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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Un falso novio Joe y tu TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Un falso novio Joe y tu
Nombre: Un falso novio
Autor:sofia1 es una chica de otro foro
Adaptación: si es de otra chica
Género: drama y romance
Advertencias:tiene partes subidas de tono
Otras páginas:no
Sinopsis:
Cuando
____________ Hall decidió aparecer como una mujer de éxito en la
reunión de antiguos alumnos de su instituto, pensó que lo único que
necesitaba era una nueva imagen, un anillo en el dedo y un
novio…convenientemente ausente. Sencillo, ¿verdad? Pues estaba
equivocada.
Cuando se encontró con el hombre del que había estado
enamorada en su adolescencia, Joe Jonas, su sencillo plan se vino abajo.
Porque después de una inesperada noche de pasión con el guapísimo
capitán de marines, ____________ se encontró inconvenientemente
embarazada. Joe no deseaba seguir siendo un novio de mentira… sino un
marido de conveniencia. Pero lo que Joe estaba dispuesto a hacer por su
sentido del deber, ____________ sólo podía hacerlo por amor.
Autor:sofia1 es una chica de otro foro
Adaptación: si es de otra chica
Género: drama y romance
Advertencias:tiene partes subidas de tono
Otras páginas:no
Sinopsis:
Cuando
____________ Hall decidió aparecer como una mujer de éxito en la
reunión de antiguos alumnos de su instituto, pensó que lo único que
necesitaba era una nueva imagen, un anillo en el dedo y un
novio…convenientemente ausente. Sencillo, ¿verdad? Pues estaba
equivocada.
Cuando se encontró con el hombre del que había estado
enamorada en su adolescencia, Joe Jonas, su sencillo plan se vino abajo.
Porque después de una inesperada noche de pasión con el guapísimo
capitán de marines, ____________ se encontró inconvenientemente
embarazada. Joe no deseaba seguir siendo un novio de mentira… sino un
marido de conveniencia. Pero lo que Joe estaba dispuesto a hacer por su
sentido del deber, ____________ sólo podía hacerlo por amor.
jonatic&diectioner
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
1primera :afro:
Y F I E L
L E C T O R A
siguelaaaa
ahh!!
por sierto me llamo
Antonella.
espero con ansias el 1CAP
:lol!: :lol!: :lol!: :lol!: :lol!: :lol!: :lol!: :lol!: :lol!:
Y F I E L
L E C T O R A
siguelaaaa
ahh!!
por sierto me llamo
Antonella.
espero con ansias el 1CAP
:lol!: :lol!: :lol!: :lol!: :lol!: :lol!: :lol!: :lol!: :lol!:
@ntonella
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
@ntonella escribió:1primera :afro:
Y F I E L
L E C T O R A
siguelaaaa
ahh!!
por sierto me llamo
Antonella.
espero con ansias el 1CAP
:lol!: :lol!: :lol!: :lol!: :lol!: :lol!: :lol!: :lol!: :lol!:
bienvenida.... te dedico el cap...
Capítulo Uno
—Odio
las reuniones —murmuraba ____________ Hall sobre el auricular. Al
principio le había parecido una idea estupenda volver a Juneport,
Oregón, para asistir a la reunión de sus compañeros de instituto. Pero
cuando llegó la hora de marcharse, ____________ había empezado a
reconsiderar seriamente el plan.
Aún murmurando, se sentó de golpe
sobre la maleta. Había guardado en ella suficiente ropa como para dar la
vuelta al mundo. Y eso sin contar con el nuevo porta-trajes lleno a
rebosar o el neceser, con toneladas de cremas y cosméticos.
Cuando por fin pudo cerrar la maleta, lanzó un suspiro de triunfo.
Los
nervios se le habían agarrado al estómago. ¿Y si aquello no funcionaba?
¿Y si alguien se enteraba de lo que iba a hacer? Sólo imaginarse las
carcajadas de sus compañeros hacía que se le pusiera la carne de
gallina.
—¿Por qué voy a hacer esto? —preguntó.
—Porque será muy divertido —le contestó una voz al otro lado del hilo.
—Ya.
Me estoy muriendo de risa —dijo ____________ poco convencida. Las
preparaciones para aquel viaje al pasado la habían dejado agotada. Y eso
sin contar con el Plan. Incluso pensaba en él con letras mayúsculas.
—De
verdad, ____________ —dijo su hermana Meg, con el tono que solía usar
con los niños—, al menos, podrías intentar parecer entusiasmada.
Un
par de semanas atrás, cuando se le había ocurrido la idea, ____________
se había sentido entusiasmada. Pero después, al verse enfrentada con la
inminencia del viaje, la idea había perdido todo el brillo.
____________
se miró en el espejo que había frente a ella. La imagen estaba
ligeramente desenfocada y tuvo que cerrar un ojo. Meg la había llamado
cuando se estaba poniendo las lentillas y sólo había tenido tiempo de
ponerse la derecha.
La imagen que le devolvía el espejo era la de una
mujer elegante, profesional, segura de sí misma. Pero detrás de aquella
nueva imagen, estaba la misma ____________ Hall de siempre.
La empollona de la clase. La rara. El patito feo, en comparación con su bellísima hermana Meg.
____________
nunca había sido guapa y se había acostumbrado a ello. Pero, se decía a
sí misma, incluso los patitos feos crecen y se convierten si no en
cisnes, al menos en patos atractivos.
—¿____________? —la llamó Meg—. ¿Estás ahí?
—Sí. ¿Qué ruidos son esos?
—Lo de siempre —contestó su hermana—. ¡Tony, no te tires de la escalera, te vas a romper el cuello!
—¿Ha vuelto a vestirse de Superman?
—¿De
Superman? Te has quedado desfasada, ____________. Ahora se viste de
Power Ranger o de Hércules —explicó Meg. ____________ sabía que era
verdad. Estaba desfasada. A los veintiocho años, no tenía más
perspectivas de tener hijos de las que había tenido a los quince. Lo
único que había cambiado en su situación era que, por fin, se había
acostumbrado a la idea de que nunca tendría la familia con la que
siempre había soñado. Trabajando en su propia casa no era fácil conocer
hombres solteros—. Tengo que irme —suspiró su hermana, cansada—. Jenny
se ha puesto el traje de Xena y acaba de retar a Hércules a una pelea a
muerte.
____________ sonrió. Quizá nunca sería madre, pero le
encantaba ser tía. Fuera o no a la reunión, estaba deseando pasar unos
días con sus sobrinos.
—¿Dónde están Becky y David?
—Vendiendo
entradas para la pelea, probablemente —contestó Meg—. La mitad del
vecindario está haciendo cola a la puerta de mi casa.
El sonido de un
claxon llamó la atención de ____________ en ese momento y se acercó a
la ventana sin soltar el teléfono. Frente a la puerta de su casa,
acababa de aparcar un todoterreno negro.
—Joe acaba de llegar —dijo,
cerrando un ojo para intentar ver al conductor. Una figura alta y oscura
salía en aquel momento del coche.
—¿Qué tal está? —preguntó Meg.
—Borroso.
—Ponte las gafas —dijo su hermana, exasperada.
—¿Qué dijo «exactamente» cuando le pediste que me llevara en su coche, Meg? —preguntó ____________, sin abrir el ojo.
—Dijo «por supuesto».
Un error, pensaba ____________. Quizá un terrible error.
—El mecánico me ha dicho que mi coche está reparado. Podría haber ido yo sola.
—Ya. ¿Es el mismo mecánico que te «arregló» el coche la última vez?
—Pues sí —contestó ____________, sin apartar el ojo de la borrosa figura—. Pero ha aprendido mucho desde entonces.
—Eso espero.
—Todo el mundo tiene que aprender, Meg.
—También podrías tomar un avión —bromeó Meg.
—Eso sí que no —replicó ____________—. Los aviones pesan más que el aire y se caen. Pero podría tomar un tren y…
—Por favor, ____________ —dijo Meg, impaciente—. ¿Qué más te da? Joe pensaba venir a la reunión de todas maneras.
Era
cierto. Y como estaba destinado en el campamento Pendleton, a unos
kilómetros de su casa, no habría sido un gran inconveniente para él.
El
campamento Pendleton. ____________ se había sentido tentada un par de
veces de ir allí para ver a Joe … por los viejos tiempos. Pero siempre
había desistido a última hora.
—No sé —dijo ____________,
inclinándose hacia la ventana hasta que se chocó contra el cristal—.
Hace más de diez años que no nos vemos. ¿Qué pasa si no tenemos nada de
qué hablar? Hay un largo camino de aquí a Oregón.
—¿Desde cuándo tienes tú problemas para entablar conversación? —rió su hermana.
Eso también era cierto. Su padre solía decir que hablaba hasta por los codos.
Pero,
por supuesto, los hombres guapos tenían la habilidad de dejarla muda.
Además, se trataba de Joe Jonas. Y estaba a punto de volver a tener un
ataque de pánico, como cuando era una adolescente. Los recuerdos
empezaban a agolparse y tenía un nudo en el estómago.
—Seguro que se le ha olvidado tu manía de perseguirlo.
—¿Qué? —casi gritó ____________—. Yo nunca he perseguido a Joe. Sólo lo observaba desde una prudente distancia.
—Sí, claro —rió Meg—. Te escondías detrás de todos los árboles del barrio para verlo pasar.
Recordar
aquello hacía que, cada vez más, se sintiera como una adolescente
angustiada. Entonces estaba locamente enamorada de Joe Jonas. El novio
de su hermana.
Desde abajo escuchó unos golpes en la puerta y decidió ponerse en acción.
—Tengo
que irme, Meg —dijo ____________, ignorando las protestas de su
hermana—. Nos veremos dentro de unos días —añadió, antes de colgar y
correr hacia el cuarto de baño. No iba a enfrentarse con Joe Jonas con
una sola lentilla. Si iba a seguir adelante con su plan, tendría que
empezar con buen pie.
Después de limpiar la segunda lentilla, echó la
cabeza hacia atrás. Llevaba una semana practicando y seguía sintiéndose
incómoda cada vez que tenía que meterse aquel objeto extraño en el ojo.
Pero se acostumbraría. Tendría que hacerlo. Las enormes gafas eran parte de la antigua ____________.
