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Mensaje por indigo. Miér 03 Jul 2019, 7:38 am

Ya empecé a hacerte el comentario Planet Survival - Página 5 1477071114 Espero subirlo pronto, voy lento pero seguro Planet Survival - Página 5 1857533193
indigo.
indigo.


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Planet Survival - Página 5 Empty Re: Planet Survival

Mensaje por indigo. Jue 04 Jul 2019, 10:08 am

The lone wolf dies, but the pack survives:
indigo.
indigo.


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Planet Survival - Página 5 Empty Re: Planet Survival

Mensaje por Jaeger. Miér 26 Feb 2020, 11:41 pm

Ems:
Jaeger.
Jaeger.


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Planet Survival - Página 5 Empty Re: Planet Survival

Mensaje por indigo. Dom 19 Abr 2020, 10:01 am

Spoiler:


CAPÍTULO 07.
rudy holmes & austen ellsworth.



Rudy Holmes aguarda a que el señor Norman, el orientador escolar, le permita entrar a su despacho. A la espera de que ocurra, se dedica a andar y desandar el mismo paseo nervioso que lleva cerca de media hora interpretando. Sus manos se mantienen ocupadas en un reloj de muñeca antiguo que despieza con distintos desatornilladores diminutos que saca de su chaqueta.

Según avanzan los minutos, empieza a notar cómo se le forma una masa compacta de nervios en la caja torácica. No se trata de una cita cualquiera con el orientador. Rudy está acostumbrada a las de ese tipo. En las que el señor Norman se interesa por su estado emocional, la regaña por meterse en líos o, simplemente, Rudy le hace entrega de las quejas que le han remitido los alumnos para que las presente a la dirección. Todo eso forma parte de la cotidianeidad.

Pero la cita de esta tarde es extraordinaria. Hoy, Rudy sabrá por fin si su solicitud para el programa de Ingeniería ha sido aprobada, después de un par de tortuosas semanas de espera.

¿A qué se deben tantos nervios? Sin ánimo de resultar prepotente a sus pensamientos, sabe que el porcentaje de una respuesta negativa es casi nulo. Rudy es una de las alumnas más aventajadas de la escuela. Aun así, sus dedos temblorosos manifiestan nerviosismo.

El tiempo continúa y Rudy termina de despiezar el reloj. Sus pies se detienen a la llegada de una patada estomacal que la paraliza. No son nervios lo que siente. Sino la seguridad de que este momento no está sucediendo como debería. Como cuando construye una máquina, estudia con minuciosidad su funcionamiento a base de eternos cálculos de margen y error y, sin embargo, la máquina termina por realizar una función imprevista al encenderla.  
Así es este momento. De segundo a segundo, Rudy vuelve a ser consciente del miembro fantasma al que trata de ignorar día a día. Que regresa para recordarle que no está completa.

Se apoya en la pared con una capa de sudor frío asentada en la frente y una fuerte punzada en el pecho. Despacio, mira hacia un lado, esperando encontrar a su hermana donde no hay más que vacío desde hace años.

Desde que era niña, ha fantaseado con este día, reproduciendo millones de escenarios diferentes. Solo que, en ninguno de ellos se veía sola —más sola que ningún otro día— sin la presencia tranquila y segura de Anna, a menudo tan desesperante. Sin sus padres aguardando en casa con una pancarta de enhorabuena porque ellos no concebían otra cosa que no fuera una respuesta afirmativa incluso cuando eran niñas.

Pero eso es lo que ha pasado. «Así que deja de hiperventilar y lidia con ello». Ninguna de sus fantasías importa ya. Lo único que debe preocuparle es entrar en el programa de Ingeniería.

Cierra los ojos regulando su respiración. Cuando vuelva a abrirlos, se olvidará de la presión invisible que le palmea el costado. Le cuesta enfocar la vista y la luz le martillea las pupilas, una sensación de cansancio extremo la invade. Aunque ha recuperado el control y el miembro fantasma pierde fuerza gradualmente.

Rudy se despega de la pared, traga saliva con regusto metálico. En la palma de la mano todavía aúna el reloj desmadejado. Despliega los dedos y observa las piezas, que captan la luz artificial del pasillo. Estas han dejado surcos en su piel por el ahínco con que las sujetaba.

Las observa. Podría arreglarlo, mejorarlo incluso, en cuestión de minutos. Repetir ese proceso tantas veces quisiera y obtener un resultado aún más excelente cada vez. Mientras que ella, cada vez que se recompone, más deslustrada y desencajada queda.

—Rudy, adelante.

La voz del señor Norman llega amortiguada tras la puerta. Guarda el objeto en un bolsillo, cuadra la espalda y se dirige dentro. Cuando pise ese pasillo de nuevo será con una plaza en el programa de Ingeniería.

En el despacho encuentra la quietud artificial que acostumbra. Impersonal, como una consulta médica. Se trata de una estancia basta, con no más que un escritorio —que también cumple la faceta de tableta electrónica— y un par de estanterías en ambas paredes laterales que son más decorativas que funcionales. Todos los archivos se conservan de forma electrónica. No necesitan algo tan rudimentario como el papel. La pared detrás del escritorio es un ventanal que provee la estancia de una intensa luz natural. Y, desde este, pueden verse las edificaciones de geometría imposible, las calles que cuelgan como cuerdas sobre la ciudad y los puntos diminutos de las personas y robots.

Rudy se sienta indulgente y poco ceremoniosa en la silla. Introduce las manos en los bolsillos, haciendo girar tuercas, cables. Mantener las manos ocupadas la alivia. Entre tanto, el señor Norman está encorvado sobre la superficie de cristal del escritorio. Tiene abiertos varios documentos que lee con el ceño fruncido.

La chica carraspea para reclamar su atención.

—¿Qué tal con el grupo problema? —habla con un tono distraído. Une los dedos como si quisiera atrapar un insecto y la pantalla del escritorio se apaga, adoptando un falso aspecto de madera. Se reclina sobre la silla y dedica a Rudy una sonrisa contrita.

—Ha juntado a lo peor de cada casa, ¿cómo espera que vaya? —replica Rudy con brusquedad. No está por la labor de conversaciones superfluas.

El orientador escolar realiza un parpadeo seco. Rudy ha pasado el tiempo suficiente en ese despacho para saber que le está diciendo que no se pase un pelo. Puede que el señor Norman sea cercano y amigable, pero no consentirá ninguna subida de tono.

—Irá bien —rectifica ella—. Me encargaré de ello.

No hace más que unas horas que han designado el grupo problema. Para Rudy no ha sido una sorpresa encontrarse en él. Aunque eso no la ha librado de los sermones pertinentes por parte de los profesores. «Eres la presidenta estudiantil, debes hacerlo mejor». «Debes dar un mejor ejemplo». «Ya que estás en esta situación, asegúrate de que no haya más problemas». Escapa a su entendimiento que aún no haya sido relegada del puesto, cuando tienen pruebas suficientes para aducir que no está capacitada.

Presentarse para presidenta estudiantil fue fruto de un arrebato que nació de su deseo por demostrar que podía hacerlo y el único motivo por el que lo conserva, es su padre. Hay que contentar a uno de los miembros que subvencionan al colegio.

Pensarlo le produce náuseas y un arrebato de rabia, por lo que bloquea ese derrotero.

—Esta semana no te has metido en líos.

—Todavía estoy pagando por el último. Puede agradecérselo a Ziv —masculla, apretando una tuerca contra las yemas de los dedos.

—El comportamiento errado de un compañero no justifica que tus acciones sean iguales —sermonea el señor Norman con tono paternal. Odia ese deje.

—¿Puede decirme de una vez si me han admitido en el programa de Ingeniería?

El hombre se despega del respaldo de la silla con aire ceremonioso. Junta las manos sobre el escritorio y clava los ojos en los de la chica. Un brillo fugaz los atraviesa y Rudy adivina en el vuelco que le da el corazón la respuesta.

—Lo siento, han denegado tu petición —suspira con verdadera congoja.

Una ola de calor colérico le atraviesa las extremidades hasta concentrarse en pies y manos, hormigueante. El pulso le late en la garganta y respira entrecortada. Requiere toda su fuerza de voluntad no ponerse a dar patadas a la mesa, al orientador… lo que sea que se lleve la rabia.

La fuerza de voluntad no puede frenar sus palabras.

—¡Una mierda! —grita asustándose a sí misma—. Soy de las mejores, tiene que haber un error. Tiene… —se nota ahoga y respira por la nariz con fuerza—. El sistema habrá fallado al recoger los datos. Llame a alguien o…

—Rudy. —La frena alzando las manos en su dirección—. No es ningún fallo del sistema y nadie duda de tu excelencia, el problema es otro.

—¿Le tienen miedo al talento? —murmura entre dientes.

—Precisamente este —suspira el señor Norman con pesadumbre, cansado—. Tienes un cerebro privilegiado, solo que no consideran que tengas una actitud adecuada. Tu historial de comportamiento deja mucho que desear.

Rudy agacha la cabeza con lágrimas punzantes que procura esconder. En resumen, el problema no es su cerebro, sino ella. Eso trae sentimientos que no puede enfrentar en ese momento. No después del último asalto en el pasillo y, mucho menos, después de la noticia.

—Es un programa muy exigente, no te culpes —anima el orientador escolar—. En cambio, aún estás a tiempo de presentar la solicitud para Mecánica. No suelen fijarse en factores externos y, es lo que de verdad te gusta—. Incorpora la cabeza en una exhalación y, de nuevo, es incapaz de contener su lengua.

—No se trata de mí.

«Estudiar Ingeniería era lo único que podía hacer por mi hermana», piensa involuntariamente. Con el miembro
fantasma despierto de nuevo. El señor Norman aprieta la mandíbula, pero se guarda de decir nada. Muy consciente de que Rudy no soltará prenda.

La chica se incita a relajarse. Enfriar el cerebro y olvidar la emoción. Es una persona práctica. Se dedica a arreglar cosas, no lamentarse porque están rotas. Debe buscar una solución a esta piedra en el camino.

—Tiene que haber algo que pueda hacer —habla de nuevo, con voz tranquila y resolutiva. El orientador está dispuesto a interrumpirla, pero se adelanta—: Solo dígame si hay una posibilidad, por remota que resulte.

Se muestra decidida e insurgente. Quizás desesperada. Aun así, no va a rendirse con tanta facilidad. El señor Norman hace un gesto negativo con sonrisa en la comisura de los labios. Ese hombre será un metomentodo en muchas ocasiones. Pero se preocupa por los alumnos y admira la tenacidad.

—No suele ocurrir, pero a veces se liberan plazas porque algunos aspirantes terminan por escoger otra carrera. Si esto sucede, dan la oportunidad a las personas que ya habían presentado la solicitud con anterioridad.

