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Tentación y Seduccion I y II temporada Joe Jonas & Tu (TERMINADA)

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Mensaje por DanieladeJonas Mar 26 Jun 2012, 9:14 pm

solo tengo tres palabras... que rayos paso?!!!
osea estaba toda enojada queriendo matar a la rayis...
debio decir que sii!! bueno si la entiendo un poco pero aghh!!
y luego me quede con cara de OMG!!
que onda con Joe?
literalmente casi se traga a la rayis!!
pero que paso? por que perdio el control asi?
ademas esta lo de que se quieren vengar de la muerte de Deborah!!
tienes que seguirla pronto plis!!!
DanieladeJonas
DanieladeJonas


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Tentación y Seduccion I y II temporada  Joe Jonas & Tu (TERMINADA) - Página 34 Empty Re: Tentación y Seduccion I y II temporada Joe Jonas & Tu (TERMINADA)

Mensaje por DanieladeJonas Mar 26 Jun 2012, 9:15 pm

yeaaa pase de pagina :bounce:
siguela :D
DanieladeJonas
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Tentación y Seduccion I y II temporada  Joe Jonas & Tu (TERMINADA) - Página 34 Empty Re: Tentación y Seduccion I y II temporada Joe Jonas & Tu (TERMINADA)

Mensaje por andreita Miér 27 Jun 2012, 7:29 am

ayyy no la rayis es tonta yo le hubiera dichoq ue si a joe mil veces :)

sigue
andreita
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Tentación y Seduccion I y II temporada  Joe Jonas & Tu (TERMINADA) - Página 34 Empty Re: Tentación y Seduccion I y II temporada Joe Jonas & Tu (TERMINADA)

Mensaje por chelis Miér 27 Jun 2012, 3:05 pm

AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHH!!!
PEROOOO POR QUUEEE NO LO ACEPTOOOOOOOO!!!?????
AAAIIII ES EL SUEÑO DE TOOODAAASSSS!!!!....
PEROOOO... AAAARGGGGG!!!!!!
Y SIGOOOOO DICIENDOOOO UE JOEEEE A CAMBIADOOOOO!!!
AAAII SE QUE YA NO ES EL MISMOOOOO
PORFIISS PON MAAAASSS
chelis
chelis


http://www.twitter.com/chelis960

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Tentación y Seduccion I y II temporada  Joe Jonas & Tu (TERMINADA) - Página 34 Empty Re: Tentación y Seduccion I y II temporada Joe Jonas & Tu (TERMINADA)

Mensaje por andreita Vie 29 Jun 2012, 6:57 am

:(
andreita
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Tentación y Seduccion I y II temporada  Joe Jonas & Tu (TERMINADA) - Página 34 Empty Re: Tentación y Seduccion I y II temporada Joe Jonas & Tu (TERMINADA)

Mensaje por chelis Vie 29 Jun 2012, 4:53 pm

:D
chelis
chelis


http://www.twitter.com/chelis960

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Tentación y Seduccion I y II temporada  Joe Jonas & Tu (TERMINADA) - Página 34 Empty Re: Tentación y Seduccion I y II temporada Joe Jonas & Tu (TERMINADA)

