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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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Un falso novio Joe y tu TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
bienvenidas..hoy no puedo subir cap . mañana les subo!!!
besos y nos leemos pronto
besos y nos leemos pronto
jonatic&diectioner
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
Capítulo Cuatro
—Marchando —sonrió Bonnie, antes darse la vuelta.
—¿Por qué has hecho eso?
—No quería desilusionarla —contestó Joe—. Y ahora que estamos solos… creí que habías dicho que no tenías novio.
—Y no lo tengo —dijo ____________, mirando su plato.
—Ya
—murmuró él. Alguien tenía que haberle dado aquel maldito anillo,
pensaba Joe. No sabía por qué, pero la brillante piedra había conseguido
que su estómago se cerrara. Aunque no tenía ni idea de por qué le
importaba si ____________ Hall estaba comprometida o no—. Entonces,
¿quién te ha dado el anillo? —preguntó, después de aclararse la
garganta.
____________ levantó la mirada un momento y después volvió a mirar su plato.
—Aún no lo he decidido.
Joe cerró los ojos un segundo y contó hasta diez.
—Muy bien. ¿De qué demonios estás hablando, ____________?
Con deliberada lentitud, ella dejó el tenedor sobre el plato y tomó un sorbo de té.
—De
lo que estábamos hablando hace cinco minutos —contestó por fin. Joe
intentaba buscar en su mente, pero no podía recordar que ninguno de los
dos hubiera mencionado un anillo de compromiso—. Tú mismo has dicho que
pasaremos la mitad del tiempo en Juneport mirando álbumes familiares.
—Sí —asintió él, inseguro.
—Pues yo he decidido que no voy a ser la rara de la reunión.
—Sigo perdido —dijo Joe, sin entender. La expresión de ella hacía que se sintiera como hipnotizado.
—Es
muy sencillo —dijo ____________ por fin, antes de tomar un trozo de
pollo y ponerse a masticar tranquilamente—. No pienso enfrentarme con
mis antiguos compañeros de clase sin un anillo en el dedo.
—Ya veo que eres una auténtica feminista —bromeó él.
—Esto no tiene nada que ver con el feminismo —replicó ____________—. Es sobre mí. Sobre mi vida. O la falta de ella.
—____________…
—No, tú querías oírlo y lo vas a oír.
—Muy bien —murmuró él. Se le había quitado el apetito y apartó el plato a un lado.
—Tú
no sabes lo que era tener que oír todo el tiempo lo de «pobrecita
____________» —su voz era un susurro en el que Joe notaba una angustia
de la que nunca antes se había percatado—. «La pobre ____________, que
no podría atrapar a un hombre ni con lazo» —añadió—. No pienso volver a
escuchar cosas como ésa.
Joe sintió una punzada de remordimiento al
recordar a la ____________ adolescente. Nunca había pensado en sus
sentimientos. Lo único que le interesaba entonces era librarse de ella
para estar a solas con Meg.
Lo cual mostraba claramente que había sido un tonto.
La
cara de ____________ diez años atrás aparecía en su mente como en una
neblina. Gafas enormes que le caían sobre la nariz llena de pecas, un
aparato en los dientes, camisetas enormes, una coleta y zapatillas de
tenis. Joe tuvo que sonreír al recordarlo. Pero la imagen desapareció y
fue reemplazada por la cara de la mujer que tenía frente a él.
Tenía una piel perfecta y sus ojos azules brillaban, no sabía si de rabia o de emoción.
—Créeme, ____________, nadie va a sentir pena por ti.
—No estoy segura —murmuró ella—. Y además, está mi madre.
—¿Qué tiene que ver tu madre con todo esto? Tu madre es estupenda.
—Eso es verdad —sonrió ____________—. Pero ya estoy cansada de tener que decirle: «No, mamá. No he conocido a ningún chico».
Joe
tuvo que disimular una sonrisa. Pero la entendía. Las conversaciones
con su propia madre habían ido por ese camino durante los últimos dos
años. Denise Jonas quería tener nietos antes de que, en sus propias
palabras, «tuvieran que llevarlos a empujones al asilo para verla».
Y si tenía que ser sincero, él mismo había pensado alguna vez que le gustaría vivir una vida menos solitaria.
Pero, ¿por qué una chica tan atractiva como ____________ tenía que inventarse un novio?, se preguntaba.
—O sea, que vas a contarle una mentira —dijo por fin.
____________ se irguió como si la hubieran golpeado.
—No es exactamente una mentira —dijo ella—. Solo le enseñaré el anillo y ella sacará sus propias conclusiones.
Desde
luego, era una idea original, pensaba Joe. Y por alguna razón, le
gustaba saber que detrás de aquella ropa elegante y el moderno corte de
pelo, la auténtica y excéntrica ____________ seguía viva.
—¿No me
digas? —sonrió él, irónico. Le parecía mentira que un genio de las
matemáticas como ella no se hubiera dado cuenta de que había demasiadas
variables en ese plan—. ¿Y qué le vas a decir a tu madre cuando te
pregunte quién es el afortunado? ¿Vas a inventarte un nombre?
—No.
—Tendrás que mentirle a tu madre, a tu padre, a tu hermana y a todo el mundo en Juneport, ____________. No te engañes.
____________ se puso pálida.
—Haces que parezca algo espantoso.
Joe sonrió. ____________ tenía una cara de pena que le resultaba irresistible.
—No. Sólo me parece un poco peligroso.
—¿Por qué?
—Porque
alguien se enterará tarde o temprano. Tú no eres una experta en decir
mentiras —explicó él. Al menos, no lo era diez años atrás.
—Podría
serlo —dijo ella entonces—. Con un poco de práctica. Sería una pena,
pensaba Joe. Él conocía a demasiadas mujeres que mentían más que un
político. Estaban tan ocupadas diciendo lo que creían que él quería oír,
que nunca había podido saber cómo eran en realidad.
Y se estaba dando cuenta de que ____________ era una mujer de la que le gustaría saber muchas cosas.
—Además, ¿qué pasará cuando la esperada boda no llegue nunca?
En ese momento, ____________ sonrió. Y aquella sonrisa hizo que algo se le encendiera por dentro.
—Eso es lo mejor —le confió ella—. Un par de meses después de la reunión, llamaré a mi madre y le diré que he roto con mi novio.
Joe sacudió la cabeza. Realmente, lo había planeado todo con detenimiento.
—Pero, la gente empezará a decir de nuevo eso de la «pobrecita ____________».
—No
—sonrió ella de nuevo. Aquella vez, el calor que le producía su sonrisa
no lo pillo desprevenido—. Seré yo quien rompa el compromiso, de modo
que nadie podrá sentir pena por mí.
—Asombroso —murmuró él.
—¿Verdad?
Lo realmente asombroso del asunto era que ____________ hubiera tenido que inventarse aquel plan.
¿Por qué no tenia media docena de hombres esperando en la puerta de su casa?, se preguntaba.
¿Cómo una mujer tan guapa como ella podía seguir soltera? ¿Y por qué él no podía apartar los ojos de su cara?
Joe
había querido volver a Juneport para relajarse, para descansar. Pero no
podía dejar de pensar en las piernas de ____________. En la sonrisa de
____________. En los ojos de ____________.
¿Eran realmente tan azules
o se habría puesto lentillas?, se preguntó de repente. Nadie podía
tener unos ojos tan claros, tan brillantes. Tan inocentes.
—¿Y por qué me lo cuentas a mi?
—Pues… porque tenía que contárselo a alguien.
—Ya —murmuró él. Aunque fuera un compromiso de mentira, por alguna razón, le molestaba aquel anillo.
—Pensé
que podrías ayudarme a inventar un príncipe azul —explicó. Él la miró
sorprendido—. Por los viejos tiempos, Joe. Éramos amigos, ¿no?
No se
habían visto en diez años y Joe se preguntaba si realmente habían sido
amigos alguna vez. Diez años después, su cuerpo reaccionaba ante aquella
mujer como no lo había hecho antes con ninguna otra. Ninguna sonrisa
había hecho que se encendiera como la sonrisa de ____________.
¿Eran esas reacciones amistosas?
En ese momento, Bonnie se acercaba a la mesa acompañada de otras tres camareras.
—Oh, no —murmuró él.
—Oh,
no —murmuró ____________, al ver a las tres mujeres. Sonriendo, Bonnie
dejó el pastel de manzana en la mesa. Sobre él había colocado una
velita—. Bonnie…
—Ésta es una celebración —dijo la camarera.
____________ miró a Joe. Joe miró a ____________.
Las camareras empezaron entonces a tararear la marcha nupcial y, un segundo más tarde, la mitad del restaurante se unía al coro.
El
rubor de sus mejillas era dulce. El brillo de sus ojos, enternecedor. Y
un pequeño trozo de hielo en el corazón de Joe empezó a derretirse.
Los ojos de Joe y ____________ se encontraron de nuevo. Entre ellos parecía haberse creado un lazo de unión.
Cuando
llegaron al motel era muy tarde y ____________ estaba agotada. Subiendo
la escalera a trompicones, deslizó la llave hasta la cerradura con los
ojos cerrados. Cuando consiguió abrir, el olor a desinfectante de la
habitación la obligó a hacer una mueca de desagrado.
Joe la seguía, con su maleta en la mano.
—Al menos, sabemos que la habitación está limpia.
—Estoy tan cansada que me daría igual si fuera una tienda de campaña —murmuró ____________, dejándose caer sobre la cama.
Joe encendió la luz, sonriendo.
