Atrapar al Vecino {Joe Jonas}

mato a la rayis..
es una tarada..siguela

ohhhhhhhhhhh por dios me exasperaaa!!!!!!! para ser tan inteligente es muy TONTAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!! cielos me dan ganas de golpearlaa!!!!!
me encanta la nove!!! por cierto nueva lectora!!!!!

Que tonta!como pudo haber hecho eso,la mato la mato
Maratón, Maratón.

ya sirve el foro cuando la vas a seguir di que pronto siiiiiii???? jejeje

sigue porfa

siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

:(

NUEVA LECTORA! bueno en realidad la leo hace mucho pero recien ahora me registre :P segiila!!!

quiero cap!!!!!

:(

Capítulo 10
VAYA, esta mañana estás espléndido. Estaba deseando regresar al trabajo, pero Joe había olvidado que además de a la reconfortante rutina de vuelo, tendría que enfrentarse también a Lisa.
—Me duele la cabeza —gruñó.
Y era en parte cierto, aunque el dolor de su mente era mucho más insoportable.
Lisa se colocó en el lugar que solía ocupar delante del espejo y comenzó a arreglarse el cabello.
— Y tu dolor de cabeza no se llamará _______, por casualidad...
Joe soltó un bufido afirmativo. Si hubiera sido bebedor, en aquel momento tendría en la mano una botella de cualquier cosa. Pero en su lugar solo tenía un vaso de cartón de aquel espantoso café de máquina. Eso sí, se lo había bebido de un trago, en lugar de cumplir con su ritual masoquista de darle un sorbo antes de arrojarlo a la basura.
—Tienes un aspecto espantoso, Joe. ¿Me equivoco, o nuestra alienígena particular has estado jugando otra vez con tu cerebro?
—Así es —contestó él secamente mientras se llevaba a los labios el vaso de cartón vacío.
Por lo menos, podría ofrecerle a Lisa la imagen de un hombre desesperado. Necesitaba sentir la simpatía de alguien. Y para qué engañarse, tampoco le haría ascos a la piedad. El cielo sabía que se merecía ambas cosas.
—A ver qué te parece esto... quiere que tú y yo vivamos felices para siempre.
—¿Tú y yo? —preguntó Lisa asombrada soltando una carcajada—. Por mucho que adore tu encantadora personalidad y tu maravilloso cuerpo, tengo otros planes para el resto de mi vida... planes que puede que incluyan a cierto biólogo que seguro que oculta a un hombre de pelo en pecho bajo aquellas gafas y aquella bata blanca...
—¿William? Ni se te ocurra, Lisa. Seguro que te obligará a practicar miles de posturas solo para ver qué sientes y anotarlo en su cuaderno de observaciones... Hazme caso, te lo digo por experiencia.
Lisa le arrebató la taza vacía de las manos, la arrugó y la arrojó a la papelera.
—Deja de sentir lástima de ti mismo, Joe —le espetó con los brazos en jarras—. Lo que tienes que hacer es enfrentarte a _______ en su propio terreno.
Lisa sacó una agenda de su bolso y la estampó con fuerza en la pierna de Joe.
— ¡Ay! —protestó él componiendo una mueca de dolor—. ¿Por qué has hecho eso? ¿Es que no estoy sufriendo ya bastante?
—No hagas nada que le pueda hacer creer a _______ que te has rendido. Es mejor que la mantengas con la intriga. Siéntate derecho, que parezcas seguro de ti mismo, y envía ondas de masculinidad y autoconfianza —concluyó Lisa guiñándole un ojo—. Y por supuesto, tienes que intentar parecer sexy mientras haces todo eso.
Joe entornó los ojos de la manera más amenazadora de la que fue capaz, enviando ondas de masculino enfado mientras se frotaba la pierna. Solo había una mano femenina que le gustaría tener sobre el muslo, y desde luego no era la de Lisa.
—Bueno, ¿quieres que te ayude, o no? —preguntó ella mirándolo de frente sin sentirse en absoluto intimidada.
—Supongo que no tengo elección —murmuró Joe—. Lo cierto es que ya no puedo perder nada más. ¿De verdad tienes un plan?
