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Mensaje por andreita Mar 24 Ene 2012, 12:54 pm

NATU TE VOY A MATAR!!!
JAJAJA NO MENTIRAS COMO LO DEJAS AHI??

LE DIO UN BESOO
BUENO UN BESITO
JAJ PERO
VALE SIGUELA
andreita
andreita


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"Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA) - Página 2 Empty Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)

Mensaje por jb_fanvanu Jue 26 Ene 2012, 12:13 am

A Joe le esta gustandoo!!!! :O

SIGUELAAA!!
jb_fanvanu
jb_fanvanu


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"Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA) - Página 2 Empty Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)

Mensaje por Natuu! Jue 26 Ene 2012, 7:16 pm

Capítulo 3



Joseph frenó frente a la puerta del hotel. Salió del coche y lo rodeó hacia la puerta de su pasajera y le abrió la puerta. _____ estaba inmóvil en el asiento, como si fuera una estatua. Había bajado la ventanilla antes de que llegaran a la ciudad, aunque él tenía el aire acondicionado a toda potencia. Parecía que quería librarse de un mal olor, del de él, probablemente.
El viento no se había portado bien con ella. Le había revuelto el pelo de manera que _____ parecía Medusa. No había problema. Iba a juego con el horrible vestido marrón que llevaba.
Joseph le pidió amablemente que bajara del coche, pero ella no hizo ademán de moverse. Joseph insistió, pero ella ni siquiera lo miró.
―Está bien ―dijo él, con frialdad―. Puede bajar del coche y entrar al hotel por su propio pie, o me la echaré al hombro y la llevaré. O lo toma o lo deja.
Ella elevó la barbilla.
―Hágalo. Me pondré a gritar y la policía estará aquí en menos de diez segundos. Les diré que me ha secuestrado.
―Muy bien. Entonces les explicaré que es usted mi sobrina, que tiene una enfermedad mental y que sufre alucinaciones. No me será difícil convencerlos, puesto que parece que lleva una peluca y un saco ―respondió Joseph con cierta maldad―. Probablemente, me ayudarán a encontrar un hospital psiquiátrico en el que pueda mantenerla atendida hasta que salga nuestro vuelo.
Aquella amenaza hizo que ella lo mirara.
― ¡No se atrevería!
―Compruébelo.
_____ lo miró fijamente y se estremeció.
― ¿Por qué está haciendo esto?
Joseph desabrochó su cinturón de seguridad.
―Sal del coche, _____.
―Si no es por dinero…
―Voy a contar hasta tres.
― ¿Tiene parentesco con Enrique Jonas? Tienen el mismo apellido.
―Uno.
― ¿Era su padre? ¿Lo quería tanto que tiene que cumplir sus caprichos, incluso después de su muerte?
―Dos.
― ¿Qué clase de hombre cumpliría una exigencia tan horrorosa? ¿Es que no sabe pensar por sí mismo?
―Tres ―dijo Joseph, y alargó los brazos hacia ella.
― ¡Está bien! ―dijo ella, apartándose todo cuanto pudo―. Bajaré. Pero no me toque.
Joseph se apartó para que ella pudiera salir. _____ pasó ante él, con los hombros erguidos y la cabeza alta, aunque estaba a punto de echarse a llorar de frustración y de miedo. El miedo se había vuelto muy poderoso durante la última parte del trayecto hacia la ciudad, tanto, que casi la había sofocado.
Había estado tan horrorizada ante la idea de que tendría que casarse con un extraño, que no había podido pensar en lo que acababa de ocurrir. Un hombre extraño era su dueño.
El portero del hotel les abrió la puerta, y _____ entró. Su captor iba justo detrás.
“Captor” era la palabra más apropiada para aquel hombre, que obviamente, no tenía corazón, ni conciencia, ni sentido de la decencia. Se había equivocado al pensar que podría razonar con él, o manejarlo. Nadie podría manejar a aquel Joseph Jonas. Era demasiado hombre. Además de eso, tenía que reconocer que era un hombre muy guapo.
Cuando lo había visto en el despacho de la hermana Lujan, había tenido la fantasía momentánea de que era un caballero moreno, de ojos castaños, que había acudido a salvarla. Sin embargo, sabía muy bien que aquél no era el caballero, sino el dragón.
_____ se preguntaba qué cosas le quedaban por aprender de él, aparte de eso. Él la había llevado a Buenos Aires. A su hotel de luces brillantes, que casi olían a pecado. Los dos lugares eran de perversión; al menos, aquello era lo que le habían dicho las demás chicas, susurrando por las noches, después de que las luces se apagaran.
También le habían susurrado otras cosas.
¿Qué sucederá una vez que quede a solas con Joseph Jonas?, se preguntó con temor.
No tuvo tiempo para preguntarse nada más. Jonas se acercó a ella y la tomó por el codo. Al sentirlo, ella se sobresaltó.
―Compórtate como corresponde ―le dijo suavemente.
La condujo por el vestíbulo hasta el ascensor. Subieron hasta la última planta en silencio, y cuando salieron al pasillo, él casi la obligó a salir y a caminar hacia la habitación.
―No es necesario que me arrastre, puedo caminar con mis propios pies.
Para su horror, la voz le tembló de nuevo. Ella transformó el temblor en una tos.
Tuvo que caminar a toda prisa para poder seguir su paso. Aunque ella era una de las chicas más altas de la escuela, apenas le llegaba al hombro a su captor. Tenía que mirar hacia arriba para poder verle la cara, y eso no le gustaba. Hacía que se sintiera dominada.
―He dicho…
―Ya he oído lo que has dicho.
Joseph introdujo la tarjeta en la ranura, y la puerta se abrió. _____ no se movió, y él le puso la mano en la espalda y la empujó hacia la habitación. Una vez que la puerta estuvo cerrada con llave, Joseph encendió las luces. Una lámpara de araña tan grande como su habitación del convento cobró vida e iluminó toda la estancia.
Estaban en un salón tan lujoso, que a _____ se le cortó la respiración. Había jarrones de flores por todas las mesas. La vista alcanzaba todos los lugares de Buenos Aires desde los ventanales que se abrían en las paredes.
―Está bien ―dijo Jonas―. Vamos a aclarar unas cuantas cosas.
Él estaba en mitad del salón, con los brazos cruzados y con el ceño fruncido. _____ parpadeó y se concentró en él. Era muy grande, y abrumadoramente masculino.
No dejes que sepa que le tienes miedo, se dijo. Era una filosofía que le había servido de mucho durante los horribles meses que habían seguido a la muerte de sus padres. Pero su valentía se estaba desmoronando rápidamente; Todo lo que había ocurrido aquel día le estaba pasando factura.
―Ya ha dejado usted las cosas claras ―respondió ella―. Usted es mi protector, y yo tengo que obedecer.
―Yo soy tu protector, porque tus padres lo quisieron así.
― ¡No es cierto! ―Exclamó ella, en un arranque de ira―. Me dejaron al cuidado de mi tío.
