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Mensaje por Julieta♥ Sáb 16 Jun 2012, 8:00 pm

CAPÍTULO 6




____* se quedó mirando el carruaje de alquiler que se alejaba por la oscura calle, dejándola completamente sola.
Emitió un pequeño suspiro de consternación cuando el golpeteo de las pezuñas de los caballos se desvaneció en la distancia y fue reemplazado por el de su corazón y el del latido de la sangre en sus oídos. Debería haber empezado por el whisky. Y, además, no debería haber tomado tanto jerez.

Si hubiera bebido con moderación, no se encontraría allí en ese momento, sola, frente a la casa de uno de los libertinos más famosos de Londres, en mitad de la noche. ¿En qué había estado pensando?

Evidentemente, no había pensado… en nada.

Durante un fugaz momento, se planteó adentrarse en la calle y subirse al siguiente vehículo de alquiler que pasara, pero justo detrás de ese pensamiento llegó la certeza de que su reputación quedaría arruinada por completo si la descubrían.

—Pienso cortarle la cabeza a Benedick por esto —masculló para sí misma al tiempo que tiraba de la capucha de su capa para cubrirse mejor la cara—. Y también a Mariana. —Por supuesto, ni Benedick ni Mariana le habían forzado a arriesgar de esa manera su seguridad y su buena reputación. Se había metido en ese lío ella sólita.
Respiró hondo y aceptó la verdad… Aquel desastre había sido idea suya. Su reputación estaba a punto de perderse para siempre y la única probabilidad de salir indemne de esa situación era conseguir entrar en Ralston House. Dio un respingo solo de pensarlo.

«Ralston House. ¡Ay, Dios bendito! ¿Qué había hecho?»

Tenía que entrar. No quedaba otra alternativa. Desde luego, quedarse en la calle durante el resto de la noche no era una opción. Una vez dentro, le suplicaría al mayordomo que le consiguiera un carruaje de alquiler y podría estar en su casa en menos de una hora. Seguramente se sentiría obligado a protegerla, después de todo era una dama. Incluso aunque su comportamiento de esa noche no fuera un fiel reflejo de ello.

¿Y si era el propio Ralston quien abría la puerta?

____* negó con la cabeza ante aquel pensamiento. Para empezar, los marqueses no se dedican a abrir la puerta de la calle y, para seguir, las probabilidades de que él estuviera en su casa a esas horas eran escasas o nulas; lo más seguro era que estuviera con una amante. Una imagen atravesó su mente como un relámpago, desempolvando un viejo recuerdo de una década atrás, cuando había presenciado cómo abrazaba con ardor a una mujer impresionantemente hermosa.

Sí. ____* había cometido un horrible error. Tenía que escapar de allí tan rápido como fuera posible.
Irguió los hombros y se acercó a la imponente entrada de Ralston House. Apenas había dejado caer la aldaba cuando se abrió la enorme puerta de roble y apareció en el umbral un anciano mayordomo que no se sorprendió en absoluto al hallar a una joven ante la puerta de su amo. Se desplazó a un lado y la dejó entrar antes de cerrar. ____* se encontró en el cálido y acogedor vestíbulo de la señorial residencia londinense del marqués de Ralston.

Instintivamente, la joven comenzó a retirarse la capucha de la cara pero, al pensar en los acontecimientos que ocurrirían a continuación, se dio cuenta de que sería mejor que no la reconocieran, y contuvo el impulso.

—Gracias, buen hombre —dijo, mirando al criado.

De nada, milady. —El mayordomo hizo una pequeña reverencia y se dirigió, arrastrando los pies, hacia la ancha escalinata que conducía al piso superior—. ¿Me acompaña?

«¿Que le acompañara? ¿Adónde?» ____* se recobró con rapidez de la sorpresa.

—¡Oh, no! Quiero decir que… —Se interrumpió sin saber cómo terminar la frase.

Él se detuvo al pie de las escaleras.

—Claro que no, milady. No se preocupe. Solo la voy a acompañar a su destino.

—¿A mi… mi destino? —preguntó ____*, deteniéndose bruscamente llena de confusión.

El mayordomo se aclaró la voz.

—Hay que subir las escaleras, milady.

—Subir las escaleras. —Comenzaba a parecer tonta incluso para sí misma.

—Es allí arriba donde se encuentra el marqués en estos momentos. —El mayordomo la miró con curiosidad, como si se estuviera cuestionando las facultades mentales de la joven, antes de volverse hacia las escaleras y comenzar a subirlas.

—El marqués… —____* observó cómo el criado subía la escalinata. Justo entonces comprendió el significado de aquellas palabras y abrió los ojos como platos. ¡Santo Dios! ¡Pensaba que era una fulana! Aquella sorprendente revelación fue seguida por otra no menos inquietante: el mayordomo pensaba que era la fulana de Joseph. Lo que quería decir que Joseph estaba allí, en casa.

—No soy… —Las palabras se le quedaron pegadas a la lengua.

—Claro que no, milady. —El hombre lo dijo en un tono totalmente respetuoso, pero ella tuvo la impresión de que él habría oído ya la misma protesta multitud de veces en boca de otras muchas mujeres. Mujeres que tenían que fingir inocencia para aparentar recato y respetabilidad.

Tenía que escapar de allí.

«A menos que…»

No. Acalló aquella vocecita. «Amenos que… Nada. Olvídalo, ____*.» Su reputación pendía de un hilo. Era más seguro agenciarse por sí misma un carruaje de alquiler en las oscuras calles de Londres que seguir a ese anciano mayordomo hasta donde se hallaba su amo.

Es decir, hasta las habitaciones de Ralston.

____* casi se atragantó al pensarlo. Jamás volvería a beber jerez.

—¿Milady? —La palabra, pronunciada con todo el decoro, contenía una pregunta implícita. ¿Le iba a seguir o no?
Aquella era su oportunidad. Acertada o no, era lo único que tenía, lo que esperaba cuando había salido sigilosamente de su casa y subido a un carruaje de alquiler. Quería ver a Joseph y demostrarse que poseía el valor necesario para lanzarse a la aventura. Y allí estaba, tenía su objetivo al alcance de la mano.

«Esta es la oportunidad para convencerte a ti misma de que no eres pasiva.»

Tragó saliva en silencio, con los ojos clavados en el anciano. Estupendo, le seguiría. Luego le pediría a Joseph que la ayudara a regresar a casa. Resultaría embarazoso, pero lo haría. Tenía que hacerlo. Al fin y al cabo, era hermana de un par del reino y él era, después de todo, un caballero.

O eso esperaba.

«Sin embargo, puede que no lo sea», pensó. Y un escalofrío la atravesó ante ese pensamiento.
Lo ignoró y agradeció en silencio que se le hubiera ocurrido ponerse el vestido que más le favorecía antes de salir. No es que Joseph fuera a ver la seda color lavanda que se ocultaba bajo la capa negra —no tenía intención de revelarle al marqués su identidad salvo que no le quedara más remedio—, pero saber que llevaba la prenda más bonita de su guardarropa le dio la confianza que le hacía falta para subir las escaleras tras el mayordomo.

Mientras lo hacía, oyó el sonido de una música lejana, que se fue haciendo más intenso a medida que el anciano la guiaba por un largo pasillo, débilmente iluminado. El hombre se detuvo ante una puerta de caoba que no era suficiente para contener la música que provenía de aquella estancia. ____* no pudo evitar el destello de curiosidad que se sobrepuso a su nerviosismo durante un breve momento.

El mayordomo dio dos golpes a la puerta, y un «adelante», fuerte y claro, resonó por encima de la música. El anciano abrió la puerta pero no atravesó el umbral, sino que se hizo a un lado para que ____* entrara. Ella dio un paso adelante llena de ansiedad.

La puerta se cerró. Estaba en la guarida del león, envuelta en un manto de sombras y sonidos.

La enorme habitación apenas estaba iluminada; solo había algunas velas en los rincones, que dotaban al lugar de un sosegado e íntimo resplandor. Incluso sin esa oscuridad envolvente, era la estancia más masculina que ella hubiera visto jamás, decorada con abundante madera oscura y colores intensos. Las paredes estaban cubiertas de papel de seda color vino, y en el suelo había una enorme alfombra que solo podía ser persa. Los muebles eran grandes e imponentes, con librerías llenas de volúmenes en dos de las paredes; en la tercera había una enorme cama de caoba con dosel y cortinajes azul marino. Al verla recordó aquella fantasía sobre Ulises, Penélope y una cama muy diferente pero igual de atractiva.

____* tragó compulsivamente, apartando la mirada de aquel decadente mueble, y miró al dueño de la mansión, que, sentado en el lado más alejado de la estancia ante un piano, daba la espalda a la puerta. Jamás había visto un instrumento como aquel fuera de un conservatorio o de un salón de baile. Desde luego jamás en un dormitorio.

Él no solo no se había dado la vuelta para recibir a su visita, sino que además había levantado la mano para que no se pronunciara ninguna palabra que pudiera interrumpir su interpretación.

La pieza que tocaba era melancólica y melodiosa. ____* se sintió inmediatamente cautivada por aquella combinación de talento y emoción y observó absorta los brazos morenos y nervudos, descubiertos hasta los codos, donde se doblaban las mangas con descuido. Notó las firmes manos que oprimían las teclas de manera instintiva y deliberada mientras él inclinaba la cabeza y mostraba la curva del cuello, totalmente concentrado.

Cuando terminó el fragmento, la última de las notas flotó en el aire. Entonces Joseph se incorporó y se giró hacia la puerta, revelando unas piernas largas y musculosas enfundadas en unos pantalones ceñidos y unas botas hasta la rodilla. Una camisa, abierta en el cuello y sin corbata ni pañuelo, ocultaba la piel bajo la que se tensaron los músculos de sus hombros cuando se enderezó en el taburete.

La miró. La única señal de sorpresa que se permitió fue entrecerrar levemente los ojos, como si estuviera intentando adivinar su identidad bajo la tenue iluminación de la estancia. Ella jamás había agradecido tanto la capucha como en ese momento. Él se levantó lentamente y cruzó los brazos.

Cualquiera habría pensado que su postura era desenfadada, pero ella se había pasado demasiados años estudiando a la sociedad londinense desde los rincones y había cultivado un agudo poder de observación. Él parecía, al mismo tiempo duro… y tenso, algo perfectamente perceptible en la fuerza latente que mostraban sus antebrazos. No le apetecía ser interrumpido, al menos no por una mujer.

____* abrió la boca para disculparse por su intrusión, para escapar; pero antes de que pudiera decir nada, él tomó la palabra.

—Debería haber sospechado que no aceptarías nuestra ruptura sin más. Sin embargo, confieso que me sorprende que hayas tenido el atrevimiento de venir aquí. —Ella cerró la boca, sorprendida, mientras él continuaba hablando en un tono gélido—. No habría querido que esto resultara más difícil de lo que ya es, Nastasia, pero entiendo que no has aceptado mi decisión. Te repito que lo nuestro ha acabado.

¡Ay, Dios bendito! ¡Ralston pensaba que era su última amante! De acuerdo, una dama no se presentaba de esa manera —inesperadamente en medio de la noche ante la puerta de su casa—, pero aquello era demasiado. Tenía que aclarar los hechos.

—¿No tienes nada que decir, Nastasia? No parece propio de ti.

No obstante, permanecer en silencio ante ese hombre imponente requería mucho menos coraje que revelar su identidad.

Él suspiró, claramente irritado por aquella conversación unilateral.

—Creo que fui más que generoso cuando rompimos nuestro acuerdo, Nastasia. Te quedas con la casa, las joyas, los vestidos… Te he dado suficiente material para atrapar a tu siguiente protector, ¿no crees?

____* contuvo el aliento al darse cuenta de la manera insensible y brusca con la que había puesto fin a su romance.

Aquella respuesta provocó una risa irónica en el marqués.

—No es necesario que te hagas la inocente. Los dos sabemos que no posees ni una pizca de candor desde hace mucho tiempo. —Su tono era frío e insensible—. Puedes encontrar la salida tú sola. —Se volvió a sentar, dándole la espalda, y comenzó a tocar de nuevo el piano.

____* no había pensado nunca que podría llegar a sentir pena por una de las cortesanas que se convertían en amantes de los caballeros, pero no fue capaz de evitar sentirse ofendida en nombre de aquella mujer en particular. ¡Y pensar que ella había considerado a Ralston un hombre ejemplar!

Se quedó inmóvil, con los puños apretados ante aquella afrenta al género femenino, preguntándose qué debía hacer. ¡No! Sabía lo que debía hacer. Debía marcharse inmediatamente de esa habitación y salir de aquella casa; debía regresar a su silenciosa y tranquila vida y debía olvidar esa estúpida lista. Sin embargo no era eso lo que quería hacer.

Lo que quería era darle una lección a ese hombre. Y la cólera le proporcionaba valor suficiente para quedarse.

—Te ruego que no hagas esta situación más embarazosa de lo que ya es, Nastasia —le dijo sin mirarla.

—Pues me temo que la situación va a tornarse más embarazosa todavía, milord.

Él volvió la cabeza hacia ella y se levantó de repente. Si no estuviera tan irritada, ____* se habría reído a carcajadas.

—Ya ve, no soy quien usted cree.

Tuvo que concedérselo, la sorpresa fue reemplazada casi de inmediato por una calma total.

—Parece que no, señorita… —hizo una pausa, esperando que ella se identificara—. Creo que me lleva ventaja —continuó después de un largo silencio.

—En efecto, así es. —____* se escandalizó ante su propio atrevimiento.

—¿Puedo ayudarla en algo?

—Eso había pensado. Sin embargo, después de presenciar la manera en que se deshace de las mujeres de su vida, he decidido que será mejor que no se moleste.

Joseph arqueó una de sus oscuras cejas ante aquellas palabras. ____* tardó menos de un segundo en pensar en escapar y, sin añadir nada más, se dio la vuelta bruscamente y asió la manilla de la puerta. No la había abierto todavía cuando una mano enorme y nervuda cruzó disparada por encima de su hombro, impidiéndole hacerlo.