Y esa chica no iba a la reunión.
—Ya está —dijo, parpadeando furiosamente.
Pero
la lentilla no se había colocado en su sitio y le rozaba el párpado. En
ese momento, Joe llamó al timbre—. ¡Ay, Dios mío! —murmuró para sí
misma. Después de diez años, iba a encontrarse con Joe Jonas con un ojo
tapado como un pirata. No tenía tiempo de volver a empezar con la
lentilla. Tenía que bajar a abrir.
Mientras bajaba la escalera a toda prisa, iba murmurando maldiciones sin quitarse la mano del ojo, que le escocía y lloriqueaba.
El
timbre volvió a sonar, impaciente, y el eco seguía resonando en su
cabeza cuando ____________ abrió la puerta y se encontró cara a cara con
su pasado.
Joe Jonas seguía siendo una imagen borrosa, pero su estómago se encogió. Igual que diez años atrás.
Aquel iba a ser un largo viaje.
—¿____________?
—Hola
—dijo ella con voz estrangulada. De nuevo, volvía a ser la ____________
Hall tímida y torpe que había sido. Pero ya no lo era. La tímida
adolescente se había convertido en un genio de los ordenadores con un
negocio propio, se repetía a sí misma—. Entra —consiguió decir por fin.
Joe solo había aceptado llevar a ____________ a la reunión para hacerle
un favor a Meg, su antigua novia del instituto. Pero la ____________ que
recordaba no se parecía en absoluto a la mujer que había frente a él.
En
sus recuerdos, era una adolescente que se comía las uñas, tímida, un
poco gordita y muy irritante. La hermana a la que tenía que soportar
cada vez que iba a casa de los Hall para ver a Meg. La chica que solía
pasar por delante de su casa una docena de veces al día. La que lo
seguía como una sombra.
Obviamente, ____________ había cambiado.
Tanto,
que su sola visión había provocado una repentina llamarada de deseo.
Hacía tiempo que no le ocurría aquello y lo sorprendió.
Se había
cortado el pelo y los delicados rizos rubios parecían tan suaves que le
hubiera gustado alargar la mano para tocarlos. ____________ llevaba una
sencilla blusa amarilla, falda blanca y sandalias planas. Se había
pintado las uñas de los pies de color rosa y se quedó boquiabierto al
ver que llevaba un moderno anillo de plata en uno de los dedos.
Un ligero bronceado acentuaba el color rubio de su pelo y el azul de sus ojos. Parecía un anuncio.
A
Joe se le hacía la boca agua. Aunque a su cerebro le resultaba difícil
creer que aquella criatura tan deseable fuera ____________ Hall, su
cuerpo no parecía hacerse preguntas.
—Estás… guapísima —susurró, observando con sorpresa que ella no se había quitado la mano del ojo.
—Sí. Y tuerta.
—¿Qué te pasa?
—Nada.
Son estas malditas lentillas —contestó ____________. Aquello explicaba
que no llevara sus horribles gafas de miope. Pero, ¿cuál era la
explicación para el resto de la transformación? Era como si un gusano se
hubiera convertido en mariposa. Joe no podía dejar de mirarla mientras
cerraba la puerta—. ¿Por qué no me esperas en el salón mientras yo subo a
colocarme bien la lentilla? Me está destrozando el ojo.
Antes de que
él pudiera contestar, ____________ empezó a subir las escaleras de dos
en dos. Joe la observaba, admirando sus largas piernas y la suave curva
de su trasero. Y aquel pensamiento lo sorprendió. ¿El trasero de
____________ Hall?
—Por favor —musitó para sí mismo, pasándose la mano por el cuello mientras se dirigía al salón.
Otra sorpresa.
No sabía por qué, pero no había imaginado que ____________ pudiera vivir en una casa tan elegante.
Había
dos sofás blancos uno frente al otro y, en medio, una mesa de madera
noble llena de revistas. Un par de sillones, mesitas de lectura y
elegantes lámparas decoraban la bien iluminada habitación. Las ventanas
llegaban hasta el techo y desde ellas podía verse el mar a lo lejos. Una
de las paredes estaba cubierta de estanterías con libros y en la otra
había una elegante chimenea.
El suelo de madera pulida reflejaba la luz del sol.
Una
sorpresa tras otra, pensaba. Cuando había aceptado llevar a
____________ a Oregón, había esperado encontrarla en un pequeño
apartamento apartado del mundo. Pero había sido una estupidez pensar que
____________ no habría cambiado en diez años.
Joe no podía dejar de preguntarse si su personalidad habría cambiado tanto como su aspecto exterior.
___________
subió a la carrera, se golpeó el muslo con la esquina de la cómoda y,
mordiéndose los labios, entró en el cuarto de baño murmurando una
maldición. Otro cardenal, pensaba. Se había hecho tantos que cualquiera
podría pensar que era una mujer maltratada.
Pero no era torpe. Simplemente, hacía las cosas muy deprisa. Siempre estaba pensando en lo próximo que debía hacer.
En aquel momento, estaba pensando en los tres días que tendría que pasar en el coche, y en algún motel, con Joe Jonas.
Apoyando las manos en el lavabo, se inclinó hacia adelante y respiró con fuerza.
—¿Por
qué tiene que seguir siendo tan guapo?—murmuró para sí misma—. ¿Por qué
no le ha salido una joroba o se le han estropeado los dientes?
Sentía
mariposas en el estómago. Una sola mirada y su corazón se había
acelerado de tal forma que no le habría sorprendido verlo salir volando
de su pecho.
No quería ni imaginarse qué habría pasado si él se hubiera presentado con el uniforme de marine.
¿Qué
tenía Joe Jonas que la afectaba tanto?, se preguntaba. Incluso de niña,
____________ sonaba con que rompía con su hermana Meg para salir con
ella. Se acostaba cada noche besando la almohada como si fuera él. Había
llenado docenas de diarios detallando cada palabra que él le decía, lo
cual no era nada difícil porque la mayoría de sus conversaciones se
limitaban a un «Hola, Joe». A lo que él contestaba con un escueto «Hola,
¿dónde está tu hermana?».
No mucho, desde luego, pero lo suficiente como para calentar el corazón de una quinceañera torpe y feúcha como ella.
Y
diez años más tarde, él le había dicho un piropo. Obviamente, el dinero
que se había gastado en un cambio de imagen había valido la pena.
____________ levantó la cara y se miró en el espejo.
—Desde luego, eres una belleza —se dijo a sí misma.
Abriendo mucho el ojo izquierdo, empezó a masajear el párpado hasta que por fin consiguió colocar la lentilla en su sitio.
Mientras
estudiaba su reflejo, ____________ se preguntaba si todo aquello
merecería la pena. No sólo las lentillas. Estaba empezando a dudar de si
el Plan valía la pena.
Su Plan. Una mentira.
____________ apagó
la luz del cuarto de baño y volvió a su habitación. La luz del sol se
filtraba a través de las cortinas azules y se reflejaba sobre el edredón
de rayas de su cama. Como las barras de una prisión, excepto que las
suyas eran horizontales en lugar de verticales y, seguramente, en las
prisiones no habría almohadas de plumas. Además, no se iba a la cárcel
por mentir, pensaba.
Pero su conciencia culpable la molestaba de nuevo.
—Perfecto
—murmuró, dirigiéndose hacia la cama para tomar las maletas—. Menos mal
que no te has convertido en criminal. O en espía. No tienes estómago
para eso.
¿A quién estaba intentando engañar?, se preguntaba. No era
la idea de mentir en una reunión escolar lo que hacía que tuviera un
nudo en el estómago. Era volver a ver a Joe. Era volver a recordar los
sentimientos que él había despertado. Era darse cuenta de que algunas
cosas, pasara el tiempo que pasara, no habían cambiado.
Con el
porta-trajes colgado de un hombro, la pesada maleta en una mano y el
neceser en la otra, ____________ se dirigía hacia la escalera a
trompicones.
Como alguien a quien han enviado a galeras.
—____________,
por favor, cálmate —murmuró para sí misma. Si iba a pasarse las
próximas dos semanas sudando por cada pequeña mentira, perdón,
«exageración», moriría de angustia. Y tenía que aprender a controlar el
ataque de nervios que sentía cada vez que estaba a un metro de distancia
de Joe Jonas. Sólo le estaba haciendo un favor por su hermana. Sólo
estaba siendo amable.
No era su cita. Ni su amante. Aquel pensamiento
envió un escalofrío por su espina dorsal. Lenta, deliberadamente,
____________ tomó aire, esperando estabilizar su debilitado sistema
nervioso. Cuando le pareció que había recuperado el control, levantó la
barbilla—. Puedes hacerlo, ____________. Sólo serán unos días a solas
con él y después no volverás a verlo. No va a ser tan difícil.
Algo le decía que aquella frase aparecería en su diario como las famosas «últimas palabras».
jonatic&diectioner
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
2da lectora me ha encantado el cap!
porfavor siguela! :D
porfavor siguela! :D
☎ Jimena Horan ♥
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
Jimee Jonas <3 escribió:2da lectora me ha encantado el cap!
porfavor siguela! :D
gracias por pasar mañana subo mas cap...
jonatic&diectioner
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
Capítulo Dos
Los
kilómetros parecían volar bajo las ruedas del todoterreno. En un par de
horas, habían salido del condado de Los Ángeles y conducían a toda
velocidad por la autopista, rodeada a ambos lados por acres y acres de
naranjales y viñedos. El cielo parecía más azul, el sol más cálido y el
viento más fresco.
____________ miraba por la ventanilla, observando
los robles de California que crecían sobre las onduladas colinas. De vez
en cuando, alguna granja daba un toque de color al paisaje. Cuanto más
se alejaban de su casa y del trabajo que le esperaba a la vuelta, más
relajada se sentía.
Aquello no era tan malo, después de todo. Por el
momento, estaba siendo un viaje muy agradable. No se le había trabado la
lengua en ningún momento y casi se estaba acostumbrando a la proximidad
de Joe.
Pero se sentiría mucho mejor si él no estuviera tan cerca.
____________
miró de reojo en su dirección. Con las dos manos al volante, Joe
mantenía la mirada fija en la carretera. Pero, incluso de perfil, los
atractivos rasgos del hombre eran suficientes como para encender sus
fantasías.