―Es cierto ―dijo él, y pareció que la expresión de su rostro se ablandaba―. Y entonces, lo perdió a él también. Estoy seguro de que fue un duro golpe.
El golpe, como decía él, había sido en realidad lo que había ocurrido aquel día. Pero… ¿Para qué decírselo y perder aquella pequeña ventaja?
―Lo fue. Era mi familia.
―Y yo no lo soy.
―No. Ni siquiera sé quién es.
―Ya te lo he dicho. Soy…
―No me refiero a eso. Me refiero a que no sé nada de usted.
Él esbozó una sonrisa sin alegría.
―Entonces, estamos empatados.
―Eso no es verdad. Usted sabía a dónde íbamos cuando salimos del convento. Usted sabe a dónde vamos después de esto. Usted sabía que iba a controlar mi destino, mientras que yo pensaba que sería libre ―replicó _____, y tragó saliva―. Al menos, dígame por qué ha accedido a hacer esto, a llevar a cabo estos planes descabellados.
Jonas sabía que ella tenía derecho a hacer aquella pregunta. Sus padres, el destino y aquel maldito Enrique Jonas habían puesto la vida de aquella mujer en sus manos. Ella había demostrado ser fuerte ante aquella situación hasta aquel momento, pero él estaba seguro de que sólo lo demostraba por fuera. El temblor de su voz y su palidez eran las señales de que interiormente se encontraba débil, y eso, la delataban.
A _____ Bougnon la habían sacado del único hogar que había conocido, la habían puesto en manos de un extraño, le habían dicho que él controlaba su existencia pese a que ella ya era mayor de edad, aunque era toda una mujer…
Esto último no debía pensarlo.
Ella estaba asustada, y él no la culpaba. Quizá hubiera llegado el momento de intentar calmarse.
―_____ ―le dijo él, suavemente―. ¿Por qué no te sientas?
―No necesito sentarme.
―Quizá tú no, pero yo sí. Ha sido un día muy largo. Estoy cansado, irritable, y ahora que lo pienso, me muero de hambre ―respondió Joseph, y tomó el teléfono―. ¿Qué te gustaría?
―Mi libertad ―dijo ella―. Eso es lo que me gustaría.
Él asintió.
―Sí, de eso estoy seguro. Pero…
―Pero no puedo tenerla.
―No es tan sencillo como a ti te gustaría.
―Sí lo es. Lo único que tiene que hacer es llamar a ese abogado y decirle que ha decidido retirarse.
―Está bien. Supongamos que decido hacerlo. ¿Qué ocurriría después?
―Que yo sería libre.
― ¿Libre? Estarías sola en una ciudad tan bella como cruel, durmiendo en la calle, a merced de todo el que te viera. ¿Te suena a libertad?
―Me las arreglaría ―respondió _____, aunque se le encogió el estómago al pensar en el abismo que él había descrito con tanta precisión.
―No lo creo. Además, se te olvida algo. Lo más importante: No conseguirías tu herencia.
―Eso no es cierto. Contrataré a un abogado. Él entenderá que mis padres no querían que mi vida le fuera entregada a un extraño.
―Tienes razón. Estoy seguro de que ésa no era su intención.
― ¿Lo ve? Incluso usted tiene que admitir la verdad. En cuanto tenga abogado, él se pondrá en contacto con José Escobar, demandará un cambio en los términos de la última voluntad de mis padres y… ¿He dicho algo divertido, señor? ―preguntó al verlo reír.
―No me estoy riendo de ti ―le dijo Joseph con cuidado―. Me estoy riendo de mí mismo. Hace uno o dos días, pensaba lo mismo. Conseguiría un abogado, él conseguiría manejar a Escobar y ¡Listo! Estaría fuera de todo esto ―le explicó. Su sonrisa se había desvanecido―. Estaba equivocado. No hay forma de salir de esto. Estamos atrapados. El documento que firmaron tus padres es inalterable. Y también lo es la última voluntad de mi… La última voluntad que me atañe a mí.
Ella se lo quedó mirando, con los ojos muy abiertos y llenos de lágrimas.
― ¿Por qué iba a creerlo?
―Porque te estoy diciendo la verdad. Créeme. Me encantaría que tú tuvieras razón. ¿Crees que yo estoy deseando hacer esto?
_____ no respondió.
―Mira… Ha sido un día muy duro. Te propongo una cosa ―dijo él, y señaló las dos puertas cerradas―. Hay dos habitaciones. Tú te quedarás en la que tiene baño privado. ¿Por qué no te das una ducha? Ponte algo más cómodo que… Ese vestido que llevas, si quieres.
― ¿Qué tiene de malo este vestido? ―preguntó ella―. Yo me lo hice.
― ¿De verdad? Eso es… eh… ―Joseph carraspeó―. Vamos, arréglate mientras yo pido la cena.
Cena. Con sólo oír la palabra, ella comenzó a salivar, pero _____ prefería morir de hambre que admitirlo.
―No se moleste. No tengo hambre.
―Bueno, pero yo sí. Si no quieres comer, no me importa. Puedes mirarme mientras yo como por los dos.
Él se volvió y tomó de nuevo el teléfono mientras se quitaba la chaqueta del traje.
Hombreras, se había dicho ella. Eso era lo que hacía que sus hombros parecieran tan anchos. Pero no era cierto. Eran así de verdad.
Llevaba una camisa azul claro, hecha de un algodón tan fino que parecía seda. Ella sabía de aquellas cosas gracias a la clase de economía doméstica de la hermana Alberta.
― ¿Cómo vas a amueblar apropiadamente la elegante casa de tu marido si no sabes elegir los tejidos? ―le había preguntado la hermana.
_____ no había prestado atención. ¿A quién le importaban las diferencias entre el algodón egipcio y el algodón indio? Una vez que se había tapizado la butaca, los dos parecían iguales.
Sin embargo, las cosas cambiaban cuando la tela estaba sobre un hombre.
― ¿Servicio de habitaciones? ―Estaba preguntando Joseph, por teléfono―. Bien, gracias. Me gustaría pedir…
_____ no oyó el resto. ¿Cómo puedo concentrarme cuando él ha tenido el atrevimiento de comenzar a desnudarse delante de mí, como si yo no estuviera en la habitación? ¡Maldito descarado!, pensó ella, mientras él se desabotonaba los puños de la camisa y se remangaba. Aquello no tenía importancia. Ella ya había visto los brazos de un hombre más veces. El viejo jardinero del convento, a veces, se remangaba cuando…
A _____ se le cortó la respiración. Los brazos del jardinero eran delgados y arrugados.
Los de su tutor eran dorados, musculosos, y tenían una suave capa de vello fino y negro.
Él había empezado a quitarse la corbata.
Un momento, quería decir _____. ¿Es que no ves que estoy aquí? En vez de eso, se quedó mirándolo fijamente, paralizada, mientras él se desabrochaba el primer botón de la camisa, después el segundo. Tercero. Cuarto.
Su cuello era una columna morena, que conducía hacia un pecho plano y musculoso. Sin dejar de hablar, él comenzó a sacarse la camisa de los pantalones.
―Sí ―decía―. Exacto. Y una cafetera. Café americano. Y un vaso de leche…
_____ vio una flecha sedosa de pelo negro, un estómago plano, la flecha de vello de nuevo…
Él se volvió hacia ella. Ella miró hacia arriba, sus miradas se cruzaron, y _____ se dio la vuelta y salió corriendo de la habitación.

