Killer for Love [Terminada]

Nombre: Killer for Love.
Autor: pinkiiland.
Adaptación: no.
Género: suspenso/aventura.
Advertencias: no, creo.
Otras páginas: no.

Argumento

Un cariño que superó al amor. Una obsesión. Una promesa que no desvaneció en el tiempo, a pesar de que se hizo trece años antes de que pudiera ser tomada como amenaza formal, número de mala suerte que dejó manchado con sangre el paso de Kill hasta que llegó a la meta.

Pasó hace más de doscientos años, tal vez. Un joven de una familia humilde cometió el error de enamorarse de una joven de sociedad. Desde el mismo momento del nacimiento de ella.

Esta es una nove que lleva bastante tiempo rondando en mi cabeza hasta que al fin me decidí a publicarla... espero que les guste y les confieso que está basada en un sueño que tuve y todo lo que narro solo lo veía pero no era protagonista.
Comenten (:

Pasó hace más de doscientos años, tal vez. Un joven de una familia humilde cometió el error de enamorarse de una joven de sociedad. Desde el mismo momento del nacimiento de ella.

Los padres del muchacho vivían en la mansión de los padres de ella, la madre de él era la cocinera y el padre el mayordomo. Este joven recibía el nombre de Bill y la chica, Luciana.

El amor que Bill sentía por la señorita de sociedad era exagerado y enfermizo, no toleraba sus amigos o nadie que la viera de formas lascivas. Se habían criado de una forma especial, como una especie de primos o casi hermanos, ya que, los padres de ella adoraban el humor de Bill y les gustaba que su hija no se aburriera, en las largas horas que tenía que vivir encerrada en el castillo de piedra maciza.

Pero el amor y cuidado incondicional, así como la devoción, que Bill profesaba por Luciana y del que todos eran conscientes y condescendientes, dio un vuelco porque ya no era inocente, se transformó en algo más intenso, capaz de asesinar a quien quisiera pretender a la niña de ocho años con golosinas.

Muy asustados, los padres de Bill decidieron, previo consentimiento de la familia adinerada para la que trabajaban, marcharse a una isla próxima al país donde residían, y junto a ellos, Bill. Era una isla bastante deshabitada, en la que a Bill no le quedó más opción que aprender un oficio para su supervivencia. Eligió la pesca y aunque sus señores padres hacían lo posible porque se relacionara con Mariel, una chica de catorce al igual que él, era improbable que pudiera sacarse a Luciana tan fácilmente de una vez por todas, de hecho todos sabían del juramento que hizo antes de irse: “pueden separarme todos los kilómetros que quieran de ella, pero juro regresar para hacerla mi esposa.”

Y así como sentenció antes de montarse en el carruaje que los llevó al puerto y a la despedida del continente, volvió a cumplir su promesa.

–Señor Andarcia, es solicitado por el señor Killenton –dijo el mayordomo.
–¿Killenton? No conozco nadie llamado así. ¿Le dijo apellidos?
–Sí, señor. Disculpe mi omisión. Su apellido es Bourg. Es Killenton Bourg.
–¿Bourg? Hace años que no escucho ese apellido. Así era el de mi matrimonio de sirvientes. Y su hijo era Billenton, le decíamos Bill. ¿Seguro que le dijeron Killenton?
–Se lo aseguro.
–Bueno, déjelo pasar.

El señor Andarcia no tenía la más mínima idea de quién se encontraría cara a cara, o se debería corregir y decir cara a máscara. El afable señor Andarcia seguía ordenando cartas y sellando otras cuantas con cera roja cuando la puerta se abrió con cautela y un hombre misterioso se inmersa en el lugar.
–Buenos días, mi señor Andarcia –dijo una voz de tono grave. –Es un gusto verlo luego de todos estos años.
–Buenos días –respondió de espaldas a la puerta. –Por favor, señor Bourg, tome asiento.
–Como usted ordene mi señor.
–Relate qué lo trae por acá –volteó a su frente el señor Andarcia y se encontró con una sorpresa nada agradable.

