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Apocalipsis zombie - Página 2 Empty Re: Apocalipsis zombie

Mensaje por DanielaSwift Sáb 15 Sep 2012, 9:02 pm

Síguela
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Apocalipsis zombie - Página 2 Empty Re: Apocalipsis zombie

Mensaje por Isi Lun 17 Sep 2012, 6:59 pm

23 January 2006 @ 10:05 hrs.
ENTRADA 29

Ya ha amanecido. Esta noche ha sido muy, muy larga. Tan solo unas horas después de que el convoy
de evacuación hubiera partido, he sido completamente consciente de la enormidad de mi decisión.
Estoy solo. Nadie sabe que estoy aquí. En una zona evacuada. En tierra de nadie.

Tras un primer momento de bloqueo me ha atacado un rapto de actividad febril. He cogido los listones
de madera y he apuntalado con ellos el portón principal. Es una estupidez, por supuesto, porque tengo
que salir por esa misma puerta tarde o temprano, pero el simple hecho de estar haciéndolo me permitía
tener la mente ocupada y sentirme más seguro. Tras eso, he hecho un pequeño balance de situación.
Tengo comida para unas tres semanas, si no me importa repetir menú de congelados hasta la saciedad.
Tengo unos 25 litros de agua embotellada, y de momento, la presión del agua corriente no parece haber
disminuido. La corriente eléctrica, en mi caso, no es problema, porque con los paneles, y economizando el consumo, puedo tener autonomía casi plena. Economizar el consumo no creo que
vaya a ser difícil. No tengo pensado dar ninguna fiesta en los próximos días.

El gas si que es un problema aparte. Mi cocina es mixta, tiene dos placas vitrocerámicas y dos hornillos
de gas, pero las vitro tienen un consumo eléctrico espantosamente alto. De momento aún tengo gas,
pero desconozco cuanto tiempo puede durar esta situación. Supongo que tarde o temprano cortarán el
suministro a las zonas evacuadas, para evitar ries os de explosiones.

El balance de mi arsenal es desolador. Tras una concienzuda revisión de mi casa de arriba a abajo, he
reunido todas mis "armas" encima de la mesa de la cocina. Un arpón de submarinismo con siete virotes
de acero, un cuchillo jamonero y una pequeña hacha para trocear leños en el patio trasero y que tiene el
filo embotado. Estupendo. He cogido mi arma a priori más peligrosa, el arpón. Dejando aparte el hecho
de que nunca la he disparado contra nada más grande que un congrio, presenta una serie de problemas.
Tardo aproximadamente unos veinte-treinta segundos en montarla de nuevo tras haberla disparado y su
alcance es relativamente corto, unos diez metros. Además, su fiabilidad es relativa a cierta distancia. Al
fin y al cabo no es un arma de precisión, es un chisme ideado para ensartar pulpos a bocajarro. Si
aparecen pandillas de salteadores por aquí, lo voy a tener jodido. Sin duda mi mejor opción es tratar de
pasar desapercibido, de momento…

El teléfono se ha puesto a sonar de golpe y casi se me ha salido el corazón por la boca. Hacía días que
no sonaba y me había olvidado por completo de él. He dudado por un momento si responder, pero el
deseo de oír una voz humana ha sido más grande que la prudencia, así que he descolgado. Eran mis
padres. La sensación de alivio ha sido tan enorme que casi me derrumbo. He llorado en silencio
mientras oía la voz de mi madre. Están bien, en la aldea natal de mi padre, junto con unos cuantos
vecinos y me piden encarecidamente que vaya a reunirme con ellos. Eso dejó de ser una opción factible
hace tres o cuatro días, y así se lo hago ver a mis padres. Estoy más seguro aquí que recorriendo cien
kilómetros de sabe Dios qué carreteras, con qué controles por el camino y con qué grupos de
incontrolados sueltos. Además, a Lúculo no le gusta el campo, le digo a mi madre, tratando de sacarle
hierro al asunto. Está realmente preocupada. Mi hermana consiguió salir de Barcelona antes de que
aislasen las ciudades y decretasen la Ley Marcial, según le contó por teléfono, pero ahora mismo no
sabe donde está. La última noticia es que se dirigían a la masía de Roger. Del resto de mi familia,
apenas hay noticias, supongo que la mayoría estarán en algún Punto Seguro, como las cuatro quintas
partes de la población de este país. El ser humano es gregario por naturaleza y tiende a agruparse en
situaciones de peligro. Solo unos pocos inconscientes no siguen esa pauta. Eso me pone en el lado de
los inconscientes, supongo. Con un beso me despido de mis padres, prometiendo llamarles por lo
menos una vez por semana, si la línea lo permite (mi madre llevaba tres días intentando contactar
conmigo).

Tras esto, me he tranquilizado un poco. Le he dado salida a la presión emocional que llevaba
acumulando todos estos días. Me siento más frío, más claro. Así que he empezado a pensar en cosas
prácticas que hacer.

En primer lugar, la información. La televisión está desapareciendo. De 80 canales que recibía han
desaparecido casi todos. Tan solo me queda La Primera (que emite su señal también por el canal donde
hace unos días emitía La 2), Telecinco y Antena 3 , con una programación reducida a la mínima
esencia, básicamente películas (sin ningún tipo de intermedio), series enlatadas y cada tres cuartos de
hora un mini informativo que básicamente consiste en indicar cuales son los Puntos Seguros y la mejor
manera de llegar a ellos. También repiten insistentemente que no se debe bajo ningún, ningún concepto
intentar contactar con los infectados y en caso de ser inevitablemente atacados por ellos, hay que evitar
ser mordidos o arañados. Ha salido un militar con aspecto cansado en la tele diciendo que no pueden
garantizar la seguridad de aquellos que todavía permanezcan fuera de los Puntos Seguros y que en caso
de ser atacados, tratemos de dañar la cabeza de nuestro atacante. "Con un palo, con un machete, con
una bala, como sea - ha dicho- pero deben tratar de frenarlos volándoles la cabeza. Otra cosa no vale”.

Me he quedado extrañado de semejante mensaje, pero las cosas ya llevan demasiado tiempo fuera de
control, así que ya nada puede sorprenderme en exceso. De todas formas, parece que la censura
informativa va aflojando poco a poco, supongo que porque ya no hay nada que ocultar, o casi nada. Ya
está claro que las bandas de salteadores son minoritarias en relación con el problema principal, los
infectados, que actúan con suma violencia. En lo que no hay unanimidad es en el auténtico estado
físico de estos infectados. Hay quien dice que están sanos, solo que enajenados, otros que afirman que
están al borde de la muerte y cada vez más son las voces que afirman que están muertos, por increíble
que pueda parecer esto último. Yo, de momento, no he visto a uno solo delante, aunque supongo que
eso es algo que cambiará en las próximas horas. De momento, he de resistir aquí. A medida que se
vayan sucediendo los acontecimientos, iré actuando. Como es lo más parecido a un plan de actuación
que tengo, me he quedado más tranquilo.

Internet también se está cayendo a pedazos. Google y Yahoo hace horas que dejaron de funcionar.
Supongo que los servidores donde se mantienen se han quedado sin suministro eléctrico y ahora están
apagados. Lo mismo sucede con muchísimas páginas de Internet. De más de cien contactos que tengo
en favoritos, tan solo dos docenas siguen activos, casi todos radicados en España, donde el fluido
eléctrico aún parece funcionar. Eso posiblemente no dure mucho tiempo, visto lo que ha pasado en los
países del norte de Europa, donde la epidemia llegó antes.

Las radiofrecuencias militares crepitan constantemente informando de más contactos y enfrentamientos
con "esos cabrones", como les llaman. Sin embargo, parecen tener numerosas bajas. Las 52 Fuerzas
originales han tenido que ser refundidas en 40. Los ataques se van concentrando en torno a los Puntos
Seguros. Informan que dos de estos Puntos, uno en Toledo y otro en Alicante, han caído, asaltados por
hordas de infectados. Docenas de miles de personas deben de haber perecido. Mucho me temo que
otras decenas de miles más van a perecer en las próximas horas. Y yo no pienso estar entre ellas. Por
mis huevos que no.

24 January 2006 @ 03:03 hrs.
ENTRADA 30

Estoy sentado, escribiendo esto, mientras un reguero de sudor se desliza lentamente por mi espalda. La
descarga de adrenalina que aún recorre mi cuerpo me hace temblar las manos. Ahora sí que estoy
acojonado. Pero, una vez más, me adelanto a los acontecimientos.

A media tarde he sido consciente de que, o hacía algo, o me iba a dar un síncope. Llevaba casi 24 horas
seguidas encerrado en casa, paseándome como un animal enjaulado. Tenía que hacer algo. Necesitaba
salir. Necesitaba ver. Necesitaba saber. Lúculo me ha estado observando atónito durante todo el día. Es
consciente de que pasa algo, de eso estoy seguro, pero no sé hasta que punto su consciencia gatuna es
realmente capaz de abarcar la enormidad de la situación. El mundo se está yendo al carajo por minutos,
si es que no se ha ido ya. No es una broma. Está pasando y nos va a pillar a todos inevitablemente en
medio.

He subido a mi habitación y me he calzado unas gruesas botas de montañismo, pesadas, pero flexibles
y me he abrigado a conciencia. Las noches de invierno en Galicia son húmedas y frías. Ya había
anochecido, y el toque de queda estaba en vigor desde hacia unas horas. Me importó un pito. Iba a
salir. Francamente, dudaba mucho que me encontrase algún policía a la vuelta de la esquina que me lo
recordase. Cuarenta minutos antes había oído el sonido una serie de vehículos circulando por la calzada
principal a la que se conecta mi pequeña calle. Desde la ventana del piso de arriba he visto pasar una
colección dispar de coches patrulla, camiones del ejército y blindados ligeros. Estos iban cubiertos d e
soldados. Parecían exhaustos, y algunos, asustados. Iban en dirección al centro, hacia el Punto Seguro.

No hace falta ser muy listo para darse cuenta de quiénes eran estos soldados. Eran la última línea frente
a los infectados. Han estado aguantando su posición frente a éstos hasta que se ha completado la
evacuación de los civiles al Punto Seguro. Ahora, son ellos los que se retiran. Eso significa que ahora
no hay nada entre los infectados y el Punto Seguro. Tenían que venir pisándole los talones. Tenía que
darme prisa.

Saqué los postes de madera que apuntalaban mi portalón y cautelosamente asomé la cabeza a la calle.
Desierta, tal como ha estado las últimas horas. Restos de periódicos y jirones de plástico y basura
revoloteaban por el asfalto. Un jersey beige, perdido por uno de mis vecinos en su apresurada
evacuación reposaba en medio de la calle, abandonado. Quizás fue esa la imagen que más me impactó.
Realmente se han ido. Todos.

Me he subido al coche, aparcado justo delante de la puerta. Al sentarme al volante me he vuelto a
acordar de que aún no le había cambiado el aceite. De golpe he recordado que el puto bidón aún estaba
en el maletero, donde lo dejé el día que lo compré. Mierda. Ese no era el momento para bricolaje
mecánico, así que arranqué, confiando en que el coche no me dejase tirado. El sonido del motor al
encender sonó como un cañonazo en el silencio sepulcral de la noche. Me dio la sensación de que tenía
que haberse oído a kilómetros. Me daba igual. Bajo ningún concepto pensaba ir andando. Me he
incorporado a la calle principal y he enfilado en dirección centro, hacia la estación de servicio que

queda a medio camino, a cosa de un kilómetro de mi casa y a dos de donde intuyo que empieza el
Punto Seguro. Esta en plena zona evacuada, pero confío en que aún haya alguien allí. Al hacer
inventario me di cuenta de que no tenía ni un mal mapa de carreteras decente. Si en algún momento iba
a salir por piernas de allí, me iba a resultar imprescindible un mapa. En cualquier estación de servicio
tenia que haber por lo menos un par de guías CAMPSA. A por eso iba.

El camino ha resultado ser sobrecogedor. Silencio absoluto y ni un ser vivo a la vista. Podría ser
tranquilamente la última persona sobre la Tierra.

Al llegar al área de servicio he dejado escapar un suspiro de alivio. Las luces estaban encendidas.
Parecía abierta. He parado al lado del surtidor y he entrado con cautela. No me avergüenza decir que
estaba cagado de miedo. No había nadie a la vista, ni un cliente, ni un empleado. ¿Dónde estaba el puto
encargado? La caja registradora estaba allí, al alcance de mi mano. Podría haber arramblado con toda
la recaudación. He cogido un par de guías de carretera y todas las chocolatinas que me cabían en los
bolsillos. También he cogido un par de revistas de información. Son números de hace dos semanas. En
las portadas hablan de cosas que ahora se me antojan absolutamente irreales. Que absurdo parece todo,
en este caos. Cuando estaba dejando el dinero sobre el mostrador, me ha parecido oír un ruido. La
sangre se me ha helado en las venas. Había alguien ahí fuera. O algo. Joder.

Temblando, cogí unas cadenas de nieve que estaban colgando de un expositor. Como arma no eran
gran cosa, pero al menos tenía algo sólido en las manos. Al salir he visto a un hombre, a unos treinta
metros de la estación. Estaba demasiado lejos y demasiado oscuro para distinguir detalles, pero parecía
andar tambaleándose. No me apetecía quedarme a comprobarlo. De un salto me subí al coche y giré en
dirección a mi casa. Por el retrovisor me ha dado la sensación de que aquel tipo trataba de seguir al
coche, con andares vacilantes. Que le jodan. No quería conocerlo.

Al cabo de un rato estaba de nuevo en casa, con la puerta convenientemente cerrada y apuntalada. Aún
me tiemblan las piernas. Ha sido una salida de no más de un kilómetro y menos de veinte minutos,
pero me siento como si acabase de volver de Vietnam. Esto es realmente jodido. Pensaba que me
sentiría como un héroe de acción de una peli, y realmente creo que me siento como una presa que no
sabe donde están los cazadores. Joder. Joder, joder, joder…

He encendido la tele. Ya solo me quedan dos canales nacionales, Antena 3 y la cadena pública,
Televisión Española. Esta última tiene el escudo Real en pantalla y de fondo están sonando marchas
militares. Muy tranquilizador. El resto, estática. En el satélite solo queda la CNN, pero con imágenes
grabadas de hace unos días y con el scroll de la parte inferior de la pantalla informando. Atlanta ha
caído. Y Denver. Y Utah. Y Baltimore. Y Cedar Creek .Y… coño, la lista es interminable. No vayan a
los Safe Points, busquen refugios seguros, es el mensaje. Me pregunto si aquí va a pasar lo mismo.
Millones de personas están refugiadas en los puntos seguros. Millones de personas a las que esos
"infectados" van a atacar, dentro de poco.

Internet casi no existe. La mayoría de los servidores han caído. De todos los buscadores de la red, el
único que parece seguir funcionando es Alexa . Me pregunto como coño alimentarán ese servidor.
Baterías de emergencia, intuyo. No pueden durar mucho, es cuestión de días, u horas. Hay gente que se
está dejando mensajes en mi blog. No se como lo han encontrado, pero las historias que cuentan me

llenan de terror. Por lo que dicen es uno de los pocos sitios que aún funcionan de la red. Mi proveedor
es de cable, y tiene su sede en Coruña. Me pregunto cuanto tiempo aguantará antes de irse al diablo.

Me pregunto cuanto aguantará todo antes de irse al diablo. Van a llegar aquí. Es cuestión de horas.


24 January 2006 @ 20:56 hrs.
ENTRADA 31

Hoy se ha ido la luz. Pasaban apenas unos minutos de la seis de la tarde cuando las luces han
chisporroteado y se han apagado definitivamente. Al principio me he quedado sentado estúpidamente
en la cocina, que es donde paso más tiempo últimamente, escuchando las transmisiones militares y
viendo los dos últimos canales de televisión. Al cabo de un rato, cuando mis ojos se han acostumbrado
a la oscuridad, he reaccionado. He cogido una linterna del cajón del aparador y he bajado al sótano,
para conectar las filas de baterías acumuladoras. Esas pequeñas bestias negras de quince kilos cada una
estaban apoyadas en el suelo del sótano, agrupadas en dos líneas de doce. Cuando iba a conectar el
switch en el cuadro eléctrico me he quedado paralizado. Antes de conectar nada, tenía que asegurarme
de que todas las luces delanteras de la casa estaban apagadas. Lo último que me interesa es llamar la
atención, con la única casa iluminada de toda la calle.

Una vez que he estado seguro, he conectado los acumuladores. La sensación de seguridad que me ha
proporcionado el suave resplandor de las bombillas al volver a la vida ha sido fantástica, indescriptible.
Nunca pensé que podría llegar a tener tanto miedo a la oscuridad. Bueno, nunca pensé que todo esto
iba a estar sucediendo…

Tengo un problema grave. Han cortado el gas, o las conducciones han roto en algún punto, no lo se. El
hecho es que no tengo gas. Y eso supone que la calefacción no funciona, lo cual, con una temperatura
exterior de 3 grados centígrados no es ninguna broma. Me he abrigado profusamente, pero aún así noto
el frío clavándose en mis huesos. Nubecillas de vaho salen de mi boca cuando respiro. Lúculo parece
ser indiferente a esta temperatura, pero es un gato persa, al fin y al cabo. Además del largo pelaje, este
pequeñuelo tiene una generosa capa de grasa forrando todo su cuerpo. Años de buena vida le tienen
que servir para algo. Que tipo.

He salido al jardín trasero a fumar un pitillo y pensar un rato. Sentado en los escalones no podía dejar
de darle vueltas a los acontecimientos de las ultimas horas, mientras contemplaba, pensativo, las tapias
del patio. Todo parece irse acelerando por momentos. En cierta medida todo esto resulta como un alud,
primero son solo unas piedrecillas, luego unos cantos rodados, luego unas rocas y antes de que te des
cuenta toda la puta montaña se está deslizando hacia ti a toda velocidad. Joder.

Y aún por encima, cada vez más aislado. Antena 3 ha muerto, ha dejado de emitir a eso del mediodía.
En medio de un capitulo repetido de "El príncipe de Bel Air" la señal ha desparecido. Zas. De golpe,
como si alguien hubiese tirado de un cable. No ten o ni idea de que puede haber pasado. En Televisión
Española siguen con el escudo de la Casa Real de fondo de pantalla y marchas militares a todo tren.
Ahora los informativos son cada hora y media, pero han cambiado de contenido. Ya no piden a la gente
que se dirija a los Puntos Seguros, de hecho incluso avisan de que en algunos casos como Almería,
Toledo, Badajoz o Mallorca es altamente desaconsejable.

Esos Puntos Seguros han demostrado ser una idea ló ica (concentrar a toda la población para
defenderla en unos pocos puntos), pero funesta. Los infectados parecen sentirse atraídos por la
presencia humana. Oleadas de ellos, pues ahora deben ser ya millones en todo el país, rodean las
ciudades donde están los Puntos y simplemente, arrollan las defensas con su número. Después, es el
caos.

Por increíble que pudiera parecer ahora ya se admite abiertamente en todas partes que los infectados
son cadáveres que, de alguna manera, han vuelto a la vida. El virus, o lo que demonios fuera, que se les
escapó a los rusos en Daguestán provoca un fallo total de las defensas del individuo, infecciones
múltiples, hemorragias y a las pocas horas, la muerte. En un plazo no muy claro el individuo muerto
vuelve a levantarse, pero ya no es él, es uno de ellos. Ataca a todo ser vivo que se cruce en su camino,
no reconoce a nadie, no se comunica aparentemente de ninguna forma y no parece tener un objetivo o
criterio fijo. Simplemente ataca. Se citan incluso casos de canibalismo por su parte y por lo visto, la
única manera de "rematarlos" si se me permite el chiste macabro, es destrozándoles el cerebro.

Soy un tipo racional y sensato, y debería estar carcajeándome de esta teoría de locos, digna de una
película de serie B, pero no puedo. Si algo me han demostrado los últimos días, es que todo es posible.
Y por tremendamente absurdo que parezca, creo que esto es verdad.

Los muertos vuelven a caminar sobre la faz de la tierra y quieren acabar con nosotros.

Sumido en tan alegres pensamientos me ha parecido oír un ruido al otro lado de la tapia. Me he
levantado como un rayo, completamente aterrado. Suena como si alguien arrastrase algo pesado.
Necesitaba saber que era eso. Con sigilo, he cogido la escalera que utilizo para limpiar de hierbas y
musgo la tapia y la he apoyado silenciosamente contra esta. A continuación he subido procurando que
no chirriase ni un poco y he asomado los ojos por encima del borde del muro.

He visto a mi vecino sudando, arrastrando una serie de listones de madera como los que me dejó hace
unos días. Completamente concentrado en su tarea le he visto entrar por su porche trasero inconcluso y
meter los listones en su casa. Al cabo de un rato he oído el sonido de martillazos. Cuando ha vuelto a
salir, le he llamado. Ahora, el que se ha llevado el susto de muerte ha sido él.

Es un tipo de mediana edad, corpulento, un poco calvo. Se llama Miguel y creo que tiene una empresa
de distribución de material médico. Está divorciado, vive solo, y según el "se niega compartir espacio
con toda esa multitud del punto seguro". Cree que estará más seguro en su casa y en cierta medida, no
le falta razón. Ahora está barricando las puertas y ventanas de su casa, por si esas cosas logran pasar el
portón de acero. Me dice que tiene un barco en el puerto deportivo y que si las cosa se pone fea
podemos largarnos en el. Le digo que sí, pero en mi interior pienso que eso es una estupidez. Conozco
su barco, es un seis metros, atracado cerca de donde dejo mi zodiac y con eso no podríamos ni salir de
la Ría, suponiendo que fuésemos capaces de llegar de una pieza al puerto. Quedamos en hablar dentro
de unas horas y nos despedimos.
De nuevo dentro de casa no puedo evitar respirar aliviado. No estoy sólo, hay otra persona cerca. Eso
me recuerda, sin embargo, que ni él ni yo, estamos solos. Tiene que haber algo más, que ya no son
personas, y que cada vez tiene que estar más cerca.