¡Santo Dios… qué velocidad! ____* tiró del picaporte con ambas manos, pero no fue capaz de superar la fuerza masculina. Él mantuvo la puerta firmemente cerrada con un solo brazo.

—Por favor —susurró ella—, déjeme salir.

—Habla como si hubiera sido yo quien la ha traído aquí, milady, sin embargo, ha sido usted la que ha entrado en mis dominios. ¿No cree que me debe, al menos, la cortesía de una presentación? —preguntó él en tono tranquilo, justo encima de la capucha, haciendo que un estremecimiento de pánico la atravesara.

Sus cuerpos estaban a solo unos centímetros, si cualquiera de ellos se movía, se tocarían. Y por la manera en que abrumaba sus sentidos la calidez que desprendía aquel hombre, bien podían estar tocándose ya. Clavó los ojos en el marco de la puerta, preguntándose cómo iba a librarse de su destino.

Pero había comenzado a ser ____ y no podía rendirse ahora.

—Ya… —Se aclaró la voz y volvió a empezar—. Ya nos conocemos, milord.

—No puedo esperar a saber quién se oculta detrás de esa capucha. —Ralston le tiró del borde de la manga, rozándole descuidadamente el dorso de la mano. Ella contuvo el aliento y notó que se ruborizaba—. Vamos, milady, ¿de verdad cree que la dejaré irse sin que me haya dicho quién es? Ha llegado demasiado lejos.

Tenía razón, por supuesto, y ella era eminentemente pragmática. Respiró hondo, soltó el picaporte y se giró hacia Ralston, que retrocedió y quitó la mano de la puerta cuando ella se bajó la capucha revelando su identidad.

Él ladeó la cabeza mientras entrecerraba los ojos, intentando recordar su nombre. Tras un breve instante supo quién era y retrocedió otro paso más, incapaz de ocultar la confusa sorpresa que inundó su rostro y su voz.

—¿Lady ____?

—La misma. —____* cerró los ojos con las mejillas ardiendo; comenzaba a sentirse mareada. Jamás volvería a salir de casa.

Joseph se rió entrecortadamente, pero no parecía estar divirtiéndose.

—Lo confieso, podría haber hecho mil elucubraciones y jamás me habría imaginado que usted viniera a visitarme a medianoche. ¿Se encuentra bien?

—Le aseguro que, en contra de lo que puede parecer, estoy en mis cabales, milord. Al menos, eso creo.

—Perdóneme entonces por preguntar, pero ¿qué diantres está haciendo aquí? —El propio Ralston pareció ser consciente en ese instante de dónde se encontraban—. Este no es el lugar adecuado para una dama. Le sugiero que continuemos esta conversación en un lugar más… correcto. —Movió la mano señalando el dormitorio antes de estirar el brazo para abrir la puerta.

A ____* no le interesaba alargar todavía más aquel desastroso encuentro, así que se apartó a un lado con intención de evitar a Joseph y poner entre ellos toda la distancia que pudiera.

—Tonterías, milord —dijo—. No creo que sea necesario continuar esta conversación en ningún otro sitio. Estoy en Ralston House por culpa de unas circunstancias, digamos… peculiares, y me parece que será más conveniente que ambos olvidemos este encuentro. No debería ser tan difícil. —Compuso una brillante sonrisa mientras apretaba una borla de su capa.

Ralston escuchó sus palabras sin interrumpirle. El silencio se alargó interminablemente hasta que ____* lo miró. Él se limitó a observar su nerviosismo. No pasó demasiado tiempo antes de que la sorpresa y la confusión masculinas se convirtieran en intriga y asumiera una actitud mucho menos amenazadora, apoyándose casualmente contra la pared, junto a la puerta.

—No estoy seguro de ello, milady. Aunque, en contra de lo que usted pueda creer, no me olvido con facilidad de las mujeres que visitan mi dormitorio. —Ella se sonrojó mientras él continuaba—: Lady ____, ¿qué la ha traído hasta el umbral de mi casa a medianoche? Francamente, no parece de ese tipo de mujer.

____* intentó encontrar una respuesta creíble.

—Estaba cerca.

—¿A medianoche?

—Sí. Me encontraba delante de su casa y… y necesitaba llegar a la mía.

—¿Delante de mi casa? —Las palabras resultaron bruscas por la evidente incredulidad con que fueron dichas.

—En efecto. —Quizá, si se mantenía firme no la presionaría en busca de más explicaciones.

—¿Cómo ha llegado hasta mi casa sin transporte alguno? —La curiosidad que rezumaba aquella pregunta la puso nerviosa.

—Eso preferiría no discutirlo —dijo ella, apartando la mirada y deseando que él abandonara el tema. El silencio cayó sobre ellos y, por un breve momento, ____* pensó que se había quedado satisfecho con aquella evasiva respuesta.

Se equivocaba.

Él cruzó los brazos con arrogante actitud y dejó que la divertida incredulidad que lo embargaba se reflejara en su voz.

—Y claro, naturalmente, ha decidido que llamar a mi puerta era más seguro que subirse al primer coche de alquiler que pasara.

«De perdidos al río.»

—Exacto, milord. Después de todo, usted es un par del reino.

Él emitió un bufido. Ella le clavó una mirada indignada al reconocer su tono burlón.

—¿No me cree? —farfulló.

—Ni una palabra. —Le dirigió una penetrante mirada —. ¿Por qué no prueba a decirme la verdad?

Ella miró al suelo, desesperada porque se le ocurriera una mentira convincente, la que fuera. Cualquier cosa que la sacara de esa situación.

Él pareció leerle la mente.

—Lady ____…

—Preferiría que me llamara ____* —dijo a toda prisa.

—¿No le gusta ____? —preguntó en tono de curiosidad.

____* negó con la cabeza, sin atreverse a mirarlo a los ojos.

—____*… —La presionó con aquella voz profunda y fluida que estaba segura de que usaba cada vez que quería algo de una mujer. No le sorprendería descubrir que siempre le funcionaba—. ¿Por qué está aquí?

Y entonces, no supo si fue por coraje o cobardía, o quizá debido a que había bebido demasiado jerez, decidió responderle. Después de todo, aquello no podía ser peor de lo que era.

—Había venido a pedirle que me besara —anunció finalmente, con un susurro.


Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por aranzhitha Sáb 16 Jun 2012, 10:55 pm

awwww que valiente la rayiz
Yo jamas me atreveria a decirle
Que queria que la besara
Jajaja siguela!!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por Julieta♥ Dom 17 Jun 2012, 7:15 pm

CAPITULO 7




Aquella no era la respuesta que esperaba. Las palabras, tímidas y apenas audibles que resonaron en medio del silencio de la estancia, lo cogieron por sorpresa. Por un momento pensó que había oído mal, pero el intenso rubor que cubría las mejillas de la joven era lo suficientemente delator como para convencerlo de que sí, realmente acababa de recibir una proposición absolutamente indecente de lady ____ Hartwell.

La tarde había comenzado aburrida. Tras rechazar todas las invitaciones, Ralston había cenado con sus hermanos, todavía asimilando el descubrimiento de Juliana, y luego se había retirado a sus habitaciones, esperando que la privacidad de su santuario y el piano le ofrecieran la distracción que necesitaba. Así había ocurrido; había alcanzado la paz en cuanto se había dejado llevar por la música. O así había sido hasta que un golpe en la puerta había anunciado la llegada de lady ____.

La examinó de pies a cabeza. La joven no carecía de atractivo a pesar de que la capa negra que la cubría de arriba abajo hacía que pareciera ligeramente rellenita y que ofreciera un aspecto bastante corriente. Tenía los labios voluptuosos, la piel perfecta y unos ojos grandes y preciosos en los que se podían leer todas sus emociones. Admiró su color caoba brevemente antes de concentrarse en lo que se traían entre manos.

Era evidente que se trataba de la primera vez que había hecho algo tan atrevido. Incluso si no conociera ya de antemano su inmaculada reputación, habría notado la obvia incomodidad de la joven. La pequeña ____ Hartwell, a quién solo conocía de vista desde aquellos años en los que había comenzado a confundirse con las paredes de los salones de baile, era una florero de primera categoría.

Aunque, por supuesto, no parecía un florero en ese momento.

La estudió con calma, ocultando sus pensamientos gracias a largos años de práctica. Ella se negaba a sostenerle la mirada y clavaba, en cambio, los ojos en sus manos entrelazadas mientras lanzaba rápidas miradas de reojo a la puerta, como si estuviera sopesando el éxito que tendría si intentara huir de la estancia. No pudo contener el ramalazo de simpatía que sintió por ella, aquella pequeña ratoncita se había visto envuelta en una situación que superaba con creces su experiencia.

Él podía comportarse como todo un caballero, apiadándose de ella y ofreciéndole una salida, diciéndole que se olvidaría de que aquel encuentro había tenido lugar, pero sospechaba que, a pesar del nerviosismo que mostraba, había una parte de lady ____ que quería quedarse allí. Joseph se preguntó hasta dónde sería capaz de llegar ella.

—¿Por qué?

Ella lo miró a los ojos durante un breve instante antes de apartar la mirada otra vez.

—¿M-milord? —tartamudeó.

—¿Por qué ha venido a pedirme tal cosa? No es que no me sienta halagado, por supuesto, pero debe admitir que resulta bastante extraño.

—No… no lo sé.

Él meneó la cabeza lentamente, un depredador en plena cacería.

—Esa, querida, es una mala respuesta.

—No debería llamarme así. Es demasiado familiar.

Él curvó los labios con diversión.

—Está en mi dormitorio y me ha pedido que la bese. Creo que hemos olvidado ya cualquier tipo de conveniencia.
Vuelvo a preguntarle, ¿por qué?

____* cerró los ojos para combatir la oleada de vergüenza que cayó sobre ella. Por un momento, Joseph pensó que no respondería, pero luego la vio cuadrar los hombros y respirar hondo.

—Jamás me han besado —confesó ella—. Pensaba que había llegado el momento.

Aquellas palabras lo dejaron estupefacto; no rezumaban lástima por sí misma ni imploraban nada. Eran tan honestas y prácticas, que no pudo evitar admirar su coraje. No debía de ser fácil confesar tal cosa.

Sin embargo, Ralston no demostró sorpresa.

—¿Por qué yo?

Pareció que, tras haber hecho la confesión, lady ____ recuperaba la confianza, porque respondió sin pausa.

—Es usted un afamado libertino —reconoció lo obvio—. He oído los cotilleos.

—¿Ah, sí? ¿Qué cotilleos?

A ____* comenzaron a arderle las mejillas.

—Lady ____ —la presionó—, ¿a qué cotilleos se está refiriendo?

Ella se aclaró la voz.

—He… he oído que dejó casi desnuda a cierta vizcondesa en el invernadero de su marido y huyó por la ventana para escapar de su furia.

—Eso es una exageración.

—Dicen que se dejó la camisa y que el marido la quemó en una ceremonia pública.

—Otra vulgar exageración.

Ella lo miró a los ojos.

—¿Y qué me dice de la hija de un vicario que lo siguió a Devonshire con la esperanza de ver su reputación arruinada?

—¿Dónde ha oído eso?

—Es asombroso de lo que se entera una en las fiestas cuando nadie la saca a bailar, ¿verdad, milord?

—Digamos que realmente tuve suerte de que no me encontrara. Sin embargo, he oído que en la actualidad se encuentra felizmente casada en Budleigh Salterton. —Ella se rió ante esas palabras, pero la risa se interrumpió bruscamente cuando él añadió—: Y, considerando todas esas murmuraciones, ¿qué le asegura a usted que solo me limitaré a besarla?

—Nada. Pero es lo que haría.

—¿Cómo lo sabe?

—Lo sé.

Él reconoció el rechazo hacia sí misma en la vehemencia de su tono, pero lo ignoró.

—¿Por qué ahora? ¿Por qué no esperar a que aparezca el hombre que… la seduzca por completo?

Ella emitió una risita.

—Si ese hombre del que habla existe en realidad, milord, es evidente que se ha perdido por el camino. Y resulta que a los veintiocho años me he cansado de esperarlo.

—Quizá debería usted exhibir en público parte del carácter que está mostrando esta noche —dijo él—. Admito que me está resultando mucho más intrigante hoy de lo que me había parecido nunca, milady, y la intriga es la chispa del deseo.

Las palabras alcanzaron su objetivo, y ella se sonrojó otra vez. Ralston no pudo negar lo mucho que estaba disfrutando ante aquel inesperado giro de los acontecimientos. De hecho, aquella era justo la diversión que necesitaba de cara a la presentación en sociedad de Juliana.

Justo a continuación de ese pensamiento, llegó otro.

Lady ____ Hartwell era la solución a sus problemas. Y había caído del cielo justo en el umbral de su puerta —bueno, de hecho había pasado de largo el umbral—, el mismo día que su desconocida hermanita. Notó una oleada de satisfacción.

La besaría. Pero a cambio de algo.

—Me pregunto si estaría dispuesta a considerar un intercambio.

____* lo miró con escepticismo.

—¿Un intercambio? —Dio un paso atrás, poniendo más distancia entre ellos—. ¿Qué clase de intercambio?

—No es nada tan horrible como lo que está pensando. Al parecer, resulta que tengo una hermana.

Ella agrandó los ojos.

—¿Una hermana, milord?

—Sí, yo también me he quedado asombrado al conocer la noticia. —Y procedió a relatarle brevemente los acontecimientos del día: la aparición de Juliana, su decisión de hacerse cargo de ella en vez de dejarla en manos de otros parientes más lejanos y la necesidad de encontrar una madrina adecuada con una reputación impecable que facilitara su presentación en sociedad—. Así que, como puede ver, que se encuentre aquí esta noche es cosa del destino. Es usted la solución perfecta. Es decir, asumiendo que no tenga por costumbre visitar a caballeros en sus alcobas a altas horas de la noche.

Ella emitió una breve carcajada totalmente falta de naturalidad.