El caballero que ocupaba la silla opuesta, frente al escritorio repleto de papeles, era un hombre de aspecto tenebroso. Su rostro estaba cubierto por una máscara blanca, con sonrisa burlona. Un parche ocultaba uno de sus ojos y el que quedaba libre era de un color muy claro, tan claro que el iris parece estar fundido con la esclerótica, era como un gris niebla perturbador. El hombre subió sus manos y las mostró en la mesa, la izquierda al parecer estaba amputada porque en su lugar ahora había un garfio. La vestimenta era algo normal, una camisa púrpura con puños y cuello alto, una correa de cuero marrón cruzaba su pecho en diagonal. Llevaba un sombrero elegante a juego con la camisa y un detalle en mismo tono del cuero.
–¿Quién es usted? –inquirió turbado el señor Andarcia.
–Killenton, o si lo prefiere Kill. ¿Su mayordomo no le informó bien mi identidad, acaso?
–Pero por supuesto que sí. No ose hablar mal de mi gente de servidumbre.
–No fue mi intención. Es que creo que no habrá nadie mejor que mis padres para servirle, mi señor.
–¿Sus padres? Bill, me estás jugando una broma pesada. Te he descubierto, Billenton.
–Parece que así es. Pero, insisto, ahora soy Kill.
–¿Y por qué ese cambio de pseudónimo? No es nada agradable.
–Digamos que fue el que el tiempo me dio.
–¿Viniste solo?
–Sí, mi señor –inclinó la cabeza en reverencia.
–Llámame solo señor Andarcia, y eso por qué. ¿Por qué un caballero joven y fuerte como tú está solo? –tomó entre sus manos un abrecartas, para aparentar dominio.
–No ha llegado la indicada, y tal vez sea por mi apariencia. Vine a la capital en busca de mi primer amor.
–¿Primer amor?
–Sí. Usted sabe muy bien a quien me refiero.
–No lo dudo y lo refuto. ¿Y esa apariencia?
–La que el tiempo me ha dado –repitió Kill la misma línea. –Resultó que sobreviví milagrosamente al incendio y naufragio de un navío y pues, mi rostro se desfiguró. En eso perdí la mano y tengo trastocada una pierna. Si puede detallar, me ayudo con un bastón para mayor celeridad.
–Pobre Billy, que digo, Kill.
–Ya lo sé –dijo ¬Kill y lanzó una de esas miradas fulminantes, debió habérsela ahorrado desde el momento de la refutación de sus planes.
–¿Y tus padres?
–Muertos. Mi padre se enrolló en un lío de faldas con otro hombre y terminó perdiendo y mi madre estaba conmigo en el navío incendiado.
–¡Oh, por Dios! Cuanto lo lamento –dice afectado el señor Andarcia. –Haz de ser valiente para estar tan neutral luego de acontecimientos de ese tipo.
–Verá usted, señor Andarcia, que han pasado ocho meses de la desaparición de mi padre y seis de la de mi madre. Tiempo considerable para reponerse. Aunque valga admitir que la muerte de mi madre es la que más me perturba en la tranquilidad.
–De seguro que ha de ser así.
–¡Oh, sí! Retomando las intenciones de mi regreso al continente, le repito que vengo a por Luciana, por si no es muy obvio.
–Cosa que lamento decirle, será irrealizable. Ha de pasar por varias cabezas antes de lograr la hazaña –dijo el hombre mayor acompañado de una risa irónica.
–¿Está seguro que respetaría cabezas de señores de sociedad? Ella vale eso y más. Soy apto para cualquier desafío.
El señor Andarcia, tratando de conseguir buenos argumentos, tensó la mandíbula y articuló con severidad –señor Killenton le ordeno que se retire. Esta sesión ha terminado –volteó el señor Andarcia a su opuesto.
–No hasta que yo lo decida –enterró el garfio en la mesa. –Véame a los ojos. No olvide mi juramento el día que dejé el continente.
–Los caballeros no tenemos memoria –volteó de nuevo para mirar fijamente el ojo grisáceo.
–Pero cumplimos nuestras sentencias. Yo juré volver por Luciana y hacerla mi esposa. No importaría cuánto tiempo pasara ni la distancia que nos separara. Yo vendría a por ella.
–Pero dependerá de lo que quiera mi hija. Justamente desde hoy faltan dos meses para su matrimonio con Sir Hutcherson –dijo con aparente superioridad el señor Andarcia.
–¿Hutcherson? –sacó el garfio que estaba atascado en la mesa. –¿Piensa casarla con un tal Hutcherson? Debe ser juego de párvulos. Con él sí pero conmigo ni pensarlo –dijo Kill con desdén.
–Así es. Él es un señorito de alta clase, cuyos padres tienen tierras que producen más de lo que uno pueda contar.
–Él podrá darle números exorbitantes de riquezas, pero soy el único capaz de darle todo mi amor. No creo que ese esté apto para contarle historias de guerreros y princesas como las que siempre relataba para ella. Esas serán mi carta aval.
–Dudo que las recuerde. De eso nunca más se habló en esta casa. Además con esa portada suya no llegará a romper muchos corazones de amor, quizás sí de un ataque.
–Empezando por el suyo, por ejemplo.
–Es acaso una amenaza suya, señor Bourg?
–Así es como quiero que me trate. Con respeto. Pronto seré parte de su familia. Tendrá que pasar una grave desgracia para que mis planeaciones no se cumplan.
–Le repito. Usted me está amenazando, ¿no? Algo me dice que me está ocultando algo importante –se apeó de la silla el señor Andarcia.
–Puede que sí a ambas preguntas –también se apeó Kill y se apoyó con el bastón de madera en la mano derecha, que tiene la cabeza de un dragón en la empuñadura.
–¿Qué estaría dispuesto a hacer por estar con mi hija, Luciana?
–Lo necesario –dijo casi como un susurro y se acercó para fundir los ojos del hombre mayor con los suyos de niebla. –Ya no serían mártires, sólo números en mi lista. Mártires son mis padres. Torpes de ellos, pensaron que podían detenerme colocando mar de por medio.