—Sí —contestó Lisa abriendo la agenda y sacando un bolígrafo de su interior—. Dime todas los argumentos que _______ ha esgrimido para apartarte de su lado.
— ¿De cuánto tiempo dispones? —preguntó Joe poniendo los ojos en blanco.
—¿Tantos han sido?
—Veamos —dijo él enumerando con los dedos de la mano—. Primero: ella me quiere y yo la quiero, pero eso es irrelevante y lo superaremos, porque el amor es solo una reacción química y bla, bla, bla. Ya te haces una idea, lo típico de _______. Segundo: arruinará mi vida, porque no es doña normal. Tercero: piensa que a estas alturas tú y yo estaríamos felizmente casados y tendríamos dos hijos y medio si ella no se hubiera quedado dormida en mi casa el día de nuestra cita. Cuarto: algo relacionado con que nuestros hijos salieran a ella, lo que al parecer sería un desastre. Quinto: yo me traslado. Da igual que le haya dicho que prefiero quedarme con ella aunque sea en el lugar más inhóspito de la Tierra. Y por último mencionó algo sobre su miedo a volar. No me preguntes por qué tiene que ser eso un obstáculo insalvable. Supongo que es algo que solo puede comprender la gente capaz de entender la teoría de la relatividad en una primera lectura.
—Muy bien —contestó Lisa levantando la vista sin dejar de escribir—. ¿Eso es todo, o te has parado solo para tomar aire?
—Creo que está todo. Ya sabes que es difícil seguir el ritmo de los razonamientos de _______.
—Este es el plan: vamos a rebatirle todos sus argumentos. Y luego vas a lanzarle una mirada arrebatadora con esos ojazos azules que tienes, y una sonrisa adorable y esperanzadora. La doctora _______ será incapaz de resistirse a tanto encanto —concluyó Lisa con una sonrisa mientras le daba la vuelta al diario para enseñárselo.
Había escrito cada línea de ataque en tinta verde, con una casilla vacía al lado de cada una.
Joe contempló fijamente la lista y las casillas vacías, y dibujó en su mente una interminable fila de obstáculos que se extendía hasta el horizonte.
—Cuando dijiste hace tiempo que querías verme de rodillas, hablabas en serio, ¿verdad? — murmuró algo mareado.
—Ni lo dudes, querido. Y levanta ese ánimo. Venceremos.
—No lo tengo tan claro. Quiero pensar que mi último ataque fue de lo más duro.
— Está claro que no lo suficiente —bromeó Lisa—. _______ piensa de verdad que tú y yo deberíamos estar juntos. ¿No te parece ridículo?
Joe no pudo evitar preguntarse si debería tomarse aquel comentario como algo personal, pero decidió no hacerlo.
—¿De verdad vas a lanzarte sobre el pobre William?
—¿Ahora es el pobre William? La última vez me pareció que querías tumbarlo en el suelo de un puñetazo.
—Eso fue cuando pensaba que tenía intenciones con _______ —comentó Joe distraídamente hasta que un pensamiento le nubló la mente—. Espera un momento... _______... William... compatibilidad... investigación...
—Ella no se atreverá —aseguró Lisa, entendiendo al instante el significado de aquellas palabras inconexas.
—Seguro que sí —aseguró Joe con una mueca—. Aunque solo sea para librarse de mí. _______ no sabe que estás interesada de verdad en él, ¿verdad?
—¡El rarito es mío! —exclamó Lisa precipitándose hacia el teléfono público que había en la sala—. Voy a llamar a alguien para que me sustituya. Tú y yo no podemos volar hacia otro continente dejando a esos dos a solas. ¡Ni hablar!
Joe se pasó la mano por el pelo, giró sobre sus talones y salió al pasillo a toda prisa en busca de otro teléfono. Suplicaría, amenazaría, haría lo que hiciera falta para librarse de aquel vuelo. William podría convertirse en la boca que Lisa necesitaba. Joe soltó una palabrota mientras marcaba los números. Más le valdría no serlo, si quería conservar los dientes.