25 January 2006 @ 02:36 hrs.
ENTRADA 32

Ya están aquí. Los puedo oír. Están fuera. Mierda. Los estoy viendo desde la ventana. Hay docenas de
ellos, por todas partes. Creo que voy a vomitar.
Isi
Isi


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Apocalipsis zombie - Página 2 Empty Re: Apocalipsis zombie

Mensaje por Isi Lun 17 Sep 2012, 7:07 pm

25 January 2006 @ 18:38 hrs.
ENTRADA 33

Ya estoy más tranquilo. Esta noche ha sido una auténtica pesadilla. Más tarde, con la luz del día, la
situación aunque menos aterradora ha mostrado toda su angustiosa realidad. Pero ahora vuelve a caer la
noche. Dentro de unas horas volverá a estar oscuro por completo (ya que ni decir tiene que el
alumbrado público está fuera de servicio), y yo no podré ver a esas cosas. Pero sé que están ahí fuera.
Y creo, que de alguna manera, ellos saben que hay vivos por aquí cerca, en alguna parte.

Todo comenzó a la una de la mañana, más o menos. Acababa de volver de la tapia del jardín, de hablar
con Miguel, el vecino de la casa de atrás, el único ser humano que queda aquí conmigo. Supongo que
podríamos haberlo hecho por teléfono y así nos evitaríamos el terrible frío de estas noches, pero la
necesidad de ver un rostro humano es enorme. Justo cuando he entrado en casa he trasladado mi cuartel
general al piso superior, al dormitorio delantero. No he sido capaz de dormir en esta habitación desde
hace dos años. Ahora, no me va a quedar más remedio que hacerlo, ya que es la única cuya ventana da
al frente y está por encima de la tapia. Desde aquí puedo ver toda mi calle hasta el cruce con la
principal y un pequeño tramo de ésta. He colocado la emisora, el portátil, un pequeño televisor de 14
pulgadas y el arpón de submarinismo alrededor de un sillón y he arrimado éste a la ventana. Me he
sentado en él y allí he empezado a esperar.

Al principio no era capaz de distinguir muy bien lo que pasaba. El sonido ha sido lo primero. En el
silencio sepulcral de la noche he empezado a oír un ruido extraño, una especie de arrastrar algo contra
el asfalto, salpicado con algún ocasional gemido. Se me han puesto los pelos de los brazos literalmente,
de punta. Al cabo de un momento he visto al primero. Era un hombre, vestido de civil, de unos 35
años. Llevaba puesta una camisa de cuadros azules y blancos y unos pantalones vaqueros. Le faltaba
un zapato. Tenía una herida horrible en la cara y toda su ropa estaba empapada de sangre, que ya
empezaba a acartonarse. Detrás de él siguieron apareciendo más, hombres, mujeres (¡¡Incluso niños,
por el amor de Dios!!). Todos presentaban algún tipo de herida u otra y algunos, incluso amputaciones severas. El color de su piel es cerúleo, con el sistema de venas marcado en tonos oscuros sobre esa piel
pálida, como si fuera un delicado tatuaje. Los ojos tiene la córnea amarillenta. Sus movimientos, son
lentos, pero no demasiado, y parecen tener algún pequeño problema de coordinación. En cierta medida
recuerdan en su forma de andar a alguien medianamente bebido, tras una noche de fiesta, camino de
casa. No está nada mal, si tenemos en cuenta que están muertos. Jodida y totalmente muertos. Porque
de eso no cabe ninguna duda.

He visto a unos cuantos de esos engendros, con heridas que tienen que ser mortales de necesidad, y sin
embargo han pasado por debajo de mi ventana, andando como si nada. Esto es pavoroso.

Las docenas del principio pronto se han transformado en centenas, quizá miles, no lo sé. Por un
momento la calle recordaba una manifestación, o la salida de un concierto, sólo que sumida en un
silencio sepulcral, únicamente roto por el arrastrar de pies por el asfalto y algunos ocasionales
gemidos. Son una puta multitud y se encaminan directamente hacia el centro, hacia el Punto Seguro.
Incansables. Inmutables. Imparables.

El motivo es más que evidente. No sé cuántas personas pueden estar hacinadas en el centro, pero toda
multitud humana hace ruido, mucho ruido. En el silencio absoluto de esta noche llena de cadáveres
andantes, lo puedo oír lejanamente desde aquí, a más de dos kilómetros. Sonido de altavoces, ruido de
generadores eléctricos para proveerlos de luz y calor, ruido de vehículos. Un imán para esta multitud
violenta y deseosa de cuerpos humanos palpitantes. Les van a caer encima y no van a poder hacer nada.

Al cabo de unas horas ha empezado a oírse ruido de armas de fuego, cerca del centro. Primero fueron
algunos disparos sueltos, aislados. Más tarde el ruido de fusilería aumentó y se convirtió por un
momento en un auténtico rugido. Juraría que por un momento incluso he oído algo parecido a
cañonazos. La BRILAT fue retirada hacia varios puntos de España estos últimos días pero aún debe
quedar aquí un contingente considerable que parece estar arreando de lo lindo. La radiofrecuencia se ha
saturado durante horas interminables, llena de mensajes histéricos de unas unidades a otras. Llamadas
de auxilio, peticiones urgentes de munición, pelotones rodeados solicitando ayuda urgente, informes de
bajas, puntos de reencuentro, han roto por tal punto, nos están sobrepasando por tal otro… Y poco a
poco, el silencio. El ruido de armas de fuego ha ido cesando paulatinamente y al rayar el alba no se oía
absolutamente nada. Las radiofrecuencias están mudas, muertas. Un par de columnas de humo se
elevan sobre el centro, marcando el sitio donde una vez estuvo situado el Punto Seguro de mi ciudad.

Estamos bien jodidos. Una docena o dos de esos monstruos se han quedado dando vueltas por mi calle,
como autómatas. Uno de ellos está golpeando monótonamente el portal de la casa de al lado, la del
médico. No se por qué hace eso, ya que me consta que esa casa está absolutamente vacía, pero lleva así
horas y va a hacer que mis nervios estallen.

La noche va a caer de nuevo. Espero ver la luz del día.

26 January 2006 @ 17:57 hrs.
ENTRADA 34

Está siendo un día muy largo. Estoy sentado escribiendo esto en la habitación del segundo piso, la que
da a la calle, y de donde no salgo, si no es para ir al baño, o a por algo de comer. Tengo una botella
mediada de ginebra al lado de mis cosas. Esta mañana estaba entera. No creo que vaya a hacerme
alcohólico, pero un trago o dos me están ayudando a sobrellevar todo esto. Joder, esta tensión me está
destrozando los nervios.

Hoy de madrugada estaba dormitando delante del televisor, que enciendo tan solo de vez en cuando
para ahorrar baterías (aún emiten el escudo de la Casa Real, pero ya hace muchas horas que no sale ni
un informativo), cuando me he despertado de golpe. Disparos. He oído disparos, no muy lejos de aquí,
Han estado sonando un rato, y luego, de repente han cesado abruptamente. Sonaban como una pistola o
dos y posiblemente algo de más calibre ¿Una escopeta de caza, quizás? Lo desconozco, pero eso al
menos me ha revelado algo fundamental ¡Hay más gente viva por aquí cerca! O por lo menos lo estaba
hace tan solo un rato…

Miguel, mi vecino, está cada vez más excitado. Opina que quedarnos aquí es un suicidio y que lo mejor
que podemos hacer es tratar de coger un coche y abrirnos paso hasta el puerto deportivo para coger su
barco. Me he pasado media mañana tratando de disuadirle de semejante locura. En primer lugar, no
sabemos si su barco sigue amarrado allí o no (lo más probable es que haya desaparecido). Además,
seguramente la carretera estará cortada en una docena de sitios y si tenemos que abandonar el coche e
ir a pie, con miles de esas cosas rondando por todas partes, no duraríamos ni un minuto. Creo que he
logrado disuadirle, pero no sé por cuanto tiempo.

Sin embargo en parte, tiene razón. O mejoramos nuestra situación aquí o tendremos que movernos, y
muy pronto, además.

La presencia de esos monstruos en la calle es constante. Cuando han sonado los disparos he visto pasar
a cientos de ellos por la calle principal, en dirección al foco de los ruidos, incluyendo a unos cuantos de
los que estaban vagando por aquí desde hace horas. Sin embargo, el resto han permanecido en la zona
y con el discurrir del día han llegado algunos nuevos. Ahora mismo, desde mi ventana puedo ver a
once de ellos vagabundeando distraídamente arriba y abajo. Son cuatro mujeres, dos niños y cinco
hombres (a uno de ellos lo he bautizado como Aporreador, tras pasarse horas golpeando con la palma
abierta un portón de metal). Todos tienen el mismo aspecto cerúleo y distraído, y las ropas acartonadas,
rotas y manchadas de sangre, Algunos presentan unas mutilaciones espantosas y una de las mujeres
tiene la cintura aplastada, como si le hubieran pasado por encima con un vehículo. Debe tener la cadera
rota, porque le resulta sumamente difícil caminar.

Sin embargo, el más interesante es, sin duda, uno de los hombres, tan muerto como los demás. Es
militar, con el parche de la BRILAT cosido en la manga. Tiene una horrible herida en el cuello y le
falta un trozo de mejilla. Puedo ver parte de su dentadura cada vez que pasa cojeando por debajo de mi
ventana. La sangre coagulada ha hecho extraños grumos en la parte superior de su chaqueta.

Pero lo verdaderamente importante es que aún lleva su mochila colgada de la espalda. Y un cinturón
con lo que parecen ser una docena de bolsillos. Y una pistola. ¡Una pistola! El alcohol, el stress
acumulado y la falta de sueño han hecho que mi cabeza se ponga a idear febrilmente una docena
distinta de planes para conseguir esa pistola y esa mochila. Las necesito. Pero el problema es que lo
único que tengo es un arpón de submarinismo. Suponiendo que sea capaz de abatirlo aún tendría que
sacárselo todo y en ese lapso el resto de los monstruos se abalanzarían sobre mí. Al cabo de un rato he
ideado un plan. Es horriblemente malo, pero es lo mejor que tengo.

No quiero pedirle ayuda a mi vecino. Está demasiado nervioso como para que pueda fiarme de él.
Además, si le pasase algo por culpa de un plan ideado por mí, los remordimientos me matarían. No.
Este es mi plan, es mi riesgo y es mi premio. No tengo ni puta idea de usar una pistola, pero seguro que
hará que me sienta más seguro. Con ella me atreveré a salir de aquí. Y en el último extremo no dudare
en utilizarla, incluso contra mi mismo, para evitar convertirme en una de esas cosas, de eso estoy
seguro.

Ahora que ya sé que hacer, solo he de escoger el momento. Prefiero esperar unas horas más. Quiero
estar seguro de que no hay más de esas cosas fuera de mi ángulo de visión. He montado el arpón y lo
he probado contra un tocón de madera en el jardín. Al apretar el gatillo, la tensión acumulada en la
goma, de un montón de newtons, es liberada bruscamente. El virote ha salido disparado como un
cohete y se ha incrustado en el tronco con gran facilidad. He sudado un rato para sacarlo. No había
caído en esto. No voy a tener tiempo para recuperar mis proyectiles. Y tan solo tengo media docena.
Voy a tener que estar muy, muy fino.


27 January 2006 @ 11:25 hrs.
ENTRADA 35

Todavía me tiemblan las manos.

He tenido que dejar que pasase un buen rato, y meterme entre pecho y espalda otro buen trago de
ginebra para poder sentarme a escribir esto. Dios bendito, mis nervios van a estallar como siga así…

He comenzado con todo al rayar el alba, en cuanto he tenido suficiente luz. Esas cosas resultan
engañosamente torpes, pero pueden moverse realmente rápido cuando les interesa. No sé si pueden ver
bien de noche o no, pero de lo que sí estoy seguro es que yo, a oscuras, no veo una mierda. Y ellos son
más, así que no voy a intentar averiguarlo. Por lo menos, de momento.

Mi plan es una auténtica locura, pensándolo bien. Pero era lo mejor que se me ha ocurrido en esas
últimas y febriles horas. Necesito hacer algo, necesito darle salida a la angustiosa tensión de los
pasados días, desde que ellos llegaron. Además esa pistola y esa mochila se han convertido en una
especie de símbolo para mí. Debo conseguirlas, a cualquier precio. Mi estado de excitación es tal que

he acabado contagiándoselo al pobre Lúculo. Se ha pasado toda la mañana correteando como un loco
por el patio trasero.

Después de horas de observación me he dado cuenta de que los once engendros que están en mi calle
apenas se desplazan, a no ser que descubran algo que les llame la atención. A eso de las siete de la
mañana algo, una rata, un erizo o algo similar ha pasado correteando por la entrada de la calle. Varios
de estas cosas se han empezado a moverse hacia allí, pero evidentemente, no han sido capaces de coger
al bicho. Sin embargo seis de ellos, los dos niños, tres hombres y una mujer se han quedado cerca de la
entrada de la calle, a unos cuarenta metros, todos de espaldas a la puerta de mi casa. Al ver eso ha sido
cuando me he dado cuenta de que mi plan podía tener alguna posibilidad de éxito.

Todo mi plan se basa en que tan solo hay un acceso a mi calle, por su parte inferior, donde se conecta
con la calle principal. Por el otro lado está el terraplén por donde vi pasar al grupo de guardias civiles y
soldados hace varias noches (aunque ya parece una eternidad). El terraplén tiene bastante pendiente, así
que dudo mucho que cualquiera de esas cosas pueda trepar por él. Sin embargo eso es algo de lo que
no tengo completa seguridad. Una incógnita más en mi maravilloso plan. Por la calle principal veo
pasar de vez en cuando a pequeños grupos de estas cosas, aparentemente vagando sin rumbo, aunque
no parecen encontrar especialmente apasionante mi calle, ya que sólo entraron dos en las ultimas horas,
dos civiles varones, y al cabo de un par de horas continuaron su marcha.

El cadáver del soldado está en la parte más alejada de la calle, cercano al terraplén, balanceándose en
medio de la calzada. Entre él y los seis engendros que están de espaldas, quedan tres mujeres y un
hombre, el Aporreador, que sigue rondando la puerta de la casa vecina, a la que parece haberle tomado
cariño. Una de las mujeres, a la que le falta un brazo y la mitad del pecho está justo enfrente de mi casa
a menos de dos metros de la puerta, mirando fijamente al muro. Viendo que la situación no variaba en
casi hora y media, me he decidido a actuar.

Me he devanado mucho los sesos sobre que vestirme. Evidentemente, no quiero que ninguna de esas
cosas me muerda. Además, tampoco quiero que me toquen. No se si sudan o si el contacto con su piel
o su sudor, si lo tienen, puede transmitirme el virus. La triste verdad es que apenas sé una puta mierda
sobre ellos. Solo sé que están muertos, que son agresivos y que están en la puerta de mi casa. Joder.
Cualquier precaución es poca.

Tras darle muchas vueltas he decidido ponerme el traje de neopreno. Es grueso, de 14 milímetros (soy
muy friolero y el agua en Galicia en invierno está MUY fría), flexible y resistente. Dudo mucho que un
mordisco pueda atravesarlo. En todo caso, puede provocarme un moratón debajo de la capa de
neopreno, y eso puedo soportarlo. Además, es totalmente liso y termo sellado por el exterior. No tiene
colgantes, botones o bordes por donde me puedan agarrar. Es como una segunda piel. He dudado a la
hora de ajustarme la capucha. Esta me cubre toda la cabeza, excepto la cara, pero al ser tan gruesa,
cuando me cubre los oídos, apenas puedo escuchar nada. No puedo arriesgarme a no oír a una de esas
cosas acercándose por detrás. Además, me resta visión periférica.

Con un suspiro he cogido unas tijeras, y con no poco esfuerzo le he recortado la capucha. Esta
maravilla me valió casi mil doscientos euros hace un año y ha sido mi mejor compañera en no pocas
inmersiones de fin de semana, y ahora la estoy destrozando. Supongo que la situación lo justifica.
Una vez ajustado el neopreno, me he puesto unos guantes de invierno y me he calzado unas zapatillas
deportivas de suela de goma, flexibles y, sobre todo, silenciosas. Con las gafas de submarinismo
delante de los ojos, el arpón y un puñado de virotes enganchado a la espalda, me he mirado delante de
un espejo. Jesús, vaya aspecto más estrafalario. No sé si acabaré con el soldado, pero a lo mejor se
muere de risa al verme. Eso contando que tenga sentido del humor. Coño, estoy desvariando…

Antes de salir he cogido un viejo paraguas y le he sacado la tela y todas las varillas. Tiene una
espantosa empuñadura de marfil, que pesa una tonelada. Como última línea de defensa, para pegar
unos cuantos paragüazos, valdrá perfectamente.

Así que aquí estoy, he pensado, confiando mi vida en un arpón de pesca submarina y un viejo paraguas
desguazado. Genial.

Ha llegado la hora de ponerse en marcha. Voy a dejar a Lúculo en el patio trasero. Si algo sucede,
espero que tenga el suficiente sentido común como para escapar saltando la tapia. Mi pobre amiguito.
No se merece toda esta mierda.

Antes de destrabar la puerta he cogido mi "arma secreta". Todo mi plan depende de esta pequeña cosa,
olvidada y absurda, que he encontrado rebuscando en un cajón. Si funciona, puedo tener una
posibilidad. Si no… Estaré realmente jodido.
Isi
Isi


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Apocalipsis zombie - Página 2 Empty Re: Apocalipsis zombie

Mensaje por Isi Lun 17 Sep 2012, 7:17 pm

28 January 2006 @ 15:45 hrs.
ENTRADA 36

El ser humano es tremendamente complejo. Si me hubieran dicho hace menos de un mes que sería
capaz de hacer lo que hice ayer por la tarde, me hubiese reído a carcajadas. Y sin embargo, lo he
conseguido. Aún estoy vivo.

En cuanto tuve puesto mi equipo de neopreno abrí ligeramente la ventana del piso superior, desde
donde puedo tener una visión total de mi corta calle. He sacado por ella el arpón de submarinismo y
con su cruceta apoyada en el alfeizar de la ventana he jugado por un momento con la idea de dispararle
desde la seguridad del interior de mi casa a todos los engendros. Por supuesto, esa es una absoluta
mememz. Es imposible acertarle a una diana del tamaño de una cabeza humana a treinta metros de
distancia con un arpón submarino, aún contando con que el proyectil llegase con suficiente velocidad y
fuerza. Además, está el hecho insoslayable de que tan solo dispongo de seis virotes. Seis únicos
disparos. Genial ¿Verdad?

No pude evitar que me atacase una risilla de maníaco casi histérica. ¡¡Estaba pensando en dispararle a
personas desde la ventana de mi dormitorio!! Lo absurdo de la idea me parecía incluso irónico. Aunque
esas cosas de ahí abajo evidentemente ya no son personas, sé que en algún momento han tenido vida,

familia, amigos… Y ahora tan solo son… Lo que sean. O han sido más torpes, o han tenido menos
suerte que yo. Eso es todo.

Con un suspiro me he decidido a afrontar lo inevitable. He cogido un rollo de cinta aislante y de un
cajón he sacado mi "arma secreta". Es un pequeño osito de peluche con dos platillos de cobre en las
manos. Dándole al botón de su parte posterior el osito empieza a aporrear frenéticamente los platillos
mientras una especie de hipidos suenan desde el interior. El ruido que monta es ensordecedor. Llegó a
mi casa hace meses, en manos de su propietaria, una de mis primitas más pequeña, Laurita. Tras
perseguir a un indignado Lúculo por toda la casa, mancharme de chocolate las cortinas y romperme un
marco de fotos, finalmente se quedó dormida en el sofá y su osito quedó abandonado debajo de él. Lo
encontré un día más tarde y lo guardé en un cajón esperando a que su legítima dueña volviese a
reclamarlo.

Ahora, no creo que vuelva nunca.

¡¡Por el amor de Dios, sólo tenía cinco años!! Espero que esté bien, o en su defecto con un tiro en la
cabeza, pero no viviendo como esas cosas.

He atado el osito a un virote con la cinta adhesiva. Después lo he colocado en el arpón y he apuntado a
la fachada de la casa del extremo de la calle. Es la casa más cercana al cruce y tiene un revestimiento
de madera en todo el piso superior. Mi idea era clavarlo allí para que montase el suficiente barullo para
llamar la atención de esas cosas. Mientras, yo me las vería con el cadáver del soldado, que por estar
más lejos, sería el último en pasar por mi puerta. Un plan sencillo. Una auténtica mierda de plan, donde
mil cosas podían fallar, pero es todo lo que tenía.

Con una profunda exhalación he apuntado a la fachada y he apretado el gatillo, justo después de
conectar el juguete. El proyectil ha salido disparado como una exhalación, pero el peso del osito ha
sido excesivo y ha desviado la trayectoria del virote. En vez de clavarse en la fachada ha golpeado el
borde del muro de la casa con un sonido seco y ha caído en la canaleta de pluviales que recorre su parte
baja. Por un breve instante no se ha oído nada. Justo cuando pensaba que mi curradísimo plan se había
ido al garete nada más empezar, un agudo sonido de platillos ha empezado a salir de la zanja al pie del
muro. El oso de Laurita no me ha dejado tirado.

El efecto sobre esas cosas ha sido electrizante. Al oír el sonido se han girado todos en la dirección de
su origen y han empezado a desplazarse hacia allí. Tenía que darme prisa. Como una exhalación bajé
las escaleras y abrí la puerta de mi casa. Me diri í al portalón de acero, al que ya le había retirado los
puntales de madera y con sigilo, tiré de él. Silenciosamente, giró sobre sus goznes (engrasados, gracias
a Dios, hace tan solo tres semanas), y por primera vez en muchos días puse el pie en la calle.