Joseph oyó el sonido de la ducha. Después, entró en su habitación. Era posible que _____ estuviera tramando algo. Quizá hubiera abierto el grifo para engañarlo. En aquel momento, incluso, podría estar acurrucada al otro lado de la puerta de su habitación, esperando el momento idóneo para escaparse.
Y quizá aquello fuera lo mejor.
Aquella expresión que había advertido en su cara unos minutos antes, como si ella hubiera visto… ¿Qué? ¿Un fantasma? ¿Un monstruo? No, se dijo. Vio un hombre.
Estaba seguro de que era la primera vez que _____ había visto un hombre medio desnudo. Bueno, y en realidad, él no se había quedado medio desnudo, pero… Aquella mirada de sus ojos no era de miedo, exactamente. Parecía más de curiosidad. Como si estuviera intentando imaginarse qué se sentiría al acariciar la piel de un hombre. Al sentir la diferencia entre su propia suavidad y la aspereza de la piel de un hombre. Porque bajo aquel espantoso vestido, ella tenía que ser muy suave.
Sería seda y satén, una piel dorada y caliente que nunca había recibido las caricias de un hombre. Joseph se estremeció y alejó aquellas ideas de la cabeza. Se quitó el resto de la ropa y se metió en la ducha.
Unos minutos después, con la cordura recuperada, entró de nuevo en el salón con ropa más cómoda. Al mismo tiempo, se abrió la puerta de la habitación de su pupila. Joseph se volvió hacia ella.
_____ Bougnon estaba en el umbral. El saco marrón había sido reemplazado por un camisón blanco, sobre el cual ella se había puesto el albornoz blanco del hotel. Por su suave inhalación de sorpresa, Joseph pensó que ella no esperaba encontrárselo ya en el salón, y vio cómo _____ se anudaba rápidamente el cinturón del albornoz. Sin embargo, no lo suficientemente rápido como para que Joseph no tuviera tiempo de hacer algunas observaciones.
La primera fue que aquel camisón estaba diseñado para ser lo menos atractivo y femenino posible. Joseph tragó saliva.
La segunda fue que las cosas no siempre salían como se pretendían. El camisón se ceñía al cuerpo de _____ en todos los lugares donde no debería hacerlo. Él percibía la silueta de unas piernas largas, interminables, de unos pechos redondeados y de los pezones.
―Oh ―dijo ella, porque otra cosa no supo qué decir, para dejar de sentirse tan incómoda frente a éste hombre guapo. Y era un Oh, verdaderamente, porque ella no podía decir que era un dragón, más bien todo lo contrario.
Joseph tragó saliva de nuevo y la miró a la cara. Pero aquello no sirvió de nada. No cuando ella lo estaba mirando fijamente a través de sus pestañas largas y negras, con el pelo recién lavado sobre los hombros, del color castaño de los bosques de otoño.
Y bajar la vista tampoco le sirvió de nada. Lo cual no tenía sentido, porque lo único que veía eran sus dedos de los pies asomando por debajo del camisón. Él no tenía ninguna propensión especial por los pies, a no ser que estuvieran calzados con unos zapatos de altísimo tacón, por lo tanto… ¿Cómo era posible que aquellos dedos, cuyas uñas ni siquiera estaban pintadas, tuvieran aquel efecto en sus hormonas?
―Yo… No me había dado cuenta de que…
Joseph reprimió un gruñido.
―No ―dijo él―. Yo tampoco.
Sabía que estaban hablando de dos cosas distintas, pero ¡Demonios!, exclamó para sí. Joseph tenía suerte de poder hablar, y tuvo más suerte aun cuando un golpe en la puerta le indicó que el servicio de habitaciones había llegado.
―Voy ―dijo con un suspiro.
Sabía que había llegado el momento de dejar de engañarse. Su pupila, aquella carga que él no había pedido, _____ Bougnon, no era ninguna niña. Era una mujer, una mujer despampanante, intacta, sin despertar, sin explorar. Tendría que pasar los dos meses siguientes protegiéndola de unas tentaciones que ella no reconocería, y de los hombres que seguramente acudirían corriendo en cuanto la vieran. Y él tendría que seleccionar a uno de aquellos hombres para que se casara con ella. Para que tomara su inocencia. Para que la llevara a su cama.
El golpe de la puerta sonó de nuevo. Joseph sacudió la cabeza y abrió.
―Buenas noches, señor. Le traigo lo que ha pedido.
No. Yo no he pedido nada de esto. Ni la mujer, ni la última voluntad, ni el testamento…
― ¿Señor?
―Sí ―respondió Joseph, con un gruñido, y se apartó de la puerta.











Natuu!(:
Natuu!
Natuu!


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Mensaje por Augustinesg Vie 27 Ene 2012, 12:10 pm

QUE BUENA NOVELA!!!
Nueva lectora, ;)
Gracias por subirla :)
Augustinesg
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http://www.twitter.com/AgustineSG

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"Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA) - Página 2 Empty Re: "Te Quiero Solo Para Mí" (Joe&Tú) (TERMINADA)

Mensaje por andreita Sáb 28 Ene 2012, 9:20 am

me encnata
los dos se desan si lo se lo
se

me gusta natu sigue sigue
:)
queiro ebso
andreita
andreita


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Mensaje por Natuu! Sáb 28 Ene 2012, 7:53 pm

