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Mensaje por Invitado Mar 30 Ene 2018, 4:51 pm

antes quiero disculparme por no haber comentado antes, primero dejaré el comentario de Kate y luego iré leyendo el capítulo de Kande The Lonely Hearts Club. - Página 4 1054092304
Kate 1:
kate 2:
Invitado
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Invitado

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Mensaje por Jaeger. Miér 07 Mar 2018, 2:30 am

capitulooo :(
Jaeger.
Jaeger.


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Mensaje por indigo. Mar 13 Mar 2018, 7:52 am

Esooooo The Lonely Hearts Club. - Página 4 3373640616
indigo.
indigo.


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Mensaje por Jaeger. Miér 08 Ago 2018, 5:51 pm

Dame amor, Emilya, deja de hacerte rogar :(
Jaeger.
Jaeger.


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Mensaje por hange. Miér 08 Ago 2018, 6:48 pm

PRONTO MUJER, PRONTO
hange.
hange.


http://www.wattpad.com/user/EmsDepper
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Mensaje por indigo. Vie 17 Ago 2018, 4:55 pm

Ves que hicimos lo de las reglas, pues mi próximo tema de debate se va a llamar "El trepidante misterio de por qué a Emiliano se le acaban juntando siempre 10 colectivas a la vez" The Lonely Hearts Club. - Página 4 1313521601
Pd: Nosotras esperamos The Lonely Hearts Club. - Página 4 1477071114
indigo.
indigo.


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Mensaje por peralta. Lun 20 Ago 2018, 2:10 pm

ya esperamos bastante The Lonely Hearts Club. - Página 4 1054092304
peralta.
peralta.


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Mensaje por hange. Sáb 08 Sep 2018, 7:35 pm

adelanto The Lonely Hearts Club. - Página 4 1054092304 ando terminando el cap y los comentarios, todavía me faltan cosillas:
Spoiler:
hange.
hange.


http://www.wattpad.com/user/EmsDepper
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Mensaje por Jaeger. Lun 10 Sep 2018, 12:19 am

Ayyy ya quiero que subas The Lonely Hearts Club. - Página 4 1857533193
Jaeger.
Jaeger.


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Mensaje por hange. Mar 25 Sep 2018, 4:35 pm

CATULO 03

PERSONAJES: Tim, Kalea, Etzel, Damia || ESCRITO POR: Ritza.


Cuando Timothy Crawford salió de su departamento el primer día del año escolar, lo primero que escuchó fue la maldición de uno de sus hermanos.

—¡No seas imbécil!

Se detuvo un segundo en los escalones de la entrada del viejo edificio de paredes ladrilladas, y observó el estacionamiento casi vacío. A unos metros suyos se encontraban dos réplicas de mediana estatura, cabello negro y pecas en el rostro y el cuello: sus hermanos. Discutiendo, como siempre.

—Tu eres el imbécil —uno de ellos le dio un zape al otro—. Ahora muévete, hoy me toca ir delante.
—Me toca a mí, idiota —Elliot dio un pinchazo en la nariz de su hermano—. La última vez fuiste tú.
—¡Claro que no! —Edmund se cruzó de brazos y frunció las cejas— Tú fuiste la última vez. ¿Crees que soy idiota?
—Si tú lo dices...

Edmund le lanzó su mochila azul marino a Elliot, que comenzó a halarla con fuerza, tratando de empujarlo hacia el suelo. Mientras forcejeaban, Timothy bajó los escalones y los rodeó, para quitar el seguro del toyota camry que tenía desde hace unos meses. Con el sonido, sus hermanos se pausaron, quedando con los brazos y la mochila enredados.

Para cualquier desconocido, la única diferencia entre los gemelos era que Elliot tenía ojos pardos y Edmund ojos verdes. Timothy se apoyó de la puerta del piloto, con una mano en la cintura y otra encima del techo del auto. Era casi igual a ellos, solo que con más altura, menos cabello y un bronceado reciente.

—Ninguno va delante porque vamos a pasar a buscar a Etzel —terció, inexpresivo—. Así que súbanse y dejen las peleas.

El quejido fue ruidoso y automático. Se metió al auto antes de que lo arroyaran con preguntas y sermones. Aunque el silencio solo duró los segundos que tardaron en meterse en el asiento de atrás.

—¿Por qué vamos a buscar a Etzel? —Elliot metió la cabeza entre los dos asientos delanteros, mientras Timothy daba reversa.
—No, mejor pregunta esto —Edmund haló a su hermano para meter él la cabeza—: ¿Por qué Etzel no se monta atrás con Elliot?
—¡Porque me toca a mí! —chilló Elliot desde atrás, tratando de halar a Edmund.

Timothy dio la vuelta y salió doblando hacia la izquierda. Etzel vivía a varias calles, en otro edificio con pared de ladrillos —como casi todos los de esa parte de Inwood. Trató de ignorar el ruido de sus hermanos, que siempre discutían. Eran unos pocos minutos pasados de la siete de la mañana —tenían demasiada energía para ser tan temprano.

—Timoneitor, ¿a quién el toca el copiloto esta vez? —preguntó Edmund, chasqueando la lengua.

Su hermano soltó una risotada entre labios, pero luego se extendió como una melodía por todo el auto.

—¿Timoneitor? ¿Qué clase de apodo es ese? —acusó, sacudiendo la cabeza.
—Es un buen apodo.
—Claro que no.
—Que si.
—¡No! Es lo más-
—Sí. Responde la pregunta, Timoneitor.

Timothy suspiró y rodó los ojos. Dobló en otra calle y se alegró de ver a Etzel a unos metros, esperandolo en la acera frente a su edificio. Aunque luego recordó que era incluso más raro que sus hermanos.

—Le toca a Ed —contestó después de un momento—. Y no me digas así.
—¡Viste! —Ed estampó su puño contra el hombro de su hermano.
—¡Ay, imbécil! No me tienes que golpear, animal.
—Te lo ganaste.

Etzel entró al auto con tanta energía como la de sus hermanos, con una sonrisa que hacía sus ojos más rasgados de lo que ya eran por naturaleza. En el verano, se había dejado crecer un poco el grueso cabello negro liso y aparentemente, había ganado peso.