El señor Andarcia, estupefacto, se sorprendió con la última oración, ha de resonar en su cabeza la palabra “mártires.”
–Mi padre –siguió Kill– tuvo un lio de faldas conmigo, yo soy ese otro hombre. Verá, yo quise marchar a tierra firme hace ocho meses en búsqueda de Luciana, venía armado para prevenir posibles ataduras, y él fue una de ellas. No me quedó de otra que eliminarlo del paso. De igual modo, algo persistía en mi cabeza, entonces pospuse el viaje dos meses y me vendría con mi madre pero ella se impuso con una idea bastarda, “no venir a la capital si no al interior”. Ella era una de las pocas personas que realmente yo escuchaba, pero antes que ella estaba mi corazón, así que le di una muerte discreta, como si yo no hubiera sido el culpable. Al tomar el navío, con destino al sur, me cercioré de una considerable cantidad extra de carbón y añadí, adicionalmente, dos botellas de óleo para esparcirlas y formar una brecha, una cerilla en mi trasfondo y la explosión fue más violenta de lo que esperaba. De ahí la desfiguración de mi cara y la pérdida de mi mano.
El señor Andarcia estaba hiperventilando, su rostro estaba pálido y sus labios entreabiertos, como tratando de recuperar el aliento. Menudencias de sudoración se reflejaban por la sien del hombre mayor.
–Fuera… –susurró. –¡Fuera de aquí! –repitió con ímpetu. –No quiero volver a verlo merodear en mi casa. Mandaré a soltar los perros si una incidencia de este tipo se repite. Eres un asesino. ¡Una bestia!
–Baje el tono. ¿Qué puede pensar la gente que vive con usted? Compostura, señor Andarcia.
–Me da igual qué piensen de mí pero tiene que estar claro quién es usted. Un asesino.
–Sí, asesino o “killer”, de ahí mi nuevo pseudónimo. Kill.
El señor Killenton dejó la habitación del señor Andarcia, en la cual, éste último se encontraba agitado, sobre todo cuando vio la pistola que bamboleaba y estaba sujeta por una funda de cuero guindada del hombro por la correa que le cruzaba el pecho.
El señor Killenton ahora tenía veintisiete años y al menos dos crímenes encima. Cuando salió de la mansión se encontró con un elegante carruaje, tirado por dos briosos caballos, esperando en la entrada, tenía la puerta abierta como expectante a que alguien se introdujera en él. Mientras lo detallaba minuciosamente, dos damas pasaron a su lado y que venían de la mansión, una de ellas se escurrió de una vez en el carruaje y la otra se le quedó mirando fijamente a Killenton, quien la descubrió al momento. Se trataba de Luciana.
–Buenos días, señor –dijo Luciana.
–¡Oh! –exclamó sorprendido Killenton y se levantó el sombrero, previo a hacerse un lío con el bastón y el garfio lo que provocó una risilla a la joven mujer. De seguro se sonrojó y esta vez él era un manojo de nervios –Buenos días, señorita –ella le sonrió.
–Creo que está un poco embrollado. ¿Quiere que lo ayude?
–No. No quisiera molestarla.
–No sería molestia alguna –dijo Luciana y añadió–, si usted lo desea, puedo darle un empujón a donde me diga que va. ¿Puedo preguntarle eso?
–Sí. Voy a una posada. Acabo de llegar del este.
–¿De la isla? –preguntó vivaz.
–Así es.
–Sueño con visitarla algún día. Me supongo que es preciosa.
–Los primeros días, después apuesto a que se aburriría de tanto mar y tan poca tierra –ella soltó una risita.
–La verdad es que creo que no llegaría a aburrirme –añadió Luciana. –Soy muy divertida, acá donde usted me ve. No me puedo estar quieta o callada. Y por cierto, déjeme decirle que es una persona aun más alegre que yo –le coloca una mano en el brazo del hombre.
–Un cumplido. Qué detalle. Ahora lo devuelvo diciéndole que tiene un humor muy fácil y que es acompañado por su rosario de perlas marfil que es su sonrisa –ella bajó la mirada y sonrió coqueta.
–Su forma de hablar, hace recordarme a alguien. Hacía tiempo que nadie bromeaba conmigo. Supongo que usted pensará de este comentario que es una sandez.
–Se equivoca porque cada vez que usted habla me siento halagado.
–¡Oh! ¡Pero cómo va a decir eso! Me ruborizo –rió discreta la señorita y sus mejillas se sonrojaron. –Oiga usted, ¿cuál es su nombre?
–Killenton Bourg –hizo una reverencia con el sombrero. –¿Y usted mi dama? –aunque él sabía perfectamente quién era ella.
–Luciana Andarcia –flexionó las rodillas en saludo y bajó la mirada. Volvió la vista al frente y añadió –¿le gustaría entonces que lo lleve a algún lugar? –dejando un vacío en sus palabras.