Dos cabezas oscuras contemplaban juntas una jaula con un ratón dentro cuando Lisa y Joe irrumpieron en la estancia como dos elefantes de carga vestidos con el uniforme de una compañía aérea.
—¿Joe? ¿Lisa? ¿Qué estáis haciendo aquí? — preguntó una de las cabezas, sorprendida.
En la voz de _______ no había nada más que sorpresa. Ni culpa, ni irritación porque la hubieran interrumpida. Joe y Lisa se miraron, miraron luego a ambos científicos, y a continuación al numeroso grupo de estudiantes que los observaban fijamente.
Joe se apoyó en la puerta, y decidió para sus adentros que lo mejor habría sido no levantarse de la cama aquella mañana.
—¡Hola! —exclamó Lisa—. Se nos ocurrió pasar por aquí y venir a haceros una visita.
_______ no se creyó ni una palabra, como era de esperar. Ni los chimpancés se creerían semejante historia.
—¿A las nueve de la mañana? —preguntó con incredulidad—. ¿Y en uniforme? ¿No se supone que tendríais que estar camino de Europa?
Joe decidió continuar haciéndole compañía a la puerta, y se negó a cruzar los ojos con la mirada implorante de Lisa. Podía arreglárselas sola. Era mucho mejor inventado excusas para los comportamientos ridículos que él.
—Sí, así era. Pero ya no nos vamos. Han cancelado el vuelo.
—¿Porqué?
—Bueno, ya sabes —contestó Lisa encogiéndose de hombros—. Por una de esas cosas que hacen que se cancelen vuelos... por ejemplo, el tiempo.
Joe puso los ojos en blanco. ¿El tiempo? El clima era excelente, y probablemente no era muy buena idea insultar la inteligencia de aquel par de batas blancas.
—Una amenaza de bomba —dijo entonces él—. Probablemente se trataría de una falsa alarma, pero aun así tenían que comprobarlo.
—¿Amenaza de bomba? —repitió _______ palideciendo—. ¡Oh, Dios mío...!
—No era una amenaza real, _______ —la tranquilizó Lisa dirigiéndole a Joe una mirada asesina—. Se trataba solo de una broma estúpida, nada de qué preocuparse. Y bueno, lo cierto es que... —comenzó a decir mientras agarraba a William del brazo—, hemos venido para pediros una doble cita.
William se dio la vuelta para salir corriendo, pero Lisa estaba firmemente sujeta a su brazo, y lo obligó a permanecer donde estaba. La operación tuvo éxito porque en la esquina en la que estaban era imposible avanzar más de un metro.
—¿Una doble cita? —preguntó _______ mirando a las tres personas que tenía delante y al grupo de estudiantes que contemplaba la escena con expresión fascinada—. ¿Y cómo serían las parejas?
—¿Qué más da? Iremos los cuatro juntos. Será divertido.
Joe se dio cuenta de que _______ lo miraba primero a él y luego a Lisa, y supo exactamente lo que estaba pensando.
—¿Y por qué no salís Joe y tú a solas? —sugirió esperanzada.
—Porque entonces no sería una doble cita, boba —replicó Lisa poniendo los ojos en blanco—. Se necesitan cuatro personas. Ya sabes, dos veces dos.
William soltó una tosecilla educada ante las nociones de Lisa en Matemática Avanzada.
—No contéis conmigo. Estoy ocupado. Lo siento.
—Tonterías —aseguró Lisa—. _______, ¿tú no eres su jefa, o algo por el estilo? Dile que tiene que venir.
—¿No te importa, William? —le preguntó _______ mordiéndose el labio inferior—. Seguro que será muy divertido.
—Lo dudo —protestó él.
_______ lo separó un poco del grupo y, para horror de Joe, le murmuró algo al oído. William pareció dudar durante un instante y luego asintió a regañadientes. _______ se volvió hacia ellos con una sonrisa.
—Muy bien. Tengamos una doble cita.
Los estudiantes rompieron a aplaudir.
La doble cita fue una mezcla de fracaso y desastre.
Joe y _______ permanecieron en silencio, mientras Lisa y William intercambiaban comentarios, algunos ingeniosos y otros no tanto. Descubrieron que _______ había convencido a William que acudiera a la cita a cambio de limpiar en su lugar la jaula de los chimpancés.
