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Reminders of reality.
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Re: Reminders of reality.
yo también quiero leer kate. voy a mandarle un mensaje a marie
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I'm just not sure whether my heart is working. And yours is beating double time. Cole & Ro. New Rules
I'm just not sure whether my heart is working. And yours is beating double time. Cole & Ro. New Rules
Kida
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Re: Reminders of reality.
- día de comentarios para Ally:
- Primero que nada, perdón por venir a comentar tu capítulo tan tarde Ally Resulta que los comentarios y yo estamos en guerra: ellos no dejan de aparecer de la nada y yo no los hago nunca Pero bueno, vamos a lo importante.Ayer me hubiera gustado soñar contigo, pero de nuevo, no he podido lograrlo, sólo es una pantalla negra que nubla las noches de descanso, si lo puedo llamar de esa manera. Todas las noches me duermo con la misma esperanza de cumplir en mis sueños lo que no puedo cumplir a tu lado durante el día, durante la conciencia; no siempre se me cumple esa esperanza.
Hay noches, como la de ayer, que no sueño absolutamente nada, en el caso de hacerlo, no logro recordarlo. Otras noches, mis sueños son tan bizarros que ni yo misma logro llegar a comprenderlos; y otras noches, las mejores de ellas, sueño contigo. Pero estas últimas son muy pocas, lo que me recuerda que, ni siquiera en mis sueños, puedo estar como realmente quisiera estar contigo.
Cerré la libreta y la aprisioné contra mi pecho. Algún día, en algún momento, ¿podría llegar a existir la posibilidad de…? No, claro que no. Suspiré, guardé la libreta y me levanté para acercarme a uno de los tantos carteles que estaban pegados en mi pared. Sonreí ante la imagen impresa en el pedazo de papel y esa sonrisa se acrecentó al sentir el cartón en mi mano izquierda.
Audrey me da muchísima ternura, es que la leo y es como "Ven que te voy a abrazar, prepararte chocolate caliente y cantarte You and I en el proceso" Creo que es una chica muy pura y demasiado entrañable. Escribe cosas en su libreta sobre Liam (o yo supongo que es sobre él) y ella no pierde la confianza. Aunque sea casi imposible que los conozca, ella no pierde la esperanza y
Vale, hummm, odié a Maddie. ¿Cuál es el punto? ¿Por qué la trata mal? Es que no lo entiendo, Audrey es un terrón de azúcar. No puede tratarla mal, simplemente no puede Quiero explicaciones de esto.– ¿Siempre son así? – preguntó Rob.
– La mayoría del tiempo, sí – afirmó mi padre mientras miraba reprobatoriamente a Maddelaine.
Sea más específico señor Kennett, a algunos nos gustaría saber el por qué de esta relación. Y la pobre Audrey, toda triste por la estúpida de su hermana. No, así no se puede. Odio cuando un hermano trata mal a otro. A ver, es tu hermanoTomé mi celular de la mesa e inmediatamente entré a revisar las últimas fotos que había posteado Niall en su Instagram. Me aseguré de comentar y presionar el corazón en cada una de ellas. Una risa escapó de mis labios. Todos comentaban cosas en algún momento, el rubio no lo hacía sólo en unos momentos, lo hacía siempre. Realmente se preocupaba por sus seguidoras y mantener contacto con ellas. En cierto modo, todos lo hacían, sólo que Niall lo hacía más seguido.
Realmente la vida de esta chica gira en torno a ellos. Es tierna, en serioAl ver esto, papá negó con la cabeza y suspiró de nuevo, luego calló y continuó su desayuno. Miré a Rob, él simplemente se encogió de hombros, no me atreví a mirar a Maddie, por lo que simplemente me dediqué a callar también, hasta que el silencio se interrumpió por la voz de mi padre.
Aquí se forjaron las migas de la catástrofe, sólo digo. Audrey debió prestar atención a las señales
No me gustó nada que le hicieran "bullying" a Audrey. Es que no lo entiendo, es como lo de Maddie. Me molesta mucho que alguien trate mal a alguien por sus gustos o no sé, porque no sea como ellos. Eso no hace a nadie mejor, los gustos son gustos, punto final. Qué indignación. Y luego cuando el profesor le pregunta en clase y ella recibe el halago como una especie de crucificación. No, Audrey necesita conocer a Marie y Libie cuanto antes.– Tengo algo que decirte – habló, aún sin sonreír. No me gustaba cuando esto pasaba, no me gustaba cuando mi padre no sonreía. Así que me dije que entendería y me convencí de que seguiría sonriendo.
– Dime
– Bree, no – tartamudeó un poco, buscando las palabras, pero al no encontrar ninguna correcta, suspiró y solo lo dijo – No vas a poder ir al concierto.
Y el apocalipsis llegó a la Tierra No le puedes decir eso a una directioner del calibre de Audrey, es como hundirla en al agujero más próximo. Estoy deseando saber cómo se las ingenia para ir al concierto, porque obviamente va a ir, no se va a quedar sin verlos.
indigo.
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Re: Reminders of reality.
subo mañana o a mas tardar el domingo pero ayyyy hasta yo misma estoy emocionadisima por que lo lean
prinsloo.
Re: Reminders of reality.
tipeando todo lo de mi cuaderno para subir en un rato
- mi letra es horrible:
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prinsloo.
Re: Reminders of reality.
Capítulo 02
Mari.
Marissa Jessen.