—¿Quieres que te suba el desayuno mañana?
Haciendo un esfuerzo, ella levantó la cabeza de la almohada.
—¿A qué hora quieres que nos levantemos?
—Me gustaría salir temprano.
—¿Cómo de temprano? —preguntó ella, mirando su reloj. Sólo eran las once de la noche, pero le parecían las tres de la mañana.
—Querría estar en la carretera a las siete.
—¿A las siete de la mañana?
Joe lanzó una carcajada. La risa del hombre era tan masculina que ____________ sintió un escalofrío.
—Puedo subirte un café para que te despiertes.
—Un litro, por favor —murmuró ella, dejando caer la cabeza sobre la almohada de nuevo—. Sólo y sin azúcar.
—Sí, señora —dijo él, volviéndose hacia la puerta—. Buenas noches, ____________.
—Buenas noches.
—Cierra la puerta antes de que te quedes dormida.
—Sí, mi capitán.
Pensó que lo había oído reír de nuevo, pero no estaba segura. Un segundo después, había salido de la habitación.
____________
suspiró y se dio la vuelta en la cama. La calidez del colchón la
envolvía y empezaba a quedarse dormida, pero unos golpes en la puerta
interrumpieron groseramente su sueño.
—¡Vete!
—No hasta que
cierres con llave —dijo él desde el pasillo. Joe era tan obstinado como
para quedarse allí toda la noche y, murmurando una maldición,
____________ se levantó de la cama. Pero, como siempre, se golpeó el pie
con la pata de la mesilla y lanzó un gemido de dolor—. ¿Te pasa algo?
—No —gruñó ella, cerrando con llave—. ¿Ya estás contento?
—Feliz —contestó él. El ruido de sus pasos indicaba que se dirigía a su habitación.
____________ tardó un minuto en quitarse la ropa y poner el despertador a las seis de la mañana.
Después,
se arrastró hasta el cuarto de baño y se quitó las lentillas. Cuando
volvió a la habitación, cayó de bruces sobre la cama y se quedó dormida.
Las nubes, suaves y rosadas, se movían por el cielo iluminadas por los primeros rayos del sol.
Eran
las seis y media y Joe estaba preparado para retomar el viaje. Había
pagado la cuenta del hotel, guardado las maletas en el coche y
disfrutado de su desayuno mientras daba tiempo a ____________ para
despertarse.
A pesar de la cómoda habitación, no había dormido mucho
aquella noche. La cara de ____________ había aparecido en sus sueños. La
cara y algo más. ____________ Hall no tenía por qué aparecer en sus
sueños, se decía. Era la hermana de Meg, una amiga, una cría.
Sí, claro, pensaba. Una cría con piernas de modelo.
—Estupendo
—murmuró, mientras subía a buscarla. No iba a ocurrir nada entre ellos.
Pasarían unos días juntos, irían a la reunión del instituto, visitarían
a su familia y después seguirían con sus vidas. Probablemente, no
volverían a verse nunca más.
Pero la idea de no volver a ver a ____________ Hall lo molestaba y no sabía por qué.
Con dos bollos envueltos en papel celofán y dos tazas de café en la mano, Joe golpeó la puerta de la habitación con el pie.
Pero no hubo respuesta.
—¡Hora de levantarse! —llamó desde el pasillo.
—¡Voy! ¡No sigas dando golpes! —escuchó la soñolienta voz de ____________ un segundos después.
Joe
estaba sonriendo, pero la sonrisa se congeló en sus labios cuando ella
abrió la puerta. Se le había quedado la boca seca y estaba casi seguro
de que su corazón se había parado. Recortada en el umbral, ____________
sólo iba cubierta por una pequeña toalla.
Allí estaba, en carne y
hueso, como la había soñado la noche anterior. Joe la miró de arriba
abajo, observando las gotas de agua que caían por sus hombros desnudos.
Necesitaba ayuda. Y rápidamente.
—¿Joe? Espero que seas tú —dijo ella.
—¿Qué?
En
ese momento, Joe se dio cuenta de que ____________ lo miraba guiñando
los ojos. Irritado, se dio la vuelta para comprobar si había alguien más
disfrutando de aquella visión. Afortunadamente, el pasillo estaba
vacío.
—Gracias a Dios, eres tú —sonrió ella entonces—. No veo nada sin las lentillas… Mi café. Gracias —añadió, alargando la mano.
Joe la observó inhalar el aroma del café y tomar un sorbo. Tenía que hacer un esfuerzo para no apartar los ojos de su cara.
—De
modo que no sabías si era yo —dijo, después de aclararse la garganta—.
¿Siempre abres la puerta sin preguntar? ¿Y cubierta con una toalla?
—No se me ve nada —replicó ella—. ¿No?
—No, pero…
—Vamos, capitán —sonrió ella—. En la playa voy menos vestida.
—Eso es diferente —replico él bruscamente.
—¿Por
qué? —preguntó ____________. Porque una toalla podía ser apartada y
tirada al suelo con facilidad, pensaba Joe sintiendo que su cuerpo se
tensaba—. Anda, entra. Es demasiado temprano para discutir.
—Te esperaré abajo.
—No seas bobo. Hazme compañía mientras me visto —insistió ella, tomando otro sorbo de café.
La
forma en que sus labios se cerraban sobre el borde de la taza era
suficiente para que Joe empezara a sudar—. ¡Mmm, qué rico está!
—murmuró, antes de darse la vuelta.
Él era un marine, se recordaba Joe a sí mismo. Entrenado para soportar cualquier situación.
—Está
bien —murmuró, entrando en la habitación. Solo serían unos minutos. Y
sólo tendría que imaginar a ____________ con el aparato en los dientes y
las pecas para recuperar el control.
Pero cuando volvió a mirarla,
vio que la diminuta toalla apenas cubría la curva de su trasero y tuvo
que tragarse un gemido. Cuando ____________ iba a entrar en el cuarto de
baño, se golpeó sin querer contra la cómoda—. ¿Te has hecho daño?
—¿Qué? Ah, no —contestó ella, inclinándose sobre el espejo.
Joe tuvo que apartar los ojos. Al inclinarse, mostraba gran parte de lo que no quería ver.
—Sólo tardaré cinco minutos.
Joe volvió a mirarla entonces y vio que había pegado un papel sobre el espejo.
—¿Qué estás haciendo?
—Poniéndome guapa —contestó ella—. Es todo un número.
—¿En serio?
—Sí,
mira —dijo ella, indicándole que entrara en el cuarto de baño. Joe tuvo
que meterse las manos en los bolsillos mientras se acercaba.
____________
se puso unas gafas y estudio el papel durante unos segundos antes de
tomar un bote con polvos de color melocotón que empezó a ponerse en la
cara con una brocha—. Compré todo esto hace un par de semanas —susurró,
leyendo el papel de nuevo antes de tomar otro frasco de cosméticos—.
Solo tengo que seguir el orden.
—Ya —susurró él, dando un paso atrás. Tenía que mantener la distancia de seguridad.
Joe la estudiaba mientras ella se aplicaba el maquillaje y el colorete. No estaba mal, pensaba.
A pesar de las capas de pintura de guerra, seguía pareciendo natural. De modo que, ¿para qué se pintaba?
En
su opinión, no necesitaba todo aquello. Incluso recién salida de la
ducha, estaba preciosa. La suave piel bronceada brillaba bajo el
fluorescente y, tras las gafas, sus ojos azules eran brillantes y
hermosos. Eso contestaba a una de sus preguntas del día anterior. Los
ojos azules eran de verdad. Era simplemente, ____________.
Como su simpatía con la camarera o su inocencia sobre el absurdo compromiso. ____________ era así. Y lo estaba volviendo loco.
Sin
poder evitarlo, Joe dejó que sus ojos se deslizaran hacia el escote. La
sensual curva de sus pechos se marcaba bajo la delgada tela de algodón.
____________ era así.
Un problema.
—Marchando —sonrió Bonnie, antes darse la vuelta.
—¿Por qué has hecho eso?
—No quería desilusionarla —contestó Joe—. Y ahora que estamos solos… creí que habías dicho que no tenías novio.
—Y no lo tengo —dijo ____________, mirando su plato.
—Ya
—murmuró él. Alguien tenía que haberle dado aquel maldito anillo,
pensaba Joe. No sabía por qué, pero la brillante piedra había conseguido
que su estómago se cerrara. Aunque no tenía ni idea de por qué le
importaba si ____________ Hall estaba comprometida o no—. Entonces,
¿quién te ha dado el anillo? —preguntó, después de aclararse la
garganta.
____________ levantó la mirada un momento y después volvió a mirar su plato.
—Aún no lo he decidido.
Joe cerró los ojos un segundo y contó hasta diez.
—Muy bien. ¿De qué demonios estás hablando, ____________?
Con deliberada lentitud, ella dejó el tenedor sobre el plato y tomó un sorbo de té.
—De
lo que estábamos hablando hace cinco minutos —contestó por fin. Joe
intentaba buscar en su mente, pero no podía recordar que ninguno de los
dos hubiera mencionado un anillo de compromiso—. Tú mismo has dicho que
pasaremos la mitad del tiempo en Juneport mirando álbumes familiares.
—Sí —asintió él, inseguro.
—Pues yo he decidido que no voy a ser la rara de la reunión.
—Sigo perdido —dijo Joe, sin entender. La expresión de ella hacía que se sintiera como hipnotizado.