Mensaje por ElitzJb Vie 29 Jun 2012, 7:17 pm

Segunda Parte

Ladrón


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–Créeme, lo intenté, pero se escapó, es bastante hábil –refutó ella.
Nina sonriendo ampliamente tomó su bolso de mano y salió taconeando por la puerta.
–¡Hola! –me saludó Alan, su voz sonó a mis espaldas sobresaltándome. No lo esperaba.
–Hola –me volví hacia él casi pálida.
Alan soltó una carcajada. ¡Puaj! ¡Como me cabreaba que se rieran de mí!
–¿Te asusté? ¡Tu cara era encantadora! –se burló él.
Froté mis ojos hasta verlo todo rojo.
–¿Dónde está Joe? –le pregunté.
–Ha salido anoche y no ha vuelto desde entonces –respondió Alan.
Él cerró la boca rápidamente, olfateó el aire, patidifuso. Se acercó más hacia mí y apartó mi cabello largo que se derramaba en mis hombros como una cascada. Con un dedo giró mi rostro un poco y observó mi cuello fingiendo ademán de dolor al advertir las marcas de la mordida.
–¡Ouch! –dijo él–. Joe ha sido un poco salvaje, debería tener más cuidado. Eso no se ve nada bien.
–No quiso hacerlo –lo defendí.
–Lo sé –asintió él mirando la herida–. Joe nunca te lastimaría intencionalmente.
Contrariado Alan buscó una lata de cerveza y volvió conmigo.
–Deberíamos comprar una consola de Xbox o PlayStation, algunos días son realmente aburridos acá –propuso Alan y alargó la mano para ofrecerme un trago de su cerveza–. ¿Quieres?
Negué con la cabeza y él suspiró.
–¿Qué sucede? –le pregunté debido a la evidente nota de ostracismo en su suspiro.
–Joe tiene mucha suerte –dijo él aproximándose para rodear mis hombros con su brazo.
–¿La tiene? ¿Por qué? –pregunté sin saber de lo que hablaba.
–La tiene. Por tener a una chica como tú a su lado –dijo–. Si ustedes no estuvieran enamorados podrías gustarme realmente mucho.
Arqueé una ceja, estupefacta.
Era como si él estuviera coqueteándome. La sonrisa en su rostro era astuta.
–Estás diciéndome que…
–Estoy diciendo que cualquiera podría enamorarse de ti, eres atractiva, atrevida y hermosa. Ciertamente muy hermosa –siguió y de pronto sujetó mi barbilla entre sus dedos.
No pienses, no pienses, ________. Me repetí a mí misma en la mente.
Él podía saber lo que yo pensaba y él estaba aguantando una carcajada.
–¿Cualquiera podría enamorarse de mí, huh? –repetí como pregunta. ¿Eso qué quería decir?
Él acercó mi rostro al suyo sujetando mi barbilla, aumentó mi nerviosismo y sin demora me besó en la mejilla de manera tierna y afectuosa. Solté aire, aliviada. Realmente había creído que me besaría, digo, en los labios, pero Alan no era de esos tipos, él era nada más mi amigo, y él no traicionaría a sus amigos, me refiero a Joe.
–No, no lo haría –respondió a mis pensamientos. Aún me rodeaba los hombros con su brazo permitiendo una cercana distancia entre ambos–. Tú me conoces, ________.
La estancia se inundó del aroma de Joe, esa imponente y masculina fragancia de su perfume y su jabón podía sacudirme el corazón.
Cuando lo vi su rostro llevaba una sonrisa fingida, perversa y encrespada. Caminó lentamente hacia Alan y hacia mí. Joe apretaba sus dientes y atisbó a Alan con los ojos entrecerrados. De manera inesperada Joseph cerró sus puños en la camisa de Alan, lo alzó del suelo y azotó su cuerpo contra la pared. La espalda de Alan hizo un estruendo atronador al impactar contra el muro. Alan gimió de dolor.
–¿Qué estás haciendo con ella, Alan? –gruñó Joe con la voz envuelta en furia. Él aún sostenía a Alan a lo alto, sus rostros estaban tan cerca que podrían haberse besado.
Alan jadeó, su rostro tenía una expresión de dolor.
–Joe, hermano –gruñó difícilmente Alan–. No he hecho nada, jamás te traicionaría, lo sabes.
Joe se paralizó, parecía estar viéndose a sí mismo. Le echó una ojeada de arrepentimiento a su amigo y lo dejó caer soltando la camisa de sus puños. Alan cayó sobre sus pies en el piso de mármol.
–Lo siento –se disculpó en seguida Joe. Nuevamente vi en sus ojos ese torbellino de angustia y remordimiento–. De verdad, lo siento, Alan. No sé lo que me pasó, yo confío en ti. Tú no la tocarías.
Con los ojos abiertos de par en par y atónita miré a ese par de chicos.
–¿Qué fue todo eso? –balbuceé boquiabierta–. Y Joe, ¿dónde estuviste toda la noche?
Él ignoró la primera pregunta y respondió a la segunda.
–Estuve buscando un empleo –su tonalidad era sublevada–. A partir de ahora trabajo para un sujeto que me pagará muy bien.
La mirada de Alan estaba colmada de duda. Permanecí de pie con mis ojos puestos en Joe.
Qué estaba mal con él? Me sentí tentada a abrazarlo, solamente con mirar su cuerpo tenía la necesidad de meterme entre sus brazos, trepar encima de él y devorar sus labios. Él me miró por última vez y me dio la espalda para marcharse. Cuando sus pasos dejaron de escucharse Alan masculló algo que no alcancé a oír.
–Él está cambiando –lo oí concluir y el sonido del llamado de la puerta corto su hilo de voz.
Sin decir una palabra más Alan colocó su cerveza en la mesa de café y se encaminó a abrir la puerta. Bebí un trago de su cerveza, realmente no sabía tan bien. O realmente sabía muy mal.
–Alan –oí atentamente una voz grave del lado de afuera de la puerta. Una voz soberbia, masculina, severa y paralizante llamando a Alan por su nombre.
Me giré a mirar a Alan, su rostro había perdido color, ahora se veía ligeramente verde. Nunca, jamás, en la vida había visto a ese chico tan pálido. Su rostro estaba bañado de horror.
–¿Padre? –balbuceó él.
Estuve a punto de escupir el trago de cerveza, pero en lugar de eso lo tragué con dificultad. ¿Su padre?
Un hombre joven dio un paso hacia adelante entrando en el recibidor, era muy semejante a Alan, con risos en su cabello, debía estar a finales de los veinte años. Sus ojos eran cafés, sus labios iguales a los de su hijo, era tan bien parecido como Alan, tenía la espalda ancha, los músculos bien moldeados y la mirada más maligna que yo jamás hubiera visto.
–¿Qué pasa, hijo? ¿Ya no me reconoces? –dijo el tipo con tonalidad siniestra–. Estuve buscándote todos estos años, hijo mío. Por suerte he recibido un llamado del más joven de los Ravenwood. Edmond me ha revelado tu ubicación y he venido por ti.
–Edmond es una sabandija, mataré a ese pequeño gusano la próxima vez que se cruce en mi camino –gruñó Alan por lo bajo hablándose a sí mismo–. No iré a ninguna parte contigo, padre. Sé que no has estado buscándome, no soy idiota, me hubieras encontrado el mismo día que escapé si de verdad te hubiera interesado. Seamos realistas, tú no me quieres, no sé por qué estás aquí, pero no pienses que volveré con ustedes.
El rostro de ese hombre era rígido, y tras las palabras de su hijo había fruncido el ceño con verdadero odio.
–Alan Christopher Black. No me hables con ese tono –dijo el padre–. ¿Cómo crees que un padre no pudiera querer a su hijo? –el hombre se aproximó hacia Alan mientras que él retrocedía al mismo tiempo–. Eres mi hijo, por supuesto que estuve buscándote, y por supuesto que te quiero, te amo. No trates de ridiculizarme frente a tus amigos –yo había estado tan anonadada viendo semejante escena familiar que ni siquiera había notado que Nina, Adolph y Joe se encontraban en la misma habitación–. Un padre debe estar con sus hijos, ¿no crees? –pausó un segundo–. Con todos sus hijos.
–No –negó Alan retando a su padre–. No sé qué es lo que yo tengo, pero tú me has repudiado y despreciado desde que tengo uso de razón –había una amarga nota de dolor en la tonalidad de Alan.
Adolph abrumado y tenso se dirigió a Alan.
–¿Por qué no me dijiste que tu familia eran los Black de Transylvania? –escrutó Adolph igual de pálido.
–Padre, márchate de mi hogar –continuó Alan ignorando la pregunta de su amigo.
El padre rigurosamente nos examinó a todos en la habitación, mientras él lo hacía yo también. Observé el rostro de Joe que parecía increíblemente sereno y se mostraba arrogante delante del hombre. Nina con una ceja levantada y su cabello rosa se cruzó de brazos y Adolph tragó saliva después de hablar.
–No seas imbécil, Christopher –le ultrajó el hombre a Alan–. Si alguna vez te di un trato diferente al de tus hermanos es porque tú no eres más que un puto ladrón que ha robado el oro de su propio trono. Y ahora estoy dispuesto a perdonarte y a hacerte volver a casa con lo que has robado.
Alan resopló sardónicamente.
–No necesito tu perdón. Porque yo no he robado ni tu oro, ni tu daga. Lo hizo mi hermano Lawrence –admitió el hijo–. Ya te lo he dicho, miles de veces, pero no me has creído nunca. Y entiéndelo bien, padre. ¡No quiero volver con ustedes!
El padre de Alan comenzó a hablar en otro idioma que parecía antiguo, su hijo le respondía en el mismo idioma a gritos. No logré entender una sola de las palabras. El hombre molesto y encolerizado alzó su mano y le dio una bofetada con mucha fuerza a su hijo. Alan cayó de espalda aterrizando sobre el sofá y destruyendo todo a su paso. Los chicos y yo corrimos a ayudarlo. Definitivamente no era su día. Dando zancadas se levantó y se aproximó hacia su padre para continuar gritándole en ese idioma antiguo.
–Bien –cedió el padre hablando nuestro idioma–. Si insistes con tu maldita inocencia entonces te enviaré a un juzgado con La Corte Black. Y si resultas culpable no voy a tener piedad de ti, Christopher.
–?La Corte Black? –resopló Alan–. Esa maldita familia está toda en mi contra, y sabes lo que significa una corte Black. Ustedes hacen lo que les plazca.
–Irás conmigo te guste o no.
–Si Alan va a ser juzgado yo tendría que acompañarlo –alegó rigurosamente Adolph–. Soy su líder y cabecilla, su hijo está bajo mi responsabilidad, mis reglas y mi cuidado. Tengo que estar allí.
El padre de Alan asintió cruda y lentamente.
–Muy astuto y generoso de tu parte, Crowley –respondió este hombre a Adolph–. No sé para qué quieras ir, no podrías intervenir de todas formas. Y no tienes idea de nuestros problemas familiares ni de lo que ha hecho tu amigo, porque él no confió lo suficiente en ustedes como para contarles los crímenes que ha cometido. De todas formas pareces conocer muy bien las reglas, y si tú estás ahí todo tu clan debería ir también.
Adolph se quedó callado.
–Iremos –masculló Nina.
–Ellos no tienen que ir, padre –Alan sacudió la cabeza negando consternado.
–Si todos quieren ir entonces se cumplirán sus deseos. Prepárense para dar un paseo a Transylvania –objetó el Zephyr.
