Cuando la marea baje

Cuando la marea baje.

Esa fue la promesa que lo originó todo, la de la última carta que respondió antes de que entrar en una nube de desasosiego y pruebas del destino hasta llegar a su paradero. Todo sin respuestas, aferrándose a aquellas palabras como si les fuera la vida en ello. Unas palabras apenas legibles telegrafiadas por alguien que respondía el teléfono, la posibilidad de encontrar un nuevo lugar llamado hogar.

A finales de junio llegaron a la isla, donde pudieron disfrutar de la brisa y el agua del mar. Curarse las heridas con sal, seguir escribiendo todos los días, bajando al pueblo y esperando respuestas, que nunca llegaban. Cuando acabó la batalla y las tropas se dispersaron y empezaron a llegar supervivientes creyeron que por fin, volverían a verla. Sin embargo no fue así, con el calor intenso del verano tan solo aparecieron luciérnagas que brillaban en la noche. Algunos turistas locales que aún tenían deseos de seguir viajando, y nuevos trabajadores que estudiaban cerca.

Élise empezó a leer las listas de desaparecidos y fallecidos, cada vez que iba a recoger el periódico para el hostal. Cada vez que trazaba los nombres con su dedo su pulso se ralentizaba, sin embargo nunca lograba leer su nombre. Lo cual le daba esperanza en vano y seguía haciéndola despertar día tras día.

Después del primer mes, con la venida de más gente y la falta de personal Élise y su hermano empezaron a trabajar para la dueña, pues no podían pagarle de otra forma así que lo hicieron a mano de obra. Julien se ocupaba de revisar que su hermana lo hiciera todo a tiempo, y le ayudaba a preparar las habitaciones y la mesa del comedor. Cuando el curso escolar inició, inscribieron al pequeño para que siguiera yendo a la escuela, mientras Élise siguió trabajando para mantenerlos.

Llegó el invierno, aun que en aquél lugar se veía cubierto por tormentas y vientos que te hiela hasta los huesos. Las navidades estaban a la vuelta de la esquina, y las familias parecían empezar a volver a reunirse para pasar las fiestas en familia. Ninguno de los dos decían nada, trataban de calmarse en silencio el uno al otro, al fin y al cabo al menos estaban juntos.

El veinticinco de diciembre Julien despertó a Élise saltando en su cama, alegando que Père Noël había dejado un regalo para ellos en el árbol del comedor general. Al bajar, la joven se topó con una caja que ponía su nombre, eran unas botas para el invierno, ella dio las gracias cruzando la mirada con su jefa. El pequeño recibió un par de guantes y una bufanda para poder seguir jugando fuera sin problemas por el frío, él le enseñó los guantes de colores con una alegría propia de un niño y la joven volvió a sentir aquél calor interno de felicidad al ver al joven sonreír de nuevo.

—Mariane me ha dicho que esta noche habrá una lluvia de estrellas —le anunció Élise a su hermano— ¿Quieres que la veamos?
— ¡Si!, en clase hemos hablado de eso, se llaman meteoros.
— Si sigues estudiando así acabarás siendo tan listo como papá.
— No se si llegaré a ser tan listo, hay cosas que no entiendo como la raíz cuadrada. —le respondió el con pura inocencia, a lo que ella no pudo evitar reírse.

A anochecer ambos se abrigaron como pudieron, cogieron unas mantas y algo de chocolate caliente de la reserva privada de Ruby, y subieron a la terraza para tratar de contemplar el escenario galáctico. Se dejaron caer sobre la barandilla, esperando a ver el espectáculo de luces, como cuando eran pequeños y veían los fuegos artificiales.

Sin previo aviso, se entre los pequeños destellos del cielo azul profundo unas estelas empezaron a aparecer y pronto empezaron a ladear horizontal mente. Parecían fragmentos de luces caídos del cielo, y se dejaron impregnar por su belleza, hacía tiempo que no veían nada así.

— ¡Julien corre, pide un deseo!

— ¿Para qué? Ya lo hago todas las noches a las estrellas pero nunca se cumple.