—Es
muy sencillo —dijo ____________ por fin, antes de tomar un trozo de
pollo y ponerse a masticar tranquilamente—. No pienso enfrentarme con
mis antiguos compañeros de clase sin un anillo en el dedo.
—Ya veo que eres una auténtica feminista —bromeó él.
—Esto no tiene nada que ver con el feminismo —replicó ____________—. Es sobre mí. Sobre mi vida. O la falta de ella.
—____________…
—No, tú querías oírlo y lo vas a oír.
—Muy bien —murmuró él. Se le había quitado el apetito y apartó el plato a un lado.
—Tú
no sabes lo que era tener que oír todo el tiempo lo de «pobrecita
____________» —su voz era un susurro en el que Joe notaba una angustia
de la que nunca antes se había percatado—. «La pobre ____________, que
no podría atrapar a un hombre ni con lazo» —añadió—. No pienso volver a
escuchar cosas como ésa.
Joe sintió una punzada de remordimiento al
recordar a la ____________ adolescente. Nunca había pensado en sus
sentimientos. Lo único que le interesaba entonces era librarse de ella
para estar a solas con Meg.
Lo cual mostraba claramente que había sido un tonto.
La
cara de ____________ diez años atrás aparecía en su mente como en una
neblina. Gafas enormes que le caían sobre la nariz llena de pecas, un
aparato en los dientes, camisetas enormes, una coleta y zapatillas de
tenis. Joe tuvo que sonreír al recordarlo. Pero la imagen desapareció y
fue reemplazada por la cara de la mujer que tenía frente a él.
Tenía una piel perfecta y sus ojos azules brillaban, no sabía si de rabia o de emoción.
—Créeme, ____________, nadie va a sentir pena por ti.
—No estoy segura —murmuró ella—. Y además, está mi madre.
—¿Qué tiene que ver tu madre con todo esto? Tu madre es estupenda.
—Eso es verdad —sonrió ____________—. Pero ya estoy cansada de tener que decirle: «No, mamá. No he conocido a ningún chico».
Joe
tuvo que disimular una sonrisa. Pero la entendía. Las conversaciones
con su propia madre habían ido por ese camino durante los últimos dos
años. Denise Jonas quería tener nietos antes de que, en sus propias
palabras, «tuvieran que llevarlos a empujones al asilo para verla».
Y si tenía que ser sincero, él mismo había pensado alguna vez que le gustaría vivir una vida menos solitaria.
Pero, ¿por qué una chica tan atractiva como ____________ tenía que inventarse un novio?, se preguntaba.
—O sea, que vas a contarle una mentira —dijo por fin.
____________ se irguió como si la hubieran golpeado.
—No es exactamente una mentira —dijo ella—. Solo le enseñaré el anillo y ella sacará sus propias conclusiones.
Desde
luego, era una idea original, pensaba Joe. Y por alguna razón, le
gustaba saber que detrás de aquella ropa elegante y el moderno corte de
pelo, la auténtica y excéntrica ____________ seguía viva.
—¿No me
digas? —sonrió él, irónico. Le parecía mentira que un genio de las
matemáticas como ella no se hubiera dado cuenta de que había demasiadas
variables en ese plan—. ¿Y qué le vas a decir a tu madre cuando te
pregunte quién es el afortunado? ¿Vas a inventarte un nombre?
—No.
—Tendrás que mentirle a tu madre, a tu padre, a tu hermana y a todo el mundo en Juneport, ____________. No te engañes.
____________ se puso pálida.
—Haces que parezca algo espantoso.
Joe sonrió. ____________ tenía una cara de pena que le resultaba irresistible.
—No. Sólo me parece un poco peligroso.
—¿Por qué?
—Porque
alguien se enterará tarde o temprano. Tú no eres una experta en decir
mentiras —explicó él. Al menos, no lo era diez años atrás.
—Podría
serlo —dijo ella entonces—. Con un poco de práctica. Sería una pena,
pensaba Joe. Él conocía a demasiadas mujeres que mentían más que un
político. Estaban tan ocupadas diciendo lo que creían que él quería oír,
que nunca había podido saber cómo eran en realidad.
Y se estaba dando cuenta de que ____________ era una mujer de la que le gustaría saber muchas cosas.
—Además, ¿qué pasará cuando la esperada boda no llegue nunca?
En ese momento, ____________ sonrió. Y aquella sonrisa hizo que algo se le encendiera por dentro.
—Eso es lo mejor —le confió ella—. Un par de meses después de la reunión, llamaré a mi madre y le diré que he roto con mi novio.
Joe sacudió la cabeza. Realmente, lo había planeado todo con detenimiento.
—Pero, la gente empezará a decir de nuevo eso de la «pobrecita ____________».
—No
—sonrió ella de nuevo. Aquella vez, el calor que le producía su sonrisa
no lo pillo desprevenido—. Seré yo quien rompa el compromiso, de modo
que nadie podrá sentir pena por mí.
—Asombroso —murmuró él.
—¿Verdad?
Lo realmente asombroso del asunto era que ____________ hubiera tenido que inventarse aquel plan.
¿Por qué no tenia media docena de hombres esperando en la puerta de su casa?, se preguntaba.
¿Cómo una mujer tan guapa como ella podía seguir soltera? ¿Y por qué él no podía apartar los ojos de su cara?
Joe
había querido volver a Juneport para relajarse, para descansar. Pero no
podía dejar de pensar en las piernas de ____________. En la sonrisa de
____________. En los ojos de ____________.
¿Eran realmente tan azules
o se habría puesto lentillas?, se preguntó de repente. Nadie podía
tener unos ojos tan claros, tan brillantes. Tan inocentes.
—¿Y por qué me lo cuentas a mi?
—Pues… porque tenía que contárselo a alguien.
—Ya —murmuró él. Aunque fuera un compromiso de mentira, por alguna razón, le molestaba aquel anillo.
—Pensé
que podrías ayudarme a inventar un príncipe azul —explicó. Él la miró
sorprendido—. Por los viejos tiempos, Joe. Éramos amigos, ¿no?
No se
habían visto en diez años y Joe se preguntaba si realmente habían sido
amigos alguna vez. Diez años después, su cuerpo reaccionaba ante aquella
mujer como no lo había hecho antes con ninguna otra. Ninguna sonrisa
había hecho que se encendiera como la sonrisa de ____________.
¿Eran esas reacciones amistosas?
En ese momento, Bonnie se acercaba a la mesa acompañada de otras tres camareras.
—Oh, no —murmuró él.
—Oh,
no —murmuró ____________, al ver a las tres mujeres. Sonriendo, Bonnie
dejó el pastel de manzana en la mesa. Sobre él había colocado una
velita—. Bonnie…
—Ésta es una celebración —dijo la camarera.
____________ miró a Joe. Joe miró a ____________.
Las camareras empezaron entonces a tararear la marcha nupcial y, un segundo más tarde, la mitad del restaurante se unía al coro.
El
rubor de sus mejillas era dulce. El brillo de sus ojos, enternecedor. Y
un pequeño trozo de hielo en el corazón de Joe empezó a derretirse.
Los ojos de Joe y ____________ se encontraron de nuevo. Entre ellos parecía haberse creado un lazo de unión.
Cuando
llegaron al motel era muy tarde y ____________ estaba agotada. Subiendo
la escalera a trompicones, deslizó la llave hasta la cerradura con los
ojos cerrados. Cuando consiguió abrir, el olor a desinfectante de la
habitación la obligó a hacer una mueca de desagrado.
Joe la seguía, con su maleta en la mano.
—Al menos, sabemos que la habitación está limpia.
—Estoy tan cansada que me daría igual si fuera una tienda de campaña —murmuró ____________, dejándose caer sobre la cama.
Joe encendió la luz, sonriendo.
—¿Quieres que te suba el desayuno mañana?
Haciendo un esfuerzo, ella levantó la cabeza de la almohada.
—¿A qué hora quieres que nos levantemos?
—Me gustaría salir temprano.
—¿Cómo de temprano? —preguntó ella, mirando su reloj. Sólo eran las once de la noche, pero le parecían las tres de la mañana.
—Querría estar en la carretera a las siete.
—¿A las siete de la mañana?
Joe lanzó una carcajada. La risa del hombre era tan masculina que ____________ sintió un escalofrío.
—Puedo subirte un café para que te despiertes.
—Un litro, por favor —murmuró ella, dejando caer la cabeza sobre la almohada de nuevo—. Sólo y sin azúcar.
—Sí, señora —dijo él, volviéndose hacia la puerta—. Buenas noches, ____________.
—Buenas noches.
—Cierra la puerta antes de que te quedes dormida.
—Sí, mi capitán.
Pensó que lo había oído reír de nuevo, pero no estaba segura. Un segundo después, había salido de la habitación.
____________
suspiró y se dio la vuelta en la cama. La calidez del colchón la
envolvía y empezaba a quedarse dormida, pero unos golpes en la puerta
interrumpieron groseramente su sueño.
—¡Vete!
—No hasta que
cierres con llave —dijo él desde el pasillo. Joe era tan obstinado como
para quedarse allí toda la noche y, murmurando una maldición,
____________ se levantó de la cama. Pero, como siempre, se golpeó el pie
con la pata de la mesilla y lanzó un gemido de dolor—. ¿Te pasa algo?
—No —gruñó ella, cerrando con llave—. ¿Ya estás contento?
—Feliz —contestó él. El ruido de sus pasos indicaba que se dirigía a su habitación.
____________ tardó un minuto en quitarse la ropa y poner el despertador a las seis de la mañana.
Después,
se arrastró hasta el cuarto de baño y se quitó las lentillas. Cuando
volvió a la habitación, cayó de bruces sobre la cama y se quedó dormida.