—No, señoría. Es la primera vez.

Ralston sabía que era así y tomó nota mental para descubrir más tarde qué era lo que había motivado esa visita nocturna.

—Y la última, espero. Al menos hasta que Juliana haya sido presentada con éxito.

—Aún no he accedido a su petición.

—Pero lo hará —dijo en tono petulante—. Y, como pago, obtendrá su beso.

—Perdone que se lo diga —replicó ella con humor—, pero le da un valor muy elevado a sus besos.

Él ladeó la cabeza, concediéndole el punto.

De acuerdo. Diga usted el precio.

____* observó pensativa el techo antes de responder.

De momento me dará ese beso, pero me reservo el derecho a pedirle otro favor en el futuro.

—Entonces, ¿estaré en deuda con usted?

Ella sonrió.

—Considérelo una transacción comercial.

Él arqueó una ceja.

—Una transacción comercial que comienza con un beso.

—Una transacción comercial única. —Ella se sonrojó de nuevo.

—Parece estupefacta por tal muestra de intrepidez —supuso él.

Ella asintió con la cabeza.

—Lo cierto es que no estoy segura de que me convenga.

Una vez más, la honradez de la joven lo dejó perplejo.

—Muy bien, milady, es usted una negociadora formidable. Acepto sus términos. —Se acercó a ella y continuó hablando en un tono bajo y seductor—: Entonces, ¿sellamos nuestro acuerdo con un beso?

____* contuvo el aliento y se puso rígida ante la pregunta. Ralston sonrió al notar sus nervios. Le pasó un dedo por el nacimiento del pelo y le colocó un mechón detrás de la oreja. Ella lo observó con aquellos ojos castaños abiertos como platos y él sintió una punzada de ternura en el pecho. Se inclinó hacia ella poco a poco, como si la joven pudiera asustarse en cualquier momento, y le rozó los labios con los suyos, tocándoselos brevemente antes de que ella retrocediera y se llevara la mano a la boca.

Joseph le dirigió una mirada sincera y esperó a que hablara.

—¿Pasa algo? —preguntó él finalmente, al ver que ella no decía nada.

—¡N-no! —dijo ____* demasiado rápido—. Nada, milord. Er… esto… gracias.

Él contuvo la risa.

—Me temo que se equivoca. —Ralston hizo una pausa y observó la confusión en el rostro de la joven—. Debe saber que cuando accedo a hacer algo, lo hago bien. Ese no es el beso que está buscando, ratoncita.
____* frunció la nariz al oír el apodo que le había puesto.

—¿Ah, no?

—No.

El nerviosismo que la embargó se hizo patente cuando volvió a jugar con la borla de la capa.

—Ah, bueno. Este no ha estado mal. Estoy bastante satisfecha con la manera en que hemos sellado nuestro trato.

—Muy amable, pero no es a eso a lo que debe aspirar —dijo él, cogiéndole aquellas manos inquietas entre las suyas, con una voz más profunda—. Ni debería irse hasta que el beso la deje satisfecha por completo.

Ella dio un tirón a sus manos, pero se rindió al ver que él no la soltaba y, en cambio, la acercaba más y le obligaba a ponerle las manos en los hombros. En ese momento, él le acarició el cuello, haciéndole contener el aliento.

—¿Cómo debería dejarme? —preguntó con voz aguda.

Entonces él la besó. La besó de verdad.

La apretó contra su cuerpo, presionando sus labios sobre los de ella, poseyéndolos, mostrándole algo que ____* jamás había imaginado. Sus labios, firmes y cálidos, juguetearon con los de ella, tentándola hasta hacerla jadear.

Él captó el sonido con su boca y aprovechó que había separado los labios para acariciárselos con la lengua, saboreándolos hasta que ella no pudo soportar la tensión. Intentó leerle los pensamientos y, justo cuando pareció que ____* no podría sostenerse sobre las piernas, la abrazó con más fuerza y profundizó el beso, cambiando la presión. Ahondando todavía más y acariciándola con firmeza.

Y ella se perdió.

____* notó que se consumía, que necesitaba corresponder a aquellos movimientos. Sus manos parecieron cobrar vida propia y le acariciaron los anchos hombros antes de rodearle el cuello. Comenzó a buscar la lengua de aquel hombre con la suya y fue recompensada con un profundo gemido de satisfacción antes de que él la apretara con más fuerza, consiguiendo que la atravesara otra oleada de calor. Joseph se apartó levemente y ella lo imitó, pero él detuvo su retroceso cerrando escandalosamente los labios en torno a su lengua y succionándola con suavidad… La sensación hizo que a ____* se le desbocara el corazón y, al mismo tiempo, estallara en llamas.
Él tenía razón. Eso era lo que había ido a buscar.

Entonces Joseph interrumpió el beso y le recorrió la mejilla con los labios de camino a la oreja, donde capturó el suave lóbulo entre los dientes y lo mordisqueó con ternura, provocando que unos estremecimientos de placer la atravesaran desde los pies a la cabeza mientras él lamía la sensible piel. ____* oyó un gemido en la lejanía y se dio cuenta demasiado tarde de que era suyo.

Notó que él curvaba los labios junto a su oreja antes de hablar.

—El beso no terminará hasta que esté satisfecha. —La respiración entrecortada convirtió aquellas palabras en una caricia.

Él volvió a buscar sus labios, reclamando de nuevo su boca y despojándola de cualquier pensamiento con aquella intoxicante y generosa caricia. Lo único que ella quería era estar más cerca de él, que la abrazara con más firmeza. Y, como si él le hubiera leído los pensamientos, la estrechó entre sus brazos y la besó más profundamente. El calor la consumió; aquellos labios suaves y provocadores parecían saber cómo satisfacer todos sus deseos secretos.

Cuando él apartó la boca de la de ella, ____* se encontraba sin fuerzas. Las siguientes palabras atravesaron la neblina sensual que la envolvía.

—Debería dejarla anhelando…
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por aranzhitha Dom 17 Jun 2012, 10:15 pm

Dios! Hasta yo senti ese beso
Me encantaria que Joseph me besara asi baba
Siguela!!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por Julieta♥ Lun 18 Jun 2012, 6:05 pm

CAPÍTULO 8




____* se despertó tarde, y al instante notó un profundo nerviosismo en su interior. Durante un buen rato, sus embotados pensamientos se negaron a definir claramente la razón para tan extraña sensación, hasta que de repente fue plenamente consciente de los acontecimientos de la noche anterior. Se sentó de golpe en la cama y se quedó inmóvil, con los ojos muy abiertos, rezando para que todo hubiera sido un alocado y ridículo sueño.
No tuvo suerte.
¿En qué había estado pensando para dirigirse a Ralston House pasada la medianoche? ¿Realmente había estado en el dormitorio del marqués de Ralston? ¿De verdad había hecho un trato con el más famoso libertino de Londres? Sin duda alguna no podía haberle pedido que la besara. Recordó sus acciones y una oleada de intenso rubor le cubrió las mejillas, luego ocultó la cara entre las manos y gimió llena de mortificación.
Nunca volvería a tomar ni una gota de jerez. Nunca jamás.
Los pensamientos se agolparon en su mente durante unos breves momentos, hasta que finalmente meneó la cabeza.
—¡Le pedí que me besara! —gimió, llena de horror.
Se hundió en la cama con un gemido y deseó que el mundo estallara en pedazos o, como mínimo, que se la tragara la tierra. Simplemente no podía arriesgarse a ver otra vez a Joseph St. Jonas. No después de ese beso.
Pero menudo beso. Apretó los ojos ante ese pensamiento, aunque aquello no detuvo el torrente de recuerdos que lo acompañó. El beso había sido todo lo que ella había imaginado y mucho más. Joseph había sido… demasiado. Se había cernido sobre ella con el oscuro pelo despeinado y los ojos brillantes bajo la luz de las velas para besarla. Labios cálidos, manos firmes… exquisito todo él.
Recordó el suave roce de su lengua, el firme agarre de sus brazos… y, sin saber cómo, se encontró con que estaba acariciándose los pechos. Sintió una oleada de calor al recordar la delicada manera en la que él había jugado con sus labios, el estremecimiento de excitación cuando notó su aliento en el cuello… Había sido todo lo que ella había soñado alguna vez.
Y cuando terminó, había quedado reducida a pedazos. Él le había dicho que los besos debían dejar anhelando… pero ____* no estaba preparada para la sensación de vacío que la atravesó cuando él se apartó y la miró con serenidad, como si solo hubieran asistido a los servicios dominicales y estuviera a punto de pasar el cepillo.
Ella había anhelado más… y todavía lo hacía.
La experiencia, aun bochornosa, resultó intensa y liberadora como nada que hubiera experimentado antes, y había satisfecho todos sus sueños. ¡Y había ocurrido con Joseph! Ese beso había compensado diez largos años en los márgenes de los salones de baile, observándolo pasar con una lista interminable de bellezas colgadas del brazo, una década escuchando rumores a todas horas sobre sus últimas hazañas, una eternidad enterándose de todas sus amantes con lo que siempre había intentado que pareciera falta de interés. Aunque, por supuesto, sí le había interesado.
Negó con la cabeza. Los hombres como Joseph no eran para mujeres como ella. Esa era la enseñanza que había obtenido de la noche anterior. Joseph era para mujeres excitantes, provocativas y aventureras… a pesar de que ____*, con tres copas de jerez encima, se hubiera considerado así la noche anterior… Bueno, bajo la luz del día, ella no era nada de eso.
Pero, por una noche, por un fugaz momento, lo había sido. Y qué momento tan precioso. Había sido atrevida, lanzada y, definitivamente, cualquier cosa menos «pasiva». Había ido a por aquello que sabía que no podría obtener de otra manera.
Y, aunque la noche anterior Joseph podía haberle enseñado que todo aquello no era para ella, no había ninguna razón para considerar que el resto de las cosas que deseaba hacer fueran inalcanzables.
«Puedo completar la lista.»
Aquella idea la envalentonó. Miró instintivamente hacia la delicada mesilla de noche donde había dejado la escandalosa hoja de papel antes de meterse en la cama. La cogió y la leyó, sonriendo para sí misma al ver las palabras. Si los acontecimientos de la noche anterior eran una prueba, disfrutaría de cada minuto que necesitara para llevar a cabo los demás puntos. Aquellas nueve premisas eran todo lo que se interponía entre ella y una vida plena. Solo tenía que arriesgarse.
Y ¿por qué no hacerlo?
Pletórica de energía, apartó las mantas y se levantó. Irguió los hombros y atravesó la estancia hasta el pequeño escritorio en la esquina. Dejó en él la lista, alisó el arrugado papel y volvió a releerlo antes de coger una pluma y sumergirla en el tintero cercano. Había besado a alguien. Y apasionadamente además.
Con elocuente firmeza, trazó una gruesa línea negra sobre el primer punto, incapaz de contener una sonrisa.
«¿Cuál será el próximo?»
Sonó un golpe en la puerta. A través del espejo ____* vio que esta se abría y daba paso a su doncella. Al observar la adusta mirada de la anciana, borró la sonrisa instantáneamente.
—Buenos días, Anne. —Escondió con rapidez la lista bajo un libro de poesías de Byron mientras la mujer cerraba la puerta.
—____ Hartwell —dijo Anne lentamente—. ¿Qué es lo que has hecho ahora?
____* miró fijamente a la mujer que se había ocupado de ella desde que era pequeña y luego se acercó al enorme armario de caoba.
—Me gustaría vestirme —señaló—, tengo una cita esta mañana.
—¿Con el marqués de Ralston?
____* abrió los ojos como platos.
—¿Cómo sabes…? ¿Qué? ¡No!
—¿De veras? Encuentro difícil creerlo dado que hay abajo un hombre de Ralston House esperando respuesta a una nota.
____* contuvo el aliento cuando observó la nota que sostenía su doncella. Se acercó a ella.
—Déjame verla.
Anne cruzó los brazos sobre su amplio pecho con la misiva en una de sus manos.
—¿Por qué te ha enviado un mensaje el marqués de Ralston, ____*?
La joven se sonrojó.
—No… no lo sé.
—No sabes mentir. Te conozco desde que usabas pañales. —Anne era como un perro que no soltara un hueso—. Llevas años loquita por Ralston, niña. ¿Por qué demuestra él ese repentino interés por ti?
—¡Eso no es cierto! —Intentó imprimir a sus palabras un tono firme y extendió la mano—. Quiero que me entregues mi correspondencia, Anne.
—¿Estuviste anoche con Ralston? —preguntó la doncella con aire inocente al tiempo que esbozaba una sonrisa.
____* se quedó paralizada y se ruborizó.
—¡Claro que no! —farfulló.
Anne le lanzó una mirada penetrante.
—Bueno, en algún sitio estuviste. Te oí entrar por la puerta de servicio poco antes del amanecer.
____* se acercó al armario y lo abrió de golpe como excusa para cambiar de tema.
—¿Sabes, Anne? Que me hayas cuidado desde que nací no te da derecho a hablarme de esa manera.
Anne se rió.
—Claro que sí. —La doncella aprovechó que ____* se había alejado del escritorio para sacar la lista de su escondite y leerla.
____* se volvió ante el sonido escandalizado de la mujer.
—¡No! ¡Devuélvemelo! —gritó al ver el papel en su mano.
—¡____*! ¿Qué has hecho?
—¡Nada! —Le arrebató la lista y, al darse cuenta de la mirada de incredulidad de la anciana, añadió—: Bueno, nada serio.
—Lo que hay escrito en ese papel sí parece serio.
—Es algo que prefiero no discutir.
—Estoy segura.
—No es nada. Solo una lista.
—Una escandalosa lista de cosas que las jóvenes solteras no hacen.
____* se volvió hacia el armario y metió la cabeza en el interior con la esperanza de dar por zanjada la conversación. Cuando se dio la vuelta con un vestido color melocotón en la mano, Anne todavía esperaba una respuesta.
—Pues bien —masculló—, puede que las jóvenes solteras debieran aprovechar la juventud y probar a hacer algunas de esas cosas.
Anne parpadeó ante tal franqueza. Luego se rió.
—Ya has llevado a cabo una de esas tareas.
—En efecto. —____* se sonrojó.
Anne entrecerró los ojos sobre el papel, descifrando las palabras tachadas. Cuando levantó la mirada estaba estupefacta, y ____* le dio la espalda.
—Bien, ____ Hartwell, parece que no has perdido el tiempo y has ido directa a por lo que llevas años deseando.
____* no pudo contener la sonrisa que acudió a sus labios.
—¡Anoche estuviste con Ralston!
El brillante rubor de las mejillas de ____* fue más elocuente que las palabras.
—Te voy a decir una cosa —continuó Anne con cierto indicio de orgullo en la voz—, eres la única chica que conozco capaz de escribir una lista como esta y llevarla a la práctica. —Cambió el tono de voz para añadir—: Por supuesto, si en una semana tu reputación no está completamente arruinada, estaré todavía más sorprendida que ahora.
—Pienso tener mucho cuidado —protestó ____*.
Anne negó con la cabeza.
—A menos que trabajes para el Ministerio de la Guerra, ____*, no podrás completar ni la mitad de los puntos de esa lista sin que tu reputación se vea afectada. —Hizo una pausa—. Lo sabes, ¿verdad?
____* asintió brevemente con la cabeza.
—¿Está mal que esta mañana no me importe?
—Sí. No puedes llevar a cabo todas esas cosas, ____*. ¿Jugar a las cartas? ¿En un club de caballeros? ¿Te has vuelto loca?
____* se puso seria.
—No. —Hubo un tenso silencio entre las dos. Finalmente, ____* pareció encontrar las palabras que estaba buscando—. Pero, Anne, fue maravilloso. Fue la aventura más increíble de mi vida. ¿Me puedes culpar por querer más?
—Me parece que has llegado más allá de lo que me has dicho. Dame eso. —Anne tomó el vestido de muselina color melocotón y lo cambió por otro de un tono verde hierba.
—¿Qué le pasa al que había elegido?
—Oh, no me hagas pucheros. Si vamos a ir a Ralston House, este es el que llevarás. El verde te favorece más.
____* cogió el vestido y observó a Anne, que cogía la ropa interior.
—No vamos a ir a Ralston House.
La mujer no dijo nada y siguió rebuscando en el armario. Luego le tendió la nota. La joven rompió el sello de lacre con manos temblorosas dividida entre la curiosidad y el temor.

