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Mensaje por aranzhitha Lun 30 Jul 2012, 7:23 pm

siguela!!!
aranzhitha
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Las reglas de almor - ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION - Página 12 Empty Re: ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION

Mensaje por aranzhitha Lun 30 Jul 2012, 7:25 pm

wiii pase de pagina
Merezco capi :happy:
aranzhitha
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Mensaje por Julieta♥ Miér 01 Ago 2012, 6:45 pm


—¡Oh, ____* ! ¡Un marqués!
____* puso los ojos en blanco ante la exclamación de su madre y miró a sus hermanos en busca de apoyo. No tardó en darse cuenta de que no serían de ayuda. Mariana sonreía burlonamente, sin duda feliz por su hermana y por haber sido relegada, por lo menos durante ese día, a ser la protagonista del segundo mejor matrimonio. Y Benedick parecía estar evaluando si saltar del vehículo en movimiento para evitar los chillidos de su madre.
—¡No puedo creerme que hayas pescado a un marqués, ____* ! ¡Y a Ralston nada menos! Y tú, Benedick —la condesa viuda clavó los ojos en su hijo mayor—, ¿cómo has sido capaz de ocultarme durante tanto tiempo los planes de Ralston?
—Sí, bueno, ____* y Ralston deseaban mantener su relación en secreto, mamá. —La condesa prorrumpió en otra miríada de exclamaciones que hizo que Benedick arqueara una ceja y añadiera—: De todos nosotros.
____* no pudo evitar darle una patada.
—¡Ay! —exclamó Benedick, inclinándose para frotarse la espinilla.
—Oh, lo siento, Benny —dijo ____* con dulzura—. Debe de ser efecto de los nervios.
Benedick entrecerró los ojos, pero la que habló fue su madre.
—¡Por supuesto que son los nervios! ¡Oh, no se me va de la cabeza! ¡Nuestra ____*! ¡Comprometida! ¡Con Ralston!
—Mamá, por favor, ¿podrías intentar no dar un espectáculo con la noticia esta noche? —le imploró ____*—. No me gustaría que Ralston se avergonzara.
Benedick y Mariana soltaron una carcajada al unísono al pensar que la condesa viuda pudiera hacer alarde de tal contención.
—Un poco tarde para eso, ¿no crees, ____*? —bromeó Benedick justo cuando el carruaje se detenía. Saltó y tendió una mano para ayudar a bajar a su madre y sus hermanas.
Una vez que hubo salido del vehículo, la condesa se volvió y puso una mano tranquilizadora sobre la pierna de ____*, que aún permanecía en el coche.
—Tonterías, ____*. Ralston tiene suficiente mundo como para saber cómo funcionan estas cosas. Perdonará a una madre entusiasta.
____* gimió mientras su madre se alejaba del carruaje.
—Debería haberle pedido a Ralston que nos fugáramos.
Mariana sonrió ampliamente.
—Ahora ya sabes cómo me siento. —Le guiñó un ojo y siguió a la condesa viuda.
Cuando ____* salió por fin del carruaje, su madre ya había comenzado a subir las escaleras de Chilton House, ansiosa por compartir la noticia con todo aquel que quisiera escucharla. ____* comenzó a considerar que aquella iba a ser la noche más horrible de su vida.
—No me ayudáis nada —reprochó, mirando las caras risueñas de sus hermanos.
Y ellos sonrieron, incapaces de contener la diversión.
—¿No deberías intentar encontrar a Ralston, ____*? Me refiero a que lo busques antes de que mamá haya esparcido su «magia» por doquier —señaló Mariana servicialmente.
—¿Es así como lo llamas? ¿Magia? —____* se giró para observar cómo su madre, que parecía un faro de color verde con un enorme tocado de encaje y plumas de avestruz, parloteaba llena de excitación con lady Lovewell mientras le daba toquecitos en el brazo con el abanico. ¡A lady Lovewell, la mayor cotilla de Londres!—. ¡Ay, Dios! —suspiró.
—Yo también le he rogado a Dios —dijo Benedick con sarcasmo—, pero no parece funcionar cuando se trata de ella. Creo que ha hecho un trato con Él.
—Y con alguien más —añadió ____*, ajustándose el chal para seguir a su madre mientras sus hermanos estallaban en carcajadas a su espalda.
Una vez dentro, ____* comenzó a buscar a Joe desesperada entre la multitud que abarrotaba el salón de baile. Se detuvo en la entrada de la estancia antes de comenzar a caminar, intentando parecer indiferente mientras se paseaba por el recinto en busca de su prometido. Sin embargo, su altura —o mejor dicho su falta de altura— hizo que la tarea le resultara particularmente difícil. Al final, se rindió con un suspiro y, sin pensar lo que hacía, se encaminó hacia los asientos de las solteronas.
—¿Adónde vas, emperatriz? —le susurró una voz profunda y familiar al oído cuando acababa de doblar la esquina del salón de baile en dirección a la zona donde estaban sentadas la señorita Heloise y su tía Beatrice.
Notó un escalofrío de emoción en la espalda y se volvió hacia Joe, incapaz de ocultar la satisfacción porque la hubiera encontrado cuando se disponía a ocultarse. Por supuesto, cuando se volvió para enfrentarlo —alto, ancho, guapo e impecablemente vestido y almidonado—, se sintió tímida al instante.
Después de todo, qué le decía una en esas circunstancias a su prometido, a quien había visto por última vez en su dormitorio antes de que él se fuera a hurtadillas poco antes del amanecer.
Él arqueó una ceja con arrogancia, como si le estuviera leyendo los pensamientos. Sonaban las notas iniciales de un vals. Joe tomó sus manos enguantadas en las de él.
—Me gustaría mucho bailar el primer vals con mi prometida —indicó Joe, sin dar importancia a la frase.
—Oh —susurró ella. Y permitió que la guiara hasta la pista de baile y la cogiera entre sus brazos.
Tras un largo silencio, fue él quien habló de nuevo.
—Dime, ¿adónde ibas?
____* negó con la cabeza, sin ser capaz de retirar la mirada de su corbata.
—A ninguna parte.
Él se apartó un poco e inclinó la cabeza para mirarla.
—____*… —musitó en un tono que, estaba segura, ninguna mujer podría resistir—. ¿Adónde ibas?
—A sentarme con las solteronas —farfulló, lamentando al instante haber dicho aquello. Como si la gente no la considerara así a ella.
Él parpadeó, miró a las ancianas, sentadas a unos metros de ellos, y de nuevo a ____*. Curvó los labios.
—¿Por qué?
—N-no lo sé. —Le ardieron las mejillas.
—Ya no eres una solterona, preciosa —le susurró al oído.
—No me llames así. —____* lanzó una mirada alrededor para ver si alguien los observaba y pudiera haberle escuchado. Parecía que todo el mundo los miraba. Su madre había sido muy rápida.
Joe le hizo dar un giro rápido y reclamó su atención.
—Pero es verdad —repuso él con aire inocente—. Pronto serás la marquesa de Ralston. No quiero decir que no puedas sentarte con la señorita Heloise y tu tía —bromeó—, solo que deberás darle a esa zona otro nombre.
____* no pudo evitar sonreír.
—Preferiría bailar el vals contigo que sentarme con ellas. —Lo dijo sin pensar y se preguntó al instante si no habría sido demasiado impulsiva… si no le estaría presionando demasiado. Después de todo, a Joe no parecía haberle gustado demasiado alternar en sociedad hasta ese momento y, sin duda, no había ninguna razón para que comenzara a asistir ahora a esos acontecimientos. Se arriesgó a mirarlo a los ojos, que la observaban sabios y divertidos.
—Eso es lo que me gustaría a mí también, milady.
