Killer for Love [Terminada]

La boda era inminente. Killenton pensaba en mil y un planes pero en todos había mucha sangre y heridos, incluso cuestionó la idea de que ese herido fuera a ser él mismo. Él trataba de pensar racionalmente y no impulsivamente, idear estrategias psicológicas, de manipulación y no violentas, pero parecía que una especie de demonio sediento de sangre lo poseía y era el autor de los bocetos llenos de muerte.
–Killenton, piensa con claridad –se repetía y entendía que sólo debía enfocar nítidamente una sonrisa de Luciana que fuera dedicada a él en particular para poder ser un poco menos sangriento… o en otras palabras, ser un poco menos Kill y un poco más Bill.
De tanto espiar e idear, ya había hecho horarios. Ya sabía a qué hora visitaba Sir Hutcherson a Luciana, a qué horas el señor Andarcia trabajaba dentro de la casa, a qué horas salía de paseo con su perro San Bernardo, qué días iba de caza o qué días escogía para salir con su esposa e hija, o qué día se quedaba Luciana sola como una ostra en el castillo de piedra… así como le sucedía cuando era una niña, la diferencia es que ahora como es mayor no dejan a nadie a su cuidado y la invasión no sería perceptible por otro par de ojos ajenos a los de ella.
Killenton se escurrió por la cerca cuando vio el carruaje alejarse y se fue hasta el patio trasero, donde está el columpio y allí la encontró.
–Buenos días, señorita Luciana Andarcia.
–¡Oh! –se sobresaltó ella, pues no lo vio venir. –Me ha asustado. Buenos días, señor Killenton Bourg. ¿Qué lo trae por acá?
–Quería visitarla, me entiende, saber de usted, señorita Andarcia, antes de que pase a ser la señora de Hutcherson.
–Ni lo mencione –giró su vista y retomó el descanso en el columpio.
–Está bien. –Hubo un momento de silencio mientras Kill pensaba en cómo abordar la situación del escape con Luciana. –Pero me pregunto: ¿qué hace Sir Hutcherson para que usted, mi hermosa dama, se sienta tan infeliz?
–Exactamente lo contrario a esto. Él nunca es capaz de decirme cuán hermosa me veo o cuán desastrosa soy. Usted es muy honesto y eso vale mucho para mí. En buenas y malas, tiene que ser sincero conmigo y eso no lo tiene él. Si bien él es todo un caballero, no es perfecto porque para mí tiene que ser más imperfecto para poder amarlo con sensatez. Además, odio el que sea tan desesperadamente posesivo.
–Sí, eso último lo noté el día que me lo presentó. Pero creo que yo soy tan posesivo como él con lo que amo.
–Y tendría sus razones, de seguro. De usted no me importaría ser solo suya –dijo ella casi como un susurro y se ocultó tras el abanico que siempre llevaba con ella y era el confidente de sus vergüenzas y rubores.
–Creo que su problema radica en que no quiere algo arreglado. Hubiera preferido casarse con él si hubiera sido usted la que se enamoró perdidamente y luchó por que le correspondiera; así ambos anhelarían casarse. No esta forma preparada por su padre y que las ganancias que Sir Hutcherson le puede ofrecer tampoco intervinieran.
–Desde luego que tiene razón. ¿Por qué me conoce tanto? –dejó de mirar la cara de Kill y miraba el suelo.
–Porque… –dudó, se sentó junto a ella y tomó la mano de Luciana que descansaba en su rodilla. Meditó sobre si decirlo o aguardar más tiempo el secreto pero concluyó que no importaba realmente, mientras más pronto, todo sería más fácil. –Yo soy Bill. ¿Te acuerdas de mí? –ella no rechazó el toque de manos en un principio pero al escuchar la palabra Bill, en un reflejo, se soltó y miraba con confusión la máscara del hombre.
–¿Bill? ¿Billenton? –dijo ella casi sin habla y él asintió. –Pero, qué… Billenton, claro que me acuerdo de ti. ¡Cuánto te he extrañado! –se lanzó a los brazos de él y ambos se abrazaron con mucha fuerza y cariño.
–No creí que te recordaras.
–Pues claro que sí, desde el momento de tu partida. ¿Pero qué te pasó? Tú no lucías así –tocó la máscara y él suspiró, pensando en sí debería ir con mentiras o con la verdad en el pecho.
–Soy malo –finalmente dijo él–, Luciana. Soy un asesino y por ello estoy así.
–No seas tonto. Tú eres la persona más dulce que he conocido.
–Obviamente no estuviste conmigo durante mi adolescencia. Luciana, te juro que no soy el mismo. He matado para poder llegar aquí contigo.