Este tipo nos lanzó una sonrisa blanca, deslúmbrate y apremiada con una gracia mortal. Había algo intrínsecamente perverso en él, su sola mirada me dejaba tiesa, congelada y asustada como un cachorro. Él se movió dando largos pasos como un depredador. Me percaté de sus afilados y destellantes colmillos asomados en su sonrisa. Sin duda el padre de Alan era letal y malévolo, te hacía querer huir ante su temible presencia y su profunda voz ronca.
El hombre levantó sus manos y dio una palmada para aplaudir. En un instante nos hallábamos en el recibidor de nuestro hogar y al siguiente nos encontrábamos en la oscuridad, expuestos a la tenue luz de las velas. Tuve la sensación de que el suelo estaba moviéndose bajo mis pies, me mareé notablemente al punto de que mi estómago se estremeció con punzadas de náuseas. Cabeceé tambaleándome torpemente y los inflexibles, endurecidos y cálidos brazos de Joe me atraparon de mi caída.
Vislumbré cada rincón ensombrecido en aquella enorme habitación. El contexto era sombrío, mis ojos tardaron en acostumbrarse y amoldarse a la negrura de la opacidad. Lámparas de candelabros adornaban las paredes de forma misteriosa, las llamas de las velas bailaban reflejando sombras deformes en el papel tapiz rojo que recubría los muros que parecían ser impenetrables, gruesos e indestructibles. Una mesa alargada y rectangular se hallaba en medio de la estancia, adornada con una tela negra encima y con tres sillas colosales como tronos de un lado. Pero lo que más me hizo sacudirme como si mis rodillas bailaran fueron las armas que abarrotaban las paredes que me rodeaban. Toda clase de armas, espadas, dagas, lanzas, flechas, arcos, armas de fuego, pistolas, látigos, armas de tortura, grilletes, mazos, garfios, ganchos metálicos aún peores, garrotes, arpones, armas blancas, floretes, puñales, navajas, ballestas, estacas, una infinidad de instrumentos de tortura cuyos nombres desconozco y algunos otros artefactos de matanza que acababa de conocer en ese momento.
Luché para tragar aferrándome al cuerpo lujurioso de Joseph.
–¡De rodillas, Alan! –le ordenó su padre alzando la voz.
Alan se arrodilló frente a la mesa cuando su padre se lo ordenó. Las velas parpadearon furiosamente llameando en la habitación, temblando con furor e iluminando con su tenue luz al Zephyr y a su hijo.
Adolph tocó mi brazo, giré mi cabeza y lo miré poniendo su dedo índice sobre sus labios, indicándome que hiciera silencio.
Repentinamente un resplandor de luz estalló en el lugar haciendo aparecer a una horda de vampiros de la nada. Eran Zephyrs, vestidos de negro en su totalidad, caminaban con su pérfida mirada en alto y manaban un aura tan despiadada que me dejaba petrificada y helada como el hielo. Ellos eran una corte de aproximadamente veinte vampiros endemoniados. La familia Black.
–Quítate la camisa, hijo –habló una hermosa mujer de cabello largo y castaño.
Ésta tenía que ser su madre. Ella tomó asiento en una de las tres sillas doradas, el padre ocupó otra de las sillas y en la última un muchacho más joven se sentó con la espalda erguida. El vampiro joven debía tener la misma edad que Alan, sus ojos eran de color ámbar y su cabello liso y corto de un rubio oscuro. Él era hermoso a simple vista, pero su mirada era sagaz, satírica y mordaz al igual que esa sonrisa con dientes puntiagudos sobresaliendo y presionando sobre sus labios. Era alto y delgado pero no tenía ningún parecido con Alan. A diferencia de la mujer que había llamado hijo a nuestro amigo, ella tenía los mismos hoyuelos que Alan cuando sonreía, ella también era esbelta y con figura estilizada. Su apariencia era tremebunda pero había algo verdaderamente tierno en la forma que miraba a su hijo, quien siguiendo sus órdenes se quitó su camiseta pasándola sobre su cabeza y la dejó en el suelo brillante a un lado de sus rodillas.
Dos de los vampiros se dirigieron hacia las paredes repletas de armas, uno de ellos tomó un látigo deshilachado y el otro sujetó un garrote el cual prendió fuego en la punta como por arte de magia. Otros dos vampiros se situaron a nuestro lado sosteniendo cada uno una lanza, entrelazadas en X delante de nosotros para impedirnos acercarnos hasta Alan. El resto de los vampiros se situaron en las sombras detrás de las sillas de oro.
Las llamas en los candelabros se sobresaltaron como si una repentina brisa las hubiera agitado, Alan bajó la cabeza mirando el suelo mientras amarraban sus manos. Los vampiros armados se colocaron de pie a su espalda y dijeron una oración por lo bajo en otro idioma.
–Siento mucho esto, Alan –se lamentó la madre sinceramente y Alan asintió desde el suelo. Yo únicamente podía ver su espalda desnuda e iluminada con los matices amarillos del fuego.
El padre de Alan le echó una ojeada al otro muchacho más joven sentado a su lado.
–Veo que has crecido, hermano. Parece que me has alcanzado finalmente –dijo con voz divertida y maliciosa este chico de cabello rubio oscuro y ojos ambarinos.
–¡Es suficiente! Que comience el juicio –gruñó el padre de Alan, el hombre parecía haber masticado las palabras antes de escupirlas–. Alan Christopher Black, me da mucha pena que mi sangre corra por tus venas. Serás juzgado por gente de tu sangre por la culpa del robo de La Daga de Cristal y el oro de tu trono. ¡Que los dioses te acompañen!
–Qué los ángeles te ayuden, hijo mío –interrumpió la madre.
–¡Como si pudieran! –resopló con ironía el joven hermano de Alan.
–¡Cállate, Lawrence! –lo regañó el padre irritado.
MI cuerpo se estremeció, mis ojos estaban bañados en pánico, Joe me sostenía firmemente contra su pecho, cubriéndome protectoramente de que nadie me tocara, yo sentía sus músculos apretados y tensos en mi espalda y sus brazos rodeándome. Yo tenía muchas preguntas, pero Adolph insistía en que no habláramos.
–Hace más de seis años… –comenzó a hablar el padre de Alan–. ¿…Robaste las pertenencias de tu familia, Christopher?
–No lo hice –susurró Alan.
Los ojos del padre de Alan brillaron y se incorporó con una sonrisa.
–No te he escuchado, Alan, ¡repítelo! ¡Más alto! –dijo el Sr. Black.
–¡No lo hice! –exclamó Alan en voz alta y lanzó un grito de terror y dolor cuando recibió un latigazo en la espalda desnuda.
Cerré los ojos, había un nudo obstruyendo mi garganta y mi pecho se cerraba de horror. Quería gritar pero Joseph cubrió mi boca con su mano antes de que pudiera hacerlo.
–Ladrón y además mentiroso. Eres el hijo más incompetente que tengo –se quejó el Sr. Black–. Déjame preguntar de nuevo. ¿Le has robado a tu padre?
Alan se sacudió de dolor, el látigo dejó una marca terrible en su espalda.
–No, señor –consiguió mascullar con tonalidad adolorida. Un segundo más tarde el otro vampiro detrás de Alan lo golpeó con el garrote con fuego y él gritó todavía más alto. Vi la quemadura que se formó de inmediato en su dorso.
Joe llevó mi rostro hasta su pecho para que yo no pudiera ver nada más, pero, preocupada por Alan continué mirando.
–¿No? ¿Estás seguro? –le replicó el padre. Incapaz de seguir hablando Alan permaneció en silencio cabeceando con aturdimiento–. Contéstame, ¡perro!
–Estoy seguro –se forzó a responder el hijo en un débil halo de voz que se evaporaba.
Otro latigazo se precipitó en su espalda, Alan gimoteó entre gritos. Retorciéndose por el ardor en su piel marcada.
–¡Sé hombre, Christopher! –gritó su padre levantándose furibundo de su silla–. ¡Deja de lloriquear como niña! Dime, ¿tienes la daga que has robado? Conocías el significado de la daga, ¿verdad? ¿Sabes dónde están las otras dos dagas? ¿Para quién trabajas? –Alan sólo se quejaba y jadeaba mientras el monstruo de su padre le gritaba–. ¡Y respóndeme de una vez, mocoso!
–No –siseó Alan.
–¿No qué? –el Sr. Black caminó hacia su hijo, se inclinó y susurró en su oído–. No estás diciéndome nada, hijito –entonces gritó cerca de su oreja–. ¡Castíguenlo!
Alan tembló con ese grito y fue azotado seguidamente con el barrote en llamas.
Sentí mi corazón en mi garganta palpitando, miré hacia Nina y Adolph, él la abrazaba, ella tenía la mirada saturada de terror, congelada, cargada en tormento. Adolph apretaba sus dientes, su mandíbula estaba tensa y sus manos hechas puños. Entonces me fijé en Joe, con su mirada ensombrecida, perdida y oscura de odio. Seguía siendo imposible saber lo que estaba sintiendo, incluso era como si no estuviera sintiendo nada en absoluto.
Entrecerré los ojos y dirigí mi mirada hacia las heridas de Alan, eran horribles, pero estaban sanando rápidamente, comenzaban a desaparecer en minutos. De cualquier forma seguía siendo inútil su capacidad de sanación cuando los vampiros merodeadores continuaban azotándolo de latigazos y fuego.
¡Malditos! ¡Todos malditos! ¿Cómo podían hacerle eso a él? Su propia familia, era su propia familia. Alan quizás era capaz de robar pero no de mentir. Podía ocultar cosas pero no era un mentiroso. Y aunque fuera culpable, no era justo que sufriera de ese modo. Era algo primitivo, salvaje, diabólico. No se lo merecía.
–¿No me has robado nunca, hijo? –preguntó vilmente el padre de Alan.
–No –volvió a decir Alan, parecía a punto de desmoronarse.
El hombre del látigo volvió a golpearlo sin el menor asomo de piedad. Alan se ahogó en llanto.
Parpadeé para evitar las lágrimas.
–¿Entonces por qué has huido? ¿Por qué te escapaste si eras tan inocente, Alan? –le retó su padre en voz amenazante y execrable.
–Porque tú me odias, papá –musitó con la voz quebrada. Cuando Alan echó su cabeza hacia atrás para respirar vi las lágrimas que bañaban su rostro.
El padre de Alan se rió con una carcajada sonora y sanguinaria.
–Sí, debe ser por eso –alegó el hombre–. Hijo mío, yo lo sé todo. ¿Por qué simplemente no confiesas la verdad? Nunca me saciaré de torturarte si no admites lo que has hecho. ¿Me has robado? ¿Sí o no?
–No –susurró Alan intentando que su voz no sonara tan inquieta y quebradiza.
Cuando el tipo que sostenía la barra de fuego alzó su arma me obligué a apartar la mirada. Hundí mi cara en el pecho de Joe, temblando. Y de todas formas podía escuchar sus gritos de desesperación.
–¿No me has robado? –siguió el perverso Zephyr.
–No –insistió su hijo.
Otro grito de Alan me hizo soltar lágrimas.
–Cállate, ¡deja de chillar! ¿Me has robado, hijo?
–¡NO!
Oí el látigo estrellándose en la espalda de Alan, pero esta vez no gritó, lloró en silencio.
–Me robaste la daga y el oro. ¡Admítelo! –escuché que decía su padre con insistencia y seguridad.
–No –la voz de Alan casi no sonaba ahora.
–¿No lo hiciste?
Resonó el eco en las paredes del látigo que golpeó contra la piel de mi amigo.
–Sí, si lo hice –respondió Alan entre gimoteos.

