeza—. Pues, a pesar de todo eso… —entonces dijo el resto—, este ha sido uno de los mejores días de mi vida.
____* notó la confusión en su mirada e intentó explicárselo.
—Hoy me he sentido viva.
—¿Viva?
—Sí. Me he pasado veintiocho años haciendo lo que todo el mundo esperaba que hiciera… siendo lo que todos esperaban que fuera. Y es horrible no gustarte a ti misma. —Se interrumpió un rato antes de continuar—. Tenías razón, soy una cobarde.
Él suavizó la mirada ante esa apasionada declaración.
—Fui un imbécil. No debería haberte dicho eso.
—No, no eres un… —____* se interrumpió, incapaz de decirlo en voz alta.
—Te aseguro que lo soy. Sigue.
—No estoy casada, no tengo hijos ni soy un pilar de la sociedad. —Agitó el brazo ileso como si la vida que describía estuviera más allá de la habitación—. Soy invisible. Entonces ¿por qué seguir siendo una florero cobarde que no se atreve a probar todas las cosas que siempre ha soñado experimentar? ¿Por qué no acudir a las tabernas a beber whisky y practicar esgrima? Confieso que son cosas que siempre me han interesado mucho más que los bailes, las labores y los odiosos tés que han ocupado casi todo mi tiempo. —Buscó de nuevo su mirada—. ¿Le encuentras sentido a mis palabras?
Él asintió con la cabeza, muy serio.
—Sí. Estás tratando de encontrar a ____*.
Ella agrandó los ojos.
—¡Sí! En algún momento de mi vida, perdí a ____*. Quizá nunca fui ella. Pero hoy, aquí, la he encontrado.
Él esbozó una sonrisa torcida.
—¿____* es esgrimista?
Ella correspondió con otra.
—____* es muchas cosas. También la encontré en la taberna.
—Ah —dijo él, a sabiendas—. Así que ____* es una mujer disoluta.
La joven se sonrojó.
—Creo que no.

El silencio cayó sobre ellos mientras él observaba el rubor en sus mejillas y levantaba el brazo herido para depositar un suave beso en el dorso de la mano. Ella contuvo el aliento al sentir sus labios sobre la piel, tan calientes y suaves, y buscó sus ojos, que estaban clavados en ella. Joseph le sostuvo la mirada, y ella sintió una ardiente sacudida cuando le rodeó con la lengua uno de los nudillos.

Él notó su sorpresa y, sonriendo, se llevó la palma de la mano a la boca para apoyar los labios y la lengua justo en el centro, en la parte más sensible. Ella dejó de respirar y cerró los ojos para saborear la sensación, incapaz de observar el erótico movimiento de aquella boca contra su mano.

Joseph apartó los labios y, cuando ____* abrió los ojos otra vez, se lo encontró observándola con una pícara sonrisa. Entonces, él estiró la mano y le deslizó un dedo por la barbilla.

—No deberías perder las esperanzas tan pronto, emperatriz —le dijo con una voz ronca y líquida que hizo que a ella le bajara un ardiente estremecimiento por la espalda.

____* contuvo el aliento mientras un nebuloso recuerdo de un tiempo muy lejano inundaba su mente. Joseph la trajo de vuelta al presente cuando le sostuvo la barbilla, acercando su cara a la de él.

—Se te olvida que yo también me he encontrado con esa mujer en varias ocasiones… En carruajes…
Detuvo los labios justo sobre los de ella, haciendo que temblara de anticipación.
—En teatros…

Ella intentó cerrar la distancia entre ellos, pero él se echó hacia atrás lo justo para volverla loca.

—Y en dormitorios. De hecho… —añadió, acariciándole la sensible piel de los labios con las palabras—, encuentro que me gusta mucho ese lado disoluto que tienes.

Entonces capturó sus labios y ella se perdió. Se vio absorbida por la suavidad de su boca, por la ternura de su caricia, totalmente diferente a los besos que habían compartido antes. Con aquel la consumió, le hizo olvidarse de sí misma, de lo que los rodeaba, de todo menos de la magnífica presión de aquellos labios sobre los suyos. Él le acarició la mandíbula con el pulgar mientras le devoraba la boca, provocando estremecimientos de placer en todo su cuerpo.

____* se quedó sin respiración ante aquella sensación, y él aprovechó que tenía la boca abierta para apoderarse de ella en profundidad, besándola de una manera que la mareó. Entonces, ella estiró los brazos hacia él, su ancla en un mar de sensualidad, y le rodeó el cuello, metiéndole los dedos entre los espesos y suaves mechones. Él emitió un ronco sonido de satisfacción al notar que ella lo abrazaba y dibujó un camino de tiernos y húmedos besos desde su mejilla a su garganta, haciendo que ella se perdiera en una riada de explosiones de placer.

El cuello alto de la chaqueta de esgrima le impedía progresar más, pero él la desabrochó con habilidad mientras lamía la sensible curva del cuello, deslizándose hacia abajo para saborear la piel que iba quedando al descubierto. Cuando la desabotonó por completo, se apartó para abrirla. La mirada de Joseph cayó entonces sobre los pechos vendados, que subían y bajaban bajo las tiras de tela que los aprisionaban.

Él negó con la cabeza al ver aquello antes de volver a mirarla a los ojos.

—Esto es una atrocidad —aseguró, pasando los dedos por el borde de la tela.

Notando el deseo que ardía en los ojos de ____*, los labios entreabiertos por la pasión y las mejillas enrojecidas, Joseph volvió a besarla con voraz ansia antes de poner las manos en las tiras, buscando el extremo. Cuando lo encontró, tiró de él y comenzó a desenvolver las vendas.

____* observó con nerviosismo cómo Joseph seguía con los ojos el movimiento de sus manos. Notó que se le aceleraba la respiración, que se le oscurecía la mirada, y se dio cuenta de que era cierto, estaba allí, en los brazos de Joseph . En brazos del único hombre al que había querido. El único con el que había soñado. Y ahora, mientras la desnudaba, supo con una certeza incuestionable que su alma también era de él. Que jamás dejaría de quererlo.