Ella repitió aquellas preciosas palabras mentalmente mientras él le hacía girar por toda la pista, y se deleitó al saber que volvería a bailar con él —a menudo—, una vez que estuvieran casados. ____* miró a su alrededor y notó que Juliana los observaba con una brillante sonrisa.
—¿Le has contado lo nuestro a tus hermanos? —preguntó, mirándolo a los ojos.
—Pensaba que sería mejor que se enteraran por mí que por tu madre.
____* dio un respingo al oírle.
—Lo siento, Joe. He intentado que no dijera nada.
Él se rió entre dientes.
—No deberías haberlo hecho. Deja que se divierta, preciosa.
—No seguirás pensando eso durante mucho tiempo —le advirtió ____*.
—En fin, creo que deberíamos disfrutar de lo magnánimo que me siento mientras dure, ¿no?
La hizo girar en un remolino antes de detenerse cuando la música se desvaneció. Luego se acercaron a Juliana, que se lanzó a los brazos de ____* con un chillido. Ella se rió ante el impulso de la joven, pero no pudo evitar verse envuelta en la excitación de la velada y la noticia de que se iba a casar con Joe.
Sin embargo no tuvo tiempo de charlar; comenzó una contradanza y Nick, que se había unido a ellos, se inclinó profundamente para pedirle ese baile. Aceptó la oferta de su futuro cuñado y pronto estuvieron en el centro de la pista.
Cuando hubo terminado la contradanza, la solicitaron para un baile de figuras, otra contradanza, un minué y, al final, había sido reclamada para todos los bailes durante la primera hora. Jamás se lo había pasado tan bien en una velada.
Mientras se paseaba alrededor de la pista con lord Weston, un encantador joven heredero de un ducado, pensó en aquel extraño giro de los acontecimientos. «De los asientos para las solteronas a la más popular del baile, y todo por una proposición de matrimonio.»
Se detuvo. ¡Una proposición de matrimonio de Ralston!
«Ralston.»
Y entonces, como si lo hubiera invocado, él estaba allí, a su lado. La tomó del codo y la guió por el lateral del salón.
—¿Te lo estás pasando bien? —preguntó como quien no quiere la cosa.
—Lo sabes de sobra —dijo ella entre dientes—. ¡Lo has hecho a propósito!
Él la sorprendió haciéndola girar con rapidez para atravesar una de las puertas, abiertas para aliviar el sofocante aire del salón, que accedía a un pequeño balcón.
—No sé de qué hablas.
Ella se volvió para mirarlo, a contraluz del reflejo dorado que iluminaba el salón de baile.
—¡Les has pedido que bailen conmigo! ¡Por mi lista! ¡Qué vergüenza! —Respiró hondo y se giró hacia el jardín oscuro mientras repetía—: ¡Qué humillación más grande!
—____* —dijo Joe, confundido—. Te prometo que no tengo ni idea de qué estás hablando.
Ella miró el cielo plagado de estrellas.
—Todos los bailes de una fiesta —susurró—. Ralston, jamás en mi vida había bailado tanto como esta noche. ¿No pensarás hacerme creer que no tienes nada que ver? Leíste la lista.
—No tengo que hacerte creer nada —discutió él—, porque no he tenido nada que ver.
Ella se volvió hacia él.
—En serio, eres un encanto al intentar ayudarme a completar todos los puntos de la lista. Supongo que debería darte las gracias.
—Puedes hacer lo que quieras, preciosa, pero te juro que no he tenido nada que ver con esto. —Se acercó a ella—. ¿Quieres que te lo demuestre?
____* notó el calor que Joe emitía y recibió con agrado la sensación contra el fresco aire primaveral.
—Por favor.
—No disfruto viendo cómo bailas con otros hombres. De hecho, no me importaría no volver a asistir a un baile, así no tendría que ver una larga cola de imbéciles esperando la oportunidad de tocarte de manera inadecuada.
Ella contuvo la respiración indignada.
—¡Nadie se ha comportado inadecuadamente!
—Vas a tener que acostumbrarte a que sea yo quien juzgue esas cosas. —Se acercó más, dejando entre ellos solo unos centímetros. Levantó la mano para apartar un rizo suelto—. Lo han hecho. En especial Weston.
Entonces, ella se rió.
—Lord Weston está loco por su esposa. —Lady Weston era considerada por todo el mundo una de las más bellas mujeres de Londres.
—Palidece a tu lado —aseguró con seriedad, y las palabras la envolvieron, cálidas y maravillosas.
____* se sonrojó.
—¿De verdad que no lo has hecho?
Él negó con la cabeza, sonriendo.
—No, no lo he hecho, emperatriz. Pero no me sorprende que quisieran bailar contigo. Después de todo, estás muy hermosa esta noche.
Joe le hizo alzar la barbilla, y ella no supo qué decir.
—¿Oh?
—Es cierto —dijo él, encerrando sus mejillas entre las manos e inclinándole la cara en el ángulo perfecto para un beso. Joe le lamió la comisura y le mordisqueó el voluptuoso labio inferior antes de cubrir su boca en un beso pleno y apasionado que hizo que a ____* se le aflojaran las rodillas. Luego le acarició el paladar con la lengua, saboreando su dulzura. Ella suspiró, ansiosa por repetir la caricia, desesperada por encontrarse en otro lugar, un lugar donde pudieran satisfacerse el uno al otro. Se apretó contra él, anhelando más de su calor y, mientras en su vientre explotaba una ardiente sensación de placer, Joe emitió un gruñido.
—Debería haber sabido que la traerías aquí fuera, Ralston. ¿Qué? ¿Asegurándote la victoria?
____* se retiró al instante al oír aquellas palabras, pronunciadas desde el umbral de la puerta de acceso al salón. Incluso sin ver a la persona que las había pronunciado, la amargura de su tono hizo que le bajara un escalofrío por la espalda.
Joe se puso rígido y se volvió hacia el recién llegado, escudándola con su cuerpo.
—Oxford… —saludó en tono de advertencia.
—He oído las noticias de tu próxima boda, Ralston —continuó Oxford, mientras ____* se movía hacia un lado, detrás de Joe, para mirar al barón—. Confieso que me sorprendió mucho descubrir tu nuevo interés por lady ______.
—Oxford, si fuera tú, me pensaría muy bien mis próximas palabras —sugirió Joe, con los dientes apretados.
—¿Por qué voy a hacer eso? —____* notó que el barón tenía la voz pastosa y no pudo evitar preguntarse si estaría borracho—. De hecho, no tengo nada que perder. Ya lo he perdido todo, ¿verdad?
En ese momento, Mariana y Benedick salieron al balcón e interrumpieron la conversación.
—____* —dijo Mariana con la voz jadeante—, tienes que venir conmigo.
____* agrandó los ojos.
—¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido?
Mariana buscó los ojos de Joe con una mirada mordaz e imperiosa.
—Por suerte y gracias a Dios, todavía nada. —Se volvió hacia su hermana y repitió—: Tienes que venir conmigo ahora.
____* negó con la cabeza, retrocediendo hasta que sintió la cercanía de Joe. Observó que Oxford mostraba sus dientes en una sonrisa burlona, que Mariana la miraba fijamente y que Benedick había adoptado una expresión estoica. Entonces miró a Joe.
—¿Joe? —le preguntó, mostrando su confusión e incertidumbre con aquella única palabra.
—____*, ve con Mariana —intervino Benedick.
____* se volvió hacia su hermano.
—No. No me iré hasta que alguien me explique qué es lo que está ocurriendo. —Clavó los ojos en Mariana—. ¿Mari?
Mariana suspiró.
—Corre el rumor de que Oxford y Ralston hicieron una apuesta sobre ti.
La idea era tan absurda que ____* se rió.
—¿Qué clase de apuesta?
—Dicen que Ralston le apostó a Oxford que no era capaz de conquistar tu mano. —Benedick no apartó los ojos de Joe, mirándolo con un odio apenas contenido—. Y que cuando descubrió que Oxford estaba a punto de conseguirlo, te lo propuso él mismo.