Su cabello castaño claro estaba cortado al estilo militar y
sus ojos color verde esmeralda estaban escondidos bajo unas gafas de
sol con montura de metal. Medía más de un metro ochenta y el polo azul
oscuro se ajustaba a su musculoso torso, prueba de que acudía
regularmente al gimnasio.
____________ bajó la mirada y observó los
gastados pantalones vaqueros y los mocasines. Guapísimo, pensaba
disimulando un suspiro, mientras volvía la cara hacia la ventanilla.
—¿Ha terminado la inspección? —sonrió Joe.
—¿Perdón?
—¿La he pasado?
Obviamente, él no se dejaba engañar por su aspecto inocente.
—¿Te has dado cuenta?
—La sutileza nunca ha sido tu punto fuerte, ____________ —sonrió él de nuevo.
—Y
sigue sin serlo —admitió ella, moviéndose incómoda en el asiento—.
Aunque ya no me escondo detrás de los árboles —añadió. Él volvió a
sonreír—. La verdad es que estaba pensando que no has cambiado mucho en
todos estos años.
—Pues tú sí —dijo él, mirándola—. Estás estupenda.
—Gracias. Supongo que eso era un piropo.
—Perdona, no quería decir que antes… —empezó a decir él.
—Sé lo que querías decir —lo interrumpió ella.
En ese momento, un golpe de viento lanzó el pelo sobre sus ojos y ____________ lo apartó con un gesto impaciente.
Pero
debería alegrarse del comentario. ¿No estaba viendo él exactamente lo
que ella quería que viera? ¿Que había cambiado, que se había convertido
en una mujer guapísima? Entonces, ¿por qué la irritaba que Joe hubiera
notado el cambio?
Quizá porque una parte de ella deseaba que Joe se sintiera atraído por la «auténtica» ____________.
—Bueno, cuéntame qué vas a hacer en Juneport —dijo él, bajando el volumen de la radio.
—Lo
mismo que tú, supongo —contestó ella— Visitar a mi familia y comprobar
si el instituto sigue siendo tan horrible como yo lo recuerdo.
—¿Horrible? Yo creí que te encantaba.
—¿Por qué? ¿Por que sacaba buenas notas?
—Pues… sí —contestó él, encogiéndose de hombros.
En
realidad, ____________ se había volcado en los libros porque era
demasiado tímida y se creía incapaz de hacer amigos. Las clases eran el
único sitio en el que la gente se fijaba en ella. Eso alegraba
enormemente a sus padres, pero la había convertido en una insoportable
empollona para todos los demás. Cada vez que uno de los profesores la
señalaba como ejemplo, sus compañeros la miraban con resentimiento.
La única amiga de ____________ había sido su hermana Meg. Por eso, su adolescente amor por Joe había sido aún más doloroso.
—Hablé con mi madre la semana pasada —estaba diciendo Joe— y me ha dicho que Meg está embarazada otra vez.
—Sí —murmuró ____________, con alegría y envidia a la vez.
—¿Cuántos tiene ya?
—Es
el quinto —sonrió ____________, imaginando al recién nacido. Sentir el
peso de un bebé en los brazos era la sensación más agradable del mundo
para ella.
—¡Cinco hijos! —exclamó Joe.
—¿Qué pasa? —preguntó ____________, a la defensiva.
—Nada, nada —contestó él, sorprendido—. Solo que me resulta difícil imaginar a Meg y a John con cinco hijos.
—No es un crimen tener muchos hijos. ¿Quién ha dicho que la familia media tiene que limitarse a 2,5 niños?
—Yo no, desde luego —sonrió él—. A mí no me atrae la idea de tener hijos, pero cada uno hace lo que quiere con su vida.
—Me
alegro, porque mi hermana piensa invitarte a comer para que los
conozcas a todos. Joe no pudo disimular una expresión de horror.
Aparentemente, la idea de estar rodeado de críos era suficiente como
para que el marine se pusiera pálido. Seguía siendo un solterón
empedernido, pensaba ____________. El hombre de sus sueños adolescentes
no buscaba un hogar y una familia, como ella. Eran incompatibles y
siempre lo habían sido.
—Estás contenta de volver a ver a tus sobrinos. ¿Verdad?
—Sí.
—Se te ha iluminado la cara.
—Soy una tía estupenda.
—Seguro que es verdad —sonrió él.
Joe
intuía que ____________ sería capaz de hacer bien cualquier cosa que se
propusiera. Diez años atrás era una mocosa irritante, pero también la
más inteligente de Juneport. Joe recordaba lo humillado que se había
sentido al tener a una cría de catorce años como tutora de geometría,
pero tenía que reconocer que, sin su ayuda, descifrar la pizarra en la
clase de la señorita Molino habría sido como intentar descifrar
jeroglíficos egipcios.
En aquellos días, sus únicos intereses eran jugar al fútbol y pasar su tiempo libre con Meg.
Ella había sido su primer amor y estaba convencido de que pasarían la vida juntos.
Suspirando, Joe recordaba la noche en que aquel sueño se había esfumado.
Era
la noche después de la graduación en el instituto y habían planeado
escaparse para contraer matrimonio en Reno, Nevada. Era una estupidez,
pero a ellos les parecía muy romántico.
Con la maleta en el asiento
trasero del coche, Joe la había esperado en la puerta del gimnasio
durante horas, pero Meg no apareció.
Al amanecer había ido a su casa, convencido de que solo una enfermedad o algo muy grave podrían haberla retenido.
Habían pasado diez años, pero aun podía oír su voz.
—Lo siento, Joe, pero no puedo hacerlo.
—¿Por qué? —había preguntado él, confuso.
—No puedo explicarlo —empezó a decir ella, intentando contener las lágrimas—. Pero no está bien.
—¿Por qué no está bien, Meg? Nos queremos.
—No puedo casarme contigo, Joe. Así, no.
—Pero, ¿por qué? Lo teníamos todo planeado…
—Joe, por favor, tienes que entenderlo —lo había interrumpido ella, angustiada—. No puedo…no puedo…
Un segundo después, Meg entraba en su casa y cerraba la puerta tras de sí.
Joe
se había quedado solo con el corazón roto y, reuniendo todo el orgullo
que le quedaba, había vuelto a su casa. Al día siguiente, tomaba un tren
con destino a la universidad.
Meg le había escrito varias cartas
pidiéndole perdón, hasta que un día le informó de que se había
comprometido con John Bingham, su mejor amigo.
Para entonces Joe se
había dado cuenta que Meg les había hecho un favor a los dos echándose
atrás. Las heridas del amor son profundas pero, cuando se es joven,
curan con facilidad.
Una vez terminada la universidad, Joe había
entrado en los marines como oficial. Le gustaba su trabajo y le gustaba
su vida. Y, de vez en cuando, le daba las gracias a Meg en su corazón
por haber sido más inteligente que él.
Además, cinco niños… Daba igual lo que ____________ pensara, la idea de tener cinco hijos le producía escalofríos.
Por
deseo propio, Joe no había mantenido ninguna relación duradera después
de Meg. Sabía lo difícil que era la vida para la esposa de un militar y
no pensaba casarse porque no podría darle a su esposa la clase de
atención que ella tendría derecho a esperar.
Él era un marine sobre todas las cosas. Y pocas mujeres podrían entender eso.
—Bueno, ¿qué tal tus hermanos? —la voz de ____________ lo devolvió al presente—. ¿Te han hecho tío ya?
—No —rió el—. No hay mujer en el mundo que quiera cargar con ninguno de los dos.
—Ah,
qué bien —sonrió ella. ¿Siempre había tenido aquel hoyito en la
mejilla?, se preguntaba Joe—. Ellos también son marines, ¿verdad?
—Kevin es teniente y Nick es sargento. Nos encontraremos con ellos en la reunión.
—¿Tienes ganas de verlos?
—Claro que sí. Hace mucho tiempo que no nos vemos.
—Ya me imagino. Siendo militares los tres…
—Los cuatro. Te recuerdo que mi padre era comandante del ejército antes de retirarse.
—Es
verdad —asintió ____________, perdida en sus pensamientos—. Joe, ¿te
acuerdas el día que Nick dejó tu bicicleta en la playa y se la llevó la
marea?
Los dos se echaron a reír y Joe se dio cuenta de que la risa de ____________ era cristalina, suave… Y que lo ponía nervioso.
____________ Hall lo ponía nervioso.
—¿Que
si me acuerdo? Nick me sigue debiendo treinta y cinco dólares por esa
bicicleta. Estuve repartiendo periódicos durante meses para poder
pagarla.
—Nick me había llevado en tu bici aquel día. Yo estaba con él cuando salió nadando.
—¡No lo dirás en serio! —exclamó él, mirándola.
—Claro que sí. Nos tiramos al agua para salvarla, pero Neptuno se la llevó.
Joe
intentaba imaginarse a la joven y torpe ____________ nadando para
recuperar la bicicleta pero, mirando a la mujer que tenía al lado, le
resultaba imposible.
—Él nunca me dijo nada de eso.
—Los delincuentes no se chivan unos de otros.
—Hasta ahora, ¿no?
—Yo creo que el delito ya ha prescrito.
—Eso
es lo que tú crees, Pecas —dijo él, llamándola sin darse cuenta por el
mote que solía usar diez años atrás—. Me debes diecisiete dólares con
cincuenta —añadió. ____________ no decía nada—. ¿Qué pasa? ¿Te niegas a
pagar?
Ella seguía sin decir nada y cuando Joe la miró, se dio cuenta de que tenía una expresión extraña.
—Me has llamado Pecas.
—Sí
—rió él. No sabía por qué lo había hecho. La llamaba así porque en
verano la cara de ____________ se llenaba de pecas pero, según creía
recordar, a ella no le hacía ninguna gracia el apelativo—. Perdona, me
ha salido sin darme cuenta.
—No hace falta que te disculpes —dijo
ella, poniendo la mano sobre su brazo. El roce le producía una especie
de descarga eléctrica incomprensible. Con la boca seca, Joe se decía a
sí mismo que era una reacción normal ante una mujer guapa. Pero era más
que eso y él lo sabía. ____________ apartó la mano enseguida, pero la
sensación continuaba. Joe bajó la ventanilla, esperando que el aire lo
refrescara un poco—. Hacía siglos que no me acordaba de ese mote.
