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Mensaje por chelis Jue 12 Jul 2012, 7:31 pm

WWWUUUUUUUUAAAAAAAAAAAAAAIIIIIIII!!!
ESE JOE ES UN SEÑOOOR DE LOS FUEGOOOSSSSS!!!
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!
Y ESTA POR VENIR OTRA AVENTUURAAAAAA!!!!
AAAAAAAAII YA QUIEROOO LLLLEEEERRRLLLLAAAAAAA!!!!
chelis
chelis


http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por Julieta♥ Vie 13 Jul 2012, 11:06 am

Capítulo 25





A las nueve de la noche, ____* se paseaba de un lado para otro de su dormitorio y contaba las horas que faltaban para poder bajar sigilosamente por la escalera de servicio rumbo a la siguiente aventura. Desde que se había separado de Joe esa tarde, había estado varias veces al borde de un ataque de nervios. Entre la incesante charla de Oxford sobre sí mismo y las carantoñas que se hacían Mariana y Rivington, el resto de la exposición le había resultado interminable; ni siquiera había disfrutado de ver el Jerusalén.
Por supuesto, estar en casa era incluso menos divertido que estar en la exposición de la Royal Academy. ____* se enclaustró en su dormitorio en cuanto llegó, con la excusa de que le dolía la cabeza, para que su madre no la presionara para que asistiera al baile de los Cavendish. Sin embargo, ahora se paseaba cada vez más agobiada por su cautividad.
Se volvió hacia el reloj de la esquina para comprobar de nuevo la hora. Las nueve y diez. Suspiró y se dejó caer sobre el banco de la ventana salediza del cuarto, desde donde se veían los jardines de Allendale House.
Ojalá Joe no le hubiera dicho con tanta rotundidad que los interludios que habían compartido —esos momentos durante los que ella se había sentido viva y anhelante— eran un error.
____* había querido que se la tragara la tierra cuando él puso fin al beso y se disculpó. Aunque era lo que se esperaba de un caballero, sabía que no estaba en el carácter de Joe pedir perdón a menos que lamentara de verdad su comportamiento.
____* podía imaginar lo mucho que él se arrepentía de haberse enredado con ella; después de todo, una cándida solterona no era exactamente la pareja ideal para un libertino de primera clase.
«Pero te ha dicho que eres preciosa.» ____* suspiró de nuevo y, sentándose sobre las piernas, revivió el momento mentalmente. Había sido tan maravilloso como se suponía que sería; el apuesto y maravilloso Ralston, el hombre con el que había soñado durante toda una década, por fin era consciente de su existencia. Y no solo había percibido que existía, no, además le había dicho que era preciosa.
Pero entonces, él se había apartado y se había disculpado. Por todo. Habría preferido que él no le hubiera prestado nunca atención, a que lamentara el tiempo que habían pasado juntos.
____* se puso en pie y se acercó al espejo que había en la esquina. Observó objetivamente su imagen: pelo y ojos castaños, escasa estatura, una boca demasiado exuberante y una figura que no se adaptaba a la moda, con pechos demasiado grandes y caderas demasiado anchas.
No era de extrañar que se hubiera disculpado.
Suspiró, deseando poder borrar de su memoria las fervorosas palabras que él había pronunciado, tan francas y caballerosas que le hacían vomitar.
O gritar.
Respiró hondo para contener las lágrimas ardientes que le inundaban los ojos. No pensaba llorar antes de la que esperaba que fuera la noche más excitante de su vida. Y no era excitante por Joseph… sino por sí misma.
«Y un poco por Joseph.»
Estupendo. Un poco por Joseph, pero principalmente por ella.
Meditó durante un segundo tratando de discernir qué le atraía más, si jugar a las cartas o entrar en Brook's, pero aquello era un empate. Le resultó imposible decantarse por una de las dos cosas. Tendría que esperar a disfrutar la experiencia para decidir. Lo que sería dentro de… volvió a mirar el reloj. Las nueve y doce minutos. ¿Se habría estropeado aquel chisme?
No era posible que hubieran pasado solo dos minutos desde la última vez que había comprobado la hora. Observó la manecilla del reloj, esperando que alcanzara el minuto número trece. La espera resultaba interminable. Sí. Debía de estar estropeado.
____* se giró sobre sus talones y se dirigió a la puerta, tenía que atravesar el pasillo y mirar la hora en otro reloj. Sin duda serían casi las once. Tendría que vestirse con rapidez para acudir a tiempo a la cita con Joe. Era necesario que avisara ya a Anne.
Apenas había dado un paso hacia la puerta cuando esta se abrió de repente. Entró Mariana y cerró con fuerza en cuanto estuvo en el interior. Su hermana menor se plantó en el medio de la habitación con los brazos en jarras y la respiración jadeante, como si hubiera corrido lo indecible para llegar hasta allí.
Tras lanzar una rápida ojeada a la cama sin deshacer, Mari clavó los ojos en ____* con una mirada triunfante.
—¡Lo sabía! —exclamó en el mismo tono que si acabara de inventar la rueda, o algo igual de importante para la existencia de la humanidad.
____* abrió los ojos como platos.
—¿Qué es lo que sabías?
Mariana señaló a su hermana, con los ojos brillantes, acusándola con la mirada.
—¡Sabía que no estabas enferma! —susurró excitada—. ¡Vas a llevar a cabo otro punto de la lista!
____* se quedó paralizada durante un buen rato antes de girarse y llevarse una mano a la cabeza. Se encaminó a la cama.
—¿Por qué piensas eso? Acabo de levantarme para pedirle a la cocinera uno de sus remedios.
No se atrevió a mirar a Mariana, que no tenía un pelo de tonta.
—¿Uno de los remedios de la cocinera? —repitió su hermana sin dar crédito—. Podrías encontrarte en tu lecho de muerte y aun así no tomarías una de sus pócimas. —Mari corrió hacia la cama y se sentó de un brinco, como si tuviera puesto un camisón y no un sensacional vestido de seda—. ¿Qué harás esta noche? ¿Carreras de caballos? ¿Una sesión de boxeo? ¿Tomarás rapé?
____* se tumbó en la cama y se puso una almohada sobre la cara.
—¡Ya sé! ¡Irás a un burdel!
____* apartó la almohada llena de horror.
—¡Mari! Se te ocurren unas cosas… Por supuesto que no voy a ir a un burdel.
Mari tenía las mejillas encendidas.
—Oh. Qué lástima.
____* le lanzó a su hermana una irónica mirada.
—Sí, estoy segura de ello. No obstante, no visitaré un prostíbulo esta noche.
—¿Quizá en otra ocasión?
____* negó con la cabeza.
—No me puedo creer que dentro de unos meses vayas a convertirte en la duquesa de Rivington.
Mari sonrió ampliamente y encogió los hombros de una forma absolutamente impropia de una dama.
—¡Exacto! ¡Seré duquesa! ¿Quién se atreverá a criticarme entonces? Aparte de mamá, claro está.
Ambas hermanas sonrieron.
—¿No vas a llegar tarde al baile?
—No pienso acudir. Voy a ir contigo.
—Yo no voy a ningún sitio.
—Sabes que es pecado mentir, ¿verdad? —le recordó Mariana con toda seriedad.
De acuerdo. Voy a salir, pero tú no puedes venir. Si las dos decimos que estamos enfermas, mamá sospechará.
Mariana aplaudió con ansiedad.
—¿Adónde vas?
—¿Qué hora es?
Mari entrecerró los ojos.
—____*, no intentes cambiar de tema.
—¡No estoy cambiando de tema! Es que no quiero llegar tarde.
—Son las nueve y veinte.
____* suspiró y se giró sobre la cama.
—¡La espera se me está haciendo interminable!
—¡____*! —gritó Mariana—. ¿Adónde vas a ir?
____* sostuvo la mirada ansiosa de su hermana.
—Si las doce y media llegan en algún momento, me voy a jugar a las cartas.
—¡No! —exclamó Mari, conteniendo el aliento.
____* sonrió ampliamente.
—¡Sí!
—¿Vas a ir a un garito?
—No… he pensado que allí me podrían descubrir con más facilidad. Voy a ir a Brook's.
—¿A Brook's? —Mariana parecía perpleja—. ¿Al club de caballeros?
____* asintió con la cabeza, con las mejillas ruborizadas.
—¿Crees que será más difícil que te descubran en Brook's que en un garito? —Mariana negó con la cabeza sin poder ocultar su asombro—. Estás loca.
—¡No lo estoy!
—¿Cómo se te ha ocurrido eso? ¡Santo Dios, ____*! ¡No se permite la entrada a mujeres en Brook's! Si te descubren…
—No lo harán…
—¿Cómo estás tan segura?
____* no respondió; no sabía qué decirle.
—____*… —insistió Mariana.
—Voy a ir con Joseph.
Mariana parpadeó un par de veces. ____* esperó a que su hermana asimilara sus palabras.
—¿Con el marqués de Ralston?
—El mismo.
—¿Vas a ir con Ralston? —Si el tono no le irritara tanto, ____* se habría reído ante la incredulidad de su hermana. Sin embargo, pasó el dedo por una arruga de la colcha y asintió con la cabeza—. ¡Lo sabía! —cacareó Mari, triunfalmente—. ¡Lo he sabido desde que os vi bailar el vals en mi fiesta de compromiso!
—¡Mari! ¡Baja la voz! ¡Te va a oír toda la casa! —susurró ____* frenética.
—Como te atrapen, quedarás arruinada por completo —anunció Mariana.
Como si a ____* no le hubiera cruzado ya esa idea por la cabeza. Asintió en silencio.
—Bueno, de acuerdo. Tendremos que asegurarnos de que no te descubran. —____* miró a su hermana al notar el uso del plural. Mariana continuó—: Supongo que habrás planeado al dedillo cómo salir de casa, pero ¿has pensado en el regreso?
—Se me ha ocurrido hacerlo de la misma manera, entraré por la puerta trasera y subiré por la escalera de servicio.
Mariana negó con la cabeza.
—No servirá. El portón trasero chirría de una manera imposible y mamá se dará cuenta.
—Tendré que engrasar los goznes —señaló ____* tras considerar las opciones.
Mari asintió con la cabeza.
—Y sáltate el tercer escalón desde arriba, rechina.
____* miró a su hermana con los ojos entrecerrados.
—¿Cómo sabes eso?
—Solo te diré que Rivington y yo nos hemos visto en la necesidad de utilizar la escalera de servicio un par de veces.
—¡Mariana! —exclamó ____*, mirando a su hermana con los ojos muy abiertos.
—Es un poco tarde para que me riñas. Además ¡ya estoy comprometida con Rivington! —bromeó Mariana—. ¡Santo Dios! ¡Una cita nocturna con Ralston! ¡Prométeme que me lo contarás todo!
—No es una cita —protestó ____*—. Solo me va a echar una mano. Somos amigos.
—Un amigo no pondría en peligro tu reputación, ______ —dijo Mariana en voz baja—. ¿Tenéis…? —Agitó la mano mientras dejaba la pregunta en el aire.
—¿Si tenemos qué? —____* se hizo la sueca.
Mariana miró a su hermana con los ojos entrecerrados.
—____*, sabes de sobra lo que te estoy preguntando.
—Te aseguro que no —afirmó, apartando la mirada.
—¡Sí! ¡Claro que lo sabes! —exclamó aplaudiendo—. ¡Y lo tenéis! —Volvió a aplaudir—. ¡Qué delicia!
—No es delicioso.
—Oh… qué pena. —Mariana hizo una mueca—. Habría jurado que él sería…
—¡Mari! —la acalló ____*—. No es eso lo que quería decir.
—Entonces ¿es delicioso?
—Más bien sí —suspiró.
—Pues ya puedes ir empezando a contármelo todo —le presionó Mari con una amplia y pícara sonrisa.
—¿Te has vuelto loca? Esta conversación es absolutamente impropia.
Mari agitó una mano, como descartando las palabras de ____*.
—Imagino que sabes que si os pillan juntos tendréis que casaros. ¡Menudo escándalo!
_____* cerró los ojos con fuerza… Era demasiado fácil imaginar el escándalo.
—No nos pillarán.
—¡Mariana! —____* se vio salvada de continuar aquella bochornosa conversación gracias a la llamada de la condesa viuda de Allendale desde el piso de abajo.
—Todavía me sorprende lo alto que puede gritar —confesó Mari, poniendo los ojos en blanco—. Deberías ver la ropa que se ha puesto, ____*. Terciopelo. Terciopelo de color amarillo canario. Con turbante a juego, por supuesto. Parece un plátano peludo.
____* se estremeció ante aquella vívida imagen.
—Es parte de su encanto.
—Es un milagro que Rivington me pidiera matrimonio.
____* esbozó una sonrisa ante esas palabras.
—Diviértete.
Mari se inclinó para abrazar a su hermana.
—¡Tú sí que te divertirás! ¡Voy a pasarme la noche pensando en ti! ¡Mañana sin falta me lo contarás todo! ¡Prométemelo!
—Te lo prometo.
Mariana se levantó, se alisó las faldas arrugadas y realizó una excitada pirueta en honor a ____* antes de marcharse. La siguió hasta la puerta, apretando la oreja contra la madera para oír cómo se marchaba su familia antes de correr a la ventana para ser testigo del estrépito de pezuñas y ruedas que indicaba oficialmente la salida hacia el baile. Cuando se dejó de oír el carruaje, se dio la vuelta y llamó a Anne.
Tenía mucho que hacer antes de reunirse con Joseph.
Diez minutos antes de la hora a la que había acordado encontrarse con su acompañante, ____* se deslizó por los oscuros jardines de Allendale House hacia el portón trasero. Accionó el picaporte y lo abrió, observando cómo rechinaban los goznes.
—Maldita sea —masculló irritada—. ¿Es que nadie se encarga de engrasarlos?
Sin embargo, advertida por su hermana, ____* ya había supuesto que necesitaría la lata de aceite que le había encargado previamente a Michael, y que él, bendito fuera, le proporcionó sin una sola pregunta. Levantó el recipiente y empapó cada gozne con el líquido oscuro, moviendo luego el portón para esparcir la sustancia y silenciar aquel irritante ruido. Cuando completó el trabajo de un lado, centró su atención en el otro.
Estaba tan concentrada en su labor, que no oyó acercarse a Joseph.
—Vaya, tenemos aquí a un caballero con muchos talentos ocultos —dijo secamente, haciendo que ____* se sobresaltara. Observó cómo la joven se inclinaba y vertía cuidadosamente el aceite en el gozne inferior antes de abrir y cerrar el portón. Joe se quitó los guantes y se agachó junto a ella, tomando la aceitera mientras continuaba hablando—: De todas las excursiones clandestinas en las que he tomado parte, te diré que esta es la primera en la que tengo que engrasar unos goznes chirriantes.