—Bien.

—¿Qué puedes hacer? No te metas en líos. Termina tu último año sin una sola amonestación más, tal vez así
aumentes tus posibilidades.

—De acuerdo. —Rudy se levanta de la silla—. ¿Ya puedo marcharme? Tengo que ir al aula de castigo.

Antes de recibir el permiso, Rudy se da la vuelta y se marcha antes de que se le deshaga la compostura.


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La profesora a cargo del aula de castigo da por finalizada la penitencia levantándose de su puesto. Todos los presentes se precipitan hacia la salida, como si hasta el momento hubieran estado atados a los pupitres por una fuerza invisible.

Austen, en cambio, se toma su tiempo y espera que no quede nadie. Finge ocuparse en pasar los deberes desde el pupitre a su tarjeta electrónica. Aunque estos se hallen allí desde hace un rato.

Se reprende a sí mismo, de nuevo, por haberse visto envuelto en esta situación. No tendría que haberles prestado las flechas a las chicas. Lleva en clase con ellas el tiempo suficiente para saber que nada bueno podría salir de aquella situación. Pero era Rudy quien se las pedía y en una absurda e inocente fantasía, creyó que con ello conseguiría que se fijara en él de una vez por todas.

También podría haber negado su participación activa en la broma a Ziv cuando los llamaron al despacho del director. Secundar los alegatos de Alvie, Vittani y Rudy cuando dijeron haber cogido las flechas sin su permiso. Pero Austen se había quedado callado, como de costumbre.

Ahora tiene que lidiar con las consecuencias. Pasar dos horas más de las necesarias en ese enjambre de alumnos de los que tan alejado se siente.

Abandona el aula cuando la última chica traspasa la puerta. En el pasillo se ve rodeado de gente otra vez. Ziv está con las gemelas que esa misma mañana se unieron al grupo problema y confesaron que todo el asunto de la explosión había sido culpa suya y que había desencadenado el dominó de venganzas entrelazadas por las que la mayoría se hallaban en detención. Austen como daño colateral de todas ellas. Debido a la compañía de las gemelas, Ziv no le hace ni el menor caso. Lo cual agradece. No está de humor para aguantarle.

Echa a andar por el pasillo, ensimismado, preguntándose si es demasiado tarde para practicar con el arco en la sala de entrenamientos antes de regresar a casa.

Si se queda el tiempo suficiente, a lo mejor su hermana Liana olvida la excursión que quiere hacer al Barrio Robot como parte del proceso de documentación para la novela que nunca empieza a escribir. Los robots le ponen los pelos de punta —a excepción de Chako—, aunque conviva con ellos desde que tiene memoria. Ha leído demasiados libros conspiratorios sobre rebeliones de máquinas que esclavizaban a los humanos de la Tierra.

Cuando sale de sus cavilaciones se da cuenta que Alvie y Vitta caminan por delante de él y, alcanza a escuchar un retazo de su conversación:

—No contesta —menciona la primera. Aparta el dedo de la parte trasera de la oreja, donde todos los habitantes tienen implantado un intercomunicador que permite hacer llamadas y mandar mensajes y correos que se visualizan con el lector de córnea—. Espero que no ande metida en líos… —reflexiona al final.

—Meterse en líos sin Vitta sería muy maleducado. —Se queja la niña con su característica voz aguda—. ¡Estará con Craig! ¿Podemos ir a preguntarle? Por favooooor…

Alvie se limita a revolverle el pelo con su brazo robótico y una sonrisa implantada. Austen, aun consciente de que está escuchando una conversación que no le incumbe, supone que están hablando de Rudy. La chica no se ha presentado al castigo de esa tarde.

Las hermanas toman el recodo que conduce a la puerta principal de la escuela y las pierde de vista. Austen prosigue su camino en línea recta, todavía indeciso sobre qué hacer. Unos metros más adelante, se fija en que la puerta de los materiales está entornada. Se detiene. Es una estancia limitada para los estudiantes. Allí almacenan todo tipo de proyectos de robótica de años pasados.

Una idea toma forma en su cabeza. Mira en todas direcciones para comprobar que no hay nadie y se cuela por la abertura. Tal vez allí encuentre algo que le sirva a Liana y que a él le evite el mal trago.

El corazón le late ante la temeridad de su osadía; dividido entre el miedo y la exaltación. Es lo más peligroso que ha hecho en años. Parpadea para habituarse a la escasa luz del lugar. Todo cuanto ve son bultos de diversos tamaños cubiertos con sábanas, como monstruos dormidos, además de unas cuantas torres conformadas por cajas.

Austen, miedoso como es, comienza a imaginar un sinfín de posibilidades por las que puede terminar muerto allí dentro. Como que se le caiga una caja en la cabeza, una máquina cobre vida o, peor si cabe, que un asesino esté escondido y le salte a la espalda en cualquier momento.

Se da cuenta de que está a punto de empezar a hiperventilar y se obliga a relajarse. Solo es una sala de materiales llena de polvo. Apoya las manos en las caderas con aires valientes de pacotilla y se dirige hacia una caja solitaria dispuesto a hurgar. Cuando entonces, escucha un sollozo que lo sobresalta. Permanece quieto, paralizado. Es el asesino, se dice en un arranque de pánico.

A ese sollozo le suceden varios, pequeños y tímidos. Resopla de alivio, sintiéndose tonto. No es un asesino, sino una persona que parece atravesar un mal momento. Austen sigue quieto, con las manos apoyadas sobre la caja, sin saber muy bien qué hacer: si marcharse u ofrecer su ayuda a la persona que llora. La segunda opción le atrae más, pero a Austen le cuesta horrores hablar con desconocidos, como para tener que consolarlos.

Decide incorporarse e irse. Pero sin haber dado si quiera un paso hacia la salida, un nuevo sollozo inunda el lugar, esta vez más desgarrado, que lo detiene. Austen conoce bien ese sonido, lo ha escuchado incontables veces detrás de la puerta de su madre tras la muerte de su padre. Conoce ese lamento agónico, inconsolable. Y, sin pensárselo, empieza a abrirse paso entre las máquinas dormidas en dirección a este.

Detrás de una especialmente grande, encuentra una especie de claro iluminado por una lámpara inalámbrica. Hay piezas de proyectos a medio terminar desperdigadas y tarjetas holográficas abiertas que muestran planos y cálculos que escapan a su entendimiento. En el centro de todo esto, encuentra a Rudy.

O al menos eso cree, al principio le cuesta asociar esa imagen a la chica que él está acostumbrado a ver. Esta lleva el pelo suelto y revuelto sobre los hombros, con la cara mojada por las lágrimas, abrazada a sus rodillas. Vulnerable y pequeña. Nada que ver con la Rudy de la barbilla alzada y sonrisa de sabelotodo que siempre se muestra invencible.

—¿Tú qué haces aquí?

Austen recibe su segundo sobresalto al escucharla hablar con voz rasposa y tomada. Le taladra con sus ojos negros, como si acabara de profanar un lugar sagrado. Abre la boca para pedir perdón, aunque, como de costumbre, las palabras deciden abandonarlo. Se rasca la cabeza, avergonzado.

Rudy se seca las lágrimas con el dorso de las manos, queriendo ocultarlas. Se recoge los mechones de pelo en la cola de caballo habitual y, cuando vuelve a mirarlo, ya es la chica imperturbable que siempre ha creído que es.

—Estabas… llorando —consigue decir Austen con retardo. Se reprende a sí mismo. La segunda vez que Rudy Holmes se dirige a él y de lo único que puede hacer gala es de su retraso mental.

Rudy frunce los labios mirándolo con odio infinito. Un destello del dolor que se advertía en sus sollozos se refleja en su mirada. Austen entiende que no es nada personal hacia él. Sino hacia ella misma, porque la ha pillado en un momento de debilidad.

El chico permanece estático, mirándola desde arriba. Desconoce si lo mejor es darse la vuelta, prometerle que no se lo dirá a nadie —porque, a quién va a contárselo— o esperar a que sea Rudy quien tome la iniciativa.

—No estaba llorando —replica la chica tozuda, incorporándose—. ¿Te ha hablado alguien de este sitio?—. Le da la espalda y se dirige a una mesa en la que Austen no se había fijado. También llena de piezas de maquinaria.

Te está hablando. Actúa como una persona con coeficiente intelectual. Traga saliva y se rasca la nuca.

—La puerta estaba abierta.

—No tendrías que haber entrado —masculla Rudy todavía de espaldas, trajinando en la mesa.

Habla como si ese lugar le perteneciera y Austen comprende el por qué. Se nota que la chica ha tomado el lugar como centro de operaciones. Ve su chaqueta militar de los mil bolsillos arrugada junto a la mochila y unos cuantos bocetos de dibujos desperdigados, acompañados por acuarelas y carboncillos de diferentes tamaños. Si Austen no se viera tan intimidado por ella —más que por cualquier persona— indagaría. ¿Qué hace allí? ¿Cómo consiguió la llave del almacén? ¿Qué le duele tanto para llorar así?

—Toma.

Rudy se da la vuelta y le tiende un alijo de flechas sujetas por una cinta. De nuevo tiene la barbilla alzada y expresión nula en el rostro, sin rastro de las lágrimas, salvo por las pupilas enrojecidas. Austen se queda rígido mirándolas. Negras y relucientes en la semioscuridad.

—Por las molestias —habla Rudy, instándole con la barbilla a que las coja.

Austen obedece como si hubiera recibido una descarga eléctrica, con tanto ímpetu que sus dedos chocan con las flechas y está a punto de tirarlas al suelo. Enrojece sin remedio, pero Rudy no muestra indicios de molestia, ni de burla.

—Tienen un sensor en la punta. Una vez decidas tu objetivo, la flecha acabará en él, aunque falles en el tiro —recita con la monotonía de un manual de instrucciones—. Vittani las diseñó y yo las hice.

El chico las observa de cerca. Son ligeras como una pluma. Nota es cosquilleo en los dedos por las ganas de probarlas. Unido a la emoción de que Rudy se haya tomado las molestias de confeccionarle unas flechas.

—Son alucinantes —susurra al tiempo que eleva la cabeza.

Rudy se encoje de hombros, con los pulgares enganchados en las tiras del pantalón. El pelo castaño le brilla cobrizo en la oscuridad. Es como un meteorito en medio de la galaxia. El silencio se hace dueño del lugar y Austen supone que lo mejor es que se marche.

—Bien, yo…

Para cuando empieza a hablar, Rudy ya le ha dado la espalda, de vuelta a su mesa de trabajo. Señal que necesita para marcharse, lo cual hace.

—Gracias, por no preguntar.