—Comentan que te comprometió, ____*, y que por eso Ralston… —Mariana se interrumpió.
____* se rió otra vez.
—Qué dramático. ¿Te imaginas? —Volvió su cara sonriente hacia Joe, esperando que compartiera su diversión. Al ver su expresión dura e inexpresiva, la verdad irrumpió en su mente—. Oh… —Miró a Oxford, que la observaba con petulancia—. Oh…
—Pobrecita. Pensaba que él la quería de verdad —se compadeció con una sonrisa afectada.
—Cállate, Oxford. —Las palabras de Joe fueron frías como el hielo.
____* se volvió hacia él.
—¿Has apostado… sobre mí?
—Claro que lo hizo —apuntó Oxford en tono jactancioso, como si estuviera disfrutando del momento que cambiaría su vida para siempre—. Me apostó que usted no se casaría conmigo. Y cuando pareció que podía ganarle, duplicó la apuesta y la cortejó para asegurarse el triunfo. Sospecho que a él tampoco le importa emparentar con su familia y garantizar de paso una buena acogida en la sociedad para su hermana.
____* no apartó los ojos de Joe.
—¿Es cierto eso? ¿Apostaste sobre mí?
Hubo un pequeño silencio mientras Joe buscaba la respuesta correcta. Y, en ese momento, ____* lo supo.
Joe dio un paso hacia ella, y la joven retrocedió. Mariana puso la mano en la espalda de su hermana en un gesto de apoyo cuando él habló.
—No ocurrió así.
—¿Cuánto?
—____*… —susurró Mariana, intentando evitar una escena; pero ____* alzó una mano para hacerla callar.
—¿Cuánto, milord?
—Dos mil libras —repuso él antes de apartar la mirada.
____* sintió que se quedaba sin aire.
—¿Cuándo? —susurró.
—____*…
—¿Cuándo? —repitió en voz más alta.
—La tarde del baile de compromiso de tu hermana.
____* notó que se encendía la cara.
—El día que bailaste conmigo.
Él abrió los ojos como platos al comprender la línea cronológica que ella estaba siguiendo.
—____*, no…
—No. —Meneó la cabeza—. ¿Cuándo la duplicaste?
Como él no respondió, la joven se dirigió a Oxford.
—¿Cuándo la duplicó?
Oxford vaciló.
—El martes.
«La mañana en que se había declarado.» Entonces todavía pensaba en ella como en una apuesta que debía ganar.
—Debería haberlo imaginado —susurró ella. Fue un sonido tan triste, tan crudo, que Joe pensó que se le rompería el corazón—. Debería haber sabido que tú no podías… Que no podías realmente… —Se quedó callada. Respiró hondo antes de mirarlo, con los grandes ojos castaños brillantes por las lágrimas contenidas—. De todas maneras te habría ayudado con Juliana. Habría hecho cualquier cosa que me hubieras pedido.
La inquebrantable devoción en sus palabras la sobrepasó y se le escapó una lágrima, que se enjugó con irritación. Apenas podía oír los sonidos del baile por encima del latido que resonó en sus oídos cuando una oleada de familiar inseguridad la inundó sin que pudiera impedirlo.
Había sido muy estúpida.
¿Cuántas veces se había dicho que Ralston no era para ella? ¿Que ella era demasiado corriente, demasiado insulsa, demasiado rellenita, demasiado inexperta y demasiado poco interesante para captar su interés? ¿Cuántas veces le habían advertido? Su familia, sus amigos, incluso la propia amante de Ralston, por el amor de Dios. Y aun así se había permitido creer que aquella fantasía podía hacerse realidad. Que un día el mundo se había vuelto del revés y Joe se había sentido atraído por ella. Y resultaba que para él… solo era una apuesta. Que había manipulado sus sentimientos y su amor como si ella solo fuera un juguete que usar y luego abandonar en un rincón.
Y se sintió insignificante.
Había sido demasiado fácil pensar que representaba algo para él. Había sido muy tentador abandonar la confortable invisibilidad de ser una florero en la que nadie reparaba.
Y eso era lo que más le dolía.
Se irguió en toda su altura y enderezó los hombros antes de hablar con una emoción en la que no reconoció su voz.
—Efectivamente, ha ganado la apuesta, milord. Pero no solo no voy a casarme con lord Oxford, sino que tampoco voy a casarme con usted. Le libero de nuestro compromiso. Es libre para reanudar su vida de desenfrenado libertinaje.
Él abrió la boca para hablar, para detenerla, para explicarle todo… Que había sido su orgullo —y una cólera ridícula e irracional— lo que le hizo retar al estúpido de Oxford, pero ella continuó antes de que él pudiera articular palabra.
—Solo le pido que se mantenga tan lejos de mí como sea posible.
Entonces ella se escapó, colándose entre Benedick y Oxford, para entrar en el salón de baile con Mariana pisándole los talones.
Joe se movió para seguirla, dividido entre la incertidumbre y el orgullo al ser testigo de la nueva y poderosa confianza de ____*, pero sin atreverse a ir contra sus deseos. Quiso ir tras ella y confesarle toda la verdad… Que no le importaba nada el bienestar de Juliana en la sociedad ni la reputación de su familia, ni ninguna otra cosa parecida.
—Déjala en paz. —Las palabras, duras e insensibles, provenían del conde de Allendale, que se había situado entre Joe y la entrada al salón tan pronto su hermana escapó.
—Jamás he querido hacerle daño. La apuesta no significa nada. No necesito el dinero, Allendale, lo sabes.
—Claro que lo sé. Por eso no entiendo qué es lo que te poseyó para participar en ese ridículo juego. —Allendale permaneció inamovible, desafiándolo a pasar sobre él—. No obstante, le has hecho daño y, si vuelves a acercarte a ella, te daré una paliza. Tendremos que acallar los rumores sobre el compromiso roto.
—El compromiso no se ha roto. —La voz de Joe fue acerada.
—Deberías aprovechar la oportunidad, Ralston. Lady ______ no merece la pena —aseguró Oxford con alegría.
Joe se giró para enfrentarse a aquel olvidado petimetre que había destruido lo mejor que le había pasado en la vida.
—¿Cómo has dicho? —se limitó a preguntar.
—He dicho que ella no merece la pena —repitió Oxford sin apreciar la dureza en la expresión de Joe ni la tensión que se notaba en su cuerpo—. Sin duda hay muchas solteras ansiosas por casarse. No tienes por qué conformarte con una tan simple y poco interesante como esa. Aunque parecía que ella estaba más que dispuesta a levantarse las faldas para ti; supongo que algo es algo.
Benedick se quedó petrificado y una furia ardiente y veloz atravesó a Joe al oír aquellas palabras tan humillantes y desagradables dirigidas a la mujer que iba a ser su esposa. Porque no tenía ninguna duda de que se iba a casar con ____*.
Estuviera borracho o no, Oxford pagaría su imprudencia.
Estiró los brazos y agarró a Oxford por las solapas de la chaqueta para aplastarlo contra el muro de piedra que delimitaba el balcón. La fuerza del golpe hizo que el barón se quedara sin aliento y cayera al suelo, respirando con dificultad y sujetándose el pecho.
Joe miró con toda su elegante altivez a la vil criatura que yacía a sus pies.
—Acabas de poner en duda el honor de mi futura marquesa —dijo—. Escoge a tus padrinos. Te veré al amanecer.
Dejó a Oxford tosiendo en el suelo y se giró sobre sus talones para enfrentarse a Benedick.
—Cuando haya terminado con él, iré a por tu hermana. Y si tienes intención de impedir que me la lleve, te aconsejo que tengas un ejército respaldándote.