Joe pensó con ironía en las cosas que se podían llegar a hacer para unir a una pareja. En su intento de que él y Lisa estuvieran juntos, _______ señaló en repetidas ocasiones la cantidad de cosas que tenían en común. Incluso había intentado que ambos fueran juntos a la pista de baile. Al menos, Joe tenía a Lisa de su parte. Estaba tan claro que su amiga estaba detrás de William, que a _______ no se le ocurriría acercarse a él con ninguna intención extraña.
—¿Sabes qué, Joe? —comentó _______ inclinándose hacia él y señalando a Lisa por enésima vez aquella noche—. A Lisa tampoco le gustan mucho los gatos. Ella es más de perros.
Hasta ahí habían llegado.
Joe se puso en pie y agarró a _______ por la muñeca.
—Venga, genio. Vamos a bailar.
No hizo caso a sus protestas. Sabía que ella se dejaría arrastrar a la pista de baile antes que permitir que Joe montara una escena. Una vez allí, él le rodeó la cintura con los brazos y la atrajo hacia sí, aunque la canción que sonaba no fuera exactamente una balada.
En un principio _______ estaba tensa entre sus brazos, pero luego apoyó la cabeza sobre su hombro y Joe estuvo a punto de derretirse. Comenzó a moverse despacio, encantado de sentirla más o menos relajada entre sus brazos.
—Esto no va a funcionar, _______ —le susurró suavemente al oído—. Lisa y yo no estaremos juntos nunca. Y además, ella ha puesto los ojos en otra persona —concluyó girando para que les quedara a la vista su mesa.
—Ya me he dado cuenta. Lo siento —dijo _______ dándole unas palmaditas en el hombro—. Encontrarás a otra persona, Joe. Sé que lo harás.
—Ya he encontrado a alguien. A ti.
_______ permaneció en silencio.
—No voy a marcharme, _______. No me trasladaré a Florida a menos que tú vengas conmigo.
—No me hagas esto, Joe —protestó ella empujándolo ligeramente—. No voy a cambiar de opinión.
Y dicho aquello, salió de la pista con la cabeza agachada y se dirigió hacia la mesa.
Joe fue detrás de ella, sintiéndose muy desgraciado. Era el momento de irse a casa. Tenía un último plan, aunque no fuera muy sofisticado. Dejaría a William y a Lisa y luego trataría de convencer a _______ utilizando la lista de consejos de Lisa. Sería un último intento de despertar su conciencia.
—Ha sido divertido —dijo Lisa desde la parte trasera del coche—. Deberíamos repetirlo en alguna ocasión.
Se escuchó el sonido de un beso sonoro y Joe miró a través del espejo retrovisor justo a tiempo para ver a William frotarse la marca de carmín de la mejilla con la expresión de un niño pequeño al que acabara de besarlo por sorpresa una tía abuela demasiado afectuosa. Joe almacenó aquella imagen en su cerebro. Tal vez sería capaz de reírse de ello dentro de diez años.
Luego dejaron a William, y se hizo el silencio en el coche mientras ambos regresaban a casa. Normalmente, Joe paraba el coche en la puerta de _______ y la veía entrar antes de aparcar en su propia casa. Pero esta vez pasó de largo y no se detuvo hasta llegar a su garaje, bloqueando así cualquier vía de escape que a ella se le pudiera ocurrir. Joe se bajó del coche y le abrió la puerta del copiloto.
—Debería irme, Joe.
—Antes tenemos que hablar.
¿Dónde estaba la nota que le había escrito Lisa? Le sudaban las manos. Aquello era muy importante. Tal vez era la última oportunidad que tenía de convencer a _______. Buscó cualquier excusa para entrar solo en la cocina y comenzó a rebuscarse en los bolsillos hasta que encontró la lista. La leyó detenidamente un instante, la memorizó, y la colocó encima de la nevera después de arrugarla.