—Hola —Timothy inclinó la cabeza y sonrió.

Etzel también tenía un bronceado. Había pasado el último mes de vacaciones vistando a su familia en Australia. Y, según las fotos que había enviado, había pasado mucho tiempo surfeando con sus primos.

Etzel chocó puños con Timothy y saludó a los gemelos, antes de empezar a buscar el cable auxiliar para poner música. Eran casi 25 minutos de camino hacia su Instituto.

—Tim —lo llamó, poniendo música de J Cole a un volumen razonable—, pregúntame qué aprendí sobre la piel —sonrió, recostándose en el asiento.

Tim le echó un vistazo antes de salir a la calle principal, la vía más rápida para llegar al Hunter College. Sus hermanos estaban hablando sobre Marvel, así que ya no iban a prestar atención a nada de lo que dijeran Etzel o él.

—¿Qué aprendiste?
—Que constantemente la mudas —Etzel se movía al ritmo de la música en el asiento— La capa superior de tu piel, que se llama stratum corneum, está compuesta de células que ya están muertas —se pasó los dedos por el antebrazo para ejemplificar, aunque Tim no podía mirarlo por más de 2 segundos—. Estas fueron aplanadas hasta formar "escamas" listas para ser eliminadas y, ¿adivinas a dónde se van? —inclinó la cabeza— ¡Forman parte del polvo en tu casa!

Tim no sabía muy bien cómo responder a eso.

—¿Quieres decirme por qué estabas busando información de la piel?
—Es que me bronceé mucho —Etzel se encogió de hombros—, y empecé a descamarme y fue como, ¡hey! ¿por qué la piel es tan rara, cambiando así de color?
Tim sacudió la cabeza, sonriendo.—¿Por qué tú eres tan raro?
—Porque la vida necesita caos y orden para sobrevivir —movió los brazos en forma circular—. Tú eres el orden y yo el caos; sino, no fuéramos tan buenos amigos.

Tim tuvo que reírse y cuando se detuvo en el semáforo, Etzel tomó esos minutos para agarrar su brazo y mostrarle cómo su piel estaba muerta y debajo del bronceado venía la nueva capa. Al parecer, el verano no lo había echo cambiar en nada.

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La segunda clase del día de Tim era Historia del Arte. La primera fue Francés y se le pasó volando, porque no prestó atención a nada. Además de que Etzel se la pasó susurrándole preguntas de igual calibre o más complicadas que las de aquella mañana.

El instituto estaba prácticamente igual que los últimos tres años: mucha personas, por ende, mucho ruido. Y las primeras semanas tras las vacaciones, lo único que hacía casi todo el mundo era preguntarse cómo había pasado su verano.

Tim era uno de los pocos que no lo hacía. Mientras esperaba a su maestro en un asiento cerca del medio, se puso a ver videos de youtube sobre una jugada de fútbol que quería aprender. El salón fue llenándose poco a poco, pero  no se inmutó, hasta que alguien le topó el hombro.

Se quitó los audífonos para encontrarse con Grey y Damia frente a él, ambas sonriendo.

—¡Hola! —Grey tiró su mochila en el pupitre atrás de él.

Damia lo saludó con un movimiento de la mano y una sonrisa pequeña, tan silenciosa como siempre. Al menos, eso pensaban todos. Ella pensaba que había pasado casi tres meses del verano sin ver a Tim, y no había valido de nada. Porque le parecía tan encantador como siempre. Quiso volverse invisible debajo del camisón que llevaba puesto.

—Cuenta, cuenta, ¿qué has hecho en el verano? —Grey, por siempre llena de energía, se sentó detrás de él— Seguro algo mejor que yo, que me la pasé trabajando.
—Al menos tienes dinero —Damia se encogió de hombros y se dejó caer junto a ella.
—¡Pero no lo puedo gastar irresponsablemente!

Tim se rió al mismo tiempo que Damia le daba una mirada de pocos amigos a Grey. Al salón fueron llegando más personas, como Jakob y Max, que fueron a sentarse cerca de ellos.

—No has respondido mi pregunta, chiquillo —Grey lo señaló con el dedo, vehemente, pero sonreía de lado.
—Solo me la pasé jugando fútbol —se encogió de hombros.
—Cómo no, me pregunto si haces otra cosa —agregó Jakob, chasqueando la lengua.
—No seas envidioso —Grey le sacó la lengua—. ¿Alguien más que haya tenido un verano interesante?
—Depende. ¿Cuenta haber ido al campo de mis padres y haber tomado muchas fotos lindas? —Damia estaba moviendo los pulgares en forma de círculo—. Y también aprendí a hacer bocadillos.
—¡Eso! Significa que nos vas a hacer bocadillos gratis, ¿no? —Max se inclinó sobre su pupitre, atosigando a Damia, moviéndole la cola de caballo— ¿Verdad que sí? —alargó la última palabra y frunció los labios, como un bebé.
—Solo si no usas esa expresión otra vez...

Ella de verdad parecía incómoda, lo que provocó risas. Aunque Damia solo se fijó en la risa de Tim. La boca se le abrió un poco, y se olvidó de Max que estaba moviendo su coleta. Sintió su cara calentarse y desvió la mirada, entrelazando los dedos por debajo del pupitre. A penas era el primer día y era un desastre.

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Tim y Kalea entraron juntos a la clase de Pre-Cálculo. Kalea iba delante, caminando casi de lado, mientras parloteaba con tono alto y hacía movimientos de brazos exagerados; mientras, Tim escuchaba y asentía. Ambos portando un bronceado digno de haber pasado casi todo el verano bajo el sol en un campamento deportivo.

Inconcientemente —bueno, tal vez, muy concientemente—, Damia se fijó más en Tim. En cómo sus pecas relucían más por su piel tostada y cómo se veía un poco más alto. El ejercicio le había sentado bien. Aunque ella siempre pensó que todo le sentaba bien. Dejó de grabárselo en la memoria cuando Van Hounter se paró frente a su pupitre.