—No sé por qué lo he dicho, perderla –murmuró Joe, moviéndose incómodo en el asiento.
—Nunca te dije cuánto significaba ese mote para mí.
—¿Qué?
—preguntó él, mirándola fugazmente para no perder de vista la
carretera. Sus ojos azules tenían un brillo especial. Demasiado
especial—. Creo recordar que no te hacía ninguna gracia.
—Lo que me molestaba era que me salieran pecas por todas partes.
—Aparentemente, eso ha cambiado —sonrió él.
—Bueno,
al menos ya no me salen en la cara —suspiró ella. Sin darse cuenta, Joe
empezó a imaginarse a sí mismo descubriendo las ocultas pecas en el
cuerpo de ____________. La sensación de tensión en la entrepierna lo
sorprendió y tuvo que disimular un gruñido de incomodidad. ¿Quién
hubiera podido imaginar que la pequeña ____________ podría hacer que sus
hormonas se despertaran de aquella forma?
—Pero cuando me llamabas Pecas…
—Yo era un crío —se defendió él.
—A mí me encantaba.
—¿En serio?
—Sí
—contestó ella, echándose los rizos hacia atrás con los dedos. Sus
pendientes de plata brillaban a la luz del sol—. ¿Sabes por qué? Porque
entonces te fijabas en mí.
Joe estaba fijándose mucho en ella en aquel momento, pero ____________ parecía no darse cuenta.
—Era difícil no fijarse en ti. Por si no lo recuerdas, paseabas a tu perro por delante de mi casa cada media hora.
____________ lo miró con una sonrisa en los labios.
Unos labios generosos, húmedos y muy deseables.
—Veo
que tú también eres muy sutil —rió ella—. Cuando tu madre te dijo que
dejaras de llamarme Pecas, se me rompió el corazón. Necesité tres
páginas de mi diario para ahogar mis penas.
—Ojalá me lo hubieras dicho —sonrió él, incómodo—. Podrías haberme ahorrado tres semanas sin paga.
—Yo
era una cría —bromeó ella. Pero ya no lo era, pensaba Joe. Y él no se
había sentido de aquella forma desde que era un crío. Le sudaban las
manos, su corazón latía acelerado y tenía que preguntarse si sería una
ironía del destino. Diez años antes, él había sido el objeto de deseo de
____________ Hall. Y en aquel momento, ocurría al contrario—. ¿Dónde
vamos? —preguntó ____________ cuando él tomó una salida de la autopista.
—Tengo que poner gasolina. Y podríamos comer algo de paso —contestó.
Lo que no dijo era que necesitaba salir del coche cuanto antes.
Sólo
eran las siete de la tarde y podrían seguir viaje durante varias horas
antes de parar para dormir en alguna parte… Aquel pensamiento lo dejó
turbado. Pasar la noche en un motel. Con ____________.
Estaba seguro de que alguien, en alguna parte, se estaría riendo a su costa.
—Muy bien —dijo ella—. Cómo es nuestra primera noche en la carretera, yo invito a cenar.
—Pero la cena tiene que costar al menos diecisiete dólares con cincuenta —sonrió Joe, intentando aparentar tranquilidad.
—Trato hecho
Los
kilómetros parecían volar bajo las ruedas del todoterreno. En un par de
horas, habían salido del condado de Los Ángeles y conducían a toda
velocidad por la autopista, rodeada a ambos lados por acres y acres de
naranjales y viñedos. El cielo parecía más azul, el sol más cálido y el
viento más fresco.
____________ miraba por la ventanilla, observando
los robles de California que crecían sobre las onduladas colinas. De vez
en cuando, alguna granja daba un toque de color al paisaje. Cuanto más
se alejaban de su casa y del trabajo que le esperaba a la vuelta, más
relajada se sentía.
Aquello no era tan malo, después de todo. Por el
momento, estaba siendo un viaje muy agradable. No se le había trabado la
lengua en ningún momento y casi se estaba acostumbrando a la proximidad
de Joe.
Pero se sentiría mucho mejor si él no estuviera tan cerca.
____________
miró de reojo en su dirección. Con las dos manos al volante, Joe
mantenía la mirada fija en la carretera. Pero, incluso de perfil, los
atractivos rasgos del hombre eran suficientes como para encender sus
fantasías.
Su cabello castaño claro estaba cortado al estilo militar y
sus ojos color verde esmeralda estaban escondidos bajo unas gafas de
sol con montura de metal. Medía más de un metro ochenta y el polo azul
oscuro se ajustaba a su musculoso torso, prueba de que acudía
regularmente al gimnasio.
____________ bajó la mirada y observó los
gastados pantalones vaqueros y los mocasines. Guapísimo, pensaba
disimulando un suspiro, mientras volvía la cara hacia la ventanilla.
—¿Ha terminado la inspección? —sonrió Joe.
—¿Perdón?
—¿La he pasado?
Obviamente, él no se dejaba engañar por su aspecto inocente.
—¿Te has dado cuenta?
—La sutileza nunca ha sido tu punto fuerte, ____________ —sonrió él de nuevo.
—Y
sigue sin serlo —admitió ella, moviéndose incómoda en el asiento—.
Aunque ya no me escondo detrás de los árboles —añadió. Él volvió a
sonreír—. La verdad es que estaba pensando que no has cambiado mucho en
todos estos años.
—Pues tú sí —dijo él, mirándola—. Estás estupenda.
—Gracias. Supongo que eso era un piropo.
—Perdona, no quería decir que antes… —empezó a decir él.
—Sé lo que querías decir —lo interrumpió ella.
En ese momento, un golpe de viento lanzó el pelo sobre sus ojos y ____________ lo apartó con un gesto impaciente.
Pero
debería alegrarse del comentario. ¿No estaba viendo él exactamente lo
que ella quería que viera? ¿Que había cambiado, que se había convertido
en una mujer guapísima? Entonces, ¿por qué la irritaba que Joe hubiera
notado el cambio?
Quizá porque una parte de ella deseaba que Joe se sintiera atraído por la «auténtica» ____________.
—Bueno, cuéntame qué vas a hacer en Juneport —dijo él, bajando el volumen de la radio.
—Lo
mismo que tú, supongo —contestó ella— Visitar a mi familia y comprobar
si el instituto sigue siendo tan horrible como yo lo recuerdo.
—¿Horrible? Yo creí que te encantaba.
—¿Por qué? ¿Por que sacaba buenas notas?
—Pues… sí —contestó él, encogiéndose de hombros.
En
realidad, ____________ se había volcado en los libros porque era
demasiado tímida y se creía incapaz de hacer amigos. Las clases eran el
único sitio en el que la gente se fijaba en ella. Eso alegraba
enormemente a sus padres, pero la había convertido en una insoportable
empollona para todos los demás. Cada vez que uno de los profesores la
señalaba como ejemplo, sus compañeros la miraban con resentimiento.
La única amiga de ____________ había sido su hermana Meg. Por eso, su adolescente amor por Joe había sido aún más doloroso.
—Hablé con mi madre la semana pasada —estaba diciendo Joe— y me ha dicho que Meg está embarazada otra vez.
—Sí —murmuró ____________, con alegría y envidia a la vez.
—¿Cuántos tiene ya?
—Es
el quinto —sonrió ____________, imaginando al recién nacido. Sentir el
peso de un bebé en los brazos era la sensación más agradable del mundo
para ella.
—¡Cinco hijos! —exclamó Joe.
—¿Qué pasa? —preguntó ____________, a la defensiva.
—Nada, nada —contestó él, sorprendido—. Solo que me resulta difícil imaginar a Meg y a John con cinco hijos.
—No es un crimen tener muchos hijos. ¿Quién ha dicho que la familia media tiene que limitarse a 2,5 niños?
—Yo no, desde luego —sonrió él—. A mí no me atrae la idea de tener hijos, pero cada uno hace lo que quiere con su vida.
—Me
alegro, porque mi hermana piensa invitarte a comer para que los
conozcas a todos. Joe no pudo disimular una expresión de horror.
Aparentemente, la idea de estar rodeado de críos era suficiente como
para que el marine se pusiera pálido. Seguía siendo un solterón
empedernido, pensaba ____________. El hombre de sus sueños adolescentes
no buscaba un hogar y una familia, como ella. Eran incompatibles y
siempre lo habían sido.
—Estás contenta de volver a ver a tus sobrinos. ¿Verdad?
—Sí.
—Se te ha iluminado la cara.
—Soy una tía estupenda.
—Seguro que es verdad —sonrió él.
Joe
intuía que ____________ sería capaz de hacer bien cualquier cosa que se
propusiera. Diez años atrás era una mocosa irritante, pero también la
más inteligente de Juneport. Joe recordaba lo humillado que se había
sentido al tener a una cría de catorce años como tutora de geometría,
pero tenía que reconocer que, sin su ayuda, descifrar la pizarra en la
clase de la señorita Molino habría sido como intentar descifrar
jeroglíficos egipcios.
En aquellos días, sus únicos intereses eran jugar al fútbol y pasar su tiempo libre con Meg.
Ella había sido su primer amor y estaba convencido de que pasarían la vida juntos.
Suspirando, Joe recordaba la noche en que aquel sueño se había esfumado.
Era
la noche después de la graduación en el instituto y habían planeado
escaparse para contraer matrimonio en Reno, Nevada. Era una estupidez,
pero a ellos les parecía muy romántico.
Con la maleta en el asiento
trasero del coche, Joe la había esperado en la puerta del gimnasio
durante horas, pero Meg no apareció.
Al amanecer había ido a su casa, convencido de que solo una enfermedad o algo muy grave podrían haberla retenido.
Habían pasado diez años, pero aun podía oír su voz.
—Lo siento, Joe, pero no puedo hacerlo.
—¿Por qué? —había preguntado él, confuso.
—No puedo explicarlo —empezó a decir ella, intentando contener las lágrimas—. Pero no está bien.
—¿Por qué no está bien, Meg? Nos queremos.
—No puedo casarme contigo, Joe. Así, no.
—Pero, ¿por qué? Lo teníamos todo planeado…
—Joe, por favor, tienes que entenderlo —lo había interrumpido ella, angustiada—. No puedo…no puedo…
Un segundo después, Meg entraba en su casa y cerraba la puerta tras de sí.
