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Mensaje por chelis Mar 17 Jul 2012, 6:51 pm

POOORRFIISS
chelis
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Mensaje por aranzhitha Mar 17 Jul 2012, 7:14 pm

siguela!!!!
aranzhitha
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Mensaje por Julieta♥ Vie 20 Jul 2012, 11:45 am

Hermosas perdon por la tardanza pero ya entre a estudiar y me quedo complicado subir
pero les dejo dos caps larguitos espero disfruten



Capítulo 27




—¡De todos los hombres arrogantes… horribles… y pomposos! —____* fue sacando los libros de los estantes de la biblioteca de Allendale House uno a uno y lanzándolos sobre el montón que crecía a sus pies mientras mascullaba en voz alta—. ¿Por supuesto, nos casaremos? ¡Ja! ¡No pienso hacerlo! No me casaría con él… ni aunque fuera… ¡el último hombre de Londres!
Sopló para apartarse un mechón de pelo de los ojos y se limpió las manos manchadas de polvo en el vestido de lana gris que se había puesto sin prever el daño que iba a causarle durante la hora siguiente. Parecía que había pasado un tornado por la biblioteca. Había libros por todas partes… En las mesas, en las sillas y en varios montones en el suelo.
Tras un silencioso trayecto en el carruaje de Joseph, a altas horas de la noche, ____* entró sigilosamente en su casa y se metió en cama, donde se debatió entre el deseo de permanecer bajo las sábanas y no volver a salir nunca más y el deseo todavía más intenso de dirigirse a Ralston House, despertar a su dueño y decirle por dónde podía meterse su generosa y caballerosa oferta.
Durante varias horas, había practicado la familiar costumbre de revivir los acontecimientos una y otra vez en su cabeza, sin saber si llorar o dejarse llevar por la cólera al pensar en la sorprendente manera en que él había arruinado lo que hasta ese momento había sido una noche perfecta. Joe le había enseñado lo asombrosa que podía llegar a ser la pasión, le había mostrado el éxtasis absoluto, para destruirlo todo un momento después. Y eran esos instantes los que acudían a su mente, los que acontecieron justo después de su descubrimiento, cuando él le hizo recordar que ella no estaba destinada a pasiones de ningún tipo.
No, en lugar de decirle cualquiera de las innumerables cosas maravillosas que podría haber dicho y que hubieran sido perfectamente apropiadas en la situación en la que se encontraban —desde «Eres la mujer más maravillosa que he conocido, ¿cómo podré vivir ahora que he alcanzado el Cielo en tus brazos?», pasando por «____*, te quiero más de lo que nunca habría imaginado» o incluso «¿Volvemos a hacerlo?»—. Joseph lo había echado todo a perder disculpándose.
Todavía peor, había mencionado el matrimonio.
Y eso era lo último que tenía que haber hecho. Desde luego, ella se habría sentido encantada si lo hubiera dicho entre «Eres la mujer más maravillosa que he conocido» y «¿Cómo podré vivir ahora que he alcanzado el Cielo en tus brazos?». Habría sido absolutamente perturbador que la hubiera mirado a los ojos con total devoción y le hubiera dicho «Hazme el hombre más feliz del mundo, ____*. Cásate conmigo».
Por supuesto, si él lo hubiera dicho —y permitía magnánimamente cualquier variación sobre el tema—, ella se habría desmayado. Se habría reído, volado a sus brazos y le habría permitido besarla hasta hacerle perder el sentido durante el regreso a casa. Y todavía estaría en la cama, soñando con una larga y feliz vida como marquesa de Ralston.
En lugar de eso, eran las nueve y media de la mañana siguiente a la que debería haber sido la noche más maravillosa de su vida —incluyendo las que todavía le quedaban por vivir— y estaba ordenando la biblioteca.
Poniendo los brazos en jarras, ladeó la cabeza ante lo que tenía delante.
—Pues este es tan buen momento como cualquier otro.
«Bien, por lo menos no había llorado.»
Estornudó. Lo primero era quitar el polvo.
Se acercó a la puerta y la abrió bruscamente para indicarle a un lacayo que le trajera un paño apropiado para ello, y descubrió a Mariana y a Anne, con las cabezas inclinadas, manteniendo una conversación entre susurros con una doncella en medio del vestíbulo.
Las tres cabezas se alzaron de repente cuando oyeron el sonido de la puerta de la biblioteca. La doncella se quedó boquiabierta al verla.
—Necesito un paño para el polvo —le pidió a la criada, con voz monótona. La chica se quedó perpleja, como si estuviera viendo visiones y no fuera capaz de comprender sus palabras. ____* volvió a intentarlo—. Para quitar el polvo de los libros. En la biblioteca. —La muchacha parecía haberse quedado paralizada. ____* suspiró—. Me gustaría limpiar hoy el polvo de la biblioteca, ¿crees que será posible?
La pregunta fue el detonante para que la criada se pusiera en movimiento y se escabullera por el pasillo para llevar a cabo el recado de su ama. ____* clavó en Anne y Mariana una adusta mirada.
«Bien, al menos tenían el sentido común de no hacer ningún comentario.»
—Oh, Dios mío —susurró Mariana—, es mucho peor de lo que pensábamos.
Amonestó a su hermana con los ojos, en muda advertencia, antes de girar sobre sus talones y regresar a la biblioteca para comenzar la larga tarea autoimpuesta de colocar en orden alfabético los libros que ahora estaban fuera de las estanterías.
Sentada en el suelo, donde había comenzado su labor, reparó en que Anne y Mariana la habían seguido hasta el interior de la estancia. Anne se apoyaba firmemente en la puerta cerrada, y su hermana se había sentado en el brazo de un sillón.
Las dos la observaban con reserva y permanecieron quietas durante varios minutos mientras ella ordenaba los montones más próximos. Mariana rompió finalmente el silencio y preguntó:
—¿Por qué letra vas?
—Por la A —indicó ____*, mirando a su hermana desde donde estaba, rodeada de montones de libros.
Mari se inclinó para estudiar la pila de libros que había a sus pies. Cogió el volumen que estaba más arriba y esbozó una sonrisa de satisfacción.
—Alighieri. Infierno —leyó.
—Ah, ese es Dante —respondió ____*, girándose entre los libros—. Debería estar en el estante de la letra D.
—¿De veras? —Mariana arrugó la nariz con un libro en la mano—. Me parece que no, el apellido comienza con A.
—El apellido de Miguel Ángel comienza con B y siempre lo colocamos en la letra M.
—Hmmm —musitó Mariana, fingiendo interés en la conversación—. Debe de ser cosa de los italianos. —Se mantuvo en silencio cuando la criada llamó a la puerta y entró con un paño en la mano. Cuando la chica salió de nuevo, Mari continuó hablando en tono inocente—. Me pregunto si a Juliana habría que colocarla en la J o en la F.
____* tensó la espalda brevemente ante la mención de la hermana de Joseph antes de ponerse a limpiar el polvo.
—No tengo ni idea. Probablemente en la J.
Anne intervino en ese momento.
—Es una pena que oficialmente no lleve el apellido St. Jonas. Siempre me ha gustado la S.
Mariana asintió con la cabeza.
—Estoy de acuerdo.
____* levantó la cabeza y las miró.
—¿Adónde tratáis de llegar?
—¿Qué sucedió anoche?
Ella volvió la vista hacia el estante que estaba colocando.
—Nada.
—¿No?
—No.
—Entonces, ¿por qué estás reorganizando la biblioteca? —preguntó Mariana.
____* encogió los hombros.
—¿Por qué no? No tengo otra cosa que hacer.
—Claro, no tienes nada mejor que hacer que ordenar la biblioteca…
____* se preguntó si sería muy difícil estrangular a su hermana.
—Algo que solo haces cuando necesitas desahogarte —agregó Anne.
Sí, también quería estrangular a su doncella.
Mariana se levantó del brazo del sillón y se apoyó en el estante en el que ____* estaba trabajando.
—Me prometiste que me lo contarías todo, ¿recuerdas?
____* volvió a encoger los hombros.
—No hay nada que contar.
En ese instante sonó un golpe en la puerta. Las tres mujeres se volvieron hacia el mayordomo, que trató de ignorar con valentía el desorden que reinaba en la estancia, por lo general impecablemente organizada.
El hombre entró y cerró la puerta firmemente a su espalda, como si tratara de que no los vieran desde el vestíbulo.
—Milady, lord Ralston está aquí. Ha solicitado verla.
Mariana y Anne intercambiaron una mirada de estupefacción antes de que Mariana clavara los ojos en ____* con una expresión relamida.
—Es por culpa de él, ¿no?
____* puso los ojos en blanco y se volvió al mayordomo.
—Gracias, Davis. Puedes decirle al marqués que no estoy. Que regrese más tarde, a ver si entonces tiene más suerte y estoy en casa para recibirle.
—Por supuesto, milady. —El mayordomo efectuó una reverencia y salió de la estancia.
____* cerró los ojos y respiró hondo, temblorosa, tratando de tranquilizarse. Cuando los volvió a abrir, Mariana y Anne estaban frente a ella y la observaban atentamente.
—¿Así que no hay nada que contar? Mmmm… —intervino Anne.
—No. —____* esperó que su voz permaneciera estable.
—Jamás has sabido mentir —señaló Mariana, como si estuviera hablando de algo sin importancia—. Espero que Davis se las arregle para hacerlo algo mejor que tú.
Mientras las palabras flotaban en el aire entre ellos, la puerta se abrió otra vez y el viejo mayordomo apareció de nuevo bajo el umbral.
—Milady. —Se inclinó en una reverencia.
—¿Se ha marchado? —preguntó ____*.
—Er… No, milady. Dice que esperará a que regrese.
Mariana se quedó boquiabierta ante la información.
—¿De veras?
Davis miró a la hermana menor y asintió con la cabeza.
De veras, milady.
Mari se giró hacia ____* con una brillante sonrisa.
—Bueno, esto empieza a parecer una aventura en toda regla.
—Oh, deshazte de él —ordenó ____* a Davis—. Déjale claro que no recibo visitas. Es demasiado temprano.
—Ya le he hecho notar ese punto, Milady. Desafortunadamente, el marqués parece ser un poco… persistente.
____* dio una patada de frustración en el suelo.
—Sí. Tiene ese defecto. Tendrás que insistir.
—Milady… —intentó evadirse el mayordomo.
La joven perdió la paciencia.
—Davis. Estás considerado uno de los mejores mayordomos de Londres.
Davis se irguió, orgulloso. Bueno, al nivel que podía hacer eso un mayordomo y seguir manteniendo una actitud apropiada.
De Inglaterra, milady.
—Sí. Bien. ¿Y crees que podrías… demostrarlo esta mañana en particular?
Anne soltó una risita al ver la cara que puso Davis.
Mariana se dirigió al mayordomo e intentó tranquilizarlo.
—No es su intención insultarte, Davis.
—No, claro que no —respondió con la nariz levantada y expresión inalterable. Entonces se inclinó en la reverencia más regia que ____* le hubiera visto nunca y se fue.
La joven suspiró mientras regresaba a las estanterías, sumergiéndose en su tarea.
—Seré castigada por mi comportamiento, ¿verdad?
—Desde luego. Te servirán carne pasada durante por lo menos un mes —aseguró Anne, que apenas podía controlar la diversión.
Mari estuvo observando una pila de libros antes de preguntar casualmente:
—¿Creéis que será capaz de disuadir a lord Ralston?
—Yo no apostaría por ello.
A ____* se le subió el corazón a la garganta ante aquellas secas palabras que llegaron desde de la puerta. Giró la cabeza hacia el sonido, pero una estantería le bloqueaba la vista. Podía ver a su doncella con los ojos abiertos como platos, paralizada al final del pasillo entre las librerías, mirando fijamente hacia la salida.
En el silencio que hubo después, ____* miró a Mariana. Su hermana menor ignoró la mirada de súplica que le lanzó y esbozó la sonrisa que le había valido el calificativo de Ángel Allendale.
—____*, parece que tienes visita —dijo, toda dulzura.
____* entrecerró los ojos. Definitivamente no había nada en el mundo peor que una hermana.
Observó que Mari se incorporaba y alisaba las faldas, con la mirada clavada en la puerta… y en Joseph.
—Hace un día precioso —comentó ella.
—En efecto, lo hace, lady Mariana —dijo la voz incorpórea de Joseph, que provocó que ____* diera una irritada patada en el suelo. «¿Por qué tenía que parecer siempre tan tranquilo?»
—Creo que voy a dar un paseo por los jardines —indicó Mariana, en tono conspirador.
—Me parece una idea estupenda.
—Sí, eso pensaba yo. Si me disculpa… ¿Anne? —____* observó cómo su hermana efectuaba una rápida reverencia y salía de la estancia, con Anne, la traidora, pegada a los talones. Ella, sin embargo, se quedó justo donde estaba, esperando, simplemente esperando, a que Joseph se fuera. Un caballero no la arrinconaría entre dos estanterías ¿verdad? Y, desde luego, la noche anterior había dejado bien claro que era todo un caballero.
El silencio cayó sobre ellos mientras ____* seguía ordenando los libros e ignorando la presencia de Joseph. «Adams, Aisopos , Aiskhúlos.»