—Damia, ¿cuándo puedes pasar a mi casa? —le sonrió, inclinándose en el pupitre.
—Um, ¿qué?
—Para la entrevista de la banda, ¿recuerdas?

Damia intentó serenarse y dejar de seguir a Tim con la mirada. Se rascó el cabello y asintió varias veces.

—Pero pensé que era en casa de Blake que los tres...
—Sí, bueno, ahora mismo tenemos una guerra fría —Van frunció los labios y sus ojos oscuros adquirieron un brillo peligroso—. No tan fría pero bueno, el punto es, yo te haré la entrevista. ¿Puedes el miércoles a las 3?

Damia habia fruncido las cejas ante la explicación de Van. Pero no iba a entrometerse. Mucho menos después de que Max le contó todo.

—Sí.
—Pues-

Kalea empujó a Van con sus caderas y se plantó en el pupitre frente a Damia, mientras Tim tomaba el que estaba a su izquierda. Van casi terminó cayéndose, a lo que la pelimarrón soltó un par de risotadas.

—Ya aléjate de Damia, puerco —siseó Kalea, sentándose en la mesa del pupitre—. Quiero hablar con ella.
—Estaba hablando primero, maleducada —Van se recompuso, acercándose a ella—. ¿Qué clase de modales tienes?
—Más que los que tendrás en toda tu vida.
—No lo creo, Kali —Van fue a pasarle un brazo por los hombros, pero Kalea lo bloqueó.
—¡No me toques, no quiero tu sarna!
—¿Cómo? La sarna la tienes tú, idiota-

Aún restaban unos minutos para que sonara el timbre, así que Kalea y Van no tenían ningún límite al ponerse a discutir a toda voz. La mayoría de los estudiantes de la clase ya estaban acostumbrados a eso, sin importar la época del año. Damia y Tim los miraron mientras Kalea le halaba el cabello a Van y esté le pinchaba la piel de un cachete. Luego, sus miradas se encontraron y sonrieron, como diciendo “eh, mira al par de idiotas”.

Aunque Damia sintió ese distintivo y fuerte atropellón de un camión en su estómago y su pecho. No importaba que había pasado casi todo el verano sin verlo. Le dieron ganas de ir a tirarse por las escaleras.

—Crowell y Hounter, ¿desean tener detención el primer día? —la grave voz del profesor resonó en las paredes del salón, mientras se movía a su escritorio con paso casual— Porque puedo cumplirles el deseo. Sin problema alguno.

Kalea se giró y se sentó correctamente al mismo tiempo que empujaba a Van lejos de ella.

—¡No, señor! —respondió, plantándose en la silla y sacando su cuaderno con velocidad.

Van solo rodó los ojos y bufó, antes de ir a sentarse al otro lado del salón. El maestro López era una mezcla entre divertido y estricto. No tenía problemas con que uno hiciera las fórmulas como se les viniera en gana, siempre y cuando dieran el resultado correcto. En ocasiones hacía chistes buenos y malos (más malos que buenos), y casi siempre respondía el sarcasmo de los estudiantes traviesos de tal forma que el resto tenía deseos de aplaudirles.

—Eso pensé —el señor López sonrió sin mostrar los dientes, moviendo su bigote negro rectángular casi perfecto—. Empecemos: Bienvenidos a todos. Ya nos conocemos, así que por favor, escúchenme y así no rompo el récord de castigos más rápidos.

Sin embargo, así mismo, podía plantar una detención en menos de un minuto si te pasabas de listo.

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En el almuerzo, como era usual, tomaban un grupo de mesas una junto a la otra, de las que quedaban más cerca del ventanal. Casi nadie molestaba con que hicieran eso desde hace unos años. Y bueno, si lo hacían: Kalea y Grey se hacían cargo de darles un pequeño susto. La cafetería era suficiente para todos.

—¿Por qué llegaste tarde? —increpó Grey, destapando su merienda de ese día.

Se refería a su primera clase del día, donde Grey llegó tarde —sin embargo, Kalea llegó mucho más tarde que ella y tardó cinco minutos dando un cuento extremadamente detallado (y absurdo) de por qué había llegado casi 10 minutos tarde.

—Ella siempre llega tarde —Etzel respondió por ella, con la boca llena de su hamburguresa triturada—, eso es nuevo.
—Idiota.

Kalea le arrojó la basura de su sorbete, que cayó antes de tocarlo. Dejó su sándwich de lado y comenzó a buscar un video en su celular, mientras terminaba de masticar.

—En realidad salí con tiempo —explicó, sentándose con las piernas cruzadas en el banco—, pero tuve que devolverme a buscar el celular.
—¿En serio? ¿Dónde tienes la cabeza metida? —Jakob enarcó una ceja, al otro lado de la mesa.
—Ya, sábelo todo —Annie le cortó los ojos.
—Pues sí, me alegro que lo sepas —le guiñó un ojo.
—¡Atrás, canalla! —Grey movió su brazo entre los dos, casi sacándole un ojo a Jakob— ¡Lejos de Annie!
—¡Aquí está! —anunció Kalea.

Colocó su celular en la mesa, apoyado en los bolsillos de su mochila para que se quedara parado. Había un video en el cual la vista previa era una imagen estática de un acercamiento en el rostro de Kalea. Llevaba puesto una gorra de lana negra, ocultando su cabello marrón oscuro, unas gafas del tamaño de su cara y un bigote castaño falso retorcido por su sonrisa de oreja a oreja.

—¿Qué es eso? —Grey estaba desconcertada.
—Hm, ¿estás bien de la cabeza? —Etzel le puso una mano en la frente, con las cejas juntas, y Kalea lo manoteó.
—Este es mi sourvenir del verano para Grey —sonrió como en el video—, ponle play.

Grey miró a Kalea con ojos escudriñadores. Lo único de lo que estaba segura era que, fuera lo que fuera, no era bueno. Annie, Jakob y Etzel se movieron para mirar por igual.

Kalea solo se limitó a guiñar un ojo y a seguir comiendo su sándwich de tuna. Así que a Grey no le quedó otro remedio que darle a play.