Todos los engendros habían rebasado ya el punto frente a mi portal. Una breve ojeada a mi izquierda
me permitió ver la espalda de todos ellos dirigiéndose, con una lentitud engañosa hacia la arqueta de
donde salía el sonido. El soldado era el último y estaba cerca de mí, a tan solo unos metros. Cogí uno
de los virotes y empecé a montar el arpón, al tiempo que dirigía miradas febriles a todos lados. Quince
segundos después ya tenía la goma estirada y un virote en su punto. Mi propio récord. Levanté el arma

y apunté, a menos de tres metros. A esta distancia no podía fallar. Si Dios aún tiene preocupación por
esta condenada raza humana espero que me haya perdonado por esto, pero mi vida estaba en juego.

Apreté el gatillo. El virote salió con un leve zumbido y atravesó la parte posterior del cráneo del
soldado. Este se detuvo en seco y lentamente, se derrumbó, con un sonido sordo. Con premura me
acerqué al cuerpo. Ahora si que parecía estar muerto-muerto, pero aún así cualquier cuidado era poco.
Apoyé el arpón y el mango del paraguas en el suelo y empecé a pelearme con las trabillas de la
mochila. Algunos grumos de sangre habían caído sobre las presillas y no era capaz de aflojar las
cinchas. El sudor empezó a correr por mi espalda. Una mirada me bastó para darme cuenta de que una
de esas cosas estaba metiendo su brazo en la arqueta, en busca de la fuente del sonido. Era cuestión de
momentos que la cogiesen y la destrozasen. Entonces iba a estar absolutamente vendido.

Algo debe haber llamado la atención de la mujer con la cadera aplastada, porque se ha girado en mi
dirección. ¿Me ha oído, me ha olido, me ha sentido? Francamente, no lo sé, pero lo cierto es que se ha
girado hacia mí y me ha visto. Con ese extraño movimiento que hacía al andar ha empezado a
acercarse a mí. Esta sí que es lenta, ya que tiene que arrastrar una pierna al hacer el apoyo con la otra y
su punto de equilibrio está bastante deteriorado. Aún así, apenas disponía de algunos segundos. Con las
manos torpes he luchado para colocar otro virote en el arpón. Una gota de sudor se me ha escurrido
dentro de un ojo, mientras tiraba del elástico hacia mí. Cuatro metros. Por fin he conseguido colocarlo
todo. Tres metros. Levanté el arpón y apunté a la cabeza de la mujer. Dos metros. Disparé.

El golpe del virote fue seco, contundente. La mujer se detuvo y se derrumbó hacia delante, como un
saco. Pero la situación se deterioraba por momentos. Uno de los engendros había cogido el osito y al
sacudirlo, había conseguido que le cayesen las baterías. Sus platillos ahora, estaban mudos. El ruido de
la mujer al caerse hizo que todos mirasen en mi dirección. Tenía que darme prisa. El tiempo se
agotaba.

He agarrado el cadáver del soldado por una pernera y he empezado a arrastrarlo hacia mi portal abierto,
hacia mi salvación. No tenía tiempo a aflojarle las presillas, tenía que llevarme el paquete completo.
Mientras me acercaba al portal, de detrás de un coche aparcado ha salido de repente otra de esas cosas.
Mierda. A este no lo había visto antes. El arpón colgaba de mi hombro, descargado, y no iba a tener
tiempo de colocar otro proyectil. Solté por un momento la pernera del militar y con las dos manos,
balanceé el mango desnudo del paraguas. Con toda mi fuerza, golpeé la empuñadura de marfil contra la
sien del engendro. No sé si lo maté, pero lo cierto, es que se derrumbó tras oírse un crujido en su
parietal izquierdo. Soltando el paraguas agarré de nuevo el cadáver del soldado y por fin atravesé el
portalón de mi casa y lo cerré detrás de mí. Justo a tiempo. Estaban a solo unos metros de mí.

He dejado el cadáver del soldado delante de la puerta. He vomitado, de la pura tensión. Ahora, llevo
bebiendo casi veinticuatro horas seguidas. Estoy borracho. Y lo peor, ahora esas cosas saben que estoy
aquí. Pero estoy vivo. Y quien está vivo puede luchar por su vida al siguiente día.

29 January 2006 @ 17:14 hrs.
ENTRADA 37

Como sigan así me van a volver loco. Llevan aporreando el portón incansablemente, desde hace horas.
Los puedo oír, todo el rato, me meta donde me meta. Es horrible. Y esos gemidos… ¡Oh, Cristo
Bendito! Me están destrozando los nervios. Estoy bebiendo mucho desde hace días, lo sé, pero no se
me ocurre qué otra cosa hacer para soportarlo.

Miguel, mi vecino no me está sirviendo de ninguna ayuda; más bien se está convirtiendo en una carga.
Sigue empeñado en que nos larguemos al puerto deportivo para coger su barco y que nos vayamos a
cualquier otro sitio. El problema es que no se atreve a hacerlo solo. Y me está rompiendo la cabeza con
sus quejas al respecto cada tres por cuatro. Es insufrible.

He tratado de hacerle ver la situación tal y como es, pero no escucha. Las carreteras que no estén
cortadas por esas cosas posiblemente estarán bloqueadas por vehículos abandonados, accidentes,
puentes volados, etc.… Es absurdo plantearse hacer un recorrido como si estuviésemos en una
situación normal. Cualquier imprevisto puede suceder y si eso pasa, las consecuencias pueden ser
fatales. Hay que planear las cosas a fondo antes de hacerlas si queremos sobrevivir.

Esta noche me he atrevido a subir a la buhardilla de mi casa. Es un pequeño espacio bajo la cubierta,
poco más que un armario grande, pero hacía dos años que no subía aquí. Esta lleno de cajas con todas
las cosas de mi mujer. Desde el día después de su entierro, cuando mi hermana y su novio guardaron
todo esto aquí, hasta hace tres semanas, cuando vino el técnico a instalar los paneles solares, nadie
había subido por las escaleras plegables hasta este espacio. El polvo lo cubre todo. Sobre el intenso
olor a cerrado aún puedo percibir un ligero aroma familiar. Es su perfume, que ha quedado impregnado
en su ropa para siempre. Se me ha encogido el corazón y me he derrumbado sobre un viejo sofá
mientras regueros de lágrimas recorrían mi rostro. He estado llorando como un niño durante horas,
sujetando un viejo jersey suyo. La echo tantísimo de menos… Oh, Dios, por lo menos no ha tenido que
ver todo esto…

Al cabo de un rato me he recompuesto un poco. Aún tengo algo roto por dentro, pero por lo menos he
podido llorar un rato y desahogarme. La tensón acumulada estos días es brutal. Quizás refugiarme
durante estas pocas horas aquí arriba haya sido una decisión sensata. Han tenido un efecto balsámico
sobre mí.

He observado las huellas de pisadas que dejó el técnico sobre el polvo cuando vino a instalar el equipo.
Llevan desde la trampilla hasta justo debajo de la claraboya que da acceso al tejado. Debajo de ésta,
aún puedo ver algunos restos de cable y una pequeña bolsita de plástico que en algún momento debió
contener tornillos o algo por el estilo. Son los restos de la instalación, como testigos mudos de que allí
estuvo alguien haciendo su trabajo hace lo que parece un millón de años. Me pregunto qué habrá sido
de ese hombre. Me imagino que estará dando vueltas por ahí, como una cosa más de esas…
Al abrir la claraboya un aire helado ha entrado en la buhardilla. Amarrándome a las estriberas me he
subido al tejado con extremo cuidado (¡¡Lo último que me faltaba ahora era partirme una pierna!!) y he
subido al tejado. Justo al lado de la claraboya hay una pequeña superficie lisa, donde puedes sentarte.
Detrás de ese rellano está la pendiente del tejado, ahora cubierta por la superficie irisada de los paneles
solares. Justo debajo de mí, una caída libre de unos siete metros hasta el suelo, donde puedo ver a esas
cosas agolpadas frente a mi puerta, incansables. No, definitivamente, caerse no sería una buena opción.

Han llegado unos cuantos nuevos, atraídos por el barullo que montan los de la puerta. El cadáver de
Cadera Rota está en el medio de la calzada, hecho un guiñapo. Del otro no hay ni rastro, parece que el
paraguazo que le propine no ha sido lo suficientemente fuerte para mandarlo de vuelta al infierno.
Lástima.

Normalmente desde aquí se disfrutaba de una estupenda vista nocturna sobre la ciudad. No he podido
evitar sorprenderme al ver que está totalmente a oscuras. Donde habitualmente tendría que ver miles de
luces ahora solo hay la negrura más absoluta. La corriente eléctrica se ha ido definitivamente. Y no
creo que tengan pensado mandar un equipo a arreglar la avería. Mientras encendía un cigarrillo he
reflexionado sobre eso.

Cuando empezó todo esto, la gente dejó de presentarse en sus puestos de trabajo. Los operarios de las
centrales eléctricas hicieron lo mismo, así que hace aproximadamente unas dos semanas que las
centrales funcionan sin mantenimiento, en modo automático. Traté de recordar las explicaciones que
una vez me había dado el novio de una amiga mía, ingeniero. Una central térmica (la inmensa
mayoría), que funcione con carbón o combustible solo puede estar en modo “automático” veinticuatro
horas, antes de que se apaguen sus calderas por falta de aporte de combustible. Una hidroeléctrica o
una eólica en teoría podrían aguantar indefinidamente, pero requieren mantenimiento técnico
especializado para reparar las constantes averías producidas por estar en marcha 24 horas al día.
Podrían aguantar unas dos semanas antes de empezar a romperse por todas partes. Y los repuestos,
ahora, no serían fáciles de conseguir. La posibilidad de pensar en una central nuclear funcionando sola,
sin mantenimiento, es realmente espeluznante. Chernobyl, recuerdo que me dijo con una sonrisa triste,
es el ejemplo de una central nuclear que falla por falta de cuidados.

Confío en que las noticias que dieron sobre la desconexión de las centrales nucleares fuese cierta…

Así pues, supongo que todo el país está a oscuras, o en trámite de estarlo en las próximas horas. Red
Eléctrica tenía un plan de contingencia por si una central o dos fallaban, pero el apagado de todas ellas
casi a la vez debe haber supuesto el colapso total del sistema. De golpe y porrazo nos han mandado de
vuelta al siglo XIX… Sólo que rodeados de cadáveres ambulantes y luchando por seguir vivos. Que
panorama más cojonudo.

He apagado el cigarrillo y me he vuelto para adentro. Hace frío. Aún tengo que revisar la mochila del
soldado. Espero que haya merecido la pena. A ver qué encuentro…

30 January 2006 @ 18:38 hrs.
ENTRADA 38

Coño. Las últimas veinticuatro horas han sido un desastre. Cuando piensas que nada más puede
joderse, la realidad va y te pilla por los huevos c on una nueva sorpresa.

Por si ya no tenía suficientes (¡¡Y enormes!!) problemas con ese grupo de cosas que están aporreando
inmisericorde mi puerta desde hace un par de días, ahora se me abren nuevos frentes. En primer lugar,
y como consecuencia del fallo eléctrico generalizado, Internet ha dejado de existir. Kaputt. Se acabó.
Mi blog está muerto, como toda la red. El pantallazo blanco del Explorer es lo único que veo cuando
trato de acceder a la Web. Es lógico, supongo. Los servidores están caídos y las compañías que
facilitan el acceso a la red hace ya días que han dejado de dar servicio. El que la mía haya aguantado
hasta hoy se me antoja un milagro. Resulta increíble ver hasta que punto dependemos de la corriente
eléctrica para todo… Hemos vuelto al siglo XIX con todas sus consecuencias y no sé si estaré
preparado para ello.

Voy a seguir haciendo anotaciones en el diario. Necesito escribir lo que veo y lo que siento. Necesito
exponer mis pensamientos sobre algo en blanco, si no quiero volverme loco en un par de meses. Este
diario es mi interlocutor, la única cosa en la que confío plenamente en estos momentos. Si en algún
momento la jodo de verdad, por lo menos aquí quedará constancia de como viví estos terribles días.
Vaya mierda de consuelo, amigo.

Cuando me armé del suficiente valor volví a salir al pequeño patio de entrada. Abrí la puerta con todo
el sigilo del que fui capaz y asomé la nariz. El cadáver del soldado seguía tirado donde lo dejé, junto a
la parte interior del portalón. Desde este lado, el ruido producido por esas cosas es ensordecedor.
Apoyé la mano en la chapa de acero y pude sentir la vibración producida por los golpes. Creo, que de
alguna manera, saben que estoy a este lado, y la imposibilidad de poder cogerme les resulta
inmensamente frustrante.

Me senté en uno de los escalones de entrada y encendí un cigarrillo mientras contemplaba el cadáver.
Era la primera vez que podía observar a una de esas cosas detenidamente y de cerca. Empieza a oler
realmente mal. El proceso de putrefacción y rigor mortis que deberían sufrir todas los engendros de ahí
fuera parece estar como ralentizado, pero una vez que mueren "de verdad" parece avanzar a su ritmo
normal. Un liquido pegajoso ha estado fluyendo desde el agujero del cráneo del soldado, por donde
entró el virote, y ahora es un coagulo solidificado en el suelo de gres. No creo que esa mancha salga en
la vida, aunque supongo que eso ya no importa una mierda. El color de su piel es amarillento, cerúleo y
su sistema sanguíneo se dibuja en la piel como un delicado encaje. En conjunto, junto con las terribles
heridas de su cara, presenta un aspecto espantoso.

Armándome de resolución, me he puesto unos guantes de látex del botiquín y he cogido la pistolera.
Dentro había una pistola, negra, engrasada, pesada. Pone Glock en un lateral, y un número de serie de
ocho cifras. Creo que está cargada, pero lamentablemente es la primera vez en mi vida que tengo un
chisme de estos en las manos. He de estudiarla con más cuidado, pero ahora me siento mucho mejor.

Estoy armado, de verdad. Sé que es más psicológico que otra cosa, pero la sensación de seguridad es
maravillosa.

En los bolsillos del cinturón he encontrado dos cargadores más, que parecen corresponderse a la
munición de la pistola. Tienen quince proyectiles cada uno, así que suponiendo que la pistola esté
cargada tengo la friolera de 45 balas. Otra cosa es que sea capaz de disparar alguna sin atravesarme un
pie. Ya lo veremos.

Además de la munición de la pistola he encontrado varios cargadores de lo que parece ser munición de
rifle de asalto. Dos de ellos están vacíos, y aún huelen a pólvora. El pobre diablo que yace a mis pies
tuvo tiempo de disparar al menos dos cargadores completos de su arma reglamentaria, de la que, por
supuesto, no hay ni rastro. Cuando esas cosas le cogieron supongo que, sencillamente, la soltó. A saber
donde está ahora.

La mochila ha resultado un tesoro. En su interior he encontrado un saco de dormir, un capote militar
estupendo, con el camuflaje estampado del Ejercito de Tierra Español, una brújula, un mapa con
diversas situaciones señaladas (supongo que posiciones de la línea defensiva que contuvo a esas cosas
durante la evacuación, ahora ya abandonadas), tabaco, un botiquín de primeros auxilios con tres
ampollas de morfina y lo mejor de todo, varias de las raciones de emergencia del Ejército. Son unas
latas estupendas. Tienen un depósito lleno de una sustancia reactiva en su parte inferior. Si se les añade
agua, generan un intenso calor y así puedes comer caliente sin necesidad de encender fuego o una
cocina. Supongo que me vendrán de coña cuando tenga que salir de aquí. Porque cada vez es más
evidente que tendré que moverme, tarde o temprano. Quedarme aquí solo conducirá a que esas cosas
acaben entrando o yo me muera de hambre. El único problema es como salir de aquí. Y a donde coño
ir, por supuesto.

Rebuscando en uno de los bolsillos inferiores me he encontrado una cartera, y ahí se me ha jodido el
día. Es la de este chaval. Se llamaba Arturo Besada, tenía tan solo 22 años y era de un pueblo a tan solo
treinta kilómetros de aquí. Tenía dentro fotos de una chica (¿Su novia?), y un perro precioso. A este
chaval le han robado la vida. A este crío le he metido tres palmos de acero en la cabeza para poder
sobrevivir. Joder, me pongo enfermo solo de pensarlo.

Con esfuerzo, y algunas arcadas, he retirado el virote de su cabeza. Lo he metido en agua hirviendo en
una tartera, en la cocina y lo he dejado ahí durante unas seis horas. Me ha costado media línea de
acumuladores de energía hacer hervir el agua tanto tiempo, pero creo que eso matará cualquier bicho
que pudiese tener el proyectil. Lo he devuelto a la vaina, junto a los demás. Ahora tengo cuatro virotes.
Los otros dos los puedo ver perfectamente desde mi ventana, uno abandonado al lado del osito y el otro
clavado en Cadera Rota. Podrían estar tranquilamente en la Luna. Es imposible llegar hasta ellos.

Ahora, no sé que coño hacer con el cadáver. No se me ocurre como lanzarlo por encima de la tapia sin
que esos cabrones me vean. De momento lo he envuelto en un plástico. Ya se me ocurrirá algo. Un
problema más…

Por si no fuera suficiente mi vecino, Miguel, está en un estado de excitabilidad sumo. Sospecho que se
está metiendo algo. He cometido el error de contarle mi aventura con el soldado y ahora cree que
podemos ser capaces de abrirnos camino a sangre y fuego por la ciudad, hasta su puto barco. No sé
cómo explicarle que la realidad es distinta. Yo me he jugado la vida para avanzar tan solo media calle y
cargarme a dos de esas cosas. Cruzar media ciudad con MILES de esos monstruos sueltos es una tarea
distinta. Tendríamos que planearla con sumo cuidado y no salir disparados, con un gramo de coca
corriendo por las venas, sin saber qué podemos encontrarnos al doblar una esquina.

Se ha fijado en mi traje de neopreno y ahora va vestido con una especie de mono de mecánico. Tiene
un aspecto bastante idiota con él puesto. Sospecho que este tipo va a hacer alguna estupidez como no
nos pongamos en marcha dentro de poco. Tengo que pensar. Rápido.

31 January 2006 @ 11:49 hrs.
ENTRADA 39

Estaba tranquilamente sentado en la cocina cuando lo he oído. Disparos. Sonaban como una escopeta
de caza. Ha sido justo al lado. ¡¡Es mi vecino, se uro!! ¿Pero qué demonios está haciendo ese
gilipollas? ¿Acaso pretende atraer a todo cuanto muerto andante esté en un radio de dos kilómetros?
Jesús, esos disparos deben haberse oído en toda la puta ciudad…

He subido por la escalera apoyada en el muro y me he asomado a su patio. No hay nadie. Tan solo los
tablones de madera ordenadamente apilados, que iban a ser empleados en un porche que ya nunca
llegará a ser construido. Le he llamado, suavemente. Nadie responde. Miguel, tío ¿Pero qué demonios
has hecho, joder…?

El ruido provocado por las cosas que están en el lado de la calle de Miguel es perfectamente audible
desde aquí. Suenan golpes contra una puerta de madera. De alguna manera, esas cosas se las han
ingeniado para atravesar el portón de acero del patio delantero de mi vecino y ahora están aporreando
directamente su puerta principal. Vaya mierda. Joder.

Cuando estaba pensando como demonios bajar a su patio le he visto, a través de una de las ventanas
traseras. Me ha dicho que está bien, que intentó llegar hasta su coche, "para recogerme en mi puerta y
darme una sorpresa", pero que hay docenas de esas cosas en su lado de la calle y que le ha sido
imposible. Además, se le han colado en su patio delantero. Se ha cargado a dos, me ha dicho con una
enorme sonrisa. Grandísimo gilipollas. Con el barullo que ha montado para cargarse a esos dos, ahora
debe haber una docena más ahí fuera, por lo menos.

Tiene el mono de mecánico desgarrado en el cuello y manchas de sangre sobre él. Le he preguntado
que le ha pasado y me ha dicho que una de esas cosas intentó agarrarlo por el cuello, pero que se pudo
soltar sin problemas. Toda la sangre es de "esos mierdas", me ha dicho. Está muy pálido y, no se por
qué, me ha dado la impresión de que me miente. Años de práctica en los Tribunales me han permitido
conocer muy bien las miserias y los fallos de la naturaleza humana y sobre todo, ser capaz de captar las
pequeñas señales inconscientes que emitimos cuando no contamos toda la verdad. Este tío me está
ocultando algo, lo sé. Tiene que haber más.
Ahora vuelvo a estar en la cocina, preparandome una sopa concentrada, con Lúculo cómodamente
recostado en mi silla, pensando en todo esto. Y no me gusta. Nada.




Hasta aquí

Hola! perdón por no haber subido antes :/ igual les dejé con mucho para leer y entretenerse con zombies :D jejeje saludos!!!
Isi
Isi


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Apocalipsis zombie - Página 2 Empty Re: Apocalipsis zombie

Mensaje por Isi Jue 04 Oct 2012, 5:55 pm

01 February 2006 @ 10:58 hrs.
ENTRADA 40

Esta noche he vuelto a beber mucho. Ahora, mientras escribo esto, tengo una resaca de espanto, pero es
un justo precio a mis excesos, supongo. Nunca había sido un gran bebedor, ni mucho menos, pero
desde que todo este infierno comenzó le he pegado tal meneo a mi mueble-bar que está casi en las
últimas. Supongo que es mejor así.

Hace un montón de noches que no soy capaz de dormir bien. La tensión, la ansiedad, el ruido
monótono e inmisericorde, constante, de esas cosas ahí fuera, forman un coctel demasiado fuerte para
mi mente. He pensado en tomar algún tipo de pastillas para dormir, pero me da miedo el sueño
inducido químicamente. Si esas cosas se las arreglasen para entrar mientras estoy bajo los efectos de un
par de pastillas de Valium, ni me enteraría. Sería un plato calentito y dormido puesto en bandeja de
plata delante de ellos. Así que Valium no, gracias.