Percibió el sonido de sus pasos cada vez más cerca. Finalmente miró por el rabillo del ojo y lo vio al final de la librería, observándola. «Ambrosio, Aristóteles, Arnold.»
Sí, intentaría aparentar que no estaba allí. ¿Cómo podía permanecer tanto tiempo en silencio? Era suficiente para acabar con la paciencia de un santo. «Agustín.»
Al final, no lo pudo soportar más. Sin apartar los ojos de la estantería donde ordenaba los libros en una hilera perfectamente derecha, se dirigió a él de malos modos.
—No recibo visitas.
—Interesante —pronunció él, lenta y firmemente—. Parece que a mí sí me recibes.
—No. Tú te has presentado en la biblioteca sin esperar invitación.
—Ah, ¿así qué esta estancia es la biblioteca? —preguntó retóricamente, esbozando una mueca—. No estaba seguro al ver todas las librerías vacías.
____* le lanzó una mirada exasperada.
—Estoy ordenándola.
—Sí, ya lo veo.
—Por eso no recibo. —Enfatizó la palabra con la esperanza de que él se diera cuenta de su rudeza y se marchara.
—Juraría que hemos superado esta etapa, ¿no crees?
Al parecer a él no le importaba resultar grosero. Estupendo, a ella tampoco le importaría.
—¿Qué deseas, milord? —indagó ella con serenidad.
Se volvió para mirarlo. Un error. Estaba exactamente igual de apuesto que siempre: pelo suave y piel dorada, con la corbata impecable y las cejas arqueadas justo en el ángulo adecuado para dar la impresión de que su interlocutor había nacido y crecido en un establo. De inmediato, se sintió muy consciente de que era gris y monótona; sin duda ahora todavía más, con el vestido sucio y la horrible necesidad de disfrutar de una siesta y un baño.
Era un hombre indignante. En serio…
—Me gustaría continuar la conversación que comenzamos anoche.
Ella no respondió, se agachó para recoger varios libros del suelo.
Joe la observó sin moverse, aunque sin embargo parecía estar considerando las siguientes palabras con mucho cuidado. Ella esperó, mientras colocaba lentamente los libros en el estante, deseando que no dijera nada; esperando que se diera por vencido y se fuera.
Joe se acercó y ella se vio arrinconada en aquel espacio débilmente iluminado.
—____*, no tengo palabras para disculparme. —Parecía muy sincero.
Ella entrecerró los ojos al tiempo que deslizaba los dedos por el lomo de un libro. Vio las letras de la cubierta, una brillante pátina dorada, pero no pudo leerlas. Respiró profundamente para intentar contener las emociones que la embargaban. Negó con la cabeza, sin ser capaz de mirarlo ni confiar en sí misma si lo hacía.
—Por favor, no te disculpes —susurró—. No es necesario.
—Claro que es necesario. Mi comportamiento fue intolerable. —Joe levantó una mano en el aire—. Sin embargo, lo más importante es que rectifique la situación de inmediato.
El significado era claro. ____* volvió a negar con la cabeza.
—No —murmuró en voz muy baja.
—¿Perdón? —Joseph no pudo ocultar la sorpresa.
____* se aclaró la garganta para que su voz resultara más fuerte en esta ocasión.
—No. No hay ninguna situación y, por lo tanto, no es necesario rectificar nada.
Joe emitió una incrédula risita.
—No puedes hablar en serio.
Ella enderezó los hombros y lo empujó para pasar a la zona central de la biblioteca. Se limpió las manos en el vestido y se puso a ordenar el montón de libros que había en una mesa cercana. No leía los títulos, no sabía quiénes eran los autores.
—Hablo muy en serio, milord. Puede que creas que has cometido algún tipo de desliz, pero te aseguro que no has hecho nada de eso.
Él se pasó la mano por el pelo con un gesto de irritación en la cara.
—____*, te he comprometido. Por completo. Y me gustaría poner remedio ahora a ello. Nos casaremos.
Ella tragó saliva, sabiendo que si lo miraba no sería responsable de sus actos.
—No, milord, no lo haremos. —Era posible que fueran las palabras que más le había costado decir en su vida—. No acepto tu oferta —añadió formalmente.
Él pareció desconcertado.
—¿Por qué no?
—¿Milord?
—¿Por qué no quieres casarte conmigo?
—Bueno, para empezar, ni siquiera me lo has preguntado. Me lo has ordenado.
Joe miró al techo, como suplicando paciencia.
—Muy bien. ¿Quieres casarte conmigo?
La pregunta le hizo sentir una amarga emoción. Se viera obligado o no, que el marqués de Ralston se le declarara formaba parte de la lista de momentos incomparables de su vida. «De hecho, ocupa uno de los primeros puestos.»
—No. Pero muchas gracias por preguntar.
De todas las tonterías… —Joe se contuvo—. ¿Qué quieres entonces? ¿Que me ponga de rodillas?
—¡No! —____* no creía que fuera capaz de ver cómo se arrodillaba para pedirle que se casara con él. Sería la ironía más cruel del universo.
—Entonces ¿dónde demonios está el problema?
«El problema está en que no me amas.»
—En que, simplemente, no encuentro ninguna razón para que nos casemos.
—Ninguna razón… —repitió él como si no se creyera lo que decía—. Te aseguro que podría recordarte un par de razones buenísimas.
____* se atrevió por fin a mirarlo a los ojos, y se quedó desconcertada por la convicción que brillaba en aquellos ojos.
—Sin duda alguna no habrás intentado casarte con todas las mujeres a las que has comprometido en tu vida. ¿Por qué empezar conmigo?
Él agrandó los ojos ante aquel arranque. Pero la sorpresa pronto se vio reemplazada por la irritación.
—Vamos a aclarar esto de una vez por todas. Es evidente que me consideras mucho más disoluto de lo que he sido. En contra de lo que pareces creer, me he declarado a todas las mujeres a las que he desvirgado. ¡A todas!
____* se sonrojó ante su franqueza y apartó la mirada, mordisqueándose el labio inferior. Joe parecía preocupado por la situación y ella lo lamentaba. Pero lo cierto era que no podía estar más molesto que ella. Había pasado una noche gloriosa en brazos del único hombre al que había amado siempre y, de repente, él se le estaba declarando a ella impulsado por un extraño sentido del honor y el deber, con el mismo romanticismo que un bistec.
¿Y se suponía que debía caer rendida de gratitud a los pies del generosísimo marqués de Ralston? No, gracias. Se conformaría con revivir a lo largo de su vida una y otra vez aquella maravillosa noche y sería feliz con ello. «O eso esperaba.»
—Tu honorable propósito ha sido anotado, milord…
—Por el amor de Dios, ____*, deja de llamarme «milord». —Su voz rezumaba irritación cuando la interrumpió—. ¿Te das cuenta de que puedes estar embarazada?
Al oír esas palabras, ____* se llevó las manos a la cintura. Contuvo el intenso anhelo que la atravesó al pensar en tener un hijo con Joe. Ni siquiera se le había ocurrido tal posibilidad, ¿sería posible?
—Dudo muchísimo que se dé el caso.
—No obstante, existe la posibilidad. No pienso permitir que mi hijo sea bastardo.
____* agrandó los ojos.
—Tampoco lo permitiría yo. Pero esta conversación es un tanto prematura, ¿no crees? Después de todo, el riesgo es mínimo.
—Un riesgo es un riesgo, punto. Quiero que te cases conmigo. Te ofreceré todo lo que quieras.
«Jamás me amarás. No podrás. Soy demasiado corriente e insulsa. Demasiado aburrida. No lo que tú mereces.» Las palabras resonaron en su cerebro, pero guardó silencio mientras meneaba la cabeza.
Joe suspiró, frustrado.
—Si no te avienes a razones, no me quedará más remedio que hablar con Benedick.
____* contuvo la respiración.
—No te atreverías.
—Es evidente que no me conoces bien. Voy a casarme contigo y no me importa que sea tu hermano el que te obligue a ello.
—Benedick jamás me obligaría a casarme contigo —protestó ____*.
—Me parece que pronto vamos a descubrir si lo haría o no. —Permanecieron el uno frente al otro durante un buen rato, con los ojos brillantes de frustración, antes de que él añadiera en voz baja—: ¿Sería tan malo estar casada conmigo?
Una cruda emoción inundó el pecho de ____* y no pudo responder. Claro que casarse con él no sería tan malo. De hecho, sería maravilloso. Llevaba años loca por él, observándolo llena de anhelo desde los rincones de todos los salones de baile, leyendo con avidez las secciones de chismes en busca de noticias que lo mencionaran. Mientras la sociedad especulaba a lo largo de toda una década sobre la futura marquesa, ___* siempre había soñado que Joseph se le declarara a ella.
Pero durante todos esos años se había imaginado que sería un matrimonio por amor. Había fantaseado con ese día en que él la viera desde el otro extremo en un salón de baile, o en el interior de una tienda en Bond Street, o en un banquete y se enamorara locamente de ella. Y se había imaginado que vivirían felices desde entonces.
Los matrimonios que se llevaban a cabo por lástima y para reparar errores cometidos no eran los que solían resultar felices para siempre.
Debido a su edad y temporadas, ____* sabía que la única oportunidad de casarse y tener familia era aceptar un matrimonio sin amor, pero acceder a tener eso con Joseph era, simplemente, demasiado cruel.
Lo había anhelado durante demasiado tiempo como para aceptar otra cosa que amor.
—Por supuesto, no sería malo —aseguró llena de coraje—. Estoy segura de que serás un buen marido, pero yo no estoy disponible.
—Perdona, pero no te creo —se burló él—. Todas las mujeres solteras de Londres buscan marido. —Hizo una pausa como si estuviera considerando la situación—. ¿Es por mí?
—No. —«De hecho, tú eres perfecto.» Iba a seguir presionándola hasta que le diera una razón. Encogió los hombros—. Se trata simplemente de que creo que no nos llevaríamos bien.
Joe la taladró con la mirada.
—¿Crees que no nos llevaríamos bien?
—No. —Lo miró a los ojos—. Creo que no.
—¿Por qué demonios lo crees?
—Bueno, no soy precisamente el tipo de mujer que te gusta.
Joe levantó la mano para que no siguiera hablando y miró al cielo reclamando paciencia.
—¿Qué tal si me dices cuál es el tipo de mujer que me gusta?
____* emitió un suspiro de frustración. ¿Por qué seguía presionándola?
—¿De verdad me vas a hacer decirlo?
De verdad, ____*. Porque te aseguro que no entiendo nada.
En ese momento, ____* lo odió. Lo odió casi tanto como lo amaba. Agitó la mano con irritación.
—Hermosa. Sofisticada. Experimentada. ¡Yo no soy así! Soy justo lo opuesto a ti y a las mujeres que siempre te han rodeado. A pesar de leer libros e ir a bailes, odio la sociedad y tengo tan poca experiencia en relaciones románticas que tuve que ir a tu casa a altas horas de la noche para recibir mi primer beso. Lo último que quiero es casarme con alguien que lamentará haber contraído matrimonio conmigo desde el mismo momento en que pronunciemos los votos —expuso ____* con airada rapidez, furiosa de que la hubiera presionado para dejar al descubierto todas sus inseguridades. Algo que le reprochó al instante—: Muchas gracias por haberme obligado a decirlo.
Él la miró y parpadeó en silencio, mudo ante sus palabras.
—No lo lamentaría —repuso con sencillez.
Aquellas palabras fueron la gota que colmó el vaso. Ya había tenido suficiente. No quería más de su bondad y su compasión. No quería que él prestara más atención a su corazón y a su cuerpo. No quería castigarse con más momentos a solas con él. No quería vivir más situaciones que le hicieran soñar que, después de todo, podría tener alguna posibilidad con Joseph.
—¿De veras? ¿Igual que no lamentaste lo que pasó en tu estudio? ¿Ni lo que sucedió la noche pasada? —Negó con la cabeza tristemente—. Te has apresurado a disculparte después de cada uno de esos momentos, Joseph, se ve muy claro que casarte conmigo es lo último que harías libremente.
—Eso no es cierto.
Ella lo miró con los ojos llenos de emoción.
—Claro que es cierto. Y, francamente, no pienso hacer que te pases el resto de tu vida lamentando estar atado a alguien tan… tan corriente e insulso… como yo. —Ignoró la mueca de desagrado que hizo ante esa descripción. Las mismas palabras que él había dicho aquella tarde en su estudio—. No lo podría soportar. Así que, muchas gracias, pero no me casaré contigo. —«Te amo demasiado y llevo haciéndolo durante demasiado tiempo.»
—____*, yo nunca he dicho…
Ella alzó las manos para que se callara.
—Basta, por favor.
Él clavó los ojos en ella durante un buen rato, y ____* notó la frustración que lo embargaba.
—Esto no quedará así —afirmó, con voz firme e inquebrantable.
Ella sostuvo la mirada de aquellos penetrantes ojos avellana.
—Sí —aseguró.
Él se giró sobre los talones y salió de la habitación.
Ella le observó marcharse y esperó hasta oír el estruendo que produjo la puerta principal al cerrarse de golpe para dejarse llevar por las lágrimas.
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por Julieta♥ Vie 20 Jul 2012, 11:46 am