Aquellas palabras flotaron en la mente de ____* mientras contenía la respiración. Cayeron las últimas bandas y sus pechos quedaron libres de aquel apretado confinamiento. Los ojos de Joseph se oscurecieron todavía más y ella bajó la vista, notando una línea de un rojo intenso sobre la piel normalmente pálida. La joven se movió para cubrirse, avergonzada por su desnudez, pero él le atrapó las manos.

—No —dijo con la voz ronca y seductora—. No has tratado a estas bellezas como se merecen y ahora son mías, las reclamo como su salvador.

Ante esas palabras ____* notó que una ardiente llamarada estallaba en su interior. Él le soltó los dedos y se movió para acariciarla. Las manos, firmes y cálidas, ahuecaron y moldearon sus pechos magullados, haciéndole suspirar de alivio y placer. Él frotó la piel irritada antes de recorrer las marcas rojas con la lengua, estimulando la carne ya demasiado sensible y depositando una serie de besos suaves y tiernos sobre sus senos.

Le lamió la zona durante un buen rato, aunque evitó a propósito las cimas erguidas, dejando que se tensaran cada vez más, que se volvieran más sensibles con cada roce de sus dedos y su lengua. ____* comenzó a retorcerse bajo sus caricias, intentando que la tocara donde más lo necesitaba.

Joe notó su movimiento y alzó la cabeza, buscándole los ojos.

—¿Qué ocurre, emperatriz? —le preguntó. Las palabras fueron una caricia en sí mismas y calentaron la piel dolorida con la brisa que las acompañaba—. ¿Me quieres aquí? —Le pasó el dedo por un pezón erizado y ella emitió un gritito ante la explosión de sensaciones que siguió a aquel leve roce. Él se movió a la otra cima, repitiendo la caricia—. ¿O aquí?
—Sí —jadeó ella.
—Pues solo tenías que pedirlo —aseguró, sonriendo malévolamente.

Entonces aplicó los labios sobre un pico turgente y ella pensó que se moriría de placer. Aplacó la sensible piel con la lengua y ____* le sujetó la cabeza entre las manos mientras él succionaba suavemente, enviando una corriente de calor líquido al centro de su cuerpo. La sensación, extraña y maravillosa a la vez, la consumió. Joe fijó entonces su atención en el otro pecho, repitiendo la misma acción pero con más firmeza. Sujetó el pezón entre los dientes para apaciguarlo con los labios y la lengua, y ella gritó, anhelando algo que no sabía definir.

Él pareció notar su necesidad porque le deslizó una mano por el interior del muslo, trazando un suave rastro hacia su entrepierna, que ahuecó con la mano, enviando un dardo de placer por todo su cuerpo y provocando que ella deseara que desapareciera la tela que bloqueaba el acceso a aquel lugar donde tan desesperadamente necesitaba ser tocada. ____* se retorció, intentando que la acariciara con más firmeza, y Joe alzó la cabeza y buscó su mirada una vez más.

La besó profundamente, robándole el aliento antes de hablar.

—Dime lo que quieres, preciosa.
—Yo… —Se interrumpió. Demasiadas palabras resonaban en su mente. «Quiero que me toques. Quiero que me ames. Quiero que me enseñes todo lo que me he estado perdiendo.» Insegura, negó con la cabeza.

Joseph sonrió, presionando la mano con firmeza, observando la oleada de placer que aquello provocaba en ella.

—Eres increíble —susurró contra su cuello—. Tan receptiva. Dime lo que quieres…
—Deseo… —____* suspiró cuando él volvió a poner los labios en la endurecida cima del pecho—. Deseo… Te deseo —gimió ella y, en ese momento, aquellas palabras, tan simples en comparación con las emociones que la atravesaban, parecieron suficientes.

Él movió los dedos con habilidad y firmeza, y ella contuvo el aliento.

—¿Me deseas aquí, emperatriz?

Ella cerró los ojos avergonzada mientras se mordisqueaba el labio inferior.

—¿Me deseas aquí?
—Sí —asintió con la cabeza.
—Mi dulce cariño. —Las palabras resonaron en su oído como una sustancia inflamable mientras él le quitaba la chaqueta y apartaba el croissard para alcanzar los botones del pantalón. Entonces deslizó una cálida mano en el interior de la prenda y le arrancó otro suspiro al rozar su sexo suavemente. Separó los resbaladizos pliegues e introdujo un dedo en su ardiente funda—. ¿Aquí?

Ella contuvo el aliento y le sujetó el antebrazo con una mano.

Joe emitió un gruñido mientras la observaba intentar comprender las sensaciones que la atravesaban.

—Creo que quieres mucho más —dijo con voz áspera.

Comenzó a mover los dedos en su interior al tiempo que cerraba los labios sobre un pezón, y ____* no pudo seguir pensando. Le acarició la ardiente carne, obligándola a separar más las piernas para poder acceder mejor a aquel resbaladizo calor, y le rodeó el punto más sensible con la yema de un dedo. Ella se retorció contra él, perdida en las agitadas emociones que la inundaban. Los firmes movimientos de aquellas manos experimentadas unidos a la perfecta succión de su boca la empujaban hacia un precipicio al que ella no quería saltar. Pero el placer crecía cada vez más mientras él seguía acariciándole suavemente aquel húmedo lugar donde parecían concentrarse todos sus deseos, y ella gimió ante cada caricia, que la remontaba cada vez más alto.

____* se tensó cuando las oleadas de placer se hicieron demasiado intensas, y él lo notó. Le soltó el pecho y le capturó la boca, acariciándola con la lengua y los dientes, drogándola con aquel beso antes de apartarse y mirarla a los ojos, observando la confusión y la pasión que colisionaban en su interior. Introdujo un dedo profundamente y ella contuvo un jadeo al sentir aquella intensa presión en lo más profundo de su ser, que amenazaba con explotar.

—No te contengas, cariño —le susurró él al oído.