Joe
se había quedado solo con el corazón roto y, reuniendo todo el orgullo
que le quedaba, había vuelto a su casa. Al día siguiente, tomaba un tren
con destino a la universidad.
Meg le había escrito varias cartas
pidiéndole perdón, hasta que un día le informó de que se había
comprometido con John Bingham, su mejor amigo.
Para entonces Joe se
había dado cuenta que Meg les había hecho un favor a los dos echándose
atrás. Las heridas del amor son profundas pero, cuando se es joven,
curan con facilidad.
Una vez terminada la universidad, Joe había
entrado en los marines como oficial. Le gustaba su trabajo y le gustaba
su vida. Y, de vez en cuando, le daba las gracias a Meg en su corazón
por haber sido más inteligente que él.
Además, cinco niños… Daba igual lo que ____________ pensara, la idea de tener cinco hijos le producía escalofríos.
Por
deseo propio, Joe no había mantenido ninguna relación duradera después
de Meg. Sabía lo difícil que era la vida para la esposa de un militar y
no pensaba casarse porque no podría darle a su esposa la clase de
atención que ella tendría derecho a esperar.
Él era un marine sobre todas las cosas. Y pocas mujeres podrían entender eso.
—Bueno, ¿qué tal tus hermanos? —la voz de ____________ lo devolvió al presente—. ¿Te han hecho tío ya?
—No —rió el—. No hay mujer en el mundo que quiera cargar con ninguno de los dos.
—Ah,
qué bien —sonrió ella. ¿Siempre había tenido aquel hoyito en la
mejilla?, se preguntaba Joe—. Ellos también son marines, ¿verdad?
—Kevin es teniente y Nick es sargento. Nos encontraremos con ellos en la reunión.
—¿Tienes ganas de verlos?
—Claro que sí. Hace mucho tiempo que no nos vemos.
—Ya me imagino. Siendo militares los tres…
—Los cuatro. Te recuerdo que mi padre era comandante del ejército antes de retirarse.
—Es
verdad —asintió ____________, perdida en sus pensamientos—. Joe, ¿te
acuerdas el día que Nick dejó tu bicicleta en la playa y se la llevó la
marea?
Los dos se echaron a reír y Joe se dio cuenta de que la risa de ____________ era cristalina, suave… Y que lo ponía nervioso.
____________ Hall lo ponía nervioso.
—¿Que
si me acuerdo? Nick me sigue debiendo treinta y cinco dólares por esa
bicicleta. Estuve repartiendo periódicos durante meses para poder
pagarla.
—Nick me había llevado en tu bici aquel día. Yo estaba con él cuando salió nadando.
—¡No lo dirás en serio! —exclamó él, mirándola.
—Claro que sí. Nos tiramos al agua para salvarla, pero Neptuno se la llevó.
Joe
intentaba imaginarse a la joven y torpe ____________ nadando para
recuperar la bicicleta pero, mirando a la mujer que tenía al lado, le
resultaba imposible.
—Él nunca me dijo nada de eso.
—Los delincuentes no se chivan unos de otros.
—Hasta ahora, ¿no?
—Yo creo que el delito ya ha prescrito.
—Eso
es lo que tú crees, Pecas —dijo él, llamándola sin darse cuenta por el
mote que solía usar diez años atrás—. Me debes diecisiete dólares con
cincuenta —añadió. ____________ no decía nada—. ¿Qué pasa? ¿Te niegas a
pagar?
Ella seguía sin decir nada y cuando Joe la miró, se dio cuenta de que tenía una expresión extraña.
—Me has llamado Pecas.
—Sí
—rió él. No sabía por qué lo había hecho. La llamaba así porque en
verano la cara de ____________ se llenaba de pecas pero, según creía
recordar, a ella no le hacía ninguna gracia el apelativo—. Perdona, me
ha salido sin darme cuenta.
—No hace falta que te disculpes —dijo
ella, poniendo la mano sobre su brazo. El roce le producía una especie
de descarga eléctrica incomprensible. Con la boca seca, Joe se decía a
sí mismo que era una reacción normal ante una mujer guapa. Pero era más
que eso y él lo sabía. ____________ apartó la mano enseguida, pero la
sensación continuaba. Joe bajó la ventanilla, esperando que el aire lo
refrescara un poco—. Hacía siglos que no me acordaba de ese mote.
—No sé por qué lo he dicho, perderla –murmuró Joe, moviéndose incómodo en el asiento.
—Nunca te dije cuánto significaba ese mote para mí.
—¿Qué?
—preguntó él, mirándola fugazmente para no perder de vista la
carretera. Sus ojos azules tenían un brillo especial. Demasiado
especial—. Creo recordar que no te hacía ninguna gracia.
—Lo que me molestaba era que me salieran pecas por todas partes.
—Aparentemente, eso ha cambiado —sonrió él.
—Bueno,
al menos ya no me salen en la cara —suspiró ella. Sin darse cuenta, Joe
empezó a imaginarse a sí mismo descubriendo las ocultas pecas en el
cuerpo de ____________. La sensación de tensión en la entrepierna lo
sorprendió y tuvo que disimular un gruñido de incomodidad. ¿Quién
hubiera podido imaginar que la pequeña ____________ podría hacer que sus
hormonas se despertaran de aquella forma?
—Pero cuando me llamabas Pecas…
—Yo era un crío —se defendió él.
—A mí me encantaba.
—¿En serio?
—Sí
—contestó ella, echándose los rizos hacia atrás con los dedos. Sus
pendientes de plata brillaban a la luz del sol—. ¿Sabes por qué? Porque
entonces te fijabas en mí.
Joe estaba fijándose mucho en ella en aquel momento, pero ____________ parecía no darse cuenta.
—Era difícil no fijarse en ti. Por si no lo recuerdas, paseabas a tu perro por delante de mi casa cada media hora.
____________ lo miró con una sonrisa en los labios.
Unos labios generosos, húmedos y muy deseables.
—Veo
que tú también eres muy sutil —rió ella—. Cuando tu madre te dijo que
dejaras de llamarme Pecas, se me rompió el corazón. Necesité tres
páginas de mi diario para ahogar mis penas.
—Ojalá me lo hubieras dicho —sonrió él, incómodo—. Podrías haberme ahorrado tres semanas sin paga.
—Yo
era una cría —bromeó ella. Pero ya no lo era, pensaba Joe. Y él no se
había sentido de aquella forma desde que era un crío. Le sudaban las
manos, su corazón latía acelerado y tenía que preguntarse si sería una
ironía del destino. Diez años antes, él había sido el objeto de deseo de
____________ Hall. Y en aquel momento, ocurría al contrario—. ¿Dónde
vamos? —preguntó ____________ cuando él tomó una salida de la autopista.
—Tengo que poner gasolina. Y podríamos comer algo de paso —contestó.
Lo que no dijo era que necesitaba salir del coche cuanto antes.
Sólo
eran las siete de la tarde y podrían seguir viaje durante varias horas
antes de parar para dormir en alguna parte… Aquel pensamiento lo dejó
turbado. Pasar la noche en un motel. Con ____________.
Estaba seguro de que alguien, en alguna parte, se estaría riendo a su costa.
—Muy bien —dijo ella—. Cómo es nuestra primera noche en la carretera, yo invito a cenar.
—Pero la cena tiene que costar al menos diecisiete dólares con cincuenta —sonrió Joe, intentando aparentar tranquilidad.
—Trato hecho
jonatic&diectioner
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
me encantaron los CAPS.. :D
gracias por la dedicatoria del 1CAP ....
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
gracias por la dedicatoria del 1CAP ....
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
@ntonella
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
siguelaaa!
si que bueno que ahora joe este aci por la rayis! :P
sube cap :D
si que bueno que ahora joe este aci por la rayis! :P
sube cap :D
☎ Jimena Horan ♥
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
hola!!! esta super genial!!!
espero que la sigas!!!
espero que la sigas!!!
Nick_is_infatuation
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
les dejo con lo que creo yo q es el mejor capitulo.....
no mas preambulo bienvenida nueva lectora...
Capítulo Tres
El
restaurante estaba lleno de gente y esa era buena señal. Aunque
____________ esperaba que la comida fuera mejor que la decoración. Había
plantas de plástico colgando del techo y las lámparas eran ruedas de
vagón con bombillas medio fundidas, que mantenían el local casi a
oscuras.
Pero la camarera era simpática y enseguida anotó su pedido:
pez espada con ensalada y patatas para él y pechuga de pollo para ella.
Mientras la mujer iba a la barra, ____________ aprovechó para observar
detenidamente a Joe.
Incluso después de varias horas en su compañía,
no había tenido oportunidad de mirarlo de frente. La mandíbula cuadrada,
la nariz recta, unos ojos verdes penetrantes y una sonrisa que la
derretía por dentro.
Asombroso. ____________ había creído que sus
sentimientos por él estaban enterrados, pero se daba cuenta de que no
era así. La única diferencia era que, diez años después, la atracción
era más fuerte, más cruda. Después de todo, era una mujer adulta y tenía
más información, aunque fuera teórica, sobre determinadas cosas.
La
camarera dejó dos vasos de té frío sobre la mesa antes de meterse en la
cocina. ____________ necesitaba tener algo en las manos y se agarró al
vaso como si fuera un salvavidas. El té helado serviría para calmar la
fiebre que parecía haberse adueñado de ella.
—Bueno… —empezó a decir.
—Bueno —repitió él.
Era
raro. No habían tenido problemas de comunicación en el coche. ¿Por qué
se encontraban tan incómodos en el restaurante? Quizá porque aquella
situación era muy parecida a una cita, pensaba. Pero era absurdo. ¿Ella
teniendo una cita con el capitán Joe Jonas? Imposible.
—Has dicho que Nick y Kevin siguen solteros. ¿Y tú? —preguntó ____________ por fin.
—Yo
también —contestó Joe. Sin darse cuenta, ____________ lanzó un suspiro
de alivio. Sabía que era absurdo, pero no le hubiera gustado oír que
tenía novia o que vivía con alguien—. Mi madre está empezando a ponerse
pesada con lo de los nietos, pero lo va a tener difícil. No me imagino a
mis hermanos rodeados de niños.