Ella sonrió.
—No podía arriesgarme a ser descubierta por mi familia si regreso a casa más tarde que ellos.
—Una inteligente precaución —alabó él, asintiendo con la cabeza; un movimiento apenas perceptible en la oscuridad.
Terminada la tarea, dejó a un lado la lata de aceite y se sacó un pañuelo del bolsillo para limpiarse las manos. Luego se lo ofreció a ____* para que hiciera lo mismo. Se incorporó y le tendió la mano. Entonces observó el disfraz de la joven. No debió de resultarle fácil, pues ella iba vestida casi completamente de negro, la ropa más adecuada para acudir a Brook's. Las botas brillaban bajo la luz de la luna; los pantalones y la chaqueta negros hacían resaltar la camisa, el chaleco y la corbata, de un blanco inmaculado y perfectamente almidonados. Desde luego, Anne se estaba convirtiendo en toda una experta en vestir a su ama con prendas masculinas. Para completar el conjunto, ____* se había recogido el pelo debajo de un sombrero de copa.
—¿Y bien, milord? —preguntó en voz baja, haciendo una floritura con el bastón—. ¿Qué te parece?
—Pues pienso que podría colar, suponiendo que en Brook's no haya más luz que aquí, en el jardín a altas horas de la noche. —Apretó los labios en una firme línea mientras la estudiaba y luego negó con la cabeza—. Habría que ser imbécil para no darse cuenta de que eres una mujer. Esto va a ser un desastre.
Joe le indicó que se dirigiera al carruaje cercano mientras se ponía los guantes. Ella le obedeció.
—No notaste que era una mujer en el club de esgrima.
Joe emitió un gruñido.
—Ralston, la gente ve lo que espera ver sin importar lo que haya en realidad.
Él abrió la puerta del carruaje y le ordenó que se introdujera en el oscuro interior. Mientras se acomodaba al fondo para dejarle sitio, habría jurado que le oyó murmurar «esa es una idea terrible». Se sentó a su lado y cerró la puerta antes de golpear el techo para que el vehículo se pusiera en marcha.
Se mantuvieron en silencio mientras el vehículo avanzaba por las calles. ____* trató de ignorar las dudas de Joe ante el hecho de tener que introducirla en su club. Había llegado tan lejos… No pensaba dar marcha atrás. Brook's no quedaba lejos y, cuando llegaron, ____* se sentó en el borde del asiento para mirar por la ventanilla. Mientras apretaba la nariz contra el cristal, Joe le tendió una enorme capa.
—Venga, ponte esto…
—Pero…
—No es negociable —la interrumpió en tono cortante—. Soy yo quien se juega su membresía si te atrapan.
—Por no hablar de mi reputación —añadió ella en voz baja.
Joe la miró con firmeza.
—Sí. Bueno, esta noche me preocupa más lo mío. Ponte la capa y levanta el cuello. Deberás mantener la cabeza gacha, no mires a nadie y quédate a mi lado. Y por el amor de Dios, que no se te ocurra hablar con esa ridícula voz que crees que parece de hombre.
—Pero…
—No, ____*. Te prometí que jugarías a las cartas en Brook's, pero no que fuera a tu manera.
De acuerdo —suspiró.
Joe abrió la puerta, saltó del carruaje y se dirigió con grandes zancadas hacia la entrada del club sin mirar atrás. Ella lo observó durante un momento, sorprendida por la facilidad con la que él ignoraba sus modales caballerosos, dejando que ella se valiera por sí misma para bajarse del vehículo. Una vez que lo hubo hecho, cerró el coche con un fuerte golpe.
La puerta del carruaje resonó por el impacto, atrayendo la atención de Joe y de todos los que pasaban por allí cerca. Cuando notó que varias cabezas se volvían hacia ella, ____* vaciló. Sostuvo la brillante mirada color avellana de su compañero con algo de pánico y le observó alzar una ceja de tal manera que le leyó los pensamientos.
«¿Tienes suficiente?»
Ella inclinó la cabeza, escondiendo la cara en el cuello de la capa, y se acercó a él. Cuando estaba a dos pasos, Joe entró en el club, abriendo la puerta lo suficiente como para que a ella le diera tiempo a seguirlo al interior.
Lo primero que ____* pensó cuando cruzó el umbral fue que Brook's era impresionante. No había sabido qué esperar, pero desde luego no aquello. La ancha escalinata de mármol hablaba de la riqueza y el estatus de sus miembros, llena de grecas y adornos dorados.
Contuvo el aliento al ver el espacio, decorado como los más impresionantes hogares de Londres en oscuros colores masculinos y ricas maderas. Y había hombres por todas partes. Algunos conversaban en el vestíbulo y saludaron a Joe con rápidas inclinaciones de cabeza cuando él atravesó la puerta y guió a ____* por un largo pasillo hacia la parte posterior del edificio. Ella escudriñó con discreción las estancias a su paso. Eran grandes y estaban muy bien iluminadas, y en ellas había hombres jugando al billar, a las cartas o discutiendo animadamente. En otra sala, más pequeña e íntima, bebían oporto y fumaban.
____* aminoraba la velocidad al pasar ante cada puerta, curioseando las actividades que se realizaban en el interior, ansiosa por absorber cuanto fuera posible de ese lugar misterioso y fascinante. A medida que Joe la guiaba por el laberinto de pasillos, el número de puertas abiertas era cada vez menor y el corredor se volvió más oscuro e intransitado. Al pasar ante una de las estancias, ____* observó que la puerta estaba entreabierta y que el interior estaba iluminado por la luz dorada de unas velas. Oyó que de allí salía una risa claramente femenina y se quedó paralizada, incapaz de evitar echar una ojeada desde más cerca.
Se aproximó a la rendija de la puerta y agrandó los ojos al ver la escena que se desarrollaba ante ella. Allí dentro había tres hombres, todos con el rostro cubierto por una máscara y sentados en los correspondientes sillones de piel dispuestos en semicírculo. Los individuos, aunque relajados en sus asientos, estaban pendientes de la mujer que permanecía de pie en medio de ellos. Era alta y con mucho busto y el pelo le caía en una preciosa melena color ébano sobre la espalda. Poseía una belleza impresionante: pómulos elevados, piel sin mácula, ojos perfectamente delineados con kohl y labios rojos fruncidos en un mohín pícaro y experimentado. ____* supo que era una cortesana y se quedó observándola con la misma fascinación que parecía poseer a los hombres.
Llevaba un vestido de seda en brillante color zafiro que no estaba pensado para ser lucido en público, con un corpiño apretado que parecía un corsé. Los pechos casi se le derramaron por la parte superior cuando se inclinó sobre uno de los hombres. ____* contuvo el aliento cuando vio que el individuo estiraba la mano y le rozaba el seno con un dedo, obnubilado por las generosas formas de la mujer. Ella emitió una risita cuando la tocó, colocando atrevidamente la mano sobre la de él y obligándole a tocarla con más firmeza. Él la obedeció mientras otro de los hombres le levantaba el dobladillo del vestido, dejando al descubierto unas piernas largas y, finalmente, un trasero redondo. ____* se quedó pasmada cuando le vio acariciar las nalgas de la mujer.
Acabó emitiendo un gritito cuando Joe la cogió por el brazo y la alejó del lugar donde se había quedado paralizada.
—Por eso exactamente no se permite la entrada de mujeres en los clubes masculinos —le gruñó al oído.
—Pues me parece que en esa salita en particular la que lleva la voz cantante es una mujer —respondió ella con acritud.
Él no contestó, sino que le hizo traspasar la siguiente puerta abierta antes de cerrarla y pasar la llave. Cuando ____* oyó el ominoso «clic» del cerrojo, se giró hacia Joe, que la miraba lleno de furia, apoyado contra la puerta.
—¿No te lo dejé claro? ¿No te dije que me siguieras y no miraras a nadie?
—¡Eso he hecho!
—¿Acaso no estabas espiando lo que ocurría en una habitación llena de gente?
—Hombre… tanto como llena… —puntualizó ____*—. Oye, quizá puedas explicarme algo.
Él adoptó una expresión recelosa.
—Quizá…
—¿Cómo es que una sola mujer es suficiente… para tres hombres?
Joe miró al techo y ahogó un gruñido. Tras un momento la miró fijamente.
—No lo sé.
—Debe de ser una cortesana con muchos talentos —meditó ella, llena de incredulidad.
Él se pasó la mano por el pelo.
—____*… —dijo con voz ahogada.
Ella se inclinó hacia delante con inocencia.
—Bueno, ¿no es eso lo que era?
—Sí.
—¡Qué fascinante! —Esbozó una brillante sonrisa—. Jamás había visto a una cortesana ¿sabes?
—Lo había imaginado.
—¡Son justo como me las imaginaba! Bueno, en realidad, esta es mucho más hermosa.
Joe miró con rapidez a su alrededor, como si estuviera buscando la manera de escapar de allí.
—____*, ¿hemos venido a jugar a las cartas o a hablar de cortesanas?
Ella ladeó la cabeza, considerando la pregunta.
—Lo cierto es que no lo sé… Las dos cosas merecen la pena, ¿no crees?
—No —repuso él, riendo sorprendido—. No lo creo.
Ella lo ignoró y observó el lugar donde se encontraban. Estaba decorado con cenefas de dibujos de dioses y diosas griegos en una multitud de escenas diferentes, había una mesa para jugar a las cartas y una serie de sillas de madera repujada. A un lado de la estancia, delante de la chimenea encendida, vio una zona de estar con un juego de sillones y un cómodo diván. En algunas paredes se apoyaban figuras de mármol y otras estaban cubiertas con estanterías llenas de libros. Era un lugar confortable y masculino.
Se volvió hacia Joe.
—¿No le molestará a nadie que nos hayamos apropiado de esta salita?
Joe se quitó los guantes y el sombrero y los dejó sobre la mesita junto a la puerta.
—Lo dudo mucho. A estas horas de la noche, los hombres suelen estar ocupados en no importa qué… pasatiempo hayan organizado por la tarde.
—Pasatiempo —repitió ella con ironía, imitándolo y dejando los guantes y el sombrero junto a los de él antes de quitarse la capa y colgarla en un perchero cercano. Al volverse hacia él, ____* notó su mirada penetrante—. No seguirás furioso conmigo, ¿verdad? Hemos llegado hasta aquí sin problemas, nadie sabe que me he colado.
Pasó un buen rato en el que él la examinó de los pies a la cabeza.
—Me resulta imposible creer que ni un solo hombre del club —explicó, negando con la cabeza—, se haya dado cuenta de que tienes de hombre lo mismo que de jirafa.
Ella curvó los labios.
—Creo que si fuera una jirafa sí se habrían fijado. ¿Por qué lo dices? ¿No crees que sea un buen disfraz? —Se miró, repentinamente insegura—. Sé que tengo una figura… bueno, creo que la he ocultado lo mejor que he podido.
—____* —susurró él finalmente, con la voz ronca y seductora—. Incluso un ciego se fijaría en tu figura vestida de esa manera. Ningún hombre que yo conozca tiene un precioso…
—Ya está bien, milord —le cortó ella remilgadamente, como si no estuviera en Brook's con uno de los granujas más conocidos de Londres, vestida con ropa masculina—. Se está haciendo tarde. Si no te importa, me gustaría ponerme a jugar a las cartas ya.
Él esbozó una sonrisa socarrona y le señaló una silla, indicándole que debía sentarse ante la mesa de juego. ____ tomó asiento donde le propuso, consciente de su cercanía. Cuando Joe se sentó frente a ella en la mesa, cogió una de las barajas que allí había.
—Creo que deberíamos comenzar jugando al vingt-et-un.
Durante un rato, él le explicó las reglas del juego, ayudándole a entender que el objetivo era conseguir sumar la cifra más cercana a veintiuno sin pasarse. Jugaron varias rondas, en las que Joe le dejó ganar antes de, en la tercera y cuarta mano, vencerla sin remedio. En la quinta ronda, ____* se entusiasmó al ver que había sumado veinte, pero él se arriesgó y consiguió el punto que necesitaba.
—¡Has hecho trampas! —gritó, frustrada por haber perdido otra vez.
Él la miró, agrandando los ojos con fingida afrenta.
—Perdona, si fueras un hombre, te retaría ante tal acusación.
—Le aseguro, milord, que aceptaría el reto y saldría victoriosa porque la verdad, la humildad y la rectitud estarían de mi parte.
Él se rió entre dientes y barajó los naipes.
—¿Estás citando la Biblia?
—En efecto —repuso ella recatadamente, en un fiel remedo de piedad.
—Mientras juegas a las cartas.
—¿Qué mejor ocasión para tratar de reformar a un tunante como tú? —contraatacó ella, con los ojos chispeantes. Compartieron una sonrisa antes de que él repartiese las cartas—. Sin embargo, sería una suerte que lo dijeras de verdad. Me encantaría asistir a un duelo.
Él se quedó paralizado durante un fugaz momento, antes de negar con la cabeza en señal de rendición.
—Por supuesto… ¿Hay algo en esa lista que no me vaya a dejar conmocionado?
Ella miró sus cartas antes de hablar.
—Oh, probablemente no.
—Bueno, considerando que parece que ayudarte a completar esa lista se ha convertido en mi misión particular, tengo que preguntar: ¿disfrutas de esta tarea en particular?
Ella frunció la nariz mientras consideraba la pregunta.
—El club es impresionante. Estoy segura de que jamás habría podido disfrutar de esta experiencia si no fuera por ti, Joseph.
—Joe —le corrigió.
—Joe —repitió ella—. Pero no entiendo muy bien por qué jugar a las cartas se considera tan emocionante. Es decir, sirve para pasar el rato, pero no entiendo cómo lleva a tantos hombres a la prisión de deudores.
Él se reclinó en la silla y la observó con detenimiento.