Lo miró al oír aquello y vio una madura comprensión en sus ojos mientras seguía empujando rítmicamente el dedo en su interior, rozándole el nudo de nervios con más firmeza, como si supiera dónde le dolía más, justo donde más necesitaba su tacto. ____* gritó ante la oleada de sensaciones, distinta a todo lo que había sentido antes.

—Te sostendré cuando llegues. —Las palabras, apasionadas y provocadoras, fueron el detonante.

Él no apartó la vista cuando ella se dejó llevar aferrándose a él.

____* palpitó bajo sus caricias, se contorsionó contra él suplicando más en el mismo instante en que lo recibía. Joe movió los dedos en su interior, sabiendo cómo tocarla, dónde acariciar, cuándo detenerse. Y en el momento en que exprimió hasta la última pizca de placer, cuando ella dejó de convulsionarse, la sostuvo; apaciguándola con ternura y haciéndole regresar a salvo entre sus brazos a la tierra.

La abrazó mientras ella recobraba el sentido, rozándole la sien con los labios, acariciándole la espalda y las extremidades con suavidad. Cuando volvió a respirar con normalidad, ____* dejó caer las manos con las que le había estado acariciando el cuello y reposó el brazo herido sobre él. Joseph gimió cuando los dedos cayeron sobre su regazo, y se la cogió con rapidez para quitarla de allí.

____* solo supo que él la había apartado y se sintió insegura. Él comprendió al instante su incertidumbre.

—Es muy difícil observar un despliegue de pasión tan cautivador sin excitarse, preciosa —le explicó, besando con ternura los dedos que ahora sujetaba con más firmeza y sosteniéndole la mirada.

La incertidumbre se transformó en confusión, y él apretó los dedos de ____* contra el bulto que tensaba sus pantalones, permitiendo que notara su excitación. Ella comprendió de golpe y, aunque se sonrojó, no apartó la mano, sino que presionó suavemente la erección, saboreando el suave gemido con el que él respondió y la manera en que se apretó contra sus dedos.

—¿Puedo…? —Tragó saliva y comenzó de nuevo—. ¿Puedo hacer algo?

Él curvó la comisura de los labios en una sonrisa dolorida antes de estrecharla entre sus brazos y besarla otra vez, sin detenerse hasta que ella se aferró a él, jadeando de excitación.

—Aunque nada me gustaría más, emperatriz, tengo la impresión de que ya hemos llegado demasiado lejos, sobre todo si consideramos que podría entrar alguien en cualquier momento.

Las palabras la arrancaron de su ensueño como una jarra de agua helada. Miró hacia la puerta —sin llave— como si esperara que otro esgrimista cometiera el mismo error que ella y se tropezara con ellos.

—¡Oh! —Dio un brinco y se estremeció ante el dolor que le atravesó el brazo con el movimiento. Metió el brazo sano en la manga de la arruinada chaqueta y le dio la espalda a Joe, acercándose a la esquina más alejada de la estancia para abrochar los botones que cerraban la prenda.
«¿En qué estabas pensando?»
Por supuesto, no había pensado en nada salvo en él.

—Pareces haberte olvidado de una parte muy importante de tu disfraz.

____* se volvió con rapidez ante aquellas perezosas palabras y se lo encontró acercándose a ella, sosteniendo entre los dedos la larga tira de tela que le había vendado los pechos.

—Nadie se creerá que eres un hombre con esos primorosos pechos a la vista —susurró él, acercándose a ella—.

Francamente, nadie debería creérselo con ese magnífico…

—Gracias —le interrumpió ____* con firmeza mientras tomaba la tela con decisión a pesar del rubor que le cubría las mejillas.

—Vas a necesitar mi ayuda, preciosa.

«No.» No pensaba permitir que la ayudara en una tarea tan íntima. Se arriesgaría a que la descubrieran; de todas maneras, el abrigo de Benedick la cubría casi por completo. Sin embargo, bajó la mirada a sus senos, midiendo la evidencia.

Eran demasiado visibles.

Joe pareció leerle los pensamientos, y le arrebató la venda.

—Te descubrirían al instante, emperatriz. Será mejor que dejes que te ayude. —La mirada masculina adquirió un pícaro brillo—. Te prometo que me comportaré como un perfecto caballero.

Esbozó una amplia sonrisa, y ____* no pudo contener la risa que burbujeó ante aquellas palabras tan ridículas.

Tras pensárselo un momento, accedió. Se quitó la chaqueta y le dio la espalda con timidez, notó la tela contra los pechos. Esperó a que siguiera envolviéndola, pero él no se movió. Tras un largo minuto, ____* miró por encima del hombro y se lo encontró a solo unos centímetros, observándola. Ella le lanzó una mirada inquisitiva.

—Gira.

Le llevó un rato darse cuenta de lo que él pretendía. Que rodara sobre sí misma enrollándose en el vendaje en vez de quedarse quieta permitiendo que la envolviera él. Comenzó a moverse lentamente, percibiendo casi al momento la naturaleza seductora de la situación. Algo en aquel movimiento, al poder ver los ojos profundamente intensos cada vez que se daba la vuelta, le hacía sentirse como una tentadora Salomé. Joseph no la tocó mientras giraba, dejando que danzara sola; le permitió elegir la velocidad y la fuerza con que atarse. Y cuando alcanzó el final de la tela, cayó directamente en sus brazos.

Sosteniéndole la mirada, Joseph introdujo el extremo entre las demás bandas antes de ahuecarle la mejilla con una mano y alzarla para darle otro beso. Un suave y tierno roce de labios que se convirtió en una caricia terriblemente lenta que la dejó con el corazón desbocado y la mente nublada. Con la otra mano, le acarició levemente uno de los pechos vendados, jugueteando con él hasta que ella no deseó otra cosa que arrancarse la venda.

Joe interrumpió el beso de pronto y se inclinó para rozar con los labios el borde de la tela, lamiendo la piel que sobresalía de ella.