Marissa Jessen.
La alarma del despertador sonaba por tercera vez y los párpados me pesaban como si se tratasen un par de ladrillos, los vellos de mi nuca parecían haberse erizado con el ruido y sentía que algo dentro de mi cráneo estaba palpitando aceleradamente, lo cual se aceleraba con cada pitido que emitía el desgraciado despertador. Estiré el brazo hacia donde debía encontrarse la pequeña mesa junto a mi cama y con un par de manotazos sobre el aparato pude devolverle el silencio a la habitación para luego volver a acomodarme en lo que parecía el pecho de Will. Para ser exactos, el pecho desnudo de Will, tal como palpaban mis manos.
Oh.
Cuatro de mis sentidos comenzaron a despertarse, mientras mi cerebro intentaba orientarse. El sabor de los shots de tequila de la noche anterior comenzaron a sentirse aún en mi garganta y de pronto abrí los ojos sobresaltada y espantada. Aparté bruscamente las sábanas que me cubrían y me levanté de la cama como un resorte.
Oh no.
—Demonios— maldije mientras veía mi jeans en el suelo y me dirigía a recogerlos. — Demonios, demonios y más demonios...— el corazón me latía con una velocidad increíble y me asombraba de que no me encontrase hiperventilando o en medio de un ataque de nervios. Tal vez los genes de mi madre no era tan predominantes como creía. Miré el reloj.
Era tarde. Maldición.
Volteé a ver a la cama, para notar que Will se encontraba absorto en sus sueños, vaya que ese hombre tenía el sueño pesado como un oso. De haber sido otro día, me habría quedado en trance en el lugar contemplándolo dormir, luego, de algún modo, Liberty, mi mejor amiga y compañera de piso, se escabulliría como una ninja dentro de mi habitación, me tomaría una foto y la colgaría en la pared para tener algo con qué reírse todos los días.
Pero, si mi cerebro ya no había colapsado, aquel lunes no era un día cualquiera. De todos los días en el año, no podía haber escogido mejor día para tener resaca. Todo el mes había estado preparándome con Will para un examen que estábamos por dar en la universidad. El recuerdo de la noche anterior comenzaba a aparecer por fragmentos en mi cabeza. El método de estudio que ambos habíamos ideado era eficiente, aunque tal vez no recordase los detalles de la noche anterior, recordaba todo el contenido de cada una de mis tarjetas de estudio, aunque claro, todo método tenía sus efectos secundarios, especialmente si conllevaba alcohol. Shepherd tenía la culpa.
— ¡William Shepherd mueve trasero! — grité cerca de su oído, quien respuesta apenas pudo abrir sus ojos y se acomodó más en la cama.
— ¿Ah? ¿Qué paso...? Mmm... ¿Qué hora es? — balbuceó contra su almohada.
— 7:14. Nuestro examen es en 46 minutos. ¡Will! ¡Levántate y vístete! Es tarde. — sentía que el corazón me latía por los oídos. Era uno de los exámenes más importantes de mi carrera pero sentía que era el examen de mi vida. No podía llegar tarde, no podía reprobarlo, no podía quedarme quieta como lo estaba haciendo en ese momento.
Parpadeé y me dispuse a tomar mi ropa para luego entrar al pequeño baño frente a mi dormitorio, di gracias a que Libbie aún se encontrase dormida a causa de su agotador horario de trabajo, de otra forma jamás llegaría a tiempo porque, de otra forma, Liberty se demoraría una eternidad alistándose frente al espejo del baño, y todos mis nervios colapsarían. Me apoyé sobre la puerta suspirando para intentar calmarme y luego de 5 segundos volví a mi estado hiperactivo y frenético.
Abrí la puerta y vi que Will se movía con prisa por toda la habitación para encontrar su ropa, sin embargo, no era exactamente la prisa de vida o muerte que yo estaba experimentando y eso me frustraba. A veces Will podía ser tan calmado frente algunas situaciones mientras yo tenía un tic nervioso en el ojo.
— Date prisa, Shepherd. Muévete más rápido. Porque llegaré a ese examen así tenga que robar tu auto y dejarte aquí. — él volteó a verme.
— No te atreverías, además no tienes licencia para conducir.— Buen punto.
— Tienes razón, tal vez no me atrevería, pero no me provoques. — respondí señalándolo con un dedo acusador, haciendo todo mi esfuerzo para no reírme. — Me daré una ducha rápida, odio esta resaca.— dije saliendo del cuarto.
— ¿Te acompaño? — preguntó a mis espaldas. Me volví a él con una mirada incrédula y la boca abierta.— ¿Qué? — se le escapó una sonrisa a Will.— ¿Qué tiene de malo querer ducharme con mi novia? Además ahorramos tiempo y agua. — me guiñó el ojo.
No pude contener la risa y salí del dormitorio para encontrarme con una Liberty media dormida recostada sobre el marco de la puerta de su dormitorio. Me quedé inmóvil.
— Libbie, perdón, no quería despertarte...— comencé a disculparme. Los lunes, Libbie apenas tenía 1 hora y media para dormitar, el horario de su empleo era cruel y ahí estaba yo, desesperada por mi vida, gritándole a mi novio, sin dejarla dormir.
— No... — levantó la mano para callarme y luego se frotó los ojos fatigada. Me iba a matar. Si algo conocía de Libbie, gracias a los años que vivíamos juntas, era jamás interponerse entre ella y Morfeo, todos los que se atrevían, no salían vivos. — No te preocupes, Mari... Solo dormiré diez minutos más — bostezó, dejándome callada— solo diez, mis pies me están matando.