—No lo entiendes, preciosa, porque no te juegas nada.
—¿No me juego nada?
—En efecto —indicó él—. El atractivo del juego se ve realzado por la emoción de ganar y el miedo a perder.
Ella consideró sus palabras antes de asentir con la cabeza pensativamente.
—Entonces, ¿jugamos por dinero?
—Si es eso lo que quieres —convino él.
—A ti no te importa perder dinero —aseguró ella.
—No particularmente.
—Entonces no tendría ninguna emoción para ti.
—No importa lo que yo sienta. Esta es tu noche. Eres tú quien tiene que vivir la experiencia. Yo solo soy tu acompañante.
Ella no pudo contener una sonrisa amarga ante aquella descripción tan trivial.
—Oh, no, Joe —dijo ella, y él se tensó al ver que utilizaba su diminutivo—. Debemos jugar a las cartas como Dios manda, tiene que importarte perder.
Los ojos avellana brillaron con intensidad al otro lado de la mesa.
—Propón tus términos.
____* notó una oleada de excitación.
De acuerdo, cada ronda que yo gane… deberás responder una pregunta. Y decir la verdad.
Él arqueó las cejas.
—¿Qué clase de preguntas?
—¿Qué pasa? —bromeó ella—. ¿Temes perder contra mí?
Él se inclinó sobre la mesa.
—Muy bien, emperatriz, pero cada partida que gane yo, deberás concederme un favor… de mi elección.
Un escalofrío de emoción la atravesó ante esas palabras, seguido con rapidez por otro más agudo, pero de terror.
—¿Qué clase de favor?
—¿Qué pasa? —la imitó él—. ¿Tienes miedo?
«Sí.»
—Claro que no —repuso, sosteniéndole la mirada con firmeza.
—Excelente. —Comenzó a repartir las cartas—. Vamos a darle interés a esto, ¿de acuerdo?
De repente, jugar a las cartas se convirtió para ____* en algo asombrosamente adictivo. Contuvo el aliento cada vez que se ponía una carta boca arriba mientras pensaba la mejor manera de vencer a Joe. Y, en la primera ronda, lo hizo…, aunque no pudo evitar preguntarse si no sería posible que él le hubiera dejado ganar.
No es que le importase, quería que le respondiera a una pregunta. Se reclinó en la silla y observó durante un buen rato los largos y elegantes dedos masculinos que recogían las cartas de la mesa, barajándolas ociosamente una y otra vez mientras esperaba su pregunta. Luego lo miró a los ojos.
—Háblame de cortesanas.
Él emitió una risita mientras meneaba la cabeza.
—Me he mostrado de acuerdo en responder a una pregunta, pero eso no lo es.
____* puso los ojos en blanco.
De acuerdo. ¿Las cortesanas vienen por aquí a menudo?
—Sí.
Como él no se extendió, ella le presionó.
—¿Y entretienen a grupos de hombres?
—____* —la cortó él, yendo directo al grano—, ¿qué es lo que quieres saber en realidad?
Ella arrugó la nariz.
—Es que me cuesta comprender cómo iba ella a… Esto… Si ellos iban a… No entiendo cómo…
Él esbozó una sonrisita irónica y esperó a que terminara.
—Oh… Ya entiendes lo que quiero decir.
—Te aseguro que no.
—¡Había tres hombres y solo una mujer!
—¿En serio?
—¡Oh, eres insufrible! ¡Me has dicho que responderías a mis preguntas!
—Si hicieras una pregunta, cariño, te aseguro que contestaría.
—¿Podría ella realmente darles…? —hizo una pausa, buscando la palabra.
—¿Placer? —le ofreció él, cortésmente.
—Placer. ¿A los tres a la vez?
—Sí —respondió él, comenzando a repartir las cartas otra vez.
—¿Cómo?
Joe la miró y le brindó una amplia y ladina sonrisa.
—¿De verdad quieres que te responda a esa pregunta?
Ella agrandó los ojos.
—Humm… No.
Entonces él se rió. Fue una risa profunda y retumbante, diferente a cualquier cosa que ella hubiera oído antes, y se quedó sorprendida por cómo lo transformaba. Pareció más joven, tenía los ojos más brillantes, un aire más relajado. ____* no pudo evitar sonreír, incluso mientras le amonestaba.
—Disfrutas de mi incomodidad.
—Sí, emperatriz.
—No deberías llamarme así —dijo ella, sonrojándose.
—¿Por qué no? Te llamas como una emperatriz, ¿no lo sabías?
Ella cerró los ojos y fingió que se estremecía.
—Prefiero que no me recuerden ese horrible nombre.
—Pues debería gustarte —repuso él con franqueza—. Eres una de las pocas mujeres que conozco capaz de llevar tal nombre con honor.
—Ya me habías dicho antes algo parecido —recordó ella.
Él la miró con curiosidad.
—¿En serio?
____* le sostuvo la mirada e, inmediatamente, lamentó sacar a colación aquel recuerdo de hacía más de una década; era algo insignificante para él, pero muy importante para ella.
—Sí, pero no recuerdo cuándo —dijo con una brillante sonrisa, intentando cambiar de tema—. ¿Seguimos?
Joe la miró con los ojos ligeramente entrecerrados antes de asentir con la cabeza. ____* se sintió tan azorada durante la ronda siguiente que él le ganó con facilidad, veinte frente a veintiocho.
—Deberías haberte quedado en diecinueve —se regodeó él.
—¿Por qué? De todas maneras no habría ganado —señaló ella, de mal humor.
—Porque, lady ______… —____* estuvo segura de que usaba el nombre para provocarla—, creo que no te gusta perder.
—A nadie le gusta perder, milord.
—Mmm, pero a ti te gusta todavía menos.
Ella suspiró.
—Venga, ¿qué quieres?
Joe la observó y esperó a que ella lo mirara a los ojos.
—Suéltate el pelo.
____* arqueó las cejas.
—¿Por qué?
—Porque he ganado y tú aceptaste los términos que puse.
____* consideró sus palabras brevemente antes de levantar los brazos y quitarse las horquillas que mantenían el cabello en su lugar. La melena castaña cayó suavemente alrededor de los hombros.
—Debo de parecer tonta vestida de hombre y con el pelo largo —dijo.
Joe no había apartado la mirada de ella desde que había liberado el cabello del apretado recogido.
—Te aseguro que «tonta» no es la palabra que yo usaría para describirte.
La frase, dicha con aquella voz seductora que ella adoraba, hizo que se le desbocara el corazón.
—¿Continuamos? —preguntó, aclarándose la garganta.
Él repartió de nuevo. Ganó ella.
—¿Tienes una amante? —le preguntó, intentando sonar fría e indiferente.
Joe se quedó paralizado mientras barajaba las cartas, y ella se arrepintió de haber hecho esa pregunta. En realidad no quería saber si él tenía una amante. ¿Verdad?
—No.
—Oh. —No sabía qué había esperado que contestara, pero no era aquello.
—¿No me crees?
—Sí, claro que sí. Quiero decir que no estarías aquí conmigo si pudieras estar en algún lugar con alguien como… —Se interrumpió, segura de que no comprendería sus palabras—. No creo que estuvieras aquí… conmigo…
Joe la miró con una expresión que no revelaba sus pensamientos.
—Te aseguro que no me gustaría más estar en otro lugar que aquí contigo.
—¿En serio? —exclamó ella.
—Sí. Tú eres distinta. Refrescante.
—Oh. Bueno. Gracias.
Las amantes suelen ser más bien difíciles.
—No creo que te gusten las dificultades —señaló ella en voz baja.
—No, no me gustan —convino él. Dejó la baraja sobre el tapete—. ¿Por qué estás tan interesada en amantes y cortesanas?
«No me interesan las amantes, sino tus amantes.»
Encogió los hombros.
—Resultan fascinantes a las mujeres que no son… tan libres.
—Yo no diría que ellas sean libres.
—¡Oh! ¡Claro que sí! Pueden comportarse como quieran, ir con quien deseen. No son como las mujeres de nuestro círculo. De nosotras se espera que nos sentemos en silencio mientras los hombres salen y entran a su antojo dejándose llevar por los excesos. Creo que ha llegado el momento de que las mujeres puedan hacer lo mismo que los hombres. Y esas mujeres lo hacen.
—Tienes una imagen demasiado romántica de lo que pueden y no pueden hacer las cortesanas. Tienen una obligación con los hombres que las protegen. Deben confiar en que ellos les proporcionen todo: dinero, comida, ropa.
—¿De verdad crees que son tan diferentes de mí? Yo debo confiar en que Benedick me proporcione todas esas cosas.
Él se sintió muy incómodo ante la comparación.
—Es distinto. Benedick es tu hermano.
Ella negó con la cabeza.
—Estás equivocado. Es exactamente lo mismo. Solo las mujeres como la que he visto antes consiguen elegir a los hombres que quieren que las protejan.
—No sabes nada de la mujer del pasillo, ____* —le dijo con voz seria—. No es libre, sino todo lo contrario. Te lo aseguro. Y te sugiero que dejes de verla de una manera tan romántica o acabarás metiéndote en problemas.
Ya fuera resultado de la aventura de esa noche o de lo mucho que le gustaba discutir con Joe, ____* ya no era capaz de medir nada de lo que decía.
—¿Por qué? —preguntó—. Lo confieso, es una idea que me intriga bastante. No descartaría sin más la idea de ser la amante de alguien.
Un aturdido silencio siguió a aquellas palabras, y ella no pudo ocultar la sonrisita de victoria que se dibujó en su cara al notar la sorpresa de Joe. Tenía fruncido el ceño cuando ella estiró el brazo para coger la baraja y comenzar a repartir. Él le cogió la mano, deteniéndola, y la miró con unos ojos que brillaban intensamente por una emoción que ella no supo describir salvo como «no demasiado buena».
—No sabes lo que dices. —Su tono no admitía réplica.
—Yo… —____* presintió el peligro y se apresuró a decir—: Claro que no.
—¿Es una de las cosas de tu lista?
—¿Qué? ¡No! —La sorpresa fue demasiado real para que no le creyera.
—Eres demasiado valiosa para ser la amante de un dandi cualquiera, ____*. No es una tarea agradable. Ni romántica. Esas mujeres viven en jaulas doradas y tú deberías estar en un pedestal.
____* se rió.
—Gracias, pero no. Preferiría no ser manejada con cuidado y disculpas. —Quitó la mano de debajo de la de él. El calor de su palma era demasiado ardiente. Demasiado parecido a lo que realmente quería… A lo que había querido durante toda su vida.
—¿Disculpas?
Ella cerró los ojos durante un instante, buscando valor.
—Sí. Disculpas. Como tú mismo has hecho esta mañana. Si fuera cualquier otra… tu cantante de ópera, por ejemplo, o la mujer del pasillo… ¿te habrías disculpado?
Él pareció confundido.
—No… Pero tú no eres ninguna de esas mujeres. Te mereces algo mejor.
—Mejor… —repitió ella, frustrada—. ¡Ahí quería llegar! Tú y el resto de la sociedad pensáis que para mí es mejor estar encima de un pedestal de remilgos y conveniencias. Lo que podría estar muy bien si no fuera porque, tras una década en ese pedestal, me he quedado para vestir santos. Quizá algunas jóvenes solteras como nuestras hermanas deban estar allí. Pero ¿por qué yo? —Su voz se desvaneció mientras bajaba la mirada a las cartas que sostenía entre las manos—. No voy a tener la oportunidad de experimentar la vida a fondo allá arriba. Lo único que hay allí es polvo y disculpas no deseadas. Una jaula igual a la de ella —señaló con el brazo el pasillo—, pero la mía no tiene un brillo dorado.
Joe la observó fijamente, sin moverse, mientras asimilaba las palabras. Ella lo miró al ver que no respondía y se encontró que tenía una expresión reservada. «¿En qué estaría pensando?»
—Reparte.
____* lo hizo y jugaron la siguiente ronda en silencio, pero resultaba claro que él ya no disputaba una inofensiva partida de veintiuno. Supo por la expresión de su cara que quería ganar, y el corazón se le aceleró en el pecho. ¿Qué le pediría si lo hacía?
Cuando venció, Joe tiró las cartas al centro de la mesa. Se levantó en silencio, se acercó al aparador y sirvió dos copas de whisky. Se volvió y le ofreció una.
____* la cogió y bebió un sorbo, sorprendida de no toser y atragantarse como había hecho en la taberna. De hecho, el licor solo sirvió para realzar la cálida sensación que se había extendido por todo su cuerpo mientras esperaba a que Joe expusiera la siguiente prenda.
Entonces, Ralston se volvió y se acercó a uno de los sillones junto a la chimenea, acomodándose en él. Ella lo observó mientras él miraba el fuego, y se preguntó de nuevo en qué estaría pensando. ¿Estaría considerando regresar a casa? Desde luego, ella había hablado suficiente no solo para avergonzarse a sí misma, sino también a él. ¿Debería disculparse?
—Ven aquí. —Las palabras flotaron en la estancia, pero él no apartó la mirada de las llamas danzantes.
—¿Por qué?
—Porque es lo que deseo.
Una hora antes, ____* se habría reído de aquella imperiosa orden, pero por alguna inexplicable razón, en ese momento se sintió obligada a obedecerla. Se puso en pie y se acercó a él, deteniéndose a solo unos centímetros de su brazo derecho. Esperó, con el latido del pulso retumbándole en los oídos mientras el sonido de su respiración era lo único que se oía.
La espera era una agonía.
Entonces, él se volvió hacia ella con una dominante mirada en aquellos brillantes ojos color avellana.
—Siéntate —ordenó.
No era lo que había esperado. ____* se acercó al otro sillón, pero se detuvo cuando él añadió:
—Ahí no, emperatriz. Aquí.
La joven se volvió hacia él con los ojos llenos de sorpresa y confusión.
—¿Dónde?
—Aquí —señaló, estirando el brazo.
La palabra resonó en la habitación. «¿Quería que se sentara en su regazo?»
—No puedo. —Negó con la cabeza.
—Querías probar ese papel, preciosa —susurró, en un tono ardiente y zalamero—. Ven, siéntate encima de mí.
____* supo sin que él se lo dijera que esa era su oportunidad de experimentarlo todo. «Con Ralston.»
Se colocó ante él y buscó sus ojos. No dijo nada; no tuvo que hacerlo. En menos de un segundo, la había acomodado en su regazo y cubierto sus labios con los suyos.
«No hay vuelta atrás.»
____* se abandonó a la aventura. Y a él.
Julieta♥
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Mensaje por aranzhitha Vie 13 Jul 2012, 12:36 pm