–Es una broma.
–¡Te dije que lo juro! –levantó el tono de voz, exasperado.
–¿Has hecho cosas malas por mí? –dijo ella, asustada.
–Sí, todo por llegar hasta ti. Pero te suplico que no me temas. Jamás te haría daño.
–No sé si sentirme agradecida, asqueada u horrorizada…
–No sientas nada, solo ven conmigo. Huyamos de todo esto. Vamos a otra isla y todo estará bien. ¿Por qué no, América?
–¿América? No lo sé, todo parece tan ridículo e idílico que no sé –ella parecía confundida. –Bill, ¿puedo llamarte así?
–Por supuesto –tomó las dos manos de ella con la única real de él.
–¿Y, me dejarías ver tras la máscara?

Kill la miraba indeciso hasta que soltó sus manos y cerró el ojo que tenía a la vista. Ella entendió este gesto como un “adelante” tácito, así que muy despacio acercó sus manos a un lado de su rostro y la fue retirando cuidadosamente. Se encontró con una piel destruida y muy rosada, llena de cicatrices espantosas. También quitó el parche que cubría el ojo y este se encontraba caído y hundido, estaba perdido por completo. La nariz estaba bastante bien en comparación con el resto, en especial sus labios que estaban deformados y arrugados. Ella tocaba la piel con temor de no hacerle daño y con esa sensación, Kill tremolaba de miedo y satisfacción.
–Bill, aunque odies lo que te voy a decir lo haré; eres el hombre más hermoso que he visto en mi vida. Siempre te he amado y lo seguiré haciendo hasta el final de mis días, no importa cuán deteriorado estés, para mis ojos siempre serás el chico encantador de catorce años que me contaba historias de princesas y guerreros.
–Las recuerdas –dijo con un tono más grave del normal por tener ese nudo en la garganta.
–Toda mi vida…
Ella acunó entre sus manos el rostro desfigurado de Kill y lo acercó a ella, quien tenía los labios entreabiertos. No le importaba mucho lo que Kill pudiera pensar, su prometido, su padre o cualquier otro miembro de la alta sociedad que desaprobarían categóricamente y sin chistar estos actos. Ella unió sus cremosos y sedosos labios con los arrugados y deformes de su Bill en un beso que si bien podría describirse su sabor como rosas y corteza de árbol, sabía más bien a la dulzura del regaliz. Él se sentía muy dichoso al ser besado por primera vez luego de mucho tiempo y sobre todo porque era su primer amor verdadero quien lo estaba besando.
–Bill, debes pensar que soy una mujer fácil pero debo confesarte que este es mi primer beso. Tengo veintiún años y dos de noviazgo con Sir Hutcherson y nunca había sido besada. Siempre he rehuido a eso.
–No tengo palabras para eso, pero sí gestos –y se acercó más a ella, la tomó por la cintura y el beso se prolongó un rato considerable. Los labios de Luciana estaban rojizos y prominentes al separarse ella para hacerla una propuesta incitante.
–¿Me acompañarías, Billy? –preguntó Luciana, apeándose y sujetando la mano de Kill.
–Claro –y la acompañó en su andar tan rápido como su pie se lo permitía.
Caminaron hasta una de las entradas del castillo y se introdujeron en él. Ella lo llevó hasta una escalinata de caracol que él recordó como la que llevaba a la recamara de ella, en el ala este. Llegaron a ese punto que Kill recordaba perfectamente. La puerta de madera con picaporte de bronce que protegía la habitación de Luciana. Amos entraron a ella y comenzaron una danza sensual sin necesidad de música o del bastón de Kill.
Él la besaba y acariciaba, ella hacía lo mismo y sacaba la camisa de él. Kill se sacó el garfio y quedó con el muñón al descubierto. Poco a poco ambos quedaron sin vestiduras, dispuestos para entregarse el uno al otro. Al recostarse en la cama no fueron necesarias palabras, sus cuerpos hablaban e indicaban qué hacer por si solos.
Como si lo hubieran hecho toda la vida, se unieron y sellaron este amor en la habitación de piedra de pizarra.
–Te amo, Luciana –exhaló Kill.
–Y yo a ti te amo aún más –dijo con firmeza ella. –Pero la dicha se nos va a acabar pronto. Mis padres deben estar próximos a llegar y deberás marcharte. Juro que no me casaré con Sir Hutcherson y escaparé contigo… solo dame tiempo para organizar todo acá, ¿sí?
–Está bien –y Killenton comenzó a vestirse y dejó a una extasiada Luciana en su lecho, fantaseando en lo maravilloso que puede ser un beso, en lo fabuloso que es entregarse al hombre que más se ha amado toda la vida.