—Pobres y preciosos míos… —murmuró, adorándola con las manos y la boca, haciéndole arder y provocando otra oleada de pasión en el centro de su ser.
Pensó que ya no podría mantenerse en pie si él continuaba, pero se detuvo y se inclinó para recogerle la chaqueta, que le pasó cuidadosamente por el brazo vendado y luego por el otro antes de abrocharle los botones con habilidad sin que ella pudiera hacer nada más que observarlo, incapaz de moverse.

Y en el momento en que terminó, él se apartó para aproximarse a sus accesorios de esgrima. Fue entonces cuando ella le vio detenerse junto a la esterilla para recoger la hoja de papel que se había caído al quitarle las vendas, y en la que no habían reparado hasta ese instante. La reconoció de inmediato y se puso tensa.

—Alto. No la abras —gritó, alterada.

Joseph se detuvo en seco y la miró con los ojos miel llenos de curiosidad cuando se acercó a él. Le puso la mano sobre la suya, sujetando la nota y tratando de arrancársela de los dedos, pero no la soltó.

—¿Por qué no? —preguntó en tono ligero y juguetón.
—Es mía.
—Parece que la has perdido.
—No lo habría hecho si tú no me hubieras quitado la… —____* se interrumpió, renuente a terminar la frase.
Él arqueó una ceja.
—Sí, bueno, pero te aseguro que no pienso disculparme por ello.
Ella irguió los hombros, intentando adoptar una actitud regia.
—No obstante, es mía.

Con un hábil giro de muñeca, Joseph se aseguró de poner el papel fuera de su alcance, sujetándolo todavía entre sus dedos. A ____* se le puso un nudo en la garganta cuando vio que él hacía ademán de desdoblarlo.

—Por favor, Joseph, no lo hagas.

Joseph se detuvo, no supo si fue porque ella había usado su nombre o por el tono suplicante con que pronunció las palabras, y la miró fijamente.

—¿Qué es esto, ____*? —le preguntó.
Ella negó con la cabeza, apartando la vista.
—No es nada… Un absurdo… —tartamudeó—, pero es personal.
—Dime lo que es y no la miraré.
____* clavó los ojos en él.
—Si te lo digo ya no necesitarás mirarlo ¿verdad? —replicó ____* de mal humor.

Él guardó silencio, manoseando el papel entre los dedos. Ella suspiró, irritada.

De acuerdo. Es una lista. —Alargó el brazo con la palma hacia arriba, esperando que él pusiera allí la nota.
—¿Qué clase de lista? —preguntó Joe con una mirada inquisitiva.
—Una lista personal —respondió ella, tratando de imprimir a su voz un tono de femenino desdén, esperando que así se sintiera poco caballeroso y renunciara a aquella batalla en particular.
—¿Una lista de compras? ¿Una lista de libros impropios que te gustaría leer? ¿Una lista de hombres…? —Ella se puso colorada ante esa última pregunta y él hizo una pausa al tiempo que agrandaba los ojos—. Santo Dios, ____*, ¿es una lista de hombres?
____* golpeó el suelo con el pie, en un gesto repleto de irritación.
—¡Santo Cielo, no! Da igual lo que contenga la lista, Ralston. Lo único que cuenta es que me pertenece.
—Esa no es una buena respuesta, emperatriz —señaló él, y comenzó a abrir la nota.
—¡Espera un momento! —____* volvió a poner la mano sobre la de él. No podía soportar la idea de que leyera sus deseos más secretos. Negándose a sostenerle la mirada, continuó sin pausa—. Si tanto lo quieres saber, es una lista de… actividades… que me gustaría experimentar.
—¿Perdón?
—Son actividades. Cosas que los hombres pueden hacer sin peligro pero que se nos prohíbe realizar a las mujeres para no dañar nuestra delicada reputación. He decidido que, en vista de que mi reputación no me ofrece mayor satisfacción, no tengo ninguna razón para quedarme durante el resto de mi vida haciendo punto con mis compañeras de soltería. Estoy cansada de ser considerada pasiva.
Él arqueó una ceja.
—Puede que seas muchas cosas, emperatriz, pero jamás diría que eres «pasiva».
«¡Qué bonito lo que acababa de decirle!»
Ella tragó saliva y cogió la nota.

Él observó sus dedos, tan cerca de quedar entrelazados con los suyos, mientras consideraba las palabras. Se sentía muy intrigado.

—Entonces, es una lista de acciones que lady _____ quiere llevar a cabo para sentirse viva.

____* reconoció las palabras de su anterior conversación. Quizá si él las hubiera dicho antes de aquel interludio en el suelo de la sala de entrenamiento, habría estado de acuerdo con ellas. Sin embargo, aquellos preciosos momentos entre los brazos de Ralston habían cambiado su percepción de las cosas. En lo que había durado ese abrazo, ____* se había sentido realmente viva. Por fin había experimentado lo que había soñado desde su primer encuentro casual con él una década —un siglo…— antes. Y ahora, pensar en beber whisky palidecía en comparación, ya fuera en una taberna o no. Pero, por supuesto, no podía decírselo.

—Esa lista es mía. Te agradecería que me la devolvieras. Sin abrir. Deberías darte cuenta de que esta conversación ya es lo suficientemente humillante.

Él no respondió ni soltó la nota, obligándola a mirarlo a los ojos. Debió de leer la verdad en los de ella, porque renunció al papel. ____* lo dobló de nuevo y lo metió en el bolsillo de la chaqueta lo antes posible. Joe observó sus movimientos.