Su voz le llega como un susurro apagado, casi tímido. Piensa que se lo ha imaginado, por lo que tarda un segundo en responder.

—De nada.

Con una sonrisa bobalicona dibujada en las facciones se dirige a la salida. Medio flotando en una nube, medio sin creerse este encuentro surrealista. Es consciente de que esta conversación no es transcendental, ni propicia ningún tipo de relación. Pero el encuentro se queda con él durante todo el camino a casa. Así como la mirada de dolor de la chica, que le pone los pelos de punta.
 

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Austen llega a su distrito acompañado por un amanecer rojo. Las fachadas de las casas de su barrio residencial, formadas por un híbrido entre metal y piedra, brillan como si un río de lava se vertiera por las paredes. Al paisaje lo acompaña un silencio pacífico y de las plantas sintéticas emana un dulce olor artificial.

Están bastante conseguidas. Enredaderas de un verde intenso y flores de todos los colores imaginables, cada una con un aroma específico programado. Tan conseguidas que resalta su falsedad. Si pasas mucho rato cerca de alguna su fragancia termina por marearte. Como si una persona se hubiera volcado el bote de colonia entero en la ropa.
Las diferentes colonias del Sistema Solar trabajaban con el objetivo común de replicar de manera exacta los estilos de vida del pasado. Pero las máquinas no pueden replicar a la naturaleza. Los frondosos bosques, océanos, atardeceres y amaneceres que Austen ve en los archivos que se conservan en las bibliotecas. Por mucho que se esfuercen, hay cosas que no se pueden confeccionar.

A veces lo agobia ser consciente de que respira aire reciclado, que el cielo no es más que un holograma o que vive dentro de una cúpula.

Pero esta no es una de esas veces. Está contento. Da pasos enérgicos, con la aljaba rebotando a su espalda y las flechas nuevas chocando entre ellas. Se muerde los carrillos para no sonreír. No debería. Al fin y al acabo no ha sido una situación agradable. Pero es que no puede parar de pensar en que Rudy se ha tomado la molestia de confeccionarle unas flechas. Es todo en lo que piensa. No en que la chica le ha faltado amenazarlo con una de ellas para que se marchara y que ese obsequio ha sido una forma de comprar su silencio. Como si Austen tuviera a alguien con quien comentarlo.

«Vitta también ha participado, no te vengas arriba». Puede que la idea fuese de ella y Rudy solo colaborara.
En fin, en su cabeza queda mejor la primera opción. Además, gracias a las flechas, ahora tiene una excusa por haberse retrasado. Si la suerte se queda un rato más de su lado, es posible que Liana haya olvidado la excursión al Barrio Robot. Es bien sabido que a su hermana le cuesta focalizar la atención en algo durante más de unas cuantas horas.

Austen llega a su casa, situada al final de una calle sin salida. Apoya la mano en el lector de huellas y espera a que la verja se abra. Enfila el camino de metal antideslizante que hay entre los dos cuadrados de césped que conforman el jardín con la vista fija en la puerta.

—Te parecerá bonito haberme dejado tirada.

Pero no alcanza a llegar ni a la mitad de este. Voltea el rostro hacia la izquierda y ve a Liana tumbada en la hamaca. Con el pelo rosa neón cortado al estilo pixie brillando en la oscuridad que ha abandonado el atardecer. Lo mira por encima de las gafas de sol con cristales en forma de corazón y frunce los labios.

Austen aprieta los puños y con actitud resignada camina a su encuentro.

—Estaba castigado, ¿recuerdas?

Liana se incorpora en la hamaca y encoge las piernas. Se ha subido las gafas a la cabeza, dejando al descubierto los ojos redondos y saltones del color del caramelo. Austen se sienta en el hueco libre que dejan sus piernas.

—Hasta las cinco —puntualiza juiciosa.

—Justo hoy decides mirar el reloj —ataca.

—A ver, si me dejas plantada por andar jugando a Robin Hood con los hologramas.

Una risa seca.

—Podría haberme secuestrado uno de esos robots que tanto te empeñas en estudiar.

Ella ríe incrédula y se deja caer contra el respaldo con un suspiro. Parece cansada de haberse tirado toda la tarde sin hacer nada.

Liana ni estudia ni trabaja. Cada vez que su madre se lo echa en cara, ella alega que estar potenciando su creatividad y que, todas sus salidas, son meros trabajos de investigación para nutrirse en experiencia. «A ver si te crees que no cansa salir todos los días de fiesta, mamá». En definitiva, Liana es una descarada con mucho morro a la que siempre le ha importado tres pimientos lo que opinen de ella. Y que, por encima de todas las cosas, ama meterse con Austen:

—Te ha soltado por muermo, ¿no?

—Lo he matado de aburrimiento.

—Ahora la verdad —inquiere Liana cerniéndose sobre él, a sabiendas de que Austen no ha sido secuestrado por un robot.

Se va a burlar de él, como de costumbre. Aun así, le relata su encuentro con Rudy en la sala de materiales y que después se ha ido a la sala de entrenamiento —como bien ha dicho ella— a disparar flechas.

—No sabes nada sobre romanticismo. —Se lamenta Liana de lo más sentida, clavándole las uñas puntiagudas y con purpurina en el hombro—. En lugar de quedarte como un pasmarote, la próxima vez le ofreces tus varoniles hombros para apoyarse.

—Sí, claro —espeta Austen, poniéndose colorado ante la imagen que llega a su cabeza—. Y a la que doy un paso me parte las piernas. No conoces a Rudy.

—Tú tampoco. Suspiras por la imagen que te has creado de esa chica. —Le recuerda su hermana una vez más—. Si te atrevieras a hablarle…

—¿Es que no me has escuchado?

—Alto y claro.

Austen permanece callado. Liana lleva razón, el chico solo vive en sus fantasías. Pero así es mucho más sencillo. En su cabeza todo es posible al mismo tiempo que nada lo es. Navegar en ese limbo entre ambos le infunde seguridad. La vida de fuero lo aterra, en ella siempre ocurren cosas mala.  

—La vida está ahí fuera, hermanito —añade Liana—. Lo que me recuerda…

Se levanta de un salto y se despereza con los brazos por encima de la cabeza, con ruidos escandalosos, como si fuera un animal tras una larga hibernación.

—¿Ya te vas? —Austen también se incorpora—. Si no te quedas a cenar mamá va a enfadarse.

—Tú te vienes conmigo. A ver si te crees que me he olvidado de nuestra pequeña excursión.  
 


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Como de costumbre, Rudy abandona la escuela de noche, acompañada por las estrellas artificiales. Permitiendo que la cinta corredera le arrastre de vuelta a casa, incapaz de andar por el dolor de pierna y cansada como si llevara cinco días sin dormir.

Nota la cabeza embotada y congestionada. Todavía sin creerse que no haya sido aceptada en el programa de Ingeniería. Ha tratado de guardar la compostura, alegar a la práctica para frenar a las emociones. Pero de camino al aula de castigo, ha terminado por derrumbarse. Rudy es fuerte hasta que ya no puede serlo más.

Así que ha acabado escondida en la sala de materiales. Saltándose el castigo y la recomendación del señor Norman de no meterse en líos. Sin embargo, mejor añadir uno de estos a la lista que hacer partícipe a toda el aula de sus lágrimas. A Rudy no le gusta que la vean en ese estado. Porque entonces hacen preguntas a las que no quiere responder.

Hoy Rudy ha sido lo suficientemente descuidada para olvidar cerrar la puerta de su escondite y eso ha provocado un encuentro con Austen Ellsworth en medio de su declive. Ha sido casi peor que si la hubiera visto Alvie o Vitta. Porque Austen es el chico en el que nadie se fija pero que se percata de todo. Parece introvertido, desligado y encerrado en su propio mundo. Solo que Rudy le ha visto en la mirada la reflexión silenciosa de aquel que entiende más de lo que explica.

Es consciente, a pesar de sus vanos intentos por fingir que no la ha visto desgarrarse entre lágrimas, que Austen ha visto esa parte suya que tanto se esfuerza por ocultar al mundo. Ha seguido su teatro, le ha permitido creerse que lo ha engañado. Debería sentirse agradecida, pero no es el caso.

Se siente en deuda con él. Ha querido saldar la anterior confeccionándole unas cuantas flechas, por haberse visto en el grupo problema por su culpa. Solo que ahora ha contraído otra mucho más grande.

Cuando el silbido de un tren le inunda los oídos y le manda escalofríos por la columna, Rudy saca a toda prisa su aparato reproductor para acallar el sonido con música. Pero no le da tiempo a conectarlo con su intercomunicador:

—¡Hola!

Antes si quiera de procesar el saludo, Rudy es abordada por dos réplicas idénticas. Las gemelas Lebesque Boudec. Noelani por la derecha, con sus cuentas enganchadas a los mechones de pelo que le enmarcan la cara; de gesto amable y receptivo. Vega Lyra en la izquierda, diferenciada de su gemela por las gafas redondas de pasta negra; callada y siempre huraña.

—Hola. —Rudy ignora el regusto amargo en su lengua y se obliga a sonreír—. Cuánto tiempo.

—Parece mentira yendo al mismo curso —secunda Noelani.

—Distinta clase —interviene Vega, que muestra sus escasas ganas de estar entablando esa conversación en el tono aviso de su voz. Su gemela le lanza una advertencia ocular.

—Como si eso fuera un impedimento para vernos.

—Solo estaba recalcando lo obvio, como tú.

Noelani le saca la lengua y Vega sonríe. Rudy se limita a dejarse arrastrar entre ambas, concentrada en el sonido de sus voces, para no escuchar el de los trenes. Espera que alguna de las dos le explique la razón por la que se han acercado a ella. Llevan yendo a la misma escuela desde hace años y su interacción más cercana ha sido una mirada de reconocimiento por los pasillos de cuando en cuando.

Cuesta creerlo, teniendo en cuenta que hubo un tiempo en que fueron inseparables.

La amistad se fraguó en Venus, el planeta natal de las gemelas. Rudy y Anna tendrían unos ocho años cuando Darwin fue destinado allí. Como ambas familias pertenecían al mismo círculo social no tardaron mucho en cruzarse en uno de los muchos eventos a los que debía acudir su padre.

Fue una de esas amistades que parecen irremediables. No porque tuvieran la misma edad, había gran cantidad de niños en esos actos. Pero los gemelos univitelinos no son tan comunes como cabría esperar. La gente suele sorprenderse. Por lo que, en esas cenas en las que sentaban a los infantes en una misma mesa, los dos pares de gemelas eran el centro de atención.