Capítulo 4



_____ había jurado que no probaría bocado. Sin embargo, tomó muchos bocados. No inmediatamente, claro. Primero, se quedó allí de pie, observando cómo Joseph se sentaba a la mesa y descubría una media docena de bandejas, hacía un par de sonidos apreciativos y comenzaba a servirse cosas en el plato.
Para cuando él estaba casi terminando lo que parecía una tortilla de champiñones y queso, a _____ le rugía el estómago de manera muy poco elegante. Se ruborizó, segura de que él lo estaba oyendo. Sin embargo, Joseph no dijo nada. Ni siquiera la miró.
¿Acaso, voy a comerme todo lo que hay a la vista? _____ acercó una silla a la mesa y se sentó frente a él. Joseph tomó un plato, lo llenó y se lo tendió.
―Gracias ―dijo ella, con frialdad, y lo tomó.
¡Dios mío, estaba hambrienta! Se comió todo lo que él le había servido, más dos rebanadas de pan con una loncha de queso. Cuando él se agachó hacia la parte baja del carrito y sacó una copa de helado de vainilla con fresas, ella se juró que no iba a tocarlo. Sólo había una copa, y era para ella. _____ sabía que era algo que se pedía para darle gusto a un niño. Cuanto antes entendiera él, que ella no era una niña, estaría mucho mejor.
Pero el helado tenía un aspecto tan delicioso, aquella montaña fría de vainilla… Además, era un lujo escaso. En la escuela, los postres siempre eran flanes granulosos y fruta en compota. Una cucharada no le haría mal a nadie. Una. Y después otra, y otra. Antes de que se diera cuenta, la cuchara resonó contra el fondo de la copa. Ella la giró, capturó las dulces gotas del final con la cuchara y después la lamió con la punta de la lengua…
En aquel momento, miró hacia arriba, y se dio cuenta de que Joseph la estaba observando con los ojos ardientes.
Algo ocurrió en lo más profundo de su vientre. De repente, sintió un calor que desde allí se extendió por su sangre hasta sus pechos.
A _____ se le cortó la respiración. Dejó la cuchara en el plato y apartó la mirada. Se limpió los labios con la servilleta, y cuando volvió a mirar a Joseph, pensó que había tenido una alucinación. En sus ojos no había más que una vaga diversión.
― ¿Te encuentras mejor?
―Es muy importante alimentarse adecuadamente ―respondió ella rígidamente. Joseph sonrió ligeramente.
― ¿Palabras sabias de la Madre Lujan?
―No me gusta que se rían de mí, señor.
Joseph apartó su plato y tomó la cafetera.
―No me estoy riendo de usted, señorita, sólo estoy comentando algo de lo que he visto hoy ―dijo él mientras se servía una taza del líquido negro y humeante.
―A mí también me apetece un café.
― ¿A ti?
―Sí.
―Tú eres demasiado…
¿Demasiado qué? ¿Joven para la cafeína? No, si él tenía razón en lo que había percibido unos momentos antes. Ella se había dado cuenta de cómo la había mirado… No. Tenía que olvidarse de todos aquellos pensamientos. _____ Bougnon era mayor de edad legalmente, sí, pero seguía siendo una niña. Además, era su pupila. No sería inteligente olvidar aquello.
― ¿Te dejaban tomar café en el convento?
―No, pero usted ha dejado bien claro que ya no estoy en el convento ―respondió _____. Tomó una taza y se la tendió a Joseph―. Café, por favor, señor Jonas.
Joseph apretó la mandíbula, tomó la cafetera y le sirvió.
― ¿Tenía razón?
― ¿Sobre qué?
―Sobre que estabas usando las sabias palabras de la Madre Lujan. Me da la sensación de que tenía consejos para todas sus alumnas.
―Ella tiene buena intención.
―Estoy seguro de que sí.
―Cuida a las chicas, y… ― ¿Y qué? _____ frunció el ceño. ¿Por qué estoy diciendo esto? Era posible que la Madre Lujan fuera una excelente administradora, pero nadie, ni siquiera las otras monjas, diría que se preocupaba por ninguna de las chicas que vivían en la escuela. No tenía mucho sentido contradecir automáticamente todo lo que decía Jonas―. En realidad ―dijo remilgadamente―, aprendimos nutrición en clase de salud.
―Ah. Salud. Veamos… La pirámide de los alimentos. Mente sana en cuerpo sano. El valor del ejercicio y de beber ocho vasos de agua al día.
Él tenía una expresión seria, pero también tenía aquella expresión de diversión de nuevo. Hacía que se le formaran arrugas en los bordes de los ojos.
Qué ojos tan castaños. Castaños profundos, profundos…
―Y sexo.
_____ parpadeó.
― ¿Cómo dice?
―Estaba pensando en los temas que se estudiaban en la clase de salud.
―Debe de tener buena memoria ―dijo ella, y se sintió bien al ver que en aquella ocasión era él el que se ruborizaba.
―Tengo treinta años. No soy un anciano, precisamente.
Treinta. Ella había estado intentando adivinar su edad. Era el hombre más joven con el que había hablado desde que había entrado a vivir al convento.
―De todas formas, estoy seguro de que el curriculum de la clase de salud no ha cambiado demasiado ―Comentó Joseph. Le dio un sorbito a su café, mirando a _____ por encima del borde de la taza―. Bueno, ¿Y qué?
― ¿Qué acerca de qué?
― ¿Incluía tu clase de salud educación sexual?
Ella notó que le ardían las mejillas.
―No.
Él suspiro.
―Eso pensaba yo.
―Y ―dijo ella con tanto aplomo que habría hecho las delicias de la hermana que enseñaba conducta―, ése no es un tema de conversación apropiado entre usted y yo.
―Si vas a casarte en dos meses, sí lo es.
_____ se sobresaltó en la silla. Joseph se habría cortado la lengua, pero ya era demasiado lejos.
―Lo siento ―le dijo―. ¡Maldición!, no quería decirlo tan directamente, pero…
Pero había dicho la verdad. Durante un corto rato, ella casi había olvidado por qué estaba allí. La elegante suite, la deliciosa comida, las bromas que aquel hombre increíblemente atractivo que estaba frente a ella, la habían dejado ciega ante la realidad.
Casi había olvidado que todo aquello era una ilusión.
El hotel no era más que otra prisión dorada, igual que aquélla en la que había pasado la mayor parte de su vida. La comida sólo era para que ella se confiara y aceptara las cosas con complacencia. Y aquel hombre, que parecía salido de un sueño, no tenía corazón.
¿Cómo pude haberlo olvidado?, se inquirió enfadada.
―_____, escúchame ―dijo él, con una expresión tan seria, que ella tuvo ganas de borrársela del rostro―. Tu vida está a punto de cambiar. ¿No quieres hablar conmigo sobre esos cambios antes de que ocurran?
―Yo no voy a hablar de sexo con usted ―le dijo ella, con un tono de voz venenoso.
Demonios. Él tampoco quería hablar de sexo con ella. Ni siquiera estaba seguro de por qué había sacado aquel tema, pero ya que lo había hecho, ¿Por qué no seguir si ya empecé?, se preguntó de mal modo. Joseph tenía que saber lo que ella sabía, y lo que no desconocía. Porque estaba seguro de que ella no tenía ni la más mínima idea de lo que ocurría entre un hombre y una mujer.