NENITAS!!!
YA CASI SE ACABA LA NOVE QUEDAN COMO 2 CAPS Y EL EPILOGO..AHI LES AVISO JEJEJJE
BESOSSSSSS
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por aranzhitha Miér 01 Ago 2012, 7:53 pm

ahhh maldito Oxford tenia que arruinar todo :caliente:
Pobre rayiz que humillacion :crybaby:
Todo iba tambien Las reglas de almor - ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION - Página 12 2039594227 y se arruino tan pronto
Joe va defender a la rayiz??
Que no le pase nada :(
Siguela!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por vale_ana Miér 01 Ago 2012, 9:00 pm

No lo puedo creer..
maldito Oxford, quien se creer(?
obvio que igual deben quedarse juntos
seguila pronto.. no puedo creer que ya vaya a terminar
vale_ana
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Mensaje por chelis Miér 01 Ago 2012, 9:44 pm

NOOOOOOOO!!!!!!
ESE MISERAAABLEEEEEE!!!!!... AAAIII SE QUE JOOOEEE LAAA AMAAAAAAAA!!!
POBRE DE ______!!!
PERO JOEEE ESTA DECIIIDIIIDOOOO!!!
ESO ME GUSTAAA
chelis
chelis


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Las reglas de almor - ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION - Página 12 Empty Re: ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION

Mensaje por misterygirl Miér 01 Ago 2012, 11:12 pm

ES ENSERIO? MALDITO OXFORD!!!!! AY POR FAVOR NO TARDES MUCHO QUE ME MUERO DE LAS ANSIAS POR LEER MAS!
misterygirl
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Las reglas de almor - ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION - Página 12 Empty Re: ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION

Mensaje por aranzhitha Jue 02 Ago 2012, 3:12 pm

siguela!!!!!
aranzhitha
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Las reglas de almor - ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION - Página 12 Empty Re: ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION

Mensaje por helado00 Jue 02 Ago 2012, 3:50 pm

Oh Dios mio!!! *o*
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ashh ese oxford como lo detesto!!! Rayis tienes que escucharlo D:
porque los hombres son siempre tan tontos :x
Qué?! queda tan poco?! noo julieta noo! !D:
buenom siguela pronto porfavor si?!?!
helado00
helado00


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Las reglas de almor - ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION - Página 12 Empty Re: ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION

Mensaje por aranzhitha Jue 02 Ago 2012, 3:52 pm

Las reglas de almor - ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION - Página 12 1606340316 siguela!!!!
aranzhitha
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Mensaje por aranzhitha Vie 03 Ago 2012, 9:16 am

la sigues 🇪🇭
aranzhitha
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Mensaje por Julieta♥ Vie 03 Ago 2012, 12:20 pm