Les hacían todo tipo de preguntas. «¿Es verdad que podéis leeros la mente? ¿Si le clavo el tenedor a ti también te duele?». Se lanzaban miradas cómplices, se reían ante las tremendas estupideces que les preguntaban y, pronto, las Lebesque y las Holmes se hicieron inseparables.

Lo mejor definición de esos eventos sería: soporíferos hasta para Morfeo. Aunque siempre se celebraban en mansiones y recintos glamurosos. Lo que se traducía a aventura. Noelani y Rudy, más traviesas e inconsecuentes ante un posible castigo, se marchaban a explorar sin miramientos. Rebuscaban tesoros en las habitaciones y tenían la costumbre de esconder objetos para que los propietarios enloquecieran buscándolos. Nunca supieron si lo que cambiaban de sitio se echaba en falta, pero era divertido imaginarlo.

Por otro lado, Anna y Vega iban en busca de alguna estancia en la que hubiera libros. Allí se perdían entre páginas y conversaciones a la espera de que ellas regresaran para contarles qué habían hecho y, a continuación, sermonearlas.

Al ver que las niñas se hicieron amigas, sus padres empezaron a verse fuera de los actos sociales. Las llevaban al parque, a comer helado o a algún centro comercial. Se hicieron tan amigas que, cuando el tiempo de Darwin en Venus tocó a su fin, idearon un plan para escaparse las cuatro. Robarían una nave y surcarían el espacio de planeta en planeta hasta que fueran lo suficientemente mayores para que sus padres no pudieran decirles qué hacer.

No quedó en más que una fantasía infantil, como no podría ser de otro modo y se despidieron con la promesa de seguir siendo amigas para siempre. Promesa que sellaron con cuatro pulseras de cuerda color verde que Rudy aún debe tener guardada en alguna parte.

La amistad perduró años. Hacían llamadas todas las semanas, se enviaban mensajes y se veían en los periodos de vacaciones unas cuantas semanas. Cuando Vega y Noelani les contaron que habían destinado a sus padres a la colonia de Roca-A2 de manera definitiva, se llevaron una alegría inmensa. Irían juntas al instituto, todo sería perfecto, el cuarteto reunido de nuevo.

Cuesta creer que, en la actualidad, sean poco más que conocidas. Pero un año antes de que ocurriera la mudanza, tuvo lugar el accidente que cambió irremediablemente la vida de Rudy.

Para cuando sus amigas se mudaron a la colonia, hacía meses que no hablaban. Fue una decisión de Rudy. Fue su forma de continuar adelante, romper con todo aquello que guardara relación con su pasado. Las gemelas Lebesque conformaban una gran parte de este. Parecieron entender sus motivos o, por lo menos, se enfadaron con ella lo suficiente para no tratar de acercársele en la escuela.

Puede que las eche de menos. Es posible que, en ocasiones, se arrepienta de esa decisión drástica. Pero en su momento fue lo correcto. Porque cuando se cruzan, cuando las ve juntas por la escuela, tan unidas; todo en lo que puede pensar es en su hermana. En que esas podrían haber sido ellas de no haberse subido a aquel maldito tren.
Toda esa mezcla de emociones la abordan ahora. Las mismas que la atacaron esta mañana al verlas cruzar la puerta y escuchar que formarían parte del grupo problema.

—¿Necesitáis algo? —pregunta al salir de su trance. Suena más brusca y grosera de lo que pretende. Ellas no se inmutan o, les da igual.

Alterna la mirada entre ambas mientras que por el rabillo del ojo comprueba que están introduciéndose en el centro de la ciudad. Su casa está a escasos cinco minutos. Con suerte, podrá escabullirse antes de sumergirse en una conversación.

Se amonesta a sí misma por este pensamiento, pero es que han escogido el peor día para salvar las distancias.
Las gemelas se comunican con ojos idénticos de miradas distintas. Vega despega los labios, solo que Noelani es más avispada y son sus palabras las que se escuchan primero:

—Pedirte perdón. —Noelani sonríe.

—¿A mí?

—Sí, estás en el grupo problema por defender a tus amigos. —Rudy cree adivinar cierto retintín en la voz de Vega al pronunciar la última palabra—. No era nuestra intención.

—Conoces a nuestros padres. Se ponen como locos cuando nos metemos en problemas.

Lo cierto es que no. De la misma manera que ya no las reconoce. Han cambiado, igual que la propia Rudy. Vega se muestra más tirante, a la defensiva. Mientras que Noelani parece haber olvidado que hace años que no se hablan. Siempre fue muy orgullosa y, cuando peleaban, era Rudy quien cedía.

—Perded cuidado. —Encoge los hombros—. Cualquier excusa es buena para martirizar a Ojitos Saltones.

—¿Ese es Ziv? —pregunta Vega con una sonrisa incipiente.

—Esta vez no se lo merecía —interviene Noelani en su defensa. A lo que su gemela pone los ojos en blanco.

—Por todas las que sí, entonces —dice Rudy, más relajada. No está siendo para tanto. Incluso siente unas ganas repentinas por preguntarle cómo es posible que sea amiga de Ziv.

—Lo bueno es que vamos a ir juntas a la excursión —comienza a decir Noe—. ¿Os acordáis que planeamos hacer una cuando teníamos ocho años? Anna escribió un itinerario…

En cuanto la chica pronuncia el nombre de su gemela Rudy siente un puñetazo en la tráquea que le recuerda el motivo por el que se alejó.

—Noelani, tenemos que irnos —interrumpe su gemela con rapidez, pasando el brazo por delante de Rudy para cogerla y arrastrarla hacia delante.

—¿Qué...? ¿No habrás tomado setas alucinógenas? —Le grita intentando frenar a Vega, lo cual es inútil, pues la calle mecánica le da ventaja—. No he terminado de hablar.

Noe se gira hacia Rudy, que trata de recomponerse con presteza. Bastante ha tenido con el numerito que ha presenciado Austen horas atrás.

—Mi casa está aquí—Rudy se baja de la calle justo frente a su bloque de departamentos. Finge una sonrisa—. Ha estado bien, ya nos veremos.

Se da la vuelta sin esperar una respuesta. Sin embargo, el viento le manda unos retazos de conversación entre las gemelas.

—… para una vez… tampoco he dicho nada…

—No es lo que dices, es tu presencia.

Rudy da las gracias en silencio a Vega. De haber sido otro día, quizás hubiese ignorado la patada. Pero hoy no necesita más recordatorios sobre la ausencia de su hermana. Mira por encima del hombro para ver las siluetas de las Lebesque perderse en la confluencia de las calles.


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—Deberíamos disculparnos —increpa Alvie por decimonovena ocasión.

—¿Por qué? —pregunta Vittani con inocente curiosidad.

A Rudy también le entra curiosidad, pero no tiene nada de inocente. Es más bien incrédula. No entiende la razón por la que su amiga quiere hacer tremenda estupidez. Alvie aparta la vista de Ziv, que pasa el periodo entre clases dentro del aula escuchando el parloteo incesante de Noelani. La chica se encuentra con su hermana y Rudy escrutándola, inclinadas hacia delante, con las espaldas apoyadas en la pared del pasillo.

Encoge los hombros, como si estuviera a punto de decir una obviedad.

—No fue el causante de la explosión. Solo estaba guardándole la espalda a sus amigas —señala a Noelani con la barbilla—. Es lo correcto.

Mientras que Vittani medita la información de su hermana mayor, Rudy bufa con un arranque de indignación. Se aparta de la pared y se coloca frente a ella.

—¿Te disculparías con un asesino por que un día haya decidido no matar a nadie?

—No seas tremendista.

—Ni tú peques de inocencia.

—Estoy siendo justa —rebate Alvie con la vena marcada y latente en la sien—. Para mí es importante disculparme.  

—A Vittani no le gusta cuando discutís.

La pequeña se planta entre las dos. No les llega ni a la barbilla, pero su presencia es imponente. Dedica una mirada furibunda a Rudy y Alvie. A continuación, sonríe con esa elevación de labios entre diabólica y encantadora.

—Si Alvie quiere disculparse, se disculpa. Si Rudy no quiere hacerlo, no lo hace —comenta con calma—. Lo único importante aquí es que lo inconvenientes y las calumnias no han sido impedimento para que me siente con Craig durante el viaje.  

Recoge las manos bajo la barbilla y suspira. Rudy imagina dos corazones enormes dibujados en sus ojos. No está de acuerdo con que sean pareja. Vittani se quedó devastada cuando Craig la culpó de acabar en el grupo problema. Tuvo un día bajo, no se lo reprocha. Pero ahora su amigo sabe que Vittani está enamorada —encaprichada— con él. No debería alimentar esos sentimientos, cuando sabe perfectamente que no son correspondidos.

Rudy se muerde la mejilla porque no es quién para decir nada. Finalmente, Alvie y ella cruzan una mirada. La tensión desaparece y se ríen por las ocurrencias de Vittani, que siempre es un catalizador para la paz.

No merece la pena discutir con Alvie porque sus moralidades sean diferentes.

—En lugar de disculparnos—comenta Rudy en tono jocoso, a la vez que rodea a Alvie por los hombros—él debería darnos las gracias. Nuestra paleta de color subió su atractivo a unos niveles que no se atrevería a soñar.

Su amiga suelta una carcajada a la que corresponde guiñándole el ojo. Vittani se ha metido de nuevo en el aula y está hablando con Rush al tiempo que mira de reojo a Craig, que está concentrado en la pantalla de su pupitre escribiendo.

—¿Cómo te fue con el orientador? Desapareciste del mapa el resto de la tarde y hoy no has soltado prenda. —Alvie le pega con el codo de su brazo robótico, en reproche cariñoso.

Rudy deja caer el brazo de los hombros de su amiga. No respondió ni los mensajes ni las llamadas perdidas de Alvie preguntándole por la cita y su ausencia. Esta mañana, cuando se han visto de camino a la escuela; ha fingido que nada de lo anterior había ocurrido.

Se arremete un mechón tras la oreja, mirándose las zapatillas.

—Fue bien —murmura.

—¡¿Te han aceptado?! —chilla Alvie, creando eco en el pasillo, captando la atención de los alumnos que lo transitan.

Rudy chista para que baje la voz.

Alvie alza sus marcadas cejas a todo lo que dan, aguardando la confirmación definitiva. Rudy experimenta una vergüenza injustificada. Que la conduce a decir la siguiente mentira:

—De momento. —Se arrepiente de inmediato, pero no hace nada por retirarlo.

—Claro que te han aceptado, eres una cerebrito repelente —bromea Alvie, feliz por su amiga.