Las nubes, suaves y rosadas, se movían por el cielo iluminadas por los primeros rayos del sol.
Eran
las seis y media y Joe estaba preparado para retomar el viaje. Había
pagado la cuenta del hotel, guardado las maletas en el coche y
disfrutado de su desayuno mientras daba tiempo a ____________ para
despertarse.
A pesar de la cómoda habitación, no había dormido mucho
aquella noche. La cara de ____________ había aparecido en sus sueños. La
cara y algo más. ____________ Hall no tenía por qué aparecer en sus
sueños, se decía. Era la hermana de Meg, una amiga, una cría.
Sí, claro, pensaba. Una cría con piernas de modelo.
—Estupendo
—murmuró, mientras subía a buscarla. No iba a ocurrir nada entre ellos.
Pasarían unos días juntos, irían a la reunión del instituto, visitarían
a su familia y después seguirían con sus vidas. Probablemente, no
volverían a verse nunca más.
Pero la idea de no volver a ver a ____________ Hall lo molestaba y no sabía por qué.
Con dos bollos envueltos en papel celofán y dos tazas de café en la mano, Joe golpeó la puerta de la habitación con el pie.
Pero no hubo respuesta.
—¡Hora de levantarse! —llamó desde el pasillo.
—¡Voy! ¡No sigas dando golpes! —escuchó la soñolienta voz de ____________ un segundos después.
Joe
estaba sonriendo, pero la sonrisa se congeló en sus labios cuando ella
abrió la puerta. Se le había quedado la boca seca y estaba casi seguro
de que su corazón se había parado. Recortada en el umbral, ____________
sólo iba cubierta por una pequeña toalla.
Allí estaba, en carne y
hueso, como la había soñado la noche anterior. Joe la miró de arriba
abajo, observando las gotas de agua que caían por sus hombros desnudos.
Necesitaba ayuda. Y rápidamente.
—¿Joe? Espero que seas tú —dijo ella.
—¿Qué?
En
ese momento, Joe se dio cuenta de que ____________ lo miraba guiñando
los ojos. Irritado, se dio la vuelta para comprobar si había alguien más
disfrutando de aquella visión. Afortunadamente, el pasillo estaba
vacío.
—Gracias a Dios, eres tú —sonrió ella entonces—. No veo nada sin las lentillas… Mi café. Gracias —añadió, alargando la mano.
Joe la observó inhalar el aroma del café y tomar un sorbo. Tenía que hacer un esfuerzo para no apartar los ojos de su cara.
—De
modo que no sabías si era yo —dijo, después de aclararse la garganta—.
¿Siempre abres la puerta sin preguntar? ¿Y cubierta con una toalla?
—No se me ve nada —replicó ella—. ¿No?
—No, pero…
—Vamos, capitán —sonrió ella—. En la playa voy menos vestida.
—Eso es diferente —replico él bruscamente.
—¿Por
qué? —preguntó ____________. Porque una toalla podía ser apartada y
tirada al suelo con facilidad, pensaba Joe sintiendo que su cuerpo se
tensaba—. Anda, entra. Es demasiado temprano para discutir.
—Te esperaré abajo.
—No seas bobo. Hazme compañía mientras me visto —insistió ella, tomando otro sorbo de café.
La
forma en que sus labios se cerraban sobre el borde de la taza era
suficiente para que Joe empezara a sudar—. ¡Mmm, qué rico está!
—murmuró, antes de darse la vuelta.
Él era un marine, se recordaba Joe a sí mismo. Entrenado para soportar cualquier situación.
—Está
bien —murmuró, entrando en la habitación. Solo serían unos minutos. Y
sólo tendría que imaginar a ____________ con el aparato en los dientes y
las pecas para recuperar el control.
Pero cuando volvió a mirarla,
vio que la diminuta toalla apenas cubría la curva de su trasero y tuvo
que tragarse un gemido. Cuando ____________ iba a entrar en el cuarto de
baño, se golpeó sin querer contra la cómoda—. ¿Te has hecho daño?
—¿Qué? Ah, no —contestó ella, inclinándose sobre el espejo.
Joe tuvo que apartar los ojos. Al inclinarse, mostraba gran parte de lo que no quería ver.
—Sólo tardaré cinco minutos.
Joe volvió a mirarla entonces y vio que había pegado un papel sobre el espejo.
—¿Qué estás haciendo?
—Poniéndome guapa —contestó ella—. Es todo un número.
—¿En serio?
—Sí,
mira —dijo ella, indicándole que entrara en el cuarto de baño. Joe tuvo
que meterse las manos en los bolsillos mientras se acercaba.
____________
se puso unas gafas y estudio el papel durante unos segundos antes de
tomar un bote con polvos de color melocotón que empezó a ponerse en la
cara con una brocha—. Compré todo esto hace un par de semanas —susurró,
leyendo el papel de nuevo antes de tomar otro frasco de cosméticos—.
Solo tengo que seguir el orden.
—Ya —susurró él, dando un paso atrás. Tenía que mantener la distancia de seguridad.
Joe la estudiaba mientras ella se aplicaba el maquillaje y el colorete. No estaba mal, pensaba.
A pesar de las capas de pintura de guerra, seguía pareciendo natural. De modo que, ¿para qué se pintaba?
En
su opinión, no necesitaba todo aquello. Incluso recién salida de la
ducha, estaba preciosa. La suave piel bronceada brillaba bajo el
fluorescente y, tras las gafas, sus ojos azules eran brillantes y
hermosos. Eso contestaba a una de sus preguntas del día anterior. Los
ojos azules eran de verdad. Era simplemente, ____________.
Como su simpatía con la camarera o su inocencia sobre el absurdo compromiso. ____________ era así. Y lo estaba volviendo loco.
Sin
poder evitarlo, Joe dejó que sus ojos se deslizaran hacia el escote. La
sensual curva de sus pechos se marcaba bajo la delgada tela de algodón.
____________ era así.
Un problema.
jonatic&diectioner
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
como la dejas asi mujer..
tienes que seguirlaaaaaaaaaaaaaa.... prontooooo :D
tienes que seguirlaaaaaaaaaaaaaa.... prontooooo :D
@ntonella
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
esta bien @ntonella me convensistes...
Capítulo Cinco
Varias
horas más tarde, a ____________ le dolía el trasero y las lentillas
parecían dos piedras. Incluso el paisaje había perdido parte de su
encanto. Sin apenas tráfico, habían llegado hasta la costa, pasando San
Luis Obispo, Paso Robles y Salinas.
Un kilómetro se mezclaba con el siguiente y las ciudades pasaban una tras otra sin que les prestara atención.
____________
había dejado de intentar mantener una conversación con Joe. Por alguna
razón, él apenas había dicho una palabra desde que habían salido del
motel.
Cuando lo miró de reojo, se dio cuenta de que tenía la mandíbula apretada. ¿Por qué estaba enfadado?, se preguntaba.
Ella no lo había pillado en su habitación, medio desnudo y con unas gafas horribles.
En
aquel momento no le había dado importancia, pero empezaba a dársela.
____________ se daba cuenta de que el cambio en la actitud de Joe había
empezado al encontrarla medio desnuda en su habitación.
¿Podría
haberlo puesto nervioso?, se preguntaba. No era posible. Con el pelo
mojado y aquellas gafas que la hacían parecer la hormiga atómica,
seguramente le habría quitado las ganas de estar con una mujer de por
vida.
No era justo seguir sintiendo aquella atracción por Joe.
Especialmente, cuando sabía que no había nada que hacer. Se habían
conocido más de diez años atrás, pero no tenían nada en común.
____________ tembló ligeramente cuando un golpe de viento acarició su cuello con dedos helados y subió la ventanilla.
Vivir
en California durante tanto tiempo la había convertido en una
friolenta. Parecía que su cuerpo había olvidado lo diferente que era la
temperatura al norte del país. Incluso entonces, a mediados de junio, se
alegraba de haberse puesto el jersey color cereza. Los pantalones de
color marfil no eran especialmente cálidos, pero mientras la calefacción
del todoterreno siguiera encendida, no podía quejarse.
Además, no era solo el tiempo lo que hacía que el ambiente dentro del coche fuera tan frío.
Frunciendo
el ceño, ____________ volvió la mirada hacia el hombre que tenía a su
lado. Sus ojos estaban escondidos tras las gafas de sol. No había vuelto
a mirarla desde que habían parado a poner gasolina una hora antes.
Aún
les quedaban al menos dos días para llegar hasta Juneport y no pensaba
pasarlos con una esfinge. No tenían que caerse bien, pero al menos
podrían charlar.
—¿Qué te pasa? —preguntó de repente, rompiendo el silencio.
—¿A mí? Nada —contestó él.
—Entonces,
¿por qué estás tan alegre? —insistió ella, volviéndose para mirarlo de
frente—. Si sigues lanzando esas carcajadas, vamos a tener un accidente.
—Muy graciosa.
—Uno de los dos tiene que serlo.
—Mira,
____________, no me apetece hablar, lo siento —dijo él, mirándola
fugazmente. Pero las gafas de sol le impedían ver la expresión de sus
ojos. ____________ se preguntaba si eso era precisamente lo que él
quería—. No todo el mundo necesita llenar el silencio continuamente.
—¿Continuamente?
—repitió ella, asombrada—. No me has dicho una palabra desde que
paramos en la gasolinera, cuando, si no recuerdo mal, me dijiste muy
amablemente: «Haz el favor de colocar el maldito coche más cerca del
tanque».