Capítulo 32




____* se secó las lágrimas bruscamente, acurrucada en el asiento de la ventana de su dormitorio, mientras rememoraba los acontecimientos de la noche.
¿Cómo saldría adelante sin él? Y, al mismo tiempo, ¿cómo podría soportar la certeza de que cada minuto de su tiempo juntos había significado tan poco para él? ¿Que solo había estado con ella para ganar una apuesta y presentar a su hermana en sociedad?
No era posible. Cada parte de su ser rechazaba la idea de que él la hubiera utilizado tan insensiblemente.
Pero él no lo había negado.
¿Y por qué, a pesar de todo, ella no lo creía? El marqués de Ralston —aquel granuja empedernido— no se pensaría dos veces utilizarla para su provecho personal. ¿No era eso lo que había hecho al principio? Había comprado con besos su ayuda con Juliana. ¿Por qué debería haber cambiado?
Pero ____* lo había creído a pies juntillas, se convenció de que décadas de desdén como única emoción se habían convertido en un recuerdo de su pasado. De que ella podría amarlo lo suficiente como para demostrarle que el mundo no era como él pensaba. De que lo convertiría en el hombre con el que llevaba tanto tiempo soñando.
Eso era, quizá, lo más duro de todo. Aquel Joseph, el hombre que había llenado sus sueños durante diez años, no era real. Nunca había sido el fuerte y silencioso Luises ni el distante Darcy; nunca el poderoso y apasionado Anthony. Solo se trataba del arrogante, real e imperfecto Joseph.
Y además, jamás había fingido ser diferente. Nunca la había agasajado con falsas declaraciones de amor ni le había hecho creer que era distinto a como era. E incluso lo había confesado; la necesitaba por el bien de Juliana.
El bien de Juliana y, al parecer, dos mil libras. ¡Y eso que no necesitaba el dinero!
Aquello empeoraba todavía más las cosas.
Inclinó la cabeza cuando otra oleada de lágrimas la cubrió como un sudario de tristeza.
«Oh, ____*, ¿cómo has sido tan idiota?»
Incluso aunque había llegado a conocer al Joseph real —que no era precisamente un príncipe azul— ____* no se había dado cuenta de la verdad. Y, en lugar de proteger su propio corazón, se había enamorado de él. Pero no del Joseph imaginario, sino de ése nuevo y lleno de defectos.
Sin embargo, mientras se empeñaba en cambiarlo, aquella noche había quedado claro que la más poderosa metamorfosis no se había producido en él.
Si no en ella.
A causa de él.
Clavó los ojos en la arrugada y manchada lista que llevaba en la mano; la lista que ella había escrito y que, de alguna manera, se había convertido en la lista de los dos. Sintió una fuerte opresión en el corazón al darse cuenta de que Joseph era una parte integral de esa ____* nueva: atrevida y aventurera; de que era él quien la había guiado en cada uno de los puntos allí detallados. Había cambiado para siempre gracias a él.
¿Cómo sobreviviría a ese pesar? ¿Cómo se olvidaría de que estaba tan enamorada de él?
No lo sabía.
Sabía, sin embargo, que no podría continuar ni un minuto más en aquel dormitorio. Saltó del asiento y cruzó la habitación llena de determinación. Abrió la puerta y atravesó la casa, en silencio, hasta llegar al estudio de Benedick. Iba a hacer todo lo que estuviera en su mano para emborracharse. Los hombres parecían echar mano a ese recurso cuando atravesaban un mal momento, ¿qué impedía que ella hiciera lo mismo?
Entró en la estancia y se detuvo, sorprendida, al encontrar a su hermano sentado detrás del enorme escritorio, con la mirada perdida en la distancia. Él se giró hacia ella al oírla y ____* vio la sombra que cubrió sus rasgos.
—____*. Son las cuatro de la madrugada. —Hubo algo en la manera en que dijo su nombre que provocó que se le volvieran a llenar los ojos de lágrimas.
—Siento la interrupción —se excusó la joven antes de darse la vuelta para marcharse.
—No. —Él agitó la mano en su dirección, haciéndole señas para que entrara—. Quédate.
____* lo hizo. Cerró la puerta suavemente y se acercó al escritorio para sentarse en un confortable sillón frente a él. Subió los pies desnudos al asiento y los acomodó bajo las piernas.
—¿Sabes? —____* tenía la voz temblorosa por las lágrimas no vertidas—. Cuando era niña solía sentarme en este mismo sillón, en camisón, mientras papá se dedicaba a estudiar miles de documentos sobre ese escritorio. Durante mucho tiempo me pregunté por qué tenía que trabajar tanto. A fin de cuentas, todo, la casa, las tierras y el título, eran ya suyos.
Benedick asintió con la cabeza.
—A mí me pasaba lo mismo. Imagina mi sorpresa cuando descubrí que realmente había mucho trabajo que hacer y que papá no disimulaba.
Ella le brindó una acuosa sonrisa.
—Es asombroso. Aquí estoy, en camisón, en el mismo sillón, mirándote. Las cosas han cambiado muy poco.
Benedick la miró a los ojos.
—¿____*?
Las lágrimas comenzaron a rodar entonces, veloces y silenciosas, por sus mejillas. ____* negó con la cabeza y bajó la mirada a su regazo, preocupada por la tela del camisón.
—Pensaba que podría hacerle cambiar.
Benedick suspiró.
—Me he dado cuenta de que no puedo. Solo pensaba… que podría conseguir que me amara.
Él permaneció en silencio mucho tiempo, analizando aquellas palabras.
—____*… el amor crece. No todo el mundo tiene un flechazo, como nuestros padres. Ni como Mariana y Rivington. Joseph lleva solo mucho tiempo.
Las lágrimas continuaron fluyendo.
—Lo amo —susurró.
—¿Y no es posible que él también te ame?
—Apostó dos mil libras sobre mi futuro, Benny.
Benedick contuvo una sonrisa.
—No voy a negar que ha sido un poco imbécil por hacer tal cosa, pero… ¿no se te ha ocurrido que esa apuesta es solo una cuestión de orgullo?
—¿Orgullo?
Él asintió.
—Orgullo masculino.
____* meneó la cabeza.
—Tu sexo es incomprensible para mí. —Encogió los hombros—. De todas maneras eso no quiere decir que me ame. Ni siquiera estoy segura de importarle algo.
—Eso es ridículo. —Benedick esperó a que ella lo mirara—. Nada me gustaría más que Joseph y tú no os volvierais a ver nunca, ____*, sobre todo después del escándalo que habéis originado esta noche. Y eso por no hablar de los incontables escándalos que habéis protagonizado a mi alrededor sin que yo me enterara, y de los que no quiero enterarme nunca. —Hizo una pausa—. Sin embargo, pareces olvidar que anoche estuve con él. Habló conmigo antes de acudir a la biblioteca. Le importas y mucho. Estoy seguro de ello, si no jamás le habría dado mi bendición.
—Estás equivocado —susurró ____*—. Estaba convencida de que mi amor sería suficiente para los dos. Pero no lo es.
El silencio cayó de nuevo entre ellos y Benedick observó las lágrimas que manchaban las mejillas de su hermana.
—____* —dijo finalmente—, Joseph ha retado a Oxford esta noche.
____* levantó la cabeza de golpe. Tuvo la certeza de que no había oído bien.
—¿Perdón?
—Que ha desafiado a Oxford a un duelo.
____* meneó la cabeza como si estuviera tratando de deshacerse de una neblina.
—No. No puede ser cierto. ¿Estás seguro de que ha sido él y no St. Jonas? Ya sabes que son mellizos. Podrías haberte confundido.
—Sí, ____*. Soy consciente de que son mellizos. Y también tengo la certeza de que los que se batirán en duelo son Joseph y Oxford, más que nada porque lo presencié todo. Y sé que el duelo es por ti…
—¿Por mí? —chilló ____*—. Joseph jamás se batiría en duelo por mí. No soy tan importante como para que arriesgue la vida por mí. Quiero decir, Benedick, que no es como si me amara —se burló ella, sosteniéndole la mirada. Benedick guardó silencio mientras ella consideraba las palabras—. Oh, Dios mío…
—Puede que no te ame, ____*, pero apostaría cualquier cosa a que siente algo muy profundo por ti o no le habría dicho a Oxford que eligiera a sus padrinos.
«Joseph se lo iba a jugar todo por ella.»
Si eso no era cambiar, ¿qué lo era?
____* agrandó los ojos.
—Oh, Dios mío. —Se inclinó hacia su hermano, estirando el brazo por encima del escritorio para agarrarlo—. Benedick, tienes que llevarme allí.
—____*… —Benedick negó con firmeza—. No puedo llevarte allí; lo sabes.
Se levantó con rapidez del sillón.
—¡Benedick! —gritó—. ¡Podría morir! —Y salió del estudio llorando. Subió la ancha escalinata principal, de regreso a su dormitorio, con Benedick pisándole los talones. Al llegar ante la puerta, la abrió de golpe y corrió al armario para coger un vestido—. ¡Podría morirse! —gimió.
Benedick cerró la puerta a su espalda y trató de tranquilizar a su hermana utilizando un tono suave y persuasivo.
—No se morirá, ____*. Ahora en los duelos rara vez muere alguien.
Se giró hacia él con los brazos en jarras.
—¿Acaso estoy mal informada, Benedick? Veinte pasos, media vuelta y fuego… Con una pistola… Una pistola cargada.
—Bueno, sí —concedió Benedick, apresurándose a añadir—: Pero no suele morir nadie. Me refiero a que se puede ir a prisión si se mata a alguien en un duelo, por amor de Dios.
—Ah, ¿se trata de una especie de acuerdo entre caballeros?
—Exactamente.
—En realidad, ¿se trata más que nada de una exhibición de honor?
—Exacto —confirmó, quería que ella lo entendiera.
____* entrecerró los ojos.
—Y ¿qué ocurre si uno de los caballeros en cuestión es un mal tirador?
Benedick abrió y cerró la boca.
____* negó con la cabeza y se desplazó detrás del biombo.
—Me vas a llevar allí.
El camisón apareció casi al momento por la parte superior de la pantalla, haciendo que Benedick alzara las manos ante la indignidad del momento, luego le dio la espalda.
—No pienso llevarte, ____*. Esperarás aquí como cualquier otra mujer.
—¡Te aseguro que no lo haré! ¡Ya no soy dócil ni sumisa!
—Te aseguro que estás muy equivocada si realmente piensas que alguna vez has sido dócil y sumisa.
Cuando Benedick se giró hacia ____*, se la encontró ya vestida y poniéndose unas botas de montar. Ella lo miró con los ojos brillantes.
—Bueno, tienes dos opciones, Benedick: puedes escoltarme como un buen hermano, o echarte a un lado y permitir que abandone la casa y recorra Londres yo sola a altas horas de la noche.
—Jamás lo encontrarás.
—Tonterías. Se te olvida que ya conozco un par de tabernas en la ciudad. Te aseguro que la noticia de un duelo en el que están implicados dos de los aristócratas más conocidos de Londres será la comidilla en todos los círculos.
Él agrandó los ojos.
—¡Te encerraré!
—¡Entonces me escaparé por la ventana! —le aseguró ella.
—¡Maldita sea, ____*!
—¡Benedick! ¡Lo amo! Lo amo desde hace diez años. Y lo conseguí veinticuatro horas antes de que todo se complicara de una manera completa y absoluta. O de que él lo complicara, todavía no lo tengo claro. Pero ¿de verdad crees que no lucharé por salvarlo?
Las palabras flotaron entre ellos mientras ambos hermanos se miraban.
—Por favor, Benny —dijo ella con suavidad de una manera lastimera—. Lo amo.
El conde de Allendale emitió un largo suspiro.
—Dios, guárdame de las hermanas. Diré que preparen el carruaje.