awww me encanta
Joe es tan lindo lo amo
Es tan sexy baba
Que pasara??? creepygusta
Siguela!!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por chelis Vie 13 Jul 2012, 1:51 pm

WUUUUUUAAAUUUUUUUU!!!!!
ESAS AVENTURAS CON JOEEE SON MAGNIIIFIIICAAASSS!!!
Y MAS SI NOS ENSEÑAAA EEEELLLLLLL!!!
WUUUAAUU CON ESE MANGAZOO HASTA YOOOOOO!!!!
JEJJEJEJE
chelis
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Mensaje por vale_ana Vie 13 Jul 2012, 7:28 pm

NUEVA LECTORA..
estoy obcecionada con tu novela.. la lei en 2 días y los capitulos son re largos
me encanta, y el ultimo capitulo fue de lo mejor!
Seguila pronto, porque quiero saber que va a pasar!!!
vale_ana
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Mensaje por Giselle Sáb 14 Jul 2012, 1:12 pm

quiero otro capitulo....please
Giselle
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Mensaje por aranzhitha Sáb 14 Jul 2012, 1:46 pm

siguela!!!
aranzhitha
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Mensaje por Julieta♥ Sáb 14 Jul 2012, 1:56 pm

vale_ana escribió:NUEVA LECTORA..
estoy obcecionada con tu novela.. la lei en 2 días y los capitulos son re largos
me encanta, y el ultimo capitulo fue de lo mejor!
Seguila pronto, porque quiero saber que va a pasar!!!

BIENVENIDA!!!!
gracias por pasarte y comentar
espero te siga gustando asi como a mi me encanto


ya les subo cap!!!!
Julieta♥
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Mensaje por Julieta♥ Sáb 14 Jul 2012, 1:58 pm