ElitzJb
ElitzJb


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Tentación y Seduccion I y II temporada  Joe Jonas & Tu (TERMINADA) - Página 34 Empty Re: Tentación y Seduccion I y II temporada Joe Jonas & Tu (TERMINADA)

Mensaje por ElitzJb Vie 29 Jun 2012, 7:31 pm


Capítulo 7: Primera Parte

La Daga de Cristal

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Ja! –se rió con mordacidad el padre de Alan–. ¿A qué nos lleva esto? ¿Cómo lo declaran?
–Culpable –se escuchó al unísono el murmullo de la multitud de Zephyrs.
Para mi completo asombro Joe soltó bruscamente mi cuerpo.
–¡Pedazo de malditos! –dijo Joe en un gruñido. La corte entera de vampiros se giró a mirarlo–. ¿Qué clase de maldito bastardo es capaz de hacerle algo así a su propio hijo? ¿Esto es juzgar o someter? Conozco a Alan, él no ha robado nada.
Adolph miró hacia Joe enmudecido y con los ojos abiertos de ira y de sorpresa. El padre de Alan se volvió hacia Joe y le echó una ojeada con interés, incluso sonreía medio incrédulo y medio entretenido con un característico brillo en la mirada. Haciendo ese gesto podía parecerse mucho a su hijo.
–Eres tan osado como para hablar ante el juzgado, ¿eh? –dijo el Sr. Black a Joe, que tenía una mirada de odio y desplante–. ¿Quién te crees que eres, niño?
Un vampiro se precipitó a sujetar a Joe y lo arrastró junto con Alan. Afligida di un paso hacia adelante cuando ellos se llevaron a Joe, pero Adolph me agarró de los brazos para impedir que me moviera del suelo. Mi garganta estaba cerrándose, había una terrible presión en mi pecho sofocándome.
–¡Adelante! –resopló Joe–. Dame latigazos hasta que muera, cobarde.
–Eso es lo que haré –aseguró Black padre.
Sentí que no podía respirar.
Hicieron que Joe se pusiera de rodillas junto a Alan.
–¿Joe, qué estás haciendo? ¡Cállate! –dijo Alan.
–Lo siento, amigo, pero tu padre es un sucio bastardo –le respondió Joe situándose a su lado.
Joe y Alan se miraron, ambos arrodillados sobre el suelo a la misma altura.
–Hijo, tienes muy buenos amigos –habló el padre de Alan con una sonrisa que rebosaba en maldad–. ¿Qué hay de Crowley? ¿Te ha robado a tu novia prostituta?
–Infeliz, ¿te da placer el sufrimiento de otros? –rebatió Joe con insolencia–. Eres despreciable, Black.
–Eso intento, Jonas. Pero no tengo tiempo para tus berrinches. ¿Por qué mejor no te quitas la camisa?
Él lo hizo, se quitó la camisa velozmente.
Lo único que yo podía ver era a Joe, él alzó la cara para mirar a lo alto al padre de su amigo, sus músculos estaban tensos y alguien estaba amarrando sus manos.
–Si te pasas de listo dejaré unas cuantas marcas en tu espalda, por cada insolencia que digas recibirás un latigazo –le amenazó Black.
–Aliméntate, perro. Ven y cómeme –le retó Joseph sonriendo.
Cumpliendo con su promesa el padre de Alan hizo una seña a los vampiros armados para que le golpearan. El hombre con el fuego azotó a Joe en la espalda.
La presión en mi pecho era más fuerte. Joe gritó y se sacudió, gritó todavía más alto de lo que Alan lo había hecho, pero se obligó a sí mismo a abandonar los gritos y adoptar esa mirada asesina. Apreté mis puños con los ojos llenos de lágrimas.
–¿Eres tan hombre ahora? –Black se rió con ganas.
–Imbécil –Siseó Joe jadeando de dolor.
El vampiro del látigo golpeó a Joe, él se encogió por el dolor apretando los dientes para no gritar. No podía soportar mirarlo así, su espalda estaba marcada con heridas y cubierta de sudor, él tenía los ojos cerrados tratando de sosegar el dolor, sus manos atadas estaban hechas puños, sus músculos contraídos, su cuerpo se encontraba débil.
–¡Joe! –dije en un susurro.
Cabeceando Joe me miró, su mirada era de “¿Qué demonios estás haciendo?” Alan y su padre también se giraron súbitamente.
–________, cierra tu maldita boca –me dijo Joe, oí su voz llena de dolor.
–¡Otra valiente! –exclamó el padre de Alan.
Un Zephyr vino hasta mí, me sostuvo de los brazos y me obligó a ponerme de rodillas al lado de Alan y Joe. El miedo atravesaba mi espina dorsal, el brazo de Joe revestido de una capa de sudor frío tocó el mío, el contacto con su piel fue electrizante, una descarga me recorrió mi cuerpo.
Seguidamente ellos ataron también mis manos.
–Haz lo que quieras conmigo, pero no la toques a ella, desgraciado –escuché decir a Joe.
–Parece que al final si tienes un punto débil. ¿Es muy linda, no te parece? –Black acarició con un dedo mi mandíbula y escuché que Joe gruñía guturalmente–. Bien, al parecer tú crees que tu amiguito, mi hijo, no me ha robado. Sólo contéstame, ¿no has escuchado que confesó que sí lo había hecho?
–Cualquiera hubiera dicho eso si estuviera siendo torturado –susurró Joe–. Contéstame tú a mí, ¿te satisface el dolor ajeno?
La mirada de ese hombre continuó brillando vagamente, sin parpadear hizo señas con las manos y golpearon a Joe. Escuché el golpe contra su espalda y vi las lágrimas retenidas en los ojos. Su pecho estaba agitado, subía y bajaba impacientemente.
–Las preguntas las hago yo. Tú eres quién será juzgado, yo hablo, tú respondes. Espero que con eso lo entiendas –dijo el padre de Alan y luego me miró–. Y, ¿tú tienes algo que agregar? Sobre mi hijo, no sobre las preguntas y respuestas.
Nada que quisiera decir habría salido de mi garganta, aunque quería, quería gritarle.
–No, ella no tiene nada que agregar –respondió Joe.
Con la siguiente azotada Joe siseó de dolor, inclinándose hacia adelante abatido, incapaz de moverse o hablar, con la espalda horriblemente marcada. A diferencia de Alan sus heridas no sanaban minutos más tarde, éstas continuaban ahí, ardiendo vivas en su piel. Sentí una lágrima en mi cuello, sin darme cuenta mis ojos despedían lágrimas difusamente.
–¿No dejarás a nadie hablar, cierto? Crees que eres todo un rebelde y estás orgulloso de eso. Pobres de tus padres, estoy seguro de que nadie querría un hijo como tú –continuó ese malvado abogado del diablo. ¿Cómo podía hablarle de eso? Joe era vulnerable con el tema de su familia, seguramente se habría defendido si no hubiese estado tan adolorido como el infierno–. ¡Y mírate! Un par de latigazos y ya no puedes moverte, no eres tan fuerte como crees, mocoso. Pero al menos no chillas, eso es bueno.
¡Cielos! Joe no estaba bien, sus ojos estaban cerrados con fuerza, y ni siquiera había respondido cuando fue insultado, eso no era algo que él solía hacer. Lo que más deseaba era liberar mis manos y darle un abrazo. ¿Cómo había pasado todo esto? ¿Cómo así de rápido? Un instante estaba tomando un trago de cerveza con un buen amigo y al siguiente llegaba su padre y lo torturaba junto con mi novio. Aparte de eso… ¿estábamos en Transylvania? Todo parecía una locura, un mal sueño.
Alcé mi cabeza y miré directamente a los ojos del perverso hombre.
–¡Eres un sucio! –le insulté con jactancia. No me importaba si me golpeaba, pero le había hecho daño a Joe y ninguna otra cosa me importaba más.
El Zephyr me miró y Joe nuevamente fue golpeado con el garrote con fuego. Él siquiera podía moverse.