También he pensado en poner un poco de música para no oír sus golpes y gemidos, pero si la pongo lo
suficientemente alta para que enmascare sus ruidos, lo único que voy a conseguir es atraer a docenas,
cientos de ellos delante de mi puerta. Como un jodido flautista de Hamelin, pero con esas cosas. No me
parece buena idea. Me he puesto los cascos del MP3 un rato, pero no he aguantado con ellos ni cinco
minutos. Cada dos por tres me parecía sentir como el portalón de acero cedía y ellos subían las
escaleras, buscándome. Me he arrancado los cascos tres o cuatro veces mientras me sentaba en la
cama, temblando, agarrado a una pistola que ni siquiera estoy seguro de saber usar. Dios, el alcohol, la
tensión y la falta de sueño me están volviendo un paranoico. Tengo que tomar una determinación
acerca de qué hacer, si no quiero volverme loco.

Entre ayer y hoy han pasado tres cosas, una buena, una regular y una mala. La buena es que estaba
trasteando con la radio de onda ultracorta, saltando de un dial a otro, como llevo haciéndolo desde hace
varios días, y sin captar ninguna emisión, cuando de repente he cogido una señal. Es débil, llena de
estática y con interferencias, pero es una voz humana, de eso no cabe la menor duda. Cuando la he
recibido he pegado un bote de alegría y le he pegado tal achuchón a Lúculo que éste se ha pasado todo
el día mirándome acusadoramente. Parece algún tipo de emisora militar, emitiendo partes breves de
noticias y recomendaciones. Por lo visto, las Islas Canarias aún aguantan y el gobierno y la Familia
Real están allí refugiadas. He oído un mensaje del Rey, pero no he entendido casi absolutamente nada
de lo que ha dicho, por culpa de las interferencias, pero era él, no me cabe la menor duda.

En resumen, vienen a decir que las Canarias están hasta los topes de gente proveniente de la Península,
que el combustible, los alimentos y el agua comienzan a escasear en las Islas así que recomiendan NO
dirigirse allí. Unidades de la Armada desviarán cualquier buque o aeronave que intente llegar hasta ellos. Que grandísimos hijos de puta. Son como los supervivientes del Titanic que estaban en los botes
y que golpeaban con los remos a los que, desde el agua, trataban de subir a bordo de ellos. Están en su
precioso y seguro bote y tienen miedo de que si nos subimos demasiados, éste vuelque y se hunda. Así
que, en resumidas cuentas, educada, pero firmemente, nos mandan a tomar por el culo. Que nos
busquemos la vida, vamos. Sé que no son buenas noticias, pero el saber que no soy el último
superviviente de la faz de la Tierra me llena de un inmenso alivio. Además, que les den morcilla. Si
Canarias es segura, eso significa que tiene que haber más sitios seguros. Más sitios con gente, con
comida, conversación calor y agua caliente (¡¡Dios, mataría por un buen baño!!).

Las 52 fuerzas provinciales, reducidas después a 40, han tenido que ser refundidas en 4 grandes
unidades, con su fuerza extremadamente limitada. Las bajas han sido espantosas (el pobre chaval
envuelto en un plástico en mi porche, podría dar buena fe de ello), y las deserciones y las unidades
"perdidas" se cuentan por docenas. Únicamente están capacitadas para defender unos cuantos Puntos
Seguros, que, de algún modo, se las están ingeniando para sobrevivir, aunque no se sabe por cuanto
tiempo (hasta el momento que se les acabe la ultima bala, supongo). El panorama es absolutamente
desolador, pero es algo, al fin y al cabo.

La noticia regular es que hoy he vuelto a oír disparos. Han sonado en dirección suroeste, en la zona
entre el centro y la carretera de La Coruña. Ha sido cerca del alba, una serie de disparos cortos, como
de arma pequeña y después una serie de hipidos rápidos que juraría que son de algún tipo de rifle de
asalto. Han durado cerca de media hora y de repente, han cesado de manera brusca. O bien ya no les
queda contra quien disparar… O ya no queda ninguno de los tiradores. Vaya mierda.

La noticia mala es que no se nada del imbécil de mi vecino desde hace casi veinticuatro horas. Por más
que le llamo por encima de la tapia, no atiende a mis llamadas. Tiene un perro, un mestizo feo y malo
como el diablo, que ha sido enemigo jurado de Lúculo desde que lo trajo a su casa y que siempre está
rondando cerca de la tapia, supongo que con la esperanza de que mi gato resbale y caiga. Sin embargo,
hace apenas una hora he oído unos gañidos horribles que salían desde el interior de la casa. Parecía
como si alguien estuviese asesinando al pobre bicho. Después, ha cesado. Ahora, hace un rato, me he
vuelto a asomar a la tapia. No veo nada, ni al perro ni a su dueño. Nadie atiende mis llamadas. Solo los
montones de tablones, correctamente apilados en el patio trasero de Miguel, son testigos de lo que sea
que esté pasando. Y mucho me temo que a mí no me va a gustar. Tengo que estar preparado. Joder.

01 February 2006 @ 21:00 hrs.
ENTRADA 41

La Ley de Murphy dice que cuando las cosas pueden salir mal, saldrán peor. El puñetero autor de ese
libro debe estar desbordado en estos momentos, si sigue vivo. Francamente, no creo que ese detalle
ahora mismo le importe una mierda a nadie. Cada uno debe mirar por su culo en este nuevo mundo de
"no vivos" en el que nos hemos metido.

Tras pasarme media mañana colgado de la tapia, tratando de llamar la atención de ese cretino de
Miguel sin montar mucho jaleo, finalmente he desistido. He vuelto a casa con una profunda desazón.
¿Y si le ha pasado algo? Por mi mente han empezado a desfilar una serie de posibles accidentes
domésticos que puede haber sufrido el muy idiota, desde caerse por las escaleras a resbalar saliendo de
la bañera (contando con que desee bañarse en agua fría en pleno mes de enero en Galicia). No he
podido dejar de darle vueltas al asunto mientras me calentaba una taza de café instantáneo en la cocina.

Es un capullo y su poca cabeza va a traerme una docena de problemas al día por lo menos, pero es la
única persona viva que queda a mi alrededor, que yo sepa. Además, me cedió los postes de madera
desinteresadamente, cuando se los pedí. Le debo un favor, aunque nunca pensé que tendría que pagarlo
cargando con él a través de una ciudad desolada por la muerte y el caos hasta un puto barco que ni
siquiera sabemos si está ahí. Es una auténtica estupidez de plan, pero está obsesionado con eso, y si no
le acompaño, tratará de ir solo, y la cagará antes de doblar la esquina. Además, no quiero quedarme
solo. Me da pánico, en esta situación…

He pensado que uno de los posibles motivos de su silencio es que esté absolutamente colocado. Estos
días se ha estado metiendo cocaína, de eso no me cabe ninguna duda. Puede que se haya metido una
raya de más, o que lo que la mierda que le haya vendido su camello esté adulterada, quien sabe. Es
posible que tenga un exceso de imaginación, pero no puedo dejar de pensar en él, tendido en el suelo
de su cocina, vestido con su estúpido mono con rayas rojas, y con un reguero de sangre saliendo de su
nariz, muriéndose a menos de veinte metros de mí, mientras yo estoy rascándome los huevos. Con un
golpe apoyé la taza en el fregadero y salí al patio. En el cobertizo del cortacésped tengo guardada una
cuerda con nudos. Normalmente la uso en mis inmersiones, cuando he pasado mucho tiempo a
demasiada profundidad y tengo que hacer descompresión. Para evitar la narcosis de nitrógeno debo
subir lentamente a la superficie y la cuerda tiene una serie de nudos gruesos cada medio metro que me
ayudan a calcular la profundidad.

Ahora esta cuerda me servirá para deslizarme hasta su patio. Atando un extremo a la chimenea de mi
poco usada barbacoa, en la esquina izquierda del patio, he dejado que la maroma se desenrollase hasta
el suelo del patio vecino. El frío era atroz, intenso. Una suave capa de escarcha cubría toda la
superficie de césped del patio, solo interrumpido por los ocasionales montones de tablones de madera,
apoyados allí donde lo dejaron los obreros en su día. Si no fuera por el golpeteo constante de esas cosas
contra el portalón de mi casa y los gemidos aterradores que lanzan, el silencio sería absoluto.
Despreocupadamente, subí por la escalera de mano, pasé las piernas por encima del borde de la tapia y
empecé a deslizarme hasta el suelo agarrándome a la cuerda.
Solo cuando he estado en el patio de Miguel he caído en la cuenta de que iba vestido con un jersey
grueso y unos vaqueros gastados y que por toda arma llevaba un cutter en el bolsillo delantero derecho
del pantalón. Sí señor. Muy precavido. Muy profesional. Olé mis cojones. He estado a punto de dar
vuelta y equiparme correctamente, pero entonces he oído un crujido en el interior de su casa. Además
he pensado en el ridículo que haría si me presentase con el arpón en ristre y mi neopreno puesto, sólo
para encontrármelo tumbado en su sofá escuchando música por unos cascos mientras se está bebiendo
una cerveza. No, mejor correr el riesgo, que uno tiene su orgullo. Estúpido orgullo…

Con precaución he cruzado el patio y apoyado los pies en el porche inacabado. El olor a aserrín y a
barniz era muy intenso allí. Botes vacíos de pintura y herramientas de carpintero abandonadas se
encontraban por doquier. El interior de la casa estaba oscuro, lóbrego. Con un suave golpe de nudillos
he tocado la puerta trasera, mientras llamaba a Mi uel. Nada ha pasado por un momento. Cuando
estaba alargando la mano hacia el tirador para abrir la puerta, se ha desatado el infierno.

Como una explosión, la ventana situada a mi izquierda ha explotado hacia afuera. He visto salir dos
brazos por ella y la cabeza de esa cosa. Oh, Jesús Bendito, eso de ahí NO era Miguel, pero lo había
sido hasta hacía muy poco. Pobre imbécil. Por tratar de "darme una sorpresa" había conseguido que
esas cosas lo mordieran. Ahora estaba jodido, y lo peor, es que iba a tratar de joderme a mí. Empecé a
correr hacia la tapia como un poseído. Creo que me golpeé contra uno de los montones de tablas,
porque ahora mismo tengo un tobillo del tamaño de una pelota de tenis. Al llegar a la tapia me he
girado y he visto a Miguel tratando de zafarse del marco de la ventana. Se debe haber cortado porque
un reguero de sangre terriblemente oscura, corrupta, corre por su brazo izquierdo, empapando su ropa.
Me he quedado como un gilipollas, hipnotizado, contemplándolo fijamente. Solo cuando ha salido por
completo de su casa y ha empezado a andar hacia mí he reaccionado. ¡¡Oh, joder, que lentos parecen y
que rápidos son!!

He empezado a gatear por la cuerda. No es fácil, sobre todo cuando sabes que si resbalas lo siguiente
que te encontrarás es la muerte, o algo peor. No estoy seguro, pero creo que ha llegado a rozarme una
bota con sus manos. Ha faltado poco. Desde lo alto de la tapia lo he contemplado. Está furioso,
agresivo, empapado en su propia sangre. Es uno de ellos. Joder.

He entrado en casa y he cogido mi cámara de fotos. Es un modelo un poco antiguo, una HP 735 digital,
pero tiene una lente Pentax fantástica y me ha acompañado en un montón de historias. Le he sacado un
par de fotos a esa cosa aullante de ahí abajo.

Ahora estoy en la cocina, contemplando esas fotos el portátil mientras le oigo rascar y dar golpes en la
tapia. Sé que debo hacer algo con él, pero aún no he pensado nada. He de tomar una decisión. Mañana.

Isi
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Mensaje por Invitado Vie 05 Oct 2012, 9:35 am

hola nueva lectora me llamo wendy me encanto el apocalipsis zombie no se pero me gustan los zombis 😕
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Mensaje por Isi Sáb 27 Oct 2012, 5:31 pm

la loquita styles escribió:hola nueva lectora me llamo wendy me encanto el apocalipsis zombie no se pero me gustan los zombis :confused:

Hola! bienvenida al mundo de los zombies c: jejjee
Isi
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Mensaje por Isi Sáb 27 Oct 2012, 5:39 pm

02 February 2006 @ 19:54 hrs.
ENTRADA 42

La decisión ha sido complicada. Me he pasado todo el santo día pensando que hacer con la cosa que
estaba arañando la tapia de mi patio trasero y la solución, por obvia, se me hacía cada vez más dura de
adoptar. Lo más normal sería acabar con el, con su sufrimiento, si es que está sufriendo. No sé ni
siquiera si es consciente de su propia existencia, si percibe la realidad como yo o de otra manera, por lo
que no puedo saber si sufre o no. La verdad es que sé tan pocas cosas sobre ellos…

¿Piensan? ¿Sienten? ¿Hay algo de su antiguo yo todavía dentro de ellos, o su espíritu queda
absolutamente aniquilado en el lapso de tiempo entre su muerte y su renacer? ¿Recuerdan algo de su
vida? ¿Duermen? ¿Sueñan?… Joder, no sé absolutamente nada de mis depredadores. Solo sé que me
quieren cazar. Y que yo, como el resto de los humanos, soy su presa. Vaya cagada.

Aún sabiendo eso, me ha costado mucho adoptar una decisión sobre Miguel. Aunque sé que ahora es
uno de ellos, ese tío es un conocido. Es mi puto vecino, por el amor de Dios. Aunque siempre haya
sido un completo gilipollas, meterle tres palmos de acero en la cabeza me parece inconcebible. No soy
un asesino, joder. No puedo hacer eso.

Me ha costado tres horas de tiempo y mi última media botella de ginebra reunir la suficiente presencia
de ánimo para acabar con él. Lo que ha inclinado definitivamente la balanza es que los gritos que está
profiriendo me están volviendo loco. Le puedo oír en todas las partes de la casa, su puta voz
metiéndose en mis oídos cada minuto, cada segundo, pidiendo mi sangre, incansable. La verdad es que
estoy histérico. Y borracho. A mi ese cabrón no me va a joder. No señor. Y una mierda. Voy a por ese
hijo de puta ahora mismo.

Enfebrecido y borracho he cogido el arpón y le he colocado un virote, mientras tiraba del elástico hasta
su posición más tensa. Me ha llevado tres intentos conseguirlo, pero por fin lo he montado.
Trastabillando, he subido la escalera de mano apoyada en la tapia y he asomado la cabeza. En cuanto
me ha visto ha redoblado sus gritos y ha empezado a estirar sus brazos hacia lo alto de la tapia,
tratando de tocarme. Desde ahí lo tenía a menos de dos metros. Era un tiro que ni un tipo
completamente borracho podría fallar. Al apretar el gatillo el virote ha salido con un siseo seco. Con un
ligero "crack" le ha entrado justo por encima del arco del ojo derecho. Un rictus de sorpresa (¿o de
alivio?), ha aparecido en su cara un momento antes de derrumbarse como un saco en el suelo de su
jardín, sobre el césped.

Ya estaba. Una risa histérica me ha atacado de forma incontrolable, mientras unos lagrimones enormes
y redondos corrían por mis mejillas. Al cabo de un rato estaba llorando a lágrima viva, apoyado en la
tapia, sosteniendo el vacío arpón entre las manos. He asesinado a mi vecino desde lo alto de la tapia
que nos separa. Acababa de meterle un trozo de hierro en la cabeza. Hace apenas un día estaba
haciendo planes con él, soportando sus terribles chistes y ahora lo he matado. Joder, esto es una
mierda. Me siento muy solo. Voy a volverme loco como siga mucho tiempo así.

Me he descolgado por la cuerda de nudos hasta su patio, al lado de su cadáver. Al apoyar el pie que me
golpeé ayer, un latigazo de dolor me ha sacudido desde el tobillo derecho. He contenido un grito. Dios,
duele una barbaridad. Espero que solo sea una torcedura y no me haya roto nada. Cojeando, me he
acercado a una pila de maderas cubierta por una gruesa capa de hule y he cogido la cobertura. Con el
plástico en la mano he arrastrado el cadáver por una pernera hasta una esquina del patio y lo he
envuelto en él. Debería enterrarlo. Debería rezar algo por él. Ni siquiera sé si era creyente. Joder. Ya
pensaré en algo.

Me he girado hacia su casa y me he quedado contemplándola pensativamente durante unos momentos.
La puerta trasera está todavía cerrada y la ventana por donde salió Miguel está completamente
destrozada. Una constelación de cristales rotos cubre el suelo, con manchas de sangre ya coagulada.
Una cortina, con unos feos trazos de sangre está asomada hacia afuera. La casa está oscura, y
silenciosa. No parece haber nadie dentro.

Tengo que entrar ahí. Se que debo entrar ahí. En primer lugar, tengo que asegurarme que no hay más
cosas de esas dentro de la casa y que su puerta de madera está convenientemente apuntalada. Lo último
que necesito es una docena o dos de esos monstruos en el patio trasero de mi casa. Además, recuerdo
que Miguel tenía una empresa de distribución de productos farmacéuticos. Ha de tener una tonelada de
muestras de mercancía en algún lado, y los calmantes me están haciendo falta. Y sobre todo, lo más
importante, su casa tiene vistas a la otra calle. Puede que por allí haya una salida, o que se me ocurra
algo, no lo sé.

Pero en ese momento no podía entrar. Estaba anocheciendo y la oscuridad lo cubría todo. La casa de
Miguel carecía de fluido eléctrico. No iba a meterme en la boca del lobo a oscuras, sin mi neopreno y
borracho como una cuba. No señor. Mejor dejarlo para el día siguiente.

Como he podido, he gateado por la cuerda y he llegado hasta mi casa. Estoy tumbado en el sofá del
salón a oscuras, mientras escucho los monótonos golpes de esas cosas contra mi portalón. Ya estoy
más sobrio, y el sordo retumbar de la resaca parece estar acercándose. Voy a tratar de dormir un rato.
Mañana me voy a meter en esa puta casa. Y voy a empezar a planear algo. Tengo que salir de aquí.


03 February 2006 @ 17:07 hrs.
ENTRADA 43

Estoy sentado en una hamaca en el patio trasero de mi casa. Justo ahora, los últimos rayos del frío sol
de invierno caen sobre este pequeño rectángulo de césped, calentándome un poco los huesos, mientras
Lúculo dormita apaciblemente sobre mi regazo, soñando con lo que sea que sueñen los gatos. La
verdad, este es el momento más tranquilo del que he disfrutado en las últimas semanas. Si no fuera por
los ocasionales aullidos de esas cosas de ahí fuera y algún que otro golpe que propinan contra el
portalón, podría pensar que es una apacible tarde de domingo. Casi me dan ganas de ir a prepararme
una taza de chocolate y ponerme a ver una peli. Desafortunadamente, no es una tarde de domingo, y
todos mis convecinos están muertos ahí fuera, deseando acabar conmigo. Además, hace dos semanas
que no tengo leche en casa, que coño.

He dormido la resaca hasta casi el mediodía. Cuando me he levantado, me he preparado un regio
desayuno compuesto por un par de tazas de café bien cargado y unas alubias en bote mezcladas con
mayonesa (la variedad en mi menú se está recortando drásticamente desde hace tres o cuatro días). Hoy
es un día donde he tenido que afrontar varios problemas. En primer lugar, el cadáver del soldado, en la
puerta. Lleva descomponiéndose allí toda la semana y ahora empieza a oler auténticamente mal. Me he
dado cuenta de que como no hiciera algo podía enfermar por su culpa.

Tras encerrar a Lúculo en mi cuarto (lo único que me faltaba es que saltase sobre el cadáver para
inspeccionarlo y lamiese alguna parte del mismo) he arrastrado el cuerpo sobre el plástico en el que
estaba envuelto hasta el patio trasero, conteniendo las arcadas. El aroma que ha dejado por su paso a
través de mi vestíbulo, pasillo y salón, hasta el porche trasero, es inenarrable. Una vez allí he pensado
en rociarlo con la gasolina del cortacésped y plantarle fuego, pero una idea horrible me ha paralizado.
No sé si esas cosas pueden oler, o peor aún, si ven bien. Si es así y ven una columna de humo elevarse
en medio del claro cielo azul del mediodía vendrán en manadas hacia mí. Con desazón, me di cuenta
que la única alternativa era enterrarlo en el jardín.

Resignadamente me he puesto manos a la obra y he cavado una fosa no muy profunda en la esquina
derecha del jardín, al lado de la barbacoa. El trabajo fue fácil, pues el suelo es muy blando y terroso y
solo me hizo falta un pequeño azadón (por otra parte, la única herramienta de la que disponía). Cuando
finalmente lo he deslizado dentro del hoyo y lo he tapado, me he sentado, sucio y sudoroso, al lado del
túmulo. Mientras encendía un cigarrillo he pensado en lo irónico de la situación. Tengo un cadáver
enterrado en mi patio trasero y posiblemente, en su humilde fosa, haya tenido el entierro más lujoso
que se haya celebrado en esta ciudad en los últimos días (si no es el único).

He arrojado la colilla al suelo y he vuelto al interior de la casa. Después de lavarme un poco,
resollando por el agua fría que sale del grifo he preparado algo de comer para el gato y para mí. Hoy,
conservas. Estoy de las sardinas en lata hasta los mismísimos cojones, pero a Lúculo esta dieta parece
entusiasmarle. Puñetero gato…

Después me he preparado a fondo para la prueba más difícil de día. Me he enfundado el neopreno y he
revisado mi arpón, con los tres virotes que me quedan (el cuarto aún estaba clavado en la cabeza de mi
infortunado vecino, al otro lado de la tapia). El mango de paraguas había quedado abandonado sobre el
asfalto en mi expedición previa para acabar con el soldado, así que ahora mi ultima línea de defensa
era la pistola de éste. La Glock parece enorme y peligrosa en mi mano. Aún no estoy seguro de saber
usarla bien, pero por lo menos ya he identificado cada una de las partes (gatillo, seguro, liberador del
cargador, etc.…) de ésta. Está cargada, pero siempre que pueda, procuraré evitar usarla. Los disparos
previos que he oído estos días venían de muy lejos, estoy seguro, y aún así los he oído perfectamente.
Ya sé lo que el ruido provoca en estas cosas. Si disparase el arma, posiblemente pudiese eliminar a
unos cuantos pero el ruido haría que acudiesen docenas de ellos a ese punto en cuestión de minutos.
Así que, mejor guardarla para otra ocasión.