Rudy siente sus mejillas estirarse en una sonrisa impostada. «¿Por qué ha mentido?». Ella odia las mentiras. Le gustan las cosas claras, por duras que puedan ser. ¿Tanta vergüenza siente? ¿Le importa tanto lo que piensen de ella? Alvie es su amiga, no va a juzgarla —como tampoco lo hizo Craig cuando se lo contó anoche—, no la apuntará con el dedo ni recitará todos sus fracasos.

El problema es que ella sí lo hace. Para Rudy es una vergüenza, una certeza de que no está a la altura. Y quizás no se lo ha dicho a su amiga porque en el desconocimiento no se convierte en realidad.

—Entrad en el aula, por favor.

La profesora se detiene al lateral del quicio de la puerta y las invita a meterse dentro con un gesto de la mano. Rudy sigue a Alvie cabizbaja. Sintiéndose una farsa absoluta. Pero se sacude esa frase de la espalda. Hablará con ella después. Le dirá la verdad y tratará de explicarle por qué no ha sido capaz de ir con esta por delante desde un principio.

Alvie se sienta en la primera fila, flanqueada por Rena y Vega Lyra. En su camino hacia el pupitre, Rudy se cruza con la mirada de Noelani, que sigue acribillando a un Ziv cada vez más enrojecido y molesto. Esta le sonríe momentáneamente. Esta mañana, incluso, se han saludado —Noelani, al menos, Vega le ha dedicado la misma mirada hostil que la noche anterior— cuando han llegado a aula.

No ha parecido tomarse a pecho que ayer Rudy se la sacara de encima como un mal presentimiento. Y eso no es un alivio, ni mucho menos. Es más bien una advertencia. «He vuelto y no vas a echarme». La chica también se sacude ese temor a lo que pueda pasar con este acercamiento fortuito. No es su momento. Lidiará con las situaciones cuando se presenten, no antes de que lo hagan.

Es tiempo de preocuparse por que el grupo no arme ningún lío durante la clase. Que todos se mantengan callados y presten atención. Está determinada a entrar en ese condenado programa. Y, el primer paso para ello, es asegurarse que todo vaya bien durante la excursión.

De momento, así ha sido. Esta ha sido la primera jornada de clases como grupo. Están en diferentes cursos, pero el temario de esta semana se centra en la inminente excursión y las máquinas terraformas, así que no ha habido problema.

Rudy toma asiento al lado de Rush. Este anda entretenido con sus propios dedos. Creando formas con ellos. En la fila de la izquierda, capta unos ojos que la observan. Cuando alza la vista, se encuentra con Austen. Él aparta la mirada rápido, dando un respingo.

Nota una incomodidad repentina y se remueve en su asiento. Muy consciente de que Austen la miraba por el espectáculo de la sala de materiales. A partir de ahora, cada vez que lo haga, verá a esa chica débil y lacrimógena.

—¿Qué te traes con el rarito?

—Eres el precio a pagar por las deliciosas recetas de Craig —responde a Rush, cuya sonrisa toca pelotas se asemeja
mucho a la de un payaso con demencia.

—Me refería a…

—Cállate.

 
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Al término de la clase, Rudy se inclina para recoger sus pertenencias y, a la que va a incorporarse, se reproduce la escena de una hora atrás. Sus ojos chocan con los de Austen, agachado sobre su mochila como ella. La chica se fija en la aljaba que siempre lo acompaña está repleta de las flechas que le obsequió.

La mirada es efímera y, también de nuevo, es Austen quien rompe el contacto. Incómodo o avergonzado. Por experiencia, Rudy sabe que cuando conoces la peor parte de alguien es más sencillo mirar para otro lado. La verdad incomoda. Incluso a Rudy le cuesta mirarse en el espejo cuando lo peor de ella decide salir a jugar.

En la décima de segundo que tarda en levantarse siente el impulso de abordar a Austen y exigirle que no la mire, que se dedique a analizar al resto, como siempre hace, pero que a ella la deje tranquila. Al final decide que es mejor olvidarlo. No darle importancia. Fue un mal día, la próxima vez se asegurará que nadie la sorprenda en uno de esos.
Abandona la clase rodeada de sus compañeros. Le hace un gesto a sus amigas para que vayan yendo a la cafetería, que no la esperen, ya que tiene que pasar por la taquilla a por su material de dibujo para entretenerse durante la clase de Educación Física.

—¿Nada que decirme?

Ziv la interpela en medio del pasillo: brazos cruzados, cabeza ladeada y sonrisa ladina. Aparece tan repentinamente y tan cerca de su espacio vital que el corazón se le sube a la garganta. Finge que no ha sido así. Alza una ceja y lo mira de arriba abajo con meticuloso desdén.

—El amarillo no te favorece. Es más, diría que te pareces a un canario desplumado —responde, señalando la sudadera que lleva. Rudy se sumerge en el juego buscando ventaja.

Ziv pone en blanco sus enormes ojos azules.

—Quiero una disculpa —exige alzando el mentón.

—No haber preguntado. —Rudy encoge los hombres y lo esquiva para proseguir su camino.

Por supuesto, la persigue con sus andares todopoderosos.

—No por tu comentario sobre moda, por haberme llenado de pintura —aclara con una nota indignada en la voz—. Ya vistes que no fui yo.

Rudy le mira de reojo. Ha imaginado lo que quería en cuanto se le ha puesto delante.

—Hmmm, creo que voy a pasar —medita con falsedad y contesta desdeñosa.

Las pecas del chico resaltan en los distintos tonos de rojo que ha adquirido su piel alabastrina.

—¿Te has disculpado tú con Vitta y Craig? —argumenta.

—¡Que no fui yo!

—Te regodeaste por la situación.

—De la misma forma que hiciste tú cuando me dejaste como un maldito unicornio —contraataca con los ojos brillantes por haber encontrado dónde pillarla. Rudy ni se inmuta. Jamás ha pensado que es mejor persona que él.

—Acción—señala a Ziv y a continuación a sí misma—, reacción.

El chico se frustra por no conseguir sacarla de quicio. Ha escogido un mal día para ello. Se ha propuesto pasar el día sin altercados. Ziv frena y Rudy piensa que se ha librado de él por el momento, así que acelera el paso.

—Es una lástima no haber conocido a Anna. Apuesto a que era más simpática que tú.

Es instantáneo. Antes incluso que Ziv termine de formular su comentario envenenado, Rudy ya se ha dado la vuelta y agarrado por las solapas de la sudadera —esta escena se repite con mucha frecuencia entre ellos—. Se acerca tanto a él que, si agachara barbilla, podría romperle la nariz. «No te tientes a ti misma».

—Quién. Te. Ha. Hablado. De. Ella —Su voz está ahogada y nota cómo le tiemblan las piernas. Ziv tiene una sonrisa triunfante—. ¡Responde!

Lo adivina cuando un resquicio de cordura se cuela entre la impresión y el enfado. Solo tres personas que conocen la existencia de Anna. Han tenido que ser las gemelas, pues Craig nunca diría nada.

—¿Cuál de las dos?

Ziv se la quita de encima antes de decir nada.

—Vega.



Rudy se recorre la mitad de la escuela en busca de Vega Lyra. El corazón le va a mil por hora y una furia que abrasa. Tanto, que ni siquiera nota la falta de aire por la carrera ni el dolor en la pierna. No es más que una máquina movida por irracionalidad.

Se siente profanada. Hay un motivo por el que no habla de su hermana; Vega no es quién para ir haciéndolo. Menos con Ziv, que no ha dudado en aprovecharlo para herirla.

Por fin da con ella en el segundo piso. Vega está en su taquilla cogiendo unos libros.

—Tú de qué vas —Le escupe, con voz temblorosa por los nervios acumulados, cuando llega a su lado.

Vega da un pequeño salto. Sin embargo, al girarse para prestarle atención, lo hace con premeditada lentitud. Primero deja los libros, cierra la mochila y después la taquilla. Rudy piensa que va a arder por combustión instantánea. Se enfría en cuanto la frialdad de los ojos de Vega se dirige a ella.

—¿Perdón? —Se sube las gafas y se cruza de brazos.

Los nudillos de Rudy crujen. Una parte de ella la incita a darse la vuelta, apelando por la razón.

—Por qué le has hablado a Ziv de mi hermana.

Vega Lyra bufa y menea la cabeza de lado a lado. Sin creerse que le haga una pregunta tan estúpida.

—No sabía que estaba prohibido.

La bravuconería de la chica no hace nada por templar su irracionalidad.

—Deja de hablar de mi familia —exige sin ningún argumento válido a su respuesta.

Vega, que es más alta que ella, la mira desde las alturas con una mezcla entre la decepción y el enfado.

—Quizás tú quieres hacer como que no ha existido. Pero yo no.

Todo su rostro dibuja una mueca, contraída al igual que su corazón. Se le sierra el aliento. Rudy se apaga como una máquina. Sostenida en el limbo por lo que podrían ser una eternidad. Hasta que la rabia regresa y es capaz de responder.

—Era mi hermana. No tienes ni idea… —«No tiene ni idea y punto».  

—¡Y era mi mejor amiga!

Vega eleva el tono de voz, retumba contra las paredes. También se le arruga el rostro, le brillan los ojos. No da tiempo a Rudy de responder y se marchar, empujándola por el hombro.
indigo.
indigo.


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Planet Survival - Página 5 Empty Re: Planet Survival

Mensaje por indigo. Dom 19 Abr 2020, 10:01 am


CAPÍTULO 07.2
rudy holmes & austen ellsworth.




—Si ya tengo una mochila ¿Debo comprar esta?

Rudy acerca el objeto a la cara de Craig. Quien está concentrado tachando de su lista de materiales la botella de agua hermética que sostiene en su antebrazo.

—No especifica nada.

—Pues deberían —masculla, dejando caer el brazo con el que agarra la mochila—. ¿Es tan complicado? Queridos alumnos, si ya tenéis algunos de los objetos de la lista, no es necesario que contribuyáis a este consumismo enfermo.

Tira la mochila al estante, enrabietada. No puede importarle menos este asunto. Craig la mira disimuladamente, con la ceja enarcada.

—Si no quieres comprarte la mochila, no lo hagas. —Alza un brazo como si fuera un protestante empedernido—. ¡Muerte a las mochilas! ¡Abajo el capitalismo!

—¿Cómo era eso de que no te iba el sarcasmo?

—Hay que reinventarse.

Rudy responde con una mueca antes de marcharse a la sección de ropa para Pilates. Necesita unos veinte segundos en soledad para no terminar acribillando a Craig con los cristales de sus platos rotos.