Capítulo 26




El beso fue más melancólico, más lento, más intenso que nunca, y ____* tuvo la sensación de que Joe estaba dispuesto a proporcionarle la experiencia que había pedido. La idea la excitó. Iba a ser ese hombre —por el que ella llevaba años suspirando—, quien le mostrara aquellas tentadoras y lujuriosas emociones que tan ansiosa estaba por experimentar.
Joe le acarició con la lengua el labio inferior mientras le deslizaba las manos por todo el cuerpo, deteniéndolas finalmente sobre los botones del chaleco. La despojó de la prenda, que dejó resbalar por los brazos, y le sacó la camisa de los pantalones. Sus dedos cálidos y fuertes le acariciaron la suave piel desnuda, justo por encima de la cinturilla, aprovechando la oportunidad para saquearle la boca a conciencia. Indagó y exploró, enviando escalofríos de placer a todos los rincones de su cuerpo cuando llevó las manos más arriba, hacia los pechos. Se vio sobrepasada por aquellas experimentadas caricias y la excitación que le provocaba su boca, tan abrumada por tal cúmulo de sensaciones que no pudo hacer otra cosa que esperar a que la tocara donde y como deseara.
Joe se detuvo en seco cuando rozó las vendas de lino. Soltó una maldición y le dirigió una mirada brillante e intensa.
—No vuelvas a vendártelos —ordenó él con un jadeo, ahuecándole la cabeza con la mano libre y clavando en sus ojos una penetrante mirada color avellana—. ¡Nunca!
Lo ordenó en un tono ronco y posesivo, y ella negó con la cabeza, dispuesta a satisfacer sus deseos.
—No lo haré.
Él le sostuvo la mirada durante un buen rato, hasta que leyó la verdad en sus ojos. Satisfecho, deslizó la camisa hacia arriba mientras reclamaba su boca en un beso largo y adictivo, al que solo renunció el tiempo necesario para sacarle la prenda por la cabeza. La tela revoloteó en el aire, olvidada, cuando la dejó caer para reanudar el beso y las caricias, que se hicieron más lentas mientras buscaba el extremo de la venda.
Y justo cuando tuvo la certeza de que él iba a desenvolver la tela, Joe extendió las manos y dejó de besarla, limitándose a rozarle la boca con la suya. El contraste entre las cálidas manos que sostenían su cuerpo y el fresco aire que acariciaba sus labios, añadido al efecto de los duros muslos de Joe bajo las piernas y el sonido de sus respiraciones jadeantes, fue suficiente para que ella se perdiera en las sensaciones. Tardó un rato en abrir los ojos.
Cuando lo hizo, sus miradas chocaron. Pudo leer en las pupilas de Joe una pasión apenas controlada y notó que el pecho masculino subía y bajaba con la respiración tan alterada como la suya.
—¿Quieres que te libere, preciosa?
____* se derritió ante la pregunta. La conversación que acababan de mantener brilló en su mente y reconoció el significado que ocultaban aquellas palabras. Abrió la boca para contestar, pero él siguió el movimiento con la vista y, como si no fuera capaz de evitarlo, se inclinó y le mordisqueó el jugoso labio inferior antes de retirarse para repetir la pregunta de otra manera mientras deslizaba un dedo con suavidad por la carne que sobresalía de la envoltura de lino.
—¿Quieres que te libere de tu jaula?
Aquella sensual promesa la debilitó. Joe le estaba ofreciendo toda la aventura y excitación que siempre había ansiado; algo que no había escrito en su lista porque ni siquiera era capaz de reconocerlo ante sí misma en sus momentos más íntimos. Pero… ¿cómo podía negarse?
Asintió con la cabeza.
Fue todo lo que él necesitó.
Joe retiró lentamente las largas ataduras, rechazándola con firmeza cuando ella trató de ayudarle.
—No —la detuvo con voz posesiva e incitante—. Eres mi regalo y pienso desenvolverte yo solo.
Y lo hizo. Descubrió los pechos poco a poco hasta que quedaron expuestos ante su mirada; igual que la vez anterior, cubrió la piel irritada con la boca para calmarla. Le hizo el amor a la carne enrojecida, arruinada por las marcas de la apretada venda, con la lengua, los dientes y los dedos. ____* sintió que sus manos se movían como si tuvieran voluntad propia para aferrarse a los suaves cabellos oscuros de Joe y evitar que se alejara mientras ella dejaba caer la cabeza hacia atrás. El peso de su larga y espesa melena, combinado con las intoxicantes sensaciones que él le proporcionaba, pareció dejarla sin fuerzas.
Joe la rodeó con los brazos para sostenerla mientras se cobraba su precio y ella emitió un gemido cuando él comenzó a succionar suavemente la endurecida cima de un pecho, desencadenando ardientes escalofríos de excitación por todo su cuerpo. Jamás se había sentido tan maravillosa, tan femenina, tan viva. Y además con él. El pensamiento se desvaneció en cuanto Joe desvió sus atenciones al otro pecho y la alzó como si no pesara nada para sentarla a horcajadas sobre su regazo de manera que pudiera tener mejor acceso a su botín. Entonces, las vendas ya sueltas se le deslizaron hasta la cintura, liberando la lista de su escondite, que revoloteó hasta el regazo de Joe, rozándole el antebrazo en el camino. Él, distraído por el roce, miró el papel que había caído entre ellos y lo recogió para ofrecérselo. ____* lo tomó, pero solo fue consciente del calambrazo que recibió cuando sus dedos se rozaron. Lo miró a los ojos y soltó el papel, sin prestar atención a dónde aterrizaba.
Joe la estrechó contra su cuerpo, acercándola todavía más. Sus manos parecían estar en todas partes: le acariciaban el trasero, las piernas, los pechos; le levantaba el pelo para saborearle el cuello con aquella boca caliente y húmeda. Luego le lamió la garganta hasta llegar al suave lóbulo de la oreja y deslizó los labios por su clavícula de regreso a los pezones.
Se concentró en los pechos, que chupó y succionó una y otra vez mientras ella, a su vez, comenzaba a descubrirlo a él, indagando bajo el cuello de la chaqueta para acariciarle los anchos hombros y los cincelados músculos del torso.
Llevó las manos a los botones del chaleco y comenzó a tirar de ellos, insegura de cómo proceder. Él soltó el pezón que sujetaba con los labios y la miró a los ojos con picardía.
—Sírvete tú misma, emperatriz.
Siempre había sido igual. Desde el momento en que habían comenzado ese recorrido sensual, él la había alentado a ignorar los límites preconcebidos y a dejarse llevar por el atrevimiento y la intuición. Aquella noche no fue diferente. Sus palabras la animaron a seguir sus instintos. Movió los dedos torpemente sobre la hilera de botones y abrió el chaleco, dejando al descubierto una fina camisa de lino. Se detuvo, sin estar muy segura de cómo seguir, mordisqueándose el labio inferior mientras consideraba el siguiente paso.
Joe observó con los ojos entrecerrados la lucha de ____* contra sus propias dudas y fue incapaz de resistirse a cogerla por la nuca y acercarla más a él para atrapar el labio superior con los suyos y sorberlo hasta que los dos jadearon. Luego, se relajó contra el respaldo del sillón y le cubrió las manos, que tenía apoyadas sobre el pecho con las suyas mientras contemplaba cómo intentaba recobrar la compostura.
—¿Qué quieres hacer ahora conmigo?
____* ladeó nerviosa la cabeza antes de hablar.
—Me gustaría que llevaras menos ropa encima.
Él arqueó una ceja, y sonrió al escucharle decir tan educadas palabras a pesar de la íntima posición en la que estaban en ese momento.
—Bueno, no puedo negarme a los deseos de una dama. —La respuesta, ronca y sugerente, le hizo estremecerse de placer.
Sacudió los hombros para deshacerse de la chaqueta y el chaleco, y tuvo que apretarse contra ella para conseguirlo. El movimiento provocó que ella acunara entre sus muslos aquella sensible parte masculina, haciéndole emitir un gemido.
Una vez que se hubo despojado de las prendas, se dejó caer de nuevo contra el respaldo mientras sujetaba las caderas de ____* con firmeza para seguir sintiéndola contra su erección. Volvió a mirarla a los ojos y la observó suspirar de placer ante la presión que notaba justo donde más lo necesitaba.
Sin apartar la mirada, Joe se arqueó, haciendo que ella se viera envuelta en otra oleada de pasión.
—¿Es esto lo que quieres, preciosa?
La pregunta terminó en un jadeo y ____* se dio cuenta de que Joe estaba tan afectado como ella. Como única respuesta, sonrió tentadoramente y se frotó contra él en un torturante movimiento circular. Al instante Joe apretó las manos en sus caderas para detenerla mientras la miraba con los ojos entrecerrados. ____* se sintió poderosa al ver su pasión.
—Sigues teniendo demasiada ropa —afirmó, meneando la cabeza con atrevimiento mientras le sostenía la mirada.
Él sonrió de nuevo y se incorporó, separando la espalda del respaldo para sacarse la camisa de la cinturilla de los pantalones. Se la pasó por la cabeza y la dejó caer, siguiendo el mismo camino que minutos antes había recorrido la de ella.
Consciente de que ella lo observaba, Joe tomó entre los dedos las puntas de sus pechos y comenzó a jugar con las cimas erizadas.
—Y ¿ahora qué, emperatriz?
____* tragó saliva ante la imagen que se desplegaba frente a sus ojos —un magnífico, musculoso y duro torso—; era la primera vez que veía a un hombre sin camisa y se le secó la boca.
—¿Puedo… tocarte? —le preguntó, forzándose a mirarlo a los ojos.
—Por favor —respondió él, sin poder contener una sonrisa.
____* bajó la mirada y le puso las manos sobre el tórax; separó los dedos y los deslizó suavemente, jugando con el vello que lo cubría. Le pasó el pulgar por encima de una tetilla y agrandó los ojos al ver que se arrugaba al tiempo que él contenía la respiración. Repitió el gesto, y Joe emitió un ronco gruñido. Ella oyó el sonido y levantó la mirada, preocupada.
—¿Te he hecho daño?
—No —jadeó. Para demostrárselo, la besó sin contención, acariciándole el interior de la boca con la lengua. Mientras, imitó su movimiento y rozó con el pulgar el turgente pico erizado que coronaba uno de sus pechos hasta que ella gimió de frustración.
—¿Te he hecho daño? —susurró Joe contra sus labios.
Ella negó con la cabeza, suspirando temblorosamente.
—No. —____* volvió a acariciarle a él—. Pero duele, aunque es un dolor agradable. Es algo maravilloso.
Joe asintió con la cabeza.
—En efecto. Lo es.
____* trazó suaves círculos con los pulgares sobre el ancho pecho. Luego se inclinó y le cubrió el torso con la boca. Sintió el latido de su corazón al deslizar los labios sobre la piel caliente, y se preguntó qué pasaría si imitaba eso que él le hacía a ella… Tomó la tetilla en la boca y la succionó.
Él contuvo el aliento y le sujetó la cabeza, metiendo los dedos entre su pelo, y ella repitió aquellos toquecitos húmedos y atrevidos de la lengua. Joe permitió que lo explorara con las manos y la boca hasta que ya no pudo resistirlo más y la obligó a levantar la cabeza para darle otro beso. Saboreó sus labios hasta que ella dejó de pensar con coherencia, hasta que se derritió entre sus brazos. Y, adivinando el momento exacto en el que ella traspasó la frontera del puro placer, Joe la alzó en brazos y la tumbó en el diván sin apartar los labios de ella.