—¿Puedo suponer que practicar esgrima ocupa un lugar en esa lista? —señaló.
Ella asintió con la cabeza.
—¿Y beber whisky?
____* volvió a afirmar.
—¿Y qué más?
«Besar.»
—Jugar a las cartas.
—¡Santo Dios! ¿Algo más?
—Fumar puros.
Él soltó un bufido.
—Bueno, eso será difícil. Ni siquiera yo te dejaría fumar un puro. Y eso que mis principios no son dignos de ser tenidos en cuenta.
Aquellas palabras tan arrogantes le irritaron.
—Pues la verdad, milord, es que ya he tachado ese punto de la lista.
—¿Cómo? ¿Quién te dio un puro?
—Benedick.
De todas las tonterías… —Se interrumpió, asombrado—. Lo mataré.
—Eso es lo que dijo él cuando se enteró de que había bebido whisky contigo.
Ralston se rió.
—Sí, puedo imaginarlo. Entonces ¿él conoce la existencia de esa ridícula lista?
—La verdad es que no. Mi doncella es la única que sabe que existe. —Ella hizo una pausa antes de agregar—: Y ahora, tú.
—Me pregunto qué dirá tu hermano cuando se entere de que te he herido en el club de esgrima.
Aquellas palabras, tan tranquilas, hicieron que lo mirara fijamente.
—¡No te atreverás! —exclamó, llena de incredulidad.
—Ah, es posible —dijo él, recuperando los guantes del suelo y ofreciéndoselos.
Ella los cogió y los apretó entre los dedos.
—¡No puedes!
—¿Por qué no?
—Piensa… —Se interrumpió, reconsiderando las palabras—. ¡Piensa lo que diría de ti!
Él sonrió mientras se cubría las manos con sus propios guantes.
—Diría que soy un canalla y un libertino. Creo que ya hemos superado esa fase. —Las palabras fueron dichas en un tono que solo acentuó la verdad que encerraban, y a ____* le ardieron las orejas al recordar que le había insultado con ellas en el teatro, unos días antes.
Él continuó presionándola.
—Eso por no mencionar el hecho de que tienes que salir del club sin ser descubierta por un puñado de hombres que se sentirían más que felices de contarle a tu hermano, y a todo el que se les ponga por delante, tu indiscreción. Podrías haberlo logrado a primera hora, emperatriz, pero ahora son casi las cinco. Los pasillos rebosarán actividad y hombres ansiosos por ejercitarse antes de regresar a sus casas para cenar y acudir a los bailes.

____* no había tenido eso en cuenta. Se había centrado tanto en cómo entrar en el club, que no había pensado que salir supusiera un reto todavía mayor. Ahora que él había conseguido que se fijara en el entorno, la joven pudo oír risas y gritos masculinos y conversaciones que mantenían los demás miembros del club mientras pasaban, ajenos a lo que ocurría allí dentro, ante la puerta de aquella sala. Se sintió avergonzada al pensar que cualquiera de ellos habría podido entrar unos minutos antes y encontrarlos en medio de un acto realmente impropio.

—Por supuesto, no me importaría nada mantener el secreto… —Las palabras de Ralston la arrancaron de sus pensamientos—, y ayudarte a escapar de los problemas que han surgido. Por un precio, claro está.
____* arqueó las cejas y lo miró con cautela.
—¿Qué precio?
Él le pasó la máscara.
—Protegeré tu reputación hoy si me permites seguir haciéndolo mientras llevas a cabo todo lo que tengas apuntado en esa lista.
Ella se quedó boquiabierta.
—Ah —dijo él sucintamente—, veo que has captado el significado de mis palabras. Sí. Como descubra que has llevado a cabo otro de los puntos de esa lista sin mi escolta, se lo contaré todo a tu hermano.
Ella no fue capaz de decir nada durante un buen rato, superada por las emociones.
—Eso es chantaje.
—Qué palabra más infame. Pero si quieres ponerle un nombre, sí, ese es adecuado. Es evidente que necesitas un acompañante y, por el bien de nuestras familias, yo te ofrezco mis servicios.
—No puedes.
—Me parece que sí que puedo —afirmó él, prosaico—. Ahora, o te pones la máscara y dejas que te ayude a salir de aquí, o te la pones y corres el riesgo tú sola. ¿Qué decides?

Ella le sostuvo la mirada durante largo rato. A pesar de que lo único que quería era dejarlo allí plantado, con aquella presumida expresión en la cara, y buscar la salida por su cuenta, sabía que lo que él proponía era la mejor estrategia a seguir.
Se puso la máscara y se mantuvo en silencio el tiempo que tardó en recogerse todo el pelo bajo la rejilla.

—Parece que no tengo mucha elección —reconoció finalmente, con la voz amortiguada por la careta.

Él esbozó una pecaminosa sonrisa que le hizo sentir un escalofrío de excitación.

—¡Magnífico!
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por aranzhitha Sáb 07 Jul 2012, 8:24 pm

awww Joe es tab lindo

y sexy Dios! todo lo que le hizoLas reglas de almor - ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION - Página 6 779977

y le quiere ayudarLas reglas de almor - ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION - Página 6 951607

para mi que la rayiz le gustaLas reglas de almor - ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION - Página 6 352482

pero no lo quiere reconocerLas reglas de almor - ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION - Página 6 223874

siguela!!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por chelis Sáb 07 Jul 2012, 10:16 pm

OOOOOOOOOOOOOOOOHHHHH!!!!
PEROOOOOO!!
QUE CAAAPIISSSS
TAN MAS... INTERESANTEEESSSS!!!
AAIII CON ESE JOEEEEEE!!!!!!!!!!!
QUE VENGAN LOS BOMBEROOOOSSSS!!!1
AAAII SIGUELA PORFIIISS
chelis
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Mensaje por aranzhitha Dom 08 Jul 2012, 8:22 pm

siguela!!!
aranzhitha
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Mensaje por Julieta♥ Dom 08 Jul 2012, 9:11 pm