____________ creyó haber visto un gesto en sus labios, pero no estaba segura.
—De acuerdo. No estoy siendo muy sociable.
—No, muy sociable, no.
—De acuerdo —sonrió él por fin—. No estoy siendo nada sociable.
No era una gran conversación, pero era una conversación al fin y al cabo, pensaba ____________.
—¿Por qué?
—No hay ninguna razón —contestó él. Sus facciones habían vuelto a ser pétreas.
—Vaya por Dios. ¿Eres así de comunicativo con tus tropas? ¿Es que en los marines os enseñan a leer el pensamiento?
—Cuando tenga algo que decir, lo diré.
—Entonces
habrá que avisar a la prensa —murmuró ella. Debería haber tomado el
tren, pensaba. Pero, serio o no, Joe Jonas era mejor compañía que un
montón de extraños.
—Mira el mapa, por favor —dijo él, ignorando el
comentario—. Llegaremos a la ciudad dentro de poco y no quiero terminar
en el puente de Oakland.
Bueno, al menos ____________ sabía que el
capitán seguía siendo capaz de dar órdenes. Si no hubiera estado en un
coche, se habría puesto de pie para saludar.
Sin decir nada,
____________ tomo el mapa y empezó a buscar la autopista101 hasta la
salida de San Francisco. La maraña de líneas azules y rojas era casi
imposible de descifrar.
Siguiéndolas con el dedo, buscó las calles que tenían que tomar a través de San Francisco para llegar al Golden Gate.
—Busca la vieja carretera de la costa. Está al otro lado del puente.
—Lo sé —dijo ____________, sorprendida—. ¿No vamos a tomar la 101?
—No —contestó él, sin mirarla.
—¿Por
qué? La 101 es mucho más rápida. Probablemente, nos ahorraríamos un día
de viaje —dijo ella—. Además, era mucho más cómoda. La vieja carretera
de la costa estaba llena de curvas y bordeada por un acantilado.
Durante
años, la vieja carretera había sido la única forma de ir al norte,
hasta que habían construido la autopista. Por supuesto, el paisaje era
mucho más hermoso, pero solo los estómagos fuertes podían resistir aquel
viejo camino de dos carriles. Y el estómago de ____________ no era
precisamente fuerte.
Joe apretaba el volante con tal fuerza que sus nudillos se habían vuelto blancos.
—Lo
he pensado, pero la razón por la que he decidido ir en coche a Juneport
es precisamente para disfrutar del viaje. Y no tengo razones para
cambiar mis planes, ¿no te parece?
Sin embargo, había pensado
cambiarlos, se decía ____________. Lo había admitido. ¿Por qué? ¿Tan
tentadora era la idea de librarse de ella un día antes de lo previsto?
Desde luego, Joe Jonas sabía cómo hacer que una mujer se sintiera
especial.
Pero estaba sacando demasiadas conclusiones.
¿Quién
había dicho que ella tuviera nada que ver con sus planes? Después de
todo, él le estaba haciendo un favor llevándola en coche a Juneport.
Pero a ____________ no le apetecía nada tomar una carretera llena de curvas.
San
Francisco seguía siendo una ciudad tan abarrotada como ____________ la
recordaba. Algunas zonas de la ciudad eran encantadoras, pero en general
era como cualquier otra gran ciudad, con sus lugares buenos y malos.
Miles de coches llenaban las estrechas calles y tenían que parar en todos los semáforos.
Joe murmuró algo sobre que no debería haber dejado de fumar y miró fugazmente a ____________.
A ella no parecía importarle el tráfico. Tenía la ventanilla bajada y la cabeza fuera del coche.
Desde luego, disfrutaba de la brisa del mar y del ruido de gente a su alrededor.
Joe
sonrió al verla. Era difícil sentirse frustrado al ver como
____________ disfrutaba de todo. Podía ser un incordio para su
autocontrol, pero era muy agradable de mirar.
Un coche paró a su lado en un semáforo.
—Hola, preciosa —dijo una voz masculina.
Joe se puso tenso y adelantó el coche unos centímetros, pero el hombre hizo lo mismo.
—Hola —dijo ____________.
¿Por qué lo saludaba con tanta simpatía?, se preguntaba Joe, irritado.
—¿Vas a estar mucho tiempo en la ciudad?
—No. Sólo estoy de paso.
Pero,
¿en qué estaba pensando aquel tipo? ¿Es que no lo veía sentado a su
lado? Podría ser su marido y, él, flirteando como un loco.
Soltando el freno, Joe adelantó un poco más el coche, esperando alejar a ____________ de aquel papanatas.
Pero no tuvo suerte.
—¿Te apetece tomar una taza de café?
Joe miró al hombre con cara de asesino, pero el tipo solo tenía ojos para ella.
—No creo que pueda. Pero gracias —sonrió ____________.
Joe se inclinó hacia delante para ver al Romeo de pacotilla en su BMW descapotable.
—«Muchas» gracias —repitió Joe sarcástico, mirándolo con tal furia que debería haberlo asesinado allí mismo.
Aún así, el tipo tuvo la cara de ignorarlo y guiñar un ojo a ____________.
—Disfruta del viaje, guapa —le dijo, antes de que Joe cambiara de carril.
—Estaba flirteando conmigo —dijo ____________, riendo.
—Ya me he dado cuenta —dijo él. ¿Por qué parecía ella tan sorprendida? —se preguntaba. ¿Es que no se había mirado al espejo?
—Qué bien.
—Sí, genial —replicó él, quitándose las gafas de un manotazo—. Oye, ____________, ese tío podría haber sido un psicópata.
—¿No
eres un poquito paranoico? —rió ella. Al hacerlo, sus rizos se movían
como si estuvieran bailando alrededor de su cara—. Relájate, Joe.
Sólo estaba ligando. Conmigo.
—Sí. Pero yo estaba sentado a tu lado –gruñó él—. Ese tío era un imbécil.
Cansado de la conversación y preocupado por su propia reacción, Joe se concentró en el coche que había delante.
¿Qué
le importaba a él que un extraño quisiera flirtear con ____________?,
se preguntaba. ¿Y por qué le molestaba tanto que ella le hubiera
sonreído?
¿Y por qué estaba pensando en eso?
____________ volvió a
sacar la cabeza por la ventanilla cuando llegaron al Golden Gate.
____________ se daba cuenta de que ella estaba feliz y un poco de la
tensión desapareció. Le gustaba verla feliz. No sabía por qué, pero le
gustaba.
Poco después estaban sobre el puente y el océano Pacífico se
extendía frente a ellos. Los cables de acero se movían con la brisa y
la ciudad brillaba bajo el sol.
—¿No es precioso? —susurró ella,
sin dejar de mirar por la ventanilla. Él siguió su mirada y vio los
barquitos que había sobre el agua, como joyas de colores que alguien
había lanzado al mar—.
Cuando éramos pequeños, mi padre solía contarnos a Meg y a mí que Godzilla vivía aquí, en la bahía de San Francisco.
—¿Godzilla? —rió él.
—Sí
—contestó ella, dándose la vuelta con una sonrisa que lo dejo sin
aliento—. Y lo más importante, a Godzilla le gustaba el color rojo y
siempre estaba buscando coches de ese color.
—Si no recuerdo mal, tus padres tenían un coche rojo.
—Sí
—rió ella—. Mi padre nos ponía a vigilar a Meg y a mí por si vería
Godzilla y las dos nos quedábamos pegadas a la ventanilla mientras
cruzábamos el puente.
—¿Os daba miedo?
—Un poco. Pero lo que de
verdad queríamos era ver a Godzilla —rió ella, apartándose el pelo de la
cara—. Siempre era divertido viajar con mis padres y mi hermana.
Vacaciones familiares. La clase de viaje que él no volvería a
experimentar. Una punzada de dolor lo sorprendió.
—Probablemente, Meg le cuenta a sus hijos la misma historia —susurró él.
—Sí —dijo ____________, con tristeza.
Joe
la dejó a solas con sus pensamientos. Él tenía los suyos de los que
ocuparse. Como qué iba a hacer con sus fantasías sobre ____________
Hall.
Tenía que encontrar una forma de terminar con aquello.
____________ Hall no era una mujer para una noche. Y él no era el tipo
de hombre hecho para el matrimonio.
¿O no era así?
—¡Joe! —Exclamó ella unas horas más tarde—. ¡Para el coche!
Joe
se dio cuenta de que estaba muy pálida y paró en el arcén, asustado.
____________ se bajó del coche de un salto y él la siguió.
Cuando
llegó a su lado, estaba inclinada sobre una enorme piedra que parecía
haber estado allí desde el principio de los tiempos.
—¿Te encuentras bien? —preguntó, intentando tomarla del brazo, pero ella se lo impidió con un gesto.
—Lo estaré dentro de poco —susurró ella, con más confianza de la que garantizaba su expresión.
—¿Te sigues mareando en los coches? —preguntó él entonces, recordando que le ocurría de pequeña.
—Eso parece.
—¿Por qué no me lo has dicho?
—¿Para qué?
—¿Por qué has querido ir a Juneport en coche si te sigues mareando?
—Me dan miedo los aviones y no me gustan los trenes. ¿Qué le voy a hacer?
—¡Por Dios bendito, ____________! Si me lo hubieras recordado, habría tomado la autopista.
—¿No podríamos discutir más tarde? Ahora no me encuentro muy bien, Joe.