―Tendrás que hablar con alguien. No puedes… Yo no puedo dejar que tú… ―Joseph dijo unas palabras que hicieron que ella abriera unos ojos como platos―. ¿Crees que esto es fácil para mí? No lo es. Es una enorme responsabilidad.
―Lo único que tiene que hacer es encontrar a un hombre que quiera casarse conmigo, y su supuesta responsabilidad habrá terminado.
―El hombre apropiado.
―Oh, claro. Lo siento. Se me había olvidado. Un marido argentino apropiado ―a _____ le tembló la boca―. Eso será fácil cuando usted le hable de mi herencia.
― ¡Maldita sea! ―Exclamó Joseph, furioso, y se levantó de la mesa―. ¿De verdad crees que voy a permitir que te cases con cualquiera?
―Está gritando.
― ¡Por supuesto que estoy gritando! ―dijo él, y tomó aire profundamente―. Mira, nada de esto ha sido cosa mía. Yo tengo una vida. Una vida que me he construido, y que me gusta. Y ahora, estoy metido hasta el cuello en tu vida, y no me gusta.
― ¿Por eso vamos a ir a su país mañana?
―Lo dices como si fuéramos a ir a Marte.
―No tengo pasaporte ―dijo _____, agarrándose a un clavo ardiendo.
―Sí lo tienes.
― ¿De verdad?
―Escobar me dio algunos papeles. Tu certificado de nacimiento, tu certificado de graduación, tu pasaporte y tu visado.
―Pero… Pero yo no quiero… No entiendo por qué me lleva a Estados Unidos. Si tengo que encontrar a un marido argentino apropiado, éste es el mejor lugar para conseguirlo.
―Te voy a llevar a Estados Unidos porque yo vivo allí. Mi casa y mi oficina están allí, y hay gente que depende de mí.
―Y yo no tengo nada, ni a nadie. ¿Es eso lo que quiere decir?
―Sí. No. ¡Demonios!, _____...
―No es apropiado que un hombre use semejante lenguaje delante de una mujer ―dijo ella, con los ojos llenos de lágrimas. No llores, no debes mostrarte débil ante él, se dijo, y elevó la barbilla―. Ni tampoco es apropiado que un hombre se dirija a una mujer con tanta familiaridad.
―Estupendo. ¡Fantástico! ¿Así es como vas a manejar las cosas? Cada vez que llegamos a un punto muerto, ¿Vas a lanzarme alguna regla de etiqueta del año 1800 a la cara?
―La etiqueta es el pegamento que mantiene unida a la sociedad.
― ¡Oh, por Dios! ―Joseph se acercó a ella, rojo de ira―. ¡Deja de citar a la Madre Lujan! ¡No estamos en un convento! Estamos en mi hotel. Quizá no me haya expresado con claridad. Tú ya has terminado con esa escuela, has terminado con todas esas ideas anticuadas. Mañana comenzarás a vivir en Nueva York y te vestirás con ropa que no parecerá confeccionada por… Por gente que vive en las cavernas, y conocerás a personas…
―Yo misma me he hecho la ropa ―dijo ella, y las lágrimas que había estado intentando contener comenzaron a resbalársele por las mejillas.
―_____, lo siento. No quería ofenderte, pero…
―Odiaba esa clase ―sollozó ella―. ¡Odio coser!
¡Maldición!, pensó Joseph con tristeza. Le puso una mano sobre el hombro.
―No llores.
―No estoy llorando ―dijo ella, pero cada vez brotaban más lágrimas de sus ojos―. Yo nunca lloro ―confesó.
Quizá no, pero _____ había aprendido a no llorar y jamás mostrarse débil ante cualquier problema. Pero en ese momento estaba llorando como si se le fuera a romper el corazón. Con torpeza, Joseph la acercó a su cuerpo, la abrazó y le dio unos golpecitos en la espalda.
―Y no voy a conocer a gente. Conoceré a hombres para que usted pueda encontrarme un marido argentino apropiado. ¿Sabe lo que significa eso, señor?
Joseph no conocía el significado de nada. No, con _____ en sus brazos. Él había querido que aquél fuera un gesto fraternal. Sin embargo, sentía el cuerpo dócil y cálido de _____ apretado contra el suyo.
Su cara estaba escondida en el hombro de él, y su pelo le rozaba la nariz. Ella olía a jabón, a champú y a tristeza, y él era la causa. Su pena era por su culpa.
―Un marido argentino apropiado ―dijo ella entre sollozos―, será un hombre que piense que es mi dueño.
―Shhh ―susurró Joseph, acariciándole la espalda.
―Así son las cosas por aquí. ¡Los hombres son los reyes!
―Yo no elegiré a alguien así.
― ¡Usted elegirá al primer hombre que encaje con los requisitos del testamento! ―_____ se apartó de él y lo miró―. Usted mismo lo ha dicho. Tiene dos meses para casarme.
―_____...
― ¡No entiendo cómo puede estar haciendo esto! ¿Qué beneficio tan importante va a sacar de todo esto?
Joseph no tenía respuesta. ¿Cómo voy a decirle que tiene dos hermanastros en algún lugar del mundo pero que no sabe quiénes son? ¿Puede confesarle que yo he sido engendrado por un hombre que tenía la moral de un gato callejero? ¿Me aceptará como su hermanastro?
―Es tarde ―le dijo, rotundamente disipando aquellos pensamientos―. Y mañana será un día muy largo.
Los ojos de _____, todavía brillantes por las lágrimas, también brillaban de desafío.
―Yo no voy a ir con usted, señor.
―Claro que sí. Y, aunque estoy seguro de que tú me dirás algo apropiado sobre las ventajas del tratamiento formal, estoy harto de que me trates de usted. Me llamo Joseph.
―Madre Lujan me enseño que a los hombres hay que tratarlos de usted.
―Me llamo Joseph ―dijo él con aspereza―. Y así es como quiero que me llames.
―Muy bien. A mí no me importa una cosa ni la otra.
El mensaje estaba bien claro. A ella no le importaba porque no tenía intención de permitir que la llevara al norte.
Joseph se dio la vuelta, se pasó la mano por el pelo y comenzó a caminar por la habitación. ¿Qué hace un hombre para evitar que una mujer huyera? Estaba seguro de que algún día, cuando aquella pesadilla hubiera terminado, se reiría al recordar aquella pregunta. Él nunca había tenido que preocuparse de que una mujer se escapara de él. Al contrario, muchas veces le tocaba a él pensar en un plan para huir de las mujeres.
Hasta aquella noche. No tuvo dudas que _____ podría ser una chica muy astuta.
No había cerradura en la parte exterior de las puertas de ninguna de las habitaciones. ¿Qué puedo hacer? ¿Meterla en su habitación, cerrar la puerta y tumbarme con ella, para bloquearle el camino de escapada con mi propio cuerpo? Dormir en el suelo no sería un problema. Estaba lo suficientemente cansado como para dormir en una cama de clavos. Y aquél era el problema. Una vez que se quedara dormido, no se despertaría ni aunque pasara a su lado una manada de rinocerontes.
Sólo se le ocurría una forma de resolver aquello, pero antes de ponerla en práctica, intentó comportarse como un caballero y darle a _____ la oportunidad de ser una dama.
―Parece que en el convento te han enseñado muchas cosas ―le dijo―. ¿Te han enseñado también la importancia del honor?
―Claro ―respondió ella―. El honor lo es todo.
― ¿Y a dar tu palabra a alguien? ¿Es eso una cuestión de honor?