Tras rezar todo lo que sé, he subido por las escaleras de mano y me he descolgado hasta el patio de
Miguel. Todo seguía tal y como lo deje ayer. Su cadáver, envuelto en plástico, permanecía en la
esquina, como un bulto gris e inútil. Con recelo, me he acercado hasta él y de un par de fuertes tirones,
le he arrancado el virote de la cabeza. Esta vez no he tenido tantas arcadas. A lo mejor me estoy
insensibilizando. Que interesante. Puede que si sobrevivo el tiempo suficiente, acabe transformándome
en un psicópata de manual. Que perspectiva tan curiosa… Joder.

He dejado el virote sobre la hierba, para recogerlo más tarde, y me he encaminado hacia la casa, con
cautela. Seguía oscura, y silenciosa. He agarrado el pomo de la puerta y ha tratado de girarlo. Cerrado.
Debía suponerlo. No me quedaba más remedio que entrar por la ventana por la que anteayer salió
Miguel. Con cuidado, para no cortarme con los cristales empapados por su sangre corrupta, me he
deslizado dentro de su casa. El espectáculo era terrible. El puñetero perro, o lo que quedaba de él,
estaba tirado en una esquina, completamente despedazado. Era un espectáculo atroz, como si una
manada de lobos lo hubiese atacado. Me imaginé al jodido bicho, acudiendo junto a su amo
agonizante, preocupado, solo para encontrarse con que este se había transformado en un depredador
despiadado que lo haría trizas en cuestión de segundos. Vaya putada.

Rápidamente revisé la casa. Por una vez, me había equivocado. La casa estaba vacía y segura. Ninguna
de esas bestias había conseguido entrar, y la puerta del domicilio era blindada, así que podían
aporrearla durante siglos, que no se movería. He subido al piso de arriba y echado un breve vistazo por
la ventana. He podido ver toda esta calle y dos coches aparcados, justo enfrente. Uno es una furgoneta
de reparto, con el emblema de la compañía de distribución de Miguel. El otro es un Mercedes, también
de Miguel, con la puerta del conductor abierta. Hay restos de sangre en la tapicería y un cadáver tirado
en el suelo al lado del coche. Otro más está no mucho más lejos, a medio camino entre la puerta y el
vehiculo. Los dos que se cepilló Miguel, intuyo. Los que le costaron la vida.

Una vez que he revisado toda la casa he respirado con alivio. Se ha duplicado el tamaño de mi territorio, esta mitad aún está por explorar, y lo más importante, he visto unas cuantas posibilidades
interesantes en esta calle. Quizás salir por aquí sea posible.

Tras coger una caja de analgésicos bastante potente que estaba encima de una mesa, me he vuelto a mi
casa. Pronto oscurecería y no había llevado ninguna linterna. No quería andar a oscuras por una casa
ajena, con esas cosas ahí fuera. Mañana vendré y la saquearé a gusto. Además, así me dará tiempo a
preparar mi plan.


06 February 2006 @ 17:57 hrs.
ENTRADA 44

Hace un par de días que no me siento a escribir un poco en este diario. La verdad, creo que empiezo a
estar emocionalmente exhausto. La presión lenta y distante, pero continuada, de esas cosas de ahí fuera
posiblemente no pueda tirar abajo las puertas, pero está derrumbando mis nervios. Estoy planeando mi
salida de aquí. Quedarme me garantiza seguridad por un tiempo, pero también me garantiza quedarme
sin víveres poco a poco y sobre todo, volverme loco.

Creo que ese es el principal motivo para salir de aquí. El hombre es un ser social por naturaleza, que
necesita interrelacionarse, y descontando a mi malogrado vecino, hace semanas que no hablo ni veo a
ningún ser humano… Vivo, por supuesto. Necesito comunicarme, necesito HABLAR con alguien.
Volcarme en este diario me sirve de terapia para dar salida a toda la presión acumulada a lo largo del
día, pero no es suficiente. Tengo la inveterada costumbre de hablar con Lúculo con regularidad, como
si fuera una persona, pero últimamente las "conversaciones" que mantengo con él son demasiado
frecuentes. Es señal de que hay que salir de aquí.

El uso que le estoy dando a las placas solares y a los acumuladores de electricidad del sótano no es el
más adecuado y no tiene nada que ver con el objetivo para el cual fueron diseñados. Su finalidad
original era proporcionarme fluido eléctrico en caso de un corte o de una caída de tensión de unas
horas, no estaban diseñados para suministrar un flujo constante a lo largo de todo el día. Así que
supongo que lo que ha pasado era lo que tenía que pasar. He sobrecargado el sistema. El sábado a
mediodía conecté el microondas, a la vez que tenía encendido uno de los hornillos de la placa de
inducción vitrocerámica y la luz de la cocina. Es un despiste imperdonable, lo sé, pero no me fijé en su
momento.

Damos por sentado que la electricidad SIEMPRE está ahí y por ello actuamos en consecuencia. Yo
simplemente, me olvidé que estaba utilizando las menguadas reservas del sótano. El nivel de las
baterías estaba muy bajo, debido a que había estado tirando de ellas toda la noche, hirviendo agua del
grifo y metiéndola en garrafones vacíos. Así que al conectar el microondas, provoqué una bajada de
tensión y quemé el puto microondas… Y los motores de los congeladores del sótano. Ahora, la
totalidad de mis reservas de congelados se han ido directamente al diablo. Las he enterrado en el patio
del vecino, en una fosa al lado de la del cadáver, no sin antes pegarme una panzada con todo lo que he
podido salvar.

La situación así, es aún más preocupante. La despensa de mi vecino ha resultado ser regular. Unas cuantas latas de conservas, algo de pasta y dos kilos de patatas mohosas son lo más gordo del botín.
Aparte de eso, docenas y docenas de sobres de sopa en polvo, cremas liofilizadas y rissotos para
preparar en un minuto. Por una parte es fantástico porque me las puedo llevar en una mochila sin
mucho peso, pero por otro lado su valor nutritivo es más que discutible y necesito estar con mis fuerzas
a pleno rendimiento. Eso sin contar con su "delicioso" sabor…

No he encontrado muchas más cosas en la casa. No hay armas, aparte de una escopeta de caza. Es una
Zabala de dos cañones superpuestos, pero toda la munición que he encontrado es de postas de plomo
(me parece recordar que Miguel era cazador de perdices). Un disparo de esa munición no puede
atravesar un cráneo humano, a no ser que sea realizado a quemarropa. Para ello tienes que estar muy
cerca de tu objetivo y ese "muy cerca" es demasiado, cuando estamos hablando de esas cosas. Miguel
podría dar fe de ello, si no estuviera muerto y enterrado en su jardín. Además, es terriblemente
estruendosa. Aún así, me la he llevado, junto con toda la munición, unas quince postas. Nunca se sabe.

Me he vuelto loco buscando las llaves de su barco. Aún no tengo muy claro que es lo que voy a hacer
cuando salga de aquí (De momento mi plan sólo se centra en salir de aquí de una pieza, lo que venga
después ya lo veremos) pero se que no debo descartar la opción del barco, por muy peligrosa y remota
que me parezca. Tras revolver toda la casa buscando las puñeteras llaves, finalmente he caído en la
cuenta de donde podían estar. En el sitio más lógico. Joder.

Con un suspiro me he vuelto al jardín y he empezado a desenterrar de nuevo el cadáver de Miguel, que
había sepultado tan solo 24 horas antes, poco después de enterrar al soldado en el mío. Me voy a
convertir en un experto sepulturero, como siga a este ritmo…

Enterrar a una persona es duro, pero desenterrarla es más duro aún. Ves como va apareciendo su figura
poco a poco, sus manos, su cuerpo… Y te das cuenta de su espantoso olor y de que está rematadamente
muerto. Conteniendo mi asco he revisado los bolsillos de su mono. Efectivamente, allí estaban las
llaves, su cartera, y una bolsita con unos tres gramos de un polvillo blanco. Pobre diablo. Era un
capullo, pero no se merecía acabar así. Nadie se merece acabar así.

Lo he vuelto a tapar y me he metido en su casa. Lo mejor de todo es que no estaba conectado a la red
de gas, sino que usaba bombonas de butano para el agua caliente… ¡Y aún disponía de una de ellas al
completo! Después de casi veinte días sin contar con gas, un baño se me antojaba un sueño fantástico.
He llenado la bañera hasta el borde, he cogido una buena botella de vino de mi casa y me he pasado
toda la tarde del domingo en remojo, reposando en medio de una nube de vapor enorme. Creo que me
la he ganado. Además, me da la sensación de que va a pasar mucho tiempo antes de que pueda volver a
disfrutar de algo por el estilo. Creo que las próximas semanas van a ser muy intensas… Si sobrevivo lo
suficiente.

Tengo un plan medianamente formado en mi cabeza, para salir de aquí sin que me mastiquen vivo en
la puerta. Aún tiene bastantes flecos sueltos, pero creo que se puede solucionar. He tenido casi tres días
para relajarme, comer bien y acumular fuerzas. Ahora tengo que actuar.

07 February 2006 @ 11:12 hrs.
ENTRADA 45

Resulta muy complicado decidir que es lo que te vas a llevar contigo cuando sabes que posiblemente
no vas a volver a casa en mucho, mucho tiempo. Y es aún más complicado cuando piensas que del
equipaje que te lleves puede depender tu vida. Así pues, cosas superfluas fuera. Pero no es tan fácil.
Para empezar he ido acumulando en el suelo del salón todas aquellas cosas que considero
imprescindibles, mi equipo de supervivencia básico, por decirlo de alguna manera. Tengo una mochila
Jack Wolfskin de gran capacidad, unos 60 litros, que solía usar antes de todo esto para llevar mis cosas
cuando me iba a hacer buceo y que aún huele un poco a mar. No he podido evitar un pequeño rapto de
nostalgia al cogerla, y recordar todas las buenas horas que he pasado con ella. En fin.

Además de la mochila, tengo un saco de dormir y un capote para el mal tiempo (Herencia del soldado
muerto). Además me llevo el portátil, la radio de frecuencia ultracorta, algunas mudas de ropa, calzado
de repuesto y toda la comida liofilizada que encontré en casa de Miguel. También me llevo el botiquín
de campaña con la morfina, todos los antibióticos y analgésicos que he podido encontrar y un garrafón
con cinco litros de agua dulce. Un pequeño neceser y una bolsa con algunas fotos que no he podido
abandonar y una libreta con unos cuantos bolígrafos, además de mi cámara de fotos y todas las pilas
que encontré en la casa hacen que la mochila esté llena hasta los topes. Me he tenido que colgar una
bolsa más pequeña de las trabillas del pecho. En esta bolsa he metido un par de linternas (una de ellas
una SeaScub de xenón, que utilizaba en inmersiones nocturnas, y que devora baterías pero es como un
faro), y toda la munición de la Glock y la Zabala. En conjunto, unos treinta y pico kilos. Una
barbaridad.

Soy consciente de que todo este peso va ha hacer que me mueva a la velocidad de una babosa, cuando
en mi agilidad puede estar la clave de la supervivencia, pero no se me ocurre cual de todas estas cosas
es prescindible. Además, por si no fuese suficiente, he de llevar la escopeta, la pistola y el arpón
cruzadas en el pecho y una cesta de viaje con un gato persa asustado en su interior, lo cual supone que
solo dispondré de una mano libre. Va a ser complicado.

Evidentemente, solo tengo que cargar con todo esto hasta que llegue al vehículo que he escogido para
mi fuga, pero tengo que asegurarme de tener vía libre en el trayecto hasta él. Con todo este peso y con
el gato en una mano no podría hacerle frente a uno de esos monstruos de ahí fuera y no digamos ya a
una pandilla de ellos ni de coña. O eso creo. Joder.

La calle de Miguel está saturada de esas cosas, debe haber al menos dos o tres docenas vagabundeando
por ella, atraídos por los disparos del otro día. El espectáculo que se ve desde su ventana es casi
grotesco. Una treintena de cadáveres erguidos, con diversas heridas, algunas de ellas auténticamente
horribles, y las ropas empapadas en sangre ya reseca y acartonada, se balancean y se desplazan
aleatoriamente por toda la calzada, mientras un puñado de ellos golpea, incansable, la puerta de la casa.
No se me ocurre ninguna manera de despejar la calle para llegar hasta los vehículos de Miguel,
aparcados justo enfrente. Son demasiados y están demasiado dispersos como para que la "estrategia del osito" vuelva a funcionar. No, definitivamente por aquí no está la salida.

En mi calle, el espectáculo es ligeramente distinto. De todos los engendros que pululaban por ella,
ahora solo quedan cuatro, al menos los que yo puedo ver desde mi ventana. Supongo que la mayoría se
fueron a la calle contigua en cuanto oyeron los disparos que realizó Miguel el otro día. Que irónico.
Puede que su muerte no haya sido tan absurda, al fin y al cabo. Me está dando a mi la posibilidad de
sobrevivir. Los cuatro de esta calle están concentrados en torno a mi portalón, por donde he de salir
necesariamente, así que he de idear la manera de alejarlos de ahí. Creo que se como hacerlo, pero para
eso sólo tendré una oportunidad. Si fallo, entonces estaré realmente jodido…

Una vez empacado todo, lo he apoyado en el zaguán de entrada, justo al lado del portalón por donde he
de salir en unos minutos. Lúculo está sumamente nervioso y me ha costado un buen rato de persuasión,
caricias detrás de las orejas y muchos susurros convencerle de que debe entrar en su cesta de viaje.
Nunca le ha gustado (de hecho, en el coche siempre va sentado en SU asiento), pero no me queda otra
alternativa. No me puedo arriesgar a llevar al gato enroscado en un brazo con esas cosas tratando de
cogernos. Lo siento por Lúculo, pero tendrá que ir en la cesta. Si esos bichos me cogen, esto significará
la muerte segura de mi pequeño amigo, que no tendrá posibilidad de escapar, pero es un riesgo que
creo que debemos correr.

Me he enfundado el neopreno y he revisado mis tres armas, el arpón, la Glock y la escopeta. He dado
una última vuelta por mi casa, acariciando con la mirada todos los rincones que me son tan familiares.
No sé si alguna vez volveré a ver todo esto. Toda mi vida estaba aquí y ahora he de salir con rumbo
desconocido y sin tener la seguridad de que dentro de media hora vaya a estar vivo. Es de locos. Mi
salón, mi cocina, mi estudio, que nunca llegué a pintar del color que realmente me gustaba, ese sofá
con una funda absolutamente arañada por mi pequeño compañero de piso… Con las lágrimas
asomándome a los ojos he subido al trastero y he cogido un viejo jersey de ella. Todas sus cosas están
aquí, desde que murió, y ahora voy a abandonarlas para siempre…

Me he enjugado las lágrimas y me he dirigido al patio trasero, para comenzar a ejecutar mi plan. La
próxima vez que escriba en este diario será para contar como me ha ido. Si no vuelvo a escribir aquí…
Bueno, evidentemente, algo habrá salido mal y un nuevo cadáver, vestido con neopreno estará dando
vueltas por la ciudad. Pero no sin haber vendido antes cara su piel. Estoy aterrorizado. Estoy nervioso.
Pero también estoy decidido. Vamos allá.
Isi
Isi


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Apocalipsis zombie - Página 2 Empty Re: Apocalipsis zombie

Mensaje por Isi Sáb 27 Oct 2012, 5:51 pm

Tomo ll


07 February 2006 @ 21:01 hrs.
ENTRADA 46

Estoy vivo.

Agotado, horrorizado y creo que en estado de shock, pero vivo. Lúculo también está bien, creo que
incluso mejor que yo. Estamos en un refugio bastante seguro, de momento, pero sólo podremos
quedarnos aquí unas horas antes de que las cosas se empiecen a poner demasiado calientes de nuevo.
He perdido parte de mi equipo a lo largo de este día interminable, pero aún estoy en condiciones de dar
guerra. Cristo Bendito, hay MILES de esas cosas… Debería anotar la jornada de hoy, pero estoy
absolutamente agotado y sin ganas de escribir. Mañana, descansado y con más calma, lo haré.

Hoy he disparado por primera vez en mi vida un arma de fuego. Creo que no va a ser la última.


08 February 2006 @ 14:39 hrs.
ENTRADA 47

El sol de invierno es muy suave en Galicia, débil, dirían muchos. Su caricia no llega para calentarte en
estas gélidas mañanas, pero por lo menos notas como se te entibian los huesos cuando te lleva bañando
un rato. Menos es nada. Estamos tumbados, Lúculo y yo, en el tejado de este pequeño refugio
provisional donde nos hemos cobijado toda la noche, esperando el momento en el que hubiese
suficiente luz como para continuar nuestra marcha. Mientras desayunamos una de las latas instantáneas
de fabada que encontré en la mochila del soldado, imágenes de la terrible jornada de ayer no han
dejado de acudir a mi mente.

Fue increíble. Y terrorífico. Pero ahora mismo me siento más vivo que en cualquiera de los días de las
ultimas tres semanas. Cuando crucé la tapia que separaba el patio trasero de mi casa de la del vecino,
no estaba seguro de como podría resultar el plan. Cuanto más avanzaba éste, menos seguro me sentía
sobre su resultado, pero ya no podía dar marcha atrás. Crucé rápidamente el patio de Miguel y entré en
su casa, aún sumida en penumbras. Podía oír perfectamente los golpes rabiosos que esas cosas le
propinaban a la puerta. Estaban muy excitados. Creo que podían sentirme al otro lado. Un par de ellos
incluso estaban golpeando las ventanas tabicadas del piso inferior, una vez que habían cruzado el
portalón. El sonido era sobrecogedor. Con cuidado, subí las escaleras hasta el piso superior y abrí la
ventana del dormitorio, sin miedo a que esas cosas me vieran. Eso formaba parte del plan. Allí estaba,
tranquilamente estacionada, una furgoneta de reparto de la empresa médica de Miguel. Sabía que en
más de una ocasión se había quejado de que algún yonki había tratado de forzar las puertas en busca de
Rohypnol o anfetaminas, pese a que el no distribuía ese tipo de medicamentos. Y también sabía que
por eso le había instalado a las furgonetas un potente sistema de alarma (que de hecho, me había
despertado más de una noche, al saltar accidentalmente). A ver que tal le sentaban a esas cosas unos
bocinazos.

Agarré la Zabala con fuerza y le introduje dos cartuchos de postas en sus cañones superpuestos. Una
vez hecho esto, apunté con calma hacia la furgoneta, mientras la multitud de engendros de debajo de la
ventana seguía aporreando al puerta, ignorantes aún de mi presencia. Disparé. El estampido seco de la
escopeta sonó como un cañonazo en el silencio de la mañana, mezclándose con el sonido de vidrios
rotos de la ventanilla derecha de la furgoneta, que estalló en un millón de cristales al ser atravesada por
las postas.

Al instante, la alarma del vehículo se disparó. Una serie de potentes toques de claxon y destellos de luz
de los intermitentes acompañaba a una sirena estridente, constante. El efecto sobre la multitud de ahí
abajo fue electrizante. La mayoría fueron hacia la furgoneta y rodeándola, empezaron a zarandearla,
mientras unos pocos, al haber oído el disparo, habían localizado mi figura en la ventana y se agolpaban
ahora debajo de la puerta, estirando sus brazos hacia mi, mientras se podía ver una llamarada de odio
en sus ojos empañados.

Satisfecho, me dirigí raudo hacia el patio. No tenía mucho tiempo. Entre el disparo y la alarma, en
pocos minutos todos engendros que estuviesen en un radio de dos kilómetros a la redonda estarían
acercándose a esta zona. Esto se iba a convertir en un punto muy caliente. Trepé como un mono la
cuerda del patio y bajé las escaleras por el otro. Al apoyarme en el tobillo maltrecho un ramalazo de
dolor me subió por la pierna hasta los ojos. Por un instante lo vi todo blanco y estuve a punto de
caerme. Joder. Tenía que darme prisa. Entré en mi casa y subí hasta el dormitorio superior para echar
un breve vistazo.

Con un suspiro de alivio comprobé que el plan estaba dando resultado. Tres de los engendros de mi
calle se dirigían, balanceándose y trastabillando hacia la boca de la calle principal, desde donde
podrían acceder a la paralela en la cual la furgoneta no paraba de sonar, atrayendo a todos esos bichos
como una luz a una mariposa. El restante había decidido de alguna manera que podría llegar antes
atravesando el terraplén del fondo de la calle. Supongo que se acabaría cayendo, pero eso me daba
igual. Lo tenía suficientemente lejos como para poder intentar llegar hasta mi coche con seguridad.

Sin aliento, llegué hasta el zaguán de entrada y me coloque la mochila en la espalda. Crucé la escopeta
y el arpón sobre el pecho, junto con la bolsa pequeña y a continuación, de un par de golpes saqué los
postes de madera que apuntalaban el portalón. Con cautela, asomé la cabeza. Campo libre. Por segunda
vez en un mes, más o menos, me aventuraba a salir al exterior, solo que en esta ocasión era para
emprender un viaje del que no sabía si podría sobrevivir.