Capítulo 28




Joe se dirigió directamente a Brook's, lo que fue un error. Como si no hubiera sido suficiente con que ____* lo hubiera rechazado, haciéndole sentirse de paso como un auténtico imbécil, el bienestar que encontraba en su club también se había arruinado por completo.
En solo doce horas, aquel lugar que había sido diseñado específicamente para que los hombres encontraran paz y comodidad lejos del mundanal ruido, se había convertido en un recordatorio en caoba y mármol de ______ Hartwell. De pie en el gran vestíbulo, donde solo se oían murmullos masculinos, lo único en lo que podía pensar era en ella. En ____* vestida con ropa de hombre y caminando sigilosamente por los oscuros pasillos del club; en ____* curioseando a través de las puertas abiertas para empaparse del ambiente de su primera —y esperaba que única— visita a un club de caballeros; en ____* sonriéndole por encima de las cartas; en ____* desnuda, con su suave y preciosa piel resplandeciente por el calor de la pasión.
Lanzó una mirada al largo y sombrío corredor que ____* y él habían recorrido la noche anterior y se vio tentado por el cruel deseo de regresar a aquella salita donde habían pasado la velada. Durante un fugaz momento, consideró pedir que le sirvieran café allí para torturarse a placer con los recuerdos de la noche anterior y revivir las numerosas maneras en que había metido la pata. Sin embargo, decidió no hacerlo para conservar la cordura.
Lo cierto es que todavía no podía creerse que ella lo hubiera rechazado. Después de todo, un marqués joven, rico y atractivo no le preguntaba todos los días a una joven si quería casarse con él. Supuso que aún sería menos frecuente que dicho marqués fuera rechazado. ¿Cuánto tiempo se había pasado él evitando a matronas y debutantes desesperadas, que competían entre sí para obtener la posición de marquesa de Ralston? Y ahora, cuando por fin estaba dispuesto a que alguien ocupara dicho puesto, la mujer a la que se lo ofrecía no lo quería.
Pero si ____* pensaba realmente que podía rechazarlo y olvidarse de él, estaba muy equivocada.
Frustrado, se quitó la capa y se la lanzó al lacayo más cercano, no sin antes percibir el olor de la joven en la tela; una combinación de almendras, lavanda y… la propia ____*. Aquel pensamiento le hizo fruncir el ceño y observó, con no poco placer, la manera en que el lacayo se apuró a alejarse para no ser el receptor de su pésimo humor.
Aquella emoción fugaz fue reemplazada con rapidez por una nueva llamarada de indignación. «¿Qué demonios le pasaba a ____*?»
No se podía creer el motivo que le había dado. Sin duda, ella no podía pensar de verdad que eran incompatibles. Puede que fuera virgen, pero, incluso en su inocencia, ____* tenía que saber que su noche de pasión —y todos los prolegómenos anteriores— no eran precisamente lo habitual. Desde luego, su matrimonio funcionaría maravillosamente en el dormitorio. Y, por si la pasión que ardía entre ellos no fuera suficiente, su inteligencia, humor y madurez eran más que estimulantes para él. Además, era preciosa. Suave en todos los lugares en los que debía. Se permitió recrearse en sus pensamientos… un hombre podía perderse durante años en aquellas lujuriosas curvas.
Sí, lady ______ Hartwell sería una excelente marquesa.
Solo faltaba que ella se diera cuenta.
Se pasó la mano por el pelo. Cuando se casaran, ____* tendría un título, riqueza, tierras y a uno de los solteros más codiciados de toda Inglaterra. ¿Qué más quería aquella mujer?
«Un matrimonio por amor.»
El pensamiento irrumpió con fuerza en su mente. Hacía tiempo, ____* le había confesado que creía en los matrimonios por amor; entonces él se había burlado de ella y le había demostrado que la atracción física era igual de poderosa que ese amor en el que tenía tanta fe. Pero era imposible que lo hubiera rechazado porque esperara amor. Negó con la cabeza, frustrado ante la idea de que ____* estuviera dispuesta a arriesgar su reputación y su futuro rechazándole a causa de una absurda fantasía infantil a la que no quería renunciar.
La sola idea ya era descabellada. No pensaba perder el tiempo pensando en ello.
Se dirigió a una sala bastante grande a un lado del vestíbulo, un lugar donde siempre se podía encontrar algún tipo de distracción. Entró en busca de un debate político que lo mantuviera ocupado, pero estaba vacía, a excepción de los participantes de una partida de cartas. Sentados frente a la mesa estaban Oxford y dos hombres más. Su aspecto era lo suficientemente desaliñado como para suponer que los tres llevaban toda la noche allí.
Se sintió asqueado ante los irresponsables hábitos de Oxford y, como no le interesaba que se fijaran en él, se dispuso a salir de la habitación tan rápida y silenciosamente como había entrado. Sin embargo lo descubrieron antes de que lo consiguiera.
—Ralston, viejo amigo. Ven a echar unas manos con nosotros —anunció Oxford a voz en grito con demasiada jovialidad. Joe se detuvo, buscando la mejor manera de rechazar la invitación, pero el barón continuó hablando—. Ahora es el mejor momento para enfrentarse a mí, ya que dentro de poco tus bolsillos estarán considerablemente más ligeros. —Las palabras, seguidas por un significativo coro de carcajadas y exclamaciones, hicieron que Joe mirara al barón.
Se acercó a la mesa con una expresión tan dura como el acero. Al ver las mejillas coloradas y los ojos enrojecidos de Oxford, supo que estaba borracho. Se mantuvo imperturbable mientras señalaba el montón de dinero que acumulaban los compañeros del barón.
—Parece que mis bolsillos no corren peligro de ser aligerados hoy, Oxford.
El barón miró a Joe con el ceño fruncido, como si hubiera olvidado de qué estaban hablando.
—Sí, bueno, pero pronto dispondré de un montón de dinero que perder… —Hizo una pausa, tragando un eructo—. Te aseguro que estaré comprometido antes del fin de semana.
—¿Con quién? —preguntó Joe, ignorando la abrumadora premonición que atravesó su mente e intentando imprimir a sus palabras un tono casual.
Oxford le señaló con un dedo largo y tembloroso y soltó una carcajada.
—¡Con _____ Hartwell, por supuesto! Y mi compromiso te costará mil libras.
Joe se vio envuelto en una oleada de calor, que fue seguida con rapidez por el incontenible deseo de estampar el puño en la presumida cara de Oxford.
—Así que crees que ya la has conquistado, ¿verdad? —indagó, manteniendo la calma a pura fuerza de voluntad.
Oxford le mostró aquella sonrisa amplia y llena de dientes, que le hacía parecer imbécil perdido.
—Oh, claro que sí. Ayer en la exposición de la Royal Academy fue como arcilla en mis manos. —Les guiñó el ojo a sus amigos.
Joe se puso rígido ante tal presunción; una mentira flagrante, además. Cerró los puños con fuerza y contuvo la energía que clamaba por ser liberada, preferentemente desfigurando alguna parte del cuerpo de Oxford.
El barón no notó la tensión que Joe reprimía con todas sus fuerzas y siguió presionando.
—Mañana mismo la visitaré y le plantearé mi propuesta como un negocio. Es posible que además comprometa a la muchacha durante el fin de semana, para asegurarme de que a Allendale no le queda más remedio que darme la bienvenida a la familia. Aunque lo más probable es que me dé las gracias y me ofrezca una buena dote por hacerme cargo de su hermana solterona.
La idea de que Oxford pusiera un solo dedo encima de ____* fue la gota que colmó el vaso. Al instante arrancó al barón de su silla como si no pesara más que un niño. La acción provocó que los compañeros se levantaran y se apartaran por si había una pelea.
Joe olió el miedo que emanaba de Oxford, y su debilidad y cobardía alimentaron la repugnancia que sentía por él.
—Lady _____ Hartwell es mil veces mejor que tú. No mereces respirar el mismo aire que ella —gruñó. Soltó al barón y sintió una aguda satisfacción cuando el hombre cayó desmadejado sobre la silla. Con una mirada tan regia como la de cualquier soberano, Joe añadió—: Te aposté mil libras a que no la conseguirías y sigo pensando lo mismo. De hecho, estoy tan seguro de ello que… duplico la apuesta aquí y ahora.
Observó el temblor de las manos de Oxford cuando el barón estiró las mangas de su chaqueta.
—Será un placer, Ralston. Semejante comportamiento tan grosero —dijo—, merece que aligere tus arcas un poco más.
Joe giró sobre los talones y salió de la estancia sin añadir nada, intentando convencerse a sí mismo de que su comportamiento solo era debido a que se había visto obligado a salir en defensa de una dama con quien tenía una enorme deuda pendiente.
Fue más fácil dejarse llevar por esa idea que aceptar las poderosas emociones que lo atravesaban al pensar que ____* pudiera acabar convertida en baronesa.