En una calle de Nueva York, quién-sabía-dónde, Kalea empezó a grabar con el leve movimiento del celular cuando lo agarras y te mueves mucho. Volteó la cámara hacia el otro lado y en la pantalla se vio un gymnasio de paredes gris con amarillo y el nombre “Gold’s Gym” en letras grandes y gruesas. Entonces, segundos después, Cody Miller salía por las puertas de cristal con un bolso grande y negro, y ropa deportiva. Se escuchó un grito de guerra y eso fue la señal para que una pistola marcadora abriera fuego.

La camara se movía mucho, de seguro se la enganchó en el pecho. De igual  forma se distinguió como Kalea disparaba bolas de pintura a toda velocidad, bañando y lastimado a Cody, su bolso, la calle y todo aquel que cruzara en el diámetro. Sus ojos marrones se llenaron de terror y se abrieron, para luego cerrarse de golpe y cubrirse el rostro.

—¡Auxilio!

Cody empezó a chillar, soltó el bolso y comenzó a correr —así que Kalea lo persiguó cuadras abajo. Cuando las balas se acabaron, le lanzó un par de huevos que acabaron justo en su cabello que alguna vez había estado limpio.

—¿Quién rayos eres tú?

Kalea se sacó el celular de donde estaba agarrado y grabó fijamente a Cody por unos segundos. El muchachor respiraba ajitado. Tenía el pelo colorido aplastado en la frente, la ropa teñida y mojada; unos cuantos moretones en sus brazos se dejaban ver. Y los huevos le estaban bajando por la nariz.

Los hombros le subían y le bajaban, a ritmo con su respiración ajitada. Su rostro estaba rojo, aunque podría ser por la pintura.

—¿Qué fue eso? ¿Quién demonios eres? ¿¡Estás loca!?

Entonces, Kalea echó a correr hacia el otro lado de la calle, aún grabando. Segundos después se escucharon los gritos detrás de ella y no pudo evitarlo, empezó a reírse como una maniática. Así como estaban riéndose Grey , Jakob y Etzel mientras observaban el video. El resto tenía risas menos perturbadoras.

—¿Te gustó? —preguntó Kalea cuando se terminó el video.
—¿Te he dicho que te adoro?
—¡Y yo a ti, amor mío!

Grey se le tiró encima, pasándole los brazos alrededor del cuello y dándole uno de esos abrazos de oso. Etzel cogió el celular y se mandó el video por whatsapp, con las enormes ganas de volverlo viral (al menos, entre sus contactos del insituto). Tim, Damia, Joe y Max, que iban llegando, mirando con cejas fruncidas y labios plegados.

—¿Qué pasó? ¿Hay chisme tan rápido? —Max se sentó junto a Etzel, comenzando a comer su hamburguesa al instante.
—Mejor que eso —Etzel le pasó el celular.

Cuando vio el video, incluso la risa de Tim se escuchó en la cafetería. La única que no se rió mucho fue Joe, que se veía más interesada en la textura de su comida que en cualquier otra cosa. Sin importar los chistes idiotas que hizo Kalea mientras duró el almuerzo para tratar de hacerla reír o enojar. No surtía efecto. Entonces, mientras se sacudía el cabello marrón, se le ocurrió que tendría que darle un souvenir a Joe también.

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A mitad de la semana, luego de pasar por la casa de Van para la entrevista, Damia decidió tomar el bus e ir al trabajo de medio tiempo de Etzel. Era en una tienda de música a 10 minutos de su casa, con estantes que cubrían paredes llenas de CDs y discos de vinilo desde la época de su abuelo.

El bus la dejó a una cuadra de la tienda. Era pequeña, con paredes color hueso y puerta de cristal. Arriba, se encontraba el letrero chispeante con el nombre de la tienda. “Music Vein” en letras torcidas, moradas y brillantes. Aún no daban las seis de la tarde cuando la campanita anunció su entrada.

No había mucha gente por los pasillos de la tienda. A la izquierda estaba el mostrador con dos cajas registradoras y un estante con posters de musica legendaria, y la puerta de la trastienda. A la derecha se encontraba una sección de disco de vinilo clásicos, con música de Elvis, Pink Floyd, hasta Mozart y Beethoven, colgando de la pared de piso a techo. Y al fondo, las estanterías con CDs que divían la tienda en cuatro pasillos pequeños.

Se escuchaba la música baja de alguna banda de punk, seguro seleccionada por Luna, la compañera de Etzel a esta hora. Tenía el cabello rizado, oscuro e indomable y una piel a juego, con una mirada parda llena de misterio. La intimidaba muchas veces, aunque no le caía mal.

—Hola, Damia —Luna le sonrió detrás de una caja registradora—. Etzel está organizando discos allá atrás.

Agitó la mano, sonriendo, y se dirigió hacia el último pasillo de la derecha. Fue pasando mano por los discos, distraída, fijándose en algún diseño momentáneamente hasta llegar donde su amigo. Etzel estaba irguiéndose con varios CDs viejos en una caja cuadrada de cartón, con la camiseta negra que llevaba de uniforme.

—Hola.
—¿No estabas donde Van? —Etzel enarcó una ceja.
—Ya acabé —se encogió de hombros—. Solo era una prueba.
—¿Y estás dentro?
—Dijo que me avisaría. ¿Puedo quedarme aquí hasta que tu turno acabe? —metió sus manos en los bolsillos de su pantalón.
—Con una condición.

Damia lo miró con las cejas levantadas y dio un paso hacia atrás. Etzel sonrió y sus ojos se encogieron. Llevaban la vida conociéndose y de todos modos, Damia seguía estando reacía a lo que sea que fuera a proponerle cada vez que se le ocurría algo. Y eso lo ponía orgulloso.

—Que me enseñes lo que te dieron en Ballet la semana pasada.

Damia lo miró con la boca abierta. Porque Etzel se había negado a hablarle del ballet abiertamente desde ese incidente y porque le estaba pidiendo lecciones en medio de su trabajo. Pero la primera razón, era la primordial. Parpadeó varias veces y lo miró con los ojos entrecerrados, esperando que le dijera que era un chiste.