— Ok, me daré una ducha y te prepararé café, perdón por despertarte. Es que me quedé dormida, maldición. Mi examen es en 40 minutos.
— Oh veo que la noche pre-aniversario te dejó exhausta ¿verdad?— la miró Libbie con las cejas levantadas con una pequeña sonrisa asomándose por sus labios. Sentía la sangre arder por mis mejillas y, a pesar de todo el esfuerzo que estaba haciendo por no mostrar lo humillada que me sentía, no pude evitar sonrojarme y tartamudear. Después de todo, cuando bajé mi mirada hacia mi cuerpo, recién noté que andaba en ropa interior, además del hecho de que mi novio había pasado la noche allí.
— No... Sabes que sólo estudiábamos... No pasó nada...— solté una risa nerviosa. ¿Era enserio? ¿No podía ser más obvia? Cerré los ojos avergonzada, Libbie lanzó una risotada.
— Como digas, pequeña Mari. Diez minutos más, pero, por favor, aún no me traigan sobrinos al mundo, soy muy joven para que me llamen tía. — Y se metió a su cuarto de nuevo.
— Oh dios...— me llevé la mano a la frente.
— Oye cielo, ¿No tienen queso Cheddar o algo que no sea este queso azul? — preguntó Will frente al refrigerador. Usaba jeans y una de las camisetas azules que había dejado varias noches atrás en el apartamento. Yo, por mi parte, tenía una toalla enrollada en el cabello y repasaba una de mis tarjetas de estudio con un vaso de jugo de naranja en la mano.
— Creo que no. A Libbie le gusta el queso Rochefort y yo soy intolerante a la lactosa, así que, lo que ves es lo que hay, toma lo que quieras pero come rápido.— ¿Quién se ponía a discutir sobre quesos cuando estaba a pocos minutos del examen? Gruñí y de pronto sentí como un par de brazos rodeaban mi cintura.
— Yo solo veo a mi bella novia gruñona.— dijo y no pude evitar reír.
— Me darán diabetes ustedes dos, basta.— me sobresalté y aparté a Will. Liberty nos miraba con la ceja alzada mientras se servía una taza de café, del lado opuesto de la cocina del apartamento.
Quizá Will y yo llevásemos juntos tres años enteros, pero jamás me sentiría cómoda dando demostraciones de afecto frente a un público observador.
— Perdón por despertarte, Libbie. — dije mientras corrí a abrazarla. — Soy la peor amiga del mundo, lo siento.
— Tranquila, está bien. — Liberty rió.
— No — hice voz de bebé, jugando con mi mejor arma, mi ternura, la abracé más fuerte. — Perdon, perdon, perdo.
— No estoy molesta, Mari — respondió ella riendo, aún adormilada.— Al menos no contigo.— dijo separándose, observando fijamente con una mirada asesina a Will. Oh cielos. — William ¿por qué te estas comiendo mi cereal?— preguntó haciendo un gran énfasis en "mi", mientras fulminaba con la mirada. Will sólo se encogió en hombros mientras terminaba de echarle leche al pequeño tazón con cereal, el cereal favorito de Libbie.
— Es lo único comestible, además ese queso de ahí— apuntó al refrigerador— ¿estás segura que es queso? Sabía horrible.— dijo haciendo una mueca. Libbie iba a matarlo.
— ¿Te comiste mi queso también?— preguntó alzando la voz.— ¡Mari! — exclamó y corrí a abrazarla para evitar que cometiese un homicidio con mi novio.— Vayan a su examen antes de que lo mate.
— Te quiero, te quiero, te quiero Libbie, te prometo que compraré tu cereal y tu queso cuando vuelva a casa— le di un beso en la mejilla y saqué a Will de ahí empujándolo hacia la puerta.— Es tarde, vámonos.
— Quiero llegar al examen, no morir en el intento, Will.— abría los ojos cada vez que el carro sobrepasaba otros y se movía serpenteando en la autopista. Sin darme cuenta mis uñas habían empezado a enterrarse en la tela de mis jeans por el nerviosismo, hasta que sentí una mano cálida sobre la mía. Will sonreía burlonamente.
— Pierde cuidado. Aprendí sobre maniobras evasivas a los 9 años jugando Mario Kart con el Wii.— dijo satisfecho, bufé.
— Aún no puedo creer que te dieran tu licencia.
— Lo dice quién le asusta colocarse detrás del timón y aún no tiene una.
— Ouch eso fue un golpe bajo, Shepherd. Y no es mi culpa que, cada día, el índice de conductores temerarios como tú aumente.
Llegamos a una luz roja y mientras mis piernas comenzaban a temblar de nervios porque solo quedaban 15 minutos para el examen, Will se desabrochó el cinturón y se inclinó sobre mí, estampando sus labios contra los míos. Cerré mis ojos y no pude evitar sonreír. Ese chico había estado a mi lado durante años, siempre había estado ahí apoyándome y aún no podía creer que aquel chico era mi novio. Solté una risita embobada, aunque de inmediato me maldije por ser tan cursi, Will se separó un poco de mis labios pero aún nuestras narices chocaban.
— Y ¿qué querías probar con eso? — pregunté sin poder deshacer mi sonrisa
— ¿Te refieres a mi encanto natural?