«No haces como si no existiera. ¿Y si lo hicieras? Vega no es nadie para echártelo en cara». Es una tontería, pero encuentra consuelo en el hecho de que nadie sepa que tuvo una hermana. De esta manera, solo ha muerto para ella. Es como vivir en una realidad en la que el accidente no sucedió. Durante las horas consigue olvidar que es la parte de una máquina que jamás volverá a funcionar porque hay piezas irrecuperables. Si Vega no es quién para reprocharle la falta de palabras, Rudy tampoco es quien para reprocharle a ella que lo haga. Por mucho que le fastidie darle la razón. Le es fácil olvidar que no es la única que perdió a Anna. Rudy sabe que cada quien lidia con el hueco que dejó de la manera que cree conveniente.

Debería pedirle disculpas por haberse puesto como una energúmena. Que llegue a hacerlo es otro asunto. Además, Vega Lyra la acusó de haberse olvidado de ella. No es la única que debería pedir disculpas.

—Aquí no pone nada de pantalones transpirables.

La voz de Craig por encima de su cabeza la sobresalta. Se da cuenta de que tiene aferrados unos pantalones entre sus manos y los suelta como si le hubieran dado calambre. Resopla, irritada aún. Después del altercado con Vega, lo más sensato habría sido marcharse a casa. No venir al centro comercial con Craig. Pero su determinación a no permitir que las cosas detengan su vida es más tozuda que la propia Rudy.

—¿Ya tienes todo? —pregunta a su amigo.

Craig se queda mirándola con expresión evaluativa. Y ella advierte que lo próximo que saldrá de sus labios nada tiene que ver con la lista de materiales para la excursión.

—Puedes estar enfadada por lo del Programa de Ingeniería. —Le recuerda, creyendo que ese es el único motivo de su comportamiento. Cuando solo es uno de ellos.  

—No quiero hablar del tema. —Aparta la vista, con los brazos cruzados en el pecho.

Ayer le pidió, tras desahogarse, que lo dejara correr. Porque no pasaba nada. Aún tiene posibilidades de acceder al programa. El tiempo lamentándose solo le hará perder energía.

—Hablemos de otra cosa, entonces. ¡Ya sé! Reflexionemos sobre el hecho de que esta es la oportunidad perfecta para que eches la solicitud en el Programa de Mecánica y te olvides de esta sandez.

Rudy se gira hacia él echando chispas por los ojos. Pero se choca con un muro invisible cuando está por soltarle su discurso habitual. Por primera vez en años se permite pensarlo. Deja que su viejo sueño se haga un pequeño hueco entre tanto plan trazado. ¿Qué pasaría? Si se permitiera empezar un lienzo en blanco. La ausencia de una respuesta hace que le suden las manos y se le cierre la garganta.

Carraspea.

—Mejor vamos a plantearnos tus últimas decisiones. —Craig junta las cejas—. ¿En qué pensabas aceptando ser el compañero de Vittani?

—Pues en nada, sinceramente —responde perdido—. ¿Por qué te parece mal?

Rudy pone los ojos en blanco. Craig es, quizás, la persona más inocua que conoce. Galante y justo. A veces no entiende que ser un poco cabrón a tiempo, evita muchos problemas en el futuro.

—La chica está loca por ti.

—Eso ya lo sabías cuando me pediste que cambiáramos de compañero —arremete.

Tiene razón.

—Ahora lo sabes tú.

—Solo voy a ser su compañero de asiento. Tampoco es que haya dado cabida a nada más. —Se defiende—. Me sentía culpable por cómo la traté.

—Vittani lo interpretará de otra manera.

Craig suspira.

—Di lo que sea que te ronda la cabeza y terminamos antes. Todavía tenemos que ir a por…

—Solo te pido que no alimentes sus fantasías por querer ser amable.

Al final, como siempre, Rudy se ha metido donde no la llaman. Pero es más sencillo ocuparse con los problemas del resto.

—Tranquila —asegura. Rudy se permite una pequeña sonrisa por primera vez en muchas horas—. Vamos a pagar.

—Espera, tengo que coger la mochila.

Deshace sus pasos hacia la sección donde se encuentran estas. Mira por encima del hombro para ver si Craig la acompaña; lo hace, confuso.

—Pero si ya tienes una.

—Nunca dije que la tuviera, estaba planteando una situación hipotética.

Craig resopla.

—Tengo la ligera sospecha de que Rush y tú apostáis por ver quién me vuelve loco antes.

Rudy se ríe.

—Así es.


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Algunas tardes a la semana Austen trabaja en la tienda de botánica de su madre. Sobre todo, los días en los Ngom debe ir al laboratorio con el que colabora para la supervisión de las nuevas semillas que van a sacar a la venta. En otras ocasiones, simplemente prefiere quedarse en la cabaña que hay en la parte trasera de su casa trabajando en nuevas fragancias para las plantas y aceites esenciales que venden en Jacinto —el nombre de la tienda—. A Austen, salvo por la parte en la que concierne la atención de clientes, no tiene problema en cubrir a su madre. Disfruta haciendo los deberes entre tanta vegetación. Aunque sea artificial le da cierta sensación de estar al aire libre. Su único problema radica en atender a los clientes.

—Disfrute de la compra.

Vega Lyra hace entrega de la bolsa de papel al último cliente. Sonríe en grande, pero en cuanto este se gira se le caen los carrillos y retorna a su expresión seria. Vega lleva trabajando en la tienda un año. Es una apasionada de la botánica y gran admiradora de su madre.

Sale de detrás del mostrador junto con la tableta electrónica para seguir con la colocación del último pedido.

—Puedo hacerlo yo si quieres. —Se ofrece Austen, a sabiendas de que probablemente le responda con un encogimiento de hombros.

Efectivamente, Vega realiza el gesto mencionado. Está sentada entre dos largas mesas en las que hay distintos esquejes para que la gente los plante en el jardín u en macetas. Teniendo la falsa sensación de hacer crecer una planta mediante su riego con agua. En realidad, no es necesario, los esquejes están programados para ir aumentando su tamaño acorde al tiempo de crecimiento que tenía cada especie en la Tierra. No precisan de agua ni de luz.

—Lo que tú prefieras —responde Vega colocando los nuevos esquejes en una fila delante de ella para después marcar ese pedido como recibido—. Haré yo el inventario, entonces.

No sabe mucho de la chica más allá de su pasión por la botánica, que tiene una gemela y que tiene unos padres un tanto estrictos —se lo ha oído contárselo a Ngom en varias ocasiones— además de hacer experimentos con su hermana que acaban en desastre. Mediante la observación también se ha dado cuenta de que es la reina del «me da igual todo». Es una chica a la que le trae sin cuidado lo que puedan opinar de ella, ya sea bueno o malo. Ni mucho menos se interesa por los demás. Muchas veces ni te contesta, se limita a mirarte haciendo ver que te ha escuchado pero que no gastará palabras en ti. Con la única persona que la ha visto mantener una conversación fluida es Noelani.

Austen piensa que se parecen un poco. Por eso de ir a lo suyo. Salvo por que Vega Lyra ignora absolutamente al resto de la humanidad. Mientras que Austen se pasa el día observando a la gente que lo rodea, tratando de entenderlos, a pesar de no mezclarse con ellos.

Vega le tienda la Tablet, regresa al mostrador a por otra y comienza con el inventario. Pasan una hora en silencio, cada uno con sus quehaceres, solo interrumpidos por algún que otro cliente.

—¿Crees que podré salir antes? —pregunta Vega.

Austen levanta la vista, la chica se cierne como una montaña sobre él. Se sube las gafas por el puente de la nariz sin dejar de mirarlo con su expresión pragmática.

—Claro, sin problema. —Austen experimenta una pequeña dosis de ansiedad. Nunca se ha quedado solo en la tienda. Reza para que no vengan muchos más compradores. Después de todo queda una escasa hora para el cierre.

—Gracias. Tengo una entrevista con el orientador de la escuela —explica. Vega apoya los riñones contra la mesa.
Asiente mordiéndose el labio. ¿Es una invitación a que le pregunto o simple información complementaria? Se rasca la mejilla.

—¿Por lo del castigo? —aventura.

Vega frunce el ceño.

—No, para rellenar una solicitud de acceso. Voy a aplicar por el programa de Botánica Molecular. Tu madre me ha escrito una carta de recomendación. Ya que mis padres se han negado para castigarme por lo de… —Vega se frena a sí misma, como dándose cuenta de que ha compartido mucha información. Menea la cabeza—. En fin, gracias.

«Claro, las solicitudes de acceso». La mayoría de sus compañeros andan en eso. El señor Norman también ha intentado reunirse con Austen, pero lo ha rehuido cuanto le ha sido posible. No tiene ni idea qué quiere hacer después de la escuela. El chico solo destaca en el tiro con arco. Como no quiera dedicarse a cazar hologramas… Frena el camino en el que está introduciéndose su mente. Sopesar su futuro le hace sentir más inútil de lo que ya se siente sin atenuantes.

—Mucha suerte. —La anima.

Vega está absorta con la vista clavada en sus pies, no le ha escuchado. Hoy está distinta, como alterada —para ser ella, claro—. La ha escuchado maldecir en varias ocasiones y suspirar estrangulada otras tantas. Parece que algo la perturba.

—¿Decías algo? —inquiere con retardo.

Se lo repite, emulando una sonrisa que pretende ser cálida. De consuelo, quizás. Por supuesto, Vega ni se inmuta.

—Gracias. Me voy ya.

Asiente y le dice adiós con la mano. Su compañera se acerca a la trastienda a por sus pertenencias y reaparece minutos después. Se despide de él en esta ocasión y se marcha. Austen se concentra en terminar de colocar el pedido de aceites en el estante. Ya es la última caja.

—Hola. ¿Puedes ayudarme?

Se queda tieso. Una clienta. Vale, no pasa nada. Tiene que limitarse a responder sus dudas y luego cobrarle. No es un examen. Austen gira con tanta rapidez que le da con el codo a los frascos que había estado colocando.

—¡Perdón! ¡Un momento! —chilla con la voz aguda, aún sin haber visto a la clienta. Trata que los frascos no se caigan al suelo y lo recoloca con manos temblorosas—. ¡Ya estoy!

De nuevo se da la vuelta, con cuidado de no tirar nada. Solo que no se fija en la caja vacía a sus pies. Tropieza con ella y para no romperse los dientes, parapeta hasta que se agarra al borde de la mesa, medio colgado de ella, con el cuerpo contorsionado como si estuviera haciendo el saludo al sol.

—Hijo, ¿te encuentras bien?

«No, estoy terriblemente avergonzado», piensa, intentando ponerse de pie.


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La figura de su padre, pulcra y trajeada, desentona hasta tal punto en su caótico apartamento que Rudy abraza la ligera sospecha de haber perdido la cabeza de una vez por todas. Es de noche y ha pasado la tarde pateándose la ciudad en busca de los enseres para la excursión, lo que menos le apetece ahora —nunca— es embarcarse en una conversación con Darwin.