—¿Estás seguro de que quieres hacerlo? —Nick se apoyó contra un árbol solitario y se encogió para protegerse de la fría niebla matutina mientras observaba cómo Joseph revisaba la pistola—. Podrías acabar muerto.
—No moriré —aseguró Joseph distraídamente, contemplado el ancho prado que Oxford había elegido como campo de duelo.
—Eso mismo han dicho hombres mucho mejores que tú, Joe. No quiero tener que enterrarte.
—Bueno, saldrías ganando —ironizó Joseph morbosamente mientras cargaba la pistola—. Serías marqués.
—Llevo a tu alrededor el tiempo suficiente como para saber que no quiero ser marqués, gracias.
—No te preocupes, me esforzaré por conservar el título.
—Excelente.
El silencio cayó sobre los gemelos mientras esperaban la llegada de Oxford y su padrino. El duelo estaba programado al amanecer, y el prado estaba bañado por una pálida luz grisácea que robaba el color al exuberante paisaje primaveral y lo volvía inhóspito.
—No puedo dejar que diga eso de ella y se vaya de rositas, Nick —aseguró Joseph al cabo de unos minutos.
—Entiendo.
—Ella no se lo merece.
—Ella te merece a ti. Vivo.
Joseph miró a su hermano y le sostuvo la mirada con firmeza.
—Tienes que prometerme algo.
Nick supo al instante lo que Joe iba a decir.
—No.
—Sí. Tienes que hacerlo. Eres mi hermano y mi padrino. No te queda más remedio que escucharme y acatar mi última voluntad.
—Si esa es tu última voluntad, te seguiré al infierno para asegurarme de que pagas por ello.
—No obstante —Joseph miró al cielo, cerrándose el abrigo para protegerse del frío—, prométeme que te encargarás de ella.
—Te encargarás de ella tú mismo, hermano.
Se enfrentaron dos pares de brillantes ojos azules.
—Juro ante ti y ante Dios que lo haré. Pero quiero que me prometas que si algo me ocurriera, y esta mañana puede ocurrir cualquier cosa, te encargarás de ella. Quiero que me prometas que le dirás… —Joseph hizo una pausa.
—¿Que le diré qué?
Joseph respiró hondo, lo que tenía que decir le provocaba una opresión en el pecho.
—Prométeme que le dirás que fui un idiota. Que el dinero no me importaba. Que anoche, al enfrentarme a la aterradora posibilidad de perderla de verdad…, me di cuenta de que ella es lo más importante que me ha ocurrido nunca y que… mi arrogancia y mi renuencia a aceptar durante tanto tiempo lo que me dictaba mi corazón… —Su voz se desvaneció—. ¿Qué demonios me pasa?
—Pues parece que te has enamorado.
Joseph consideró aquella declaración. El viejo Joseph se habría mofado de esas palabras —prosaicas, extrañas y aterradoras—, pero, sin embargo, ahora notó que una cálida oleada se extendía por su cuerpo al considerar la idea de que podía amar a ____*. Y de que ella le correspondía. Quizá sí estuviera enamorado después de todo.
—Completamente enamorado —continuó azuzándole Nick, incapaz de contener una sonrisa presumida—. ¿Quieres que te diga lo que yo haría si descubriera que he sido un auténtico asno y que he perdido a la única mujer a la que realmente amo?
Joseph miró a su hermano con los ojos entrecerrados.
—No creo que pueda evitarlo.
De hecho, no —convino Nick—. Pues te aseguro que no estaría en este lugar dejado de la mano de Dios congelándome el trasero mientras espero a que ese imbécil de Oxford me dispare. No me prestaría a este juego ridículo y anticuado; me dedicaría a buscar a esa mujer y le confesaría que me he comportado como un zopenco. Intentaría convencerla de que me diera otra oportunidad a pesar de haber sido un estúpido. Y una vez que lo consiguiera, la llevaría de inmediato ante el vicario más cercano y me casaría con ella. Y luego, intentaría dejarla embarazada.
Una imagen de ____*, embarazada y redondeada por su hijo parpadeó en la mente de Joe. Cerró los ojos para saborearla a placer.
—Pensaba que si me permitía amarla acabaría como papá. Pensaba que amarla me convertiría en un ser débil, como él.
—Tú no te pareces nada a papá, Joe.
De eso soy consciente ahora. Ella ha conseguido que me diera cuenta. —Hizo una pausa, perdido en un recuerdo de ____*, de su pelo castaño y su ancha y sonriente boca—. Santo Dios, me ha convertido en un hombre mejor de lo que era.
La declaración, repleta de sorpresa y admiración, fue acompañada por un grito en el otro lado del prado cuando Oxford, lord Raleigh —su padrino— y un médico aparecieron ante su vista.
Nick maldijo por lo bajo.
—Lo confieso, esperaba que anoche Oxford estuviera tan borracho como para no recordar el duelo.
Tomó la pistola de Joseph y se acercó para saludar a Raleigh y acordar las reglas del duelo. Como era usual, Oxford se acercó a Joseph, con miedo en la mirada, y le tendió la mano.
—Por si vale de algo, Joseph, me disculpo por mis desafortunadas palabras sobre lady ______. Te interesará saber que, aunque no tengo las dos mil libras ahora, encontraré la manera de pagar la deuda.
Joseph se puso rígido al oír mencionar aquella estúpida apuesta que tanto dolor e infelicidad había causado. Ignoró la mano extendida de Oxford, pero sostuvo la mirada compungida del barón.
—Quédate con el dinero. La tengo a ella. Es todo lo que quiero.
La verdad que encerraba aquella declaración le resultó completamente apabullante, y se sintió exhausto ante la idea de tener que batirse en duelo ahora que había descubierto que lo único que quería era estar con ____*. ¿Por qué estaba mojándose y helándose en ese lugar cuando podría haberse colado en Allendale House, subir las escaleras hasta la cama de ____* y disculparse hasta lograr que ella lo perdonara y le prometiera que se casaría con él inmediatamente?
Nick y Raleigh se acercaron con rapidez, ansiosos por terminar con todo aquello. Mientras Raleigh le informaba a Oxford de las reglas, Nick llevó a Joseph aparte.
—Veinte pasos, media vuelta y dispara. Me ha asegurado que Oxford tiene pensado disparar desviado —le dijo quedamente.