–Nenita, por cada palabra que digas tu novio será azotado –me dijo el despreciable tipo.
Entonces callé, tan callada como pude quedarme. Tan solo esperaba que mi gran boca se mantuviera cerrada.
–¡Padre, déjalo en paz! –habló finalmente Alan luego de haber tomado fuerzas–. Él no es como yo, ¿no ves lo qué estás haciéndole?
Yo sólo oí latigazos.
–¡Oh! ¡perdóname hijo, no me di cuenta! –se burló su padre riéndose–. Si él es tan malcriado y fanfarrón como para insultarme entonces que sea tan hombre para resistir esto. Es la clase de amigos que tiene una basura como tú. Tú mejor amigo te robó a tu novia, eso te pasa por salir con prostitutas de cabaret. Este pelmazo –señaló a Joe–. No es más que un bebito rebelde. ¿Y qué sucedió con el otro mocoso insolente? Fox era su apellido, ¿no? Seguramente está preso en alguna parte. Y en cuanto a esta criatura con cara de inocente –me miró–. ¿Qué puedo decir? No hace más que causar problemas. Lo que me recuerda, que todos ustedes, grupo de idiotas, deberían estar muertos por haber hecho a esta pequeña y hermosa chupasangre. Bien podría darles castigo por eso y por sus desobediencias, pero ya que estamos, soy bastante generoso. Realmente no me importa eso, si los Ravenwood no se encargaron de eso tampoco lo haré yo. Quiero La Daga de Cristal de vuelta, Christopher.
–Yo no lo la tengo –se defendió Alan–. Mi hermano la tiene.
–¿Vas a seguir con eso? –la voz del padre de Alan tenía un tono crispado. Alan gritó cuando lo vapulearon con el látigo–. Lawrence no es como tú y el resto de tus inservibles hermanos. Él no tiene la daga, yo lo sabría. Dime de una vez por todas dónde está la maldita arma.
–No sé donde está –respondió Alan y fue sacudido con un bastonazo.
–Si dice que no sabe donde está es porque así es, malnacido –Joe finalmente hizo el esfuerzo de abrir sus ojos y hablar.
–Veinte latigazos. Denle veinte latigazos seguidos –dijo Black padre.
Mi corazón se ralentizó, latió pausada, pesada y dolorosamente como si latir fuera un trabajo completamente difícil. Ansiaba gritar, pero no podía, eso sólo significaría más dolor para él. Entonces sollocé, quería hacerlo de manera silenciosa pero no lo logré. El primer latigazo fue tan fuerte como los anteriores, el atacante se detuvo unos segundos antes de dar el siguiente como si estuviera esperando a que Joe sintiera intensamente el dolor individual de cada azote.
–Tú y tus amiguitos creen que este niño es un santo –espetó el padre de Alan mientras yo nada más oía el sonido de los latigazos cayendo en la piel de Joe y rogaba para que se detuvieran–. ¿Pues qué creen? No lo es. Él les ha mentido durante años, jamás les mencionó siquiera que era mi hijo, ¿verdad? ¿Alguna vez él ha enumerado la lista de los nuevos poderes con los que puede jugar? ¿Les ha comentado que entra en sus mentes cuando le apetece y se entromete en sus pensamientos más profundos y olvidados? ¿Sabían eso ustedes? Mientras ustedes no saben nada de él, él en cambio sabe todo de ustedes. ¿No se sienten traicionados? –el hombre largó una carcajada–. ¿Acaso sabían que puede manipularlos? Él puede hacer que ustedes hagan lo que él desee, puede convertirlos en sus esclavos. ¿Se están preguntando cuántas veces ha usado ese truco para tenerlos bajo su control? Si no me creen pregúntenselo a él. ¿No es cierto que puedes hacer eso, Alan?
–Es cierto –pronunció Alan.
–Hay lo tienen, su amigo, mis queridos niños, no es más que un mugriento ladrón, mentiroso, asesino, criminal. No hay nada más que decir.
Cada latigazo que Joe recibía me dejaba tan débil como a él, casi podía su mismo dolor, casi sentía el mismo sufrimiento. Antes del último azote el vampiro se detuvo para dejar que Joe se abarrotara de dolor y posteriormente lo fustigó por última vez. Él se quedó en el suelo, lanzado en posición fetal resistiendo el suplicio. Yo no quería hacerle más daño así que no lo toqué, nada más continué lloriqueando.
–¡Llévenselos! –ordenó Black–. Háganlos pasar esta noche en la bóvedas y mañana a primera hora lleven a Jonas a la horca. Quiero que mi hijo sea torturado hasta que revele el paradero de la daga –se detuvo y me vio de reojo–. Y la niña, bueno, ya veremos lo qué haremos con ella. El resto puede irse a casa.
El padre de Alan chasqueó los dedos, giré mi vista hacia el lugar donde Nina y Adolph deberían haber estado, pero se habían esfumado dejando una corona de humo blanco con su partida.
Alan se levantó cuando se lo ordenaron, Joe en cambio continuaba allí en el suelo, sin poder mover siquiera sus dedos.
–Joe –dije con desasosiego–. Joe, ¿estás bien?
Él gemía adolorido, sudando y herido.
–Estoy bien –respondió. No sonaba como si lo estaba.
–¡Levanta tu camisa, Joseph! Lárgate –habló Black antes de retirarse.
Inmediatamente soltaron mis manos y las de Joe. Le acaricié el cabello húmedo y el rostro pálido y perfecto. El pobre parecía indefenso y frágil, estaba tan quieto, jadeando.
Levanté la camiseta de Joe del suelo, un hombre me alzó por los hombros y también a Joe. Sólo sé que nos condujeron escaleras abajo a través de una oscuridad despótica hacia algún lugar en ese abismo.
Las luces de las antorchas irradiaron resplandor y furor. Entreví las figuras de Joe y Alan a mi lado, siendo escoltados al igual que yo. Joe tenía la cabeza baja, miraba al suelo, sus pies se arrastraban, continuaba extenuado y decaído. Acto seguido, nos encerraron. A los tres en una misma celda con paredes de piedras y enrejados de barras de metal.
Cuando los Zephyrs se marcharon me aproximé de manera apresurada hacia Joe y apoyé mi rostro en su pecho.
–¿Estás bien? ¿No te hicieron daño? –me preguntó Joe ahuecando mi cara en sus manos.
Asentí y negué aterrorizada.
–¡Oh Joe! ¿Te sientes bien? ¿Te duele mucho? –le dije con angustia en la voz.
–Ya te dije que estoy bien, no me duele nada –me contestó Joe con rudeza.
–¡Mientes! –discutió Alan. Joe lo miró.
–¿Y tú qué sabes? ¡Ah! Cierto, había olvidado que puedes entrar en mi mente cuando te da la gana –refutó Joseph con altanería.
Alan estaba colocándose su camiseta y yo le di la suya a Joe, él se la puso apresuradamente. Me senté en el suelo, Alan se ubicó a mi lado en silencio y Joe permaneció de pie cruzando los brazos.
–Lo siento –supe por el tono de la voz de Joe lo mucho que le había costado decir esa disculpa–. Alan, tu no robaste la daga, ¿verdad?
–Sí lo hice –contestó Alan para mi horror–. Cuando era más joven hubiera hecho cualquier cosa para ganar el amor de mi padre y de mi hermano mayor. Lawrence me convenció de que si robaba la daga y el oro para él mi padre se sentiría muy orgulloso de mí, me dijo que me recompensaría si le entregaba La Daga de Cristal. La robé, se la entregué a mi hermano y él me inculpó. Todas las pruebas estaban en mis manos, todo el oro, mientras que mi hermano se quedó con la daga. La última vez que supe de esa daga Lawrence la tenía oculta de mi padre –Alan pausó–. Ya ves, sí soy un ladrón después de todo.