Trata de digerir la situación. Cierra la puerta y deja la bolsa en la mesa bajo la atenta mirada de su padre. No hay saludos afectuosos, ni de ningún tipo.

¿Cuánto hace que no tiene noticias suyas? ¿Un mes? ¿Quizás más? Darwin canceló la última cena mensual a la que se arrastran para pasar una velada incómoda y silenciosa juntos. Como un ligero engaño de que todo marcha bien. Tampoco le envió ningún correo reprochándole su comportamiento. Silencio absoluto. Lo último que supo de él fue a través del orientador Norman. «Tu padre me contó que querías entrar al programa de Mecánica». Tal vez a eso se debe su visita.

Sea como fuere, lo mejor es pasar por el trago cuanto antes.

—Papá —dice tratando de desenredar las cuerdas vocales.

Él camina a su encuentro, abandonando la zona del ventanal, donde debía haber estado mirando los óleos que cogen polvo allí. Percibe su presencia como una invasión a su privacidad. Su padre puede entrar al apartamento cuando le plazca porque le pertenece. Rudy solo lo ocupa. No pocas veces, ha barajado la idea de buscar un trabajo y emanciparse económicamente, rompiendo el único lazo que la une ya a Darwin. Pero eso sería un movimiento definitivo.

—Tienes el apartamento como una leonera. —Darwin echa un vistazo a la mesa llena de trastos, a la par que golpea rítmicamente el respaldo del sofá—. ¿No pago para que vengan a limpiar?

La pregunta parece sincera, como si hubiera olvidado si lo hace o no. De no ser porque no pierde la oportunidad de lanzar comentarios en apariencia inocuos que, en realidad, cargan con ataques indirectos.

—Hoy no. —Evita confesarle que despidió al robot sirviente.

—Bien, llamaré para que sea a diario.

Lucha por no poner los ojos en blanco. Típico de él. Hace la visita de la culpa cada cierto tiempo, arregla unas cosas aquí y allá y después se marcha con la conciencia un poco más liviana.

—Imagino que no has venido para esto. —Rudy cree saber por qué está aquí, solo que quiere oírselo decir.

Se apoya en el sofá, en paralelo a Darwin. Su padre planea con la mano, a medio camino de otro golpecito que le amenaza los nervios. Finalmente deja caer el brazo junto a la cadera. Rudy lo mira a los ojos por primera vez desde que entrara en casa.

Tan negros como los de ella, vacíos y atenuados. El rostro puntiagudo marcado por arrugas tan profundas como grietas en una piedra. Estas le oscurecen aún más la piel ahí donde habitan. Darwin no tiene ni cincuenta años y aparenta la edad de una persona vieja. La tristeza no sienta bien al cutis.

—Tu orientador académico me ha llamado.

Prepara la coraza contra los golpes que se avecinan. Asiente con lentitud, digiriendo las palabras. Ojalá hubiera escogido cualquier otro día para aparecer. Hoy la costumbre no significa nada para ella y el viejo resquemor porque su padre prefiera hablar con el señor Norman antes que con ella le pica en el pecho.

—Así que ya te has enterado. Puedes ahorrarte el sermón —indica Rudy casi en una súplica infantil.

—Solo quiero saber por qué. —Darwin acorta la separación con otro paso. Ahora está cerca y debe alzar la barbilla para mirarlo a la cara.

En un primer momento no sabe qué responder ya que no tiene clara la pregunta. ¿Por qué no te han aceptado? ¿Por qué no puedes comportarte? ¿Por qué no eres más como tu hermana?

—Bueno, por lo visto, es un requisito indispensable no tener personalidad alguna. —Recurre a la ironía amarga.

Darwin tantea la expresión ya no tan inexpresiva de su hija antes de hablar. Fuerza la mandíbula hasta que le chirrían los dientes. Por lo demás, se mantiene tan inexpresivo como un lienzo nuevo.

—Por qué te empeñas tanto —suspira y, añade, dubitativo—: No es necesario que hagas lo que ella haría.

Clava las uñas en los muslos, focalizando el dolor en la carne y obviando el del corazón. «Lo ha dicho», no esperaba que lo reconociera. Existe una diferencia abismal, medida en daño, entre lo que crees saber y recibir una confirmación. Rudy se da cuenta que un punto diminuto de su interior llevaba años aferrándose al consuelo de que quizás estaba equivocada. Pero Darwin acaba de aplastarlo.

—Tiene gracia—traga las lágrimas, negándose a cualquier reacción que haga que su padre se percate del dolor—, en
los últimos años has dado a entender lo contrario.

Darwin se muestra afectado, confuso.

—En ningún momento… —murmura sin convicción.

—Al menos sé sincero —reprocha agachando la vista. Las lágrimas se acumulan en sus ojos, a pesar de sus determinaciones. Toma aire antes de hablar de nuevo—. Ya sé que soy una decepción constate para ti. Que desearías que fuera Anna la que estuviera aquí ahora mismo. No yo.

—¡Jamás he dicho eso! —rebate escandalizado, la mano en el pecho.

Mira a su hija con ojos certeros y despejados. Como si hasta el momento una capa hubiera cubierto su visión y lo viera todo distorsionado.

—Lo piensas, ¿a que sí?

—Yo…

Se le adelanta. Prefiere ser ella la que ponga la verdad sobre la mesa.

—Tranquilo. Ya que nos estamos sincerando, he de confesar que yo también lo deseo.  Es agotador intentar ocupar su lugar. Habría sido todo más sencillo si hubiera sido Anna la que sobrevivió al accidente.

Hunde los codos en las costillas. El silencio acoge la confesión y recarga el ambiente. También es la primera vez que se lo admite a sí misma. Desata un tanto la presión de su pecho.

—Estás sacando las cosas de quicio, Rudy.

Darwin hace un amago por estirar la mano y apoyarla en el hombro de la chica. Ella se inclina a un lado para evitarlo. Pero lo que no puede remediar es la lágrima caliente que resbala hasta su barbilla.

—No me quitas la razón. —Arranca la lágrima y sorbe por la nariz. Trata de despejarse lo suficiente para aguantar un poco más antes de hundirse del todo—. Vete, estoy cansada.

—Si necesitas ayuda de algún tipo.

Rudy lo mirada de tal forma que se encoge. No puede creérselo.

—Te necesitaba a ti, eso era todo —confiesa. Se levanta para apartarse de su lado—. Pero hace ya tiempo que desistí. Así que ahora no vengas a hacer como que te preocupas.

Las arrugas de Darwin se acentúan bajo la mueca de disgusto. Su sorpresa y desconcierto la encienden. Rudy no ha dicho nada que él no se haya encargado de demostrarle con acciones. Mandarla a vivir por su cuenta con catorce años, ignorarla durante semanas y las constantes miradas altaneras de decepción.

Como si su padre lo hubiera hecho todo bien. Como si no tuviera parte de culpa en el desastre en el que se ha convertido Rudy. Era una niña cuando las perdió. Estaba asustada, triste y necesitaba a su padre. No un recordatorio constante de todo lo que hacía mal.

—¡Vete! —repite temblando.

Está dándole la espalda, de pie en medio de la sala de estar, apretando la mandíbula hasta que le duelen los dientes. Segundos más tarde, escucha las pisadas casi insonoras de Darwin.

—Sigo siendo tu padre, Rudy. Aunque pienses que no es así.  

El chasquido de la puerta al cerrarse anuncia su marcha.

A Rudy le revienta la coraza y todo se desborda dentro. La tensión de los dos últimos días vaga libre por su sangre, transformándose en lágrimas.  
 

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La mañana de la excursión, Austen sopesa fingir una gastroenteritis desastrosa para librarse de ella. Desde que se anunció ha tratado por todos los medios de no ir. Odia las excursiones. Ya sea porque lo obliga a salir de sus zonas de confort o porque siempre acaba tirado. Sin compañero y solo durante los ratos de descanso que les dan, vagando por el lugar en cuestión.

Estuvo a punto de evitarla. Al ver la angustia de su hijo, Ngom casi le escribió un justificante para que quedara exento —a pesar de las quejas de Liana, que se oponía—. Pero entonces lo castigaron, acabó en el grupo problema y su madre decidió que su castigo personal sería ir a aquella excursión.

Remolonea cuanto puede en la cama. Hace caso omiso a los rugidos de su estómago, que se retuercen ante el olor de las tostadas que proviene desde la cocina, justo debajo de la habitación del chico. Al final se levanta y se da una ducha. Trata de no ser catártico. Las excursiones no son plato de buen gusto para él, pero no es la primera a la que debe asistir. Antes de que se dé cuenta volverá a estar en casa.

Tras vestirse reúne todos los materiales de la excursión. Los compró antes de ayer, tras haber trasnochado toda la noche con Liana. De camino al Barrio Robot, su hermana se cruzó con unos amigos de no sé qué clases de danza emocional y se le borró la idea de ir a investigar. Para desgracia de Austen, no permitió que se marchara a casa. Así que pasó toda la noche en el rincón del bar, tratando de leer un libro sobre fauna animal, que tenía guardado en su lector de retina, antes de quedarse dormido sobre la chaqueta. Cuando amaneció Liana lo llevó a desayunar y aprovechó para hacer las compras. Conocía al encargado de la tienda y les dejó pasar antes de la apertura como pago por un favor. Nunca dejaría de sorprenderle la cantidad de gente que conocía su hermana y cuántos le debían favores.

Por supuesto, a Liana le cayó la regañina del milenio cuando regresaron a casa para que Austen se cambiara. Su madre poco más que la llamó delincuente. Liana se limitó a escucharla sin inmutarse mientras desayunaba por segunda vez, antes de irse a dormir.

Baja a la cocina, donde su madre cocina el desayuno y Liana dormita al lado de un zumo de naranja. El sol entra por el gran ventanal que da al jardín delantero. Ngom tiene puesta una melodía ambiental de cantos de aves. La escena habitual de las mañanas.

—Buenos días —musita él antes de sentarse frente a su hermana.

—¿Listo para la excursión? —pregunta su madre plantándole una taza de descafeinado en las narices—. Seguro que lo pasas de maravilla—. También le da unas palmaditas animosas en el hombro.

—Si te digo que no. ¿Existe alguna posibilidad de que me dejas escabullirme?

Ngom se lleva la taza de café a los labios clavándole los ojos verdes, Austen se esfuerza por poner cara de derrotismo. Es un aprovechado, no cabe duda. Sabe que su madre es fácil de ablandar. Con él siempre es más permisiva y comprensiva.

—¡Ni de coña!