Joseph asintió con la cabeza, acordando sin palabras que disparar desviado salvaría el honor y la vida de ambas partes.
—Haré lo mismo —aseguró él mientras se quitaba el abrigo y cogía la pistola que Nick le ofrecía.
—Bien. —Nick dobló el abrigo sobre su brazo—. Acabemos de una vez ¿de acuerdo? Estoy helado.
—Uno… Dos… —Oxford y él estaban espalda contra espalda cuando Raleigh comenzó a contar los pasos. Mientras caminaba lentamente al compás de los números—, cinco, seis —pensó en ____*. En sus ojos brillantes y en sus sonrisas acogedoras—. Doce… Trece… —____*, que probablemente en ese momento estaría profundamente dormida en su cama—. Dieciséis… diecisiete…
No podía esperar a terminar aquel asunto con Oxford para poder ir a su encuentro. Se disculparía y le explicaría todo; luego le rogaría que se casara con él y…
—¡Alto! ¡No!
El grito surgió al otro lado del campo, y Joe se volvió hacia el sonido, sabiendo, antes de verla, que ____* estaba allí, corriendo hacia él. Y en lo único en que pudo pensar fue en que Oxford iba a disparar desviado y que lo haría en la dirección por la que ella venía.
Joseph no se detuvo. Corrió.
—¡Veinte!
El sonido de un único disparo resonó en el lugar.
Y Joseph cayó de rodillas mientras observaba cómo los grandes ojos castaños de ____* se agrandaban por el horror.
Entonces la vio abrir la boca y oyó su grito, que rasgó el silencio de la mañana, seguido por la maldición de Nick y la voz de Benedick llamando al médico.
—¡He disparado desviado! —oyó que decía Oxford en tono chillón y nasal.
Y cuando la bala se había incrustado en su carne, un solo pensamiento resonó en su mente: «No le he dicho que la amo.»
Observó que ____* se hundía de rodillas frente a él y que comenzaba a tirar de su chaqueta, pasándole las manos por el pecho en busca de la herida.
«Está viva.»
Una oleada de alivio, cálida y desorientadora, lo atravesó. Y lo único que pudo hacer fue observarla, repitiéndose una y otra vez que estaba sana y salva, hasta que lo asimiló por completo. La intensidad de las emociones que había sentido en el instante anterior a recibir el tiro —el miedo a perderla, a que ella resultara herida—, le hizo contener la respiración.
Gimió de dolor cuando ella le movió el brazo. ____* se quedó paralizada y lo miró con lágrimas en los ojos.
—¿Dónde te han herido? —preguntó.
Joe tragó el nudo de emoción que se le formó en la garganta al ver la imagen que ella ofrecía: preocupada, dolorida y enamorada de él. Y lo único que quiso hacer fue tomarla entre sus brazos.
Pero antes se iba a enterar de lo que era bueno.
—¿Qué demonios haces aquí? —explotó, sin importarle que ella agrandara los ojos por la sorpresa.
—Joe, tranquilízate —susurró Nick mientras usaba un cuchillo para cortar la manga de la chaqueta de Joseph.
—¡Ni hablar! —Se volvió hacia ____*—. No puedes vagar por Londres cada vez que se te ocurra, ____*.
—He venido a salvarte y… —empezó ____*, pero se interrumpió.
Joseph soltó una risotada.
—Bueno, pues parece que lo único que has conseguido es que me alcance una bala.
Apenas oyó que Oxford volvía a repetir otra vez en tono defensivo: «¡He disparado desviado!»
—Joe… basta —le advirtió Nick al tiempo que le desgarraba la manga de la chaqueta y la camisa. Joe dio un respingo, y Nick pareció disfrutar de su dolor.
—¡Y tú! —Joseph se volvió hacia Benedick—. ¿En qué demonios estabas pensando? ¿¡Cómo se te ocurre traerla aquí!?
—Joseph, sabes tan bien como yo que es imposible detenerla.
—Allendale, necesitas aprender a controlar a las mujeres de tu familia —dijo Joseph, volviéndose hacia ____*—. ¡Cuándo seas mi mujer, juro ante Dios que te encerraré!
—¡Joe! —Nick se estaba enfadando.
A Joseph no le importó. Se volvió hacia su hermano mientras el cirujano se arrodillaba a su lado e inspeccionaba la herida.
—¡Podría estar muerta!
—¿Y qué me dices de ti? —En esta ocasión fue ____* la que habló, soltando toda la ira contenida, y los hombres comenzaron a mirarse unos a otros, asombrados de que ella hubiera intervenido—. ¿Qué me dices de ti y de ese estúpido plan tuyo para restaurar mi honor jugando con armas de fuego? ¿En qué estabas pensando para batirte en duelo con Oxford en medio de la nada? —pronunció con desdén el nombre del barón—. ¿Acaso sois niños? De todas las cosas ridículas, innecesarias e inconscientes que se le podrían ocurrir a un hombre… Vamos a ver, ¿a quién se le ocurre retar a nadie a un duelo hoy en día?
—¡He disparado desviado! —insistió Oxford.
—Oh, Oxford, no importa —aseguró ____* antes de volverse hacia Joseph y continuar—: ¿Dices que estabas preocupado por mí? ¿Cómo crees que me sentía al pensar que podría llegar a aquí y encontrarte muerto? ¿Cómo crees que me he sentido al oír ese disparo? ¿Y cuando he visto al hombre al que amo en el suelo? De todas las cosas egoístas que has hecho en tu vida, Joe, y estamos de acuerdo en que has hecho unas cuantas, esta es la que se lleva la palma; la más arrogante y aborrecible de todas. —Comenzó a sollozar, incapaz de seguir conteniendo las lágrimas—. ¿Qué voy a hacer si te mueres?
La furia se borró de la cara de Joseph al verla llorar. No podía soportar la idea de que se preocupara por él. Se zafó del médico y le ahuecó la cara con las palmas de las manos e, ignorando el dolor en su brazo, la atrajo hacia él.
—No voy a morirme, ____* —le aseguró con firmeza—. Es solo una herida de nada.
Ante esas palabras, justo las mismas que ella había dicho aquel día cuando la hirió en el club de esgrima, ____* esbozó una sonrisa acuosa.
—¿Qué sabrás tú de heridas? —le preguntó.
Él sonrió.
—Esa es mi emperatriz. —La besó suavemente, olvidándose de que tenían audiencia, antes de añadir—: Me parece que tendremos cicatrices a juego. —Ella volvió a llorar de nuevo mientras miraba la herida de Joe—. No voy a morirme, preciosa —repitió—. No en mucho tiempo.