Lady ____:
Mi hermana la espera a las once y media.
R.

Ya no había marcha atrás.
—Anne —dijo ____*, sin ser capaz de apartar la mirada del texto—. Vamos de visita a Ralston House.

Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por Julieta♥ Lun 18 Jun 2012, 6:06 pm

CAPITULO 9



Por segunda vez en menos de veinticuatro horas, ____* se encontró otra vez ante Ralston House —ahora a la luz del día y respetablemente acompañada por su doncella—, para conocer a la señorita Juliana Fiori, la misteriosa hermana menor del marqués.
____* respiró hondo y rezó con todas sus fuerzas para que Joseph no se encontrara en casa, esperando poder sortear de esa manera una irremediable humillación. Sabía, por supuesto, que no podría evitar tropezarse con él en el futuro, después de todo, sería la madrina de su hermana en su presentación en sociedad. Pero, sin embargo, esperaba conseguirlo hoy.
Abrió la puerta un lacayo y se toparon con la cara impávida de Jenkins en el vestíbulo.
«Por favor, que no me reconozca», imploró en silencio mientras miraba el rostro arrugado del mayordomo, intentando parecer fría y tranquila.
—Lady ____ Hartwell. Tengo una cita con la señorita Juliana. —Irguiéndose en toda su altura, ____* pronunció aquellas palabras con su tono más educado, tendiéndole una tarjeta color marfil al mayordomo, que la recibió con una reverencia.
—Con mucho gusto, milady. La señorita Juliana la está esperando. Por favor, sígame.
En cuanto Jenkins le dio la espalda, ____* dejó escapar un largo suspiro de alivio. Lo siguió hasta la primera puerta abierta en un largo pasillo de mármol y le ofreció la más regia de las inclinaciones de cabeza cuando él se apartó a un lado para dejarla entrar en una espaciosa salita de visitas decorada en tonos verdes.
____* observó la seda color hierba que cubría las paredes, las sillas y el sofá; muebles elaborados en caoba y tapizados con los más finos brocados. El buen gusto que rezumaba la estancia se veía completado por una sensacional estatua de mármol a uno de los lados, una figura femenina ágil y alta con una ancha tira de tela esculpida por encima de la cabeza, que parecía agitarse con el viento tras ella. Contuvo el aliento ante la belleza de la efigie; fue incapaz de no acercarse a ella, atraída por aquella sonrisa misteriosa que esbozaba la diosa en un fluido movimiento de mármol. Estudió con admiración la caída de la tela tallada que cubría el cuerpo de la figura y alargó la mano para acariciarla, casi esperando sentir cálido lienzo en vez de fría piedra. Entonces le llegó una voz desde el umbral.
—Es preciosa, ¿verdad?
____* se giró con rapidez hacia el sonido, conteniendo la respiración. En la puerta estaba Ralston, con una amplia sonrisa en la cara, como si le hiciera gracia su incomodidad.
No… no era Ralston.
El hombre en la puerta era lord Nicholas St. Jonas, alto y de anchas espaldas, mandíbula cincelada y brillantes ojos miel-avellana muy parecido a Ralston en todo menos en una cosa: la mejilla derecha de lord Nicholas estaba marcada con una cicatriz, una línea blanca y larga que atravesaba su piel bronceada, en brutal contraste con el resto de sus facciones, aunque aquello no impedía que resultara un caballero perfecto. A pesar de que esa cicatriz debería haber provocado que mostrara un semblante peligroso, solo lo hacía más atractivo. ____* había sido testigo de cómo respetables mujeres de buena familia se comportaban como auténticas imbéciles cuando estaban cerca de St. Jonas, algo que a él no parecía importarle.
—Lord Nicholas —dijo ella con una sonrisa, ladeando graciosamente la cabeza cuando él cruzó la estancia para cogerle la mano e inclinarse ante ella en una profunda reverencia.
—Lady ____ —sonrió con calidez—, observo que ha descubierto a mi amada —indicó Nicholas señalando la estatua.
—En efecto. —____* volvió a centrar la atención en la figura de mármol—. Es impresionante. ¿De qué artista es?
St. Jonas negó con la cabeza con los ojos brillantes de orgullo.
—Es un misterio. La encontré en la costa sur de Grecia hace varios años. Estuve allí siete meses buscando mármol. Cuando regresé, traje conmigo esta hermosa pieza para Ralston House, con la esperanza de que mi hermano le ofreciera un hogar adecuado. —Hizo una pausa mientras rodeaba la estatua—. Creo que es Selene, diosa de la luna.
—Se la ve tan contenta…
—Parece sorprendida.
—Bueno —dijo ____* en voz baja—, la de Selene no es la más feliz de las historias. Después de todo, está condenada a amar a un mortal al que Zeus castigó a dormir eternamente.
St. Jonas se volvió hacia ella al oír sus palabras; parecía bastante impresionado.
—Por su propia culpa. Debería habérselo pensado mejor antes de pedirle favores a Zeus. Ese tipo de cosas no suelen acabar bien.
—Sin duda, Selene debía anhelar desesperadamente que le concediera ese favor. Supongo que esta estatua la representa pletórica de felicidad antes de que Zeus jugara con los hilos de su destino.
—Se le olvida —añadió St. Jonas con un pícaro brillo en los ojos—, que Endimión y Selene tuvieron veinte hijos a pesar del sueño, así que puede que ella no fuera tan infeliz con la situación.
—Con el debido respeto, milord —dijo ____*—, criar sola a veinte hijos no parece la más feliz de las circunstancias. Por eso pienso que no podría parecer tan descansada si esta fuera una estatua que la representara en plena dicha maternal.
St. Jonas se rió a carcajadas.
—Una opinión interesante, lady ____. Si esta conversación es un indicio de lo que se avecina, el debut de Juliana va a resultar tremendamente entretenido… por lo menos, para mí.
—Y, por supuesto, tu entretenimiento es de vital importancia, Nicholas.
____* se tensó cuando aquellas irritadas palabras flotaron en la estancia, sombrías y amenazadoras, haciendo que su corazón se desbocara. Ella trató de mantener la calma, pero supo antes de darse la vuelta que Ralston se había unido a ellos.
St. Jonas pareció sentir su nerviosismo y le guiñó el ojo antes de esbozar una amplia sonrisa.
—En efecto, hermano —dijo, girándose hacia el marqués.
El ceño de Ralston se hizo más profundo mientras observaba a ____*, atravesándola con aquella aguda mirada . Un brillante sonrojo cubrió las mejillas de la joven, que bajó la vista y miró a cualquier sitio menos a él. Nick notó su incomodidad y acudió en su ayuda.
—No es necesario que seamos groseros, Joe. Solo hacía compañía a lady ____ mientras esperaba a que apareciera Juliana. ¿Dónde se ha metido esa chica?
—Le dije a Jenkins que no la avisara todavía. Me gustaría hablar con lady ____ antes de presentársela. —Hizo una pausa—. A solas, Nick, por favor.
____* notó que su corazón se aceleraba. ¿Qué tenía que decirle que no podía escuchar su hermano?
—Espero con ansiedad nuestro próximo encuentro —dijo Nick, inclinándose sobre la mano de la joven. Cuando se enderezó le ofreció a ____* una brillante sonrisa y otro guiño reconfortante.
Ella no pudo evitar sonreír también.
—Lo mismo digo, milord.
Ralston esperó a que la puerta de la estancia se cerrara antes de indicarle a ____* que se sentara en una de las sillas cercanas, tomando asiento frente a ella. La joven intentó ignorar la manera en que él empequeñecía el mueble —de hecho, toda la habitación—, como si Ralston House hubiera sido diseñada para gente de menor tamaño. Inclinó la cabeza y fingió estar cautivada por el patrón de la tapicería de la silla en que estaba sentada, obligándose a interpretar su papel a pesar de estar sola con él. Fue una tontería. Aquel no era un hombre al que se le pasara nada por alto.
—Quiero hablar sobre Juliana antes de presentársela.
____* notó una punzada de decepción. ¿Era necesario que se mostrara tan frío? La joven no levantó la vista y en su lugar, fijó la atención en las manos enguantadas que tenía entrelazadas sobre el regazo mientras intentaba olvidar con todas sus fuerzas que, solo unas horas antes, había tocado a Joseph de una manera muy íntima con esas mismas manos. Pero ¿cómo poder olvidarlo? La piel caliente, el pelo suave y espeso, los brazos musculosos… Ella había acariciado cada uno de esos lugares. Y él, sin embargo, parecía impertérrito.
—Como quiera, milord —dijo ella tras aclararse la voz.
—Creo que será mejor que venga usted a Ralston House para trabajar con Juliana. No ha tenido una educación esmerada y no me gustaría que diera un paso en falso delante de la condesa de Allendale.
Ella agrandó los ojos, pero alzó la cabeza y le sostuvo la mirada.
—Mi madre jamás comentaría que estoy dándole lecciones a su hermana.
—No obstante, las paredes oyen.
—No las de Allendale House.
Él se inclinó hacia delante en la silla, acercándose lo suficiente como para tocarla, con los músculos tensos pero firmemente controlado.
—No voy a andarme con rodeos, se lo diré claramente: no pienso ceder en ese punto. Juliana es reticente a ser presentada en sociedad y está deseando regresar a Italia. Me temo que se sentirá inclinada a dar problemas antes de aceptar que su hogar está aquí ahora. Su madre y sus amigas son los pilares de la sociedad, mujeres para quienes la ascendencia y la reputación son de capital importancia. Y aunque la línea familiar de Juliana no llegue hasta Guillermo el Conquistador y tenga muchas posibilidades de verse manchada por el lustre de nuestra madre, será presentada en Londres. Y será una debutante preciosa. No permitiré que se malogre esa oportunidad.
Ralston habló con absoluta certeza, como si el único camino posible para el éxito de Juliana fuera el que él había planeado. A pesar de ello, no había manera de ignorar la urgencia de su voz. Tenía razón, Juliana Fiori necesitaría mucho más que su apoyo para tener éxito en sociedad. Era hija de una marquesa descarriada y un comerciante italiano, un burgués sin importancia; apenas sería considerada legítima por la aristocracia.
Pero Joseph St. Jonas, marqués de Ralston, no permitiría que las sombras de su árbol genealógico mancharan el futuro de su hermana. Que los hermanos St. Jonas hubieran decidido presentar a Juliana en sociedad demostraba mucho temple y, siendo ella misma una hermana orgullosa y capaz de hacer cualquier cosa por los suyos, ____* respetaba su decisión. No eran el tipo de hombres que renunciara a sus propósitos.
—Ardo en deseos de conocer a su hermana, milord. —Una frase sencilla, pero que tenía un inconfundible significado: «Estoy de su parte.»
Joe hizo una pausa mientras la taladraba con la mirada y, por primera vez en una década, ella no apartó la vista. Cuando él habló, unos momentos después, fue en un tono más suave.
—No contaba hoy con usted.
—Le confieso, milord, que he estado considerando no venir —dijo ella con una media sonrisa.
—Y, a pesar de ello, aquí está.
____* se ruborizó e inclinó la cabeza con timidez.
—Hicimos un trato.
—En efecto —contestó él, con la voz más calmada y precavida.
Aquel tono profundo hizo que ____* notase que la atravesaba una oleada de calor. Se aclaró la voz con nerviosismo, mirando el reloj de una mesita cercana.
—Comienza a hacerse tarde, milord. Creo que será mejor que me presente a su hermana ¿no cree?
Él la miró fijamente durante unos momentos, como si estuviera intentando leerle el pensamiento. Al final, pareció satisfecho con lo que vio. Se puso en pie sin decir nada y envió a buscar a su hermana.
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por Julieta♥ Lun 18 Jun 2012, 6:08 pm