—¿Y tú?
—¿Yo qué?
—¿No quieres
tener hijos? Bueno, ya sé que no es asunto mío —se disculpó
inmediatamente, sofocada. De repente, se había imaginado una versión
diminuta de la cara de Joe y se le había encogido el corazón.
—Se supone que tienes que estar casado para tener hijos. Y yo no tengo planes de casarme —contestó él.
____________
tuvo que disimular un gesto de decepción. Pero, ¿por qué tendría que
sentirse decepcionada? ¿Qué le importaba a ella si Joe tenía hijos o no?
No le importaba, desde luego, simplemente sentía curiosidad.
—En fin, ya que estoy en plan curioso, ¿qué tienes contra el matrimonio? —preguntó, sin pensar.
—No tengo nada contra el matrimonio en general —contestó él—. Pero yo no pienso casarme.
—¿Por qué?
—Por muchas razones. Para empezar, ya soy demasiado viejo.
Para
____________, Joe había envejecido como un buen vino. Se había
convertido en un hombre fuerte, muy masculino, muy… desarrollado.
Aquel pensamiento hizo que se ruborizara. La situación se le estaba escapando de las manos.
Tenía que hablar de cosas normales, se decía.
Buscar un tema de conversación que no fuera tan personal.
—Tienes treinta y dos años, Joe. No eres Matusalén.
—Gracias —sonrió él.
—Entonces, ¿cuál es la verdadera razón? —preguntó. ¿Y a ella qué le importaba?, se decía a sí misma, histérica.
Joe la estudió durante un momento, como intentando decidir si debía contestar o no a la pregunta.
—Que ya he hecho un juramento. A los marines —contestó por fin.
Eso sí la sorprendió. ¿Qué tenía que ver estar en el ejército con estar casado?
—¿El ejército y el matrimonio no encajan?
—A veces, sí —contestó él, echándose hacia atrás en la silla—. Si encuentras a la mujer adecuada, claro.
—¿Y qué clase de mujer es esa?
—Una
mujer a la que no le importe cambiar de ciudad cada tres por cuatro.
Una mujer que pueda soportar estar sola la mitad del tiempo —contestó
él—. A veces, nos destinan a una base durante seis meses y no podemos
llevarnos a la familia. Es una vida muy dura, ____________ —añadió,
tomando un sorbo de té—. No te puedes imaginar la cantidad de divorcios
que hay entre los militares.
—¿Y tú no quieres arriesgarte?
—Exacto
—contestó él, mirando una de las plantas que colgaban del techo con
tanta intensidad como si quisiera derretir sus plásticas raíces—. He
tenido que escuchar demasiadas historias de matrimonios rotos. Y no sólo
la vida de la pareja se convierte en un infierno. La vida de sus hijos
también. Y eso no es para mí —añadió, mirándola a los ojos—. No pienso
ser el primer miembro de mi familia que se divorcie. Yo desde luego, no
pienso tener hijos para después pelearme con mi ex mujer por su
custodia.
—Vaya, sí que tienes una actitud positiva —dijo ella suavemente.
—He visto demasiadas cosas negativas.
—Pero muchos militares se casan.
—Sí.
Yo tengo un par de amigos que llevan varios años de matrimonio. Pero
sus mujeres tienen que aguantar muchas cosas —suspiró el—. Nunca sabes
si podrás encontrar una casa en las bases militares y, si la encuentras,
seguramente la terminaron de construir antes de la segunda guerra
mundial. O de la primera. Desde luego, no son hogares confortables.
Quizá ____________ era una romántica, pero no podía dejar de preguntarse si donde vivía uno era más importante que con quién.
—Bueno, tú creciste yendo de un lado a otro. ¿Tan duro fue para ti?
—No
—admitió él, con una sonrisa—. La verdad es que era divertido. No
siempre era fácil hacer nuevos amigos, pero mis hermanos y yo estábamos
muy unidos. Cada cierto tiempo nos cambiábamos de ciudad, de colegio. No
teníamos tiempo de llevarnos mal con los profesores.
—Hasta que llegaste a Juneport.
—Sí.
Cuando mi padre se retiró, nos costó trabajo acostumbrarnos —dijo él,
apoyando los codos sobre la mesa—. La verdad es que, al principio, nos
resultaba más difícil que ir de un lado para otro.
Habría sido
difícil para él, pero el día que los Jonas se mudaron a la casa de al
lado, había sido el más importante en la vida adolescente de
____________. Aunque no pensaba decir aquello en voz alta. No quería
recordarle a Joe la época en la que lo perseguía como si fuera una
sombra.
—Y en Juneport tuviste tiempo suficiente como para llevarte mal con los profesores. La señorita Molino, por ejemplo.
—La
profesora de geometría. Aún tengo pesadillas —sonrió él. Era curioso
que dos personas vieran la misma situación de forma tan diferente.
Ella
siempre se había sentido feliz por darle a Joe clases de matemáticas.
Aquella tutoría a solas con él había sido un sueño—. Y ya está bien de
hablar sobre mí —añadió él entonces, mirándola a los ojos—. Meg me ha
dicho que te has convertido en un genio de los ordenadores.
¿Le había
preguntado a su hermana por ella?, pensaba ____________. Pero no podía
ser. A él no le interesaba en absoluto la pequeña de los Hall. Nunca le
había interesado.
—Bueno, diseño programas de cálculo y juegos de ordenador —explicó ella, modestamente.
—¿Eso
es todo? No vas a escaparte tan fácilmente, ____________. Yo te he
contado mi vida y ahora es tu turno. ¿Qué haces exactamente?
____________
le contó un poco por encima cual era su trabajo y, cuando él insistió
en saber más, amplió la información, siempre insegura del interés
masculino.
Normalmente, no había nada sobre lo que le gustase hablar
más que sobre el intrincado mundo de los ordenadores. Pero cuando él
empezó a mirarla fijamente, ____________ se dio cuenta de que estaba
volviendo a ocurrir.
En las pocas ocasiones en las que un hombre
había querido salir con ella, la conversación había derivado hacia los
ordenadores y ____________ se había entusiasmado tanto que el hombre
había terminado bostezando. Nunca había tenido una segunda cita.
____________
creía ser una de las pocas vírgenes que quedaban en el mundo y, a la
madura edad de veintiocho años, aquello era un vergonzoso secreto.
—Vaya —susurró Joe, admirado, cuando ella terminó de hablar.
____________
se enfadó consigo misma recordándose que, en aquel viaje, no era el
genio de los ordenadores, sino la nueva y atractiva ____________ Hall.
Pero no sabía cómo hacerlo.
—Lo siento —se disculpo ella—. A veces me pongo a hablar de mi trabajo y se me va el santo al cielo.
—A
mí me pasa lo mismo. Te sorprendería saber cómo aburro a las mujeres
hablándoles sobre mi trabajo —dijo Joe. ____________ sonrió. Él la
comprendía. Joe entendía lo que era amar el trabajo de tal modo que
podría estar hablando sobre él durante horas—. Bueno, admito que no he
entendido la mitad de las cosas que has dicho. Las matemáticas, la
geometría y los ordenadores no son lo mío —añadió. ____________ se
sintió repentinamente avergonzada. Seguía siendo una empollona para él—.
Pero estoy impresionado.
—¿De verdad? —preguntó ella, sin poder
evitarlo. Le hubiera gustado descubrir si Joe lo decía de verdad o sólo
estaba intentando ser amable.
Pero en los ojos del hombre había admiración y ____________, que no estaba acostumbrada, no sabía cómo reaccionar.
—¿Trabajas para alguna compañía?
—No
—contestó ella. Le habían hecho muchas ofertas pero, como su madre
solía decir, a ella no se le daba bien jugar con otros niños. Nunca le
había gustado trabajar a horas determinadas o tener que someterse a las
opiniones profesionales de otros—. Tengo mi propio negocio.
—Siempre fuiste una chica muy inteligente, ____________ —sonrió él, impresionado—. Entonces, ¿eres tu propio jefe?
—Sí
—contestó ella, orgullosa—. Y me encanta. Trabajo en mi casa y no tengo
que ponerme un traje de chaqueta para ir a la oficina.
Joe la miró de arriba abajo con indisimulada admiración.
—No
necesitas ponerte un traje de chaqueta. Me encanta tu forma de vestir
—dijo él. ____________ había enrojecido a su pesar. Si Joe la hubiera
visto como solía estar en casa, en vaqueros y camiseta, probablemente
cambiaría de opinión, se decía.
Pero durante aquella semana no
pensaba ser la vieja ____________ Hall. Era la nueva y renovada versión,
la mujer que un profesional de la imagen había creado. Y a juzgar por
la mirada de Joe, el proceso había sido un éxito. Le hubiera gustado que
él la admirase por lo que era en realidad. Pero no quería torturarse a
sí misma—. ¿Tienes algún novio escondido por ahí? —preguntó Joe
entonces.
—No —contestó ella, incómoda.
—¿No tienes novio? —volvió
a preguntar él, sorprendido. ____________ negó torpemente con la
cabeza—. ¿Seguro que nadie va a darme un puñetazo por tenerte para mí
estos tres días?
—Seguro —intentó sonreír ____________. Joe la miraba
a los ojos, como si intentara imaginarse por qué no estaba
comprometida—. Nunca he tenido tiempo para eso —añadió. Aunque sabía que
no era cierto. La realidad era que nunca había tenido hombres haciendo
cola a la puerta de su casa.
—Me sorprende que ningún hombre haya
podido convencerte —sonrió él. ____________ estaba encantada con
aquellos cumplidos, a los que no estaba acostumbrada—. Entonces, los dos
iremos solos a la reunión. ¿Te das cuenta de que vamos a tener que
aguantar a nuestros antiguos compañeros enseñándonos las fotografías de
sus hijos?
—Sí —contestó ella. En realidad, ésa era la razón por la que había urdido su Plan.
—Estaremos
rodeados por álbumes familiares —insistió el, con un exagerado
escalofrío— y no tendremos munición para escapar. Deberíamos unir
nuestras fuerzas, ____________ —añadió, con una sonrisa.
Por un
segundo, ____________ disfrutó de la idea. Le gustaba tener algo en
común con Joe y le habría encantado que fueran un equipo. Pero ella
tenía su Plan. No quería acudir a la reunión como «la pobre ____________
Hall, aún soltera después de tantos años».