— Tal vez... — dijo Marissa acortando los milímetros de distancia entre sus bocas, pero por el rabillo de su ojo pudo captar el cambio de color del semáforo, abrió los ojos y lo empujó de vuelta al asiento del conductor.— Conduce, tenemos un examen.— Will río y el auto volvió a moverse.
— Nos ira bien, tranquila.— dijo con una mano en el volante y la otra sobre la mía.
— Eso espero.— Vaya que sí, todo en mi cabeza se había vuelto diagramas de finanzas y modelos económicos durante las últimas semanas. La universidad me estaba matando.
— Marissa, eres la persona más inteligente que conozco, lo harás bien.— le dió un apretón en la mano.— Te amo.— Y de nuevo, volvió la boba sonrisa.
— Te amo también.— respondí y estiré el brazo para encender la radio. En el auto comenzó a sonar una canción de One Direction, mi banda favorita y luego de dos segundos, salté en el asiento y saqué mi celular del bolsillo. — Cielos ¡lo olvidé!
Definitivamente, el premio de olvidadiza del año, se lo llevaba Marissa Jessen.
Chequeó la hora en el reloj del teléfono, la venta de entradas para el concierto en Seattle comenzaba en 4 horas, exactamente luego de su examen. Había ahorrado durante meses para ver a los adorables chicos de la foto de su fondo de pantalla. Will no había dicho nada al respecto porque bien sabía lo que sentía por ellos. Tenía cada disco que habían lanzado, cada póster (aunque le haya costado una fortuna), pero jamás había podido ir a alguno de sus conciertos, había sido operada de apendicitis el año pasado justo el día anterior al concierto, me fracturé el pie izquierdo esquiando el anterior a ése y parecía que todo el universo se confabulaba para que no fuese al concierto con que tanto soñaba.
Esta vez era diferente. Esta vez todo estaría bien.
No iría a esquiar. No tenía apéndice. Lo único que tenía que ser cautelosa era cuando Will manejase.
Pero iría a ese concierto.
— ¿Agotadas?— repetí lo que el hombre me decía, mientras mi sonrisa se borraba completamente de mi rostro.— ¿Qué quiere decir con agotadas? Hace solo una hora comenzaron a venderlas.— exclamé desesperada. Sentía como si algún balde de agua fría me había caído de la cabeza. Esto no podía estar pasando, lo único que había hecho después de terminar el examen fue volar desde el campus hacia el metro, llegar a la boletería y esperar en la fila detrás de decenas de chicas tan emocionadas como yo.
— Sí, lo sé, es extraordinario, pero acabo de vender la última entrada a la señorita de allí.— dijo apuntando a la chica que había estado delante mío en la fila. Varias chicas que se encontraban detrás de mí fueron tras ella para intentar convencerla de venderles su entrada y yo negué con la cabeza.
— Señor, esto es de vida o muerte ¿no me entiende? Necesito sólo dos boletos. No me importa si son en la última fila.— volteé a mirar al hombre en busca de alguna clase de compasión, sólo veía su bigote mal afeitado y su gesto serio era el mismo.— Esto no es posible.— dije intentando contener las lágrimas. Mientras me resignaba a caminar hacia la puerta de la boletería.
— ¿Qué tiene de especial esos chicos? Por lo que escuché ni si quiera saben cantar...— escuché que el hombre decía mientras las chicas de la fila comenzaban a insultarlo para defender a One Direction.
One Direction. Repetía el nombre en mi cabeza y sentía que cada vez se volvía lejano. Saqué mi celular y marqué el numero de Libbie.
— Mari ¿qué tal el examen? — escuché la voz de mi mejor amiga por el auricular.
— Están agotadas, Libbie.— dije con la voz al borde del llanto. Aún no lo creía. Esto no podía estar pasando.
— ¿Mari? ¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Dónde estás?
— En la boletería, se agotaron las entradas para el concierto. — tomé aire y mi mano que sostenía el teléfono comenzaba a temblar.— Libbie esto no puede ser. Comenzaron a venderlas hace una hora. Solo una hora... — las palabras salían de mi boca y el aire de mis pulmones con ellas, me sentía al borde de un desmayo.
— Oh Mari...— escuché la pena en su voz.— ¿Quieres que vaya por ti? Esta por llover...
— No, Libbie... Estoy bien.— mentira, sentía que me moría. — Ya voy de camino para allá.
— Mari, tranquila... Existen revendedores, podemos comprar los boletos a ellos...— Libbie intentaba consolarme.
— Esta bien... Te veo allá.— y colgué, no pude aguantar más las lágrimas y no podía dejar que Libbie me escuche llorando, se volvería loca y vendría por mí cuando ella necesitaba descansar.
Marqué el teléfono de Will. La línea estaba ocupada. Suspiré y me senté en la acera mientras la lluvia comenzaba a caer sobre mi cabello. Volví a marcarle y miraba los autos pasar. El cielo de Seattle aún a las 12 de la mañana se había vuelto nublado por la lluvia.
— ¿Mari?— escuché la voz de mi novio al otro lado de la línea.
— Will, las entradas se agotaron...
— Lo sé, cielo, Libbie acaba de llamarme, ¿donde estás? ¿sigues en la boletería?
— Si.
— Voy para allá, quédate donde estás.— se le escuchaba ansioso y colgó.