Ella se había vuelto con mucha cautela. Joseph lo notó en la forma en que había ladeado la cabeza, y en cómo lo observaba.
―Por supuesto.
Joseph asintió.
―Me alegro de oírlo, porque voy a pedirte que me des tu palabra de honor de que no intentarás escaparte de la habitación esta noche.
―De acuerdo. Joseph, te doy mi palabra de que no intentaré escaparme de la habitación esta noche ―repitió de mal modo.
―En ese caso, me voy a la cama. Y tú también. Y vas a recordar que dar tu palabra es una cuestión de honor… ―Joseph entrecerró los ojos. Había estado a punto de caer en su trampa.
Pero de repente, _____ soltó un gritito cuando él la agarró por la muñeca.
― ¿Qué está haciendo?
Una pregunta tonta. Lo que él estaba haciendo era arrastrarla a su habitación.
― ¡Deténgase! ¡Señor! ―Ella se agarró como pudo al marco de la puerta―. ¡Joseph! ¡No puedes…!
―Eres buena ―dijo él―. Muy buena. Pero no lo suficiente ―remató. La mano de _____ se soltó del marco mientras él seguía tirando hacia su habitación. Después, Joseph cerró la puerta con el codo.
― ¡Me pediste que te diera mi palabra de que no intentaría escaparme, y te la he dado!
Sin soltarla, Joseph Jonas se acercó a su maleta, que no había deshecho, y con una mano, rebuscó hasta que encontró una corbata.
―Siéntate.
― ¡No! ¿Estás loco?
Él le puso una mano a la altura de las costillas y empujó. _____ cayó de espaldas sobre los cojines de la cama, con los ojos abiertos como platos, resoplando.
―Te he dado mi palabra ―dijo él, imitando la voz de ella―, de que no intentaría escaparme… “Intentar” ―repitió, en un tono frío―. Eso es lo que has prometido, que no intentarías escaparte, No ―elevó el tono de su voz al pronunciar esta palabra― que no lo harías.
A ella le latía el corazón en los oídos.
―Gritaré. ¡Haré que venga todo el mundo del hotel corriendo!
―Hazlo. Yo le diré a todo el mundo que te has vuelto loca y vendrán a buscarte para llevarte a un sanatorio mental.
Él alargó el brazo hacia ella. _____ le dio un manotazo. Él soltó una blasfemia, pero de todas formas le agarró la muñeca y se la ató a la suya con la corbata de seda. Ella todavía estaba mascullando de rabia cuando él la empujó de nuevo hacia la cama y se tumbó a su lado.
― ¡No puedes hacer esto!
―Cállate.
― ¡No! ¡No voy a dormir con…!
_____ soltó un jadeo cuando él se inclinó hacia ella. Sus ojos castaños se habían vuelto casi negros.
―Tienes razón. No vas a dormir conmigo. Vas a dormir a mi lado.
― ¡Eso es un juego de palabras!
―Hazme caso, niña. Hay una gran diferencia entre dormir con un hombre y dormir a su lado.
―No soy una niña.
―Lo que tú eres ―dijo Joseph― es una auténtica pesadilla…
Al demonio con todo.
Él pasó por encima de ella para alcanzar el interruptor. Apagó la luz y volvió a tumbarse.
― ¡Te odio! ―le gritó.
―Sí, ya me lo habías dicho.
― ¡Te desprecio!
Joseph bostezó.
―Más de lo mismo ―dijo, y después, se quedó en silencio. Se había dormido.
_____ se quedó mirando al techo. Aquello no podía estar ocurriendo. Estaba en la cama de un hombre. Estaba durmiendo con un hombre, sí, y ella sabía lo que significaba. Sabía lo que los libros decían que significaba, y lo que le habían contado un par de chicas de la escuela después de volver de un fin de semana en casa.
Las imágenes bailaban en su mente. Sintió calor en la cara. No iba a pensar en aquellas cosas. Eran pecados. Además, ella odiaba a Joseph Jonas. ¡Lo odiaba, lo odiaba, lo odiaba con todas sus fuerzas del alma!
Él era el enemigo. También era lo desconocido. _____ tragó saliva. Si se movía, aunque sólo fuera un poco, su cuerpo se rozaría con el de Joseph. Ella no quería que aquello sucediera, no, pero si sucedía… Si sucedía, ¿Qué?, se preguntó. Después de todo él estaba durmiendo. Era inofensivo. Y si lo tocaba, era posible que aprendiera cosas útiles. Cosas que ella debía aprender sobre los hombres. Sabía, por supuesto, cuáles eran las diferencias básicas en la anatomía de los hombres y las mujeres. Era ingenua, pero aquello no significaba que fuera tonta. Pero había otras cosas, otras cosas que ella no sabía.
El cuerpo de Joseph no sólo parecía distinto al suyo, sino que también producía sensaciones distintas. Cuando ella le había pegado, cuando él la había arrastrado a la habitación… Él tenía unos músculos duros. ¿Habría sido porque estaba tenso y enfadado? ¿O sería así también cuando estaba relajado?
¿No había dicho algún historiador famoso que había que conocer al enemigo para conquistarlo?
Lenta y cuidadosamente, _____ se puso de costado y se apoyó en el codo. Después, miró con atención al hombre que estaba tumbado a su lado. Es un hombre muy bello, pensó.
¿Era aquella una palabra extraña para usar hacia un hombre? Quizá, pero ninguna otra descripción sería más precisa. Joseph era guapo. Tenía el pelo negro y espeso. Unas pestañas largas y oscuras. La nariz recta, la boca exuberante, y la barbilla fuerte… Miguel Ángel no lo habría hecho mejor, se dijo.
_____ se inclinó más hacia él. Inhaló. Percibió las esencias del jabón, el agua y el hombre. Era sexy. Increíblemente sexy… Y ya había llegado el momento de apartarse. De volver a tumbarse en la cama. De intentar dormir algo. Pero primero, primero…
Se mordió el labio inferior mientras bajaba la mano hasta que rozó la camisa de algodón fino. La tela era casi transparente. Se veía la forma de sus músculos pectorales y de su abdomen musculoso. No necesitaba tocarlo, después de todo. La camisa le había dado todas las respuestas que necesitaba. De todas formas, lo acarició. Posó la palma de la mano sobre su pecho. Sintió su calor, su fuerza, los latidos impetuosos de su corazón. A ella también le latía fuertemente el corazón. A toda velocidad. Se inclinó más hacia él. Y más. Hasta que sus labios estuvieron a un centímetro de los de Joseph. Cerró los ojos y recorrió la forma de la boca de Joseph con la punta de un dedo. Sus preciosos labios. ¿Y si él se despierta? ¿Y si me sorprende haciendo esto? Podría ser peligroso. Él podría perder el control. Los hombres lo hacían, ¿No? Las hermanas se lo habían dicho.
La boca de Joseph se torció bajo su mano. Con el corazón acelerado, _____ se apartó de él, tanto como le permitió la corbata de seda. ¿Se había despertado de verdad?
Él no se movió. Y ella tampoco. Después de un minuto, después de una eternidad, _____ lo miró de nuevo. Él aún estaba dormido. Ella dejó escapar un suspiro largo y tembloroso. ¿Qué era lo que la había poseído? ¿Se había vuelto loca? Estaba cansada. Eso era todo. Estaba exhausta. Esa era la única razón por la que quería… Quería… _____ cerró los ojos con fuerza. Y se sumió en un sueño inquieto que no la dejaría dormir tranquila en toda la noche.