Agarrando con una mano la cesta de Lúculo y con la otra la pistola, crucé a paso lento la calzada,
dirigiéndome hacia mi coche. Llevaba las llaves colgando de la muñeca derecha. Haciendo un extraño,
conseguí agarrarlas con un par de dedos y apretar el botón de apertura. Primer error. Con un audible
pitido doble y con destellos de intermitentes mi coche se abrió, pero llamó suficientemente la atención
de las cosas de ambos lados. Ahora se habían girado y avanzaban hacia mí. Mierda. El tiempo se
agotaba y tenía que ser rápido. Abrí la puerta del conductor y arrojé en los asientos traseros la mochila.
Por un acto reflejo, di la vuelta al coche, para abrir la puerta del copiloto y apoyar a Lúculo en su asiento, tal y como tengo por costumbre hacer.

Segundo error. Al girar en torno al coche vi a esa bestia. Era uno de ellos, un hombre de unos
veintitantos años, con melena larga y perilla. Llevaba puesta una camiseta negra, horriblemente sucia y
rasgada y le faltaban las dos piernas por debajo de las rodillas. Ni se me ocurre cómo pudo haberlas
perdido. Estaba tirado en el suelo, justo detrás del coche. No sé cuándo había llegado hasta allí
arrastrándose ni cuánto tiempo llevaba esperando, pero me lo encontré de sopetón. Asustado, di un
paso atrás, pero no pude evitar que me cogiese uno de los tobillos (el bueno, gracias a Dios) y le
clavase los dientes.

Fue todo muy rápido. Como estaba moviendo la pierna hacia atrás no fue capaz de hacer presa en el
tobillo y además, el neopreno es una sustancia demasiado gruesa y flexible como para que un mordisco
apresurado pueda atravesarlo. Sin embargo, dejó las marcas de sus dientes perfectamente visibles en el
forro de tela que lo cubre. Con un asco supremo mezclado con terror en estado puro, arroje la cesta de
Lúculo al suelo y agarré la pistola con las dos manos. Apuntando directamente a su cabeza, a menos de
un metro, disparé.

No soy un tirador experto (de hecho, era la primera vez que hacía fuego con un arma corta), pero a esa
distancia no podía fallar. Con el nerviosismo le disparé varias veces a la cabeza. Joder vaya
espectáculo. Aún tiemblo de asco al recordarlo. No es como las películas, no se abre un pequeño
agujerito, sino que un impacto de bala abre un boquete ENORME en una cabeza y cuajarones de
sangre, restos de cerebro y astillas de hueso salpican a todas partes.

Temblando de la impresión, me apoyé en el coche, tratando de recuperar la respiración, pero el
descanso tenía que ser necesariamente breve. Las otras cosas estaban a menos de treinta metros de
distancia y se acercaban muy, muy rápido. Cogí la cesta de Lúculo del suelo, y la arrojé dentro del
coche sin miramientos. El pobre maullaba desconsoladamente, asustado por la situación. Antes de
meterme en el asiento del conductor apunté a las tres cosas que venían desde la entrada de la calle e
hice fuego con la pistola. Tercer error. No tengo ni puta idea de disparar, y menos a más de treinta
metros de distancia. Lo único que conseguí fue vaciar el cargador y montar aún más ruido. Bueno, eso
era lo de menos. Con el barullo que estaba montando se me tenía que oír hasta en Vigo.

Arrojando la pistola vacía en el suelo del coche me metí en él a toda velocidad. Con un giro de la llave
de contacto, el Astra encendió con un par de tosidos que me helaron la sangre. Llevaba muchos días sin
encenderse y por un momento pensé que se iba a calar, dejándome auténticamente jodido.
Afortunadamente, la maquinaria Opel es dura. Tosca, pero dura. Metiendo la primera empecé a
avanzar hacia la boca de la calle. Con un par de giros de borracho evité a las tres cosas que se cruzaban
en mi camino (he llevado unos cuantos juicios por atropello y sé lo que un cuerpo humano le puede
hacer a las lunas y el chasis de un coche al impactar contra él), y salí a la calle principal. La visión era
estremecedora. Una auténtica marea No-humana, centenares de esas cosas, avanzaban por la calzada
desde el centro de la ciudad, atraídas por el ruido provocado.

Por el otro lado también avanzaban unas cuantas docenas de esas cosas, anhelantes de presas. Solo me
quedaba una salida, un pequeño camino comarcal que se abría a unos veinte metros. Con un acelerón
me metí por el y…

Estoy oyendo un ruido abajo. Mierda. Joder. Voy a ver qué es. Ya seguiré escribiendo luego.

09 February 2006 @ 15:09 hrs.
ENTRADA 48

Hay que joderse. Con tanta historia me había olvidado por completo del diario. No sé, creo que mi
mente está empezando a pagar todo el stress acumulado. Cuando ayer estaba escribiendo, con Lúculo
en el regazo, oí un ruido en la parte de abajo de este extraño refugio. Con el corazón en un puño bajé,
empuñando la pistola, pero por mucho que busqué no pude encontrar nada. Falsa alarma. O señal de
que la tensión y la fatiga me están empezando a ju ar malas pasadas, lo cual no es nada bueno. O que
empiezo a tener alucinaciones auditivas producto de la “fatiga de combate”, lo cual es aún peor. En fin.

Como iba diciendo, cuando estaba con el coche en la boca de mi calle la situación no era como para
tirar cohetes. Por la calzada que venía del centro podía ver a cientos de esos seres avanzando, con ese
extraña manera de caminar, engañosamente lenta, pero realmente rápida, ocupando toda la calle. Era la
visión más horrible que cualquiera se pueda imaginar.

Joder, CIENTOS de cadáveres, con heridas y amputaciones, bañados en sangre, pálidos y con esa
horrible expresión en la cara avanzando hacia mi vehículo, con sed de sangre y deseando atraparme.
Maldita sea. Un cadáver andante es un concepto tan terrorífico que no se puede entender si no ves a
uno en persona, pero la imagen de cientos de ellos tratando de cogerte realmente puede poner los pelos
de punta al más templado.

Por el otro lado la situación no era mejor. Venían menos, no cabe duda, pero aún así eran demasiados
como para que pudiera plantearme cruzar entre ellos sin tener un accidente. Y entonces, si no me
mataba al estrellarme, esas cosas se encargarían de hacerlo. Solo quedaba una salida, la pista comarcal.

La zona donde está mi calle fue urbanizada hace relativamente poco. Aún quedan algunos estrechos
caminos rurales, que serpentean entre las antiguas fincas de cultivo, que poco a poco se van
transformando en calles y edificios, o chalets adosados, como el mío. Precisamente uno de esos
caminos se abría ante mí. No veía a ninguna de esas cosas, así que aquella era mi opción.

Con un acelerón me metí por el camino, botando en un enorme bache que había en su entrada. Por el
retrovisor pude ver como esa multitud de cosas confluía y empezaba a seguirme. Con terror pude
comprender que el ruido del motor no haría más que atraer a docenas de esos bichos allí donde pasase.
Mi única alternativa era circular lo suficientemente rápido como para que no pudieran cogerme y me
perdieran el rastro. Fácil en teoría. Jodidamente difícil en la práctica.

Aquel camino no era precisamente una autopista. El ancho era el suficiente para un solo vehículo y, en
ocasiones, el firme simplemente se transformaba en un lecho de cantos rodados y enormes socavones
en la tierra. Y lo peor, no sabía a donde podía ir a dar. Si era un callejón sin salida, estaba en un serio
problema. Iba circulando a poca velocidad, unos 20 Km./Hr y en muchas ocasiones, tenía que detenerme
a maniobrar, para evitar un boquete, así que en ningún momento esas cosas me han perdido de vista.
Lúculo maullaba lastimeramente, dentro de su cesta, con cada bote del Astra. Estaba aterrorizado, y lo
entiendo, porque yo me sentía igual.

Mientras me agarraba fuertemente al volante, el coche seguía avanzando, entre enormes tumbos. Ha
habido un momento donde ha sonado un terrible crujido en alguna parte, en el motor o en la dirección,
no lo sé, pero no augura nada bueno. Al llegar a un punto particularmente estrecho he pasado a
demasiada velocidad y me he dejado los dos retrovisores y parte de la defensa trasera enganchadas
entre dos muros de piedra. Me importa una mierda. Tenía que salir de allí a cualquier precio.

En un momento, sin embargo, y sin saber cómo, he desembocado en una carretera comarcal más ancha.
Con un frenazo y entre una nube de polvo he detenido el coche. No había nada a la vista,
aparentemente, ni vivo, ni cadáver. A lo lejos, reposando cerca del Lerez, podía ver toda la ciudad de
Pontevedra, silenciosa, inmutable… Muerta. Solo unas columnas de humo se elevaban en unos cuantos
sitios , producto de rescoldos, mientras asombrado, he podido contemplar extensas cicatrices negras en
algunos puntos, donde calles enteras han ardido hasta los cimientos.

Supongo que cuando la electricidad falló, algunos transformadores y pequeñas subestaciones se fueron
al carajo. Eso debe haber provocado algunos incendios. Y no había nadie para combatirlos. Joder.

Solo se oía el ronroneo de mi motor. Sacudiendo la cabeza, y mientras la nube de polvo se posaba, he
colocado la cesta de Lúculo en el asiento del copiloto correctamente, mientras le susurraba algunas
palabras para tranquilizarlo. No tenía tiempo en esos momentos de acariciarlo. Tendría que aguantarse
un rato. En ese momento tenía que decidir a donde ir. Súbitamente caí en la cuenta.

Ya sabía donde estaba. Era la puñetera carretera secundaria que había tratado de utilizar para salir de la
ciudad hacía casi un mes. Aquella misma donde un control no me había dejado continuar. Bueno, no
era probable que me volviese a encontrar con un control. Y si por casualidad me encontraba con uno,
los cubriría de besos, con tal de que nos acogiesen a mí y a Lúculo bajo su protección. Ya había
desempeñado el papel de Llanero Solitario demasiado tiempo.

Tras rodar un par de kilómetros por la carretera desierta, no he visto absolutamente a nadie. Ni un
alma, aparte de dos figuras podridas y tambaleantes que divisé a cierta distancia, en el borde de un
campo de maíz. Había un pequeño río entre ellos y la calzada, por lo que no han podido seguirme, pero
es solo cuestión de tiempo que aparezcan más de esas cosas. Finalmente he pasado el punto donde
estuvo instalado el control. Solo unos bloques de cemento recordaban la presencia de las tropas allí.
Posiblemente los habían dejado cortando la carretera, pero alguien, más tarde, ha movido parte de ellos
para dejar libre el paso. Aún se pueden ver los restos que dejó el cemento al ser arrastrado sobre la
calzada. Quién los movió, con qué lo hizo y hacia donde iba o iban es algo que desconozco. Como
tantas cosas.

He seguido rodando unos cuantos kilómetros, cada vez más preocupado. Pronto llegaría al empalme
con la carretera general. Y eso implicaría más casas. Y más coches, posiblemente cruzados de
cualquier manera en la calzada. Y más de esas cosas, muchas más. Esta comarcal atravesaba una zona
particularmente vacía en el entorno de la ciudad, pero era la excepción. El resto está densamente
poblado, por lo que tiene que haber miles de cadáveres. Además, no me podía olvidar de la enorme
multitud que me venía siguiendo. Muchos se perderían por otros caminos o se pararían, pero no me
cabía la menor duda de que unos cuantos llegarían hasta ese punto.

Además, estaba anocheciendo. La noche es MUY oscura, sobre todo en un entorno urbano, cuando no
hay alumbrado eléctrico. Oscura como el fondo de un pozo. En esas condiciones, continuar sería un
suicidio. Tenía que encontrar donde refugiarme, y rápido.

Cuando ya estaba desesperando de encontrar algo, súbitamente, lo vi. Era perfecto. Sobre una pequeña
colina, en medio de un campo cubierto de altas y espesas plantas herbáceas (xestas, le llaman los
lugareños) podía adivinar un tejadillo naranja. Suspiré de alivio. Los conozco bien. Son las
subestaciones de bombeo del gaseoducto que cruza Galicia de Norte a Sur, para dar suministro a las
principales ciudades. Podría valer.

Con un suave giro de volante me metí en el camino que subía la colina. A medida que me acercaba,
éste se iba haciendo más estrecho, comido por las plantas en sus bordes. Casi me doy de bruces con la
valla, alta, de tela metálica. Solo se veía la puerta, el resto del perímetro estaba absolutamente cubierto
por una capa de al menos quince metros de una densa vegetación. Es imposible llegar a la valla a
menos que te abras camino a través de esa selva a olpe de machete, cosa que dudo que esos monstruos
puedan hacer. Así, que solo se puede acceder hasta aquí por el camino y este ni siquiera se ve muy
bien. Era estupendo para pasar la noche.

Afortunadamente, la valla tenía un simple pestillo y no un candado. Enrollado en torno al pestillo había
dos simples vueltas de alambre , sujetándolo en la posición de cerrado. Era bastante chapucero, pero lo
suficientemente complicado como para detener a cualquier ser que no fuera un humano.

Tras atravesar la cerca y volverla a cerrar detrás de mí he llegado hasta la caseta. Es pequeña, muy
pequeña, poco más que el tamaño de una habitación, pero es sólida y carece de ventanas. Tiene una
puerta metálica cerrada con llave, pero tras unos cuantos minutos de forcejeo con la palanqueta que
tenía en el maletero he conseguido forzarla.

El interior es oscuro y polvoriento, solo iluminado por un haz de luz proveniente de una claraboya en
el techo y la que entra por la puerta. En medio de la estancia se pueden ver unas cuantas tuberías,
manómetros y contadores. Esta subestación tenía como finalidad la purga de aire de los conductos. No
sé si queda gas en ellos o no, pero desde luego, no pienso averiguarlo. No voy a tocar esos chismes por
nada en el mundo. Lo último que me faltaba era auto gasearme o volar por los aires.

Me he instalado cómodamente en el interior y he dormido casi doce horas de un tirón. Era la primera
vez en semanas que podía descansar sin oír el permanente golpeteo y ruido de esas cosas. Es fantástico.
Llevo aquí desde entonces y da la sensación de que podría quedarme aquí para siempre Pero no es nada
cómodo. Además, el agua se está agotando, me queda poco más de medio litro. Y empiezo a tener sed.
No puedo permanecer aquí más tiempo, eso está claro . Pero he podido pensar. Y ya sé cual va ser mi
próximo movimiento.

10 February 2006 @ 12:11 hrs.
ENTRADA 49

Antes de que todo esto empezase yo era un tipo escéptico con respecto al destino. Pensaba que las
señales, los presagios eran solo producto de fábulas y tonterías de vieja. Ahora, esta mañana, mientras
estaba mirando pensativamente las llaves del barco de Miguel ya no estaba tan seguro de eso. Quizás el
hecho de que insistiese tanto en lo de su barco era una señal. Al fin y al cabo, si todo el mundo se había
ido al infierno en cuestión de semanas, en una versión despiadada del Apocalipsis, las señales divinas
no estaban fuera de lugar.

Estaba en el tejado de la subestación, dejándome acariciar por los rayos de sol matutinos. Estos últimos
días ha subido un poco la temperatura, pero a cambio, los cielos se han ido encapotando, así que
cualquier momento es bueno para sentir la luz solar. Después de tantos días de horror y encierro se
agradece profundamente.

Tengo un plan. Y ese plan pasa por hacer exactamente lo que le dije a Miguel que era absolutamente
imposible de hacer, esto es, entrar en la ciudad y llegar hasta el puerto deportivo en la Avenida de
Orillamar. Desde allí, hacerme con su barco y poner rumbo hacía un sitio que creo que todavía debe ser
seguro y donde, si no me equivoco, tiene que haber electricidad, agua, comida y gente. El paraíso, en
estos momentos.

Pontevedra está situada en el fondo de la Ría del mismo nombre. En esta Ría, que en su punto más
ancho puede tener unos veinte kilómetros de orilla a orilla existe una isla, la Isla de Tambo. Esta isla ha
sido a lo largo de los siglos, y sucesivamente un poblado celta, un oratorio sueco, un monasterio
medieval, un lazareto y desde hace un montón de años, un polvorín militar perteneciente a la cercana
base naval de Marín. El polvorín lleva vacío muchísimos años (creo que desde los 70), y la isla ahora
forma parte de un Parque Natural. Es uno de los pocos trozos de terreno virgen en una zona tan
densamente poblada como es la Ría de Pontevedra. Ese era mi destino.

Pienso, y creo que no sin razón, que cuando todo se empezó a ir a la mierda, a más de uno se le tuvo
que haber ocurrido refugiarse allí. En esa isla hay edificios militares, barracones y almacenes. Solo se
puede llegar en barco y está rodeada de fuertes corrientes. Además, confiaba en que los militares la
hubiesen tomado bajo su control. En teoría, debe ser el punto más seguro en kilómetros a la redonda.
Es perfecto.

Solo tenía el "pequeño" problema de conseguir un barco para llegar hasta ella sin quedarme por el
camino. Y eso no iba a ser fácil. Tenía una idea, que aunque algo arriesgada, podría funcionar. En una
esquina de la polvorienta subestación había dos grandes barriles de plástico azul con tapa, parecidos a
los que se utilizan en las expediciones de montaña para llevar el equipo. Por las etiquetas, supongo que
en algún momento contuvieron químicos, pero ahora estaban vacíos.

Con algo de trabajo conseguí meterlos dentro del Astra, tumbando el asiento trasero. A continuación
cogí la mochila y la cesta del gato y las coloqué como pude dentro del vehiculo. Dejé abandonada la
munición de la escopeta, pues no sé en qué momento, al subirme en el coche, en mi calle, había
perdido la Zabala. Así que de nuevo mi armamento se reduce a cuatro virotes de acero y a una Glock
con treinta proyectiles, tras la ensalada de tiros que les dediqué inútilmente a los monstruos de mi calle.

Al girar la llave de contacto el motor hizo un sonido espantoso, chirriante. Sin duda, el recorrido que
realicé el otro día por aquel camino de cabras para escapar de mi calle debe haber dañado alguna parte
del mismo. Noté que me bajaba la sangre a los pies. Si el coche no encendía, entonces sí que estaba
muerto. Andando, no llegaría muy lejos, en cuanto me acercase a una zona más habitada. Empecé a
girar furiosamente la llave de encendido una y otra vez, mientras maldecía por lo bajo. Oh, Jesús, haz
que arranque el puto motor, oh, vamos, venga, vamos, joder, venga, vamos, ¡¡VAMOS!!

Con una explosión ahogada el motor arrancó, entre algún jadeo. Con un grito de alegría, metí la
primera marcha y comencé a rodar hacia la calzada principal, dejando aquel extraño refugio que me
había acogido durante casi dos días. Al llegar a la carretera comarcal giré en dirección a la general.
Sabía que una vez que llegase allí, las cosas se iban a volver a complicar enseguida, pero confiaba en
no tener que hacer más de un par de kilómetros antes de llegar a mi destino.

El camino se me hizo corto, muy corto. Al divisar el cruce de la general, apoyé la Glock, ya armada, en
el asiento del copiloto y apreté el acelerador. La velocidad iba a ser fundamental. Con un chirrido de
ruedas giré en el cruce y enfilé en dirección norte. La calzada estaba desierta, aunque solo
aparentemente, porque ante el sonido de mi motor vi asomar a varias de esas cosas de entre unas casas
cercanas. Con un rugido, aceleré, alejándome de ellos. Solo tenía que hacer dos kilómetros. Solo dos
putos kilómetros, vamos. Al cabo de cien metros, sin embargo, me encontré en primer problema. Un
accidente, dos coches empotrados de frente, ocupaban casi toda la calzada. Manchas de sangre
rodeaban toda la escena, aunque no se veía ningún cuerpo. Solo me quedaba un estrecho paso por el
arcén izquierdo. Maniobrando con cautela, para no quedarme atascado, enfilé el vehiculo por el
estrecho paso. De súbito, un golpe brusco en la ventanilla del copiloto.

Dos manos, seguidas de un cuerpo aullante, salidas no sé de donde, golpeaban insistentemente mi
ventanilla, con las palmas abiertas. Casi se me sale el corazón por la boca. ¡¡¡Joder!!!

Temblando de miedo conseguí dejar atrás a esa cosa, mientras pensaba en mi siguiente movimiento.
Un kilómetro más. He visto varios coches abandonados en la calzada o estrellados. Algunos presentan
restos de sangre, otros parecen haber sido dejados allí por sus dueños en un momento de pánico o de
locura, no lo sé. Más de esas cosas por todas partes. Ni un solo ser vivo a la vista. Quinientos metros
para el desvío. Ya casi hemos llegado. Trescientos metros. Doscientos.

De repente, no sé de donde, han aparecido dos de esas cosas en medio de la calzada, una mujer y un
hombre. No me ha dado tiempo de esquivarlas y las he arrollado. El cuerpo del hombre ha rebotado
encima de mi defensa y se ha estampado contra el parabrisas, reventándolo. He pegado un frenazo de
golpe, cuando he dejado de ver a través de la luna completamente astillada. El hombre ha rodado
delante del coche, con la inercia del frenazo. A la mujer, creo que le he pasado por encima.

El puto coche se ha calado. He tratado de encenderlo de nuevo, pero el motor está mudo y el
salpicadero es una constelación de luces rojas. No hay nada que hacer. Está kaputt. Es curioso, pero lo
que se me ha venido a la cabeza en ese momento es que ya no tengo que cambiarle el aceite. Joder, de
locos.

He salido del coche. Estoy a solo cien metros de mi destino, puedo verlo. Me he puesto la mochila y he
cogido la cesta del gato. Con un ojo puesto en todas partes, he abierto el maletero para arrastrar fueras
los dos bidones. Los cien metros que faltan son cuesta abajo, así que los bidones harán el camino solos,
rodando. Los he mandado cuesta abajo, de una patada. A continuación he empezado a andar. El
hombre se estaba levantando en ese momento, con un aspecto horrible, tras mi atropello. Era mayor, de
unos sesenta años. Sin dudarlo, y antes de que se acercase demasiado he levantado la Glock y he hecho
fuego a menos de tres metros. La primera bala le ha atravesado el esternón, pese a que apuntaba a la
cabeza. Solo con el segundo disparo, casi a bocajarro, le he acertado en la cara. Es un espectáculo que
me perseguirá el resto de mis días. No quiero ni recordarlo. Una vez que el cuerpo cayó, me he girado
para ver a la mujer. Sigue tumbada en el suelo. Quizás le he roto la espina dorsal, no lo sé, pero no me
pienso quedar aquí. Más de esas cosas continúan apareciendo.