Suspiré y tiré mi cabeza para atrás mientras dejaba que las lágrimas que traía en la mejilla se mezclasen con la lluvia que caía sobre mi rostro. Libbie tenía razon, tal vez podíamos comprar entradas de los revendedores o algo. Pero tenía una sensación de que el mundo no quería que fuese al concierto. Y toda una gran tristeza me invadía por esa razón.
— Mari...— escuché a Will, mientras bajaba del carro sosteniendo su casaca sobre él yendo hacia mí. Yo permanecí inmóvil mirando a los carros que pasaban.
— Hola.— murmuré, él colocó su casaca sobre mi cabeza evitando que la lluvia me mojase más.
— Mari, vamos al auto, te vas a enfermas, además tengo una sorpresa para ti.
— No quiero ir al auto. No quiero sorpresas. — volteé a verlo y me encontré con su par de ojos miel que me miraban con preocupación. — Will, los boletos se agotaron y yo sólo llegué una hora después.— me incliné sobre su pecho.— El mundo no quiere que vaya al estúpido concierto.— Él sólo rió y lo miré extrañada.— ¿Por qué te ríes?
— Porque se que te va a gustar esta sorpresa y tú sigues aquí lamentándote.
— ¿De qué hablas?
— Ven y míralo tú misma.— me tomó de la muñeca y me guió hacia su auto. Abrió la puerta del conductor y sacó un ramo de rosas blancas. Mi boca se abrió.
— Oh Will...— dije mirando el ramo.
— Feliz aniversario.— depositó un beso en mi frente y al ver mi cara de desconcierto rió— Abre la tarjeta, tonta.
Negué con la cabeza y tomé la tarjeta que yacía sobre las rosa. Al abrirla habían dos boletos, Meet & Greet, para el concierto. Me quedé atónita y con la boca abierta. Will sonreía como si él fuese quien hubiese ganado el premio un premio. Me lancé a él a besarlo.
Amaba a ese hombre.
Oh.
Cuatro de mis sentidos comenzaron a despertarse, mientras mi cerebro intentaba orientarse. El sabor de los shots de tequila de la noche anterior comenzaron a sentirse aún en mi garganta y de pronto abrí los ojos sobresaltada y espantada. Aparté bruscamente las sábanas que me cubrían y me levanté de la cama como un resorte.
Oh no.
—Demonios— maldije mientras veía mi jeans en el suelo y me dirigía a recogerlos. — Demonios, demonios y más demonios...— el corazón me latía con una velocidad increíble y me asombraba de que no me encontrase hiperventilando o en medio de un ataque de nervios. Tal vez los genes de mi madre no era tan predominantes como creía. Miré el reloj.
Era tarde. Maldición.
Volteé a ver a la cama, para notar que Will se encontraba absorto en sus sueños, vaya que ese hombre tenía el sueño pesado como un oso. De haber sido otro día, me habría quedado en trance en el lugar contemplándolo dormir, luego, de algún modo, Liberty, mi mejor amiga y compañera de piso, se escabulliría como una ninja dentro de mi habitación, me tomaría una foto y la colgaría en la pared para tener algo con qué reírse todos los días.
Pero, si mi cerebro ya no había colapsado, aquel lunes no era un día cualquiera. De todos los días en el año, no podía haber escogido mejor día para tener resaca. Todo el mes había estado preparándome con Will para un examen que estábamos por dar en la universidad. El recuerdo de la noche anterior comenzaba a aparecer por fragmentos en mi cabeza. El método de estudio que ambos habíamos ideado era eficiente, aunque tal vez no recordase los detalles de la noche anterior, recordaba todo el contenido de cada una de mis tarjetas de estudio, aunque claro, todo método tenía sus efectos secundarios, especialmente si conllevaba alcohol. Shepherd tenía la culpa.
— ¡William Shepherd mueve trasero! — grité cerca de su oído, quien respuesta apenas pudo abrir sus ojos y se acomodó más en la cama.
— ¿Ah? ¿Qué paso...? Mmm... ¿Qué hora es? — balbuceó contra su almohada.
— 7:14. Nuestro examen es en 46 minutos. ¡Will! ¡Levántate y vístete! Es tarde. — sentía que el corazón me latía por los oídos. Era uno de los exámenes más importantes de mi carrera pero sentía que era el examen de mi vida. No podía llegar tarde, no podía reprobarlo, no podía quedarme quieta como lo estaba haciendo en ese momento.
Parpadeé y me dispuse a tomar mi ropa para luego entrar al pequeño baño frente a mi dormitorio, di gracias a que Libbie aún se encontrase dormida a causa de su agotador horario de trabajo, de otra forma jamás llegaría a tiempo porque, de otra forma, Liberty se demoraría una eternidad alistándose frente al espejo del baño, y todos mis nervios colapsarían. Me apoyé sobre la puerta suspirando para intentar calmarme y luego de 5 segundos volví a mi estado hiperactivo y frenético.
Abrí la puerta y vi que Will se movía con prisa por toda la habitación para encontrar su ropa, sin embargo, no era exactamente la prisa de vida o muerte que yo estaba experimentando y eso me frustraba. A veces Will podía ser tan calmado frente algunas situaciones mientras yo tenía un tic nervioso en el ojo.
— Date prisa, Shepherd. Muévete más rápido. Porque llegaré a ese examen así tenga que robar tu auto y dejarte aquí. — él volteó a verme.
— No te atreverías, además no tienes licencia para conducir.— Buen punto.