Joe se sentía como un auténtico imbécil.
Nada mejor que gritarle a alguien que está a punto de vomitar.
Bueno,
aquél iba a ser un viaje divertido. Él, angustiado por una tensión
sexual que no podía evitar y ella con la cabeza fuera de la ventanilla.
Pararían
en la próxima tienda para comprar Biodramina, se decía. Y por la
expresión de ____________, cuatro o cinco cajas serían suficientes.
—Respira hondo. Toma aire por la nariz y expúlsalo por la boca.
—Sí, mi capitán —murmuró ella, inclinándose hacia adelante.
—No quería darte ordenes —se disculpó Joe.
—Supongo que estás acostumbrado a darlas.
—Es parte del trabajo —asintió él, poniendo la mano sobre su espalda—. Pero intento no hacerlo con los amigos.
—Y yo te lo agradezco —dijo ella, incorporándose.
—¿Mejor? —preguntó Joe, estudiando su cara.
—Un poco, sí —contestó ____________, respirando la brisa del mar que llegaba hasta la carretera.
Joe
la miró. Tenía los ojos cerrados y los labios y entreabiertos, como si
esperase un beso. El viento movía su pelo con abandono y tuvo que
meterse las manos en los bolsillos para no tocarlo.
Varios coches
pasaron a su lado en la carretera, perdiéndose entre las curvas a una
velocidad aterradora. Pero ____________ no les prestaba la menor
atención. Pasaron varios segundos más antes de que abriera los ojos.
—Bueno, ya estoy preparada —sonrió.
—Pararemos para comprar Biodramina.
—Estupendo. Ayer me tomé las dos últimas.
—O podemos volver para tomar la autopista.
____________
volvió la cabeza para admirar el agreste y hermoso paisaje. Las olas
chocaban contra el acantilado y el aire del mar les llevaba algunas
gotas de agua, que brillaban como diamantes. Las gaviotas volaban sobre
sus cabezas y las nubes apenas escondían un cielo tan azul que era
doloroso mirarlo.
—No —dijo ella por fin—. Prefiero ir por la carretera.
—¿Estás segura?
—Sí. Pero vamos a buscar la Biodramina.
—De
acuerdo —sonrió él, tomando su mano para llevarla al coche. Cuando
estuvo dentro, cerró la puerta y se apoyó en ella—. Hasta entonces,
mantendremos tu mente ocupada para que no puedas pensar en tu estómago.
—¿Y cómo haremos eso?
—Aún no hemos decidido cómo será tu príncipe azul, ¿no?
La cara de ____________ se iluminó. Pero Joe estaba seguro de que la sonrisa iba dedicada a su hombre imaginario.
—Tienes razón.
—Pregúntale a mis tropas —rió él, dando la vuelta al coche—. Ellos te dirán que normalmente, la tengo.
___________ intentaba no pensar en las curvas o en el acantilado que había al otro lado.
—Muy
bien —dijo por fin, observando cómo Joe volvía a entrar en la carretera
con la destreza de un piloto profesional—. Tendremos que empezar por su
nombre. He decidido que se llamará Brad. ¿Qué te parece?
—¿Brad?
—Es un nombre bonito. Además, todo el mundo pensara en Brad Pitt.
—Es un nombre ridículo —dijo él.
—No lo es. Y Brad Pitt no es ridículo en absoluto.
—Muy bien. Es tu novio. Si a ti te gusta…
—Exactamente
—dijo ella, sujetándose al asiento mientras Joe tomaba una curva
difícil—. El siguiente problema es qué hace mi novio para ganarse la
vida.
—¿No es millonario? —preguntó Joe, con cierto sarcasmo.
—No
—contestó ella—. Aunque no me gusta admitir esto, a la mayoría de las
mujeres le gustan los hombres con uniforme. Y como quiero que mis
compañeros se mueran de envidia, he decidido que Brad es marine —dijo
ella. Una sonrisa de triunfo iluminó la cara de Joe—. Y además, piloto
—añadió. La sonrisa se borró de la cara del hombre.
—Los pilotos son unos presumidos, ____________.
—De eso nada. ¿Es que no has visto Top Gun?
Joe
hizo un gesto irónico—. Los Ángeles Azules… —empezó a recordar
____________. El verano anterior había asistido a un espectáculo aéreo y
se había quedado boquiabierta con las proezas de los pilotos.
—Unos presumidos —insistía él, encogiendo sus anchísimos hombros.
—¿Detecto una nota de envidia en tu voz?
—En absoluto —replicó él, tomando una curva a demasiada velocidad.
—Ay… —musitó ____________, poniéndose la mano en la boca.
—Perdona.
—No te preocupes —dijo ella, intentando olvidar sus náuseas—. Háblame. Dijiste que me ayudarías a no marearme.
—De acuerdo —asintió Joe, apretando el volante—. Te ayudaré. Pero un piloto…
—¿Por
qué no? —preguntó ella—. A las mujeres les encantan los pilotos y todos
los hombres quieren serlo. Es perfecto. Recuerda que quiero que mis
compañeros vean a una nueva ____________. Y un piloto es lo mejor para
dejarlos helados.
—Por favor, ____________ —dijo él, claramente
disgustado—. ¿No me digas que te crees esas fantasías sobre los pilotos?
Cualquier marine es mejor que uno de esos imbéciles.
—Por supuesto, tú eres completamente imparcial en el asunto.
—Pues
sí. Es la verdad —insistió él, mirándola—. Es fácil ver las cosas desde
treinta mil pies de altura. Lo que es difícil es estar frente a frente
con el enemigo —añadió. El brillo en los ojos verdes de Joe hacía que
____________ sintiera un escalofrío en la espalda. Mirando aquella
mandíbula cuadrada y los músculos de su antebrazo, ____________ estaba
decidida a aceptar la derrota. No había ningún piloto que pudiera
compararse con Joe Jonas—. ¿Por qué te importa tanto lo que piense una
gente a la que no has visto en diez años?
—Tú no lo entenderías
—contestó ella. Nadie que no hubiera sido un bicho raro entendería
aquello. Y menos que nadie, Joe. «Mister Popularidad».
—Inténtalo.
—He
vivido toda mi vida sintiendo que no era suficientemente buena en nada
—explicó ella por fin—. En el colegio, en el instituto, en la
universidad. No parecía pegar en ningún sitio. Cuando no me ignoraban,
les daba pena.
—Por favor, ____________, no sigas. Eso fue hace años
—murmuró él, incómodo—. Ahora eres una mujer diferente. Has crecido,
tienes éxito, eres guapísima. ¿Qué importa el pasado?
—El pasado
importa porque es lo que da forma al futuro —replicó ella—. Yo no puedo
cambiar el pasado, aunque me gustaría, pero puedo cambiar la percepción
que la gente tiene de mí.
—¿Y necesitas inventarte un hombre para eso?
—¡Sí, maldita sea!
Aunque
fuera por una vez en su vida, quería ser la chica de la que todo el
mundo hablara. Quería ser el centro de atención y el objeto de envidia
de todo el mundo. Sólo por una vez, ____________ quería sentirse
importante en Juneport. Y Brad iba a ayudarla a conseguirlo.
Capítulo Cinco
Varias
horas más tarde, a ____________ le dolía el trasero y las lentillas
parecían dos piedras. Incluso el paisaje había perdido parte de su
encanto. Sin apenas tráfico, habían llegado hasta la costa, pasando San
Luis Obispo, Paso Robles y Salinas.
Un kilómetro se mezclaba con el siguiente y las ciudades pasaban una tras otra sin que les prestara atención.
____________
había dejado de intentar mantener una conversación con Joe. Por alguna
razón, él apenas había dicho una palabra desde que habían salido del
motel.
Cuando lo miró de reojo, se dio cuenta de que tenía la mandíbula apretada. ¿Por qué estaba enfadado?, se preguntaba.
Ella no lo había pillado en su habitación, medio desnudo y con unas gafas horribles.
En
aquel momento no le había dado importancia, pero empezaba a dársela.
____________ se daba cuenta de que el cambio en la actitud de Joe había
empezado al encontrarla medio desnuda en su habitación.
¿Podría
haberlo puesto nervioso?, se preguntaba. No era posible. Con el pelo
mojado y aquellas gafas que la hacían parecer la hormiga atómica,
seguramente le habría quitado las ganas de estar con una mujer de por
vida.
No era justo seguir sintiendo aquella atracción por Joe.
Especialmente, cuando sabía que no había nada que hacer. Se habían
conocido más de diez años atrás, pero no tenían nada en común.
____________ tembló ligeramente cuando un golpe de viento acarició su cuello con dedos helados y subió la ventanilla.
Vivir
en California durante tanto tiempo la había convertido en una
friolenta. Parecía que su cuerpo había olvidado lo diferente que era la
temperatura al norte del país. Incluso entonces, a mediados de junio, se
alegraba de haberse puesto el jersey color cereza. Los pantalones de
color marfil no eran especialmente cálidos, pero mientras la calefacción
del todoterreno siguiera encendida, no podía quejarse.
Además, no era solo el tiempo lo que hacía que el ambiente dentro del coche fuera tan frío.
Frunciendo
el ceño, ____________ volvió la mirada hacia el hombre que tenía a su
lado. Sus ojos estaban escondidos tras las gafas de sol. No había vuelto
a mirarla desde que habían parado a poner gasolina una hora antes.
Aún
les quedaban al menos dos días para llegar hasta Juneport y no pensaba
pasarlos con una esfinge. No tenían que caerse bien, pero al menos
podrían charlar.