CAPITULO 10




Lo primero que uno notaba en Juliana Fiori no era su hermosura, aunque era una auténtica belleza —atractivos ojos miel-avellana, piel de porcelana y una espesa masa de rizos de color castaño oscuro que la mayoría de las mujeres querrían poseer—. Tampoco eran sus rasgos delicados ni su voz melodiosa con marcado acento italiano. Ni su altura, aunque era más alta que ____*, lo que, por otro lado, no era demasiado difícil.
No, lo primero que uno percibía en Juliana Fiori era su franqueza.
—Me parece una necedad que exista un orden correcto para verter el té y la leche en una taza.
____* contuvo la risa.
—Supongo que en Venecia no será una ceremonia frecuente, ¿verdad?
—No. Es líquido. Está caliente. Y no es café. ¿Para qué preocuparse? —Juliana esbozó una brillante sonrisa que hizo aparecer un hoyuelo en su mejilla.
—En efecto, ¿para qué? —dijo ____*, preguntándose si los hermanos de Juliana poseerían también aquel rasgo tan cautivador.
—No se preocupe —aseguró Juliana mientras alzaba la mano dramáticamente—. Me esforzaré por recordar que primero se vierte el té y luego la leche. Odiaría ser la causa de otra guerra entre Gran Bretaña y el Continente.
____* se rió y cogió la taza de té que la joven había servido a la perfección.
—Estoy segura de que el Parlamento le agradecerá su diplomacia.
Las dos compartieron una sonrisa antes de que Juliana continuase.
—Entonces, si conozco a un duque o una duquesa… —dijo Juliana mientras colocaba un trozo de pastel en un plato y se lo ofrecía a ____*.
—Lo que sucederá con toda seguridad… —señaló ____*.
—Allora, cuando conozca a un duque o duquesa, me dirigiré a ellos como «excelencia». A todos los demás será mejor que los llame «milord» o «milady».
—En efecto. Al menos, a todos los que posean un título de nobleza o un título de cortesía debido a su ascendencia.
Juliana inclinó la cabeza, considerando las palabras de ____*.
—Eso es más complicado que servir el té. —Se rió—. Creo que es un alivio para mis hermanos que vaya a quedarme poco tiempo. De hecho, espero que puedan reparar cualquier daño que su escandalosa hermana italiana provoque en estos dos meses.
____* le dirigió una sonrisa reconfortante.
—Tonterías. Se meterá a la sociedad en el bolsillo.
Juliana pareció confundida.
—¿Cómo es posible eso?
La sonrisa de ____* se hizo más profunda y agitó la cabeza.
—Es una manera de hablar. Quiere decir que usted será un éxito social. —Bajó la voz hasta convertirla en un susurro antes de afirmar—: Le aseguro que los caballeros se volverán locos por conocerla.
—Igual que pasó con mi madre, ¿no? —Los ojos miel-avellana de Juliana lanzaron chispas y cortó el aire con la mano en un gesto brusco—. No. Quítese de la cabeza la idea de buscarme marido. No me casaré nuca.
—¿Por qué no?
—¿Qué pasaría si me vuelvo como ella? —Aquellas palabras dichas con enorme calma dejaron muda a ____*. Antes de que se le ocurriera qué decir, Juliana continuó—: Lo siento.
—No es necesario que se disculpe. —____* alargó la mano y la puso sobre el brazo de la muchacha—. Imagino lo difícil que es para usted.
La joven hizo una pausa y clavó los ojos en el regazo.
—Durante diez años he simulado que mi madre no existía. Y ahora descubro que la única familia que me queda es la suya. Y estos hombres… Mis hermanos… —Su voz se desvaneció.
____* observó a la chica, sopesando sus palabras antes de hablar.
—No los considera su familia, ¿verdad?
Un destello de culpa atravesó la cara de Juliana.
—¿Tan evidente es?
De ninguna manera. —____* negó con la cabeza.
—Creo que ni siquiera les gusto.
—Imposible —dijo ____* con firmeza—. Es usted una joven muy agradable. Yo misma, que acabo de conocerla, estoy disfrutando enormemente en su compañía.
Juliana esbozó una media sonrisa antes de hablar.
—Creo que Nicholas llegará a sentir afecto por mí, pero Joseph… —sostuvo la mirada de ____* y bajó la voz—, ni siquiera sonríe.
____* se inclinó hacia delante y acarició el brazo de la joven.
—No debería darle tanta importancia a ese asunto. Creo que podría contar con los dedos de una mano las veces que he visto sonreír a Ralston. —«Y no habrá sido por no mirarle.»
Juliana miró durante un rato el lugar donde ____* la tocaba antes de cubrir su mano con la de ella. Cuando le buscó los ojos, mostraba en su expresión todas sus dudas.
—En realidad no supongo más que un montón de problemas para él, ¿no cree? La hija huérfana de la mujer que un buen día los abandonó y se buscó una nueva familia.
____* sabía que debía poner punto final a aquella conversación tan íntima. Después de todo, las complejidades de los asuntos familiares de Ralston eran solamente cosa suya, pero no pudo evitarlo.
—Esta no es una nueva familia. Es su familia —la corrigió—. Una familia en la que siempre ha tenido un lugar esperándola.
Juliana negó con la cabeza.
—No. No saben nada de mí. Solo les recuerdo a nuestra madre. Ese es nuestro único nexo. Tengo la certeza de que Joseph solo la ve a ella cuando me mira. Creo que se sentirá encantado cuando me vaya dentro de dos meses.
A pesar de la inmensa curiosidad que sentía sobre la antigua marquesa, ____* se contuvo y no siguió indagando sobre la mujer que había abandonado a su suerte, con tanta indiferencia, a tres niños tan notables.
—Puede que sus hermanos no la conozcan, Juliana —afirmó finalmente—, pero lo harán. Y la querrán. Me juego el cuello a que ya han comenzado a hacerlo. Le aseguro que no la dejarán marchar dentro de dos meses. E, incluso aunque se lo permitieran, espero que cambie de idea y se quede.
Los brillantes ojos azules de Juliana se llenaron de lágrimas.
—Siete semanas y seis días.
____* notó una oleada de simpatía por la joven.
—Honestamente —dijo, sonriendo—, y tras haber pasado una tarde con usted, le aseguro que espero poder seguir viéndola en el futuro. Creo que nos convertiremos en muy buenas amigas.
Juliana esbozó una acuosa sonrisa. Respiró hondo, se enderezó y se borró las lágrimas con la mano, como si así pudiera olvidar sus inseguridades.
—¿Hace mucho tiempo que es amiga de mi hermano?
____* se quedó paralizada.
—¿Amiga?
—Sí. Es evidente que Joseph siente una profunda admiración por usted y que la considera su amiga. Esta mañana parecía realmente ansioso por informarme de que usted me apoyaría ante la sociedad. Si no son amigos, ¿por qué iba a estar usted aquí? ¿Por qué arriesgaría su estatus para guiarme y no dejarme dar un paso en falso?
____* supo que no podía decirle la verdad. «Deberías saber, Juliana, que hay un momento en la vida de cada mujer en la que está dispuesta a hacer cualquier cosa por que la besen.» Se mantuvo en silencio mientras buscaba las palabras apropiadas, pero Juliana interpretó mal lo que significaba aquella pausa.
—Ah —dijo, como si supiera de lo que hablaba, con una muda implicación en aquella única sílaba—. Entiendo. Son más que amigos, ¿verdad?
____* agrandó los ojos ante aquellas palabras.
—¿Qué quiere decir?
—¿Es usted su… —Juliana se interrumpió y buscó la expresión correcta—, su inamorata?
—¿Perdón? —La pregunta acabó en un chillido ahogado.
—Su amante, ¿verdad?
—¡Juliana! —El insulto la ofendió, y ____* adoptó la más regia de las actitudes y su tono de institutriz—. ¡Uno no habla de las amantes o amores o… ninguna de esas cosas personales en público!
—Pero usted no es una simple invitada. —Juliana parecía confundida—. Usted es mi amiga, ¿verdad?
—Por supuesto que sí. Sin embargo, ¡tampoco se habla de eso con los amigos!
—Perdón. No lo sabía. Pensaba que si usted y Joseph eran…
—¡No lo somos! —Las palabras salieron de su boca como un torrente tembloroso—. No somos amantes. ¡Ni siquiera somos amigos! Estoy aquí para ayudarla porque usted me gusta. Disfruto en su compañía. Y el marqués de Ralston no tiene nada que ver en el asunto.
Juliana miró a ____* directamente a los ojos y esperó un buen rato antes de responder.
—Yo también disfruto de su compañía, lady ____, y me encanta tenerla a mi lado en esta aventura. —Luego se inclinó hacia delante con los labios curvados con picardía—. Sin embargo, creo que no hace esto solo por que sea una buena persona. Si no, ¿por qué lo negaría con tanto énfasis?
____* agrandó los ojos y abrió la boca, sorprendida. Luego la cerró de golpe.
—No se preocupe. Su segreto está a salvo conmigo.
____* negó con la cabeza.
—Pero… ¡no hay ningún secreto! —exclamó—. ¡No tengo nada que ocultar!
La sonrisa de Juliana se hizo más amplia.
—Será como dice. —Ladeó la cabeza pensativamente—. De todas maneras, no diré nada.
____* se recostó en la silla y miró a su pupila con los ojos entrecerrados. La jovencita sonreía satisfecha como una gatita ante un plato de nata.
Y pensar que no hacía ni veinticuatro horas que ella había considerado que el marqués era el residente más sagaz de Ralston House.
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por aranzhitha Lun 18 Jun 2012, 7:58 pm

jajaja me muero de risa :risa:
Primero la doncella metichilla y picara
Luego con Nick awww lindo mi amors
Joe que puedo decir de él, es tan dsjdsdjfg hermoso
Pero la que se paso fue Juliana jajaja me mato con sus conjenturas sobre la rayiz y Joe
Mujer me dejas siempre con ganas de leer mas !!!
Siguela!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por Julieta♥ Mar 19 Jun 2012, 4:47 pm