chicas lamento no haber colocado cap pero les aseguro q colocare mas capitulos mas seguido
la familia de alan probova es matarlas a toditos bueno espéro q les alla gusto los 2 cpitulos q coloque ahora sip chicas comenten q les parece ....???
ElitzJb
ElitzJb


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Mensaje por chelis Vie 29 Jun 2012, 9:33 pm

PEEEROOO!!!!
AAAIII TIENES QUE PONEERR OTROO CAAAPIISSS PORFIISSS
ESTO SE ESTA PONIENDOOOO MUUUYY BUENOOOO
chelis
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http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por DanieladeJonas Vie 29 Jun 2012, 10:41 pm

esta increible!!!!
casi lloro!!! pobre Alan y de Joe!!
hay no que intriga!! siguela porfa...
necesito saber como saldran de es
ta?
DanieladeJonas
DanieladeJonas


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Mensaje por chelis Sáb 30 Jun 2012, 7:56 am

:D
chelis
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Mensaje por andreita Sáb 30 Jun 2012, 8:39 am

llor e enserio
cuando los estaban golpeando llore
fue durisimo

me encanta la nove

siguela
cunado poens maratON?
andreita
andreita


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Mensaje por JB&1D2 Sáb 30 Jun 2012, 9:49 am

Ay Joe va a la horca eso no puede suceder
Pobre Alan su familia es tan desgraciada y sucia
siguela no la dejes ahí
JB&1D2
JB&1D2


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Mensaje por aranzhitha Sáb 30 Jun 2012, 12:14 pm

hay nooo pobre de Alan y Joe
la familia de Alan son unos malditos :caliente:
ahora como van a salir de esta??
y Joe esta muy raro que le pasa??
siguela!!!!!!!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por ElitzJb Sáb 30 Jun 2012, 6:24 pm