Imaginar la cara de pena de sus compañeros de clase hacia que su resolución se mantuviera firme.
—Perdona, Joe—dijo por fin, después de tomar aire—. Pero no puedo hacerlo.
—Gracias,
compañera —dijo él. ____________ creía haber visto un brillo de
desilusión en los ojos del hombre mientras se inclinaba hacia atrás en
la silla y cruzaba los brazos sobre su impresionante torso—. ¿Qué ha
sido de la camaradería?
—No tengo nada contra ti —dijo ella, intentando sonreír—. Pero es que tengo mis propios planes.
Joe
se incorporó abruptamente y la miró a los ojos. La planta que colgaba
del techo parecía extender sus plásticos tentáculos hacia él.
—Muy
bien, doña Genio. Estoy intrigado. ¿Qué planes son ésos? —preguntó.
____________ abrió la boca para confesar lo que probablemente a él le
parecería una locura, pero no tuvo oportunidad.
—Perdonen que haya tardado tanto —anunció la camarera, colocando los platos frente a ellos—. ¿Quieren un poco mas de té?
—Sí, gracias —sonrió Joe—. ¿Y tú, ____________?
—Yo también. Gracias Bonnie.
—De nada —sonrió la mujer.
—¿La conoces? —preguntó Joe cuando la camarera volvió a la barra.
—No. Pero lleva una etiqueta con su nombre en el uniforme.
—Ah —murmuro él, sorprendido—. Bueno, volvamos a nuestra conversación. ¿Cuál es tu plan, ____________?
____________
miró la pechuga de pollo que había frente a ella y se dio cuenta de que
no podría probar bocado hasta que se lo hubiera contado todo. En
realidad, era como una prueba. La reacción de Joe le daría una idea de
cómo podrían reaccionar sus antiguos compañeros de clase.
____________
asintió, respiró profundamente y metió la mano en su bolso. Se sentía
incómoda bajo la atenta mirada del hombre y tardó unos segundos en
encontrar la cajita de terciopelo negro. ¿Y si Joe se reía de ella?, se
preguntaba. De repente, se sentía ridícula. Pero había ido demasiado
lejos como para echarse atrás.
Por debajo de la mesa, abrió la cajita
y se puso el impresionante anillo que ella misma había comprado. Un
segundo después, armándose de valor, sacó la mano y se la mostró a Joe.
Él tomó su mano y miró el diamante, sorprendido. Se había quedado sin palabras.
—¡Dios
mío! —oyeron la voz de Bonnie, que se acercaba a la mesa con los vasos
de té helado—. ¿No me digan que acaban de prometerse? ¿Puedo ver el
anillo? —dijo, entusiasmada. Sofocada, ____________ levantó la mano
hacia la camarera. La mujer miraba el diamante con los ojos tan abiertos
como si estuviera viendo un extraterrestre—. Es maravilloso. Se han
prometido aquí mismo, en mi mesa. No me había pasado nunca. Felicidades a
los dos.
—Gracias, pero… —empezó a decir ____________.
—Están invitados al postre —insistía Bonnie—. ¿Tarta de manzana o de chocolate?
____________
no sabía qué decir. No quería herir los sentimientos de la mujer, pero
tampoco quería mentir y miró a Joe, como esperando que él le diera una
respuesta.
Él le devolvió la mirada y después se volvió hacia la sonriente camarera.
—Muchas gracias, Bonnie. Creo que mi prometida y yo tomaremos tarta de manzana.
no mas preambulo bienvenida nueva lectora...
Capítulo Tres
El
restaurante estaba lleno de gente y esa era buena señal. Aunque
____________ esperaba que la comida fuera mejor que la decoración. Había
plantas de plástico colgando del techo y las lámparas eran ruedas de
vagón con bombillas medio fundidas, que mantenían el local casi a
oscuras.
Pero la camarera era simpática y enseguida anotó su pedido:
pez espada con ensalada y patatas para él y pechuga de pollo para ella.
Mientras la mujer iba a la barra, ____________ aprovechó para observar
detenidamente a Joe.
Incluso después de varias horas en su compañía,
no había tenido oportunidad de mirarlo de frente. La mandíbula cuadrada,
la nariz recta, unos ojos verdes penetrantes y una sonrisa que la
derretía por dentro.
Asombroso. ____________ había creído que sus
sentimientos por él estaban enterrados, pero se daba cuenta de que no
era así. La única diferencia era que, diez años después, la atracción
era más fuerte, más cruda. Después de todo, era una mujer adulta y tenía
más información, aunque fuera teórica, sobre determinadas cosas.
La
camarera dejó dos vasos de té frío sobre la mesa antes de meterse en la
cocina. ____________ necesitaba tener algo en las manos y se agarró al
vaso como si fuera un salvavidas. El té helado serviría para calmar la
fiebre que parecía haberse adueñado de ella.
—Bueno… —empezó a decir.
—Bueno —repitió él.
Era
raro. No habían tenido problemas de comunicación en el coche. ¿Por qué
se encontraban tan incómodos en el restaurante? Quizá porque aquella
situación era muy parecida a una cita, pensaba. Pero era absurdo. ¿Ella
teniendo una cita con el capitán Joe Jonas? Imposible.
—Has dicho que Nick y Kevin siguen solteros. ¿Y tú? —preguntó ____________ por fin.
—Yo
también —contestó Joe. Sin darse cuenta, ____________ lanzó un suspiro
de alivio. Sabía que era absurdo, pero no le hubiera gustado oír que
tenía novia o que vivía con alguien—. Mi madre está empezando a ponerse
pesada con lo de los nietos, pero lo va a tener difícil. No me imagino a
mis hermanos rodeados de niños.
—¿Y tú?
—¿Yo qué?
—¿No quieres
tener hijos? Bueno, ya sé que no es asunto mío —se disculpó
inmediatamente, sofocada. De repente, se había imaginado una versión
diminuta de la cara de Joe y se le había encogido el corazón.
—Se supone que tienes que estar casado para tener hijos. Y yo no tengo planes de casarme —contestó él.
____________
tuvo que disimular un gesto de decepción. Pero, ¿por qué tendría que
sentirse decepcionada? ¿Qué le importaba a ella si Joe tenía hijos o no?
No le importaba, desde luego, simplemente sentía curiosidad.
—En fin, ya que estoy en plan curioso, ¿qué tienes contra el matrimonio? —preguntó, sin pensar.
—No tengo nada contra el matrimonio en general —contestó él—. Pero yo no pienso casarme.
—¿Por qué?
—Por muchas razones. Para empezar, ya soy demasiado viejo.
Para
____________, Joe había envejecido como un buen vino. Se había
convertido en un hombre fuerte, muy masculino, muy… desarrollado.
Aquel pensamiento hizo que se ruborizara. La situación se le estaba escapando de las manos.
Tenía que hablar de cosas normales, se decía.
Buscar un tema de conversación que no fuera tan personal.
—Tienes treinta y dos años, Joe. No eres Matusalén.
—Gracias —sonrió él.
—Entonces, ¿cuál es la verdadera razón? —preguntó. ¿Y a ella qué le importaba?, se decía a sí misma, histérica.
Joe la estudió durante un momento, como intentando decidir si debía contestar o no a la pregunta.
—Que ya he hecho un juramento. A los marines —contestó por fin.
Eso sí la sorprendió. ¿Qué tenía que ver estar en el ejército con estar casado?
—¿El ejército y el matrimonio no encajan?
—A veces, sí —contestó él, echándose hacia atrás en la silla—. Si encuentras a la mujer adecuada, claro.
—¿Y qué clase de mujer es esa?
—Una
mujer a la que no le importe cambiar de ciudad cada tres por cuatro.
Una mujer que pueda soportar estar sola la mitad del tiempo —contestó
él—. A veces, nos destinan a una base durante seis meses y no podemos
llevarnos a la familia. Es una vida muy dura, ____________ —añadió,
tomando un sorbo de té—. No te puedes imaginar la cantidad de divorcios
que hay entre los militares.
—¿Y tú no quieres arriesgarte?
—Exacto
—contestó él, mirando una de las plantas que colgaban del techo con
tanta intensidad como si quisiera derretir sus plásticas raíces—. He
tenido que escuchar demasiadas historias de matrimonios rotos. Y no sólo
la vida de la pareja se convierte en un infierno. La vida de sus hijos
también. Y eso no es para mí —añadió, mirándola a los ojos—. No pienso
ser el primer miembro de mi familia que se divorcie. Yo desde luego, no
pienso tener hijos para después pelearme con mi ex mujer por su
custodia.
—Vaya, sí que tienes una actitud positiva —dijo ella suavemente.
—He visto demasiadas cosas negativas.
—Pero muchos militares se casan.
—Sí.
Yo tengo un par de amigos que llevan varios años de matrimonio. Pero
sus mujeres tienen que aguantar muchas cosas —suspiró el—. Nunca sabes
si podrás encontrar una casa en las bases militares y, si la encuentras,
seguramente la terminaron de construir antes de la segunda guerra
mundial. O de la primera. Desde luego, no son hogares confortables.
Quizá ____________ era una romántica, pero no podía dejar de preguntarse si donde vivía uno era más importante que con quién.
—Bueno, tú creciste yendo de un lado a otro. ¿Tan duro fue para ti?
—No
—admitió él, con una sonrisa—. La verdad es que era divertido. No
siempre era fácil hacer nuevos amigos, pero mis hermanos y yo estábamos
muy unidos. Cada cierto tiempo nos cambiábamos de ciudad, de colegio. No
teníamos tiempo de llevarnos mal con los profesores.
—Hasta que llegaste a Juneport.
—Sí.
Cuando mi padre se retiró, nos costó trabajo acostumbrarnos —dijo él,
apoyando los codos sobre la mesa—. La verdad es que, al principio, nos
resultaba más difícil que ir de un lado para otro.
Habría sido
difícil para él, pero el día que los Jonas se mudaron a la casa de al
lado, había sido el más importante en la vida adolescente de
____________. Aunque no pensaba decir aquello en voz alta. No quería
recordarle a Joe la época en la que lo perseguía como si fuera una
sombra.