—¿Qué te pasa? —preguntó de repente, rompiendo el silencio.
—¿A mí? Nada —contestó él.
—Entonces,
¿por qué estás tan alegre? —insistió ella, volviéndose para mirarlo de
frente—. Si sigues lanzando esas carcajadas, vamos a tener un accidente.
—Muy graciosa.
—Uno de los dos tiene que serlo.
—Mira,
____________, no me apetece hablar, lo siento —dijo él, mirándola
fugazmente. Pero las gafas de sol le impedían ver la expresión de sus
ojos. ____________ se preguntaba si eso era precisamente lo que él
quería—. No todo el mundo necesita llenar el silencio continuamente.
—¿Continuamente?
—repitió ella, asombrada—. No me has dicho una palabra desde que
paramos en la gasolinera, cuando, si no recuerdo mal, me dijiste muy
amablemente: «Haz el favor de colocar el maldito coche más cerca del
tanque».
____________ creyó haber visto un gesto en sus labios, pero no estaba segura.
—De acuerdo. No estoy siendo muy sociable.
—No, muy sociable, no.
—De acuerdo —sonrió él por fin—. No estoy siendo nada sociable.
No era una gran conversación, pero era una conversación al fin y al cabo, pensaba ____________.
—¿Por qué?
—No hay ninguna razón —contestó él. Sus facciones habían vuelto a ser pétreas.
—Vaya por Dios. ¿Eres así de comunicativo con tus tropas? ¿Es que en los marines os enseñan a leer el pensamiento?
—Cuando tenga algo que decir, lo diré.
—Entonces
habrá que avisar a la prensa —murmuró ella. Debería haber tomado el
tren, pensaba. Pero, serio o no, Joe Jonas era mejor compañía que un
montón de extraños.
—Mira el mapa, por favor —dijo él, ignorando el
comentario—. Llegaremos a la ciudad dentro de poco y no quiero terminar
en el puente de Oakland.
Bueno, al menos ____________ sabía que el
capitán seguía siendo capaz de dar órdenes. Si no hubiera estado en un
coche, se habría puesto de pie para saludar.
Sin decir nada,
____________ tomo el mapa y empezó a buscar la autopista101 hasta la
salida de San Francisco. La maraña de líneas azules y rojas era casi
imposible de descifrar.
Siguiéndolas con el dedo, buscó las calles que tenían que tomar a través de San Francisco para llegar al Golden Gate.
—Busca la vieja carretera de la costa. Está al otro lado del puente.
—Lo sé —dijo ____________, sorprendida—. ¿No vamos a tomar la 101?
—No —contestó él, sin mirarla.
—¿Por
qué? La 101 es mucho más rápida. Probablemente, nos ahorraríamos un día
de viaje —dijo ella—. Además, era mucho más cómoda. La vieja carretera
de la costa estaba llena de curvas y bordeada por un acantilado.
Durante
años, la vieja carretera había sido la única forma de ir al norte,
hasta que habían construido la autopista. Por supuesto, el paisaje era
mucho más hermoso, pero solo los estómagos fuertes podían resistir aquel
viejo camino de dos carriles. Y el estómago de ____________ no era
precisamente fuerte.
Joe apretaba el volante con tal fuerza que sus nudillos se habían vuelto blancos.
—Lo
he pensado, pero la razón por la que he decidido ir en coche a Juneport
es precisamente para disfrutar del viaje. Y no tengo razones para
cambiar mis planes, ¿no te parece?
Sin embargo, había pensado
cambiarlos, se decía ____________. Lo había admitido. ¿Por qué? ¿Tan
tentadora era la idea de librarse de ella un día antes de lo previsto?
Desde luego, Joe Jonas sabía cómo hacer que una mujer se sintiera
especial.
Pero estaba sacando demasiadas conclusiones.
¿Quién
había dicho que ella tuviera nada que ver con sus planes? Después de
todo, él le estaba haciendo un favor llevándola en coche a Juneport.
Pero a ____________ no le apetecía nada tomar una carretera llena de curvas.
San
Francisco seguía siendo una ciudad tan abarrotada como ____________ la
recordaba. Algunas zonas de la ciudad eran encantadoras, pero en general
era como cualquier otra gran ciudad, con sus lugares buenos y malos.
Miles de coches llenaban las estrechas calles y tenían que parar en todos los semáforos.
Joe murmuró algo sobre que no debería haber dejado de fumar y miró fugazmente a ____________.
A ella no parecía importarle el tráfico. Tenía la ventanilla bajada y la cabeza fuera del coche.
Desde luego, disfrutaba de la brisa del mar y del ruido de gente a su alrededor.
Joe
sonrió al verla. Era difícil sentirse frustrado al ver como
____________ disfrutaba de todo. Podía ser un incordio para su
autocontrol, pero era muy agradable de mirar.
Un coche paró a su lado en un semáforo.
—Hola, preciosa —dijo una voz masculina.
Joe se puso tenso y adelantó el coche unos centímetros, pero el hombre hizo lo mismo.
—Hola —dijo ____________.
¿Por qué lo saludaba con tanta simpatía?, se preguntaba Joe, irritado.
—¿Vas a estar mucho tiempo en la ciudad?
—No. Sólo estoy de paso.
Pero,
¿en qué estaba pensando aquel tipo? ¿Es que no lo veía sentado a su
lado? Podría ser su marido y, él, flirteando como un loco.
Soltando el freno, Joe adelantó un poco más el coche, esperando alejar a ____________ de aquel papanatas.
Pero no tuvo suerte.
—¿Te apetece tomar una taza de café?
Joe miró al hombre con cara de asesino, pero el tipo solo tenía ojos para ella.
—No creo que pueda. Pero gracias —sonrió ____________.
Joe se inclinó hacia delante para ver al Romeo de pacotilla en su BMW descapotable.
—«Muchas» gracias —repitió Joe sarcástico, mirándolo con tal furia que debería haberlo asesinado allí mismo.
Aún así, el tipo tuvo la cara de ignorarlo y guiñar un ojo a ____________.
—Disfruta del viaje, guapa —le dijo, antes de que Joe cambiara de carril.
—Estaba flirteando conmigo —dijo ____________, riendo.
—Ya me he dado cuenta —dijo él. ¿Por qué parecía ella tan sorprendida? —se preguntaba. ¿Es que no se había mirado al espejo?
—Qué bien.
—Sí, genial —replicó él, quitándose las gafas de un manotazo—. Oye, ____________, ese tío podría haber sido un psicópata.
—¿No
eres un poquito paranoico? —rió ella. Al hacerlo, sus rizos se movían
como si estuvieran bailando alrededor de su cara—. Relájate, Joe.
Sólo estaba ligando. Conmigo.
—Sí. Pero yo estaba sentado a tu lado –gruñó él—. Ese tío era un imbécil.
Cansado de la conversación y preocupado por su propia reacción, Joe se concentró en el coche que había delante.
¿Qué
le importaba a él que un extraño quisiera flirtear con ____________?,
se preguntaba. ¿Y por qué le molestaba tanto que ella le hubiera
sonreído?
¿Y por qué estaba pensando en eso?
____________ volvió a
sacar la cabeza por la ventanilla cuando llegaron al Golden Gate.
____________ se daba cuenta de que ella estaba feliz y un poco de la
tensión desapareció. Le gustaba verla feliz. No sabía por qué, pero le
gustaba.
Poco después estaban sobre el puente y el océano Pacífico se
extendía frente a ellos. Los cables de acero se movían con la brisa y
la ciudad brillaba bajo el sol.
—¿No es precioso? —susurró ella,
sin dejar de mirar por la ventanilla. Él siguió su mirada y vio los
barquitos que había sobre el agua, como joyas de colores que alguien
había lanzado al mar—.
Cuando éramos pequeños, mi padre solía contarnos a Meg y a mí que Godzilla vivía aquí, en la bahía de San Francisco.
—¿Godzilla? —rió él.
—Sí
—contestó ella, dándose la vuelta con una sonrisa que lo dejo sin
aliento—. Y lo más importante, a Godzilla le gustaba el color rojo y
siempre estaba buscando coches de ese color.
—Si no recuerdo mal, tus padres tenían un coche rojo.
—Sí
—rió ella—. Mi padre nos ponía a vigilar a Meg y a mí por si vería
Godzilla y las dos nos quedábamos pegadas a la ventanilla mientras
cruzábamos el puente.
—¿Os daba miedo?
—Un poco. Pero lo que de
verdad queríamos era ver a Godzilla —rió ella, apartándose el pelo de la
cara—. Siempre era divertido viajar con mis padres y mi hermana.
Vacaciones familiares. La clase de viaje que él no volvería a
experimentar. Una punzada de dolor lo sorprendió.
—Probablemente, Meg le cuenta a sus hijos la misma historia —susurró él.
—Sí —dijo ____________, con tristeza.
Joe
la dejó a solas con sus pensamientos. Él tenía los suyos de los que
ocuparse. Como qué iba a hacer con sus fantasías sobre ____________
Hall.
Tenía que encontrar una forma de terminar con aquello.
____________ Hall no era una mujer para una noche. Y él no era el tipo
de hombre hecho para el matrimonio.
¿O no era así?
—¡Joe! —Exclamó ella unas horas más tarde—. ¡Para el coche!
Joe
se dio cuenta de que estaba muy pálida y paró en el arcén, asustado.
____________ se bajó del coche de un salto y él la siguió.
Cuando
llegó a su lado, estaba inclinada sobre una enorme piedra que parecía
haber estado allí desde el principio de los tiempos.