Capítulo 22





—¡No! ¡No! ¡Non!
—¡Señorita Juliana, las damas deben resultar exquisitas cuando bailan! Y usted me mira los pies continuamente.
Mientras el profesor de baile gritaba aquellas ofensas, ____ se acercó a los amplios ventanales, de suelo a techo, de Ralston House para ocultar una sonrisa. Puede que aquel hombrecillo francés fuera el profesor que más aborrecía Juliana, pero era uno de los mejores bailarines de Inglaterra; los dos sostenían opiniones contrarias sobre la importancia que la danza tenía en la vida de una joven, y ____ tenía la sospecha de que la joven señorita Fiori disfrutaba irritando a su maestro.
—Mis disculpas, monsieur Latuffe —dijo Juliana, aunque su tono indicaba que no lo lamentaba en absoluto—. Solo intentaba saber dónde estaban sus pies para no pisarle.
El maestro de danza agrandó los ojos.
—¡Señorita Juliana! Eso es algo que no se debe mencionar siquiera. Si le llegara a ocurrir algo tan horrible, le aseguro que su pareja no lo notará. Las damas son ligeras como la brisa.
La carcajada de Juliana poseía una nota de incredulidad y casi provocó en Latuffe un ataque de histeria. ____ se cubrió la boca para contener la risa que amenazaba con escapársele y por consiguiente, arruinar su imagen como observadora imparcial.
Había estado supervisando la lección desde un sofá en el extremo más alejado del salón de baile durante casi una hora, pero como Juliana y monsieur Latuffe habían ensayado los pasos de varios tipos de baile, entre ellos los de la contradanza y el minué, la paciencia de ambos estaba a punto de agotarse, y ____ se veía incapaz de ocultar la diversión ante sus discusiones. Adoptando lo que esperaba que fuera una expresión neutral, se volvió hacia el profesor y la alumna.
El francés se paseaba por el salón de baile agitando los brazos violentamente en el aire, en dirección al piano, donde el pianista que tocaba la melodía parecía un tanto inseguro. Poniéndose una mano sobre el corazón y otra sobre el borde del piano, Latuffe respiró hondo varias veces sin dejar de mascullar en su idioma natal. ____ no pudo evitar curvar los labios, segura de haberle oído maldecir a Gran Bretaña, a las mujeres italianas y a las contradanzas. Tuvo que reconocer que lo último le produjo bastante sorpresa; Juliana debía de resultar una dura prueba si incluso insultaba a sus amados bailes.
____ se acercó a Juliana y observó sus ojos azules, que parecían brillar de exasperación.
—Solo quedan veinte minutos —le susurró con una amplia sonrisa—. Intenta no hacerle sufrir demasiado.
—Espero que te des cuenta de que hago esto solo por ti —respondió Juliana entre dientes.
____ le apretó el brazo.
—Algo que te agradeceré eternamente.
Juliana se rió disimuladamente justo cuando el profesor se daba la vuelta bruscamente.
—No importa —dijo con firmeza—. Ahora nos dedicaremos al vals. Estoy totalmente seguro de que incluso una señorita como usted respetará el vals.
Juliana entrecerró los ojos.
—¿Una señorita como yo? —susurró, mirando a ____.
Cuando el francés arrastró entre sus brazos a una sorprendida Juliana, con una fuerza que parecía desmentir su pequeño tamaño, fue el turno de ____ de reírse disimuladamente. El profesor hizo girar a la joven siguiendo el ritmo de aquella melodía conmovedora. ____ le sonrió al pianista, que parecía muy aliviado al observar cómo la pareja daba vueltas sin cesar al compás de la música. Mientras bailaban, Latuffe continuó con su letanía de qué se debía y qué no se debía hacer, por lo que Juliana fue castigada en rápida sucesión por sujetarse con demasiada firmeza, por bailar con mucha rigidez y, finalmente, por mirarlo con desmedida ferocidad. ____ sospechaba que la mirada feroz desaparecería cuando la joven se viera lejos de la presencia del profesor.
No pudo hacer desaparecer la amplia sonrisa que permaneció en su cara, en especial cuando observó que Juliana miraba fijamente a monsieur Latuffe y le pisaba a propósito como diciéndole: «Espero que eso desmienta la teoría de que las damas son ligeras como la brisa.»
—¿Es cosa mía o mi hermana está consiguiendo que el profesor de danza se gane a conciencia cada chelín? —Las palabras, dichas muy cerca, sorprendieron a ____, que se volvió hacia el sonido para descubrir a Nicholas St. Jonas a su lado contemplando a Juliana con diversión.
____ ignoró el involuntario vuelco que dio su corazón, negándose a definir como chasco o alivio la emoción que sintió al ver que era ese el St. Jonas que había aparecido.
—Creo que si le dieran la oportunidad —le confió a Nick con una brillante sonrisa—, su hermana disfrutaría dándole una paliza a monsieur Latuffe.
Nick observó la escena en silencio durante un buen rato, en el cual Juliana y su profesor mantuvieron una discusión sobre la manera en que las señoritas deberían sonreírles a los caballeros —incluidos sus hermanos— mientras bailaban el vals.
—Bueno, no estoy seguro de que se lo echase en cara si lo hiciera —dijo Nick, volviéndose hacia ____.
Ella se rió.
—Entre nosotros, estoy más que tentada de permitírselo.
—¿Como justo castigo al profesor de baile?
—Por eso… y por el disfrute supremo que me proporcionaría el circo que se desataría.
Nick arqueó una ceja.
—¡Vaya, vaya, lady _____! Lo confieso, no me había dado cuenta de que tuviera un sentido del humor tan mordaz.
—No. ¡No! ¡Non! —Aquella explosión de negatividad en el extremo más alejado de la estancia interrumpió el intercambio humorístico entre Nick y ____, haciéndoles cruzar una mirada divertida cuando el profesor exclamó—: Es el caballero el que guía. Y yo soy el caballero ¡entiende! ¡Usted es solo una hoja llevada por la brisa!
La comparación suscitó un airado exabrupto en italiano. Aunque ____ no comprendió las palabras, el significado resultó inconfundible.
Nick esbozó una amplia sonrisa.
—Parece que a las mujeres no les gusta ser comparadas con las hojas.
—Por lo menos no a las italianas.