¡Bienvenida Augustinesg! Y al contrario, gracias a ti por leerla (:



Natuuu(:
Natuu!
Natuu!


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Mensaje por Augustinesg Sáb 28 Ene 2012, 9:54 pm

oh Dios!!! Que novela!!!!
Gracias por subirla°!!!
Augustinesg
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Mensaje por fernanda Sáb 28 Ene 2012, 11:21 pm

Hola , me encanta tu nove , por favor siguela!
fernanda
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Mensaje por joseph Dom 29 Ene 2012, 12:16 am

siguela!!!!!!!!!!!
joseph
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Mensaje por andreita Dom 29 Ene 2012, 5:47 am

jajaja es como curiosa ella no??
jajaj quiero beso!!
natu sigue
andreita
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Mensaje por Natuu! Lun 30 Ene 2012, 10:59 pm

Capítulo 5



¿Cuánto tiempo podía un hombre fingir que estaba dormido antes de perder la cabeza?, se preguntó Joseph. Él se obligó a mantenerse inmóvil hasta que la respiración lenta y suave de _____ le indicó que ella ya estaba dormida. Después, desató la corbata de sus muñecas, se levantó y salió, tambaleándose, por la puerta.
¿Estará loca? Ser ingenua era una cosa, pero una mujer que se inclinaba sobre un hombre dormido, de manera que su melena cayera a su alrededor como una cortina de seda, que se acercaba tanto que él podía atrapar su esencia femenina en los pulmones, no era ingenua, era una loca. Joseph gruñó, se hundió en una butaca y enterró el rostro entre las manos.
Ella le había acariciado la cara. El torso. Él había tenido la sensación de que se le iba a escapar el corazón del pecho, pero había aguantado hasta que ella había comenzado a dibujarle los labios con el dedo, y él había imaginado cómo sería abrir la boca y atrapar aquel dedo… Se apartó las manos de la cara y se quedó mirando al techo, ciegamente.
Algún día tendría que darle las gracias al chico que les había dado a sus compañeros de clase y a él un curso intensivo de meditación durante su primer año de universidad.
Eh, Bill, le diría, gracias por salvarme el pellejo una noche, en Buenos Aires.
Joseph se puso en pie, se acercó al mini bar, se sirvió una copa de coñac y se la bebió de un trago.
Tenía un problema. Un buen problema. Su única salida era volver a Nueva York, encontrarle un marido a _____ tan rápidamente como pudiera y decirle adiós cuando se convirtiera el problema de otro hombre. En el placer de otro hombre.
―Maldito seas, Enrique ―murmuró en voz baja. Volvió al mini bar y se tomó otra copa.
Después se tumbó en el sofá, que era demasiado corto, demasiado estrecho, demasiado parecido al camastro de una celda, que era lo que se merecía, por estar deseando a su hermanastra e intentó conciliar el sueño.