—¿De verdad?
—Sí.

Etzel ya no sonreía. Sujetó la caja con un brazo y se rascó el cuello con la mano libre, esperando.

—Esta bien.

Damia no lo iba a cuestionar...todavía. Además, había estado pensando en obligarle a que la viera bailar porque sabía que lo extrañaba. Es decir, nadie que duraba hasta después de los 12 años bailando voluntariamente, dejaba de hacerlo y simplemente lo olvidaba. La vida no funcionaba así. Para bien y para mal, pensó, recordando a Tim.

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—¿Sabían que nuestra saliva tiene propiedades curativas? —Etzel se inclinó por encima de la mesa, con una sonrisa torcida.

En el laboratorio de química, los estudiantes se sentaban en mesas más largas que anchas de madera y plástico, con todos los tubos de ensayo, ingredientes y lavamanos distribuidos en el medio. Por cada mesa, se asignaban seis estudiantes para todo el curso. Y la mesa de Etzel, que no había estado tranquila, calló en un silencio brusco por su pregunta.

—¿Qué...? —Max lo miró con la boca semiabierta— ¿Estás loco?
—No es como si la saliva lo curara todo —Etzel siguió hablando, emocionado—, pero tiene propiedades antibacterianas y cicatrizantes. Como-
—Eso no es relevante —Grey, sentada frente a él, dio un golpe a la mesa—. ¿Sabes qué los bebés pueden tragar y respirar al mismo tiempo hasta los 7 meses?
—Eso sí que no importa, no somos bebés —Etzel soltó un bufido.
—¿Qué dices? Estoy viendo uno ahora mismo.

Etzel alargó el brazo por encima de la mesa para molestarla y ambos se sumieron en una discusión de preguntas absurdamente curiosas. Tim los observó sonriendo, mientras que a su lado, Damia estaba entretenida leyendo algo en el celular. El profesor había ido a sacar copias del sílabo, así que podían disfrutar unos momentos de “paz”.

Max se unió a la pelea y, poniéndose de pie para rodear la mesa, comenzó a hacerle cosquillas a Etzel. Kalea, que usualmente no dudaba en meterse, se encontraba con la cabeza apoyada en la mesa.

—¡Eso es trampa! Dos contra uno no se vale.
—¡Tú eres el tramposo! —chilló Max.
—¿Y eso por qué?
—Porque nuestra palabra es ley —Grey le sacó la lengua.

Tim soltó una risotada y Damia decidió empezar a grabarlos, antes de que llegara el profesor. Los demás estudiantes estaban divididos en dos: ignorándolos, acostumbrados a sus ocurrencias —o disfrutando del show.

Los ojos de Tim se dirigieron a Kalea. Cuando ella no se movió nisiquiera cuando las chicas casi provocaron que Etzel se cayera del taburete, se levantó y rodeó la mesa para sentarse a su lado. Kalea tenía el cabello marrón suelto desparramado en la mesa, una parte cubriéndole el rostro.  Sus ojos estaban contemplando un punto en la pared al otro lado del salón, con la frente arrugada y su pierna moviéndose de arriba abajo.

—¿Qué tienes?
—¿Humm? —Kalea nisiquiera se movió.
—¿Qué te pasa? —Tim se inclinó, apoyando los codos en la mesa y acercándose a ella.
—Bueno... —Kalea desvió los ojos de la pared y lo miró—. El entrenador me amenazó después de la primera práctica.

Tim arqueó las cejas, sin entender. La tarde anterior habían empezado las actividades deportivas extracurriculares. Ambos estaban en el equipo de fútbol soccer desde primero de bachillerato, pero este año las prácticas habían empezado más temprano y aparentemente, más cargadas de estrés.

—¿Te amenazó con qué?
—Primero casi me obligó a que fuera la nueva capitana —la pierna de Kalea se movió con más fuerza—, porque Camila ya se graduó. Y me dijo que si saco una C, aunque sea el primer mes de clase, me voy a la banca hasta diciembre.
—Oh...

Kalea suspiró con fuerza. Los ojos se le cristalizaron y sus mejillas se pusieron coloradas. La impotencia le ganaba. Quería poner al entrenador como un señuelo inmóvil frente a la portería y usar todos los balones disponibles en su cuerpo y su arrugada cara. Sus notas nunca eran lo mejor. Realmente, eran lo suficiente para pasar y ya está. ¿Qué le pasaba que venía ahora con esta mierda?

La puerta del salón se abrió y el profesor entró, provocando que la mayoría de las conversaciones murieran. Max fue a sentarse junto a Damia y Grey ocupó el otro lado de la mesa, junto a Tim. Él, en vez de callarse, se irguió para que el profesor no lo molestara y volvió a girarse hacia Kalea. Damia trataba de no mirarlos por mucho tiempo seguido, pero era inevitable.

—Vamos, párate, el profesor está repartiendo el sílabo —colocó una mano en su hombro.
—Todavía no te conté lo peor...—masculló, pero de todos modos se incorporó, con las manos en el rostro.
—¿Qué le dijiste?

Kalea comenzó a hacer molinos con sus dedos pulgares, sin dejar de mover la pierna. Recordó el rostro arrugado del entrenador y lo lindo que sería poder golpearlo con un balón de fútbol campo.

—Que yo no tenía la culpa de que su vida fuera una horrible serie sin ningún tipo de entretenimiento —tomó aire con exageración y habló a toda velocidad—, y que me dejara en paz porque iba a jugar con notas aceptables o no, como siempre.

Tim sonrió y se apretó el puente de la nariz con los dedos, sacudiendo la cabeza. Abrió la boca para responderle, pero el profesor pasó por su mesa y repartió el programa de la clase con una cara de pocos amigos.

—Me encantaría que desmuestren esa energía cuando esté explicando la clase —musitó con vehemencia—, ¿de acuerdo?

Kalea cerró la boca y Tim se sentó derecho, cada uno tomando las hojas.

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El viernes en la tarde, Damia se encontraba haciendo su tarea en las gradas de la cancha de fútbol campo del instituto. Aunque estaba haciéndola a una velocidad realmente lenta comparado con lo común. Porque no dejaba de doblar el cuello para observar atentamente el entrenamiento de fútbol que llevaba acabo a unos metros de ella.