— Tienes razón, tal vez no me atrevería, pero no me provoques. — respondí señalándolo con un dedo acusador, haciendo todo mi esfuerzo para no reírme. — Me daré una ducha rápida, odio esta resaca.— dije saliendo del cuarto.
— ¿Te acompaño? — preguntó a mis espaldas. Me volví a él con una mirada incrédula y la boca abierta.— ¿Qué? — se le escapó una sonrisa a Will.— ¿Qué tiene de malo querer ducharme con mi novia? Además ahorramos tiempo y agua. — me guiñó el ojo.
No pude contener la risa y salí del dormitorio para encontrarme con una Liberty media dormida recostada sobre el marco de la puerta de su dormitorio. Me quedé inmóvil.
— Libbie, perdón, no quería despertarte...— comencé a disculparme. Los lunes, Libbie apenas tenía 1 hora y media para dormitar, el horario de su empleo era cruel y ahí estaba yo, desesperada por mi vida, gritándole a mi novio, sin dejarla dormir.
— No... — levantó la mano para callarme y luego se frotó los ojos fatigada. Me iba a matar. Si algo conocía de Libbie, gracias a los años que vivíamos juntas, era jamás interponerse entre ella y Morfeo, todos los que se atrevían, no salían vivos. — No te preocupes, Mari... Solo dormiré diez minutos más — bostezó, dejándome callada— solo diez, mis pies me están matando.
— Ok, me daré una ducha y te prepararé café, perdón por despertarte. Es que me quedé dormida, maldición. Mi examen es en 40 minutos.
— Oh veo que la noche pre-aniversario te dejó exhausta ¿verdad?— la miró Libbie con las cejas levantadas con una pequeña sonrisa asomándose por sus labios. Sentía la sangre arder por mis mejillas y, a pesar de todo el esfuerzo que estaba haciendo por no mostrar lo humillada que me sentía, no pude evitar sonrojarme y tartamudear. Después de todo, cuando bajé mi mirada hacia mi cuerpo, recién noté que andaba en ropa interior, además del hecho de que mi novio había pasado la noche allí.
— No... Sabes que sólo estudiábamos... No pasó nada...— solté una risa nerviosa. ¿Era enserio? ¿No podía ser más obvia? Cerré los ojos avergonzada, Libbie lanzó una risotada.
— Como digas, pequeña Mari. Diez minutos más, pero, por favor, aún no me traigan sobrinos al mundo, soy muy joven para que me llamen tía. — Y se metió a su cuarto de nuevo.
— Oh dios...— me llevé la mano a la frente.
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— Oye cielo, ¿No tienen queso Cheddar o algo que no sea este queso azul? — preguntó Will frente al refrigerador. Usaba jeans y una de las camisetas azules que había dejado varias noches atrás en el apartamento. Yo, por mi parte, tenía una toalla enrollada en el cabello y repasaba una de mis tarjetas de estudio con un vaso de jugo de naranja en la mano.
— Creo que no. A Libbie le gusta el queso Rochefort y yo soy intolerante a la lactosa, así que, lo que ves es lo que hay, toma lo que quieras pero come rápido.— ¿Quién se ponía a discutir sobre quesos cuando estaba a pocos minutos del examen? Gruñí y de pronto sentí como un par de brazos rodeaban mi cintura.
— Yo solo veo a mi bella novia gruñona.— dijo y no pude evitar reír.
— Me darán diabetes ustedes dos, basta.— me sobresalté y aparté a Will. Liberty nos miraba con la ceja alzada mientras se servía una taza de café, del lado opuesto de la cocina del apartamento.
Quizá Will y yo llevásemos juntos tres años enteros, pero jamás me sentiría cómoda dando demostraciones de afecto frente a un público observador.
— Perdón por despertarte, Libbie. — dije mientras corrí a abrazarla. — Soy la peor amiga del mundo, lo siento.
— Tranquila, está bien. — Liberty rió.
— No — hice voz de bebé, jugando con mi mejor arma, mi ternura, la abracé más fuerte. — Perdon, perdon, perdo.
— No estoy molesta, Mari — respondió ella riendo, aún adormilada.— Al menos no contigo.— dijo separándose, observando fijamente con una mirada asesina a Will. Oh cielos. — William ¿por qué te estas comiendo mi cereal?— preguntó haciendo un gran énfasis en "mi", mientras fulminaba con la mirada. Will sólo se encogió en hombros mientras terminaba de echarle leche al pequeño tazón con cereal, el cereal favorito de Libbie.
— Es lo único comestible, además ese queso de ahí— apuntó al refrigerador— ¿estás segura que es queso? Sabía horrible.— dijo haciendo una mueca. Libbie iba a matarlo.
— ¿Te comiste mi queso también?— preguntó alzando la voz.— ¡Mari! — exclamó y corrí a abrazarla para evitar que cometiese un homicidio con mi novio.— Vayan a su examen antes de que lo mate.
— Te quiero, te quiero, te quiero Libbie, te prometo que compraré tu cereal y tu queso cuando vuelva a casa— le di un beso en la mejilla y saqué a Will de ahí empujándolo hacia la puerta.— Es tarde, vámonos.
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— Quiero llegar al examen, no morir en el intento, Will.— abría los ojos cada vez que el carro sobrepasaba otros y se movía serpenteando en la autopista. Sin darme cuenta mis uñas habían empezado a enterrarse en la tela de mis jeans por el nerviosismo, hasta que sentí una mano cálida sobre la mía. Will sonreía burlonamente.