«Tienes que parecer sexy», había escrito Lisa al lado del dibujo de una cara sonriente. Al menos había alguien que se estaba divirtiendo con todo aquello. Joe dejó escapar un suspiro de frustración. ¿Parecer sexy? ¿Qué tenía que hacer un hombre para parecer sexy? Se le ocurrían algunas ideas en el caso de las mujeres, pero no tenía muy claro que semejantes trucos sirvieran para convencer a _______ de que él era una parte indispensable de su vida.
Aunque le funcionara la seducción, solo conseguiría convencer a _______ mientras estuviera en posición horizontal, pero volvería a sus trece en cuanto se incorporara de nuevo.
Joe agarró la nota de encima de la nevera y volvió a leerla. Podría intentarlo. Una nueva tentativa no lo perjudicaría.
Una hora más tarde estaba sentado de nuevo en la cocina sacando unos refrescos de la nevera. No había conseguido nada. Ella ni siquiera se lo había pensado. Joe se sentía absolutamente impotente cuando regresó al salón y le pasó una lata a _______.
—¿No hay nada que pueda hacer o decir que te haga cambiar de opinión?
_______ se pasó la lata de refresco frío por la mejilla y negó con la cabeza sin mirarlo a los ojos. Parecía sentirse muy desgraciada. Ese era el aspecto que había tenido durante toda la noche, pero lo cierto era que lo amaba. No había negado que lo amara. Aquella era la única cosa positiva de toda la velada.
Joe abrió la boca para decir algo, pero volvió a cerrarla al instante. Ya había recitado todos los argumentos posibles al menos dos veces, y había intentado todas las variantes del chantaje emocional. Debería haberlo imaginado. Conocía a _______ de toda la vida, y sabía de sobra que una vez que tomaba una decisión, nada podría hacerla cambiar de opinión.
Ni siquiera los planes de Lisa. Joe se dejó caer sobre el sofá sintiéndose absolutamente fracasado, aunque continuaba escuchando en su cabeza el eco de las palabras de la madre de _______: «no dejes que te aparte de su lado».
—¿Cómo que no funcionó?
Joe sacudió la cabeza en señal de negación.
— Dios mío. Es más tozuda de lo que nunca hubiera imaginado —murmuró Lisa para sí misma—. Pero tengo otra idea. Y lo bueno es que mi nuevo plan incluye la participación de mi amado.
—¿Y cómo vas a convencer al pobre William para que se involucre en una cosa así?
Estaba comenzando a sentir simpatía por William. Por suerte, el compañero de _______ parecía defenderse muy bien de los ataques de Lisa.
—¿Qué tal se te da la Geometría? —preguntó su amiga componiendo una mueca.
—¿Es que vamos a calcular cuánto tardaremos en salir de este lío? —contestó Joe con acidez.
—No. Vamos a utilizar a Sine y a Cosine para crear una bonita ecuación.
—Procura no utilizar metáforas matemáticas, Lisa —gruñó Joe—. No te pegan nada.
—Tú nunca me has valorado. Por eso nunca llegué a adivinar si besabas bien. Preferí dejarle a _______ esa tarea —aseguró Lisa blandiendo un dedo hacia la boca abierta de Joe —. Y ahora, deja de criticarme y escucha: tengo un plan infalible. Ya sabes que tu _______ es una romántica. Vamos a aprovecharnos de ello.
—¿Cómo? ¡Ni se te ocurra! ¡No puedes separar a los chimpancés! —protestó _______ mirando a William fijamente.
—A mí tampoco me gusta hacerlo, _______, pero no tenemos elección. Tenemos que mandar a Sine de regreso —aseguró William encogiéndose de hombros mientras le daba la espalda para mirar algo en el monitor—. Tenías razón, están enamorados, o el equivalente al amor en el mundo chimpancé. Solo piensan el uno en el otro y no se concentran en sus tareas. Es imposible trabajar con ellos así.
— ¡No! —suplicó _______ casi sollozando —. ¡Acaban de reencontrarse! Vamos a dejarles estar juntos. No es justo que los separemos. ¡Míralos!