Fue tal el estado casi comatoso de felicidad que había dejado sembrado Kill en Luciana que este fue su condena. Ni un alma presenció visualmente el acto de amor o escuchó algo revelador, pero por ser el señor Andarcia un hombre con mucha astucia, sin mucha maña descubrió que su a adorada Luciana le habían hecho algo que ameritaba castigo.
Luciana estaba cantando una de las canciones que Bill le enseñó cuando niños. Canciones que parecían estar sepultadas por los años, así que su padre la llamó al despacho y al pisar el umbral le descubrió un hematoma que empezaba a florecer justo por encima de su corsé, en su seno derecho.
–¿Qué te ocurre?
–Nada. Soy feliz porque falta poco para casarme –dijo Luciana luego de pasársele esa estupenda idea.
–¿Y ese hematoma? –señaló su pecho.

En ese momento ella quería aparentar indignación por su padre por estar viendo ese sector privado de su cuerpo, pero los nervios de haber sido descubierta eran más poderosos y su padre se puso en andas.
A grandes zancadas, llegó hasta su habitación y ordenó una experticia exhaustiva en la recamara donde se encontraba la cama desacomodada, y aunque no revelaba nada, más a fondo descubrieron el corsé azul celeste que llevaba puesto esa mañana con un lazo roto que marcaba violencia y arrebato. Considerando que era costoso y lo delicada que era Luciana, era obvio que no fue ella quien se lo desprendió del cuerpo.
En el piso había una alabarda con un grabado en letra cursiva que decía “Killenton Bourg”, más que suficiente para encontrar causa y responsable de los acontecimientos.
–¡Ese desgraciado! –exclamó enfurecido su padre.
–No lo trates así –intervino Luciana.
–¿Cómo más quieres que lo trate? Mira lo que te ha hecho…
–Pero es lo que yo quería –dijo ella con voz débil.
–¡Una zorra es la que tengo por hija! –y el señor Andarcia le abofeteó.
–¡Padre! Yo lo amo –gritó ella en súplica pero él ya se retiraba de la habitación.
Cuando al fin lo localiza, estaba su padre con las tarjetas de invitación de la boda en su despacho. Las estaba rayando y modificando con la pluma.
–¿Qué haces? –preguntó ella.
–Adelantando la boda para pasado mañana. Ahora le pediré a mis sirvientes que me lleven a la mansión de Sir Hutcherson para notificarle y que las repartan a los invitados, y por cierto, le hice una a Killenton…
–Padre, ¿acaso no entiendes que no amo a Sir Hutcherson si no a Billenton?
–Billenton no existe, en cualquier caso.
–Claro que sí. Es a quién realmente he amado toda mi vida y es quien vino a rescatarme.
El padre de ella meditó un momento en cómo abordaría el asunto pero fue claro y directo –¡Qué ingenua! ¿No sabías que ahora es Killenton y no Billenton, porque es un maldito asesino?
–Sí lo sé, y también sé el por qué. Ha sido por el amor que siente hacia mí.
–¿Y tú le crees? –dice con ironía.
–Pues claro, padre.
–No entiendes que así como mató a sus padres puede aplastar tu vida igualmente. Es un hombre peligroso e inestable.
–¿Y qué más te da que me mate? Después de todo, poco debo importarte porque me casarás en contra de mi amor propio y de mis querencias… tú serás quién primero mate mi alma –sentenció Luciana.
–Desagradecida. ¿Nunca entenderás que Sir Hutcherson es lo mejor que pudo aparecer en esta familia? ¿En tu vida?
–No. Porque él es lo mejor para tú beneficio. Yo no codicio, yo amo.
–Pero el amor no da de comer.
–Pero te hace bien…
–Nunca acabaremos esta discusión con un ganador unánime. Entonces es mi última palabra que te casarás pasado mañana con Sir Hutcherson y nunca le hablarás de esto a él y, si él complace un supuesto capricho tuyo, se irán a vivir a Inglaterra de donde es originaria su familia –el padre de Luciana salió de la habitación, aparentando serenidad que ella volvió a interrumpir.
–¿Qué pasaría si se enterase? Ya sabes, que me acosté con Bill… –ella dijo saboreando a propósito su labio inferior y el padre de ella evitó una bocanada de su estómago por el asco que esto le producía.
–Evidentemente no aceptaría casarse con una mujer adúltera.
–Entonces le diré ahora mismo.
–Eso no lo harás…
Y de nuevo una candente discusión se instaló en la habitación, esta se terminó con una potente bofetada que dejó marcados todos los dedos del señor Andarcia en la mejilla blanquísima de Luciana.