____* se estiró en el sofá cuando él la siguió y acomodó su ardiente cuerpo sobre ella.
—Quiero desnudarte por completo, emperatriz —le susurró con ardor al oído mientras tomaba el lóbulo de la oreja entre los dientes, haciendo que se estremeciera—. Déjame adorarte.
Ella no pudo resistirse, no podía negarse a lo que había anhelado durante tantos años. Le cogió la mano y la puso encima de los botones de los pantalones, dándole así todo el permiso que necesitaba y, en menos de un minuto, Joe le había quitado las botas y los pantalones. Se quedó desnuda, expuesta ante él.
Joe se incorporó y la admiró, acarició su cuerpo exuberante, le recorrió la piel sonrojada por la pasión y la vergüenza. ____* intentó cubrirse, pero él se lo impidió con juguetones movimientos, sin dejar de observarla. Ella pronto perdió la esperanza de poder ocultarle los pechos, aunque se negó a mostrarle los rizos oscuros que cubrían su lugar más privado.
Sin embargo, él le apartó la mano y la cubrió con la suya. La besó intensamente antes de retirarse lo justo para poder hablar.
—¿Te da vergüenza, preciosa? —Cuando ella asintió con la cabeza, él apretó la palma de la mano contra su sexo, Joe se dejó llevar por la inmensa satisfacción que lo atravesó al notar que ella suspiraba contra sus labios—. En tal caso, deja que te tape.
Compartieron una risita que se convirtió en un suspiro de placer cuando Joe deslizó íntimamente un dedo entre los henchidos pliegues antes de introducir la punta en la entrada de su cuerpo y acariciarla profundamente.
—Eres tan hermosa, cariño…
Ella cerró los ojos; la combinación de la erótica caricia con sus palabras provocaba sensaciones demasiado intensas. Él volvió a reclamar su boca.
—Jamás había visto una pasión semejante, tal sensibilidad… Haces que quiera perderme en ti y olvidarme de todo.
Una imagen pasó como un relámpago por la mente de ____*, que se estremeció indefensa. Abrió los ojos, sorprendida, y se tropezó con los chispeantes ojos avellana.
—Algún día, emperatriz, te enseñaré todo el placer que puedes alcanzar… Pero esta noche… —continuó él, como si le hubiera adivinado los pensamientos.
Frotó el pulgar con suavidad entre aquellos pliegues hinchados en busca del apretado brote de placer que escondían. Ella se arqueó mientras él continuaba hablando.
—Esta noche quiero que disfrutes con mis caricias.
Trazó unos círculos diminutos con el dedo haciendo que ____* gimiera y le humedeciera la palma de la mano. Entonces, le cubrió los labios con los suyos.
—Estás tan mojada… —susurró.
Un segundo dedo se unió al primero, profundizando, dilatando la apretada entrada que se ceñía a su alrededor.
—Eres tan estrecha…
Joe siguió hablando sobre sus labios separados y jugosos mientras ella se arqueaba hacia él.
—Tan hermosa…
Joe la empujaba más cerca del borde con la boca y las manos; parecía que estuvieran en todas partes. Aquellas caricias calientes y tentadoras arrancaban una dulce melodía de su cuerpo y su mente; igual que hacía con su piano. ____* se concentró en las sensaciones que provocaban las manos masculinas, los profundos movimientos de sus dedos, que la sumían en un incontrolable frenesí; en el roce maravilloso de su pulgar, que frotaba aquel lugar donde parecía haberse concentrado todo el placer. Se meció contra él, suplicando más, gimiendo su nombre.
Y, de repente, él estaba entre sus piernas, separándolas todavía más con los hombros, acercando la boca al lugar donde le necesitaba con tanta desesperación y sobre el que sintió la suave presión de su lengua. El deseo alcanzó una intensidad que ya no pudo soportar y el anhelo la dejó sin respiración, sin pensamientos; se había convertido en pura sensación. Llevó las manos a la cabeza de Joe y se aferró a sus cabellos mientras él jugaba sobre la carne hinchada y dolorida con los dedos y los labios. Pensó que se moriría si él se detenía pero, en cambio, la creciente oleada de placer se hizo más alta e intensa cuando él comenzó a tocarla con más fuerza y rapidez. Entonces, Joe rozó atrevidamente el vórtice de su sexo con la punta de la lengua y lo lamió sin prisa hasta que ella se derritió. Elevó las caderas del diván al sentir que la oleada estallaba sobre ella y la envolvía. Gritó y se sujetó a él, su roca en el centro de un mundo tambaleante.
Joe siguió acariciándola cada vez más despacio mientras la traía de vuelta a la realidad, apaciguando su carne antes de levantar la cabeza y contemplarla. Jadeaba cuando la miró a los ojos, que ardían de pasión y confianza. ____* estiró una temblorosa mano hacia él.
—Ven aquí —le pidió.
Joe se estremeció y se tumbó junto a ella de nuevo. ____* deslizó las manos por su cuerpo, de arriba abajo, centrando las caricias en esa parte de los pantalones donde la tela se tensaba sobre la dura cordillera de su erección. Deslizó un dedo por la longitud y esbozó una sonrisa al oírle contener la respiración. Entonces, con todo el poder femenino que ahora sabía que poseía, repitió la caricia con más firmeza, hasta que él le asió la mano para detenerla.
La miró a los ojos antes de hablar con voz ronca y entrecortada.
—No tengo tanta fuerza de voluntad, emperatriz. Si me sigues tocando así, no podré contenerme.
____* se liberó de su agarre y le ahuecó la cara con la palma, obligándole a acercarse para besarlo. Esa vez fue ella quien controló la caricia. Fue su lengua la que acarició el interior de la cálida boca de Joe, sus labios los que atraparon el labio inferior del hombre. Cuando terminó el beso, le deslizó la mano por el torso hasta el cierre de los pantalones. Le soltó los botones sin dejar de mirarlo a los ojos. Entonces introdujo los dedos en el interior de la prenda y buscó la rígida longitud, que apretó firme y decididamente.
—¿Qué pasa si te toco así? —le preguntó con los ojos nublados y un leve temblor en la voz, única indicación de su nerviosismo.
____* contuvo el aliento mientras Joe asimilaba sus palabras. Se mantuvo en silencio durante un buen rato, y la joven se preguntó si habría ido demasiado lejos.
Entonces él se movió. Le apresó la boca con un intenso gemido. Le detuvo la mano colocando la suya encima y la miró a los ojos. Había algo en el deseo inocente de ____* —en la pasión que ardía en su mirada mientras le proporcionaba placer—, que lo dejaba sin voluntad. Mirando fijamente aquellas pupilas de aterciopelado color caoba, se dio cuenta de que nunca había conocido a una mujer como ella. Era un cúmulo de contradicciones: apasionada ingenuidad, osada mojigatería y tímida curiosidad. Aquella intoxicante combinación era suficiente para fascinar incluso al más endurecido de los cínicos… y él estaba realmente fascinado.
La deseaba. Con todas sus fuerzas. Rechazó ese pensamiento. ____* se merecía algo mejor. Por una vez en su vida, se comportaría como un caballero. Cerró los ojos para no ver cómo se ofrecía a él, desnuda, dándole la bienvenida con más libertad y pasión que cualquier mujer que él hubiera conocido nunca.
Merecía una medalla por lo que estaba a punto de hacer.
Le apartó la mano de la erección y le dio un beso tierno y húmedo en la palma.
—Creo que debería llevarte a casa. —Era incapaz de mantener sus manos alejadas de ____* y estaba demasiado ansioso por sentir la suave piel que tanto le tentaba.
La joven parpadeó; fue la única indicación de que le había escuchado. Joe notó el destello de duda en sus ojos y quiso apretarla contra su cuerpo, darle exactamente lo que quería y olvidarse de lo que debía hacer.
—Pero no quiero irme a casa. Has dicho que me liberarías de mi jaula. ¿Vas faltar a tu palabra? —Se apretó contra él, consiguiendo que se le acelerara el corazón. La pregunta, juguetona y seductora, era un tentador canto de sirena.
La besó otra vez, incapaz de rechazar la dulzura que ella le ofrecía y, cuando se alejó, ____* suspiró contra su boca.
—Por favor, Joe… Enséñame cómo puede ser. Déjame probarlo aunque sea una sola vez.
Sus palabras, tan honestas y sencillas, lo atravesaron como una lanza y se dio cuenta de que había estado condenado desde el principio. No podía resistirse a ella.
Se deshizo de los pantalones y se acomodó entre sus piernas, permitiendo que su suavidad lo acunara. La besó a lo largo del cuello, le acarició los pechos y apretó las cimas hasta que estuvieron duras y erguidas para su boca. Entonces colocó de nuevo los labios sobre los picos rosados y le hizo gritar de placer. ____* se aferró a sus hombros y le acarició la piel caliente, recordándole el placer que siempre había encontrado entre sus brazos ansiosos. Pronto ese placer sería mucho más intenso.
Joe presionó la erección contra el sedoso vello de ____*, y notó el calor y la humedad que le esperaban. Le costó todo su control no hundirse profundamente en su interior, no penetrarla hasta el fondo. Pero se contuvo y se frotó suavemente contra ella; ____* suspiró ante aquella dulce fricción. Se arqueó contra él, exigiéndole algo que le era desconocido. Él se alzó sobre ella mientras sostenía su mirada apasionada con una amplia, pícara y provocativa sonrisa.
—¿Qué es lo que quieres, preciosa?
Ella elevó de nuevo sus caderas, intentando aumentar el contacto y, una vez más, él se retiró.
—Ya sabes lo que quiero —le respondió con los ojos entrecerrados.
Joe le aprisionó el labio inferior entre los dientes y lo succionó suavemente antes de mover la ingle firmemente contra la de ella, dejándole probar lo que estaba buscando.
—¿Esto, emperatriz?
Ella contuvo el aliento y asintió con la cabeza cuando él repitió el movimiento, presionando su miembro contra los húmedos y suaves pliegues, empapándolo en el dulce néctar que había provocado. Ahora fue él quien gimió. Se apretó otra vez contra ella y rozó la punta contra ese lugar donde parecía concentrarse todo su deseo.
—Oh, Dios mío, ____*… eres tan dulce.
Ella se quedó sin respiración ante la sensación.
—Deseo… —comenzó a decir, pero se interrumpió, insegura.
—Dímelo, cariño. —Joe le lamió la suave piel del cuello, donde le acababa de rozar con la áspera barbilla, mientras le apretaba suavemente un turgente pezón. A la vez, se movió contra ella de tal manera que estuvo a punto de volverlos locos a los dos.
—N-no sé lo que quiero. —_____* le deslizó las manos por la espalda al tiempo que se curvaba contra él otra vez. ____* jadeó—. Me siento… —Él levantó la cabeza para observar cómo buscaba la palabra—. Vacía.
Recompensó aquel ansioso deseo besándola de forma apasionada, empujando la lengua en el interior de su boca. Se movió para introducir la mano entre sus cuerpos y, con la punta de un dedo, trazó un círculo en la entrada de su cuerpo.
—¿Aquí, cariño? —susurró contra su oído de una manera que fue más una caricia que un sonido—. ¿Es aquí donde te sientes vacía? —Introdujo el dedo profundamente mientras ella suspiraba su nombre—. ¿Es aquí donde me quieres?
Ella se mordisqueó los labios y asintió con la cabeza.
—Dímelo, emperatriz. Dímelo. —Un segundo dedo se unió al primero, llenándola, estirándola, preparándola.
—Te quiero…
—¿Dónde? —Empujó los dos dedos al unísono, mostrándole la respuesta.