En el interior de la inmensa jaula, Sine y Cosine estaban abrazados el uno al otro mientras observaba con sus enormes ojos bien abiertos a aquellos seres humanos de bata blanca. _______ creyó ver lágrimas en aquellos ojos, lágrimas que estaban a punto de resbalarles por las peludas mejillas.
—No podemos hacerles esto —murmuró _______ entre dientes.
Observó fijamente a los chimpancés durante un instante y casi pudo sentir cómo se derrumbaban los ladrillos de la pared que tenía en su mente, transformando lo que había sido un muro inalcanzable en una cómoda escalera de caracol.
¿En qué había estado pensando? Había sido una locura apartar a Joe de su lado por culpa de sus propios miedos e inseguridades. Era absurdo, porque Joe sabía todo lo que había que saber sobre ella, y siempre la había aceptado. Joe la quería tal y como era.
—¡Oh... Joe! —susurró mirando el reloj mientras repasaba mentalmente el plan de vuelo de Joe—. William, tengo que irme. Prométeme que no tomarás ninguna decisión respecto a los chimpancés hasta que volvamos a hablar, ¿de acuerdo?
—Vale —aseguró su compañero—. Puedo esperar. Pero no tardes demasiado.
—Gracias, William. Tengo que ir a ver a Joe. He sido una estúpida —aseguró mientras se quitaba a toda prisa la bata y la dejaba colgada del respaldo de una silla.
No, no tardaría demasiado. Tendría suerte si no llegaba ya demasiado tarde.
Una vez fuera, _______ se subió a su bicicleta y pedaleó con todas sus fuerzas mientras recorría a toda prisa las calles. Un millón de sensaciones inundaban su cabeza: arrepentimiento, miedo, esperanza, felicidad...
Con la respiración entrecortada por su alocada carrera, _______ dejó la bici aparcada en la hierba frente a la casa de Joe. Tras una pequeña lucha con su conciencia, abrió con la llave que todavía tenía en su poder. No quería encontrarse con él en el umbral de la puerta. Quería verlo dentro.
Joe estaba sentado en el sofá del salón, con el mando a distancia de la televisión en una mano mientras veía una serie.
—Hola, Joe —lo saludó _______ desde la puerta dudando un instante antes de avanzar lentamente hacia él—. Estás aquí.
—¿Y dónde iba a estar, _______? —replicó él en tono educado pero ligeramente sarcástico—. ¿Eligiendo con Lisa nombres para nuestro bebé?
_______ se sentó a su lado y le tomó de la mano con cierta timidez.
—Me encantan tus manos, Joe. Son tan grandes que deberían ser torpes, y sin embargo son suaves y delicadas —comenzó a decir mientras levantaba la vista para mirarlo a los ojos—. Yo no soy suave ni delicada, Joe. Siempre estoy metiendo la pata y tomando decisiones totalmente equivocadas.
—No podría estar más de acuerdo —murmuró él—. Una de esas absurdas decisiones ha estado a punto de arruinar nuestras vidas. Anda, ven aquí —concluyó atrayéndola hacia sí y sentándola en su regazo.
—Te quiero, Joe —confesó _______ mientras él la acariciaba dulcemente como si fuera un gatito—. He sido una estúpida, y me he comportado de manera muy cruel contigo y conmigo.
— Yo también te quiero, _______.
Así de simple. Durante un instante ella se sintió absolutamente feliz, pero luego recordó que no le había explicado todo a Joe. Levantó la cabeza y lo miró a los ojos. Estaba sonriendo. _______ sonrió a su vez y volvió a hundir la cabeza en su pecho. Le encantaba sentir su cuerpo bajo el suyo, y el calor de las manos de Joe recorriendo su espalda. Tal vez no hacía falta explicar nada más.
—¿Has ido a ver a Sine y a Cosine, _______?
—¿Cómo lo sabes? —preguntó ella mirándolo con estupefacción.
—Nuestros amigos pensaron que ese par de chimpancés servirían para que entraras en razón —contestó Joe con una mueca.
—Tendría que habérmelo imaginado —dijo ella soltando una carcajada.