—¿Te encuentras bien? —preguntó, intentando tomarla del brazo, pero ella se lo impidió con un gesto.
—Lo estaré dentro de poco —susurró ella, con más confianza de la que garantizaba su expresión.
—¿Te sigues mareando en los coches? —preguntó él entonces, recordando que le ocurría de pequeña.
—Eso parece.
—¿Por qué no me lo has dicho?
—¿Para qué?
—¿Por qué has querido ir a Juneport en coche si te sigues mareando?
—Me dan miedo los aviones y no me gustan los trenes. ¿Qué le voy a hacer?
—¡Por Dios bendito, ____________! Si me lo hubieras recordado, habría tomado la autopista.
—¿No podríamos discutir más tarde? Ahora no me encuentro muy bien, Joe.
Joe se sentía como un auténtico imbécil.
Nada mejor que gritarle a alguien que está a punto de vomitar.
Bueno,
aquél iba a ser un viaje divertido. Él, angustiado por una tensión
sexual que no podía evitar y ella con la cabeza fuera de la ventanilla.
Pararían
en la próxima tienda para comprar Biodramina, se decía. Y por la
expresión de ____________, cuatro o cinco cajas serían suficientes.
—Respira hondo. Toma aire por la nariz y expúlsalo por la boca.
—Sí, mi capitán —murmuró ella, inclinándose hacia adelante.
—No quería darte ordenes —se disculpó Joe.
—Supongo que estás acostumbrado a darlas.
—Es parte del trabajo —asintió él, poniendo la mano sobre su espalda—. Pero intento no hacerlo con los amigos.
—Y yo te lo agradezco —dijo ella, incorporándose.
—¿Mejor? —preguntó Joe, estudiando su cara.
—Un poco, sí —contestó ____________, respirando la brisa del mar que llegaba hasta la carretera.
Joe
la miró. Tenía los ojos cerrados y los labios y entreabiertos, como si
esperase un beso. El viento movía su pelo con abandono y tuvo que
meterse las manos en los bolsillos para no tocarlo.
Varios coches
pasaron a su lado en la carretera, perdiéndose entre las curvas a una
velocidad aterradora. Pero ____________ no les prestaba la menor
atención. Pasaron varios segundos más antes de que abriera los ojos.
—Bueno, ya estoy preparada —sonrió.
—Pararemos para comprar Biodramina.
—Estupendo. Ayer me tomé las dos últimas.
—O podemos volver para tomar la autopista.
____________
volvió la cabeza para admirar el agreste y hermoso paisaje. Las olas
chocaban contra el acantilado y el aire del mar les llevaba algunas
gotas de agua, que brillaban como diamantes. Las gaviotas volaban sobre
sus cabezas y las nubes apenas escondían un cielo tan azul que era
doloroso mirarlo.
—No —dijo ella por fin—. Prefiero ir por la carretera.
—¿Estás segura?
—Sí. Pero vamos a buscar la Biodramina.
—De
acuerdo —sonrió él, tomando su mano para llevarla al coche. Cuando
estuvo dentro, cerró la puerta y se apoyó en ella—. Hasta entonces,
mantendremos tu mente ocupada para que no puedas pensar en tu estómago.
—¿Y cómo haremos eso?
—Aún no hemos decidido cómo será tu príncipe azul, ¿no?
La cara de ____________ se iluminó. Pero Joe estaba seguro de que la sonrisa iba dedicada a su hombre imaginario.
—Tienes razón.
—Pregúntale a mis tropas —rió él, dando la vuelta al coche—. Ellos te dirán que normalmente, la tengo.
___________ intentaba no pensar en las curvas o en el acantilado que había al otro lado.
—Muy
bien —dijo por fin, observando cómo Joe volvía a entrar en la carretera
con la destreza de un piloto profesional—. Tendremos que empezar por su
nombre. He decidido que se llamará Brad. ¿Qué te parece?
—¿Brad?
—Es un nombre bonito. Además, todo el mundo pensara en Brad Pitt.
—Es un nombre ridículo —dijo él.
—No lo es. Y Brad Pitt no es ridículo en absoluto.
—Muy bien. Es tu novio. Si a ti te gusta…
—Exactamente
—dijo ella, sujetándose al asiento mientras Joe tomaba una curva
difícil—. El siguiente problema es qué hace mi novio para ganarse la
vida.
—¿No es millonario? —preguntó Joe, con cierto sarcasmo.
—No
—contestó ella—. Aunque no me gusta admitir esto, a la mayoría de las
mujeres le gustan los hombres con uniforme. Y como quiero que mis
compañeros se mueran de envidia, he decidido que Brad es marine —dijo
ella. Una sonrisa de triunfo iluminó la cara de Joe—. Y además, piloto
—añadió. La sonrisa se borró de la cara del hombre.
—Los pilotos son unos presumidos, ____________.
—De eso nada. ¿Es que no has visto Top Gun?
Joe
hizo un gesto irónico—. Los Ángeles Azules… —empezó a recordar
____________. El verano anterior había asistido a un espectáculo aéreo y
se había quedado boquiabierta con las proezas de los pilotos.
—Unos presumidos —insistía él, encogiendo sus anchísimos hombros.
—¿Detecto una nota de envidia en tu voz?
—En absoluto —replicó él, tomando una curva a demasiada velocidad.
—Ay… —musitó ____________, poniéndose la mano en la boca.
—Perdona.
—No te preocupes —dijo ella, intentando olvidar sus náuseas—. Háblame. Dijiste que me ayudarías a no marearme.
—De acuerdo —asintió Joe, apretando el volante—. Te ayudaré. Pero un piloto…
—¿Por
qué no? —preguntó ella—. A las mujeres les encantan los pilotos y todos
los hombres quieren serlo. Es perfecto. Recuerda que quiero que mis
compañeros vean a una nueva ____________. Y un piloto es lo mejor para
dejarlos helados.
—Por favor, ____________ —dijo él, claramente
disgustado—. ¿No me digas que te crees esas fantasías sobre los pilotos?
Cualquier marine es mejor que uno de esos imbéciles.
—Por supuesto, tú eres completamente imparcial en el asunto.
—Pues
sí. Es la verdad —insistió él, mirándola—. Es fácil ver las cosas desde
treinta mil pies de altura. Lo que es difícil es estar frente a frente
con el enemigo —añadió. El brillo en los ojos verdes de Joe hacía que
____________ sintiera un escalofrío en la espalda. Mirando aquella
mandíbula cuadrada y los músculos de su antebrazo, ____________ estaba
decidida a aceptar la derrota. No había ningún piloto que pudiera
compararse con Joe Jonas—. ¿Por qué te importa tanto lo que piense una
gente a la que no has visto en diez años?
—Tú no lo entenderías
—contestó ella. Nadie que no hubiera sido un bicho raro entendería
aquello. Y menos que nadie, Joe. «Mister Popularidad».
—Inténtalo.
—He
vivido toda mi vida sintiendo que no era suficientemente buena en nada
—explicó ella por fin—. En el colegio, en el instituto, en la
universidad. No parecía pegar en ningún sitio. Cuando no me ignoraban,
les daba pena.
—Por favor, ____________, no sigas. Eso fue hace años
—murmuró él, incómodo—. Ahora eres una mujer diferente. Has crecido,
tienes éxito, eres guapísima. ¿Qué importa el pasado?
—El pasado
importa porque es lo que da forma al futuro —replicó ella—. Yo no puedo
cambiar el pasado, aunque me gustaría, pero puedo cambiar la percepción
que la gente tiene de mí.
—¿Y necesitas inventarte un hombre para eso?
—¡Sí, maldita sea!
Aunque
fuera por una vez en su vida, quería ser la chica de la que todo el
mundo hablara. Quería ser el centro de atención y el objeto de envidia
de todo el mundo. Sólo por una vez, ____________ quería sentirse
importante en Juneport. Y Brad iba a ayudarla a conseguirlo.
jonatic&diectioner
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
Me fascina esta novela. Soy nueva lectora, y ya me considero fan :D tenes que seguirla pronto!
Gabbygabb
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
SUPER LOS CAPSS
ME ENCANTA JOE
TAN LINDO Y NO ADMITE QUE LE GUSTA HAHA
ME ENCANTA JOE
TAN LINDO Y NO ADMITE QUE LE GUSTA HAHA
berenice_89
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
a Joe le gusta la rayis! :d me encanta la nove
y el cap siguela :D
y el cap siguela :D
☎ Jimena Horan ♥
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
|
jonatic&diectioner
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
What?? :evil:
como la dejas hay!!!
dios mujer, nooooooo...
tienes que seguirlaaaaaa.... pronto...
porfaaaaaa....
animos sigueeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce: :bounce:
como la dejas hay!!!
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@ntonella
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
oH que pasara en el paseo como la dejas
asi nos dejas shock: haha
siguelaaa pronto :D
asi nos dejas shock: haha
siguelaaa pronto :D
☎ Jimena Horan ♥
Re: Un falso novio Joe y tu TERMINADA
Hola Soy Nueva y Fiel Lectora!!
OMJ no tienes idea de cuanto me ha gustado
La nove y ahhhh la has dejado en la mejor parte
Plis te lo ruego Siguela ya!!!
NECESITO MAS CAPS!!
OMJ no tienes idea de cuanto me ha gustado
La nove y ahhhh la has dejado en la mejor parte
Plis te lo ruego Siguela ya!!!
NECESITO MAS CAPS!!
Karli Jonas
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