En su defensa, no era su culpa. Tenía tutoría a unas chicas de segundo curso que estaban en el equipo. Prefería esperar a que salieran haciendo tarea, en vez de tomar el bus a su casa y tener que devolverse rápido.  

—¿Ya lo superaste?

Damia pegó un salto. Dejó su celular en su regazo con la pantalla hacia abajo y levantó la cabeza, para ver a Etzel sentándose a su lado. El corazón le latía a la velocidad de un corredor de atletismo en competencia. Los ojos oscuros de Etzel estaban fijos en su rostro, mientras se atragantaba con un hotdog.

Damia le devolvió la mirada, pero la desvió hacia un punto del horizonte cuando se sonrojó. Etzel se tragó el bocado y apretó los labios un momento.

—Ya veo —musitó—, voy a tomar eso como un no.
—¡Estoy trabajando en eso! —Damia se giró a él con rapidez, casi golpeándolo con su larga cola.

Su voz tembló un poco y se cruzó de brazos, impotente. Más consigo misma que otra cosa. ¿Por qué los sentimientos no podían apagarse? Habían pasado más de 6 meses ya, porque se le había confesado en Navidad. Apartó los recuerdos de su cabeza con un porrazo invisible.

—Eso dijiste antes que empezara el verano —comentó Etzel, mientras daba otro mordisco a su comida—. Creo que tus métodos no funcionan.
—Pues mira.

Damia casi le estampó un papel en la cara. Más pequeño que una hoja común, un afiche satinado con la foto de un grupo de chicas celebrando en una especie de club. Damia lo había encontrado cuando visitaba a su tía en Manhattan. El afiche tenía el título en grande y letras gruesas pero estilizadas el nombre de “The Lonely Hearts Club”.

La descripción hablaba sobre un club fundado hace varios años por una tal Penny, donde todo había empezado porque se hartó de los chicos en la secundaria. Pero, el club no se centraba en condenar a la población masculina por ser un paquete de buenos para nada. Sino que citaba lo siguiente:


“Pronto descubrirás no solo que tu vida no será horrible sin su presencia, sino que mejorará notablemente. Dame la oportunidad de demostrarte que tu experiencia en el instituto será memorable con la sola presencia de tus amigas, porque ellas, nunca te abandonarán por un partido de fútbol, ni te engañarán con la primera que se cruce por su camino.

Yo también fui una adolescente, yo también me tumbé en la cama a llorar con el corazón lleno de agujeros.

Si te he convencido con mis palabras, te esperamos el sábado a las 9:00 de la noche en «The Cavern». Trae toda la compañía que desees.”


Y Damia no lo había dudado por un momento en ir. Bueno, sí que lo había dudado. Llevaba casi dos semanas con el afiche y Etzel fue la primera persona en saberlo. No sabía qué esperar, ni si se llevaría bien con Penny o cualquiera otra de las chicas que fuera. Pero entre eso y seguir repasando en su cabeza el rechazo de Tim y como aún tenían que ser amigos...pues, preferiría andar descalza en la Quinta Avenida.

Etzel acabó de leer con el rostro impávido. Frunció el ceño, mirando la foto de las chicas y luego miró a su amiga.

—¿Un club?
—Sí.

Etzel volvió a leer el afiche, con las cejas juntas. Damia había buscando información en San Google. ¡Había sido increíble! Bailes de bienvenida, cumpleaños, Halloween; habían celebrado todas juntas y se les notaba muy felices en todos los recuerdos. Una sensación caliente y agridulce, llena de emoción y nervios se había expandido por su pecho al momento que leía todo. Ella quería eso.

—¿Quieres mi opinión? —Etzel le pasó el afiche y continuó con su hotdog.
—No —Damia sacudió la cabeza—. Mañana voy a ir, digas lo que digas.
—Hmm...
—Además, es buen chance de conocer gente.

Etzel se quedó en silencio por unos segundos, acabándose el hotdog. Damia volvió a mirar el entrenamiento de los equipos de fútbol. Ahora estaban pateando las pelotas intentando derribar los conos puestos en lugares específicos. Casi robóticamente, sus ojos encontraron a Tim debajo del chaleco verde de prácticar que traía puesto —igual que la mitad de los jugadores.

—Bueno, esto puede ser una etapa de negociación, de hecho —la voz de Etzel la sacó del ensimismamiento—. Es algo bueno si lo miras por ese lado.
—¿Etapa de qué...?
—Negociación. Es la etapa 3 para superar un problema —Etzel se llevó las manos a la barbilla—. Bueno, es la 3 si te vas como sería linealmente. Hay personas que se saltan fases, yo creo que tu ignoraste la ira.
—¿La ira de qué?
—De no ser correspondida.

Bien, ella ya lo sabía. Pero escucharlo en voz alta era otra cosa. Sintió que una aguja enorme le abría un agujero en el pecho. Torció los labios y entrelazó los dedos de sus manos.

—¿Por qué tendría que sentir ira? —intentó ignorar el agujero y suspiró, parpadeando con velocidad.
—Porque el humano es un ser vil que cree que las demás personas le deben algo solo porque se siente de una forma específica —Etzel le dio varias palmadas suaves en la cabeza—, pero eres la persona menos vil que conozco. No sé si eso es bueno o malo.
—No soy perfecta —reprochó Damia, alejándose de su mano.
—Nunca dije eso.
—¿Tú que estás haciendo aquí todavía? —comenzó a pasar la mano por el borde de su mochila, con el ceño fruncido— Es viernes.
—Sí, pero Tim es mi aventón a casa —le sonrió de oreja a oreja.

Damia rodó los ojos y volvió a desviar la mirada al campo. Se preguntaba cuánto tiempo tendría que pasar en el club para olvidarse de Tim. Incluso, se le estaba apareciendo en la cabeza mientras estaba en clases de ballet. Lo que era impensable. Si su maestra se enteraba, la pondría a hacer rutinas aburridas hasta diciembre.