— Tal vez sea por eso, yo nunca pido nada, ¿quieres que pruebe? —el niño rubio siguió con el ceño fruncido, sin apartar la mirada del cielo.— ¿Quieres que pida que baje la marea?

— Ya no creo en nada de eso.

— Entonces lo haré sola —dijo la joven con seguridad y mirando la huella de partículas luminosas que había dejado el meteoro.

Cuando sus ojos se cruzaron con el rastro de estelas dejó caer sus parpados, entre su mente dispersa empezó a generar una idea, imposible de ser concedida por los dioses se dejó llevar por la imaginación como si fuera una niña. Se reencontró con aquél rostro amable y familiar que le calmaba por las noches de tormenta, quien le enseñó a leer y escribir, que se llevó el viento como si fuera una hoja de otoño.

« Ojalá baje la marea » manifestó en su cabeza. « Por favor, que baje la marea. » Volvió a repetir en el código secreto que su hermano y ella habían ideado. « Quiero que baje la marea » Repitió una tercera vez cerrando sus ojos con todas sus fuerzas, dejando que las lágrimas recogidas salieran ante aquél deseo rompiéndose ante la idea de pasar el invierno alejada de ella.

Julien al oírla sollozar se acercó hasta su hermana y la arropó en sus brazos delgados, Élise al reconocer el cuerpo de su hermano lo cogió y lo abrazó con intención de no volver a soltarlo, mientras el joven trataba de calmarla con la mano.

— Esta bien, lo haré. Pero será la última vez. —dijo él con cara de preocupación ante el repentino berrinche de su hermana. Le respondió ella asintiendo con una sonrisa triste, agradeciéndole el gesto.


No ocurrió nada, la mañana siguiente Élise y Julien se despertaron como siempre, cuando el sol cruzó la ventana y empezó a iluminar su dormitorio. Todo parecía exactamente igual a los días anteriores, el cielo seguía oscuro y grisáceo por las nubes, la casa seguí oliendo a café rancio y pronto el murmullo de los huéspedes empezaría a entrar por sus oídos.

Aquella esperanza corrompida por la inocencia que habían almacenado desde la noche anterior había sido deshecha por la realidad más desalentadora. La joven miró al pequeño con cierta tristeza, no debería jugar así con la esperanza, pero hasta ella había querido que aquello funcionara. Él se puso en marcha cambiándose de ropa para bajar a desayunar, ella siguió observándolo mientras comparaba su imagen actual a la de cuando todo aquello empezó. Había crecido tanto, y su rostro se había vuelto más frio, ya no parecía un niño. Hasta sus ojos parecían cada vez más grises.

Pasaron las semanas, las escuelas abrieron de nuevo y el pequeño Julien volvía a hablar de lo aburrido que era la historia y de que el profesor de matemáticas se había dormido de nuevo mientras ellos corregían en la pizarra.

Pasaron los meses, a Élise se le habían agrietado las manos de estar fregando la mitad del día y de combatir contra el frio sin guantes. Trataba de robarle algo de crema a la regenta, pero siempre andaba husmeando.

Llegó marzo, y con él la primavera. Los almendros se abrirían con todo su esplendor, imitando a los cerezos. Las hortensias, las margaritas y tulipanes se abrirían para dar color a esta época del año. Y con ello, la tristeza del mundo parecería haberse desvanecido en contraposición al color que la naturaleza regalaba.

Como cualquier día entre semana, Élise se despertó antes que su hermano, se arregló y bajó a la cocina para preparar el desayuno como lo había hecho desde el entrado año nuevo. Iría a la lavandería para preparar los carros de limpieza, se colocaría el mandil y se prepararía para su jornada laboral.

Mariane, su compañera, una joven a penas unos años más mayor que ella se sentó a su lado para desayunar y le dio el periódico del día. — ¿Puedes creer que ni las tiras cómicas tienen gracia el día de hoy?

— Tal vez has pedido el sentido del humor —respondió la castaña con una sonrisa pícara.

— ¡Eso jamás! —gritó levantándose de la mesa, y apoyándose la mano sobre el pecho— ¡Juro por la bandera revolucionaria que nunca perderé el sentido del humor! ¡Antes de ello, desaparecería de este mundo!