____* arqueó la ceja; un gesto que había aprendido de él.
—No estoy segura de eso, Joe. Me parece que no eres buen tirador.
Joseph miró a su hermano con los ojos entrecerrados cuando Nick se rió entre dientes por la ironía de ____*, antes de volverse hacia ella.
—Deberías saber, ______, que soy un tirador excelente cuando no estoy preocupado de que tú estés en la trayectoria de la bala.
—¿Por qué estabas preocupado por mí? ¡Eras tú quien se estaba batiendo en duelo!
El cirujano escarbó en la herida, provocándole un intenso dolor en el brazo.
—Milord —avisó el cirujano cuando Joseph contuvo la respiración—, voy a extraer la bala. No será agradable.
Joseph asintió con la cabeza. El médico sacó una colección de instrumentos del maletín, cada uno más horrible que el anterior, para realizar la operación.
____* lanzó una mirada llena de nerviosismo a las herramientas.
—¿Está seguro de que debe hacerlo aquí, doctor? —preguntó—. ¿No deberíamos trasladarnos a un lugar menos… primitivo?
—Este es un lugar tan bueno como cualquier otro, milady —respondió educadamente el médico—. No es la primera bala que extraigo en este prado en particular, y estoy seguro de que no será la última.
—Ya veo —dijo ella, en un tono que indicaba que, de hecho, no entendía.
Joseph sujetó la mano de ____* con la que tenía libre.
—____*… la apuesta… —dijo, con una urgencia que ella no le había oído nunca.
La joven negó con la cabeza.
—No me importa nada esa estúpida apuesta, Joe.
—No obstante —se interrumpió con un respingo cuando el doctor hurgó en la herida—. He sido un idiota.
____* observó los movimientos del doctor antes de volverse hacia él.
—Lo has sido, la verdad —convino—. Pero yo también me comporté de una manera estúpida… cuando creí lo peor de ti. Cuando Benedick me ha contado que estabas aquí, me ha preocupado muchísimo que pudieras recibir un disparo. Y al venir solo he conseguido que te alcanzara la bala.
—Prefiero haber sido yo quien ha recibido el disparo y no tú. Eso me habría destrozado. Emperatriz, resulta que al parecer estoy irremediablemente enamorado de ti.
Ella parpadeó un par de veces y abrió los ojos como platos, como si no hubiera comprendido sus palabras.
—¿Perdón? —susurró.
—Te amo. Amo tu extravagante nombre, tu hermosa cara y tu mente despierta; tu ridícula lista y tu inclinación por la aventura, algo que, imagino, sí será la causa real de mi muerte. Y tenía intención de decírtelo mucho antes de que me alcanzaran en el brazo.
Los hombres que los rodeaban se giraron al unísono, violentos y ansiosos por escapar de aquel momento tan privado que había surgido entre ellos dos a pesar de su presencia y de la herida en el brazo de Joseph.
A ____* no le importó que tuvieran testigos. Solo quería saber si lo había oído bien.
—Yo… Tú… ¿Estás seguro? —farfulló, negándose a apartar la mirada de él.
Él curvó los labios.
—Segurísimo. Te amo. Y me voy a pasar el resto de mi vida demostrándotelo.
—¿De veras? —____* sonreía como una niña a la que le hubieran dicho que podía repetir el postre.
De veras. Sin embargo, hay una cosa que…
—Dime lo que sea. —A ella no le importaba lo que él quisiera con tal de que fuera cierto que estaba enamorado de ella.
—¡Nick! —llamó a su gemelo—. ¿Te importaría traerme mi pistola? —añadió cuando se acercó su hermano—. ____* la necesita.
____* estalló en carcajadas, comprendiendo su intención al instante, y el ruido reclamó la atención de los demás hombres.
—¡Joe, no!
—Oh, claro que sí, mi diablillo —dijo él con la voz teñida de humor y amor—. Quiero acabar con esa condenada lista de una vez por todas. Es un peligro para tu reputación y, evidentemente, para mi persona. Y, como esta mañana ya has tachado uno de los puntos que quedaban: asistir a un duelo, confío en que podamos matar dos pájaros de un tiro y darte la oportunidad de disparar un arma ¿no crees?
____* le sostuvo la mirada durante un buen rato, leyendo sus pensamientos.
—Bueno, lo haré —convino con una ancha sonrisa—. Pero solo para complacerte.
La carcajada de Joseph flotó en el aire, pero se interrumpió ante el dolor que sintió en el brazo.
—Qué magnánima eres.
—Por supuesto. ¿Te das cuenta de lo que ocurrirá cuando acabemos con todos los puntos?
Joseph entrecerró los ojos.
—¿Qué ocurrirá?
—Tendré que empezar una lista nueva.
Él gimió.
—No, ____*. Se han acabado las listas. Es un milagro que haya sobrevivido a esta.
—Mi nueva lista solo tiene un punto.
—Hummm, me parece que se trata de una lista muy peligrosa.
—Oh, lo es —convino ella con una sonrisa de felicidad—. Es muy peligrosa, en particular para tu reputación.
—¿De qué trata ese punto? —indagó, lleno de curiosidad.
—Reformar a un granuja.
Él se mantuvo en silencio. Captó el significado de sus palabras antes de atraerla hacia sí y besarla profundamente. Cuando se separó, apoyó la frente en la de ella.
—Hecho —susurró.
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por Julieta♥ Vie 03 Ago 2012, 12:25 pm

Hola niñas!!!
bueno les informo solo queda el epilogo...espero que esta nove les halla gustado tanto como a mi
voy a subir otra Adaptacion q tambn me encanto
aqui les dejo la sinopsis





Sin Medidas


Ella, Contrario a la estadística, ____ no vive presa de su talla, no es la flacucha despampanante debido a sus "huesos anchos", hace lo que le gusta y sus amigos darían su vida por ella, no puede pedir nada más, bueno tal vez sí, en un sueño perfecto muchos postres con extra chocolate y quizás algo más... Él Ha aceptado una apuesta estúpida con un plan para ganar, Joseph creyó que necesitaba proteger a la chica frente a él, nunca imaginó que tal vez el único que necesitara protección seria él mismo, Joe está a punto de descubrir que no hay moldes para el amor.
Julieta♥
Julieta♥


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