Esa misma tarde, ____* abría la puerta de la tienda de madame Hebert, en Bond Street, ansiosa por poner fin de una santa vez a lo que estaba resultando un pésimo día para ella. Después de que Ralston asaltara su casa, ____* había llorado durante un buen rato antes de recibir recado de que la modista había terminado el vestido que le había encargado, así como varias prendas del nuevo vestuario de Juliana.
Tomó el mensaje como una señal de que no podía pasarse el día sintiendo lástima por sí misma y se preparó para pasar la tarde en la tienda, algo que le parecía solo un poco mejor que asistir a un entierro. No obstante, necesitaba urgentemente una distracción y estaba segura de que la modista francesa se la proporcionaría.
Convenció a Mariana para que la acompañara. Su hermana menor abandonó antes que ella Allendale House para recoger a Juliana de camino, puesto que la joven tendría que pasarse también la tarde probándose sus vestidos nuevos. En condiciones normales, ____* habría ido con ella, pero, sencillamente, no podía soportar la idea de volver a ver a Ralston ese día —y no quería arriesgarse a que sucediera tal cosa a pesar de lo improbable que era—, así que allí estaba, ante el umbral de la tienda, esperando a que alguien la recibiera.
El lugar rebosaba actividad. Madame Hebert no estaba a la vista, pero sus ayudantes se apuraban de un lado para otro de la cortina que separaba los probadores, con los brazos cargados de rollos de tela, botones, encajes y adornos. Había tres mujeres más en la parte delantera de la tienda, estudiando los vestidos expuestos y admirando los resultados de las hábiles manos de las costureras.
—¡Oh! ¡Lady _____! —Aquellas palabras suaves y ansiosas fueron pronunciadas con el cerrado acento francés de Valerie, mano derecha de madame Hebert, que salió de la trastienda y realizó una rápida reverencia ante ____* —. Madame Hebert desea ofrecerle sus disculpas por hacerle esperar. Está terminando con otra dama, pero le aseguro que enseguida estará con usted… —agitó la mano en el aire con cierta inseguridad mientras buscaba la palabra correcta—… tout de suite… de inmediato, ¿sí?
—Sí, por supuesto. No me importa esperar.
—¡Valerie! —La voz de madame Hebert surgió tras la cortina solo unos segundos después de que la francesa asomara la cabeza en la tienda—. Haz pasar a lady ¬¬¬¬_____. Me pondré con ella inmediatamente. —La modista le dirigió a ____* una sonrisa alentadora. Cuando Valerie se acercó con ella a la trastienda, madame Hebert se dirigió en voz baja a su ayudante—. Termina tú con la señorita Kritikos.
____* se quedó paralizada ante la entrada a los probadores. ¿Había oído bien? ¿Era posible que la antigua amante de Ralston se encontrara a solo unos metros? Por supuesto que sí. Era el remate perfecto para un día desastroso. Enderezó los hombros y se dispuso a entrar. Nastasia Kritikos no la conocía; por consiguiente, ella aparentaría que tampoco reconocía a la cantante.
Traspasó las cortinas y descubrió que era una tarea más fácil de pensar que de llevar a cabo. Nastasia estaba situada encima de una plataforma elevada en el medio del probador, de cara a la entrada, y era más impresionante que ninguna otra mujer que hubiera visto antes. ____* reparó en la figura de reloj de arena de la prima donna, de caderas y pechos perfectamente proporcionados. Nastasia giró sobre sí misma para estudiar su imagen con ojo crítico en el enorme espejo y tomar nota de todos los detalles del sensacional vestido color escarlata que se estaba probando. El diseño resaltaba la alta y exuberante silueta de Nastasia; el corpiño se cerraba en la espalda con una hilera de minúsculos y elegantes botones, cada uno de los cuales tenía un diminuto y perfecto ojal.
____* tragó saliva, sintiéndose pálida, corriente e insulsa y deseando haber elegido cualquier otro día para recoger su vestido. Al darse cuenta de que se había quedado mirando boquiabierta a la otra mujer, se giró y siguió a madame Hebert. Pasó por detrás de Nastasia, sin poder evitar echar un vistazo al reflejo de la cantante en el espejo, y envidió la belleza de la mujer. Ralston y ella debían de haber resultado una pareja sensacional. Nastasia era espectacular; poseía ese tipo de belleza que las mujeres como ella solo podían anhelar, especialmente porque aquella piel de porcelana, el brillante pelo negro y la boca voluptuosa no eran más que una parte del conjunto. Pero lo que más llamaba la atención en la cantante no eran sus cualidades físicas, sino la palpable confianza en sí misma que irradiaba. Parecía la dueña y señora, ya no de la estancia… sino de la tienda.
Era magnífica.
Y ____* la envidió con todas sus fuerzas. Desde la templanza que rezumaba por cada poro de su piel a aquellos fascinantes ojos violetas que le devolvían la mirada desde el espejo.
Sorprendida por haber sido pillada in fraganti, se sonrojó y apartó la vista de inmediato, apresurándose a seguir a madame Hebert. La francesa la guió hasta un lateral de la estancia, separado por un alto biombo. ____* se detuvo en seco cuando vio que la mujer se detenía en un rincón y dejaba al descubierto el que posiblemente fuera el vestido más bonito que hubiera visto nunca.
Madame Hebert la miró a los ojos con una sonrisita de satisfacción.
—¿Le gusta?
—Oh, sí. —A ____* le hormiguearon los dedos por tocar la tela, por acariciar la cascada de la seda más preciosa del mundo.
—Excelente. Creo que ha llegado el momento de ver cómo le queda. ¿No cree?
La modista rodeó a ____* y señaló la ropa interior que habían dispuesto junto al vestido.
—Comenzaremos por la lencería —indicó.
Ella negó con la cabeza al instante.
—Oh, no podría… Tengo muchísimas prendas, no necesito nada nuevo.
Hebert intentó convencerla mientras le aflojaba el vestido.
—Le aseguro que sí que las necesita. —Le ayudó a ____* a quitarse el corsé y la camisola—. Las mujeres muestran más confianza en sí mismas si les gusta lo que llevan bajo la ropa. Es evidente la diferencia entre una mujer que usa lencería de seda y raso y otra que no… —la modista hizo una pausa mientras dejaba caer al suelo la camisola de ____*—… la usa.
____* se puso en silencio la ropa interior nueva. Era preciosa, poseía multitud de pequeños detalles, como cintas de raso o flores bordadas a mano en distintos colores, que añadían una feminidad que jamás había considerado que necesitara. Según fueron poniéndole capas de tela, ____* se sintió algo tonta al disfrutar de la sensación que producían los rasos y las sedas contra su piel, pero madame Hebert tenía razón. Había algo decadente en llevar una lencería tan frívola, en especial cuando Anne sería la única persona que la vería.
—Y siempre se nos olvida que una nunca sabe cuando alguien podría desenvolver el regalo, ¿oui? —le susurró la modista al oído como si le hubiera leído los pensamientos.
____* se sonrojó al escucharla, y la francesa emitió una risita llena de picardía.
Entonces le pusieron el vestido, que se ajustó a su cuerpo como un guante. Cuando madame Hebert giró a su alrededor lentamente, tomando nota de cada detalle de la prenda, pareció tan contenta como un niño con zapatos nuevos. Satisfecha, clavó los ojos en la mirada sorprendida de ____* .
—Venga, salga del probador. Tenemos que estudiar todos los detalles —le dijo.
Siguió a la modista a la sala común y reparó en que Nastasia todavía seguía encima de la plataforma de pruebas mientras Valerie cosía un ribete rojo al vestido. Ignorando la inmediata sensación de inseguridad que la abordó, ____* caminó hasta una segunda plataforma. Madame Hebert la hizo girar con suavidad hacia el enorme espejo cercano. Cuando se dio cuenta de que la mujer del reflejo era ella, agrandó los ojos con sorpresa y negó con la cabeza. Jamás se había visto así. La mujer corriente e insulsa se había transformado en otra muy, pero que muy singular.
Los pechos quedaban perfectamente resaltados por el corte bajo del vestido y parecían exuberantes y plenos sin resultar vulgares; la seda, que caía en cascada sobre la estrecha cintura, las caderas y el vientre, hacía que se viera bien proporcionada, y el color, el tono más precioso y brillante de azul que ella hubiera visto jamás, daba a su piel un matiz rosado, como fresas con nata.
Esbozó una amplia sonrisa. Madame Hebert tenía razón. Aquel era el vestido adecuado para bailar el vals. ____* no pudo evitar volverse, excitada, hacia la modista.
—Oh, es precioso, madame.
La mujer le correspondió con otra sonrisa.
—En efecto, lo es. —Ladeó la cabeza, estudiando atenta y críticamente el reflejo de ____* —. Hay que subir un poco el dobladillo de la falda. Disculpe, iré a buscar a una chica para que lo marque con alfileres.
La francesa desapareció por una puerta cercana. ____* miró por encima del hombro para verse la espalda en el espejo. Observó la caída de la tela, el corte impecable; era totalmente distinto a cualquier diseño que estuviera de moda en los salones de baile de Londres, pero perfectamente adecuado para su rotunda figura.
—Hebert es un genio, ¿verdad?
____* clavó la mirada en el espejo y se tropezó con un par de ojos violetas reflejados allí.
—En efecto, lo es —respondió en voz baja, con una sonrisa educada.
Nastasia observó en la imagen cómo Valerie se acercaba a ____* y prendía con alfileres una parte del dobladillo.
—A Ralston siempre le ha gustado su trabajo —explicó como por casualidad.
____* apartó la mirada, insegura. Jamás había hablado antes con una amante. Y menos aún con la antigua amante del hombre del que estaba enamorada.
Nastasia adoptó una expresión aburrida.
—No tiene que mostrarse reservada conmigo, lady _____. No somos jovencitas recién salidas de la escuela, somos mujeres, ¿no es cierto? Sé que él está ahora con usted. Son gajes del oficio, querida.