–Luciana –gritó una mujer desde el carro.
–Espera un poco, Graciela –dijo en un tono de voz elevado Luciana.
–Nada de espera –se asomó Graciela desde el carruaje, es la chica que acompañaba al amor de Kill. –Ya vamos muy retrasadas al asunto de tu vestido de novia –enfatizando la parte de novia. Luciana hizo un gesto de vergüenza y un ademán a la otra dama de que en un instante subiría con ella.
–¿Vestido de novia? ¿Vas a casarte? –preguntó Kill con un halo de tristeza.
–Sí, con un joven mucho más adinerado que yo –respondió Luciana con pena.
–Yo no tendré mucho dinero pero, si no es muy atrevido que se lo diga, yo podría mantener siempre una sonrisa en sus labios –ella abrió de nuevo el abanico y cubrió parte de su cara con él. –Ya puede usted comprobarlo, ¿no?
–Venga conmigo –dijo con ánimos salidos de no se sabe donde–, señor Bourg. Lo llevaré a donde me diga.
–Me avergüenzo. ¿Qué podría pensar la gente de usted si la ven conmigo?
–Me da igual. Quiero seguir riendo con usted mientras pueda y decirle su apellido, que por cierto, amé. No me explico razones, pero así es –tomó el antebrazo de Kill y lo llevó al interior del carruaje.
Pero Killenton supo cuál era esa razón inexplicable, era que ella le conocía de años atrás y su inconsciente era el único capaz de recordarlo, todos aquellos años dorados cuando eran niños y jugaban, y cantaban y él narraba sus historias.