Joe le sonrió con ternura, y _______ sintió que el corazón se le retorcía de amor hasta chocar casi con el hígado.
—Joe.
—Dime, _______.
El sonido de la voz de _______ era una mezcla de disculpa y anhelo. Con eso le dijo todo lo que él necesitaba saber, pero se mantuvo expectante para escuchar lo que ella quería decirle.
—Joe... cuando me miras así haces que se me derrita el cerebro.
—Me encanta tu cerebro, _______ —musitó él, halagado de saber que provocaba ese efecto en ella—. Me encanta derretido y sin derretir... Pero no llores, por favor —le dijo al ver que la ternura de sus palabras le estaba provocando lágrimas de emoción.
—Lo siento, no puedo evitarlo —contestó ella entre sollozos—. Debe tratarse de algo biológico, esto del amor se está mezclando con mis hormonas, y seguro que me está causando males mayores en la corteza cerebral —aseguró entre hipidos—. Puede que el proceso sea irreversible.
—¿De verdad? —respondió Joe besándola en a frente—. Eso suena muy romántico. Imagínate, un hombre y una mujer flotando sobre nubes rosas de felicidad mientras se provocan el uno al otro daños irreversibles en el cerebro...
_______ soltó una risa nerviosa mientras se secaba las lágrimas con el dorso de la mano. Levantó los ojos para mirarlo. Joe se sintió invadido por a alegría. Ella tenía el rostro húmedo, pero se estaba riendo. Llevaba mucho tiempo sin escuchar aquel sonido.
—Cuando entraste con Lisa en el laboratorio vestido de uniforme estabas irresistible —confesó _______—. Me dieron ganas de lanzarme corriendo tus brazos.
—Creo que tienes una fijación con los uniformes, _______ —aseguró Joe con una mueca.
Ella se sonrojó, y Joe no pudo resistir la tentación de besarle aquellas mejillas de grana. _______ bajó la cabeza de la manera en que siempre solía hacer cuando se sumía en sus pensamientos.
—Tú también tienes una fijación fetichista, Joe.
—¿De verdad? Creo que no —replicó él abrazándola con más fuerza—. A no ser que te refieras a ti misma. Tú eres mi fetiche.
—No, no me refiero a mí —contestó _______ con una sonrisa—. Inténtalo de nuevo.
Joe pensó y pensó, y cuanto más pensaba, más sonreía ella.
—De acuerdo —murmuró él finalmente—. Lo admito. Tengo una cierta fijación con tu bata de laboratorio. ¿Cómo lo has sabido?
—¿Lo dices de verdad? —preguntó _______ con un risita—. No me refería a eso...
—¿Cómo? —gruñó él con el ceño fruncido—. ¿Quieres decir que he confesado para nada?
— Yo no diría que ha sido en balde. Mañana traeré mi bata blanca para que puedas jugar con ella.
—No quiero jugar con ella. Quiero jugar contigo dentro de ella. Y con nada más debajo.
—Por mí vale —contestó _______ con una mueca.
—¿Pero cuál es el otro fetiche que crees que tengo?
_______ se incorporó y dio unos pasos atrás. Luego se puso las manos en los bolsillos traseros y por primera vez, Joe se sintió cómodo devorándola con la mirada.
—¿Lo ves? Tienes una fijación con esta postura.
—Bueno, pero yo no lo llamaría exactamente un fetiche —se defendió Joe, sintiéndose como si lo hubieran pillado con las manos en la masa.
—Lisa me dijo que no podrías resistirte si me ponía así —aseguró _______ mientras daba una vuelta en círculo manteniendo la postura.
—¿Eso dijo?
—Dijo que te quedarías atontado y que yo podría utilizarlo a mi favor.
—¿Te he hablado de mi plan de arrojar a Lisa por la ventanilla del avión en nuestro próximo vuelo? —preguntó Joe levantando un dedo.
—Pero con paracaídas, ¿no?
—No haría falta. Seguro que engatusaría a algún pájaro para que la llevara volando hasta abajo.
—Lisa es muy simpática. A ti te cae bien, ¿verdad?
—Me caería mucho mejor si tú dejaras de intentar casarnos.
—Aquello fue un poco estúpido por mi parte.
—¿Solo un poco?
—De acuerdo, fue muy estúpido.