CAPÍTULO 11



El marqués de Ralston estaba cómodamente sentado en un enorme sillón frente a la gran chimenea de mármol de uno de los elegantes salones del club para caballeros Brook's, con las piernas estiradas ante él descuidadamente y las botas brillantes. Para cualquier observador casual no sería más que otro aristócrata mimado, con el nudo de la corbata flojo pero no deshecho, el pelo despeinado y los ojos entornados, clavados en el bailoteo intermitente de las llamas. En una mano sostenía una copa de whisky con los dedos laxos, como si estuviera a punto de dejarla caer en cualquier momento sobre la gruesa alfombra azul.
Cualquier ojo no entrenado no vería más que un dandi perezoso.
Sin embargo, tal conclusión sería una vulgar ilusión, pues la desgarbada y casual postura de Ralston desmentía su verdadero estado de ánimo. Su mente no dejaba de dar vueltas, y la frustración se enfrentaba en una sosegada batalla contra su voluntad.
—Tenía el presentimiento de que te encontraría aquí.
Joseph apartó la mirada del fuego y la clavó en su hermano.
—Si has venido a anunciarme la existencia de otra hermana, este no es el mejor momento.
—Oh, tranquilo, por ahora seguimos siendo tres, aunque sea difícil de creer. —Nick se sentó frente a Joe, con un suspiro—. ¿Has hablado ya con Nastasia?
Joseph bebió un largo sorbo.
—Sí.
—Ah, eso explica tu estado de ánimo. Tratar de rectificar años de libertinaje en unas pocas horas no es cosa fácil.
—No he dicho que vaya a cambiar mis costumbres, Nick, solo que seré más discreto.
—Por ahora es suficiente. —Nick ladeó la cabeza, divertido—. Es un buen comienzo, deberías comenzar a pensar en tu legado.
El ceño de Joseph se hizo más profundo. Durante los años que siguieron a la muerte de su padre, había hecho gala de un comportamiento indecoroso que había llegado a ser legendario en todo Londres, ganándose con ello una reputación de granuja y libertino que en la actualidad era más escandalosa de lo que en realidad se merecía.
—Se parece muchísimo a nuestra madre.
Joe giró la cabeza ante esas palabras.
—Por nuestro bien, espero que sea la única similitud entre ambas. Si no, sería mejor que la mandáramos ahora mismo de vuelta para Italia. La reputación de nuestra madre ya va a ser difícil de obviar tal y como están las cosas.
—Es una suerte que poseas título y riquezas. Juliana no carecerá de invitaciones para los principales acontecimientos de la temporada. Por supuesto, estarás obligado a acompañarla.
Joe tomo un sorbo de whisky, negándose a morder el cebo que le ponía su hermano.
—¿Pretendes librarte del mismo destino, hermano?
Nick esbozó una rápida sonrisa.
—Nadie percibirá la ausencia del menor de los St. Jonas.
—No van a tener la oportunidad, Nicholas, me acompañarás a cada uno de esos acontecimientos.
—Lo cierto es que he recibido un encargo en el norte, en Yorkshire. Leighton piensa que necesita de mis habilidades para recuperar una estatua perdida. Estoy barajando la posibilidad de aceptar su oferta.
De eso nada. No pienso permitir que te vayas a jugar con tus piedrecitas dejándome solo para mantener a raya a los lobos.
Nick arqueó una ceja.
—Voy a tratar de no ofenderme ante la manera de referirte a mi trabajo… ¿durante cuánto tiempo piensas privarme de libertad?
Joe volvió a beber.
—¿Para qué fecha crees que podremos tenerla casada?
—Eso dependerá de la rapidez con que le hagamos olvidar esa idea suya de no querer casarse. Le tiene terror a la influencia de nuestra madre, Joe. Y ¿acaso puedes culparla? Esa mujer ha dejado huella en cada uno de nosotros. Y ese es el vía crucis particular de Juliana.
—No es como nuestra madre. Sus propios temores lo prueban.
—No obstante, no es a nosotros a quienes debemos convencer de ello, sino a ella. Y al resto de Londres. —Los mellizos se quedaron callados durante un buen rato antes de que Nick añadiera—: ¿Crees que Juliana estaría dispuesta a considerar una unión matrimonial por amor?
Joseph emitió un gruñido de irritación.
—Lo cierto es que espero que la muchacha tenga el suficiente sentido común como para no hacerlo.
Las mujeres tienden a creer en el amor. En particular las más jóvenes.
—No me puedo imaginar a Juliana dando crédito a tales cuentos de hadas. Se te está olvidando que nos crió la misma mujer… Es materialmente imposible que Juliana aspire a encontrar el amor. No después de ser testigo del daño que este puede provocar.
Los hermanos permanecieron en silencio unos momentos.
—Por nuestro bien —dijo Nick—, espero que tengas razón. —Como Ralston no añadió nada más, St. Jonas continuó—: Lady ____ ha sido una excelente elección.
Joseph emitió un gruñido evasivo.
—¿Cómo conseguiste que estuviera dispuesta a ayudarnos?
—¿Importa?
Nick arqueó una ceja con rapidez.
—Bien, acabas de hacerme sospechar que sí, que tiene mucha importancia. —Joseph no respondió, y Nick se puso en pie finalmente y se enderezó la corbata—. Marbury me ha invitado a participar en una partida de cartas en el salón de al lado. ¿Quieres unirte a nosotros?
Joseph negó con la cabeza y tomó otro trago de whisky.
Nick se despidió con un gesto de cabeza y se alejó. Joseph lo observó con los ojos entrecerrados, maldiciendo la extraña habilidad de su mellizo para ir directo al meollo de cualquier situación delicada.
Lady ____.
Pensaba que había llegado como caída del cielo, una mujer con una reputación sin parangón que había aparecido justo cuando más la necesitaba. Era la solución perfecta para el problema que suponía preparar a Juliana para su primera temporada… O eso había pensado. Pero luego la besó.
«Y el beso había sido extraordinario.»
Joseph se burló de sus propios pensamientos. Se encontraba frustrado y cualquier beso habría sido una bienvenida distracción.
«En especial cuando se cuenta con una pareja tan entusiasta y agradable.»
Joseph se puso duro casi al instante al recordar lo que había sentido al tener a ____* entre sus brazos, al oír sus suaves suspiros, la manera en que ella se había abandonado al beso. Se preguntó si aquel entusiasmo por los besos se vería reflejado en otros actos más carnales. Por un momento, se permitió imaginarla en su cama, con aquellos enormes ojos castaños, ofreciéndole sus labios sin llevar puesto nada más que una invitadora sonrisa.
Al otro lado de la estancia hubo un estallido de risas y Joseph se vio arrancado bruscamente de su ensueño. Se reacomodó en el sillón buscando alivio a la incómoda estrechez de sus pantalones y meneó la cabeza para hacer desaparecer la imagen que había aparecido en su mente mientras pensaba que debía buscarse una hembra dispuesta. Lo más rápidamente posible.
Tomó otro sorbo y luego hizo girar el whisky en la copa mientras consideraba los extraños acontecimientos de la noche anterior. No podía negar que lady ____ Hartwell, una florero de primera categoría con un nombre extraño —a la que, siendo honesto, no le había dedicado ni un pensamiento en su vida—, le intrigaba. No era el tipo de mujer que solía interesarle. De hecho, era todo lo contrario a sus preferencias: mujeres exquisitas, seguras de sí mismas y experimentadas.
«Entonces, ¿por qué me intriga tanto?»
Joseph se salvó de considerar aquella pregunta porque hubo otra explosión de ásperas carcajadas al otro lado de la estancia. Ansioso por distraerse de tan desconcertantes reflexiones, centró su atención en un grupo de caballeros que apostaban a viva voz. Finney, el corredor de apuestas del club, garabateaba en el libro de Brook's lo más rápido que podía.
Se inclinó hacia delante en el sillón para ver mejor y dedujo al instante que el foco de atención de los hombres era el barón de Oxford. Una vez sabido eso, que Oxford era el apostador, no había duda del tema sobre el que trataría aquella apuesta: la aparentemente interminable búsqueda de esposa por parte del barón. Durante los últimos meses, Oxford, que tenía enormes deudas por culpa de su afición al juego, había anunciado públicamente en Brook's que iba a casarse con la mujer más rica que encontrara.
Por lo general, Joseph encontraba a Oxford demasiado alborotador —la mayoría de las veces por estupideces— para hacerle caso, pero considerando la necesidad que tenía de distraerse, hizo una excepción. Se puso en pie y se acercó al grupo.
—Diez guineas por Prudence Marworthy.
—¡Tiene cara de caballo! —protestó el propio Oxford.
—¡Su dote es suficiente para apagar las luces! —dijo una voz al fondo. Joseph fue el único que no se rió de aquel chiste.
—¡Veinte guineas a que no consigues a la hija de Berwick! —El conde de Chilton hizo su envite provocando una ronda de gemidos ante tan insensible apuesta, sorprendidos por el importe del juego de Chilton.
—¡Puede que sea simple —se mofó Oxford con una risita—, pero su padre es el hombre más rico de Inglaterra!
Al ver que aquella conversación no lograba interesarle, Joseph se dirigió a la puerta del salón. Casi había alcanzado su destino cuando se oyó una voz por encima del resto.
—¡Ya lo tengo! ¡La joven de Allendale!
Joe se detuvo en seco y se giró para oír la respuesta. Aquella mujer no dejaba de rondarle.
—No sirve. Acaba de comprometerse en matrimonio con Rivington —informó alguien—. Y te has vuelto loco si crees que el ángel Allendale se fijaría en Oxford.
—No, la guapa no… La otra.
—¿La gordita?
—¿La que tiene ese nombre ridículo?
Oxford se tambaleó a resultas, sin duda, de la cantidad de whisky ingerido, gozando de cada minuto de atención que obtenía.
—Todo hay que decirlo, Rivington ha realizado una hábil maniobra al emparentar con la fortuna Allendale… Casarme con lady “lo que sea” sería una maniobra muy inteligente.
—Lady ____ —dijo Joseph con suavidad, con demasiada suavidad para ser oído. Al mismo tiempo otro de los hombres corrigió a Oxford.
El barón continuó, agitando su copa en el aire con gesto despectivo.
—Bueno, sea cual sea su nombre, sería rico otra vez… Lo suficientemente rico como para mantener a una amante a todo tren y no tener que perder el tiempo con mi esposa. Salvo para ponerle un heredero y el repuesto en el vientre. Imagino que a su edad —hizo una pausa para darle a sus palabras un obsceno énfasis—, agradecerá cualquier interés que muestren por ella.
La declaración de Oxford provocó otro aullido colectivo de risas.
Joseph sintió que le atravesaba una aversión visceral. «No hay ninguna posibilidad de que ¬¬¬____ Hartwell se case con Oxford.» Ninguna mujer con un poco de sangre en las venas se decidiría por un asno semejante. Joseph jamás había estado tan seguro de nada en su vida.
—¿Quién está dispuesto a apostar en contra de que será mía en junio?
Algunos de los amigos de Oxford lo hicieron, otros apostaron que el conde de Allendale rechazaría al barón, y un único hombre dijo que el barón tendría que fugarse con lady ____ para obtener su objetivo.
—Yo acepto todas las apuestas. —Las palabras de Joseph , a pesar de haber sido pronunciadas en voz baja desde el otro lado de la estancia, silenciaron a todos los caballeros, que se volvieron para mirarle.
Oxford esbozó una amplia sonrisa.
—Ah, Ralston, no te había visto. ¿Te gustaría apostar sobre mi futura esposa?
Joseph no podía imaginar ni una sola situación en la que la mujer que había aparecido en su puerta la noche anterior considerara a Oxford algo más que una irritación. Jamás había visto una apuesta tan predecible como aquella. Era como robarle el caramelo a un niño.
—En efecto, Oxford. Apuesto a todo lo que han dicho sobre lady ____. No existe ni la más mínima posibilidad de que se case contigo. —Miró al corredor de apuestas—. Finney, apunta mis palabras. Si Oxford llega a tener la oportunidad de declararse a lady ____, ella le rechazará.
Un susurro de sorpresa recorrió la multitud cuando Finney preguntó:
—¿Cuánto, milord?
Joseph buscó la mirada de Oxford antes de hablar.
—Imagino que mil libras será suficiente —dijo antes de darse la vuelta y salir del salón, dejando perplejos a todos los presentes.
Acababa de lanzar un reto.
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por aranzhitha Mar 19 Jun 2012, 8:45 pm

aww maldito tipo :caliente: haciendo apuestas sobre la rayiz
Joseph ganara la apuesta :twisted:
Siguela!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por chelis Mar 19 Jun 2012, 10:05 pm

NUEVAAA LECTOOORAAA!!!!!
OOOOHHH
JOE ESTA JUGANDOOO CON FUEEEGOOO
chelis
chelis


http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por Julieta♥ Miér 20 Jun 2012, 9:45 pm

chelis escribió:NUEVAAA LECTOOORAAA!!!!!
OOOOHHH
JOE ESTA JUGANDOOO CON FUEEEGOOO

BIENVENIDA!!!!
espero te siga gustando
ya subo cap!
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por Julieta♥ Miér 20 Jun 2012, 9:50 pm

CAPÍTULO 12



____* creía que esa noche sería diferente. Había esperado que el baile del compromiso de Mariana y Rivington fuera perfecto. Y lo era. Cada rincón de la estancia había sido encerado y abrillantado, incluyendo suelos y ventanas. Miles de velas centelleaban en las enormes lámparas de araña y en los candelabros de las paredes. Y también relucían las columnas de mármol que resaltaban la altitud del lugar y sostenían la característica más impresionante del salón de baile de Allendale House, un corredor superior que servía para que los invitados que necesitaran un respiro lo encontraran sin necesidad de abandonar la estancia.

____* había querido que Mariana brillara con luz propia. Y lo hacía. Una brillante gema en el brazo de Rivington mientras giraban entre otras docenas de parejas en un baile enternecedor. Todos los invitados parecían estar de acuerdo con ella; se mostraban impresionados por estar allí, en el primer acontecimiento importante de la temporada, siendo testigos del compromiso entre Mariana y su duque. La sociedad lucía sus mejores galas, siguiendo a pies juntillas los dictados de la moda, ansiosos por ver y ser vistos por aquellos que habían pasado fuera de Londres los meses de invierno.
Sin embargo, ____* había pensado que ese baile sería especial para las dos hermanas.
Pero allí estaba ella, sentada en los márgenes de la pista de baile, con las solteronas. Como siempre.
Debería estar acostumbrada a ser ignorada y desechada junto con el resto de las féminas que se habían quedado para vestir santos. De hecho, era donde más le gustaba estar. Aquellas mujeres la habían aceptado en su seno sin pedirle explicaciones de por qué buscaba refugio entre ellas. ____* encontraba bastante más agradable observar el desarrollo de la temporada con las matronas que permanecer de pie esperando pacientemente alguna invitación de un caballero elegible.
Tras ser perseguida durante dos temporadas por cazadotes y viejos viudos, ____* había dado la bienvenida al cálido compañerismo de las solteronas.
Y poco después… se había convertido en una de ellas.
No había sabido nunca cuándo o por qué había ocurrido, pero así había sucedido. Y ahora, ya no tenía mucho que decir al respecto.
Sin embargo, esa era la noche del compromiso de Mariana. Era su primer baile desde que había escrito la lista. Y realmente había pensado que las cosas podrían ser diferentes. Después de todo, como dama de honor de la novia, ¿no tenía derecho a un reconocimiento especial en un acontecimiento ofrecido para celebrar las futuras nupcias?
Dejó escapar un pequeño suspiro mientras observaba a los bailarines. Evidentemente, no.

—Oh, ____. —La señorita Genevieve Hetherington, una solterona de edad madura con ojos amables y absoluta falta de sensibilidad, palmeó la rodilla de ____* suavemente con una mano enguantada—. Debes asumirlo, querida, algunas no estamos hechas para bailar.
—En efecto —dijo ____*, que aprovechó la oportunidad para levantarse y excusarse. Suponía que era mejor eso que estrangular a una de las solteronas más queridas de la sociedad.

Manteniendo la cabeza gacha para no tener que ver a personas con las que estaría obligada a pararse, ____* se dirigió al comedor.
A solo unos metros de su destino fue abordada por el barón de Oxford.

—¡Milady!
____* compuso una sonrisa brillante y se giró hacia el barón, que le correspondió con la sonrisa más llena de dientes que ella hubiera visto nunca. Dio un paso atrás y se alejó de aquel hombre tan caballuno sin poder evitarlo.
—Barón de Oxford, ¡qué sorpresa!
—Sí, supongo que sí. —La sonrisa no vaciló.
Ella se mantuvo en silencio, esperando que él continuara.
—Me alegro de que haya podido unirse a nosotros esta noche —dijo ____* finalmente, al ver que él no hablaba.
—No tanto como yo por haber podido hablar con usted, milady.
El énfasis que mostró el hombre le provocó una oleada de confusión. ¿Por qué el barón había dado un aire tan sugestivo a sus palabras? Tenía que haberle entendido mal. Ni siquiera recordaba la última vez que había hablado con aquel petimetre insoportable.
—Bueno. Gracias. —Se aclaró la voz con delicadeza.
—Está usted preciosa esta noche. —Oxford ladeó la cabeza y ensanchó la sonrisa.
«¿Sería posible que aquel hombre tuviera más dientes de lo normal?»
—Oh. —Demasiado tarde, ____* se acordó de inclinar la cabeza y dar la sensación de sentirse halagada y desconcertada—. Gracias, milord.
Oxford pareció muy orgulloso de sí mismo.
—¿Quizá me haría el honor de bailar conmigo? —Como ella no respondió, él se llevó la mano de ____* a los labios y añadió en un susurro—: Llevo toda noche deseando bailar con usted.
Aquella inesperada proposición puso a ____* en guardia. «¿Estará borracho?»
Mientras consideraba aceptar o no aquella ansiosa invitación, oyó cómo la orquesta afinaba los instrumentos con las primeras notas de un vals, y de inmediato fue reticente a bailarlo con Oxford. El vals no se había puesto de moda en Inglaterra hasta después de que ____* fuera considerada una solterona, por lo que jamás había tenido oportunidad de bailarlo, al menos con alguien que no fuera Benedick y en la intimidad de su casa. No quería que su primer vals en público fuera con Oxford y aquella sonrisa repleta de dientes. Lanzó una rápida mirada al buffet y consideró que lo mejor sería escapar.
—Oh, bueno… Yo… —se excusó.
—¡____! ¡Aquí estás! —La señorita Heloise Parkthwaite, una cincuentona corta de vista, surgió de la nada y oprimió con firmeza el brazo de ____*—. ¡Te he buscado por todos lados! ¿Podrías ser tan amable de acompañarme a arreglarme el dobladillo?
____* sintió una oleada de alivio; estaba salvada.
—Por supuesto, Heloise, querida —dijo. Arrancó la mano del agarre de Oxford y le brindó una sonrisa de consuelo—. ¿Quizá en otra ocasión, milord?
—¡Por supuesto! No dejaré que se libre de mí con tanta facilidad la próxima vez. —Oxford acompañó las frases con una ancha sonrisa, y ella le respondió con una risita ahogada, que contuvo antes de darse la vuelta para acompañar a Heloise al salón de las damas.