— ¿No os parece un poco temprano para empezar a júrale a trozos de tela?

— ¿Demasiado trabajo ayer?

—Creo que las personas de hoy en día tienen demasiados hijos —respondió Ruby con el café en mano.

Élise cogió el periódico del día y empezó a leerlo para no entrar en la discusión personal de ambos dos, quienes no podían ser más opuestos; ella una estudiante de arte y él un funcionario del estado, o como a Mariane le gusta llamarlo "un aburrido estático". Las noticias se centraban más que nada en las disputas políticas sobre los resultados de la guerra y teorizaban como iba a ser el futuro durante tres páginas, sin embargo en la cuarta página un titular a media página hizo que a la joven se le cayera la tostada de la mano.

« Un barco militar atrancará en el puerto este trece de Marzo.» Y seguía, « Algunos aseguran que serán trabajadores del estado, periodistas, médicos y enfermeras, o soldados, supervivientes del desembarco a Normandía. Aun que según algunas fuentes podría ser una teoría otros afirman haber escuchado la noticia desde fuentes oficiales.»

La fecha del periódico estaba marcada como el diez de Marzo, pero hacía días que nadie había bajado al pueblo a por nada por lo que hacía varios días que no teníamos correo o prensa nueva.

— ¿De cuando es el periódico?

— De hace tres días, ¿por?

— Gracias — respondió Élise antes de abrazar a su amiga.— Te cojo prestada la bici.

No pudo llegar a escuchar la respuesta de Mariane pues ya había salido y se dirigía al ropero común de los trabajadores para coger la cartera y la chaqueta, cruzó de nuevo el pasillo esquivando a los huéspedes y disculpandose hasta llegar a la puerta de atrás para coger la bici. Al montarse en ella cogió la carretera de la colina y se puso en rumbo para bajar al puerto, a penas era consciente a la velocidad que iba, solo hacía lo posible para que sus pies no pararan de pedalear y llegar cuanto antes, pues el barco desembarcaría a las diez.

Una vez llegó a la avenida del puerto dejó la bici en la entrada de una panadería y pidió al panadero que por favor se la guardara, cruzó el portal que daba la bienvenida a los viajantes y fue en busca del barco militar. Se encontró con una multitud que esperaba tan esperanzada como ella a que los viajeros bajaran del barco, con el corazón saliéndole del pecho empezó a abrirse paso entre la gente ignorando los insultos y barbaridades para tratar de ver quien venía.

Los polizones bajaban en grupos, todos se reencontraban con viejos amigos, amantes o familiares. Poco a poco se fue vaciando la entrada, ella se mantuvo ahí de pie durante una hora con la foto de ella enfundada en el puño de su mano derecha. Tras ver que cerraban el paso y indicaban que el barco iba a volver al mar Élise se dio la vuelta enfadándose consigo misma por creer ser tan ilusa, cogió el camino de vuelta arrastrando los pies en el suelo pues no quería abandonar el puerto y con él la posibilidad que le habían brindado aquella mañana. Cuando oyó una voz que la sacó de sus pensamientos: —¿Élise?

Al darse la vuelta para encontrarse con aquellos ojos grisáceos como los de Julien, aquél cabello castaño como el suyo y su sonrisa amable que la hacía brillar siempre. Tan solo pudo decir balbuceando: — ¿Mama?

— Mon chéri, no desprecies tus preciosas lágrimas con esta mujer tan mayor —le respondió acogiéndola contra sus brazos.

— Perdimos a Nina, la encontré un día tirada en la esquina de la entrada a la casa, traté de que Julien no se diera cuenta y regresé para enterrarla. Cuando regrese de el colegio no vas a reconocerlo, ya parece tan alto como yo. No pude recoger casi nada de casa, tan solo unas cuantas cosas que las guardo en el hostal. —soltó a corre prisa comiéndose algunas letras de las palabras, tratando de controlar el temblor de su voz. Tratando de dar explicaciones a qué había pasado durante todo el tiempo que no habían estado juntos.

— Todo esta bien cielo, he vuelto junto con la marea. Me quedaré a vuestro lado para siempre.