—Joe. —La palabra fue tanto una súplica como una protesta.
Él sonrió contra su cuello.
—¿Dónde, preciosa?
La estaba matando.
—Dentro de mí.
Los dedos desaparecieron y ella movió las caderas en protesta. Él depositó una suave línea de besos sobre la clavícula de ____* mientras se acomodaba entre sus muslos abiertos, reemplazando los dedos por su dura longitud. Le encerró la cara entre las manos y la miró a los ojos; no pensaba permitir que se escondiera de él en aquel íntimo y supremo momento.
Ella contuvo el aliento cuando él empujó en su interior, dilatándola. Joe se quedó inmóvil mientras su hinchado miembro estiraba el empapado calor aterciopelado de la joven; fue lo más difícil que había hecho nunca. Leyó en sus ojos castaños todo lo que sentía.
—¿Te duele?
Ella cerró los ojos y negó con la cabeza.
—No… —susurró—. Sí. Se siente… Quiero… —Abrió los ojos y le sostuvo la mirada—. Quiero más. Lo quiero todo. Te deseo. Por favor…
Un cúmulo de crudas emociones quedó expuesto con esas palabras y aquello fue suficiente para hacerle perder el control, pero se negó a arruinar el momento; el primer contacto de ____* con la pasión. Detuvo sus movimientos y se demoró, succionándole los pezones antes de deslizar la mano hasta la entrada de su sexo. Trazó unos círculos con los dedos y observó el placer que ardía en los ojos de ____* por la caricia.
—Preciosa… —susurró—, voy a hacerte daño. No lo puedo impedir.
—Lo sé —jadeó—. No me importa.
Entonces la besó. Le acarició los labios con la lengua de una manera lenta e indagadora, como si dispusieran de todo el tiempo del mundo.
—A mí sí me importa… —musitó, acariciándola con el pulgar cada vez más rápido y haciendo que moviera las caderas contra él con una cadencia que les hizo inflamarse a los dos—, pero te compensaré.
Presionó contra ella, apretando los dientes ante el sublime placer que experimentó con el movimiento, y se introdujo lentamente, centímetro a centímetro, penetrándola más profundamente con cada suave empuje, deteniéndose después para darle tiempo a acostumbrarse a su tamaño.
Y entonces, cuando ella ya se contorsionaba de placer, se retiró ligeramente y se zambulló por completo haciendo que el duro miembro traspasara de golpe su virginidad. ____* se quedó sin respiración al notar el dolor. Él permaneció inmóvil sobre ella, con los brazos, los hombros y el cuello rígidos por la tensión.
—Lo siento —susurró, mientras depositaba una lluvia de tiernos y suaves besos en sus mejillas y su cuello.
Ella le sostuvo la mirada con una sonrisa.
—No… no es… no es tan malo. —Ladeó la cabeza como si estuviera considerando las sensaciones—. ¿Eso es todo?
Joe se apartó un poco y se rió ante la inocente pregunta.
—No, ni siquiera hemos empezado.
—Oh… —____* se movió contra él y se quedó boquiabierta—. Oh… es muy… —Se movió otra vez, y él le inmovilizó las caderas con mano firme, incapaz de confiar en sí mismo si ella continuaba realizando aquellos placenteros empujes.
—En efecto —convino él, succionando lentamente la cima de un pecho—. Es muy… realmente.
Se retiró casi por completo de su pasaje y embistió otra vez. Un movimiento suave y largo que hizo desaparecer el dolor y lo reemplazó por un poco de placer.
—Oh, sí…
—¿Sí? —bromeó Joe, repitiendo el movimiento.
Esa vez, ella acompañó la invitación empujando con sus caderas y suspirando.
—¡Sí! —jadeó ella.
—Justo lo que yo siento —dijo él, y comenzó a moverse rítmicamente con profundos y suaves envites, exactamente de la manera que los llevaría a los dos al paroxismo del placer. Tras un rato de embestidas medidas y controladas, ____* comenzó a responder a su ritmo, saliendo a su encuentro para incrementar la presión de sus penetraciones.
Joe cambió de posición para responder a las demandas de ____* y moverse cada vez con más rapidez e intensidad. Apretó los dientes ante el placer que sentía al enterrarse en el cuerpo de la joven, que notaba apretado y caliente en torno a su miembro. Ella comenzó a gemir, un lamento de placer que lo llevó al límite, por la autenticidad y honestidad que destilaba. Jamás en su vida había deseado tanto encontrar la liberación, y nunca había ansiado con tanta desesperación esperar, proporcionarle a su pareja el placer que se merecía.
—Joe —gimió ella—, necesito…
—Lo sé —le susurró al oído—, sé lo que necesitas. Tómalo.
—No puedo…
—Sí, puedes.
Entonces Joe puso de nuevo el pulgar sobre el nudo de nervios y presionó. Lo acarició sin dejar de bombear con rapidez, y la combinación de sensaciones fue demasiado intensa. La tensión que había acumulado, amenazando con hacerle perder el control, creció todavía más, privándola de cualquier pensamiento, de cualquier clase de cordura. ____* gritó su nombre y se arqueó contra él, asustada de lo que estaba a punto de suceder… pero sin querer perdérselo.
Capturó la salvaje mirada de ____*.
—Mírame, emperatriz. Quiero verte alcanzar el éxtasis. Quiero observar cómo te pierdes conmigo.
—No puedo… No sé… cómo. —____* comenzó a mover la cabeza de un lado a otro, jadeando.
—Claro que sí, lo descubriremos juntos.
Y lo hicieron. La tensión que la atenazaba se liberó y comenzó a contraerse en torno a su miembro, apresándolo en un agarre perfecto, exprimiéndolo con un dulce e insoportable ritmo. ____* gritó su nombre y le clavó las uñas en los hombros, aferrándose a él mientras Joe la observaba alcanzar el orgasmo.
Entonces y solo entonces, una vez que ella hubo alcanzado el éxtasis, la hizo suya, y la siguió a la cima con una fuerza que no había experimentado nunca. Cayó desmadejado encima de ____*; su pecho subía y bajaba al unísono con el de ella mientras trataba de recobrarse.
Permaneció allí durante un buen rato, hasta que su respiración se normalizó y tuvo fuerzas para alzarse sobre los brazos y mirarla. Observó su piel ruborizada y húmeda por el placer, la sonrisa saciada y los ojos entrecerrados, y se sintió realizado.
Jamás había experimentado nada así. Nunca había vivido algo parecido. No había estado con una mujer tan entregada y apasionada, dispuesta a dar y aceptar el placer con tal sinceridad. No había conocido a nadie como ella… Deslizó la mirada por el cuerpo de ____*, desnudo y hermoso bajo la danzarina luz dorada del fuego. Ella lo había conquistado en todos los aspectos imaginables y en lo único que podía pensar era en tomarla otra vez. De inmediato. Pero, por supuesto, debía estar dolorida.
Aquel pensamiento fue como un jarro de agua fría.
«Santo Dios, era virgen.»
¿En qué había estado pensando? Una virgen se merecía algo mejor, por el amor de Dios. No es que se hubiera encontrado antes en esa situación, pero estaba seguro de que se merecía poesía y flores o, como mínimo, una cama. No un diván en un club de caballeros.
«Santo Dios, era virgen y él la había tratado como si fuera una vulgar…»
Negó con la cabeza ante ese pensamiento, sin querer terminar la frase ni siquiera en su mente. Se vio consumido por los remordimientos mientras consideraba lo que había hecho. ____* había confiado en él, y él se había aprovechado de ella. En Brook's, ¡por Cristo bendito! ¡Santo Dios! ¿Qué había hecho?
Palideció.
Ella lo notó.
—¿Ocurre algo?
Aquello lo devolvió de golpe al presente, y le resultó difícil sostener la mirada de ____*, así que la besó en el hombro y se incorporó. Ignoró la sensación de pérdida que lo atravesó cuando se alejó de aquel cuerpo cálido y entregado.
Joe comenzó a vestirse, notando que, tras observarlo durante unos momentos, ____* se movía y comenzaba a imitarlo. Intentó no mirarla, pero fue incapaz de no hacerlo cuando se alejó de él y comenzó a ponerse los pantalones. Le hormiguearon las manos por tocarla, por apretarla contra su cuerpo y sentir otra vez la suavidad de sus curvas femeninas. Sacudió la cabeza para salir de su ensueño y se anudó la corbata mientras ella se ponía la camisa, prescindiendo de las vendas.
____* comenzó a buscar el chaleco y sus miradas se encontraron brevemente. Joe no pudo evitar notar la tristeza en sus ojos. Ella ya lamentaba lo que habían hecho.
Se inclinó y recogió las vendas que ella había ignorado, y las deslizó entre sus dedos.
—¿No necesitas esto?
—No —dijo ella con suavidad—. Tu capa es enorme, puedo ocultarme debajo… —Hizo una pausa antes de añadir—: Además, te he prometido que no volvería a vendármelos.
Aquellas palabras invocaron el erotismo que había surgido entre ellos esa noche y resonaron en la estancia, recordándole su imperdonable comportamiento.
—Sí, es cierto —confirmó él, cuando ella ya le daba la espalda.
Joe hizo un manojo con las vendas y se las metió en el bolsillo del chaleco antes de inclinarse para recoger la chaqueta del suelo. Cuando lo hizo, vio el papel que había debajo; la lista que los había conducido a aquella descabellada aventura.
Se incorporó y abrió la boca para decírselo, pero la cerró cuando observó que ella no lo miraba y permanecía alejada de él, con la espalda rígida y los hombros firmes, como si estuviera preparándose para la batalla mientras se recogía el pelo con las horquillas, intentado devolverlo a su estado inicial.
Por alguna razón desconocida, Joe no quiso mencionar la lista, así que guardó el arrugado papel en el bolsillo y esperó a que ella se volviera de nuevo hacia él.
Algunos minutos después, cuando lo hizo, se sintió herido por la emoción que brillaba en sus ojos, anegados de lágrimas no derramadas. Al ver su tristeza, Joe se sintió un auténtico imbécil. Tragó saliva, dispuesto a decir lo que se esperaba. Notaba que ella estaba aguardando a que él hablara, que dijera las palabras que lo redimirían… las palabras que detendrían las lágrimas que amenazaban con derramarse.
Quería decir lo apropiado. No podía reparar el daño que había provocado con su irreflexivo y despiadado comportamiento pero, sin duda, podía actuar como un caballero de ahora en adelante. Bueno, dijo lo que imaginaba que dirían los caballeros en una situación semejante. Lo que estaba seguro que querían oír las mujeres en ocasiones como esa. Lo único que tenía la certeza que detendría las lágrimas.
—Por favor, perdona mi comportamiento. Por supuesto, nos casaremos.
Esperó pacientemente durante un buen rato en el cual las palabras flotaron entre ellos. ____* abrió los ojos como platos, absolutamente sorprendida, luego los entrecerró y lo miró como si no entendiera nada de nada. Joe esperó que se diera cuenta de que había actuado como un caballero, de la única manera posible. Esperó que estuviera contenta —incluso agradecida— por su oferta de matrimonio. Esperó que dijera algo… lo que fuera. Esperó mientras ella se envolvía en la capa, se ponía los guantes y se cubría la cabeza con el sombrero.
Y, cuando terminó, ____*, que se había girado hacia él antes de volverse hacia la puerta, actuó como si Joe no hubiera dicho nada.
—Gracias por una velada tan instructiva, milord. Creo que será mejor que me lleves a casa.
Bien. Al menos no había llorado.
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por aranzhitha Sáb 14 Jul 2012, 4:36 pm