–¿Quién es él? ¿Qué hace acá? –preguntó la señorita Graciela con nerviosismo. Y quién no con la apariencia que lleva él.
–Es Killenton Bourg. Le daremos un empujón a la plaza principal para que encuentre posada –dijo Luciana a la par que tomó asiento frente a Graciela.
–Es un honor –inclinó la cabeza Killenton.
–Ojalá pudiera decir lo mismo –espetó Graciela.
–¡Pero, por Dios, Graciela! –chilló Luciana. –Sé más amable.
–Sabes que no puedo. Ha de ser un caza fortunas o si no, ¿qué hacía dentro de la mansión Andarcia? –añadió Graciela, desdeñosa.
–Pensaba que se trataba de una pensión –duda Killenton. –Mis disculpas por cualquier malentendido.
–¡Ay que ver cómo eres tú! –susurró Luciana.
La señorita Graciela, que debía contar con más años que Luciana, incluso podría ser contemporánea con Killenton, se sintió apenada pero incalculable, giró su vista a la ventana y sacó el abanico para soplar la calentura de su cara. El carruaje empezó a andar y el señor Bourg detallaba la cinturilla que formaba el corsé rosa pálido en el cuerpo de Luciana. El faldón de un color rosa flamenco, cubría todas sus piernas y caía justo sobre las botas de cuero color crudo. Le detallaba la cara que era limpia y cremosa, los labios eran rosados y perfectas pestañas rizadas adornaban sus ojos. Luciana debió sentir la mirada de los ojos niebla porque se volteó y se encontraron las miradas.
–¿En qué piensa, señor Bourg?
–En que en la isla no hay mujeres tan refinadas como usted y que su futuro marido tiene mucha suerte de su parte.
–¡Qué gentil es usted! –dijo Luciana y Graciela parece indiferente aunque miraba con el rabillo del ojo. –Es todo un casanovas. Debe tener muchas novias por ahí.
–Créame usted que no es así –dijo Kill y Graciela volteó para estar más atenta. –Y por cierto, ¿a usted no le incomoda mi máscara?
–A mí sí –intervino Graciela.
–Pues a mí no. Le hace ver misterioso, interesante y diferente –aclara Luciana–, no raro.
–Gracias señorita.
Llegados a tal punto, Killenton comenzó a sentir cierta energía provenir de Graciela y no quiso seguir compartiendo la misma atmósfera que ella, por eso le participó a ambas que se bajaría y el chofer detuvo el andar de los caballos. Luciana insistía en que las acompañara hasta la plaza principal pero él estaba demasiado incómodo como para seguir en ese pequeño espacio.