____* tomó a Heloise del brazo y la mujer comenzó a charlar sobre los atrevidos corpiños que estaban de moda ese año. Al asentir con la cabeza y murmurar lo que se esperaba que dijera, la joven pareció intrigada y entretenida y se dispuso a dejar vagar su mente, olvidándose del extraño encuentro con Oxford para pensar en la lista.
Decidió al momento que si debía sufrir otra tarde de pesadas conversaciones con las solteronas, bien se merecía otra aventura. De hecho, sintió la enorme tentación de empujar a Heloise al salón de damas y aprovechar la oportunidad para escapar y llevar a cabo alguno de los puntos de su lista.
Si, por supuesto, llegaban en algún momento al salón de damas. La mujer se había detenido en medio de la estancia y observaba a la multitud con los ojos entrecerrados.

—¿Es Ralston aquel que veo allí? ¡Qué extraño!

El corazón de ____* se saltó un latido ante esas palabras, y miró en la dirección que señalaba Heloise, pero dada su falta de altura no pudo ver nada más que a las personas que la rodeaban. Al momento negó con la cabeza y dejó de buscar, recordando lo horrible que era la vista de su amiga. No podía tratarse de Ralston.
—No, no puede ser Ralston —afirmó Heloise al mismo tiempo—. Rara vez asiste a los bailes. Debe de ser St. Jonas.
____* soltó el aire que no sabía que retenía. Por supuesto. Sería lord Nicholas. «Por favor, que sea lord Nicholas.»
—Sin embargo, me resulta extraño que se dirija hacia nosotras.
La joven ya no fue capaz de contenerse, giró bruscamente la cabeza justo a tiempo de ver a un alto y magnífico caballero que, con los ojos miel-avellana llenos de determinación, se acercaba a ellas con elegantes pasos.
No se trataba de lord Nicholas.
____* lo habría sabido incluso aunque la falta de la cicatriz no hubiera revelado su identidad. Los hombros de Nicholas no eran tan anchos, su mandíbula no era tan fuerte y sus ojos no eran tan voraces como los de su hermano. St. Jonas jamás le había hecho contener la respiración ni acelerado el corazón; no le había provocado pensamientos absolutamente inconcebibles.
No, el hombre que se acercaba a ellas no era Nicholas St. Jonas
Pero ¡oh, cómo deseó que lo fuera!
____* miró con rapidez hacia todos los lados, buscando la ruta más rápida y menos abarrotada para escapar y evitar un encuentro con Joseph. La multitud parecía bloquear todas las salidas, con excepción, claro está, de aquella por donde él se acercaba. Entonces lo miró fijamente y le observó arquear una ceja oscura.
Estaba atrapada. Atrapada con una efervescente Heloise que farfullaba de tal manera que parecía que hacía años que no se le acercaba un caballero tan bien parecido.
Tampoco era algo que le ocurriera a ____* con frecuencia.

—¡Lord Nicholas! —dijo Heloise con voz aguda y demasiado alta—. ¡Cómo me alegro de verle!
—Heloise, querida —susurró ____* a su compañera—. Es Ralston.
Heloise entrecerró los ojos, fijándose, evidentemente, en la mejilla masculina en busca de la delatora diferencia entre los dos hermanos.
—¡Oh, por supuesto! Discúlpeme, lord Ralston. —Hizo una rápida reverencia.
—No es necesario disculparse, señorita Parkthwaite. —Se inclinó sobre la mano enguantada de Heloise antes de añadir—. Le aseguro que lo considero un gran elogio, mi hermano es, con creces, el mejor de los dos.
—Oh, no, milord. —Heloise se rió disimuladamente, sonrojándose con agitación como un colibrí borracho—. ¡Claro que no!
Ralston le guiñó un ojo antes de hablar.
—Bueno, Dios me libre de mostrarme en desacuerdo con una dama.
Las palabras provocaron en Heloise un ataque de risa mientras Joseph miraba a ____*, que le tendió la mano. Él se inclinó sobre su brazo, provocándole un escalofrío por la espalda.
—Lady ____, esperaba que me concediera el primer baile que tuviera disponible.
Heloise contuvo el aliento, sorprendida.
—¿Perdón? —farfulló ____*.
—El primer baile disponible —repitió Joseph, pasando la mirada de una mujer a otra como si las dos se hubieran vuelto locas—. Admito que ya no asisto a tantos bailes como debiera, pero la gente todavía baila, ¿verdad?
—¡Oh, sí! En efecto, milord —aseguró Heloise servicialmente.
—En ese caso —los ojos de Joseph chispearon divertidos—, ¿puede dejarme su carnet de baile, lady ____?
—No tengo. —Bailaba en tan raras ocasiones que no lo necesitaba.
Él tardó un momento en asimilar sus palabras.
—Excelente. Eso simplifica mucho las cosas, ¿no cree? —Joseph se volvió hacia Heloise—. ¿Le importa que le robe a su compañera?
—¡En absoluto! —farfulló Heloise, que apenas podía negar con la cabeza.
____* se mantuvo inmóvil, como si los pies le hubieran echado raíces, negándose a ser conducida a la pista de baile. No podía bailar el vals con Joseph No su primer vals. Aquello la arruinaría para bailar con cualquier otro.
«Los hombres como Ralston no son para las mujeres como tú, ____*.»
No. Claro que no lo eran. En especial no lo eran cuando amenazaban con bailar el vals con ella. El instinto de supervivencia hizo que ____* negara con la cabeza.
—Oh, no es posible, milord. Le he prometido a Heloise que la acompañaría a…
—¡Tonterías! —dijo la mujer con la voz aguda y jadeante—. ¡Estaré bien! Debes ir a bailar con él, ____. —Por último, Heloise señaló a Joseph antes de asentir vigorosamente.
Y la decisión quedó tomada.