Segunda Parte

La Daga de Cristal


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–Sabes que eso no nos importa, Alan –musité.
–Entonces… parece ser que puedes hacer que hagamos lo que tú quieras –murmuró Joe para Alan en voz baja y con la misma arrogancia.
–Sólo si me miran a los ojos. Pero nunca lo he hecho, Joe. No con ustedes, nunca lo haría –ratificó Alan.
Joe gruñó un juramento por lo bajo, al mirarlo me di cuenta de que se encontraba empalidecido, reclinado sobre uno de sus hombros en el muro de piedra, tenía los ojos cerrados, los brazos cruzados y parecía estar tambaleándose. Bruscamente me puse de pie y sostuve el rostro de Joe entre mis manos.
–Joe, ¿te sucede algo? –le interrogué. Él abrió sus ojos.
–Que estoy bien, ________. ¡No me toques! –musitó con desdén apartando mis manos de su cara. Mirándome a los ojos reconoció el dolor en mi mirada debido a su actitud a la defensiva y agregó–. Por favor.
Me aparté dando un paso hacia atrás, encolerizada. Mis labios estaban apretados y mis ojos entrecerrados.
De pronto él se tambaleó y se desmayó, Joe se desmayó tan rápida e inesperadamente que mi mente no conseguía asimilarlo, y cuando lo hizo, grité, horrorizada. Alan consiguió atrapar a Joe justo a tiempo para que su cuerpo no impactara contra el piso.
–¡Oh Dios! ¿Qué diablos…? –vociferé dejándome caer de rodillas, aterrada acaricié el rostro de Joe.
–Tranquila, él está bien. Bueno, en parte, sólo está inconsciente –me calmó Alan mientras lo revisaba–. Está muy débil por los latigazos y eso, supongo estará bien si sus heridas se apresuran en sanar.
–¿Y por qué tú no…?
–Mis heridas se curan cinco veces más rápido –departió él antes de que yo concluyera mi frase.
Alan giró el cuerpo de Joe para mirar su espalda, su camiseta estaba manchada con líneas verticales rojas de sangre. ¡Oh por Dios! Eso no estaba bien, no se veía bien.
–Joe, será mejor que despiertes –me enojé insensatamente como si él tuviera alguna culpa de eso, de haberse desmayado, pero la verdad es que no podía pensar con claridad. Mis pensamientos estaban a la deriva, no podía creer yo misma lo que estaba sucediendo.
No, no está pasando, me decía yo.
¡Oh! Claro que sí, me contradecía esa vocecita en mi cabeza.
–Joe, maldita sea despierta –dije–. ¿Por qué demonios tienes que ser un cabrón arrogante que anda por el mundo insultado a cada imbécil que se atraviesa? Eres un idiota, siempre quieres hacerme sufrir, ¿cierto? Si yo fuera un chico te patearía el culo.
De improviso sentí que el cuerpo de Joe comenzó a moverse, de manera veloz él abrió los ojos y sujetó mis hombros.
–¿Estás insultándome? Eso es un golpe bajo –masculló.
Sonreí, con lágrimas en los ojos. Ni siquiera tenía idea de porqué habían brotado mis lágrimas pero ahí estaban, y ahí estaba él. Seguía siendo el mismo.
–¿Qué rayos pasó? ¿Cómo llegué al suelo? –largó Joe en un intento por levantarse, Alan le ayudó.
–¡Me asustaste, idiota! –le insulté.
De verdad me había asustado, solamente estaba aterrada de perderlo.
–¿Qué tal estás? –le preguntó Alan.
–Ya, papi, mami, estoy bien. ¿Cuántas veces tengo que decirlo? –respondió Joe. Sin embargo, él se llevó las manos a la cabeza como si estuviera doliéndole mucho.
–Pues no te veías tan bien cuando caíste como un pedazo de tabla –protesté.
–¡Oh vamos! ¿Me llamaste cabrón arrogante, idiota y pedazo de tabla? ¡Vaya! Debo estar perdiendo mi encanto –dijo Joe con una sonrisa.
Le eché una mirada fulminante.
–Estás perdiendo más bien tu sangre, Macho Man –explicó Alan más con un tono serio que en modo de broma.
Nuevamente me dejé caer sentada en el piso y puse mis manos en mi rostro, frotando mi cara con frustración. Las palabras volvieron a mente: “Mañana a primera hora lleven a Jonas a la horca. Quiero que mi hijo sea torturado hasta que revele el paradero de la daga.” Y sentí mis manos empapándose de lágrimas. Odiaba llorar delante de la gente, lo odiaba. Sólo cubrí mi rostro con mis manos, intentaba respirar profundamente para tranquilizarme, de cualquier forma no funcionaba. No podía dejar de recordar, recordar lo que sucedería mañana a primera hora, y con los recuerdos más lágrimas me atacaban y me ahogaban.
Unas manos se movieron por mi cabello, acariciándolo, al levantar mi rostro noté que era Alan, consolándome. Él se acercó más y limpió mis lágrimas con sus dedos. Me sorprendió ver que Alan era quien me consolaba en lugar de Joe, quien ahora también estaba sentado en la esquina más alejada de mí, sentado con apariencia relajada, sentado con verdadero cansancio, extendido allí con la mirada fija en algún punto de la pared, sin mirarme, con los labios fruncidos y una tosca expresión en su semblante, parecía desalentado.
–¿Qué te preocupa? –espetó Alan apretándome contra su cuerpo para abrazarme.
No estaba dispuesta a hablar entre sollozos, no quería. Odiaba el modo en que mi voz sonaba tan quebrada, endeble y apagada, por eso demoré unos segundos para apartar mis pensamientos y calmarme, lo suficiente como para volver a recordarlos y poder hablar sobre lo que me preocupaba sin lloriquear.
–Me preocupan ustedes –contesté apenas–. ¿Es que no escuchaste lo que dijo tu padre? Él quiere matarlos. Bueno, quiere matar mañana a Joe y a ti te torturará hasta que mueras porque no tienes la maldita daga. Espera –me interrumpí con precipitación–. ¿Estás preguntándome qué me preocupa? Por favor, Alan. Tú puedes saber eso, ya no tienes que fingir.
Antes de que él me respondiera Joe habló.
–¿Qué crees que harán con ________? –preguntó sin mirarme, aún con la mirada en la nada. Obviamente la pregunta no era para mí, sino para su amigo.
–Sinceramente no creo que le hagan daño, ella es el prototipo de vampiro que buscan los Zephyrs para extender la especie. Ellos la ven hermosa y perversa, es justo lo que buscan.
–Espera –Joe miró hacia Alan con los ojos oscurecidos–. ¿Quieres decirme que esos malditos quieren reproducirse con ________?
–Mira, realmente no conozco sus intenciones, los Zephyrs tienen el mismo poder que yo, a diferencia de que ellos saben cómo utilizarlo, yo no puedo entrar en sus mentes, pero pienso que eso es lo Edmond buscaba de ________, ellos sólo quieren una raza perfecta, mejor que la humana. Los humanos son alimento y para ellos solamente algunos son considerados lo suficientemente especiales para ser como nosotros. Mi respuesta es sí, con honestidad creo que ellos buscan reproducirse con ________, pero no lo harán así como así. Si ellos nos matan probablemente la hagan vivir aquí, educarse como yo fui educado de niño y todo eso, luego la casarían con algún miembro de mi familia, le entregarían poder y bebés vampiros. Pero es sólo una suposición, eso hicieron con una chica cuando yo era más joven. Ella es ahora la esposa de Lawrence.
Las palabras de Alan me habían aterrorizado ligeramente. Bueno, brutalmente.
–Sí, de pronto todos se interesan en ella, parece que es cierto que es una celebridad –la voz de Joe era hastiada como un resoplido–. ¿Por qué demonios entonces se negaron a que yo la transformara en vampiro?
–Oye, yo no sé todas las respuestas, pero sólo piénsalo. Quizá es porque no querían que fuera convertida por uno joven como tú, sino por otro vampiro mayor, así ella sería más poderosa –concluyó Alan.
¡Genial! Mi peor desgracia había sido ser hermosa y perversa. Ahora resultaba que yo era centro de atención de vampiros de alto rango.
–No querrás decir que los vampiros estaban buscándome antes de que Joe me convirtiera, ¿o sí? –interrogué con un escalofrío.
–No, muy probablemente no –respondió Alan–. Quizás fue sólo después de que Joe sugiriera tu transformación.
–Debí imaginarlo, esto también es mi culpa. ¿Por qué será que hago todo mal? –dijo Joe, para sí mismo.
Alan sacudió la cabeza negando muy lenta y severamente.
–¿Cuándo aprenderás a no culparte de todo? –refunfuñó Alan–. Sabes que yo tengo la culpa, robé, me escapé de casa y ahora los puse a todos en peligro por algo que sucedió hace más de cuatro años.
–Tenemos que salir de aquí. ¿Hay alguna forma de…? –Alan negó antes de que yo formulara la pregunta.
Era peor de lo que pensaba, jamás íbamos a salir de ahí, Joe sería asesinado al amanecer, Alan sería torturado hasta morir y yo… realmente no quería pensar en lo que me harían.
–Hey, hermano, por qué diablos tu padre te odia tanto? –Joe soltó.
–Mi padre sólo quiere a su hijo primogénito Lawrence –Alan se aclaró la garganta y siguió–. Un día lo escuché decir que el resto de sus hijos no éramos más que producto de las infidelidades de mi madre. Pero eso no es cierto, mi madre ha amado a ese despreciable hombre desde hace miles y miles de años, nunca le sería infiel. Si ella soporta que torturen a sus hijos es sólo por miedo a perderlo a él. Y ya que yo he cometido la imprudencia de robarle, simplemente me odia más.
–¿Y qué hay con la daga? ¿Por qué es tan importante? –Joe parecía increíblemente interesado.
–Sé nota que eres joven, hombre –le dijo Alan.
–Cállate, tú eres más joven que yo.
–Digo, siendo vampiro –se corrigió Alan–. Yo nací vampiro, en mi familia me enseñaron el significado de las dagas. Tú sabes, hay dos grandes familias de Zephyrs, los Ravenwood y los Black. Entre ambas familias hicieron acuerdos diplomáticos, ya que ambas familias no se llevan bien acordaron compartir algunas cosas y mantener distancia. La Daga de Fuego la poseen los Ravenwood, La Daga de Cristal le pertenecía a los Black, y La Daga de Sangre ha estado desaparecida desde hace mil años –mientras Alan hablaba me fijé en que Joe jugaba con un dije circular brillante que colgaba en su cuello, era un pequeño medallón plateado en un collar de cuero negro y bastante delgado que rodeaba su garganta. Nunca lo había visto antes, le hubiera preguntado sobre eso pero no quería interrumpir a Alan–. ¿Conoces la leyenda de las tres dagas? Cuando las tres dagas están juntas pueden darte tanto poder como destrucción. Es por eso que nuestras familias hicieron el acuerdo, nadie quiere que el poder sea de alguien más, sería peligroso que las dagas se encontraran en las manos equivocadas.
Y Joe sonreía, ligeramente, curvando sólo un poco la comisura izquierda de sus labios, con una mirada resplandeciente. Era como si estuviera compartiendo un chiste privado con él mismo, o como si estuviera recordando algo que le hiciera feliz. Gateé hacia su cuerpo y me acomodé en su regazo.
–Preciosa, no me hagas decirte en frente de Alan lo que me haces cada vez que me tocas –dijo Joe después de besar mi frente.
Alan y Joe intercambiaron una mirada.
–¡Vamos! Dilo –le instó Alan a Joe–. Estás pensando: “Si Alan no estuviera aquí la estuviéramos pasando realmente genial.”
Me sonrojé, Joe también, aunque él más bien le echó una letal mirada a su amigo.
–Joe, ¿estás pensando en sexo cuando vas a morir después del alba? –solté. Joe que estaba rodeándome con uno de sus brazos me miró ensanchando los ojos.
–No, yo no pensé eso, sólo pensé que podríamos pasarla bien, no necesariamente… –
–Joe –le reprochó Alan.
–Está bien, sí. Voy a morir mañana. Es justo –protestó Joe, su voz casi sonó como la de un niño pidiendo un juguete.
Tomé el rostro de Joe y le hice mirar mis ojos. Él no podía hablar de su muerte así de fácil, yo no iba a permitirlo.
–No, no quiero perderte, Joe –le dije–. Por favor no te mueras, si dejas que te maten y me dejas sola voy a odiarte por el resto de mi vida.
Él me abrazó más fuerte.
–Confía en mí, nena. No te dejaría sola en este lugar, no moriría sabiendo que no estarás bien –susurró él en mi oído.
–Hay que pensar en algo –masculló Alan pensativo–. Esto ha sido mi culpa, pero, para la próxima, no se habla en una corte de vampiros mayores, par de imbéciles. De todos modos, sé lo que voy a hacer, escúchenme bien, cuando vengan a buscarnos, fingiré tener la daga y le pediré a mi padre que los libere a cambio de la daga. Cuando mi padre los devuelva a casa yo me las apañaré por mi cuenta.
–¡Oh! Qué fácil suena eso –gruñí con ironía–. Por lo que a mí concierne no voy a dejar que te torturen hasta la muerte en este lugar. Ni lo pienses, Alan.
–Ella tiene razón, es un pésimo plan –me defendió Joe.
Alan miraba a Joe fijamente, parecía que estudiaba su mirada con miramiento.
–Joe, ¿no harías lo que fuera para mantener a salvo a ________? –escrutó Alan–. Sé que sí. Sólo piénsalo, ella estará a salvo y tú estarás con vida para asegurarte. ¿Qué obtendrás quedándote aquí? Moriremos tú y yo, ¿y ella? Se quedará sola, y quizás muera también. No podemos pelear contra ellos, jamás venceríamos y sólo conseguiríamos más enemigos. Si me dejas solo en esto será lo mejor. Además, éste es mi problema, no de ustedes, tal vez debo pagar por haber robado la daga hace tanto tiempo. Piensa en ella, Joe. Hazlo, piénsalo –Alan se volvió hacia mí–. Y tú piensa en él y en la horca.
Manipulación, no era más que manipulación mental. Ese chico no necesitaba tener ningún poder para manipularnos, sabía exactamente qué decir. A él le bastaba con saber lo que pensábamos y lo que más nos importaba para hacernos bajar la guardia y caer.
Joe se quedó callado, pero supe por su cara que lo estaba considerando seriamente.
Yo no quise siquiera pensarlo, era como si estuvieran pidiéndome elegir entre la vida de Alan y la de Joe, y eso era escalofriante. Alan resopló con reprobación mirándome.
–Es una elección fácil, o morimos todos, o ustedes se salvan. ¿Qué clase de idiota rechazaría eso? –me dijo Alan casi molesto, y él nunca estaba molesto–. Por otra parte, entiende que yo soy culpable, yo mismo puedo arreglar mis problemas con mi familia, no quiero que ustedes intervengan en esto.
Era la vida de Joe la que estaba en juego, yo lo amaba y hubiera hecho cualquier cosa para evitar perderlo una vez más.
–De acuerdo, si las cosas se ponen feas, lo haremos –accedió Joe.
–Créeme, se pondrán feas –le respondió Alan.