Killenton, tenía planes en su cabeza planes de conseguir un futuro junto a Luciana basándose en las artimañas que se requirieran, no importaba qué implicara, sobre todo pensaba aquellas extremas donde había trabaduras complejas y se debía secuestrar a Luciana o imponerse a fuerza de armas blancas. Desde luego había un punto a su favor y era que a Luciana no le molestaba esa apariencia tan espeluznante.
Volvió una tarde a husmear las afueras del castillo, y dicho sea que Killenton se lo sabía como la palma de su mano, y durante todos estos años no había nada renovado o mucho menos distinto. Como pudo se introdujo en el jardín del patio trasero, el que está a cargo de la señora Andarcia y mantenía el ambiente acogedor de siempre, creado por las rosas naranjas, blancas y rojas. Killenton cortó una roja, una pequeña que no había abierto lo suficiente como para notarse su ausencia. La escondió por la manga y en ese momento se escuchó la voz aguda resonar al final de ese pasillo-
–¡Kill! –exclamó Luciana. –Volviste. Ven, pasa por acá. Hay alguien que quisiera presentarte –llamó con la mano la señorita a Killenton.
–No creo que debas presentarme a nadie –titubeó él, ya que podría tratarse del padre de ella o bien de su novio, pues una señorita de su altura, aunque no esté a gusto con su novio, siempre se mostrará cortés y social.
–Vamos. Deja esa timidez a un lado y acompáñame al jardín privado.
Sin querer hacerlo, Killenton se desplazó hasta la esquina del pasillo y dobló a la izquierda donde se encontró con un columpio para dos, blanco y de hierro forjado, en el que estaba sentado un caballero de piel clara, fornido y con cabello castaño claro, y que Luciana presentaba a Kill.
–El es Sir Hutcherson –este caballero se puso de pie, se giró y mostró su diestra en saludo cordial. Una sonrisa amplia y perfecta dibujada en sus labios demostraba seguridad y mucha confianza en sí mismo, así como el apretón de manos fuerte y firme que indicaba honestidad y control.
Killenton, frente a este rival tenía las de perder. A no ser que contáramos el prontuario de asesinatos parentales, el garfio y la pistola colgada de su hombro, ya que ser competencia de alguien tan poderoso moralmente, alguien que aparenta no ser puro dinero es un trabajo agotador físicamente e intelectualmente. Las tretas a emplear debían ser ejemplos para cualquier otro simple mortal… por suerte, Luciana sentía hacia Kill cierta empatía que parecía ser superior a la aplicada a su prometido.
–Killenton Bourg –le respondió este.
–Es un gusto. Luciana me ha comentado que es alguien más tierno que lo que exhibe la armadura –apuntó la máscara.
–Quizá ella saque ese lado de mí, que es diferente. Hace mucho tiempo que no me comporto de estas maneras tan cordiales.
–Debes de ser de esas personas que tomas lo que quieres y corres –rió amplio y gracioso. –Poco deben importante los sentimientos ajenos.
–Es probable –dijo Kill con desdén y realmente era así.
–Luciana me pidió que te conociera para pensar la posibilidad de que seas invitado a la magna y suprema celebración de nuestra boda… ¿estaría eso entre sus planes? –al decirle esto Sir Hutcherson, Kill estrujó el capullo de rosa que estaba escondido en su mano.
–No realmente, no me gustan las bodas. De todos modos agradezco la molestia de tomarme en cuenta para su boda, en especial a ti Luciana –inclinó la cabeza hacia ella.
–No seas tímido. Acompáñanos. Todos amamos las bodas –continuó ella.
–Sobre todo tú. Tu, la que me dijo que se casaría con un deje de pena en la voz… –antes de terminar la frase ya Luciana le estaba cortando la lengua con la mirada.
–Créanme, no era lo que parecía. Tiene una graciosa historia que espero poder contársela a mis nietos –rió ella y extendió el abanico.
–Y espero poder estar contigo para ese momento –Sir Hutcherson tomó por la cintura a Luciana y buscó sus labios para besarla pero ella evadió esa muestra de afecto. Con ello Kill se confundía y esperanzaba, quería creer que él era la razón para no recibir los besos de su prometido o tal vez que ella nunca ha amado a este señor tan cariñoso y seguro.