Joseph la arrastró al centro de la pista para bailar con ella su primer vals.
Cuando él la hizo girar entre la gente, vio que su madre y su radiante hermana la observaban desde el otro lado del salón. La condesa viuda parecía horrorizada. ____* la saludó con una inclinación de cabeza aparentando naturalidad. ¡Como si los marqueses apuestos se acercaran a ella en cada baile al que asistía!
—Ciertamente ha dado algo de lo que hablar a todo el mundo, milord —dijo, desesperada por quitarle importancia al asunto por su propio bien.
—Supongo que se refiere a mi asistencia. Bueno, he pensado que, con Juliana a punto de debutar, debería comenzar a congraciarme con la sociedad. —Tras una larga pausa añadió—: ¿Por qué no suele bailar?
____* consideró la pregunta durante un momento antes de responder.
—Lo hice durante varios años. Luego… dejé de hacerlo.
—¿Por qué? —presionó él, insatisfecho con la respuesta.
Las parejas no me gustaban —le confesó con una sonrisa—. Los que no eran cazadotes, eran demasiado viejos, o aburridos o… simplemente desagradables. Comenzó a resultarme más fácil evitar las invitaciones que soportar su compañía.
—Espero que no considere desagradable bailar conmigo.
Ella se permitió mirarlo a los ojos. Observó que parecía divertido. No. Joseph no era desagradable ni por asomo.
—No, milord —aseguró ella. La suavidad de su tono traicionó sus pensamientos antes de añadir—: Ni tampoco se lo parece a la señorita Heloise. Estaba realmente encantada con usted.
—Uno debe utilizar en su propio beneficio todos los dones que Dios le ha dado, lady ____.
—Estoy segura de que usted lo hace bastante bien.
—Le aseguro que lo hago muy bien —afirmó con la voz más ronca.
—Su reputación le precede, milord —dijo ella, negándose a sentirse cohibida en su presencia. No percibió el doble sentido de sus palabras hasta que las hubo dicho.
Él arqueó una ceja.
—¿De veras?
A ____* comenzaron a arderle las mejillas y clavó la mirada en el elaborado nudo de la corbata, deseando ser tan desenvuelta y atractiva como las mujeres con las que él acostumbraba a bailar. Ellas sabrían, por supuesto, cómo coquetear.
—Vamos, lady ____ —bromeó él—, ¿a cuál de las reprobables acciones de mi pasado se refiere ahora?
Buscó de nuevo su mirada y supo que le estaba lanzando un reto.
—Oh, a muchas de ellas, milord —señaló con ligereza, como si estuviera pasando el rato—. ¿Es cierto que en una ocasión saltó desde el balcón de una desafortunada condesa y cayó sobre el acebo que había debajo?
Joseph agrandó los ojos un poco al escuchar aquella pregunta antes de que estos brillaran de diversión.
—Un caballero no puede confirmar ni negar tal cosa.
____* se rió.
—Al contrario, milord. Un caballero lo negaría.
Él sonrió. Una sonrisa amplia y atractiva, y ____* agradeció el silencio que cayó entre ellos, pues no estaba segura de que pudiera encontrar palabras que hicieran frente a tan extraña sonrisa. Se concentró en el baile, en el sonido de la música, en el balanceo de sus cuerpos. Si ese iba a ser su primer y único vals, quería recordar cada instante. Cerró los ojos y permitió que Joseph la guiara alrededor de la pista, consciente de la mano enguantada que él había puesto en su cintura, del roce de la larga pierna musculosa contra la suya mientras giraban sobre el suelo. Tras varios momentos, se desorientó y abrió los ojos, sin saber si su leve mareo era debido al baile o al hombre en sí. Cuando clavó la mirada en los ojos de Joseph, aceptó la verdad.
Era, por supuesto, debido al hombre.
—Esperaba que pudiéramos hablar sobre mi hermana.
____* se tragó la decepción. A pesar de haber estado en compañía de Juliana tres veces esa semana, no había visto a Joseph durante las visitas, lo que probablemente fuera lo mejor, considerando que se convertía en una cabeza hueca cuando él estaba cerca.
—Me pregunto cuándo cree que mi hermana estará preparada para pisar los salones de baile de Londres —continuó él, ignorando los pensamientos de la joven.
—Creo que dentro de una semana más o menos. Juliana es una alumna muy avezada, milord. Dentro de poco, tanto su hermano como usted notarán sus progresos.
—Le agradecería que fuera de compras con ella —solicitó él, asintiendo con la cabeza, satisfecho con la respuesta—. Necesita vestidos nuevos.
La sorpresa de ____* fue mayúscula.
—No estoy segura de que yo sea la compañía más adecuada para ir de compras, milord.
—A mí sí me lo parece.
—Debería pedírselo a alguien que estuviera al tanto de la última moda —intentó ella.
—Quiero que sea usted —las palabras fueron claras y taxativas.
____* sabía cuándo no tenía las de ganar. Tras una pausa, asintió con la cabeza, mostrando su acuerdo.
—Tendré que echarle un vistazo a su armario para saber lo que necesita.
—No. Necesita de todo. Quiero un ajuar completo. Lo mejor y a la última moda. —Su tono no dejaba lugar a dudas—. No permitiré que esté en inferioridad de condiciones.
—Pero si apenas se quedará aquí dos meses…
—¿De verdad piensa que permitiré que regrese a Italia?
—Pues… —____* notó la determinación en su voz—. No, supongo que no. Pero, milord… —dijo con delicadeza, sin saber cómo indicar el gasto que supondría una petición tan extravagante.
—No importa lo que cueste. Quiero que mi hermana tenga lo mejor.
De acuerdo. —Accedió ella en un susurro, decidiendo que, sin duda, era mucho mejor disfrutar del baile que discutir con él.
Joseph le permitió seguir los movimientos en silencio unos momentos antes de volver a hablar.
—También me gustaría discutir con usted los requisitos necesarios para obtener una invitación para Almack's.
____* abrió los ojos como platos. No respondió al instante, sopesando la respuesta.
—Es posible que Almack's no sea el mejor lugar para la presentación de Juliana, milord.
—¿Por qué no? Una vez que sea aceptada allí será mucho más fácil que la admita el resto de la sociedad, ¿no es cierto?
—En efecto —convino Joseph —. Sin embargo, las patrocinadoras no reparten invitaciones sin ton ni son. Hay que cumplir una serie de requisitos.
Joseph entrecerró los ojos.
—¿Está diciéndome que no cree que Juliana cumpla los requisitos para recibir una invitación?
—Creo que las damas de Almack's —dijo ____* tras pensar bien sus palabras—, encontrarán que su hermana posee unos modales impecables y…
—Ah, pero los modales impecables no son suficiente para ellas, ¿verdad, lady _____?
Ella lo miró a los ojos.
—No, milord.
—¿Es por mí? ¿O quizá por mi madre?
—Este no es el mejor lugar para discutir…
—Tonterías. Estamos en sociedad. ¿No se discuten todos los temas importantes en los salones de baile? —Su tono rezumaba sarcasmo.
Si ____* no estuviera al tanto de la frustración que le provocaba la situación, se habría sentido ofendida por su frivolidad.
Él apartó la vista y miró sin ver por encima de su cabeza. La joven se mantuvo callada, meditando cuidadosamente qué decir.
—Si Juliana tuviera un título de nobleza… o si no viviera en Ralston House… —Cambió de táctica—. Podría resultar mucho más fácil que Juliana fuera aceptada si evitamos Almack's.
Joseph se quedó callado, pero ella notó el cambio que se había operado en él. Los brazos con que la sostenía denotaban una fuerte tensión. Tras varios momentos, la miró a los ojos.
—No quiero hacerle daño.
—Ni yo. —Era cierto.
Él hizo una pausa, como si pensara que le podía leer los pensamientos.
—¿Funcionará?
—Lo intentaré con todas mis fuerzas. —Y lo haría.
Él curvó los labios con tanta rapidez que si ella no hubiera estado mirándolo, no lo habría percibido.
—Qué segura de sí misma.
—Una no se pasa la vida en los márgenes de los salones de baile sin aprender un par de cosas sobre qué se requiere para ser la incomparable de la temporada, milord.
—Si alguien puede ayudar a Juliana a navegar por estas aguas infestadas de tiburones, creo que será usted, lady ____. —Las palabras, pronunciadas con respeto, provocaron una cálida sensación en su interior, que ella intentó ignorar sin éxito.
El vals terminó, y las faldas se arremolinaron en torno a sus piernas.
—¿Puedo pedirle que me escolte junto a mi madre? —se arriesgó a preguntar ____*.
Él reconoció de inmediato la lógica en sus palabras.
—¿Cree que una sola conversación con su madre los convencerá de que me he reformado?
—Le aseguro que no dolerá. —Ella le sonrió mientras recorrían el borde de la pista—. Se está olvidando de una de las premisas más importantes de la sociedad londinense.
—¿Cuál?
—Los marqueses ricos y solteros siempre son recibidos con los brazos abiertos cuando ven de nuevo la luz.
Él se detuvo y le pasó un dedo por los nudillos lentamente mientras se inclinaba para hablarle al oído.
—¿Y si no estoy seguro de querer salir de la oscuridad?
A ella le bajó un escalofrío por la espalda ante esas palabras, más por el roce de su respiración que por el sonido en sí.
—Me temo que es ya demasiado tarde —dijo ella con una tosecilla para aclararse la voz.
—¡Lord Ralston! —La aguda y excitada voz de la condesa viuda precedió la presencia de Mariana y su madre, quienes parecían haberlos observado durante todo el vals esperando el momento de que terminara—. Qué afortunados somos de contar con su presencia.
Joseph le ofreció una reverencia.
—Yo soy el afortunado por haber sido invitado, milady. Lady Mariana, está usted radiante. ¿Puedo ofrecerle mis mejores deseos de felicidad por su próximo enlace?
Mariana esbozó una cálida sonrisa ante los halagos de Joseph y le tendió la mano.
—Gracias, milord. Por cierto, ¿puedo decirle que estoy ansiosa por conocer a su hermana? ____* solo ha contado maravillas de ella.
—Lady ____ ha sido la mejor amiga que Juliana podría haber encontrado desde que llegó. —Miró hacia ____* y añadió—: Opino que nadie mejor que ella para asegurar el éxito de mi hermana.
—Está en lo cierto, por supuesto, milord —dijo lady Allendale—. La reputación de ____* es impecable y, considerando su edad y situación, será la madrina ideal para la señorita Juliana.
____* dio un respingo interior ante las palabras de su madre, las cuales —ya fueran intencionadas o no— hacían hincapié en su estatus de solterona intocable. El auténtico significado de la declaración de lady Allendale no podría haber sido más obvio si hubiera anunciado que ____* había tomado los hábitos de monja.
Lady Allendale se inclinó hacia delante.
—¿Puedo preguntarle, milord, cómo es que ____* y usted llegaron a ponerse de acuerdo para colaborar en la presentación de su hermana en sociedad?
____* miró a Joseph fijamente con el corazón en un puño. ¿Cómo evitaría decir la verdad?
—Le confieso, lady Allendale, que fue idea mía —confesó él con serenidad—. Tuve la extraordinaria fortuna de que lady ____ estuviera en el lugar correcto en el momento adecuado. No sé cómo podré recompensarla por sus esfuerzos.
____* agrandó los ojos al oír tal respuesta, ¿había detectado un tono provocador en sus palabras? Volvió la atención hacia su madre, que parecía totalmente apaciguada por la respuesta del marqués, como si fuera normal que los libertinos pidieran ayuda a su hija solterona con unos propósitos no demasiado claros.
Tenía que terminar con esa farsa de inmediato.
Antes de que su madre hiciera algo realmente mortificante. Como si no bastara con estar vestida de seda color berenjena adornada con plumas de pavo real. Con demasiadas plumas, por cierto.
—Mamá, lord Ralston se ha ofrecido a escoltarme al buffet —dijo, evitando la mirada de Joseph mientras mentía con la misma facilidad que él—. ¿Deseas que te traigamos algo?
—Oh, no, gracias. —La condesa viuda agitó el abanico en el aire despectivamente antes de poner la mano en el brazo del marqués y mirarlo fijamente—. Milord, espero poder conocer a su hermana muy pronto. ¿Quizá podría traerla a almorzar? —No era una pregunta.
Joseph inclinó la cabeza con elegancia, aceptando la oferta de la condesa.
—Estoy seguro de que Juliana disfrutará de tal acontecimiento, lady Allendale.
—Excelente —confirmó la madre de ____* con firmeza.
Dicho eso, lady Allendale se alejó con la pobre Mariana a remolque, para saludar a más invitados. Joseph le ofreció el brazo a ¬¬¬¬____*.
—Estaré encantado de escoltarla hasta el buffet, lady ____ —dijo con una mueca.
Ella se apoyó en su brazo.
—Perdone la mentira.
—Tranquila. —Caminaron en silencio durante varios momentos antes de añadir—: Gracias. —Con aquella sencilla palabra, reconocía tácitamente que la intervención de su familia y la invitación de su madre eran de vital importancia para la aceptación de Juliana en sociedad.
____* no le respondió, sus pensamientos estaban centrados en el sorprendente giro que habían dado los acontecimientos aquella noche. Consciente del calor que despedía el brazo de Joseph bajo su mano y de los ojos de toda la aristocracia de Londres clavados en ellos mientras recorrían el salón de baile, no pudo dejar de preguntarse lo diferente que se había vuelto aquella velada en particular.
—No me dé las gracias con tanta rapidez, milord —recomendó ____* con prudencia—. Después de todo, como usted ha indicado con tanto tacto, aún no he reclamado mi pago.
Joseph bajó la mirada hacia ella.
—Ya lo había notado. Supongo que me lo indicará ahora, ¿qué se le ha ocurrido?
—Me temo que nada aún. Pero sin embargo, tengo una pregunta más bien extraña y me gustaría que me diera una respuesta.
—Por supuesto. Estaré encantado de complacerla.
La joven tragó saliva y se armó de valor, tratando de sonar lo más casual posible.
—¿Podría recomendarme una buena taberna en Londres? —preguntó.
Desde luego, no era ni la más discreta ni la más delicada de las preguntas, pero ____* esperaba la respuesta con demasiada ansia como para andarse con rodeos e intentar algo que no fuera un acercamiento directo.
Joseph no debió de dar crédito a lo que había oído, pero ocultó perfectamente la sorpresa que sintió. De hecho, salvo una rápida mirada de reojo en su dirección, continuó caminando entre las parejas que bloqueaban su camino sin pausa y con habilidad.
—¿Perdón? ¿Ha dicho una taberna?
—Sí. Una taberna. —Ella asintió con la cabeza al tiempo que le brindaba una sonrisa, esperando que él no la presionara.
—¿Para qué?
Esperaba su curiosidad e intentó inventarse una explicación.
—Pues… milord. —Se interrumpió, pensando—. Mi hermano, Benedick —esperó la inclinación de cabeza de Joseph antes de continuar—, pues bien… Benedick anda buscando un nuevo lugar que frecuentar… y pensé que usted podría conocer la respuesta a su problema.
—Seguro que puedo recomendarle alguna. Lo comentaré con él.
—¡No!
Él arqueó una ceja ante aquella impetuosa respuesta.
—¿No?
____* se aclaró la voz con rapidez.
—No, milord. —Se detuvo, buscando inspiración—. Es que mi hermano… no apreciaría que yo hubiera hablado con usted de este tema.
—Tampoco él debería haberlo tratado con usted.
—Cierto. —____* intentó mostrarse realmente abochornada—. Así que será mejor que me facilite el nombre de un lugar adecuado… para un caballero, por supuesto… y yo se lo recomendaré con disimulo. Cuando se presente la ocasión oportuna.
____* se había concentrado tanto en tramar aquella historia que no se había dado cuenta de que se habían detenido. Joseph la había conducido hacia uno de los nichos que había en el extremo más alejado del salón, donde quedaban ocultos de las miradas de los invitados.
—Es usted una mentirosa horrible —dijo él, girándose hacia ella.
____* abrió los ojos como platos, sin tener que fingir sorpresa.
—¿Milord?
—Miente. Incluso si sus palabras hubieran parecido ciertas, y no me lo han parecido, no es capaz de disimular sus pensamientos.
Ella abrió la boca para responderle, pero no se le ocurrió nada para rebatirle y la volvió a cerrar.
—Lo que pensaba. No sé por qué o para quién busca una taberna y me parece una petición muy extraña, en especial tratándose de una dama… —Ella abrió la boca otra vez, pero él levantó una mano para que no hablara—. Sin embargo, me siento bastante magnánimo esta noche… y satisfaré su petición.
Ella no pudo evitar una sonrisa.
—Gracias, milord.
—No me dé las gracias con tanta rapidez.
____* entrecerró los ojos al reconocer las mismas palabras que ella le había dicho solo unos momentos antes.
—¿Qué es lo que quiere?
Esperaba cualquier cosa de él en ese momento, otra petición con respecto a las lecciones de Juliana, una invitación para Almack's, para una cena en casa de su madre, o incluso en la de la madre de Rivington. Estaba de acuerdo. En ese momento, cualquiera de ellas le parecía una solicitud justa a cambio del nombre de una taberna en la que poder continuar sus aventuras.
Sin embargo, no esperaba verle sonreír. Y bueno, cuando lo hizo, cuando esbozó aquella amplia, ladina y lobuna sonrisa que le hizo estremecerse de los pies a la cabeza, no estaba preparada. Un ramalazo de calor se extendió por todo su cuerpo y se le desbocó el corazón. No pudo evitar clavar los ojos en los dientes blancos, ni en los labios plenos y suaves, ni en el único hoyuelo que apareció en su mejilla.
«Jamás me había parecido tan guapo.»
Joseph se aprovechó de su estado indefenso y se acercó a ella hasta que la obligó a apoyar la espalda contra la pared. ____* se dio cuenta entonces de que el pequeño nicho era un mar en calma comparado con el bullicio de la multitud que había en el salón de baile. Había elegido un rincón que quedaba casi oculto por una maciza columna y un grupo de helechos enormes, donde podían encontrar un poco de intimidad.
A él no parecía importarle que lo más granado de la sociedad estuviera a solo unos pasos.
Se puso nerviosa.
Joseph alargó la mano y le pasó un dedo por el brazo, dejando un rastro de fuego en el recorrido que siguió hasta su mano enguantada, que tomó en la de él y giró, descubriendo la muñeca ante su vista. Le rozó la delicada piel de la zona con el pulgar, haciendo que se le disparara el pulso. Todo su mundo se redujo a ese momento, a esa caricia. No podía apartar la mirada del punto donde la tocaba. El calor de su mano y el roce constante del pulgar la consumían y amenazaban con privarla de la cordura.
No supo durante cuánto tiempo permaneció haciéndole aquello ni durante cuánto le acarició los dedos antes de llevárselos a los labios y presionar su boca contra la piel desnuda de la muñeca. Ella cerró los ojos para hacer frente a la oleada de sensaciones que acompañó al gesto; la suavidad de sus labios, que estaban lo suficientemente separados como para darle un beso caliente y húmedo antes de que le rozara con los dientes aquel sensible lugar. ____* se oyó gemir y abrió los ojos a tiempo de ver cómo le lamía la piel, tranquilizándola. Entonces, Joseph le sostuvo la mirada mientras seguía haciendo estragos en sus sentidos, y ella no pudo sino observarlo, segura de que él sabía exactamente lo que estaba provocándole.
Con un último beso, el marqués le soltó la mano, pero le sostuvo la mirada mientras se inclinaba sobre ella. Cuando habló, sus palabras fueron apenas una brisa y no un sonido, que le rozó suavemente la piel de la sien.
—El perro y la paloma.
Al principio ____* se sintió confusa. A pesar de que no había estado segura de lo que él le diría, no esperaba eso. Entonces, en el interior de la espesa neblina de sensualidad que él había creado a su alrededor, comprendió. Agrandó los ojos. Pero antes de que pudiera decir nada, él se había ido, dejándola a solas para que recobrara el juicio.
Sin embargo, le había dado el nombre de una taberna.
Julieta♥
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Mensaje por aranzhitha Miér 20 Jun 2012, 11:42 pm

awww ese Joseph si que sabe conquistar a una mujer :arre:
Lo amo
Siguela!!
aranzhitha
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Mensaje por chelis Jue 21 Jun 2012, 3:13 pm

WWWUUUUAAAUUUU
NO LO PUEDOOO CREEERR QUE JOEEE!!!
LA SACARA A BAAAILAAARRR!!!
PERO MIL VECES JOE A ESE BOBO BARON!!!..
JAJAJAJAJAJA
AAAIIIII SI QUE JOE QUEMAAAA!!!!
chelis
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