____* negó con la cabeza, segura de que tenía la boca abierta y expresión de tonta.
—No está conmigo.
La cantante arqueó una ceja perfectamente dibujada.
—¿Está diciéndome de verdad que Ralston no la ha seducido?
____* se sonrojó y apartó otra vez la mirada; Nastasia se rió.
El sonido no contenía la maldad que ____* hubiera esperado, sino diversión.
—No esperaba que él lo hiciera, ¿verdad? Pero le apuesto lo que quiera a que disfrutó de cada minuto. Ralston pertenece a esa rara clase de hombres que antepone el placer de sus parejas al suyo. —A ____* le ardieron las mejillas cuando la actriz siguió hablando con tanta franqueza—. He tenido muchos amantes… y solo otro fue tan generoso como Ralston. Tiene suerte de que él haya sido el primero.
____* pensó que se moriría de vergüenza allí mismo en el acto.
—¿Me acepta un consejo?
____* alzó la cabeza de golpe y observó en el reflejo a la belleza de pelo negro como el azabache. Nastasia no la miraba a ella, sino que había vuelto la vista hacia la ventana por la que entraba a raudales el sol de la tarde. Tras un largo momento de silencio, la curiosidad pudo con ella.
—Por favor…
—Cuando tenía dieciocho años —comenzó Nastasia en tono soñador—, conocí a mi primer hombre. Dimitri fue generoso y amable, un buen amante que poseía todo lo que yo había soñado… Todo lo que yo no sabía que deseaba. Resultó inevitable que me enamorara de él. Fue un amor que superó cualquier cosa que conociera; cualquier cosa que hubiera escuchado, algo realmente mítico. Ha sido el único hombre al que he amado. —Hizo una pausa mientras un velo de tristeza atravesaba su rostro con tal rapidez que ____* no estuvo segura de haberlo visto—. Pero no me correspondió. Él no era capaz de sentir esa clase de… emoción. Así que me rompió el corazón.
A ____* se le llenaron los ojos de lágrimas de una manera inesperada, afectada por la triste historia de la otra mujer.
—¿Qué ocurrió después? —preguntó, incapaz de contener la curiosidad.
Nastasia encogió los hombros con elegancia.
—Me fui de Grecia y alcancé el éxito gracias a mi voz.
Valerie se puso en pie tras rematar su tarea, y Nastasia pareció salir de su ensimismamiento. Parpadeó e inspeccionó el trabajo de la joven en el espejo.
—Ralston es su Dimitri. Proteja su corazón.
Hubo un silencio preñado de sentimiento mientras las dos mujeres se perdían en sus reflexiones.
—Si pudiera volver atrás, ¿volvería a enamorarse de él? —preguntó ____* de manera impulsiva, lamentando las palabras en cuanto salieron de su boca.
Nastasia se lo pensó durante un buen rato con una expresión de tristeza. Cuando sus ojos chocaron con los de ____*, en el espejo, brillaban de emoción.
—No —susurró—. Le amé demasiado para no ser correspondida.
____* se enjugó con disimulo una lágrima perdida cuando volvió madame Hebert, ajena a la conversación que había tenido lugar durante su ausencia.
—El vestido de lady _____ es muy hermoso —dijo Nastasia, volviendo la cabeza hacia la modista—, me gustaría encargar uno con la misma tela.
—Lo siento, señorita Kritikos. La tela no está disponible —se disculpó secamente madame Hebert.
Nastasia le lanzó a ____* una mirada directa, observándola de pies a cabeza.
—Bien. Parece, lady ______, que está convirtiendo en una costumbre quedarse con lo que yo quiero. —Esbozó una sonrisa—. Espero que tenga mejor suerte que yo. Ese vestido, sin duda, le ayudará.
____* inclinó la cabeza, aceptando las palabras de Nastasia.
—Gracias, señorita Kritikos. Y, deje que le diga que posee un brillante talento.
Nastasia se bajó de la plataforma e hizo una profunda y elegante reverencia, admitiendo por fin la posición social de ____*.
—Y usted tiene un buen corazón, milady. —Dicho eso, Valerie y ella se dirigieron a uno de los probadores laterales, donde ____* imaginó que habría otras prendas que Nastasia debería aprobar. Cuando se dio cuenta de que la mujer se marchaba, resultó una sorpresa y le entristeció pensar que pudiera ser debido al camino que había tomado su conversación.
Volvió a centrar la atención en la modista y esbozó una sonrisa acuosa ante su expresión de curiosidad. Sabía lo que madame Hebert estaba pensando. ¿Qué tenían en común una cantante de ópera y la hermana de un conde?
Sin embargo, la modista llevaba demasiado tiempo al frente de su negocio como para arriesgarse a provocar la ira de sus dientas haciendo preguntas demasiado personales, así que centró la atención en el dobladillo de ____*.
Madame Hebert rectificó la longitud en la falda y, tras darle instrucciones concretas a una de las ayudantes, salió del probador. La joven reacomodó los alfileres en silencio mientras ella revivía la conversación con Nastasia en su mente. Las palabras de la cantante habían sido tan impactantes como un mazazo. Siempre había sabido la verdad. Por supuesto, Ralston jamás la amaría de la manera en que ella deseaba, pero escuchar la historia personal de Nastasia —sentir la verdad que transmitía—, había hecho más intensa la tristeza que ella sufría ese día.
Observó su imagen en el espejo, con los ojos nublados por las lágrimas. Aunque todos los días fuera tan bella como la mujer del reflejo, eso no haría que Ralston la amara. Y, quizá si él fuera otro hombre —alguien a quien ella amara menos o a quien no amara en absoluto—, habría aceptado casarse. Pero había soñado con él durante demasiado tiempo. La había arruinado para efectuar un matrimonio de conveniencia. Con él lo quería todo: su mente, su cuerpo, su nombre y, sobre todo, su corazón.
Quizá rechazarlo había sido un error. Quizá debería haber aprovechado la oportunidad de ser su marquesa; de ser la madre de sus hijos. Notó una opresión en el corazón al pensar en bebés de cabello oscuro y ojos azules sobre su regazo. Pero estaba segura de que Nastasia tenía razón. El peor sufrimiento no sería estar sin él, sino estarlo sin que él fuera suyo por completo.
Lanzó un suspiro; tenía que dejar de pensar en ese tema y disfrutar del descubrimiento de esa nueva y preciosa versión de sí misma. Se oyó una risa familiar en la antesala de la tienda y se obligó a sonreír cuando Juliana y Mariana atravesaron la cortina, deteniéndose de golpe ante la imagen de ____*.
—Oh, ____* —susurró Mariana con reverencia—. Estás guapísima.
—No. —____* rechazó aquel cumplido tan extraño para ella.
Juliana corroboró las palabras de Mari asintiendo con la cabeza.
—Es verdad. ¡Estás guapísima!
—Gracias. —____* notó que se ruborizaba.
Mari la rodeó lentamente.
—Es un vestido precioso, ____*… Pero hay algo más… —Hizo una pausa, levantando la vista a los grandes ojos castaños de su hermana—. Te sientes hermosa, ¿verdad?
____* esbozó una sonrisa al oírla.
—Lo cierto es que sí.
Juliana se rió.
—¡Brava! Ya iba siendo hora de que te sintieras hermosa, ____*. —Cuando Mariana asintió con la cabeza, Juliana continuó—: Te he considerado preciosa desde que te conocí, por supuesto. Pero ahora, con ese vestido… Tienes que ponértelo para el baile. ¡Dovete! ¡Tienes que hacerlo! —Faltaban tres noches para el baile de los Salisbury, evento en el que Juliana debutaría oficialmente en sociedad. Dio palmas, llena de excitación—. ¡Será como si tuviéramos la presentación a la vez! ¡Las dos con vestidos nuevos! Aunque el mío no será tan precioso como este.
Mariana se mostró de acuerdo, y ____* miró de una chica a otra, abrumada.
—Oh, no creo que el vestido esté listo para el baile. Aún hay que coserle el ribete y tengo la certeza de que madame Hebert tiene clientes mucho más importantes que yo.
—Si lo necesita para el baile, milady, lo tendrá para el baile —aseguró la modista, que había regresado a la estancia para comprobar el progreso de sus ayudantes—. Me encargaré de que le cosan el ribete y se lo entregaré a primera hora de la mañana con una condición. —Se inclinó hacia ____* y añadió en voz baja—: Debe prometerme que bailará todos los valses.
____* sonrió mientras negaba con la cabeza.
—Me temo que eso no depende de mí, madame.
—Tonterías —se burló la modista—. Con este vestido irá dejando corazones rotos a su paso. Los hombres la perseguirán.
____* se rió ante la improbable escena que dibujaban aquellas palabras, solo para descubrir que era la única que encontraba divertida la idea. La risa se desvaneció.
—¡Claro que lo harán! —exclamó Mariana.
Juliana esbozó una sonrisa y ladeó la cabeza, observando a ____*.
—Estoy de acuerdo. ¡No quiero perderme la cara que pondrá Joe cuando te vea! ¡Estás deslumbrante!
Mariana miró a su amiga y habló como si sentara cátedra.
—Oh, creo que no me equivoco al afirmar que la caída de Ralston será inevitable.
____* farfulló por lo bajo ante aquella conversación tan atrevida e impropia, con las mejillas rojas como tomates. ¿Eran tan evidentes sus sentimientos por Ralston? «¿Le habría dicho algo Juliana a su hermano?»
Las dos chicas ignoraron su incomodidad y continuaron riéndose disimuladamente entre ellas mientras ____* era conducida por madame Hebert al vestidor tras el biombo.
Una vez allí, la joven miró a la modista, observando la astuta sonrisa de la mujer antes de que le susurrara:
—El marqués de Ralston anda detrás de usted, ¿verdad?
____* negó con la cabeza ante aquella atrevida pregunta.
—No. Claro que no —respondió de inmediato.
Madame Hebert comenzó a desabotonarle el vestido mientras contenía una risita, pero luego se mantuvo en silencio durante tanto tiempo que ____* pensó que la conversación había acabado.
Fue después de que saliera del charco de etérea seda azul cuando la modista habló, sin hacer caso a lo que ella había dicho.
—Bueno, si Ralston es su objetivo, incluiré la lencería en el paquete, milady. Disfrutará de ella tanto como usted.
____* notó que se sonrojaba furiosamente cuando oyó la pícara risita que emitió madame Hebert.
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por aranzhitha Vie 20 Jul 2012, 1:59 pm