— Pierde cuidado. Aprendí sobre maniobras evasivas a los 9 años jugando Mario Kart con el Wii.— dijo satisfecho, bufé.
— Aún no puedo creer que te dieran tu licencia.
— Lo dice quién le asusta colocarse detrás del timón y aún no tiene una.
— Ouch eso fue un golpe bajo, Shepherd. Y no es mi culpa que, cada día, el índice de conductores temerarios como tú aumente.
Llegamos a una luz roja y mientras mis piernas comenzaban a temblar de nervios porque solo quedaban 15 minutos para el examen, Will se desabrochó el cinturón y se inclinó sobre mí, estampando sus labios contra los míos. Cerré mis ojos y no pude evitar sonreír. Ese chico había estado a mi lado durante años, siempre había estado ahí apoyándome y aún no podía creer que aquel chico era mi novio. Solté una risita embobada, aunque de inmediato me maldije por ser tan cursi, Will se separó un poco de mis labios pero aún nuestras narices chocaban.
— Y ¿qué querías probar con eso? — pregunté sin poder deshacer mi sonrisa
— ¿Te refieres a mi encanto natural?
— Tal vez... — dijo Marissa acortando los milímetros de distancia entre sus bocas, pero por el rabillo de su ojo pudo captar el cambio de color del semáforo, abrió los ojos y lo empujó de vuelta al asiento del conductor.— Conduce, tenemos un examen.— Will río y el auto volvió a moverse.
— Nos ira bien, tranquila.— dijo con una mano en el volante y la otra sobre la mía.
— Eso espero.— Vaya que sí, todo en mi cabeza se había vuelto diagramas de finanzas y modelos económicos durante las últimas semanas. La universidad me estaba matando.
— Marissa, eres la persona más inteligente que conozco, lo harás bien.— le dió un apretón en la mano.— Te amo.— Y de nuevo, volvió la boba sonrisa.
— Te amo también.— respondí y estiré el brazo para encender la radio. En el auto comenzó a sonar una canción de One Direction, mi banda favorita y luego de dos segundos, salté en el asiento y saqué mi celular del bolsillo. — Cielos ¡lo olvidé!
Definitivamente, el premio de olvidadiza del año, se lo llevaba Marissa Jessen.
Chequeó la hora en el reloj del teléfono, la venta de entradas para el concierto en Seattle comenzaba en 4 horas, exactamente luego de su examen. Había ahorrado durante meses para ver a los adorables chicos de la foto de su fondo de pantalla. Will no había dicho nada al respecto porque bien sabía lo que sentía por ellos. Tenía cada disco que habían lanzado, cada póster (aunque le haya costado una fortuna), pero jamás había podido ir a alguno de sus conciertos, había sido operada de apendicitis el año pasado justo el día anterior al concierto, me fracturé el pie izquierdo esquiando el anterior a ése y parecía que todo el universo se confabulaba para que no fuese al concierto con que tanto soñaba.
Esta vez era diferente. Esta vez todo estaría bien.
No iría a esquiar. No tenía apéndice. Lo único que tenía que ser cautelosa era cuando Will manejase.
Pero iría a ese concierto.
❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀ ❀
— ¿Agotadas?— repetí lo que el hombre me decía, mientras mi sonrisa se borraba completamente de mi rostro.— ¿Qué quiere decir con agotadas? Hace solo una hora comenzaron a venderlas.— exclamé desesperada. Sentía como si algún balde de agua fría me había caído de la cabeza. Esto no podía estar pasando, lo único que había hecho después de terminar el examen fue volar desde el campus hacia el metro, llegar a la boletería y esperar en la fila detrás de decenas de chicas tan emocionadas como yo.
— Sí, lo sé, es extraordinario, pero acabo de vender la última entrada a la señorita de allí.— dijo apuntando a la chica que había estado delante mío en la fila. Varias chicas que se encontraban detrás de mí fueron tras ella para intentar convencerla de venderles su entrada y yo negué con la cabeza.
— Señor, esto es de vida o muerte ¿no me entiende? Necesito sólo dos boletos. No me importa si son en la última fila.— volteé a mirar al hombre en busca de alguna clase de compasión, sólo veía su bigote mal afeitado y su gesto serio era el mismo.— Esto no es posible.— dije intentando contener las lágrimas. Mientras me resignaba a caminar hacia la puerta de la boletería.
— ¿Qué tiene de especial esos chicos? Por lo que escuché ni si quiera saben cantar...— escuché que el hombre decía mientras las chicas de la fila comenzaban a insultarlo para defender a One Direction.
One Direction. Repetía el nombre en mi cabeza y sentía que cada vez se volvía lejano. Saqué mi celular y marqué el numero de Libbie.
— Mari ¿qué tal el examen? — escuché la voz de mi mejor amiga por el auricular.
— Están agotadas, Libbie.— dije con la voz al borde del llanto. Aún no lo creía. Esto no podía estar pasando.
— ¿Mari? ¿Qué pasó? ¿Estás bien? ¿Dónde estás?
— En la boletería, se agotaron las entradas para el concierto. — tomé aire y mi mano que sostenía el teléfono comenzaba a temblar.— Libbie esto no puede ser. Comenzaron a venderlas hace una hora. Solo una hora... — las palabras salían de mi boca y el aire de mis pulmones con ellas, me sentía al borde de un desmayo.