Aquellas palabras arrancaron una carcajada de Nick lo que, a su vez, provocó las miradas furiosas de los otros dos.
—¿Les demostramos cómo se hace? —la invitó Nick tras aclararse la voz, mirando a ____ y tendiéndole la mano.
La joven lo miró, atónita.
—¿Milord?
—Venga, lady _____ —susurró él, bromeando—, no me diga que le asusta que Latuffe critique su técnica.
____ enderezó los hombros con fingida ofensa.
—Claro que no.
—¿Vamos, entonces?
Ella puso la mano sobre la de él.
—Excelente.
Y, tras hacerle un gesto al pianista para que empezara otro vals, Nick la envolvió en sus brazos y comenzaron a girar por el salón. En medio de las vueltas, mientras atravesaban la estancia inundada por el sol, ____ estiró el cuello para observar cómo progresaba la disputa entre Juliana y Latuffe.
—Lady _____ —dijo Nick finalmente—, si no estuviera tan seguro de mí mismo, me ofendería su falta de interés.
Ante esas palabras, ____ volvió a mirar a Nick, solo para reírse al ver el brillo en sus ojos.
—Perdone, milord. Solo vigilaba la situación para intervenir en el caso de que la discusión derive en una reyerta a golpes.
—No se preocupe. Seré el primero en ayudar a Latuffe si mi hermana es presa de esas emociones contra las que lucha con tan evidente claridad. —Señaló a Juliana con la cabeza y ____ siguió su mirada, dándose cuenta de que la joven parecía muy molesta.
—Sería una pena que Italia y Francia acabaran enfrentándose tan poco tiempo después de haber vencido a Napoleón —aseguró ____ con ironía.
Nick se rió.
—Me esforzaré por fomentar la paz universal.
—Excelente —convino ____ con fingida seriedad—. Pero ¿se da cuenta de que eso puede requerir que acabe dando la clase de baile usted mismo?
Nick fingió considerar la proposición.
—¿Cree que el pianista se quedaría?
Disfrutando del juego, ____ ladeó la cabeza mientras consideraba al tenso joven que tocaba el piano.
—No creo, milord. Pero ¿no es una suerte que su hermano sea un virtuoso de ese instrumento?
Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera considerar lo que implicaban. A pesar de eso, Nick no perdió el paso y se limitó a mirarla con curiosidad.
—¿Y usted cómo sabe que mi hermano toca el piano, milady? —le preguntó en voz baja.
____ sopesó los riesgos, buscando la mejor manera de poner fin a esa conversación.
—Lo sabe todo el mundo ¿no cree? —Forzó una mirada inocente.
Nick curvó los labios, divertido.
—No. No lo sabe. Sin embargo, su esfuerzo habría sido convincente si no se tratara de mi hermano mellizo. —Se interrumpió, observando la expresión de derrota de ____—. ¿Cuándo le ha oído tocar?
____ abrió la boca y luego la cerró.
—O debería preguntar, dónde le ha oído tocar.
«¿Se estaba burlando de ella?» Se sintió atrapada, pero no se rendiría sin luchar.
—En ningún sitio —aseguró, sosteniendo la mirada de Nick.
—Mentirosa —susurró él mientras se inclinaba hacia ella.
—Milord —protestó ella—, le aseguro que lord Ralston no ha…
—No es necesario que lo defienda —dijo Nick, como quién no quiere la cosa—. Se le olvida que lo conozco muy bien.
—Pero, no hemos… —____ se interrumpió al sentir que le ardían las mejillas.
Nick arqueó una ceja.
—¡Desde luego!
____ clavó la mirada en la corbata de Nick y trató de distraerse observando el intricado nudo. Él la dejó ensimismarse durante unos momentos antes de emitir una risita.
—No se preocupe, milady, su secreto está a salvo conmigo, aunque confieso sentir una dolorosa punzada de celos. Después de todo, es bien sabido quién es el St. Jonas más apuesto.
Ella no pudo contener una carcajada cuando él le hizo girar con rapidez levantándola en volandas para aligerar la tensión del momento. ____ levantó la vista con los ojos brillantes por aquella inocente diversión, demorando la mirada en la cicatriz de Nick durante un instante antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo y apartar la vista.
—Es horrible, ¿verdad?
____ lo miró de nuevo para examinar su mejilla con atención.
De ninguna manera. De hecho, puede que le sorprenda, pero he oído comentar a muchas mujeres que eso lo ha vuelto más atractivo.
Él torció el gesto ante esas palabras.
—Son unas románticas, sin embargo, yo no soy un pirata reformado.
—¿No? Es una lástima. Había oído decir que se ha pasado una década navegando por el Mediterráneo, abordando navíos y secuestrando doncellas inocentes.
—La verdad es mucho menos excitante.
Ella fingió una mirada de horror.
—No me diga eso. Casi prefiero mi versión.
Ambos se rieron y ____ se admiró al pensar que podía estar tan relajada con Nicholas St. Jonas cuando Joe, que era casi idéntico a él, tenía tal poder sobre sus emociones.
Hacía justo una semana que no veía a Joe, desde que él la había sacado del club de esgrima y llevado a Allendale House en su carruaje. En esos ocho días había estado varias veces en Ralston House para supervisar las lecciones de Juliana y también con Mariana para tomar el té y, en cada una de esas ocasiones, había esperado que surgiera una excusa para ver a Joseph. Había esperado que él saliera a buscarla. Sin duda, en una casa tan llena de sirvientes y con una hermana tan extrovertida, debía de haberse enterado de cuándo estaba ella en el edificio.
En un par de ocasiones había considerado excusarse y salir en su busca; había ideado docenas de maneras para forzar un encuentro con él, desde entrar por accidente en su estudio hasta inventarse algo que discutir sobre las lecciones de su hermana. Por desgracia, la presentación en sociedad de Juliana era un proceso lento —no estaría preparada para su primer baile hasta la semana siguiente—, y ____ no había reunido valor suficiente para entrar en el estudio.
Toda una ironía, considerando que la primera vez que pisó Ralston House había accedido descaradamente a su dormitorio. Pero aquello había sido diferente. Eso había formado parte de la lista, y ahora se trataba de algo muy distinto.