awww Joe que testarudo eres
si le hubieras dicho de otra forma
que se casara contigo estoy segura
que hubiera aceptado la rayiz
me encanta la nove :arre:
ya quiero ver la cara de Joseph cuando
vea a la rayiz con el vestido :¬w¬:
siguela!!!!!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por helado00 Vie 20 Jul 2012, 4:13 pm

asddasdjkasdhadjk
ay definitivamente adoro a juliana y mariana :D
me encantarón los capitulos!! tienes que seguirla pronto porfavor!!!
helado00
helado00


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Mensaje por chelis Vie 20 Jul 2012, 6:56 pm

AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHH
QUE CAAAAPIISSSSS
YYYY SIII JOE YA CAAAYOOOOOO!!!
JAJAJAJAJA
chelis
chelis


http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por vale_ana Vie 20 Jul 2012, 8:23 pm

Esta increible.
Ame los capitulos.. Joe se quedara loco cuando vea a la rayis..
estoy esperando el proximo cap (:
vale_ana
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Mensaje por Julieta♥ Sáb 21 Jul 2012, 7:42 pm

Capítulo 29



____* y Mariana observaban la llegada de los invitados al baile de los condes de Salisbury desde un lado del salón. La amplia estancia estaba bañada con la luz dorada de miles de velas que oscilaban en enormes lámparas de araña. El espacio se veía reflejado en una pared de espejo, dando la impresión de ser el doble de grande y de que todo Londres estaba presente. Algo que, por supuesto, era cierto. El salón de baile estaba a rebosar; repleto de mujeres con vestidos de seda y raso de todos los colores imaginables, reunidas en pequeños corros, y hombres con trajes negros de etiqueta hablando de política y de las sesiones del Parlamento.
____* se puso de puntillas y miró a su alrededor, convencida de que no habían visto entrar a Juliana. Empezaba a hacerse tarde, y lo último que necesitaba la joven era ser recordada por haber llegado tarde a su primer baile. «Sin duda alguna, Ralston tiene que saberlo», pensó para sus adentros, mientras seguía buscando con la vista a la muchacha.
No tenía la más leve duda de que aquel baile era el lugar ideal para presentar a Juliana en sociedad. Ese acontecimiento anual, uno de los más populares de la temporada, era ofrecido por los muy estimados y amables condes de Salisbury, a los que ella siempre había considerado una de las parejas más agradables de Londres. Cuando falleció su padre habían sido el mayor apoyo de la familia, sobre todo para su desolada madre y para un jovencísimo y mal preparado Benedick, que tenía una terrible necesidad de la tutela que el conde le había ofrecido. Los condes de Salisbury eran sus amigos y le darían la bienvenida a Juliana y a Ralston sin dudar. ____* estaba segura de ello.
«Suponiendo, por supuesto, que aparezcan en algún momento.»
____* suspiró. Estaba tan nerviosa como el día de su propia presentación en sociedad.
—Llegarán —dijo Mariana con tranquilidad—. Puede que no conozca a Ralston tan bien como tú, pero sí lo suficiente como para tener la certeza de que no se perderán esta velada. —Clavó en ____* una mirada traviesa—. Y cuando te vea con este vestido, se alegrará de haber venido.
____* puso los ojos en blanco.
—Estás yendo demasiado lejos, Mari, incluso para ser tú —le reprendió secamente.
Mariana se rió y encogió los hombros.
—Quizá… pero no por ello es menos cierto. Hebert se ha superado. Es un vestido sensacional.
____* miró la drapeada seda azul que cubría el corpiño y la falda ahuecada que se contoneaba cuando caminaba. La tela, que solo había visto bajo la luz diurna, cobraba un brillo diferente bajo la iluminación de las velas. Centelleaba y emitía iridiscencias como si estuviera viva, como el más azul de los océanos. Esbozó una sonrisa al recordar su imagen en el espejo antes de salir de casa. Aquel vestido la había transformado; ya no era la solterona que asistía a los bailes con una vieja cofia de encaje.
—Ahí están.
____* fue arrancada bruscamente de su ensueño por el susurro de Mariana. Miró con rapidez hacia la entrada al salón de baile, una ancha escalinata lo suficientemente larga como para que los asistentes pudieran mirar y recrearse en la gente que accedía por ella. Había muchas personas junto a las barandillas y en la plataforma superior, pero era imposible no percibir a las tres personas que acababan de llegar.
Juliana se quitó la nívea capa y permaneció quieta y perfectamente erguida, con su vestido entallado de corte imperio de suave color rosado. Era el modelo perfecto; hermoso sin resultar llamativo, caro sin ser ostentoso. Detrás de ella, moviéndose casi al unísono, estaban Ralston y St. Jonas, que se despojaron de los abrigos para flanquear a su hermana.
Dos copias exactas de determinación, parecían soldados dispuestos para la lucha. ____* curvó la boca, divertida. Era posible que la sociedad londinense estuviera más próxima a entrar en batalla de lo que creía.
Clavó la mirada en Joseph con el corazón desbocado en el pecho, notando la rigidez de su mandíbula y la fría determinación en sus ojos, tan oscuros que los veía brillar desde donde estaba, casi en el otro lado de la estancia. Y entonces él la miró. En ese momento se sintió atravesada por una cálida sensación. Suspiró inconscientemente, un suspiro largo y hondo, y Mariana le dio un suave codazo.
—____*, intenta que no se te note mucho lo chiflada que estás por ese hombre, ¿de acuerdo?
____* volvió la cabeza hacia su hermana.
—¡No estoy chiflada por él! —siseó.
—Ya, ¡y yo soy la reina de Saba! —respondió Mariana irónica, ignorando la mirada irritada de su hermana antes de añadir—. Así que ponte manos a la obra.
____* siguió la mirada de Mariana y observó cómo Juliana era presentada a los condes. Se fijó en que la joven hacía una reverencia perfecta y que sonreía como debía, con una serenidad apabullante. Inclinó el cuello con la gracia de un cisne, envidiada seguramente por cada mujer presente.
Mariana emitió un ronroneo de satisfacción al oído de su hermana.
—¡Le ha salido mejor que nunca!
____* ignoró a la muchacha y estudió el resto de la estancia, advirtiendo las miradas que se clavaban en Juliana desde todas las direcciones.
Aquello no iba a resultar fácil.
—He oído decir que es ilegítima… Ya sabes, por la madre. —Aquel susurro llegó desde la izquierda, y ____* volvió hacia allí la cabeza. Vio al duque de Leighton y a su madre, la duquesa viuda, con los ojos fijos en la debutante. Contuvo el aliento al notar una expresión de desdén en la bien parecida cara del duque mientras su madre seguía hablando—: No entiendo por qué Salisbury permite la entrada de alguien así. Claro que no es que la reputación de Ralston sea mucho mejor. Estoy segura de que él también ha engendrado a unos cuantos bastardos donde no debía.
Aquellas palabras, tan absolutamente impropias y, al mismo tiempo, tan esperadas, fueron como un jarro de agua fría. ____* clavó una mirada airada en la duquesa… una mirada que quería decir que se iba a enterar.
El duque de Leighton la vio.
—Escuchar a escondidas es un hábito horrible, lady ______ —señaló el hombre con voz gélida.
Un año antes, ____* no hubiera tenido valor para responder.
—Creo que hay hábitos mucho peores, excelencia —respondió, lanzándole una mirada de desprecio a la duquesa viuda.
Dicho eso, atravesó el salón de baile, dispuesta a salvar a Juliana de esas víboras.
Mariana la siguió, pisándole los talones.
—¡Bien hecho, hermanita! —Mariana aplaudió su intrepidez—. ¡Tenías que haberles visto las caras! ¡No tenían precio!
—Se lo merecían, por esnobs —aseguró ____* con aire distraído, centrada en llegar cuanto antes al lado de Juliana y acogerla bajo el ala protectora del nombre de Allendale durante el resto de la velada. No contendría las murmuraciones, pero ayudaría bastante.
Mientras se abrían camino entre la multitud, las dos jóvenes se encontraron con Rivington, y Mari puso la mano con rapidez en el brazo de su prometido.
—Ven a conocer a Juliana, Riv —dijo en un susurro que solo pudo oír él. Por supuesto, Rivington ya había sido presentado a la chica, pero el duque comprendió al instante lo que Mariana quería decir realmente: «Ven y protégela con tu título.» Las acompañó sin pensárselo dos veces.
____* atravesó el último grupo de personas y se reunió con Juliana en una zona despejada, a varios metros de diversos corrillos que parecían tan cautivados con sus conversaciones que no soportarían verse interrumpidos para saludar a Juliana. ____* sabía de sobra lo que ocurría. Igual que lo sabían todos los demás. Ralston y St. Jonas permanecían junto a su hermana, dispuestos a vérselas con la mitad de Londres si hiciera falta. ____* observó a oe brevemente y notó la cólera que lo embargaba ante aquella sociedad que rechazaba con tanta facilidad a los que no encajaban. ¿Cuántas veces se había sentido ella exactamente igual que él en ese momento?
Sin embargo, no era el momento de mostrar simpatía por él. Su hermana le necesitaba.
—¡Juliana! —exclamó en voz clara y alta, perfectamente audible para los que estaban cerca, sin perder detalle—. ¡Qué contenta estoy de verte aquí! ¡Mariana y yo estábamos esperándote!
—¡Lo mismo digo! —aseguró Mari, cogiendo a la joven de las manos—. ¡La tarde ha estado aburridísima sin ti! —Le lanzó a su prometido una mirada de ansiedad—. ¿No estás de acuerdo, Rivington?
El duque de Rivington hizo una reverencia sobre la mano de Juliana.
—En efecto. Señorita Fiori, me encantaría que me concediera el siguiente baile —dijo, en tono cálido y más alto de lo habitual—. Es decir, suponiendo que no lo tenga ya comprometido.
Juliana negó con la cabeza, cada vez más abrumada.
—No, excelencia.
Mariana le lanzó una mirada encandilada a su futuro marido.
—Creo que es una idea maravillosa. —Entonces se inclinó hacia Juliana y le susurró conspiratoriamente—: Vigila que no te pise.
Los cuatro se rieron de la broma de Mari, y Juliana se dirigió con Rivington al centro de la pista. Mariana y ____* observaron cómo ocupaban su lugar a fin de que Juliana recibiera la aceptación en público al bailar con uno de los hombres más poderosos de Inglaterra. Luego, las dos hermanas se miraron, incapaces de contener unas amplias sonrisas de orgullo.
—Creo que yo también debería bailar —dijo una voz tras ellas. Se volvieron y encontraron a St. Jonas sonriéndoles—. Lady Mariana, dígame que no le ha prometido este baile a otro hombre.
Mari examinó su carnet de baile y se rió.
—Sí, lo había hecho, milord —le confió en un susurro—, pero parece que mi pareja ha elegido bailar con su hermana.
Nick negó con la cabeza y frunció el ceño con fingida preocupación.
—Intentaré resarcirle, milady.
—Muy caballeroso de su parte —afirmó Mari, con una amplia sonrisa, y dejó que la condujera a la pista.
____* los observó partir, divertida. Casi llegó a olvidarse de que la habían dejado a solas con Joseph. Casi.
Sin saber qué decir por culpa de su última conversación, ____* se dio la vuelta y se obligó a mirar aquellos ojos ilegibles. Nerviosa, pensó que lo mejor sería abordar un tema seguro.
—Lord Ralston, parece que Juliana ha empezado con buen pie.
—En efecto. Gracias a ti y a tu familia.
—Rivington está demostrando que será un excelente miembro de nuestra heterogénea familia. —____* curvó los labios serenamente mientras observaba a las parejas bailar.
Joseph alzó la comisura de la boca.
—Estoy en deuda con él. —La miró, clavando en ella sus penetrantes ojos avellana—. Y contigo.
Luego la observó de arriba abajo con los párpados entreabiertos y las pupilas dilatadas, y ____* detectó en él un leve cambio de actitud. Fue cuando supo que él había percibido su vestido. «Pídeme que baile contigo.» Sabía que era una idea terrible, que no debía bailar con él después de haber rechazado su propuesta de matrimonio y decidido que debía permanecer alejada de él. Sabía que lo último que debería permitir era que Joseph la dejara devastada esa noche. «Pídeme que baile contigo mi primer vals con este vestido.» Silenció aquella vocecita, y resolvió en ese mismo momento que debía detener aquellas fantasías tan estúpidas. Bailar con Joseph era, definitivamente, una pésima idea.
—Lady ______, ¿quiere bailar conmigo?
Al principio, ____* se quedó realmente confundida por las palabras, aquellas que había deseado que Joseph dijera, pero que en lugar de haberlas pronunciado él, provenían de una dirección distinta… Concretamente, le habían llegado por encima de su hombro derecho. Parpadeó, despistada, sin notar apenas la expresión atronadora de Joseph antes de entender lo que sucedía y volverse para mirar al barón de Oxford.
«¡No!» Contuvo el deseo de golpear el suelo con el pie.
No podía negarse; hacerlo no solo sería el colmo de la descortesía, sino que además ____* no se encontraba en posición de rechazar ninguna oferta para bailar. Los pensamientos atravesaban su mente a toda velocidad. Miró brevemente a Joseph, preguntándose por qué él no reclamaba el baile para sí mismo. Desde luego, ella no negaría que había sido el primero en pedírselo.
Pero él no dijo nada y se limitó a mirarla de una manera fría e ilegible.
—Me encantará bailar con usted, milord —respondió, volviéndose hacia él—. Gracias.
Él barón le tendió la mano y ella puso la suya encima.
Cuando sus manos se tocaron, Oxford le dirigió una amplia sonrisa que no se reflejó en sus ojos.
—Excelente.
Joseph observó cómo el dandi guiaba a ____* hacia la pista mientras unas oleadas de furia lo atravesaban al ver que eran los brazos de otro hombre los que la rodeaban… que era otro el que la tocaba. Solo años de contención impidieron que entrara como un vendaval en la pista y la arrancara de las garras de aquel cazadotes.
«Debería ser yo quien estuviera bailando con ella, por el amor de Dios», se recriminó a sí mismo mientras rodeaba la pista siguiendo con la vista las evoluciones de Oxford y ____* al compás de la música, convertidos en un remolino azul. Por si no hubiera sido suficiente que ella rechazara su oferta de matrimonio, ahora tenía que verla en brazos de Oxford vestida como un ángel.
¿De dónde diablos había sacado ____* ese vestido? Era un homenaje a su belleza, ensalzaba su exuberante figura, resaltaba sus preciosos pechos, la sutil curva de sus caderas, su cuerpo voluptuoso. Era un vestido diseñado para realzar y provocar, para volver locos a los hombres. Era un vestido que solo tenía un propósito… tentar a cualquiera a quitárselo.
En ese momento, Oxford y ____* giraron hasta que ella quedó frente a él. Joseph le sostuvo la mirada durante un momento y se estremeció ante la tristeza que vio en sus ojos. Había algo diferente en ella esa noche, algo mucho más trágico que otras veces. Joe supo instintivamente que él era la razón de su desolación, que lo había estropeado todo con aquella miserable propuesta de matrimonio haciéndole creer, de cierta forma, que no quería casarse con ella.
Contuvo una maldición cuando Oxford y ____* fueron tragados de golpe por el resto de los bailarines. Pudo ver fugaces y vibrantes atisbos de color azul cuando la marea de parejas fluyó siguiendo su propio ritmo, y su estado de ánimo se fue volviendo más sombrío al verlos bailar cada vez más lejos.
Comenzó a recorrer el borde de la pista, renuente a perderlos de vista por completo. Pasó ante varios grupos, personas a las que fue saludando con la cabeza sin demasiado entusiasmo, tratando de moverse con la suficiente lentitud para no dar pie a despertar su curiosidad, pero con la rapidez necesaria para seguir el ritmo de los bailarines.
—Lord Ralston, es un placer verle asistir a este baile —ronroneó la condesa de Marsden cuando pasó ante ella.
Joe se detuvo, incapaz de mostrarse grosero a pesar de la mirada depredadora de la mujer. No le habría sorprendido que ella le mostrara la punta de la lengua entre los labios pintados.
—Lady Marsden —saludó en un tono aburrido que sabía que irritaría a la condesa—. Encantado de haberla complacido. Me gustaría presentarle mis respetos a su marido —continuó con mordacidad—. ¿Está por aquí?
La condesa entrecerró los ojos, y él supo que había logrado su objetivo.
—No, no ha venido.
—Ah —dijo él, alejándose ya—. Una lástima. Transmítale mis más afectuosos saludos.
Volvió la mirada hacia la pista y se encontró a Juliana riéndose mientras Rivington la hacía girar sin cesar, mostrando a todo Londres que, hermanastra o no, extranjera o no, Juliana Fiori era tan buena pareja de baile como cualquier dama del salón. Notó una emoción en el pecho al observar a su hermana sonriéndole a un duque —esa nueva hermana que había encontrado el camino a su corazón con tanta facilidad—, como si fuera la cosa más natural del mundo para ella bailar con uno de los más reverenciados miembros de la aristocracia. La sociedad se apresuraría a encontrarle defectos, aunque sería mejor que no lo hicieran. Con el apoyo que le proporcionarían Nick y él, y las familias Allendale y Rivington, Juliana no podría estar mejor protegida. Formar una alianza con ____* había sido una de las mejores decisiones que podría haber tomado para asegurar la aceptación de Juliana en la sociedad.
____*.
Era extraordinaria. Incluso a pesar de haber rechazado su petición de matrimonio, había cumplido su promesa convirtiendo a Juliana en una debutante de la que estaría orgulloso cualquier hermano. Bien sabía Dios que él no lo habría conseguido ni siquiera haciendo gala de sus mejores intenciones. Juliana estaba allí esa noche gracias a ____*. Era una parte fundamental del éxito de su hermana. Y, de alguna manera se había convertido también en una parte muy importante de su vida.
Aquel pensamiento lo atravesó; de repente, supo que tenía que volver a hablar a solas con ella. Ya no se trataba de que tuvieran que casarse por respeto a la moralidad y porque se sintiera responsable, ¡es que quería casarse con esa mujer! Era irónico, cuanto más lo rechazaba ella, más quería casarse él, pensó exasperado. Y ahora, además, tendría que convencerla de que era también lo que ella quería.
Examinó la multitud lleno de frustración, buscándola entre aquellos cuerpos en movimiento, ansioso por vislumbrar el raso azul; porque acabara aquel baile eterno para poder llevársela a algún sitio donde hablar a solas.
La música finalizó en un crescendo envolvente, y las parejas giraron con rapidez antes de detenerse. Joseph observó cómo comenzaba a abandonar la pista mientras la orquesta hacía un descanso. Vio que Juliana y Rivington se reunían con Mariana y Nick y reanudaban su anterior conversación, pero no había señales de Oxford y ____*.
«¿Dónde demonios se habían metido?»