He bajado la cuesta casi tropezando y he llegado junto a los bidones, a mi destino. Perfecto. El
embarcadero fluvial del Lerez. Estaba vacío, aunque ya contaba con ello. Solo en verano hay un
servicio de alquiler de barcas, pero no era eso lo que venía buscando. Desde este punto, y corriente
abajo, el río discurre a través de toda la ciudad hasta desembocar en la Ria, justo donde se encuentra el
puerto deportivo, y mi salvación. Lo único que tenía que hacer era arrojarme al agua y dejarme
arrastrar por la corriente hasta llegar al barco de Miguel. En el agua, esas cosas no podrían cogerme y
así podría atravesar toda la ciudad sin riesgo.

Con rapidez he metido la mochila y la pistola en uno de los bidones y lo he cerrado. En el otro he
metido la cesta de Lúculo, que vuelve a estar maullando desconsoladamente. Últimamente su vida está
sufriendo muchas emociones, y creo que ya empieza a estar harto… Con uno de los virotes he
perforado la tapa de ese bidón. Entrará un poco de agua, pero al menos el gato podrá respirar. Con un
cabo he atado los dos bidones fuertemente entre si. Arrastrándolos, me he acercado al borde. El agua
tenía un aspecto oscuro, poco amistoso.

Ya casi habían llegado hasta mí. Con una honda inspiración me he arrojado al agua, arrastrando los
bidones. Una sensación heladora casi me hace gritar al sumergirme en las frías aguas del Lerez. Joder,
es febrero y debe estar a unos cuatro grados. Afortunadamente, llevo puesto el neopreno, pero aún así,
la sensación térmica resulta espantosa.

La corriente ha empezado a arrastrarme lentamente, río abajo, mientras esas cosas me contemplaban,
impotentes, desde el embarcadero. Un par de ellas han caído al agua, pero no las he visto salir a flote.
Supongo que se habrán quedado en el fondo o habrán sido arrastradas por la corriente. Desde luego,
cerca de mí no están.

Me duele la muñeca de escribir y además, Lúculo está demandando su comida insistentemente. Ya seguiré después.



Hasta aquí

Hola! perdón por no haber subido antes, la verdad es que se me olvidaba y es en serio no es broma :/ espero poder subir más seguido ya se está poniendo más interesante! saludos!!!
Isi
Isi


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Mensaje por Galleta :3 Lun 07 Ene 2013, 9:20 am

siguela!!!!!!!! soy andreina tu nueva y fiel lectora lei la nove en 1 dia :D tienes que seguirla!
Galleta :3
Galleta :3


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Apocalipsis zombie - Página 2 Empty Re: Apocalipsis zombie

Mensaje por Isi Dom 13 Ene 2013, 2:15 pm

Galleta :3 escribió:siguela!!!!!!!! soy andreina tu nueva y fiel lectora lei la nove en 1 dia :D tienes que seguirla!

Hola! casi me había olvidado que subía esta novela :/ pero me metí a mi correo y me salió que habías escrito un mensaje :D así que te doy la mejor de las bienvenidas y ahora subo más 8)
Isi
Isi


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Apocalipsis zombie - Página 2 Empty Re: Apocalipsis zombie

Mensaje por Isi Dom 13 Ene 2013, 2:39 pm

11 February 2006 @ 15:49 hrs.
ENTRADA 50

El frío. Creo que no hay una sensación tan horrible como el frío, cuando lo padeces dentro del agua.
Notas como tus músculos se contraen, como tus dedos poco a poco dejan de responder, mientras miles
de pequeñas agujas se van clavando lentamente en todo tu organismo. Es horrible.

Cuando recorté la capucha de mi traje de neopreno, hace lo que parece un millón de años, no pensé en
ningún momento que fuese a volver a usarlo alguna vez para meterme en el agua. Ahora, por el cuello
recortado, me estaban entrando raudales de agua helada del río mientras Lúculo y yo nos deslizábamos
corriente abajo. Todo el aislamiento que me podría proporcionar la gruesa capa de neopreno quedaba
de esa manera seriamente limitado.

La corriente del río en ese punto era lenta, perezosa. No había tenido en cuenta que tan cerca de su
desembocadura, el efecto de la marea alta ralentizaría mucho mi marcha, por el contraflujo de las
aguas. Así , lo que pensaba que sería un sencillo recorrido de tan solo unos minutos, se estaba
convirtiendo muy lentamente en una odisea que ya duraba más de hora y media. De todas formas,
calculaba que ya debía de estar acercándome. En uno de los últimos tragos involuntarios de agua
comprobé que esta ya era salobre. El agua marina y la del río se estaban mezclando. Tenía que estar
muy cerca de la desembocadura del Lerez en la Ría.

El principal problema era que estaba anocheciendo. El sol en Galicia se pone muy pronto en invierno,
pues a eso de las seis de la tarde ya es de noche cerrada. Poco a poco la oscuridad iba cayendo sobre
las aguas y mi visibilidad era cada vez peor. Eso le añadía una nueva dimensión al asunto, y nada
buena, por cierto.

Ahora corría el riesgo de que atravesando la ciudad a oscuras , pasase al lado del puerto deportivo sin
verlo, y arrastrado por la corriente y la marea baja las aguas me llevasen al corazón de la Ría. Eso sería
mi segura sentencia de muerte, ya que con esa temperatura del agua y sin nadie disponible para
rescatarme, lo más probable es que acabase llegando cadáver a mar abierto o totalmente aterido y
desamparado en una orilla, sin saber qué me podía aguardar dos metros más allá. Lo más jodido de
todo es que no tenía ni la más mínima idea de que hacer al respecto. No se me ocurría nada…

Poco a poco la oscuridad se fue adueñando de las orillas. Eso en parte me suponía la ventaja de que yo
tampoco sería visible. De hecho, tras coger una bolsa de plástico que me encontré flotando a mi lado y
taparme con ella parte de la cabeza, desde la orilla tan solo se vería un par de bidones atados y una
bolsa enganchada a ellos. Basura a la deriva. Nada interesante. La tapadera perfecta.

A medida que el río se iba internando en la ciudad comencé a pasar por debajo de los puentes que comunicaban las dos orillas del Lerez. El primero que me encontré era el que más me preocupaba. Era el que estaba en lo más alto de su curso y su distancia al agua era tan corta, que si una de esas cosas estaba sobre él y decidía saltar sobre mi, me atraparía con toda seguridad. Cuando pasé bajo el no me atreví a levantar la mirada. No sé si había algo o alguien sobre el , pero el hecho es que nadie me vio.

Poco a poco las orillas se iban transformando en un paisaje urbano. Lentamente, edificios, calles y
avenidas iban surgiendo a mi alrededor, a medida que el cauce avanzaba de manera perezosa.

Las calles estaban desiertas, salvo por la presencia constante de esas cosas por todas partes. Docenas,
cientos de ellos, algunos mutilados, otros cubiertos de sangre y bastantes de ellos aparentemente
intactos vagabundeaban por las calles cercanas, en un perpetuo ir y venir.

La imagen era aterradora, impactante, sobre todo por el silencio. Era un silencio total, absoluto, tétrico.
No oía nada, salvo el rumor de las aguas al discurrir a mi alrededor. La ciudad estaba silenciosa,
oscura. Muerta. Podía ver los efectos de toda esta mierda sobre ella. Coches abandonados en las calles,
con las puertas abiertas. Accidentes de tráfico por doquier, a los que nadie les había prestado ningún
tipo de atención. Algunos locales abiertos, otros con las verjas cerradas. Miles de papeles, bolsas y
residuos revoloteando por las calles vacías. Ni una sola luz encendida, semáforos muertos, farolas
apagadas y rotas. El viento silbando por las calles desiertas de una ciudad muerta. La imagen del vacío.
La imagen de la devastación. La imagen del Apocalipsis.

Poco a poco, mi visión se fue reduciendo. Al cabo de unos minutos tan solo podía adivinar la forma de
los edificios, que formaban una especie de cañón a mi alrededor. La ansiedad empezó a hacer mella en
mí. Nunca me ha gustado estar en el agua de noche, sin saber qué es lo que hay a mi alrededor.
Agarrado a los bidones, mis ojos trataban de perforar las tinieblas, buscando adivinar cualquier
amenaza, real o imaginaria, que me acechase.

Mi imaginación, enfebrecida, galopaba de manera desbocada. Treinta veces creí haberme pasado de
largo el puerto deportivo y las treinta eran falsas alarmas. Sin embargo, súbitamente la forma fantasmal
del club náutico fue surgiendo delante de mí, iluminada de forma tenue por la luz de la luna. ¡Iba a
conseguirlo, joder!.

El Club Náutico de Pontevedra, un edificio instalado sobre una estructura de pilotes, en la orilla del
Lerez. Tratando de chapotear lo menos posible, empecé a mover mis entumecidas piernas para dirigir
la deriva hacia esos postes. De ahí, tenía pensado subirme a los pantalanes, pasar al lado de mi zodiac e
ir hasta los amarres del fondo, donde estaba fondeado el barco de Miguel. Era pan comido. Tres
minutos, a lo sumo.

Con un esfuerzo titánico, después de dos horas en el agua, mis brazos dormidos no querían ayudarme a
subir al pantalán. Cuando por fin lo conseguí me quedé tumbado como un pez jadeante, absolutamente
exhausto, sobre el pontón de madera. Si en ese momento, una de esas cosas hubiese aparecido por allí,
podría haberme merendado en cuestión de segundos. No podía ni mover un dedo, y menos aún,
defenderme.

Con los ojos cerrados, tumbado a lo largo, traté de aguzar el oído. No se oía absolutamente nada. Bien.
Con esfuerzo me incorporé y subí los bidones al pontón. Lo primero de todo, Lúculo. Saqué su cesta
del bidón y con mis dedos ateridos luché con el cerrojo de la portilla. El pobre estaba asustado,
confuso, hambriento y mojado, pero vivo, al fin y al cabo. Creo que mi pequeño amigo se ha ganado
un premio. Ha soportado todo este viaje fluvial sin apenas quejarse, aterrado, pero sereno. Buen chico.

Con la mochila en la espalda y la cesta en la mano comencé a andar hacia el barco. Al llegar al
pantalán principal, me quedé paralizado. No podía ser.

No había ni un solo barco. Ni uno, ni siquiera mi zodiac. Todo lo que podía flotar y moverse, había
desaparecido… ¿Pero cómo?

Caí de rodillas, absolutamente agotado, incapaz de pensar, bloqueado ante la situación. Mis peores
presagios se estaban cumpliendo. No había barcos. En los últimos momentos del Punto Seguro, la
multitud aterrorizada debió correr hacia los muelles y subirse a cualquier cosa flotante, con tal de
escapar de esos monstruos. Lo debí suponer.

Los mástiles de dos veleros sobresalían del agua, mientras los barcos que los soportaban yacían en el
fondo del río. Exceso de carga o falta de pericia, supuse. Esos no habían ido muy lejos. Poco a poco
empecé a ver más cosas. La sangre se me heló en las venas. Restos de sangre y agujeros de bala por
todas partes. Huellas de pelea. En ese embarcadero había habido una masacre. Una pelea a muerte por
un barco. La lucha del más fuerte por sobrevivir. Un paisaje del infierno. Oh, Dios mío…

Súbitamente, tuve un recuerdo. Quizás no estuviese todo perdido. En la otra orilla, fondeado lejos de
los pantalanes, recordaba haber visto en multitud de ocasiones algún velero. Eran los barcos que
estaban en lista de espera para conseguir un punto de amarre. Para sus dueños era una lata, pues cada
vez que querían embarcar tenían que ser transbordados en Zodiac hasta ellos. Quizá la multitud no
hubiese podido abordarlos. Quizás aún quedase alguno. Resueltamente metí de nuevo a Lúculo en el
bidón, así como la mochila en el otro y, procurando no hacer ruido, me sumergí de nuevo en las
oscuras aguas del Lerez .

Tan solo eran unas cuantas brazadas, pero me dio la sensación de estar cruzando el puto canal de La
Mancha. Mi esperanza se iba desvaneciendo a medida que me acercaba. Nada. ¡¡Nada!! Pero…
¡¡Espera!! Al fondo, contra el reflejo de Venus en las aguas, podía divisar un mástil balanceándose.
Quedaba uno. Joder. Sí. Sí. ¡¡¡Sí!!!

Utilizando mis últimas fuerzas, chapoteé hasta el barco. Era un doce metros, amplio, airoso de líneas,
con un bruñido espejo de popa donde podía leerse su nombre. “Corinto”. Mi nuevo barco. Mi
salvación. Con un último esfuerzo me agarré a la regala de popa y subí a bordo. Con una mirada a mi
alrededor, comprendí porqué nadie se había llevado este barco. Y lo que tendría que hacer si lo quería
para mí.

13 February 2006 @ 11:26 hrs.
ENTRADA 51

Está lloviendo torrencialmente. El cielo matutino es gris, plomizo. Sopla un incómodo viento racheado
del norte, que arrastra cortinas de agua contra el plexiglás de los ojos de buey de la camareta del
Corinto, mientras éste atraviesa suavemente las ondas de la Ría. Puedo oír el viento silbando entre las
jarcias y la lluvia chorreando sobre toda la cubierta. Estoy cómodamente instalado en un camarote, con
una taza de humeante café al lado mientras trato de ordenar en mi mente los acontecimientos de las
últimas horas y planear mi próximo movimiento. Debe haber un potente temporal ahí fuera, en mar
abierto, pues los restos de la resaca están sacudiendo el barco. Mi barco. Mi nueva casa, de momento.

Cuando subí a bordo del Corinto, la pasada noche, el espectáculo que se abría ante mis ojos no era
precisamente esperanzador. Alguien había estado a bordo, tratando de hacerse con el velero, y no había
podido. Lógico, por otra parte.

Había restos de sangre por toda la cubierta, ya resecos. Asimismo, pedazos de fibra de vidrio y una fea
cicatriz en la botavara atestiguaban que en esa cubierta alguien disparó al menos un arma. Me pude
imaginar la escena perfectamente. La noche en que cayó el Punto Seguro, mientras miles de esas cosas
inundaban en oleadas las líneas de defensa, los civiles refugiados en su interior debieron sentir pánico.
Los barcos, amarrados en el puerto, parecían la salida lógica, así que cientos de personas debieron
precipitarse hacia ellos. No todos cabían a bordo, por supuesto, así que la ley del más fuerte se hizo
presente en los pantalanes. Los restos de pelea eran buena prueba de ello.

La pelea, posiblemente, se extendió a las cubiertas de los barcos, mientras estos desatracaban y salían a
navegar, sobrecargados y semi-hundidos, huyendo de la ciudad condenada. El río debió arrastrar
muchos cadáveres ese día. Vaya estampa. Sin embargo, algo salió mal en el Corinto esa aciaga noche,
algo que no me resultó evidente hasta que llevé a cabo una más detenida inspección.

El Corinto es un doce metros precioso, afilado, agresivo, producto típico de los astilleros holandeses
De Riij, una cuna de pura sangres del mar. La cubierta tiene los acabados en madera de teca y
cromados. Una auténtica preciosidad. La distribución interior es amplia y espaciosa, ajustada, como es
siempre en este tipo de barcos, pero cómoda. No podía entender porqué esa preciosidad aún estaba
amarrada cuando hasta el bote del vigilante del puerto, una vieja barcaza de madera, había
desaparecido. Pronto lo comprendí.

Al no estar amarrado en los pantalanes, sino fondeado en la desembocadura del río, el Corinto estaba
sujeto al fondo limoso del Lerez por su ancla. Ésta, en vez del corriente cabo de fibra y nylon estaba
sujeta por una cadena. Hoy en día casi no se utilizan cadenas de ancla en los veleros, por su peso
excesivo, y se suele preferir un tipo de cabo similar a las cuerdas de los escaladores para sujetarlas, ya
que su resistencia a la tracción es muy alta con respecto a su peso y volumen.

Sin embargo, el anterior dueño del Corinto debía ser un tipo chapado a la antigua, porque su barco aún
usaba cadena para sujetar el ancla. Al pesar más, para jalar el ancla tenía que usar un pequeño motor
eléctrico situado junto al escoben de proa, el hueco por donde entraba la cadena a medida que ésta iba
siendo recogida. En la noche de locos en que el Punto Seguro cayó, un número indeterminado de
personas debió abordar el velero con intención de escapar con él, haciéndose a la mar. Mientras parte
de ellos se dedicaba a hacer fuego contra otros fu itivos (y a recibir disparos, tal y como atestiguaban
la sangre y los agujeros de bala), alguien trató de levar anclas. Sin embargo, ese alguien no debía tener
mucha idea, porque no tuvo en cuenta que el limo del fondo posiblemente tuviese las uñas del ancla
profundamente sujetas. En vez de ganar cadena poco a poco, para situarse en su vertical y despegar así
el ancla de la succión del fondo, que es la manera correcta de hacerlo, conectó el motor del cabestrante
eléctrico a tope desde el principio. Este no pudo sacar el ancla con la cadena en diagonal y se empezó a
recalentar hasta que finalmente, se quemó.

Supongo que el tipo que lo manejaba estaba demasiado aterrorizado con todo lo que sucedía a su
alrededor como para darse cuenta de que se estaba cargando el cabestrante. Después, fue demasiado
tarde. Con el motor quemado era imposible levar el ancla. Alguien trató de cargarse el soporte a
hachazos (el hacha y las marcas aún estaban presentes en el escobén de proa), pero lo único que
consiguió fue deslaminar parte de la fibra de vidrio. La cadena no podía cortarse y el tiempo se les
acababa. Un barco que no podía moverse no valía de nada, así que supongo que lo abandonaron por
otro objetivo más útil. Fin de la historia.

Ahora yo estaba en la cubierta del Corinto, pensando en como liberar el ancla del fondo para largarme
de ahí antes de que saliese el sol. Tenía que conseguir ese velero a cualquier precio. Podía haber una
manera, pero eso implicaba mojarme de nuevo. En fin.

Acomodando a Lúculo en el camarote, tras secarlo un poco, me zambullí de nuevo en las oscuras aguas
del Lerez y empecé a nadar hacia el Club Náutico. Una vez allí me dirigí, chorreando agua, hasta la
esquina desde donde podía ver el acceso principal. La verja estaba cerrada y podía ver algunos de los
monstruos vagando al otro lado, ignorantes de mi presencia aquí. Había huellas de batalla por todas
partes. Los supervivientes, antes de huir, debieron cerrar las vallas detrás suya para evitar que esas
cosas (o más supervivientes), los molestasen mientras partían. A mí me venía de perlas pues implicaba
que, en principio, no me iba a encontrar a ningún muerto andante dentro de las instalaciones.

Mi objetivo era una puerta en la parte inferior del edificio. Incluso sabía donde se escondía la llave de
esa puerta. Era el almacén donde se recargaban las botellas de oxígeno. Había estado allí en multitud
de ocasiones. Ahora contaba con encontrar al menos un equipo para poder descender al fondo y liberar
el pasador del ancla, el punto de unión entre esta y la cadena, el "eslabón débil" por decirlo de algún
modo.

La llave estaba debajo de una boya, al lado de la entrada. Con ella abrí la puerta lo más suavemente
posible. El cuarto, a oscuras, resultaba aterrador. La escena más absurda de los últimos meses la viví
cuando me pareció ver una figura amenazante al fondo y disparé el arpón, solo para descubrir, unos
segundos más tarde, que había perforado un traje de buceo colgado de una percha con mi virote. Muy
profesional.

En una esquina, cubierto por una lona, estaba el equipo de un monitor de buceo. No era ninguna
maravilla, pero tendría que valer. Comprobé el nivel de oxígeno el la botella y el funcionamiento de los
reguladores y me lo coloqué a la espalda. Me calcé las aletas y empecé a buscar las gafas, solo para
descubrir que no estaban allí. Genial. Tendría que sumergirme en las turbias aguas del río a oscuras y
sin gafas, lo que implicaría que tendría que retirar el pasador a tientas. Como no quedaba más remedio,
me arrojé al agua y empecé a nadar en dirección al Corinto. Una vez que llegué a la cadena, me
sumergí hasta llegar al ancla. El fondo, a unos tres metros y medio, era oscuro como el petróleo. A
tientas descubrí que el ancla se había enganchado en unos hierros oxidados que sobresalían del lecho.
Por eso el motor se había quemado. Al manipular con paciencia el pasador de cobre, poco a poco se
fue aflojando. Cuando ya tenía los dedos entumecidos, súbitamente el pasador se salió por completo.
Apenas me dio tiempo a sujetarme a la cadena mientras el Corinto, arrastrado por el reflujo de la
marea, se empezó a deslizar por la Ría, en dirección al mar.

Tras trepar por la cadena y desembarazarme del equipo, me sequé por primera vez en horas y lancé el
rizón, el ancla pequeña de emergencia, por el escobén de popa . Cuando el barco estuvo asegurado me
dirigí tambaleándome al camarote y me derrumbé, agotado, encima de una litera. Creo que he dormido
más de doce horas. Ahora, me he levantado, y mientras escribo esto, estoy navegando hacia Tambo.
Espero llegar allí en menos de una hora.


13 February 2006 @ 19:38 hrs.
ENTRADA 52
Vaya mierda.

Tambo ya no es una opción valida. Joder.

