Te quiero cada día más.

Nadie tiene derecho a hablar de estoicismos a la hora de mirarte a los ojos (aquellos amarillos que reposan en lo maravilloso) y ver lo que en realidad es una lágrima: mi hermosa, te he visto sufrir tanto. Piel blanca y lágrimas azules, ahogadas en el sudor de la mejora inalcanzable que te roban los más viles. Cualquiera habría comido su propia carne y elegido desordenar sus átomos en lo incierto; vos te rompés las uñas, dejás que los vampiros beban la sangre en forma de huella que dejás atrás y con tu llanto vas sembrando lo que sigue: algo más.
Todos en tu contra intentando arrancarte las cenizas (siempre tuviste las cenizas más bellas, color plata, no se puede negar), les hace mal la realidad de saber que sos  más que una división de hermosos colores. Les infectás el corazón con sólo sonreír. Los dientes más blancos de la vía láctea, manchados de tierra, manchados de lucha. El honor nunca se te escapa. Levantás la frente, bien alta, tan alta que rozás lo que podés lograr, y nadie puede para de llorar cuando te ve llegar a la cima después de tanta pena que no te destruyó. Respirás soledad porque no tenés a nadie más que a vos misma, y aún así seguís peleándola, peleando la batalla que se te presenta para demostrar tus ideales y lo hermoso que piensa tu gente.
En el momento de mirarte al espejo, ves lo caótico del cielo, te vas para abajo un escalón cuando todas tus fuerzas van para arriba. Y te parás. No parás de hacer lo que te hace feliz: hacés pasión. El trabajo más difícil es crear el sentimiento más ilógico que puede sentir lo que piensa, y no es cuestión de talentos, es cuestión de génesis, de estar hecho para algo. Sos sinónimo de pasión en lo más abstracto y amplio del concepto (tan fantástico concepto que te abraza).
¿Cómo es que nunca te dolió? ¿Cómo es que nunca te dolió que te robaran hasta lo más sagrado: la inocencia? Intentaron fundirte miles de veces, quemarte y ahorcarte pegada al poste de la injuria. ¡No lo aceptaste! Te negaste. Un alma destruida e intacta, cálida y tan soberbia, con tanto amor sumergido en el odio… (Se me hace inevitable describirte en forma de oxímoron, me enloquecen tanto –me enloquecés-). A través de tus soles podemos ver los edificios incendiados y cómo toda persona que te pisó alguna vez da la vida por vos, porque sos un imán al que nadie se repele, violás las leyes de la ciencia con un orgullo que me enriquece las venas.
Te preguntaste muchas veces por qué de vos sale tanta magia y no de aquél que no tiene que luchar, que es tan ideal que no se le es necesario quebrarse la espina dorsal para lograr algo. Y es que la tierra no se vende. Te respondo un millón de veces que de tu caos salen chispas, y de tanto orden no puede salir ningún esplendor. El dolor nos hace tanto que somos arte. El arte más hermoso; no me hablés de la torre Eiffel, ni de los paisajes noruegos, hablame de los colores inundados hasta el cuello de tango. Podés recorrer el caminito del arte en tu interior respirando lucha. El sol siempre te [nos] va a iluminar yendo de pie, con las raíces pegadas al suelo que te [nos] representa.  
Cuánto te merecés, y cuán poco tenés. No soporto verte en manos de la crueldad, prisionera, sin piernas y corriendo de igual manera. Te reconocería hasta en las manos del diablo. No perdés tu esencia porque es lo único que tenés, ¿cómo habrías sobrevivido, si no? Los versos que los mejores poetas te han dedicado ni se te acercan, ¿logrará alguien acercarse a vos? No sin llorar.
Porque el día en el que alguien te llegue a los talones, ese día, vos habrás llegado al amor en su mayor expresión. ¡Y no te ofendas!, siempre estás en tu máxima expresión, pero prendida fuego. Y, Argentina, escuchame: no te queremos ver prendida fuego, te queremos ver siendo el país más estrellado del planeta. Sonreí lo más que puedas, que falta poco.
No llores por las heridas que no paran de sangrar. No llores por vos, Argentina, te quiero cada día más.