_____ se despertó al oír el sonido de la lluvia. No es sorpresa, pensó con los ojos cerrados, somnolienta, que llueva en Buenos Aires, en este momento del año.
De repente, abrió los ojos. Pero no tan sorprendente como el hecho de que ella hubiera pasado la noche con un hombre.
Se incorporó y miro a su alrededor. Se dio cuenta de que estaba sola. Joseph no estaba. A su lado sólo había un espacio vacío. El único recordatorio de la noche anterior era la colorida corbata con la que él había atado sus muñecas, colgada en el cabecero como una serpiente exótica. Aquello, y el recuerdo de cómo ella lo había acariciado mientras estaba dormido. Pero, ¿Para qué iba a perder el tiempo pensando en aquello? Una ligera locura temporal después del día que había tenido que soportar era comprensible. Lo que tenía que pensar era cómo iba a escaparse. Joseph no podía llevársela a los Estados Unidos. Ella no lo permitiría.
¿Y dónde estaba él? Probablemente, al otro lado de la puerta, esperándola en el salón.
Su vestido y la bolsa de viaje estaban en una silla. Cortesía de su captor, sin duda. _____ agarró ambas cosas, entró en el baño, cerró la puerta y sacó una muda limpia y el cepillo de dientes de la bolsa. Unos momentos después, salió de nuevo a la habitación.
Todavía estaba sola, pero sabía que Joseph no se había ido. Sabía muy pocas cosas acerca de él, pero estaba completamente segura de que no era un hombre que le diera la espalda a algo que él creía que era su responsabilidad, aunque la forma en que había llegado a esa conclusión era algo incomprensible para ella.
Bien, se dijo. _____ tomó aire. Él estaba esperando en el salón, a menos que ella tuviera suerte. Quizá estuviera en la otra habitación. Quizá hubiera salido a buscar el desayuno, o el periódico, o a hacer lo que hiciera un hombre como él por las mañanas. Quizá aquélla fuera su oportunidad para escapar. Si pudiera escabullirse de la suite, bajar hasta el vestíbulo y llegar hasta la puerta principal… Lo intentaría.
Sus zapatos estaban junto a la cama. Sería mejor no ponérselos. Saldría y pasaría de puntillas junto a la puerta de la otra habitación, suponiendo que Joseph estuviera allí. _____ tomó los zapatos, puso la oreja junto a la puerta y escuchó. Ni un solo sonido. Nada, salvo los latidos de su corazón. Lentamente, cerró el puño alrededor del pomo, lo giró y, conteniendo el aliento, abrió la puerta.
Y vio a Joseph, sentado en una butaca, mirándola. Tenía el periódico abierto en el regazo, una taza de café humeante junto a él y una sonrisa amable en el rostro.
―Buenos días ―dijo. Su mirada se fijó en los zapatos que _____ llevaba colgando de los dedos―. ¿Ibas a algún sitio?
Ella estaba decepcionada, pero no intimidada. En la escuela siempre había alguien vigilando; Si a una la sorprendían haciendo algo que no debía, simplemente debía mentir para que no la castigaran.
―Sí ―dijo ella, con una sonrisa tan amable como la de él―. Quería tomar mi cepillo de dientes. Me lo dejé en el otro baño.
― ¿Y vas descalza para no molestarme? Qué detalle… ¿O siempre andas de puntillas?
Ella notó que se ruborizaba, pero no se amilanó.
―No sé a qué te refieres.
Joseph le hizo un gesto con la cabeza hacia los zapatos.
―Quizá las costumbres de aquí sean distintas. En Estados Unidos, los zapatos se llevan en los pies, y no en las manos.
―Me duelen los pies.
―Ah ―otra sonrisa amable―. Bueno, podrás ponerte un par más cómodo después de lavarte los dientes.
―Oh. Sí, claro. Yo…
― ¿Te apetece un café?
Quería un café desesperadamente, pero aceptar algo de él sería una señal de derrota.
―No ―dijo, y después, aunque aquello la matara, añadió―: Gracias.
Joseph plegó el periódico.
―Estaba a punto de despertarte.
―Qué agradable para los dos que no haya sido necesario ―respondió _____, y pasó por delante de él hacia el dormitorio.
Cerró la puerta tras ella, de un portazo lo suficientemente fuerte como para que a él le castañetearan los dientes. Estupendo, pensó Joseph, tirando el periódico a un lado. Estupendo. Otro día, otra confrontación. ¿Qué había de nuevo? Lo que había pasado la noche anterior. Aquello era nuevo. Quedarse allí tumbado cuando ella había decidido emprender aquel viaje de descubrimiento. No mover un músculo cuando ella se había inclinado hacia él, lo había acariciado, buscando conocerlo…
Incluso recordarlo le excitaba, pero no debía permitirlo. Aquello no serviría de nada.
Encontraría a alguien apropiado para _____. Un buen tipo. . Ella se lo merecía. Alguien con quien ella quiera estar. Alguien que le enseñe las incontables cosas que ella no sabe sobre la vida, los hombres y el sexo…, pensó. En síntesis: Las cosas que él había deseado enseñarle la noche anterior, con toda su alma.
― ¡Mierda! ―Gruñó, y atravesó el salón de dos zancadas―. ¡_____! ―exclamó, y golpeó la puerta de su habitación con el puño cerrado―. ¡Muévete de una vez!
Él ya había roto la cerradura de adentro. El hotel se la cobraría. Podían cobrarle la puerta entera si él se enfadaba aún más y la echaba abajo a patadas. ¿Dónde está? ¿Por qué tarda tanto? Estaban en el último piso, pero por lo que sabía de ella, _____ estaba lo suficientemente loca y desesperada como para intentar escaparse por la ventana…
La puerta se abrió.
―No es necesario hacer tanto ruido.
Parecía calmada, pero él se dio cuenta de que no se había puesto los zapatos.
―No estás preparada ―le dijo exhalando la bronca que contenía en su interior.
_____ tenía una expresión vacía.
― ¿Preparada para qué?
―Mira, ni siquiera son las siete de la mañana. Es demasiado pronto para acertijos. Quizá las cosas empezaran muy pronto en tu escuela, pero…
―No es mi escuela. En realidad, no lo ha sido desde hace mucho tiempo. Yo debería haber salido de allí hace tres años.
Joseph se metió las manos en los bolsillos del pantalón y se balaceó ligeramente sobre los talones.
―Qué raro. Yo juraría que te recogí allí ayer.
―Tú me recogiste porque mi tutor no me dejó salir.
―Creo que en eso te equivocas. Fueron tus padres los que no te permitieron marcharte.
―Como quieras. Yo he tenido que quedarme allí, aprendiendo cosas inútiles…
―Como coser ―dijo él, con una pequeña sonrisa.
―El hecho es que esos días ya han terminado.
― ¿Los días en que aprendías a coser?
― ¿Te parece que esto es una broma, Joseph? Te aseguro que no lo es. Para mí es algo muy serio.
―Tienes razón ―respondió él, atrevidamente―. Esto no es divertido, y no es una situación de la que puedas escapar ―Joseph tomó la bolsa de viaje de sus manos, después se acercó a su maleta y la tomó también―. Tenemos que tomar un avión.
―No.
―Míralo de esta forma: Cuanto antes lleguemos a Nueva York, antes podremos empezar a terminar con esta relación y va a ser mucho mejor para los dos.
―Podemos terminarla ahora mismo ―dijo _____, rápidamente―. Lo único que tienes que hacer es…
―No. Lo único que tú tienes que hacer es comportarte bien.
_____ miró fijamente a Joseph. Tenía la cara muy seria y una mirada heladora. Fuera cual fuera el jueguecito que él había estado jugando con ella durante los minutos anteriores, había terminado.
_____ sintió pánico.
―Es cosa tuya, niña. O te pones los zapatos, o haces el viaje descalza.
―Ya te he dicho que no soy una niña.
―Muy bien. Eres la Madre Teresa entonces. Pero ponte en marcha.
― ¡Montaré un escándalo en el aeropuerto!
―Sé que no has estado en contacto con el mundo real ―le dijo Joseph, en tono grave―, pero si haces algo así, te garantizo que terminarás esposada.
―No, si le cuento a la policía todo lo que está ocurriendo. Cómo me estás obligando a dejar el país. No tienes derecho a…
―Tú eres la que no tienes ningún derecho, a menos que yo lo diga.
Ella lo estaba mirando como si fuera un monstruo, pero a Joseph no le importaba. ¿Qué no quiere ir conmigo? ¡Una lástima! Yo tampoco quiero ir con ella. Pero lo que _____ no entendía era que lo que él quisiera, y lo que ella quisiera, no tenía importancia.
Él nunca había creído en la vida después de la muerte, pero estaba empezando a cambiar de opinión. ¿Por qué, de lo contrario, los padres de _____ y el desgraciado de su propio padre los habían puesto en aquella situación, si no estaban sentados en una nube bien mullida, riéndose de lo que habían conseguido?
Y en aquel momento… ¡Maldición!, ella estaba empezando a llorar. Las lágrimas, grandes, perfectas, resbalaban por sus mejillas. En aquella ocasión, no iba a permitir que lo afectaran.
―Deja de llorar ―dijo con la voz ronca.
― ¿Cómo puedes hacer esto? Yo no soy un paquete postal que puedas transportar y después tirar.
―FedEx se encarga de los paquetes ―respondió él, intentando hacer una broma―. Nosotros vamos a viajar en primera clase.
―Enfréntate a lo que ha ocurrido, _____, y sigue adelante.
―Oh, eso suena tan valiente… Enfréntate tú a ello. Sigue adelante. Salvo que a ti no te van a volver la vida del revés.
―La verdad es ―dijo él, tomándola por el codo―, que ya he tenido suficiente discusión. Cuanto antes aceptes que estamos atrapados en esto los dos juntos, mejor.
Ella lo miró a los ojos. Toda la fanfarronería había desaparecido, todo el orgullo que la había protegido de tener que aceptar su destino. Parecía que estaba aterrorizada. Y él se sentía como el peor canalla del universo.
Se dijo que no tenía que hacer aquello. Podría mandar al infierno a Enrique y alejarse, o podía abrazar a aquella mujer, mecerla contra su cuerpo hasta que el pánico se desvaneciera y decirle que todo saldría bien. Pero eso sería mentira.
Las cosas no iban a salir bien. Ni para él. No, hasta que terminaran de bailar la música que les habían marcado aquel trío de bromistas cósmicos, y aun así, no habría garantía.
― ¿Me has oído? ―le dijo con aspereza―. No quiero más lágrimas. Estoy harto de esta rutina.
―Te odio ―susurró _____.
―Ésa es una respuesta infantil.
―Te odio, te odio, te odio.
_____ gritó hasta que Joseph soltó las bolsas, la abrazó con fuerza y la besó.
La besó sin piedad, con una pasión adulta. Él sabía que aquello sólo serviría para provocarle más terror. Era deliberado. Para hacerle saber lo que significaba ser una mujer en vez de una niña…
Y entonces, dejó de pensar.
Sintió el escalofrío que la recorrió, oyó su llanto ahogado, saboreó la sal de sus lágrimas y gruñó, le deslizó las manos por la melena y la besó como si no fuera el primer beso de _____, sino el suyo.
Después, el beso se volvió tierno, suave. La besó, y la besó hasta que ella dejó de temblar, hasta que sus labios se ablandaron. Hasta que ella suspiró y abrió la boca, y él pudo saborear su dulzura. Su inocencia.
Suéltala, se dijo. Maldita sea, Jonas, es tu hermanastra, ¡Suéltala!
Pero no lo hizo. La abrazó aún con más fuerza: _____ alzó los brazos y se los pasó por el cuello, se inclinó contra él y susurró algo contra su boca, algo que él no pudo entender, pero que su cuerpo, ¡Dios!, su cuerpo entendió completamente.
Joseph olvidó su inocencia. Lo olvidó todo, salvo la sensación de tenerla entre sus brazos.
―_____ ―murmuró―. _____.
Le pasó las manos por la espalda, le acarició los glúteos, la elevó contra él, la movió contra su cuerpo, dejó que sintiera lo mucho que la deseaba, lo poderoso que era su deseo, y… ¿Qué demonios estoy haciendo?
Se apartó de ella y la soltó. Miró su cara, todavía alzada hacia él, vio sus labios separados…
Entonces, ella abrió los ojos, y él supo que su expresión de asombro seguiría obsesionándolo mucho después de que el destino los separara.
― ¿Lo ves? ―le dijo con calma, como si no tuviera los oídos llenos de los latidos ensordecedores de su corazón―. Después de todo, eres una niña.
Joseph abrió la puerta, recogió el equipaje y salió al pasillo. No miró atrás. No tenía que hacerlo. El beso había cambiado las reglas del juego. Si el orgullo obstinado había sido importante para _____ antes, en aquel momento tenía que ser lo único a lo que pudiera aferrarse.
Él estaba contando con eso para que lo siguiera.











Natuu!!(:


Última edición por NaTaLy el Miér 01 Feb 2012, 7:52 am, editado 1 vez
Natuu!
Natuu!


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Mensaje por andreita Mar 31 Ene 2012, 10:43 am

wowowowowowowow
que beso!!!!!!jajajajaa
ja yo tambien quiero una asi
natu mandame a joe
y uqe me de uno :)
va

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Mensaje por Augustinesg Miér 01 Feb 2012, 12:04 am

o.o
o.o
Oh Dios mio.... es raro cuando la relacion es entre hermanastros hahaha
xD Muchas gracias Natu!
Augustinesg
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Mensaje por andreita Miér 01 Feb 2012, 10:00 am

massssss
andreita
andreita


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Mensaje por jb_fanvanu Jue 02 Feb 2012, 2:02 am

Ohh quiero ser la pupila de Joe para q me APOYE xD

Waaa q besoo la ptm! O_O

Siguelaaa!!
jb_fanvanu
jb_fanvanu


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