También había llegado a considerar utilizar la lista para ver a Joseph. Después de todo, le había prometido no intentar ninguna otra aventura sin gozar de su señorial compañía, y se moría por experimentar cualquiera de las cosas que tenía anotadas. Pero, francamente, se sentía patética al pensar en utilizar esa excusa para verlo. Le hacía sentirse como un perrito faldero que persiguiera con ansiedad a su amo. No. La verdad es que no quería tener que ir detrás de él. Quería que el encuentro en el club de esgrima —que lo había cambiado todo para ella— también hubiera cambiado algo para él.
Deseaba que fuera él quien se aproximara a ella. ¿Era demasiado pedir?
—Pero bueno, bueno… qué escena más entrañable…
La música se detuvo bruscamente cuando aquellas secas palabras resonaron en el salón de baile, y ____ contuvo el aliento cuando el objeto de sus ensoñaciones le dirigió una mirada aburrida.
«¡Santo Dios! Le he invocado.»
____ meneó la cabeza ante aquel absurdo pensamiento e intentó zafarse de los brazos de Nick, aunque él no la soltó. Cuando levantó la mirada hacia él, St. Jonas le guiñó un ojo.
—No le siga el juego —le susurró, inclinándose hacia ella—. No hacíamos nada malo, solo bailábamos.
Abrió los ojos como platos cuando Nick la soltó lentamente y se inclinó en una profunda reverencia para besarle la mano. Miró a Joseph con rapidez, que estaba apoyado desenfadadamente en la entrada del salón de baile y los observaba con una mirada indescifrable. Se sintió muy incómoda y comenzó a indignarse. Nick tenía razón, por supuesto. Solo estaban bailando. «¿Por qué se sentía entonces como si fuera una niña a la que hubieran pillado haciendo una travesura?»
—¡Lord Ralston! —exclamó Latuffe, atravesando la estancia hacia el marqués—. ¡Es un honor que honre con su presencia las lecciones de la señorita Juliana!
—¿De veras? —dijo Joseph, arrastrando las sílabas perezosamente, sin apartar la mirada de Nick y ____.
—¡Por supuesto! ¡Por supuesto! ¡Oui! —repitió el profesor de danza con ansiedad, siguiendo la mirada del marqués—. Lord Nicholas y lady _____ han sido de una gran ayuda para darles algo de frivolidad a estas desafiantes lecciones.
—¿Eso es lo que estaban haciendo? ¿Dando… frivolidad? —El tono de Joseph era realmente seco.
____ contuvo el aliento y notó que Nick se tensaba a su lado.
—¡Oh, sí! —continuó el profesor—. Debo decirle que su hermana no es la alumna más maleable, y ellos…
—¿Es una crítica? —lo interrumpió Juliana de una manera un tanto impertinente mientras atravesaba la pista, haciendo que ____ se sorprendiera por su impetuosidad, sobre todo cuando añadió—: Bueno, ¿le gustaría que lo llamaran maleable?
—¡Eso es lo que trato de decir! ¡Précisément! —exclamó Latuffe moviendo nerviosamente las manos en el aire—. ¿Qué clase de señorita les habla a sus maestros con tal falta de respeto?
Juliana arqueó las cejas.
—¡Quizá si fuera un profesor menos idiota, se merecería mi respeto! —espetó ella, haciendo también aspavientos con las manos.
Todos se quedaron paralizados ante aquel arranque de genio de Juliana. Antes de que ninguno pudiera decir nada, monsieur Latuffe se giró hacia Joseph.
—¡Por esto precisamente tengo como regla no aceptar a alumnos de la plebe! —dijo en voz cada vez más alta—. ¡Siempre acaba por asomar su mala crianza! —Sacó un pañuelo del bolsillo y se secó el sudor de la frente con un dramático gesto.
El silencio en la estancia se podría haber cortado. A Joseph comenzó a palpitarle un músculo en la mejilla antes de que empezara a hablar, lo que hizo con voz acerada.
—Salga de mi casa.
El francés lo miró sorprendido.
—Sin duda alguna, no puede estar furioso conmigo, milord.
—Es refrescante saber que es consciente del lugar que ocupa ante mí, Latuffe —dijo Joseph con serenidad—. No le permitiré hablar de mi hermana de una manera tan irrespetuosa. Queda relevado de sus funciones.
Latuffe comenzó a farfullar incoherencias antes de salir de la estancia presa de una gran agitación, seguido de cerca por el pianista.
Los cuatro observaron en silencio cómo Latuffe desaparecía. Entonces, Juliana comenzó a dar palmas de regocijo.
—¿Habéis visto su cara? ¡Apuesto lo que sea a que nadie le ha dicho nunca nada igual! ¡Joe has estado maravilloso!
—Juliana… —comenzó a decir ____, deteniendo sus palabras cuando Joseph alzó una mano para interrumpirla.
—Juliana. Sal de aquí.
La joven abrió los ojos como platos.
—No puedes querer que… no querrás decir que…
—¿No ha sido tu intención que despidiera al mejor profesor de baile de Londres?
—Es imposible que sea tal cosa —se burló Juliana.
—Te aseguro que lo es.
—Pues si es cierto, no habla demasiado bien de Londres.
Nick apretó los labios, lo mismo que Joseph, en una delgada línea, pero por distinto motivo.
—Vas a tener que aprender a guardarte tus pensamientos, Juliana, o jamás estarás preparada para alternar en sociedad.
Los ojos de Juliana se oscurecieron, indicando que poseía una voluntad tan fuerte como la de su hermano.
—¿Puedo sugerir entonces que me dejes regresar a Italia, hermano? Te aseguro que allí te daré muchos menos problemas.
—Aunque no me cabe duda alguna, prometiste quedarte ocho semanas. Me debes cinco.
—Cuatro semanas y cinco días —le corrigió ella con acritud.
—Ojalá fueran menos. Sal de aquí. No regreses hasta que hayas decidido comportarte como la dama que me aseguraron que eras.
Juliana sostuvo la mirada de su hermano durante un buen rato, con los ojos llameantes, luego giró sobre sus talones y salió de la habitación.
____ la observó partir antes de lanzarle a Joseph una mirada acusadora. Él la observó fijamente, como desafiándola a que pusiera en entredicho sus órdenes. Con un gesto apenas perceptible de cabeza para indicar su rechazo, siguió a su pupila a las entrañas de Ralston House.
Él la observó antes de mirar a Nick.
—Necesito una copa.
Julieta♥
Julieta♥


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