—Y ahora, ¿podemos dejar de hablar de Lisa y hablar de nosotros?
—De acuerdo —contestó _______ con voz mimosa mientras se sentaba de nuevo en su regazo.
Le echó los brazos alrededor del cuello, y el reflejo de su mirada hizo desaparecer cualquier necesidad que Joe tuviera de hablar.
—Pasemos a otra fase. ¿Podemos dejar de hablar y hacer algo más interesante?
—¿Algo relacionado conmigo y mi bata de laboratorio?
—Por ejemplo... pero, ¿sabes qué otro fetiche tengo?
—No.
—Tú con un vestido de novia.
—¿Es un simple comentario, o me estás haciendo una proposición? —preguntó _______ abriendo los ojos como platos.
—Estoy preparando el terreno para pedírtelo.
—Muy bien —respondió ella sintiéndose más tranquila—. Pues pídemelo.
—¿Me prometes que vas a decir que sí?
—No me lo has pedido todavía.
—No te lo voy a pedir hasta que me prometas que vas a contestar que sí.
—De acuerdo, lo prometo.
Durante unos instantes no se escuchó ninguna palabra mientras sus bocas se manifestaban su amor de otra manera.
—¿Y qué pasa con la petición, Joe?
—Estoy intentando llegar a ese punto.
—Pues siento decirte esto, Joe, pero no creo que llegues por este camino.
—No estés tan segura. Allí hay muchos tesoros ocultos. Lo sé porque ya he estado antes.
— ¡Joe! —protestó _______ apartándole las manos y estirándose la ropa mientras se incorporaba—. No voy a permitir que me pidas en matrimonio medio desnuda. ¿Qué pensarían nuestros nietos?
Joe aceptó de buena gana su súbito pudor y se limitó a abrazarla.
—Nietos... me gusta esa palabra —aseguró mientras la besaba en la mejilla—. ¿Cuántos hijos vamos a tener?
—Ni uno solo hasta que no me pidas la mano.
—Eres una mandona —protestó él—. ¿Me prometes que vas a aceptar?
—Te lo prometo.
—En ese caso...
Joe se dejó caer del sofá y se puso de rodillas en el suelo, agarrando uno de los tobillos de _______. Era estrecho y suave, y cabía perfectamente en la palma de su mano. Joe luchó contra el súbito deseo de morderlo. Pero primero tenía que pedirle la mano.
—Te quiero, _______. ¿Quieres casarte conmigo?
Ella le echó los brazos al cuello y lo abrazó con tanta fuerza contra el pecho que Joe apenas podía respirar.
—¡ Oh, Joe, gracias! Ha sido precioso.
—No me has contestado —protestó él.
—Sí —susurró _______ mientras comenzaba a desabrocharle los botones de la camisa—. Sí, sí y sí. Y ahora, ensayemos nuestra noche de bodas. Tengo algunas ideas.
—¿Algo que Lisa haya sugerido? —preguntó Joe con desconfianza mientras ella le quitaba la camisa.
—No —contestó _______ con una sonrisa que iluminó toda la estancia—. Algo que he leído.
Joe comenzó a besarla por el vientre y por el pecho, y luego continuó por el cuello hasta la frente mientras se subía de nuevo al sofá.
—¿Algo que está a la vanguardia de la ciencia? —preguntó él esperanzado.
—Totalmente. Investigación de última generación.
—Estoy intrigado.
—Bien. Porque tengo la intención de hacer un estudio sobre la materia —aseguró Sarán subiéndose encima de él y manejando las extremidades de ambos hasta alcanzar una posición ridícula.
Cielo santo, cómo amaba a aquella criatura tan loca.
—Veras, _______... no es que quiera quejarme, ni nada parecido, pero, ¿qué estamos haciendo exactamente?
—La postura número noventa y tres, por supuesto —aseguró ella ladeando la cabeza mientras lo miraba con una sonrisa—. Solo que con la ropa puesta.

Fin

Jajaja la rayis si es loca...
Por fin se dio cuenta que tenían que estar juntos
no puedo creer que se haya acabado tiene que ser mentira...
:'(
Me gusto mucho la nove ojala subas otra pronto

me encanto!!!
amo a este hombre en todos los sentidos
simplemente es perfecto!!!!!!

ya se termino????
menos mal q la rayis se dio cuenta q tenian q estar juntos.
gracias x subirla

:(