Liana resurge de sus cenizas resacosas asustándolos a ambos. Tiene los ojos parcialmente cerrados, la cara marcada con los surcos de la mesa y el pelo revuelto. Apunta a su hermano con el dedo.

—Vas a ir a la excursión como cualquier otro chaval. Que no te estamos mandando a la guerra, Austen —reclama Liana con la voz ronca.

Ngom le lanza una mirada de advertencia, aunque no le quita razón. Sin embargo, parece afectada, dubitativa. Austen se siente culpable de inmediato. No debería aprovecharse con su madre. Sufre mucho cuando obliga a su hijo a afrontar situaciones que lo incomodan.

Todo se debe a la manera en la que reaccionó Austen a la muerte de su padre. No se puso triste, solo pasó meses en shock. Tanto que ni siquiera hablaba. Fue extraño. No recuerda mucho de esos meses, solo recibe fogonazos borrosos, así como del accidente. Estaba, pero a la vez no. Hasta que un día lo procesó. Su padre había muerto. No volvería. Entonces empezó a funcionar de nuevo. Más o menos. A partir de entonces fue una persona muy distinta de la que había sido. Nada quedaba del niño intrépido, sin miedo y enérgico que siempre andaba de acá para allá.

—Tranquila, mamá. —Se disculpa—. Liana tiene razón.

—Como siempre. —Se zampa una tostada casi de un bocado.

Su hermana es todo lo contrario a Ngom. Nunca lo ha tratado con cuidado, sino con una brusquedad y sinceridad apabullantes. Nada de sedas.

—Cielo, vas a pasarlo genial. —Trata de convencerlos con una enorme sonrisa brillando en su piel oscura.

«Eso no puede prometérselo».  

—Con que no te comportes como un alma torturada mirando al espacio, nos conformamos —ataca su hermana.
Ngom apoya la taza de café con brusquedad a modo de amonestación.

—Hija. ¿Por qué eres tan bruta?

Liana se encoge de hombros como si la cosa no fuera con ella. A Austen le viene una idea repentina mientras unta de mermelada su tostada.

—Tengo una idea. —Liana ni le mira, así que le tira una miga de pan para llamar su atención. Cuando la obtiene, prosigue—: Yo te prometo que haré al menos algo divertido en esta excursión si tú prometes escribir un par de capítulos de tu novela mientras esté fuera.

Liana se queda tiesa, incluso su madre acoge la noticia con sorpresa. Austen no sabe si le sorprende más lo primero que lo segundo.

El problema con Liana es que se pasa la vida investigando, hablando de ideas para libros y nutriéndose de experiencia —como ella lo llama—, pero nunca se pone a escribir de verdad. Así como desvergonzada para todo, cuando se trata de escribir se convierte en una chiquilla insegura. Como si le hubiera cogido miedo a la pluma, al fracaso. Austen conoce el talento de su hermana. De niños, Liana le escribía cuentos todo el tiempo. En su época de instituto llegó a ganar diversos certámenes. Incluso le han publicado un par de relatos en una revista.

Pero Liana no escribe desde la muerte de su padre. Desconoce los motivos. Nunca hablan del tema. Más que nada por ella, siempre revoca cualquier conversación que tiene que ver con él.

—¿Cómo sabré que lo has hecho? —espeta cruzándose de brazos tras recuperarse.

—Le pediré a alguien que lo documente. —Austen ignora el arrepentimiento que ya le oprime el pecho.

—Trato hecho —acepta ella extendiéndole la mano.

Ha sido fácil. Quizás su hermana piensa que no tendrá que cumplir la apuesta porque no hay forma de que su hermano haga algo divertido. Pero está dispuesto a sacrificarse. Acepta el apretón con una sonrisa de ganador. Ngom observa a sus hijos con cariño, bebiendo en silencio de su café que parece no acabar nunca.

—Voy a vestirme para acompañarte al colegio —anuncia poco después—. Liana, si quieres no te vistas, pero vienes también —acota antes de que su progenitora suelte alguna de sus réplicas para sacarle de quicio

—O sea, que, si me detienen por ir en bragas, puedo usarte como coartada para decir que tenía el beneplácito de mi querida madre.

Arruga la nariz y le sonríe de manera pedante. Su madre se limita a darle una colleja. Austen no presta mucha atención, está ocupado preguntándose qué va a hacer para cumplir la promesa que le acaba de hacer a Liana.
¿Caerse al bajar del autobús contará como anécdota divertida? Ni idea. Pero desde luego que alguien lo grabaría.



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Tomarse la vida día a día ha hecho que la misma sea más llevadera. En las ocasiones en que los días se antojan demasiado dificultosos, opta por tomarla a minutos. Puede que a veces a segundos.

A segundos es como pasó Rudy Holmes la noche. Hasta que consiguió quedarse dormida. Hoy se levanta agotada, con los ojos hinchados de tanto llorar y un vacío en el pecho que le aplasta el corazón. Está derrotada, sin fuerzas para sentirse de ninguna manera, con una mole sobre la cabeza.

Los dos últimos días han sido emocionalmente caóticos: decepción, culpabilidad e ira que culminó con un pincelazo de dolor tras la conversación con Darwin. ¿Qué le jode más? ¿La confirmación o que Darwin se hiciera el sorprendido, como si Rudy le estuviera dando mucha información nueva? Ni idea. Solo sabe que ya no quiere tener nada que ver con el único progenitor que le queda.

—¿Café?

Ante la pregunta, una taza humeante se materializa a escasos centímetros de su nariz. La acepta y da las gracias a Craig con un asentimiento de cabeza. El chico está detrás del sofá en el que ha dormido Rudy, también con una taza.

El calor que irradia la taza la reconforta. Se la lleva a los labios y sopla, con la vista fija en la ventana, observando el amanecer. Craig se sienta a su lado, todavía en pijama y adormilado.

El día anterior, tras romper a llorar como una descosida y destrozar la mitad del mobiliario de su apartamento, Rudy vino al de Craig. ¿Adónde más iba a ir si no? El chico es lo más parecido que tiene a una familia. La única persona de la que se permite depender porque el tiempo le ha confirmado que estará ahí para acompañarla, de la misma manera que ella lo acompaña a él.

Craig no hizo preguntas. Se limitó a intentar contener el torrente de sollozos. Y cuando a Rudy se le acabó la pila, le dio una almohada y una manta antes de irse a su dormitorio. Ella espera por las preguntas no formuladas, preparándose para responderlas. Pero Craig sigue callado, bebiendo de su café.

No tarda mucho en empezar a pensar de nuevo. No tiene la más remota idea de lo que sigue. Si su padre hará algún intento por seguir expirando su culpa o se apartará para siempre. Lo único que tiene seguro es que no quiere darle la oportunidad de hacer ninguna de las dos cosas. Prefiere ser ella quien lleve la voz cantante en el asunto. Ya han sido muchos años esperando por las reacciones de su padre.

—Craig. —Llama la atención de su amigo, este le hace un gesto de barbilla para que vea que la tiene—. ¿Crees que podría quedarme un tiempo en tu casa cuando volvamos de la excursión?

Puede ser una decisión precipitada y sugestionada. Pero lo siente adecuado en sus entrañas. No puede desligarse de su padre si continúa sujeta a él económicamente. En cuanto regrese de la excursión buscará un empleo y otro sitio donde vivir. Aunque eso signifique tener que mudarse de barrio, lejos de Craig e incluso de Rush.

Craig intenta leer su expresión antes de formular una respuesta. Ella es consciente de que le está pidiendo demasiado. No es lo mismo pasarse el día aquí metida a mudarse.

—Claro, todo el que quieras —asegura, posando una mano en su pantorrilla—. ¿Ha pasado algo? No hace falta que respondas si no estás lista.

—Lo inevitable, supongo —comenta tragando saliva—. Mi padre vino ayer a casa. Te puedes imaginar cómo terminó.

Es todo cuanto puede contarle por el momento. Hoy es la excursión y prefiere concentrarse en ella a revivir con pelos y señales los acontecimientos de la noche anterior.

—Puedes quedarte aquí el tiempo que quieras —repite Craig—. Por eso no te hagas problema. Pero vas a tener que limpiar a cambio de mi deliciosa comida.

Rudy alza una ceja tras su taza de café.

—Tampoco son tan deliciosas —miente. Habría muerto de hambre mucho tiempo atrás de no ser por las dotes culinarias de Craig.

—Esa ofensa merece la limpieza profunda del baño. —Sigue picando.

—Ya lo veremos… —puntualiza. Después, abandona la taza en la mesilla y se estira para darle un abrazo a Craig—. Gracias, por todo. Te prometo que no tendrás que aguantarme por mucho tiempo.

—Mientras limpies —responde con tono cantarín.

—¡Qué pesadito con la limpieza! —Le frota la cabeza con el puño, revolviendo su pelo moreno, recién teñido.

—Auch, auch.

—¡No es posible! —Se sobresaltan. Rush ha entrado al apartamento y alterna un dedo acusador entre ambos—. ¡Qué os he dicho sobre hacer fiestas de pijamas sin mí!

Craig mira a Rudy de reojo y ella hace un disimulado gesto negativo con la cabeza. Entre la tontería de la limpieza y la indignación del recién llegado, se nota más animosa. No quiere estropearlo trayendo el tema devuelta. Mejor que Rush piense que han montado una fiesta de pijamas clandestina.

Se levanta de un salto para empezar el día. Tiene una hora para ducharse, cambiarse e ir al colegio. Cuando pasa por el lado de Rush le pellizca el brazo para darle los buenos días.

—Salvaje —responde intentando darle un puntapié, pero Rudy se aparta con rapidez.

—Hay café hecho —dice Craig a su mejor amigo—. Voy a darme una ducha. No desordenes.

—Míralo, va a ponerse guapo para Vittani.

Rush se lanza al sofá y sube las piernas a la mesita de café.

—Se conoce como higiene —rebate el aludido sin entrar en su juego.

—Rush… —acomete Rudy, con una mano en la puerta.

—¿Acaso me equivoco?

—Siempre —responden los otros dos al unísono.

Les hace un corte de mangas antes de encender la televisión. Craig bisbisea algo sobre que siempre se ducha todos los días y que nada tiene que ver con su compañera de excursión. Rudy los observa con una sonrisa. Puede que no tenga a su padre, pero no está sola. Y eso ya es más de lo que tienen muchas personas.
indigo.
indigo.


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Mensaje por Jaeger. Sáb 13 Jun 2020, 8:01 pm

que alguien le de condena a Katherine por hacerme sufrir:
Jaeger.
Jaeger.


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Mensaje por hange. Dom 19 Jul 2020, 5:09 pm

el diluvio # 23924724924829 que hago por causa tuya #cries:
hange.
hange.


http://www.wattpad.com/user/EmsDepper
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