Estoy fondeado a unos cincuenta metros de una de las pequeñas calas de la isla. Desde aquí, en el
claroscuro del atardecer puedo verlos, vagando por la orilla. De momento no he visto a muchos, tan
solo a una docena, más o menos, pero es más que suficiente. La isla, y quien quiera que se encontrase
en ella, ha caído. Cuándo ha sido, no lo sé. Cómo ha sido, ni puta idea. Si hay supervivientes, tampoco
lo sé.

Esto es horrible. A lo largo de la mañana he visto ir creciendo el familiar contorno de la isla, a medida
que la proa del Corinto se acercaba a ella. He pasado docenas de veces a menos de cien metros de la
isla, incluso he desembarcado en ella en unas cuantas ocasiones, pese a que está prohibido, pero nunca
me había dirigido con tanto entusiasmo hacia este trozo de tierra como en esta ocasión. Por eso la
decepción ha sido aún más dolorosa.

Cuando estaba a unos veinte metros de la orilla y estaba pensando como ingeniármelas para llegar a
tierra sin embarrancar la nave, he visto salir por un camino, de entre unos árboles, a un soldado de
Marina. Vestía el uniforme blanco de la base Naval e iba con su característico gorro plano.
Aparentemente, no me había visto y se dirigía a un sendero que se internaba de nuevo entre la
vegetación. He corrido hacia proa y me he puesto a agitar los brazos como un loco, cuando ha
trastabillado con una piedra del camino y casi se cae, mostrándome su lado izquierdo. Le faltaba media
cara, y su impoluto uniforme blanco tenia un color herrumbroso, de sangre reseca. Su mirada era vacía,
perdida, como la de todas esas malditas cosas. El rito de júbilo que estaba a punto de proferir murió
en mi garganta antes de poder salir. Había llegado hasta allí. Joder. De alguna manera, de algún modo,
pero había llegado.

Con sigilo he vuelto a la cabina y me he pasado toda la tarde bebiendo vino peleón y contemplando
con desesperación la orilla. Tan cerca y tan lejos. No puedo ni plantearme tocar tierra. He visto por lo
menos una docena, así que debe haber bastantes más. No sé cuántos son, no conozco el interior de la
isla y no sé qué sorpresas puedo encontrarme. No tengo a nadie que me de apoyo si algo sale mal. Sería
un puto suicidio. Mierda.

He llorado amargamente. Me he emborrachado. He maldecido. He escupido con ira sobre la borda,
mientras esos monstruos vagaban errantes por la orilla, al parecer sin ser conscientes de que a unos
pocos metros de ellos, en el Corinto, tenían carne fresca a punto para ser servida. Que se jodan.

A última hora de la tarde, he tomado la determinación. Levando el rizón, he costeado el extremo
occidental de la isla hasta llegar a una pequeña cala que ya conocía. En ella hay un manantial de agua,
que necesito con urgencia. Tan solo un pequeño camino empinado comunica esta cala con el interior
de la isla. No sé si esas cosas serán capaces de bajar por ese sendero de cabras, pero si lo hacen les
llevará mucho tiempo. Confiando en esto, he remado hasta la orilla en el pequeño chinchorro hinchable
del Corinto y he llenado el bidón de agua de a bordo. Son al menos 500 litros de aguada, más que
suficientes para la travesía que tengo pensado hacer.

Ni uno solo de esos seres ha aparecido mientras hacía la aguada. Por un minuto he jugado con la idea
de subir el camino y curiosear un poco por la isla, pero la he desechado. No soy ningún comando y
apenas estoy armado. Ya me está costando horrores mantenerme a salvo como para encima jugar a los
héroes. Si hay alguien en apuros en la isla lo siento por él o ella… Tendrá que arreglárselas por su
cuenta. A joderse. En este nuevo mundo sólo el que pueda cuidar de su culo tiene posibilidades de ver
el nuevo día.

Remando con dificultad, he remolcado el bidón lleno de la aguada hasta el Corinto. Tras esto, y
dirigiendo una última mirada a la isla he levado anclas y he puesto rumbo Oeste, hacia la boca de la
Ría. Hacia mi nuevo destino.

15 February 2006 @ 01:19 hrs.
ENTRADA 53

Aún estoy vivo. Eso sí, de milagro.

Las últimas veinticuatro horas han sido terriblemente agotadoras. A medida que el Corinto se iba
acercando a la bocana de la Ría las condiciones del mar iban siendo cada vez peores. Estos últimos
días una potente borrasca se debe haber situado cerca de las Azores y está mandando oleada tras oleada
de tormentas sobre la costa de Galicia. Las típicas galernas de invierno, las que hacen que nadie que
esté en su sano juicio salga a navegar fuera de las Rías con este tiempo de mierda. Claro que eso ya no
es una opción ahora.

Cuando me fui alejando de Tambo mi cabeza no paraba de dar vueltas. Todo mi grandioso plan de fuga
tenía como objetivo traerme de una pieza hasta la isla. A partir de ahí serían los militares, o
quienquiera que controlase Tambo quien pasaría a cuidar de mi. El descubrir que la isla era un pedazo
más del infierno que se ha abatido sobre la tierra ha supuesto un mazazo enorme. Por unas cuantas
horas, no he tenido ni puta idea de que demonios hacer.

Al volver de hacer la aguada, mientras izaba el depósito de agua a bordo con una roldana, mi mirada se
posó casualmente en la costa sur de la Ría, en el Puerto de Marín. Estaba absolutamente vacío. Aquí
también cualquier cosa flotante había sido utilizada en la huida. Incluso los muelles de amarre de la
Base Naval estaban desiertos. Donde normalmente se podían ver dos o tres de las grises y modernas
fragatas de la Armada, e incluso algún portaaviones como el Príncipe de Asturias, ahora estaba vacía
de todo, excepto por la devastación, el desorden y las docenas de figuras tambaleantes y cubiertas de
sangre paseando sin rumbo.

Bien. Perfecto. ¿A dónde coño ha ido toda la gente? No me cabe en la cabeza que se hayan
desperdigado a los cuatro vientos. Deben haber tenido algún objetivo. Quizás otro Punto Seguro.
Podría ser. El puerto de Vigo, uno de los más importantes de la costa Atlántica Europea, estaba a solo
unas veinte millas marinas de allí. Quizás esté todo el mundo concentrado en él.

¡Sí! ¡Eso es! Con toda probabilidad el Punto Seguro de Vigo aún resiste y todo aquél que pudo partió
en barco hacia allí, con la confianza de que por vía marítima el trayecto sería completamente seguro.
Con estos pensamientos borboteando en mi cabeza me precipité hacia el cabo de mi pequeño anclote,
dispuesto a poner rumbo hacia ese nuevo destino.

Quizás fuese el cansancio, quizás la excitación producida por estar en movimiento hacia lo que
consideraba que iba a ser mi salvación, quizás fueron las ganas tan enormes de salir de allí las que
hicieron que no prestase atención, pero fuera lo que fuese, resulta imperdonable. He vivido toda mi
vida al lado de la Ría, y sé perfectamente cuándo las condiciones no son las indicadas para hacerse a la
mar, pero esta vez no las vi.
Todos los pequeños indicios, las crestas de las olas de un color gris sucio, las gaviotas volando hacia
tierra, el viento racheado e inconstante del norte, deberían haber sido como señales luminosas, pero mi
cerebro no era capaz de procesarlas. Todos mis pensamientos estaban cifrados en salir de allí cuanto
antes.

Al cabo de tres o cuatro horas de navegación estaba absolutamente claro de que el mar iba a estar muy,
muy movido. Olas de tres metros sacudían el Corinto como una cáscara a la vez que auténticas cortinas
de agua se desplomaban sobre la cubierta, empapándome, mientras yo, agarrado a la caña del timón,
me obstinaba en ganar la boca de la Ría. Si esto ya estaba así aquí dentro, no puedo ni imaginarme lo
que me podría haber encontrado en mar abierto.

El viento soplaba furioso, inmisericorde. El Corinto, muy marinero, se deslizaba entre las olas
abriéndolas como un cuchillo, mientras entre las rociadas de espuma adivinaba la costa. Estaba claro
que no podría soportar esa situación mucho más tiempo. Reconociendo lo inevitable decidí poner la
proa hacia el pequeño puerto de Bueu, a poco más de un par de millas de la salida de la Ría, para
fondear a su cobijo hasta que el tiempo mejorase un poco.

Convencido de lo que hacía, cometí el segundo error de la jornada. Por mucha experiencia que tengas
en el mar no puedes confiarte NUNCA. Y eso es lo que hice. El spinaker, la vela de proa comenzó a
flamear cuando giré en dirección a la costa y el Corinto se puso contra el viento. Saliendo de la bañera
de popa comencé a dirigirme hacia proa para amarrarla. Súbitamente una ola de costado golpeó el
casco del barco, haciéndome perder el equilibrio.

En menos de lo que se tarda un pestañeo me vi colgado de la borda por un tobillo, enredado en una
vuelta de un cabo, y con todo el cuerpo colgando fuera del barco, mientras este avanzaba, dando
pantocazos, sin control, hacia la costa. Me había propinado un fuerte golpe en la cabeza y el hombro
contra el casco y supongo que momentáneamente perdí el sentido, aturdido. No tardé en recuperarlo,
despejado por las olas que me rompían directamente en la cara, casi ahogándome. La situación era
realmente peligrosa. Si no conseguía volver a bordo, o bien me ahogaba boca abajo, o bien me caía y
quedaba a la deriva, dejando que el barco se estrellase contra las rocas de la orilla. Y no contaba con
que Lúculo se hiciese con el control del barco. Los gatos no son animales muy marineros, que
digamos.

Tras unos cuantos minutos de angustia, un súbito cambio de viento hizo que el Corinto se inclinase
hacia la borda contraria. Súbitamente me vi elevado, casi proyectado, contra la cubierta de nuevo.
Aprovechando la oportunidad me agarré a una de las cornamusas y me aupé de nuevo a bordo.
Empapado, tembloroso y aturdido me arrastré de nuevo hasta la bañera de popa y cogí otra vez la caña
del timón. Rectificando la deriva, dirigí la proa del Corinto hacia el puerto de Bueu. El barco,
lentamente, empezó a responder a la presión y poco a poco dejó de sacudirse. En menos de un minuto
estábamos dirigiéndonos velozmente hacia el puerto, con el viento a favor por el costado.

Fue entonces cuando empecé a temblar violentamente. Había estado a punto de perder la vida. Podía
haberme matado de una forma totalmente absurda, o quedar malherido a la deriva, lo que en esas
circunstancias era exactamente igual. Joder. Sintiendo arcadas asomé la cabeza por la borda y vomité,
sobre todo la gran cantidad de agua salada que acababa de tragar.
Acababa de aprender una importante lección. Esas cosas, esos No Muertos, no eran lo único que podía
acabar conmigo. Accidentes, enfermedades, hambre, cualquiera de las causas normales de muerte
seguían ahí presentes. No se habían retirado, simplemente estaban agazapadas en la sombra, esperando
su oportunidad. Y si no tenía cuidado, podían cogerme. El hecho de haberme pasado los últimos días
pensando solo en mis cazadores casi me había hecho olvidarme de algo fundamental. El hombre es un
ser muy, muy frágil.

Ahora estoy fondeado en el puerto de Bueu, a una distancia prudencial del muelle, mientras la tormenta
ruge con intensidad sobre la villa. La costa está oscura, silenciosa, sacudida por ocasionales
relámpagos que iluminan por un momento, de forma fantasmagórica, las siluetas de los edificios,
mientras el rugido de los truenos sacude todo el barco.

Sé que ellos están ahí, en la orilla. Y creo que ellos también saben que he llegado. Y lo peor no es eso.

Lo peor, es que me he dado cuenta de que necesito algo fundamental, y para conseguirlo, mañana
tengo que ir a tierra.

Justo donde están ellos. De nuevo junto a esas cosas. A la boca del lobo.


16 February 2006 @ 10:13 hrs.
ENTRADA 54

Nunca me ha gustado la lluvia, lo cual en Galicia, donde forma parte del paisaje, es un sentimiento un
tanto absurdo. Pero hoy, mientras contemplaba los chaparrones cayendo sobre la pequeña villa
marinera de Bueu, he pensado que quizás, en el fondo, no esté tan mal. Incluso puede que me sea útil.

Está cayendo agua de forma torrencial desde hace casi doce horas. Una tormenta de lluvia y viento está
azotando en estos momentos todo este tramo de costa. El mar, sacudido y revuelto, presenta un color
gris acero ominoso, que normalmente invitaría a la flota a quedarse amarrada a puerto y a sus
marineros a tomarse algo caliente en la taberna . Pero ahora no hay flota, ni marineros, por lo menos
vivos, que yo sepa.

El Corinto, pese a estar resguardado detrás del espigón del puerto de Bueu, se balanceaba
violentamente con los restos de la poderosa tormenta que, desde el exterior llegaba hasta aquí. Las
ráfagas de viento sacudían las jarcias y arrastraban auténticas cortinas de lluvia. Los imbornales casi no
daban abasto para expulsar toda el agua que se iba acumulando en la cubierta, mientras en tierra, la
lluvia hacía que apenas se pudieran divisar los edificios de la orilla. Estar cinco minutos a la intemperie
suponía quedar absolutamente empapado. Un tiempo de perros, en definitiva.
Y sin embargo este tiempo me favorecía. El sonido del viento, y de la lluvia taparían cualquier posible
ruido que pudiera hacer en tierra. La visibilidad era realmente reducida, mientras esta tromba de agua
se estaba desplomando desde el cielo. Creo que en esta ocasión el clima podía ser mi aliado.

Y es que no me quedaba más remedio que bajar a tierra. Necesitaba con urgencia unas cartas marinas.
Los fugitivos que asaltaron el Corinto no fueron capaces de llevarse el barco, pero lo registraron a
fondo y se llevaron cualquier cosa que encontraron útil , entre ellas las cartas náuticas, que deberían
estar en el cajón al lado de la mesa de navegación. Sin ellas, corría el riesgo de chocar con algún bajío
o escollera que pudiera haber en la Ría de Vigo. Además, en su precipitada huida trataron de arrancar
el GPS empotrado en la consola de mando y lo único que consiguieron fue romper su pantalla de cristal
líquido. Ahora estaba absolutamente inservible y yo lo necesitaba. Aunque sólo tuviera que ir
costeando hasta Vigo la experiencia de Tambo me había enseñado la lección de que no podía dar nada
por seguro. Puede que de ese puerto tuviese que se uir mi camino hacia cualquier otra parte y debía
estar preparado para eso.

Además, tenía que reponer las provisiones, en un nivel cada vez más bajo. Yo podría soportar un par
de días a media ración, pero Lúculo me miraba indi nado cada vez que olisqueaba las magras raciones
que le sirvo de comida. No sé qué pensará de todo esto, pero estoy seguro de que más que los sustos,
las sacudidas y las mojaduras lo que realmente le molesta a mi pequeño amigo es la catastrófica
situación de nuestra despensa. Y no me apetece tener un motín a bordo, aunque sea gatuno.

La verdad sea dicha, está aguantando como un campeón. Y realmente, se lo agradezco. Es la única
compañía que tengo desde hace casi un mes y si no fuera por él, con todas esas cosas pululando por
todas partes, supongo que estaría a medio camino de perder la cabeza.

Tomada la determinación, solo me quedaba trazar un plan, y la verdad, la perspectiva era realmente
aterradora. No conocía el estado de las calles más allá de lo que podía ver desde cubierta. No sabía lo
que me podría encontrar al doblar la esquina. Así que el plan se reducía en llegar hasta la orilla,
conseguir lo que necesitaba montando el menor jaleo posible y salir de ahí cagando hostias. El resto,
habría que irlo improvisando sobre la marcha.

Me puse el neopreno, cogí la Glock con sus dos car adores y el arpón con sus cuatro virotes de acero.
Vacié la mochila en el camarote y con ella colgada a la espalda descendí hasta el chinchorro que se
mecía amarrado al lado del Corinto. Este estaba medio anegado con el agua de la lluvia y las
salpicaduras de las olas. Haciendo caso omiso a la sensación de frío que me subía por las piernas a
medida que me empapaba, empecé a remar cautelosamente hacia la desierta orilla, hacia el muelle.

El agua del puerto, normalmente turbia y aceitosa, presentaba un aspecto extrañamente limpio.
Mientras remaba he pensado que es increíble como casi un mes de ausencia humana puede cambiar el
entorno. He observado que apenas he podido ver animales estos días, excepto pájaros. Hay cientos de
ellos, sobre todo gaviotas. Con un estremecimiento he recordado que las gaviotas, aparte de piscívoras,
son carroñeras. Supongo que últimamente no les estará faltando alimento, y sin necesidad de pescarlo.
Tiempo de vacas gordas para ellas. Joder.
Finalmente he llegado a los escalones del muelle. Dejando amarrado el chinchorro a un estay he subido
silenciosamente por los escalones. Con una breve mirada he contemplado el muelle. Estaba desierto.
La tormenta arreciaba en esos momentos. El ruido de la lluvia y del viento silbando por las calles se
combinaba con el estruendo de los truenos, que cadenciosamente se marcaban de fondo. Era una
tormenta horrible. El viento azotaba mi cara, arrastrando la lluvia a mis ojos. Resultaba imposible ver u
oír nada a más de cinco metros. Era perfecto.

Con cautela he cruzado el muelle hasta apoyar la espalda en la lonja del puerto y he asomado la cabeza
por la esquina. He visto a dos, un hombre joven y una mujer de edad avanzada. Estaban inmóviles, en
medio del paseo, con un aspecto curiosamente desolado. La lluvia chorreaba sobre ellos y les pegaba
las ropas al cuerpo. He observado que después de casi un mes de uso y de estar a la intemperie, muchas
de las prendas de ropa de esas cosas están empezando a desgastarse. Ahora, tienen un aspecto
sumamente inquietante, como salidos de una película de terror.

Como si no lo tuvieran antes. Es que hay que joderse.

Pegado al muro he comenzado a avanzar, con el arpón y la pistola listos. He pasado al lado de ellos, a
menos de cuatro metros Y NO ME HAN VISTO. La tormenta, la oscuridad creciente y la lluvia me
han ocultado pero sin embargo, de alguna manera, me han sentido, estoy seguro de ello.

Mientras pasaba a su lado, con los nervios tensos como cuerdas de piano, parecen haber salido de su
trance. Han empezado a agitarse, inquietos, girándose hacia todas partes, tratando de localizarme. Sus
sentidos físicos, tras haber cruzado el umbral de la muerte, parecen estar bastante disminuidos, pero
por otra parte parecen haber desarrollado una suerte de percepción propia que les permite "sentir" a los
seres vivos. Saben que estoy aquí. Cerca. Muy cerca. Pero no saben exactamente dónde. Pero solo era
cuestión de tiempo que me localizasen. Tenía que darme prisa, mucha prisa. Joder.

Deslizándome pegado a las paredes y agachándome ocasionalmente entre los vehículos abandonados
en la calzada, he avanzado toda la calle hasta una tienda de productos náuticos que sabía que estaba en
la esquina. Ha sido al llegar a ella cuando he sido consciente de dos cosas. La primera, que la tienda
tenía la verja echada. Mierda. Joder. Sería imbécil. No lo había pensado. ¿Como cojones iba a subir la
verja, sin electricidad y sin la llave?

La segunda cosa era que inadvertidamente, al menos una docena de esas cosas se estaban acercando
por la calle hacia mi posición, atraídas por la percepción, de algún modo, de mi presencia.

Necesitaba una solución. Tenía que ser rápido. Súbitamente, lo he visto. Estacionada contra la fachada
de la tienda, ubicada en un bajo de una casa cercana al puerto, estaba un furgón de reparto. Gateando
por su capó me he subido hasta el techo. Con la lluvia ha sido más difícil de lo que esperaba, y he
estado a punto de resbalar un par de veces. Me he puesto histérico, mientras esas cosas que se
acercaban. Tenía que trepar. Joder. Joder. ¡¡¡Joder!!!

Por fin he conseguido subir al techo del furgón. Desde ahí, a menos de un metro, estaba el balcón del
primer piso, justo encima de la tienda, Jadeando, he cruzado de un salto. Casi resbalando en el musgo
del borde, me he dejado caer en su interior. La puerta, cerrada, estaba acristalada. Con la empuñadura
de la pistola he roto un vidrio. Me ha dado la sensación de que se oía en todas partes, aunque ha
quedado amortiguado por el ruido de la lluvia torrencial.

He entrado en la casa. Ahora estoy en la habitación de piso superior, solo iluminado por la tenue luz
que entra por la puertas del balcón.

He oído un ruido abajo. No estoy solo aquí dentro.
Isi
Isi


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Apocalipsis zombie - Página 2 Empty Re: Apocalipsis zombie

Mensaje por Silvias1D Miér 30 Ene 2013, 10:48 pm

* Para ti mismo di el nombre de la única persona del sexo opuesto con quien quieras estar (tres veces...)...

* Piensa en algo que quieras lograr dentro de la próxima semana y repítelo para ti mismo(a) (seis veces)...

* Piensa en algo que quieras que pase entre tú y la persona especial (que dijiste en el no. 1) y dilo a ti mismo/a (doce veces)...

* Ahora haz un último y final deseo acerca del deseo que escogiste.

* Después de leer esto tienes 1 hora para mandarlo a 15 temas y lo que pediste se te hará realidad en 1 semana.

A la mayor cantidad de gente a quien lo mandes más fuerte se hará tu deseo. Si tu escoges ignorar esta carta lo contrario del deseo te sucederá, o esto no sucederá jamás...
Silvias1D
Silvias1D


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Mensaje por Galleta :3 Sáb 02 Feb 2013, 7:03 am

kjsakjsaksj en esta nove siento que yo estoy viviendo eso :3 debes seguirla D:
Galleta :3
Galleta :3


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Mensaje por karla1Dselenator Sáb 02 Feb 2013, 5:47 pm

hola soy nueva lectora siguela me encanta!!!!!!!!!!!!! Apocalipsis zombie - Página 2 3613480495
karla1Dselenator
karla1Dselenator


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