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Kalea salió de los vestidores del Instituto a toda prisa. La verdad, toda la velocidad que le permitía cargar un enorme bolso deportivo con todo lo del fútbol, además de su mochila con los libros para hacer la tarea en el fin de semana. Pero no importaba, tenía que escaparse de la charla con el entrenador Grullón.

Dobló en la puerta de los casilleros de las chicas, y casi se estampó contra el pecho de alguien. Los brazos de Roland la estabilizaron, y le sonrió de esa forma tan amigable con la que le sonreía a casi todo el mundo. Sus ojos pardos tenían algo de diversión en ellos, lo que la puso alerta de inmediato.

—¡Epa! ¿A dónde vas tan rápido?
—Eh, me escapo de Gruñón —musitó, mirando por detrás de su hombro y a todos lados—, así que te veo el lunes, Roland.

Se ajustó el bolso y se dispuso a rodearlo, pero Roland la sujetó por la mochila. Le llevaba una cabeza y media y era el capitán del equipo de fútbol por algo, así que Kalea no pudo liberarse a pesar de que forcejeaba con ímpetu.

—¡Déjame, loco! ¿Estás de parte del entrenador, acaso? —Kalea se giró, indignada, sin dejar de halar su mochila.

Roland soltó una carcajada melodiosa y la movió hacia un lado, donde no molestaran a los que salían de los vestidores.

—No estoy de parte de nadie, pero Grullón me mandó a buscarte —le dio un empujón en dirección al despacho del entrenador—, y dijo que tratarías de escapar.
—¡Ese viejo no comprende! —Kalea estampó su pie contra el suelo— Roland, no quiero ser capitana, ¿nadie lo entiende?
—¿Por qué no? —Roland comenzó a guiarla al despacho— Vamos, habla con tu querido compañero.

La buena vibra de Roland no la estaba ayudando en nada. Podía ser muy persuasivo, o ella muy débil. La idea le emocionaba, pero, ¿y si hacia la cagada del siglo en los próximos partidos? Había chicas más maduras para el puesto, según Kalea. Frustrada, alzó una de sus manos y le jaló un mechón negro de los que se le iban a la frente.

—¡Oye! Eso es violencia de género —Roland manoteó, alejando su cabeza de ella.
—Te lo mereces por traidor —hizo un puchero.
—¿Cuál es el problema? Eres buena jugadora y te llevas con todas.
—No sé, no soy como Camila, que podía calmarnos a todas en un partido —Kalea apretó las correas de su mochila y frunció el ceño, mirando sus zapatos—. O que podía subirnos la confianza, ¡y espera...suéltame!
—Vamos, no es nada —Roland la agarró por los hombros y se puso detrás de ella, obligándola a avanzar—. Yo también creo que serías buena capitana.

Kalea soltó un bufido y trató de clavar los pies en el suelo, pero seguían moviéndose. Había evitado al entrenador para postergar la charla, y a Roland lo saludaba y se iba corriendo —porque él tenía la costumbre de mandarlo a informar a todo el equipo las decisiones que tomaba el Consejo Deportivo. Ahora, había decidido que Kalea sería la “sucesora” de Camila, que se graduó el año pasado. Pero Camila era una diosa prodigio del fútbol y de la vida académica, y Kalea...ella se sentía como una cosa torpe y que seguía la corriente la mayor parte del tiempo. ¡Ni siquiera se acordaba de qué había desayunado! Sólo quería esconderse en el baño del último piso.

El despacho del entrenador estaba a unos cuantos pasos de ellos. Una puerta de madera y cristal con la palabra “Entrenador Deportivo” escritos en letras cursivas en una placa de cristal opaco. En un último intento por escaparse, Kalea se dejó caer como peso muerto encima de Roland.

—¡Oye!
—¡Me rehúso!

Casi se caen de culo contra el suelo, pero Roland logró agarrarla y volver a empujarla por la espalda. Se removió nerviosa, pero si seguía con el escándalo, Gruñón bien podría sacarla del próximo amistoso. Se había ganado el apodo por algo.

Roland abrió la puerta y la arrojó hacia la boca del lobo. Le sonrió fugazmente y cerró la puerta en sus narices. Dio un giro sobre sus talones y en frente, detrás de un escritorio desorganizado, se encontraba el entrenador Grullón. Con rostro de bulldog, cuerpo ancho y cuadrado y voz grave de ultratumba.

—Siéntate, Crowell. Y hablemos.

Soltó un suspiro y dejó caer los hombros. Genial.


Cuando Kalea salió del despacho y se fue al aparcamiento del Instituto, avanzó hasta uno de los pocos autos que quedaban allí como alma que llevaba el diablo. Sus pisotones alertaron al grupo, conformado por Etzel, Tim y Roland. Éste último se alejó varios metros cuando ella se acercó.

—¿Qué le pasa ahora? —preguntó Etzel, frunciendo el ceño.

Tim se encogió de hombros, mirando desde la cazadora hasta la presa. Kalea alcanzó el auto de Tim y sin decir nada, abrió el baúl y arrojó la mochila y el bolso dentro.

—¡Roland, ven acá ahora mismo! —chilló, escuchándose por todo el parqueo.
—¡Nos vemos el lunes! —el pelinegro agitó la mano, casi en la acera— ¡Les sigo contando luego!
—¡No vas a escapar! —Kalea comenzó a correr hacia él, toda una tormenta— ¿Cómo se te ocurre hacerme eso? ¿De qué lado estás? ¡DEJA DE CORRER!
—¡Aléjate, aléjate!

Roland no podía evitar reírse, así como Kalea no podía evitar gritarle barbaridades. Corrieron por el parqueo como si no acabaran de hacer ejercicio, mientras Tim y Etzel trataban de entender qué estaba pasando. Aunque Etzel ya había empezado a grabarlo todo en instagram con una sonrisa de oreja a oreja.

—Creo que lo único que extrañé del instituto fue esto —dijo, entre risas.

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Damia le contó a su familia sobre el Club de los Corazones Solitarios el sábado en la tarde, cuando preparaban aperitivos para ver una película. Su madre dejó las palomitas de lado para mirarla en silencio, con los ojos entrecerrados. Esperaba que no preguntara nada, no le había contado lo de Tim nunca. No quería empezar ese día.