—Y en Juneport tuviste tiempo suficiente como para llevarte mal con los profesores. La señorita Molino, por ejemplo.
—La
profesora de geometría. Aún tengo pesadillas —sonrió él. Era curioso
que dos personas vieran la misma situación de forma tan diferente.
Ella
siempre se había sentido feliz por darle a Joe clases de matemáticas.
Aquella tutoría a solas con él había sido un sueño—. Y ya está bien de
hablar sobre mí —añadió él entonces, mirándola a los ojos—. Meg me ha
dicho que te has convertido en un genio de los ordenadores.
¿Le había
preguntado a su hermana por ella?, pensaba ____________. Pero no podía
ser. A él no le interesaba en absoluto la pequeña de los Hall. Nunca le
había interesado.
—Bueno, diseño programas de cálculo y juegos de ordenador —explicó ella, modestamente.
—¿Eso
es todo? No vas a escaparte tan fácilmente, ____________. Yo te he
contado mi vida y ahora es tu turno. ¿Qué haces exactamente?
____________
le contó un poco por encima cual era su trabajo y, cuando él insistió
en saber más, amplió la información, siempre insegura del interés
masculino.
Normalmente, no había nada sobre lo que le gustase hablar
más que sobre el intrincado mundo de los ordenadores. Pero cuando él
empezó a mirarla fijamente, ____________ se dio cuenta de que estaba
volviendo a ocurrir.
En las pocas ocasiones en las que un hombre
había querido salir con ella, la conversación había derivado hacia los
ordenadores y ____________ se había entusiasmado tanto que el hombre
había terminado bostezando. Nunca había tenido una segunda cita.
____________
creía ser una de las pocas vírgenes que quedaban en el mundo y, a la
madura edad de veintiocho años, aquello era un vergonzoso secreto.
—Vaya —susurró Joe, admirado, cuando ella terminó de hablar.
____________
se enfadó consigo misma recordándose que, en aquel viaje, no era el
genio de los ordenadores, sino la nueva y atractiva ____________ Hall.
Pero no sabía cómo hacerlo.
—Lo siento —se disculpo ella—. A veces me pongo a hablar de mi trabajo y se me va el santo al cielo.
—A
mí me pasa lo mismo. Te sorprendería saber cómo aburro a las mujeres
hablándoles sobre mi trabajo —dijo Joe. ____________ sonrió. Él la
comprendía. Joe entendía lo que era amar el trabajo de tal modo que
podría estar hablando sobre él durante horas—. Bueno, admito que no he
entendido la mitad de las cosas que has dicho. Las matemáticas, la
geometría y los ordenadores no son lo mío —añadió. ____________ se
sintió repentinamente avergonzada. Seguía siendo una empollona para él—.
Pero estoy impresionado.
—¿De verdad? —preguntó ella, sin poder
evitarlo. Le hubiera gustado descubrir si Joe lo decía de verdad o sólo
estaba intentando ser amable.
Pero en los ojos del hombre había admiración y ____________, que no estaba acostumbrada, no sabía cómo reaccionar.
—¿Trabajas para alguna compañía?
—No
—contestó ella. Le habían hecho muchas ofertas pero, como su madre
solía decir, a ella no se le daba bien jugar con otros niños. Nunca le
había gustado trabajar a horas determinadas o tener que someterse a las
opiniones profesionales de otros—. Tengo mi propio negocio.
—Siempre fuiste una chica muy inteligente, ____________ —sonrió él, impresionado—. Entonces, ¿eres tu propio jefe?
—Sí
—contestó ella, orgullosa—. Y me encanta. Trabajo en mi casa y no tengo
que ponerme un traje de chaqueta para ir a la oficina.
Joe la miró de arriba abajo con indisimulada admiración.
—No
necesitas ponerte un traje de chaqueta. Me encanta tu forma de vestir
—dijo él. ____________ había enrojecido a su pesar. Si Joe la hubiera
visto como solía estar en casa, en vaqueros y camiseta, probablemente
cambiaría de opinión, se decía.
Pero durante aquella semana no
pensaba ser la vieja ____________ Hall. Era la nueva y renovada versión,
la mujer que un profesional de la imagen había creado. Y a juzgar por
la mirada de Joe, el proceso había sido un éxito. Le hubiera gustado que
él la admirase por lo que era en realidad. Pero no quería torturarse a
sí misma—. ¿Tienes algún novio escondido por ahí? —preguntó Joe
entonces.
—No —contestó ella, incómoda.
—¿No tienes novio? —volvió
a preguntar él, sorprendido. ____________ negó torpemente con la
cabeza—. ¿Seguro que nadie va a darme un puñetazo por tenerte para mí
estos tres días?
—Seguro —intentó sonreír ____________. Joe la miraba
a los ojos, como si intentara imaginarse por qué no estaba
comprometida—. Nunca he tenido tiempo para eso —añadió. Aunque sabía que
no era cierto. La realidad era que nunca había tenido hombres haciendo
cola a la puerta de su casa.
—Me sorprende que ningún hombre haya
podido convencerte —sonrió él. ____________ estaba encantada con
aquellos cumplidos, a los que no estaba acostumbrada—. Entonces, los dos
iremos solos a la reunión. ¿Te das cuenta de que vamos a tener que
aguantar a nuestros antiguos compañeros enseñándonos las fotografías de
sus hijos?
—Sí —contestó ella. En realidad, ésa era la razón por la que había urdido su Plan.
—Estaremos
rodeados por álbumes familiares —insistió el, con un exagerado
escalofrío— y no tendremos munición para escapar. Deberíamos unir
nuestras fuerzas, ____________ —añadió, con una sonrisa.
Por un
segundo, ____________ disfrutó de la idea. Le gustaba tener algo en
común con Joe y le habría encantado que fueran un equipo. Pero ella
tenía su Plan. No quería acudir a la reunión como «la pobre ____________
Hall, aún soltera después de tantos años».
Imaginar la cara de pena de sus compañeros de clase hacia que su resolución se mantuviera firme.
—Perdona, Joe—dijo por fin, después de tomar aire—. Pero no puedo hacerlo.
—Gracias,
compañera —dijo él. ____________ creía haber visto un brillo de
desilusión en los ojos del hombre mientras se inclinaba hacia atrás en
la silla y cruzaba los brazos sobre su impresionante torso—. ¿Qué ha
sido de la camaradería?
—No tengo nada contra ti —dijo ella, intentando sonreír—. Pero es que tengo mis propios planes.
Joe
se incorporó abruptamente y la miró a los ojos. La planta que colgaba
del techo parecía extender sus plásticos tentáculos hacia él.
—Muy
bien, doña Genio. Estoy intrigado. ¿Qué planes son ésos? —preguntó.
____________ abrió la boca para confesar lo que probablemente a él le
parecería una locura, pero no tuvo oportunidad.
—Perdonen que haya tardado tanto —anunció la camarera, colocando los platos frente a ellos—. ¿Quieren un poco mas de té?
—Sí, gracias —sonrió Joe—. ¿Y tú, ____________?
—Yo también. Gracias Bonnie.
—De nada —sonrió la mujer.
—¿La conoces? —preguntó Joe cuando la camarera volvió a la barra.
—No. Pero lleva una etiqueta con su nombre en el uniforme.
—Ah —murmuro él, sorprendido—. Bueno, volvamos a nuestra conversación. ¿Cuál es tu plan, ____________?
____________
miró la pechuga de pollo que había frente a ella y se dio cuenta de que
no podría probar bocado hasta que se lo hubiera contado todo. En
realidad, era como una prueba. La reacción de Joe le daría una idea de
cómo podrían reaccionar sus antiguos compañeros de clase.
____________
asintió, respiró profundamente y metió la mano en su bolso. Se sentía
incómoda bajo la atenta mirada del hombre y tardó unos segundos en
encontrar la cajita de terciopelo negro. ¿Y si Joe se reía de ella?, se
preguntaba. De repente, se sentía ridícula. Pero había ido demasiado
lejos como para echarse atrás.
Por debajo de la mesa, abrió la cajita
y se puso el impresionante anillo que ella misma había comprado. Un
segundo después, armándose de valor, sacó la mano y se la mostró a Joe.
Él tomó su mano y miró el diamante, sorprendido. Se había quedado sin palabras.
—¡Dios
mío! —oyeron la voz de Bonnie, que se acercaba a la mesa con los vasos
de té helado—. ¿No me digan que acaban de prometerse? ¿Puedo ver el
anillo? —dijo, entusiasmada. Sofocada, ____________ levantó la mano
hacia la camarera. La mujer miraba el diamante con los ojos tan abiertos
como si estuviera viendo un extraterrestre—. Es maravilloso. Se han
prometido aquí mismo, en mi mesa. No me había pasado nunca. Felicidades a
los dos.
—Gracias, pero… —empezó a decir ____________.
—Están invitados al postre —insistía Bonnie—. ¿Tarta de manzana o de chocolate?
____________
no sabía qué decir. No quería herir los sentimientos de la mujer, pero
tampoco quería mentir y miró a Joe, como esperando que él le diera una
respuesta.
Él le devolvió la mirada y después se volvió hacia la sonriente camarera.
—Muchas gracias, Bonnie. Creo que mi prometida y yo tomaremos tarta de manzana.
jonatic&diectioner
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
hahahaha!!!!!!!!!!! :P :P :P
me ha encantado!!
"—Muchas gracias, Bonnie. Creo que mi prometida y yo tomaremos tarta de manzana"
en verdad me imagino a Joe diciendo eso y no puedo conterme de la risa!!!
gracias por seguirla!!!
me ha encantado!!
"—Muchas gracias, Bonnie. Creo que mi prometida y yo tomaremos tarta de manzana"
en verdad me imagino a Joe diciendo eso y no puedo conterme de la risa!!!
gracias por seguirla!!!
Nick_is_infatuation
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
Nick_is_infatuation escribió:hahahaha!!!!!!!!!!! :P :P :P
me ha encantado!!
"—Muchas gracias, Bonnie. Creo que mi prometida y yo tomaremos tarta de manzana"
en verdad me imagino a Joe diciendo eso y no puedo conterme de la risa!!!
gracias por seguirla!!!
a mi me paso = ahora q lei el capitulo de vuelta me mori de risa!!
jonatic&diectioner
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