aww todo fue tan lindo :hug:
Joe la quiere y ella tambien
Pero Joe tenia que arruinar el :¬¬: momento con sus dudas y la culpa
Pobre rayita a de sentirse muy triste :(
No creo que se case con él solo por lo que paso
Ahora que pasara entre ellos?
Siguela!!!
aranzhitha
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Mensaje por chelis Sáb 14 Jul 2012, 9:16 pm

:affraid: Las reglas de almor - ♥ Nueve Reglas que Romper Para Conquistar a un Granuja ♥ (Joe & Tu)...ADAPTACION - Página 9 167695056 :affraid:
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHH!!!!!!!!
PERO ESTOOYY SEGUURAAA QUE ____ NO QUERIA QUE JOE LE PIDIERA PERDOOONNN!! Y MENOS ESA PROPOSIIICIIIOONN ASI DE COMO DE ARRREPENTIMIENTOOOOO
AAAAAAAAAAAAAAAHH SIGUELAAA PORFISSS
chelis
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Mensaje por aranzhitha Lun 16 Jul 2012, 7:22 pm

siguela!!!!!!!!!!!!!!!!!!! :bounce: :bounce:
aranzhitha
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Mensaje por chelis Lun 16 Jul 2012, 8:10 pm

POOOORRRFIIISS
chelis
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Mensaje por helado00 Lun 16 Jul 2012, 9:33 pm

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ellos..el...osea...en un divan...
PERO QUE VELADA!!!
y joseph eres un imbecil o que?!?! no llora porque dejo de ser virgen sino porque te lamentas!!! aghhh hombres!!
siguela porfavor!!!
helado00
helado00


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