Después de que hubiera terminado el vals, Oxford guió a ____* a una pequeña antecámara privada al fondo de un pasillo largo y oscuro, bastante alejada del salón de baile. Las puertas del vestíbulo estaban abiertas para aumentar el flujo de aire en el sofocante salón, y el barón la llevó a una zona más privada, insistiendo en que quería gozar de un momento a solas con ella.
____* esbozó una vacilante sonrisa mientras miraba hacia la puerta de la antecámara, que Oxford había dejado apenas entreabierta.
—Gracias por escoltarme, milord —dijo, educadamente—. A veces nos olvidamos de lo agobiantes que pueden resultar estos bailes.
Oxford se acercó a ella.
—Por favor, no tiene importancia.
____* retrocedió cuando él cerró la distancia entre ellos.
—Milord, me estoy muriendo de sed. ¿Qué le parece si regresamos a la fiesta y pedimos un refresco?
—¿Y si, en cambio, satisfacemos nuestra sed… en otras materias? —Hizo una pausa antes de agregar—: Cariño.
____* arqueó las cejas.
—Milord —protestó ella cuando él se acercó todavía más, consiguiendo que ella se aplastara contra la pared al lado de la puerta. ____* comenzó a sentirse intranquila—. ¡Barón! —exclamó, insegura de sus intenciones.
Él se inclinó hacia ella, cada vez más cerca.
—Rupert —la corrigió él—, creo que ha llegado el momento de que prescindamos de esas formalidades. ¿No crees?
—Barón de Oxford —dijo ella con firmeza—, quiero regresar. Ya. Esto está resultando muy inapropiado.
—No pensarás eso cuando oigas lo que tengo que decirte —respondió él—. Para que veas… —se interrumpió, haciendo una grandilocuente pausa—, te ofrezco la oportunidad de ser mi baronesa.
____* arqueó las cejas rápidamente al oírle.
Oxford notó la sorpresa de la joven y lo volvió a intentar, en esta ocasión como si fuera una niña.
—Te ofrezco la oportunidad de casarte. Conmigo.
«Ay, Dios bendito, ¿es que no quedaba ningún hombre en Londres con una pizca de romanticismo cuando se trataba de hacer proposiciones de matrimonio?»
____* contuvo la risa y se aproximó a la puerta.
—Milord, me siento muy honrada de que haya pensado en mí, pero… —Hizo una pausa, buscando las palabras apropiadas para rechazarlo con delicadeza.
En ese momento, Oxford la rodeó con los brazos y le cubrió los labios con los suyos, mojados y blandos, pero nada agradables. Intentó meterle la lengua en la boca, y ella se echó hacia atrás impulsivamente, poniéndole las manos en los hombros con rapidez para rechazar aquellos indeseados avances amorosos. El barón confundió el movimiento con una caricia y continuó sobrepasándose, cerniéndose sobre ella y obligándola a apretar la espalda contra la pared hasta que ella notó que se le clavaba la jamba de la puerta en las nalgas.
—No seas tímida —susurró él, apartándose un poco para hablar—. No nos descubrirán. Y si lo hacen, nos casaremos.
____* intentó zafarse del barón mientras negaba con la cabeza ante aquella arrogancia sin precedentes. La idea de que ella se derretiría de gratitud por aquella burda propuesta le habría molestado si no fuera tan absurda.
—Me temo que está muy equivocado —le dijo, empujándolo con todas sus fuerzas. Él detuvo sus avances mientras ella se escurría entre su cuerpo y la pared—. No pienso casarme con usted. Me gustaría que se fuera.
Oxford parpadeó un par de veces, como si le resultara imposible comprender su decisión.
—No puedes hablar en serio.
A ____* no se le escapaba la ironía de la situación. Después de pasarse veintiocho años esperando a que alguien —cualquiera— mostrara interés en ella, se le declaraban dos hombres y los rechazaba a ambos. «¿Se habría vuelto loca?»
—Le aseguro que hablo muy en serio. Me parece que ha confundido mi amistad con otra cosa.
—¡Amistad! —repitió Oxford con evidente desprecio, haciendo que ____* se estremeciera de temor ante el cambio en su tono de voz—. ¿Crees que ando buscando amistad? De eso nada, busco una esposa. —Escupió la palabra como si ella fuera retrasada mental.
____* retrocedió, sin pensar, para alejarse de él. Aquel nuevo Oxford la estaba dejando muy sorprendida. El dandi sonriente, presumido e insípido se había convertido en un hombre enfadado y desagradable.
—Entonces me parece que ha pensado equivocadamente que estoy buscando marido.
Oxford curvó los labios en una grosera mueca.
—Vamos… No puedes esperar que me crea que no has soñado con esto. ¿No sueñan con un momento así todas las solteronas del mundo?
____* se irguió en toda su altura y alzó la cabeza con orgullo.
—En efecto, barón, soñamos con una propuesta de matrimonio. Pero no soñamos con que sea usted quien la haga.
____* notó la enorme furia que embargaba a Oxford en la tensión de su cuerpo y el intenso matiz rojo que adquiría su rostro. En cualquier otra situación se habría sentido orgullosa de haber conseguido tal cosa, pero en ese momento, llegó a pensar que iba a golpearla. No lo hizo, sino que retrocedió y la liberó de tan sofocante cercanía. Observó que poco a poco la furia desaparecía, haciéndose patente lo que él sentía realmente por ella: un completo y pronunciado desdén.
—Cometes un terrible error —le advirtió.
—Sinceramente, lo dudo mucho. —Las palabras de ____* fueron bruscas y a la defensiva—. Esta conversación ha terminado.
Él la miró fijamente, con los ojos ardiendo de cólera contenida. Ella se giró con determinación y se acercó a la ventana para mirar el jardín en penumbra.
—Mi oferta será la mejor que recibirás nunca. ¿De verdad piensas que alguien querrá a una cerdita como tú? —Notó que quería hacerle daño, y lo consiguió.
____* no lo miró cuando salió de la estancia, y esperó a que sus pasos se desvanecieran en dirección al salón de baile antes de aproximarse a una silla.
Entonces emitió un largo suspiro y notó el peso de las horribles palabras de Oxford. Resonaban repetidamente en el interior de su mente. Por supuesto, tenía razón. Había recibido dos propuestas en toda su vida, y ninguna de ellas le había satisfecho. Oxford iba detrás del dinero de su dote, y Joseph intentaba mantener intacta su reputación; algo que, aunque lo honraba, no era la más romántica de las ideas. ¿Por qué ninguno podía quererla simplemente a ella?
Se le llenaron los ojos de lágrimas ante ese pensamiento. «Menudo desastre.» Inclinó la cabeza y se apoyó en la silla, apretando las manos con tanta fuerza contra el respaldo acolchado que sus músculos protestaron. Respiró hondo varias veces mientras se preguntaba cuánto tiempo podía permanecer allí antes de que la echaran de menos.
—No deberías estar aquí sola.
____* se puso rígida al oír aquellas firmes palabras, pero no se giró; no quería que Joseph le viera la cara surcada de lágrimas.
—¿Cómo has sabido que estaba aquí?
—He notado que Oxford venía de esta dirección. ¿Ha ocurrido algo? ¿Estás bien?
—Por favor, vete —susurró ella en la oscuridad, sin responderle.
Hubo una pausa, seguida por el susurro de los movimientos de Joe cuando se acercó a ella y se detuvo a su lado.
—¿____*? —musitó con tanta ternura que le rompió el corazón—. ¿Te encuentras bien? Oh, Dios mío. ¿Te ha tocado Oxford? Lo mataré.
Ella volvió a respirar hondo.
—No… no. No me ha hecho nada. Estoy bien. Es que me gustaría que te fueras antes de que mi… reputación se vea arruinada.
Él se rió.
—Creo que ya hemos superado esa fase ¿no crees? —Ella no respondió, y él se acercó más a su espalda—. De hecho, es una de las razones por las que estaba buscándote.
____* dejó de apretar el respaldo con las manos.
—Ralston, por favor, vete.
—No puedo. —Se acercó todavía más y le puso las manos sobre los hombros mientras hablaba en un tono suplicante y seductor a la vez—. ____*, tienes que darme la oportunidad de convencerte de la sinceridad de mi propuesta. Por favor, cásate conmigo.
Aquello ya era demasiado; no lo podía soportar. Las lágrimas acudieron otra vez, veloces e incontrolables… y absolutamente humillantes. Permaneció inmóvil mientras intentaba no hacer ningún sonido que revelara su pena.
—Cásate conmigo. —Joseph repitió aquellas palabras preciosas y tentadoras en un susurro junto a su oído.
—No puedo —respondió ella, inclinando todavía más la cabeza.
Hubo una pausa.
—¿Por qué?
—No… no quiero casarme contigo. —Era la mentira más grande del mundo.
—No te creo. —La cólera comenzaba a inundar su voz.
—Es cierto.
—Mírame y repítelo.
Hubo un largo silencio mientras las palabras flotaban entre ellos. ____* consideró sus opciones. No tenía alternativa. Se dio la vuelta y lo miró, agradeciendo a Dios poder seguir manteniendo la cara en sombras.
—No quiero casarme contigo —repitió con voz temblorosa.
Él negó lentamente con la cabeza.
—No te creo. Me deseas. ¿Crees que no me he dado cuenta de lo compatibles que somos, tanto intelectual como físicamente? —Como ella no respondió, él continuó—: ¿Quieres que te lo demuestre? —Tenía la boca casi sobre la de ella, y ____* era absolutamente consciente de él. Su respiración le acariciaba los labios y no hacía falta nada para cerrar la escasa distancia que los separaba y que la besara como ella anhelaba—. Sabes que te lo daré todo.
Ella cerró los ojos al escuchar la pecaminosa promesa que encerraban esas palabras.
—Todo no —repuso con tristeza.
—Todo lo que te pueda dar —juró él, que se inclinó hasta rozarle la cara para retirarse ante su evidente sobresalto.
—¿Y qué pasará cuando eso no sea suficiente? —La pregunta cayó entre ellos como una losa.
Él dejó caer violentamente una mano sobre la silla, a su espalda, y ella se estremeció ante el sonido que hizo la palma contra la madera.
—¿Qué más quieres de mí, ____*? Soy rico, apuesto…
Ella le interrumpió con una risita de dolorosa frustración.
—¿Crees que me importa algo de eso? —preguntó, enfadada, triste y dolida al mismo tiempo—. ¿Que me importaría que fueras pobre o feo? Me daría igual con tal de que…
Él entrecerró los ojos y la miró fijamente cuando ella se interrumpió.
—¿Con tal de qué?
«Con tal de que me amases.»
____* no respondió, no confiaba en lo que diría si hablaba.
Joe respiró hondo y lo volvió a intentar, cada vez más frustrado y enfadado por la confusión que sentía.
—¿Qué quieres de mí? ¡Pídeme lo que quieras! Te lo daré. ¡Soy marqués, por el amor de Dios!
Eso era todo. Ya tenía suficiente.
—No me importaría ni aunque fueras el maldito rey. ¡No me casaré contigo!
—¿Por qué demonios no?
—¡Por muchas razones!
—¡Dame solo una razón decente! —Él estaba tan cerca, tan enfadado, que ella dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.
—¡Porque te amo!
Los dos se quedaron sorprendidos por la respuesta, pero él se recuperó primero.
—¿Qué?
Ella negó con la cabeza cuando notó que se le volvían a llenar los ojos de lágrimas.
—Por favor, no me hagas repetirlo —pidió con una pizca de humor, su única defensa en aquel horrible y embarazoso momento.
—Yo… —Joe se interrumpió sin saber qué decir.
—No tienes que decir nada. De hecho, preferiría que no dijéramos nada más ninguno de los dos. Pero eso es lo que pasa. No puedo casarme contigo porque no podría pasarme el resto de mi vida sabiendo que solo te casas conmigo por una especie de anticuado y equivocado sentido del honor y el deber.
Joe la observó durante un buen rato y vio las lágrimas que le caían por las mejillas.
—Yo… —repitió. Por primera vez en su vida se había quedado sin palabras.
Ella no pudo soportar mirarlo.
—¿Recuerdas la noche en que irrumpí en tu dormitorio? —susurró—. ¿Cuándo negociamos los términos de nuestro trato?
«La noche en que cambió todo.»
—Claro que sí.
—¿Recuerdas que me prometiste un favor? ¿Algo que yo elegiría en el futuro?
Una gélida sensación de temor se instaló en el estómago de Joseph. De repente, supo lo que ella le iba a pedir.
—____*, no lo hagas.
—Te pido que honres esa promesa. Ahora mismo. Por favor, vete.
El dolor en su voz era desconsolador, y Joe solo quería abrazarla, consolarla, pero tuvo que limitarse a pasarse las manos por el pelo mientras maldecía violentamente.
—____*… —Se interrumpió sin saber qué decir, pero determinado a decir algo, lo que fuera, que la convenciera de que debía casarse con él.
Ella levantó una mano y Joseph la miró, sorprendido por un momento ante la calma que mostraba.
—Por favor, Joe. Si te importo algo… —repitió—, por favor, vete. Vete y déjame sola.
Y lo hizo, porque era lo único que ella le había pedido que él podía concederle.
____* permaneció mucho rato en aquella tranquila estancia, rodeada por la oscuridad. Lloró muy poco, porque su tristeza era tan honda que le había calado hasta los huesos. Tenía la certeza de que aquella conversación con Ralston había sido la última.
En ese momento, ____* tuvo la absoluta convicción de que siempre estaría sola. Estar con Ralston la había arruinado para cualquier otro. Porque, si no lo podía tener a él, no querría a otro hombre.
Quizá se había equivocado. Quizá su amor hubiera sido suficiente para los dos. Pero ¿podría vivir toda la vida con la certeza de que él no la quería? ¿Que se había declarado solo porque era lo que debía hacer? ¿Que se había conformado con ella en vez de buscar a otra mujer infinitamente más mundana? ¿Más hermosa? ¿Más…?
«No. No lo podría soportar. Rechazarlo era su única opción.»
Se enjugó una lágrima perdida que rodó por su mejilla y sorbió por la nariz, sabiendo que debía regresar al baile, pero incapaz de hacerlo.
—¿____*?
El susurro llegó desde la puerta. Cuando ____* levantó la cabeza, vio a Juliana, que la observaba con atención, como si intentara confirmar que la mujer que permanecía en la oscuridad era, realmente, su amiga.
Secándose otra lágrima de la mejilla, ____* se irguió.
—¡Juliana, no deberías estar aquí sola!
Al oírla, Juliana entró y cerró la puerta. Luego se acercó a ____* y se sentó sobre un diván cercano.
—Estoy harta de que me digas qué puedo y qué no puedo hacer. Tú estás aquí, ¿verdad? ¡Pues entonces no estoy sola!
____* sonrió ante el alegato de la joven.
—Eso es cierto.
—Parece que necesitas compañía, amica. ¿No te valgo yo?
____* parpadeó, centrando la atención en la cara de Juliana y notando que sus ojos azules mostraban una mirada… ¿dolida? Dejó a un lado su propia tristeza.
—¿Qué te ha pasado?
Juliana agitó la mano con un gesto que ____* sabía que era de fingido desdén.
—He salido del salón de baile y me he perdido.
____* suavizó la mirada.
—Juliana, no puedes dejar que te afecten.
La joven hizo una mueca.
—No me molestan. De hecho, solo hacen que quiera demostrar lo que soy capaz de hacer.
____* le sonrió a la muchacha.
—¡Sí! Esa es la actitud correcta. Eres orgullosa, fuerte y asombrosa. No podrán resistirse a ti. ¡Te lo garantizo!
La expresión de Juliana se ensombreció durante un fugaz momento… Tan fugaz que ____* casi no lo percibió.
—Me parece que alguno sí que se resistirá.
____* negó con la cabeza mientras posaba la mano, cálida y consoladora, en la rodilla de su amiga.
—Te aseguro que no lo hará durante mucho tiempo.
—¿Puedo confesarte algo? —Juliana se inclinó hasta que sus frentes casi se rozaron.
—Por supuesto.
—He decidido quedarme aquí. En Inglaterra.
—¿De verdad? —____* agrandó los ojos al captar el significado de la confesión—. ¡Es maravilloso! —Aplaudió con deleite—. ¿Cuándo has tomado esa decisión?
—Hace solo un momento.
____* se recostó en la silla.
—¿Te has decidido por algo que ha pasado en el baile?
La chica asintió con firmeza.
—En efecto. No permitiré que unos aristócratas tan «nobs»… —hizo una pausa—, me ahuyenten. Si regresase a Italia, solo estaría dándoles la razón.
____* se rió.
—¡Excelente! ¡Disfrutaré observando cómo caen rendidos a tus pies! —Apretó las manos de Juliana con las suyas—. Y tus hermanos, Juliana… Se van a sentir encantados.
Juliana emitió una brillante sonrisa.
—Sí, supongo que sí. —Sin embargo, su expresión se volvió seria cuando miró a ____* directamente a los ojos—. Aunque no tengo la certeza de que Joe se merezca ahora esta buena noticia.
____* bajó la vista al regazo.
Entonces fue Juliana la que le estrechó las manos.
—____*, ¿qué ha sucedido?
—Nada. —«Tu hermano me ha roto el corazón. Eso es todo.»
Juliana esperó a que ____* levantara de nuevo la vista y, cuando lo hizo, con los ojos llenos de lágrimas, la joven buscó en ella las respuestas. Un rato después, Juliana pareció encontrar lo que andaba buscando.
—Debes mostrarte orgullosa y fuerte ante él —le dijo, apretándole las manos—. ¡Eres maravillosa!
Las palabras, un eco de aquellas que ____* había dicho solo unos minutos antes, provocaron que las lágrimas le resbalaran de nuevo por las mejillas y dejaran unas pálidas y silenciosas huellas.
Al instante, la joven se movió para sentarse junto a ____* y la envolvió en un abrazo fuerte y poderoso.
Y, mientras Juliana la abrazaba, ____* susurró aquello que ya no podía negar.
—Pero ¿y si no lo soy?
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por aranzhitha Sáb 21 Jul 2012, 9:05 pm

awww Dios que capi tan triste :crybaby:
Joe la quiere aunque tenga un lio en su cabeza :x la quiere estoy segura
Pobre rayiz todo lo que sufre menos mal que se libro de Baron
Maldito tipo como le dijo cerdita :caliente:
Me cae tan mal la gente que hace sentir mal a las personas rellenitas
Awww mi Joe sigue rogandole a la rayiz
Y Juliana que bueno que se queda
Siguela!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por chelis Sáb 21 Jul 2012, 9:47 pm

AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHH!!!
MALDITO DE OXFORT!!!...
PEEROO AAAII JOE YA SE DIO CUENTA QUE EL TAMBIEN LA AAAMAAAA VERDAD??
AAAII SIGUELAAA PORFIISS
chelis
chelis


http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por aranzhitha Dom 22 Jul 2012, 8:19 pm

siguela!!!! Porfavorsito
aranzhitha
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Mensaje por Julieta♥ Lun 23 Jul 2012, 12:58 pm

Capítulo 30




Joseph abandonó el baile de inmediato. Dejó el carruaje en Salisbury House para que lo usaran sus hermanos y se fue caminando hacia Ralston House, que se encontraba a apenas quinientos metros.

Durante toda su vida había sorteado precisamente ese momento; evitando mantener relaciones con mujeres con las que tuviera demasiado en común; eludiendo a las madres casamenteras, por miedo a que le pudieran gustar de verdad las jóvenes que trataban de endosarle. Crecer en el seno de una familia destrozada por culpa de una mujer le había marcado, una familia arruinada por el amor no correspondido de su padre, quien había muerto de aflicción tras intentar combatir durante mucho tiempo aquella obsesión que, finalmente, acabó con él.

Y ahora se las tenía que ver con ____*. La hermosa, generosa, encantadora e inteligente ____*, que parecía ser todo lo contrario a su madre pero, aun así, igual de peligrosa que la anterior marquesa. Cuando lo miró con aquellos sensacionales ojos castaños y le profesó su amor, él había perdido la habilidad de pensar.

Y cuando le rogó que se fuera, supo con exactitud qué había sentido su padre cuando su madre lo abandonó: una sensación de desamparo total y absoluta, como si le robaran una parte de sí mismo en sus propias narices y no pudiera hacer nada para evitarlo.

Y era algo aterrador. Si el amor era eso, no quería saber nada de él.

Estaba lloviendo, la etérea niebla londinense que parecía envolverlo todo dejaba caer un húmedo y brillante resplandor sobre la ciudad en tinieblas y hacía inútil el uso de un paraguas. Joseph no veía la lluvia, sus pensamientos giraban en torno a la imagen de ____*, con las lágrimas rodando por sus mejillas, devastada… por su culpa.

Si fuese honesto consigo mismo, admitiría que aquella situación estaba destinada a ser un absoluto desastre desde el instante en que ella apareció en el umbral de su dormitorio —con su pelo castaño, sus ojos grandes e inteligentes y sus labios tentadores— pidiéndole que la besara. Si hubiera prestado algo más de atención, se habría dado cuenta en ese momento de que ella acabaría por arruinar lo que hasta entonces había sido una vida perfectamente satisfactoria.

Hacía unos minutos ella le había dado la oportunidad de escapar, de regresar a esa vida. De poder pasar los días en su club de caballeros, en su club deportivo, en las tabernas… y olvidarse de que había conocido a una solterona aventurera que parecía sentir una impropia inclinación por traspasar los límites marcados por la sociedad.

Debería haber dado saltos de alegría ante la posibilidad de librarse de aquella mujer tan molesta.

Pero ahora tenía recuerdos de ____* en cada uno de esos lugares, y la vida que había llevado antes de la noche en que ella irrumpiera en su dormitorio ya no le parecía satisfactoria. Le parecía desprovista de risas y conversaciones interesantes, carente de visitas inadecuadas a tabernas en compañía de hembras aventureras. Vacía de amplias sonrisas, curvas exuberantes y listas malditas. Falta de ____*.

Y la perspectiva de disfrutar de una vida sin ella era, sin duda, deprimente.

Estuvo caminando durante varias horas. Mientras vagaba sin rumbo por la ciudad, pasó ante Ralston House en numerosas ocasiones, pero no tenía interés alguno en regresar a casa. Se le empapó el abrigo pero no lo notó, ensimismado en sus pensamientos, y, cuando finalmente levantó la mirada del suelo, se encontraba ante Allendale House. La mansión estaba a oscuras, salvo una luz que titilaba en una ventana que daba a los jardines laterales, y estuvo un buen rato considerando esa casualidad.

Finalmente tomó una decisión.

Golpeó la puerta y le abrió el mismo mayordomo de edad avanzada al que había aterrorizado días atrás.

—He venido a ver al conde. —Fue lo único que dijo cuando el hombre agrandó los ojos al reconocerlo.

El mayordomo no pareció dar importancia a la hora que era ni se excusó diciendo que, quizá, el conde de Allendale no estuviera en casa. Se limitó a decirle que esperara y que anunciaría su visita.

Regresó en menos de un minuto y tomó el empapado abrigo y el sombrero antes de indicarle dónde estaba el estudio del conde. Joseph entró en una estancia grande y bien iluminada y cerró la puerta al ver a Benedick apoyado en el borde de un enorme escritorio de roble, con unas gafas sobre la punta de la nariz, leyendo unos documentos. El conde levantó la vista al oír el «clic» del picaporte.

—Ralston —le saludó.

—Gracias por recibirme —replicó él, saludándolo con un gesto de cabeza.

Benedick sonrió y dejó los documentos sobre la mesa.

—Francamente, estaba dedicándome a unos asuntos más bien aburridos. Eres una bienvenida distracción.

—No estoy seguro de que sigas pensando eso después de que escuches lo que he venido a decirte.

El conde arqueó una ceja.

—Bueno, lo averiguaremos cuando me cuentes el motivo de tu visita.

—He comprometido a tu hermana.

Al principio no hubo ninguna indicación de que Benedick hubiera oído la confesión. No se movió ni apartó la mirada de la visita. Luego se irguió en toda su altura y se quitó lentamente las gafas, que dejó sobre los documentos que había descartado antes de acercarse a Joseph.

—¿Puedo asumir que hablamos de ____*? —dijo Benedick, deteniéndose ante él.

—Sí —respondió, sin apartar la vista.

—¿No estarás exagerando la situación?

—No. La he comprometido. Por completo.

Benedick asintió con la cabeza pensativamente. Luego le dio un puñetazo.

Joseph no vio venir el golpe y se tambaleó hacia atrás cuando le alcanzó en la mejilla. Cuando recuperó el equilibrio, Benedick estaba sacudiendo la mano con extrema serenidad.

—Tenía que hacerlo —se disculpó, algo avergonzado.

Joseph asintió con tranquilidad mientras se frotaba la zona donde le había golpeado.

—No esperaba otra cosa.

Benedick se acercó a una mesa baja y sirvió dos copas de whisky.

—Espero que ahora me lo expliques todo —comentó, ofreciéndole una.

Joe cogió la copa.

—Lo cierto es que es muy sencillo —aclaró—. He comprometido a tu hermana y me gustaría casarme con ella.

Benedick se sentó en un enorme sillón de cuero y lo observó durante un buen rato.

—Si es tan sencillo, ¿por qué has venido a mi casa, empapado, en mitad de la noche?

Joseph se sentó en un sillón frente al conde.

—Bueno, supongo que solo es sencillo para mí —comenzó.

—Ah. —Entendió las implicaciones—. ____* te ha rechazado.

—Tu hermana es desesperante.

—Sí, tiene tendencia a ello.

—No quiere casarse conmigo. He venido a pedirte ayuda.

—Por supuesto que se casará contigo —dijo Benedick. Joseph se vio atravesado por una oleada de alivio, mucho más poderosa de lo que estaba dispuesto a admitir—. Pero no pienso forzarla, tendrás que convencerla.

El alivio no duró mucho.

—Lo he intentado. No atiende a razones.

Benedick se rió ante la sorpresa y la frustración que percibió en la voz de Joseph.

—Hablas como alguien que no ha tenido nunca hermanas. Jamás atienden a razones.

Joe esbozó una pequeña sonrisa.

—Sí, ya me estoy dando cuenta.

—¿Te ha dicho por qué no quiere casarse contigo?

Joseph bebió un sorbo de whisky mientras consideraba la respuesta.

—Me ha dicho que es porque me ama.

Benedick agrandó los ojos.

—Esa suele ser una razón para casarse, no para no hacerlo —señaló.

—Eso es justo lo que pienso yo. —Se inclinó hacia delante en el sillón—. ¿Cómo puedo convencerla?

Benedick se reclinó contra el respaldo y, al ver el ceño fruncido del marqués, se apiadó de él.

—____* es una romántica empedernida. Lo es desde niña. Es el resultado natural de que nuestros padres estuvieran absoluta y completamente enamorados, de haber leído todas las novelas románticas que han caído en sus manos durante los últimos veinte años y de mi propia resistencia a contraer un matrimonio sin amor. Me sorprendería que se casara contigo sin una promesa de amor. Lo que me lleva a preguntarte: ¿la amas?

—Yo… —Joseph se interrumpió; su mente corría a toda velocidad. «¿La amaba?»
Benedick curvó la comisura de la boca con diversión al observar los pensamientos que atravesaban la cara de Joseph.

—Tendrás que responder más rápido cuando te pregunte ella, hombre.

—Seré un buen marido.

—No lo dudo.

—Tengo el dinero, las tierras y el título para conseguirlo.

—Si conozco bien a ____* , todo eso le dará igual.

—No le importa. Esa es otra de las razones por la que ella es más de lo que merezco. Pero a ti sí debería importarte, por eso te lo digo.

Benedick clavó sus ojos castaños en Joseph, y ambos hombres se comprendieron a la perfección.

—Te lo agradezco.

—Entonces, ¿tengo tu bendición?

—¿Para casarte con ella? Sí. Pero no es mi bendición la que tienes que obtener.

—No pienso forzarla. Sin embargo, para convencerla necesito pasar un tiempo a solas con ella. Y me gustaría que fuera cuanto antes.

Benedick tomó un sorbo de whisky y miró a Joseph atentamente. Notó la frustración en sus ojos, la tensión en su cuerpo, y se apiadó del hombre al que su hermana había sumido en la miseria.

—Si ____* está la mitad de perturbada de lo que pareces estar tú en este momento, la encontrarás en la biblioteca.

Joseph arqueó las cejas sorprendido.

—¿Por qué me lo dices?

Benedick curvó los labios con ironía.

—Baste decir que no me gusta pensar que mi hermana esté ni siquiera la mitad de perturbada que tú. Ve a la biblioteca. No os molestaré. Pero, por Dios, que no os pille mi madre o se desatará el infierno.

Joseph sonrió sin humor ante la broma de Benedick.

—Intentaré no llamar la atención pero, para ser honestos, que tu madre nos descubra podría ser la mejor manera de conseguir lo que ando buscando. —Se puso en pie y enderezó los hombros, como si estuviera a punto de entrar en batalla. Bajó la mirada hacia Benedick y añadió—: Gracias. Te prometo que dedicaré mi vida a hacerla feliz.

Benedick alzó la copa hacia el marqués, aceptando sus palabras.

—Espero que, además, mañana te dediques a obtener una licencia especial.

Joseph asintió con la cabeza, prometiendo solemnemente que se casaría con ____* tan pronto como fuera posible. Abandonó la estancia y atravesó el oscuro pasillo hasta la puerta de la biblioteca. Puso la mano sobre la manilla y respiró hondo, intentando que su corazón recuperara su ritmo habitual. Jamás había estado tan nervioso, tan preocupado por el resultado de una conversación; tan dispuesto a hacer lo que fuera para conseguir lo que quería. Pero allí estaba, seguro de que los siguientes minutos serían los más importantes de su vida.
Julieta♥
Julieta♥


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