Hablamos durante horas y horas, simplemente susurrando algunas estupideces, preguntándonos dónde estarían Adolph y Nina y qué estuviesen haciendo, tumbados allí viendo nuestras caras quizás por última vez, sin saber siquiera si era de día o de noche, ya que no había ninguna ventana, las únicas luces que iluminaban nuestros rostros eran las antorchas encendidas fuera de la celda.
Joe estaba tan cerca que era todo lo que yo podía olfatear, su perfume suculento y masculino, el aroma más deseable de mundo, nada se comparaba a esa fragancia que me hacía ver estrellas. Él estiró una de sus piernas y yo me recosté el piso apoyando mi cabeza en su muslo mientras el acariciaba mi cabello y yo miraba su rostro en lo alto con fascinación, tan embelesada que apenas conseguía entrar en los diálogos, él podría mantenerme despierta el resto de mis noches, porque cerrar los ojos incluso para pestañear era suficiente tiempo para empezar a extrañarlo.
–¿Cuánto tiempo llevamos aquí? –pregunté todavía detallando a Joseph. Él no estaba viéndome, tenía una reservada mirada lejos de este lugar, lejos de este planeta.
–Yo diría que unas diez horas –me contestó Alan con voz cansada.
Mis párpados se sentían pesados por el sueño, Joe me miró sin dejar de acariciar mis largos mechones de cabello y me sonrió con esa sonrisa ladeada que hacía que mis rodillas temblaran y mi cuerpo se derritiera.
–Duerme, hermosa –susurró él.
Lo miré de manera tierna, sus ojos tenían un descolorido brillo.
–No quiero dormir, quiero mirarte –le dije–. No quiero perderte de vista, no quiero que dejes que duerma. Jamás me perdonaría si al despertar no te encuentro conmigo.
Además, necesitaba mirarlo todo lo que fuera posible por si algo sucedía, si lo perdía. Necesitaba deleitarme de ese rostro hasta que mis ojos no pudieran soportarlo.
Debí quedarme dormida algún tiempo más tarde. Cuando desperté Joe no se había movido pero estaba dormido al igual que Alan. Seguramente habían pasado muchas horas.
En ese momento oí el tintineo metálico de unas llaves, agité a Joe para despertarlo y él abrió los ojos rápidamente, Alan se despertó al instante.
Se escuchaban pasos en la proximidad.
–¿Qué pasa? –preguntó Joe aturdido.
–Alguien viene –repuso Alan.
Los tres nos pusimos de pie, Joe con un impulso sobreprotector me atrajo hacia su cuerpo rodeando mi cintura con su brazo y un hombre apareció caminando delante de la celda. Él se detuvo delante de la cerradura con un aro en su mano lleno de llaves de diferentes tamaños y colores. Este tipo era aterrador, su rostro era blanco como el talco, sus ojos eran rojos, su cabello negro, ondulado y corto, su vestimenta era de color negro y llevaba una capa larga tras su espalda.
–Ya es hora, vengan conmigo –dijo éste vampiro mientras abría la cerradura de nuestra celda.

Tentación y Seduccion I y II temporada  Joe Jonas & Tu (TERMINADA) - Página 34 167695056 que creen ustedes jo morirá??? :pale:
q les haran ???
como se supone q saldran de esta ..???
la historia continuara muy pronto
las quiero mucho :hug: chicas mil gracias x sus comentarios me hacen sentir como si realmente fuera yo la escritora Tentación y Seduccion I y II temporada  Joe Jonas & Tu (TERMINADA) - Página 34 3619577255
ElitzJb
ElitzJb


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