—¿Vas a un club de corazones qué? —su hermano mayor la miró con las cejas enarcadas y el sándwich a mitad de morder— Papá, ¿estás escuchando?

Damia se esperó más o menos una reacción así por parte de sus hermanos. Aunque al único que le acababa de contar era Diego, que solo le llevaba dos años. Ricky se encontraba en Europa estudiando Arquitectura y Rob andaba viajando por el caribe. De todos modos, cuando la noticia llegara a sus oídos, seguro la mirarían así.

Su papá estaba encantando, sonriendo mientras freía jamón y preparaba más sándwiches.

—Claro que estoy escuchando, me parece genial —decía, mientras le ponía mayonesa al pan—. Es un club con un concepto estupendo, ¿verdad, Renata?

Su madre la estaba mirando por encima de sus lentes, con aquellos ojos iguales a los suyos pero con mucha más experiencia que ella.

—No me parece mal, por lo que nos mostraste que el club se trató de mucho más —su mamá se ajustó los lentes, taladrando a Damia con la mirada—. Pero, ¿por qué quieres unirte?

Damia se sobresaltó y se le cerró la garganta. Buscó en su cerebro la excusa que había repetido para si misma decenas de veces. Aunque, realmente, partía de una verdad.

—Me parece interesante para conocer personas y salir un poco del colegio y el ballet, que es lo único que hago —cruzó los brazos por detrás de la espalda, moviéndose un poco—. Por eso también audicioné para estar en una banda.

Su madre asintió, pero no terminó de quitarle la mirada. Damia no sabía por cuánto tiempo iba a estar sin preguntar, pero seguiría actuando como si nada.

—¡Ves! Me encanta, qué bueno que estés tomando esa clase de decisiones por ti misma —su papá le acarició el pelo—. Diego, tú la vas a llevar, antes de que pienses que no.

Diego rodó los ojos y emitió un gruñido, concentrado en tragarse la comida. Damia suspiró y continuó ayudando a su papá con los sándwiches, ignorando los nervios que comenzaban a florecer en la boca de su estómago como cientos de hormigas correteando en un festín

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Diego la dejó en la calle 72 con Central Park West, desde donde Damia tuvo que avanzar caminando entre los árboles y las tabernas que se ubicaban por esos lados de Central Park. Iba avanzando mientras alternaba la mirada entre el punto en Google Maps y los locales a su alrededor, todos con luces amarillas y verdes y rojas. Como todo en Nueva York por la nunca, siempre despierto.

Encontró el local de la foto de su celular casi llegando a los Strawberry Fields, y se detuvo en la entrada, paralizada por las hormigas en su estómago. Guardó el celular en su pequeña mochila y sujetó las correas, examinando las letras “The Cavern Club”. Rojo neón, en cajón, mientras las entradas bordeadas con columnas anchas negras estaban esperándola.

Ignoró los grupos de personas a su alrededor, el olor a cigarrillo mezclado con diferentes perfumes y sudor y atravesó la puerta. Ignoraba los latidos de su corazón, inúltimente. Incluso se había puesto la camiseta azul con la frase “Just keep swimming”, para darse apoyo moral.

Vio a una chica parecida a la del folleto y las fotos de los artículos en un cubículo rectangular pegado a la pared, con muros de ladrillos rojos rodeando todo menos una “entrada” de una sola persona. Se dirigió allí, pasando entre las mesas de madera oscura y las diferentes personas mucho más grandes que ella.

—¿El Club de los Corazones Solitarios?

Dirigió su mirada a la chica del folleto, que tenía una sonrisa grande y contagiosa, acompañada de unos ojos saltones. Luego se percató de la chica a su lado, con piel oscura, trenzas negras y largas y ojos relajados, que también recordaba de alguna que otra foto. De reojo, vio como la mesa estaba casi repleta de chicas —al parecer, había sido la última.

—Sí, bienvenida, soy Penny —la chica de la sonrisa grande le estrechó la mano—. Toma asiento, y vamos a comenzar.

Damia sonrió momentáneamente y se giró para buscar un espacio libre. Pero se quedó boquiabierta, cuando se percató de Annie, Grey y Maxie al otro lado de la mesa oscura.

—¡Damia! —exclamó Max, dándole un codazo a Grey.

Sacudió la cabeza y saludó a las chicas con un movimiento fugaz de la mano, y tomó asiento en el sillón, casi junto a la entrada al cubículo. Penny comenzó a hablar mientras ella se dejó caer contra la espalda del asiento, con los hombros relajados y prestando total atención. Penny y Eleanor parecían super simpáticas y no estaba entre totales desconocidas. Había sido una buena idea venir después de todo.
hange.
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Mensaje por hange. Mar 25 Sep 2018, 4:35 pm

Subiré el comentario de Kande en unos días, pERDÓN POR LA TARDANZAAAAA The Lonely Hearts Club. - Página 4 1054092304
hange.
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Mensaje por Jaeger. Miér 26 Sep 2018, 1:42 pm

SUBISTE! pronto te dejo mi comentario The Lonely Hearts Club. - Página 4 1477071114
Jaeger.
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Mensaje por peralta. Miér 26 Sep 2018, 10:07 pm

OMG YA TENGO QUE LEER ESTA SEMANA YASSSS The Lonely Hearts Club. - Página 4 2841648573 The Lonely Hearts Club. - Página 4 2841648573
Supongo que sigue Gina porque Lau no esta? The Lonely Hearts Club. - Página 4 1054092304
peralta.
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Mensaje por Atenea. Vie 26 Oct 2018, 8:30 pm

SHIIIIIIIIIIIIIIIIIIT
TENGO QUE LEER
Y COMENTAR
Y ESCRIBIR POR LO VISTO

Agradezco que tendré fin libre el sig del internado y así podré ponerme al corriente The Lonely Hearts Club. - Página 4 2841648573
Atenea.
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Mensaje por Jaeger. Sáb 22 Dic 2018, 3:30 pm

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Jaeger.
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