— Oh Mari...— escuché la pena en su voz.— ¿Quieres que vaya por ti? Esta por llover...
— No, Libbie... Estoy bien.— mentira, sentía que me moría. — Ya voy de camino para allá.
— Mari, tranquila... Existen revendedores, podemos comprar los boletos a ellos...— Libbie intentaba consolarme.
— Esta bien... Te veo allá.— y colgué, no pude aguantar más las lágrimas y no podía dejar que Libbie me escuche llorando, se volvería loca y vendría por mí cuando ella necesitaba descansar.
Marqué el teléfono de Will. La línea estaba ocupada. Suspiré y me senté en la acera mientras la lluvia comenzaba a caer sobre mi cabello. Volví a marcarle y miraba los autos pasar. El cielo de Seattle aún a las 12 de la mañana se había vuelto nublado por la lluvia.
— ¿Mari?— escuché la voz de mi novio al otro lado de la línea.
— Will, las entradas se agotaron...
— Lo sé, cielo, Libbie acaba de llamarme, ¿donde estás? ¿sigues en la boletería?
— Si.
— Voy para allá, quédate donde estás.— se le escuchaba ansioso y colgó.
Suspiré y tiré mi cabeza para atrás mientras dejaba que las lágrimas que traía en la mejilla se mezclasen con la lluvia que caía sobre mi rostro. Libbie tenía razon, tal vez podíamos comprar entradas de los revendedores o algo. Pero tenía una sensación de que el mundo no quería que fuese al concierto. Y toda una gran tristeza me invadía por esa razón.
— Mari...— escuché a Will, mientras bajaba del carro sosteniendo su casaca sobre él yendo hacia mí. Yo permanecí inmóvil mirando a los carros que pasaban.
— Hola.— murmuré, él colocó su casaca sobre mi cabeza evitando que la lluvia me mojase más.
— Mari, vamos al auto, te vas a enfermas, además tengo una sorpresa para ti.
— No quiero ir al auto. No quiero sorpresas. — volteé a verlo y me encontré con su par de ojos miel que me miraban con preocupación. — Will, los boletos se agotaron y yo sólo llegué una hora después.— me incliné sobre su pecho.— El mundo no quiere que vaya al estúpido concierto.— Él sólo rió y lo miré extrañada.— ¿Por qué te ríes?
— Porque se que te va a gustar esta sorpresa y tú sigues aquí lamentándote.
— ¿De qué hablas?
— Ven y míralo tú misma.— me tomó de la muñeca y me guió hacia su auto. Abrió la puerta del conductor y sacó un ramo de rosas blancas. Mi boca se abrió.
— Oh Will...— dije mirando el ramo.
— Feliz aniversario.— depositó un beso en mi frente y al ver mi cara de desconcierto rió— Abre la tarjeta, tonta.
Negué con la cabeza y tomé la tarjeta que yacía sobre las rosa. Al abrirla habían dos boletos, Meet & Greet, para el concierto. Me quedé atónita y con la boca abierta. Will sonreía como si él fuese quien hubiese ganado el premio un premio. Me lancé a él a besarlo.
Amaba a ese hombre.
prinsloo.
Re: Reminders of reality.
Más tarde dejo el comentario
Y en esta semana subo, que ya soy libre
Y en esta semana subo, que ya soy libre
indigo.
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Re: Reminders of reality.
Mañana subo mi capítulo y en esta semana el comentario de Mari
indigo.
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Re: Reminders of reality.
- hola
- Iba a subir mañana, pero me inspiré y lo terminé. Es muy muy muy corto, con lo que me gusta a mí escribir capítulos largos Pero como el límite era el concierto, no sabía qué más poner y no quiero desvelar toda la vida de Liberty en el primer capítulo. No sé quién sigue. Besos
Capítulo 03
wanheda.
Liberty River.
Liberty River.
George Harrison dijo en una entrevista que para ellos, un año eran como veinte. Para mí también. En un día, puedo sentir el dolor de un año. En un año, el de todos los días. Un día puede pasar como si fueran cinco… Desde que dejé la universidad el año pasado, mi concepto del tiempo está un poco distorsionado. Creo que es porque no estoy viviendo mi vida, no al menos como la tenía planeada. Pero John Lennon también dijo que la vida es eso que va pasando mientras nosotros nos empeñamos en hacer otros planes. Así que supongo que me lo merecía. Había planeado mi futuro hasta el milímetro desde primer ciclo. Sin tener en cuenta nada; ni los imprevistos, ni el cáncer, ni a Bruno. Repito, supongo que lo merecía.
―Vete a casa, Libie.
Dijo Prudence, mi jefa en la franquicia de batidos en la que trabajaba (uno de mis muchos trabajos a media jornada por aquel entonces) cuando entró en al almacén con dos cajas de fresas en los brazos. Acudí a ayudarla.
―Todavía falta media hora para que acabe mi turno ―objeté, abriéndole la puerta de la despensa. No es que yo fuese una obsesa del trabajo, de hecho, mi mejor amiga estaba segura que el término «vaguería» se inventó a raíz de mi nacimiento. Y hubiese salido gritando «¡Libertad!» enloquecida de no ser porque necesitaba hasta el último centavo.
Prudence utilizó la ridícula gorra del uniforme para abanicarse. Me miró con pena. Ya sabéis, como si yo me hubiese criado en un bosque alimentada por una manada de lobos. Cuando había crecido en una casa normal, con unos padres normales (al menos hasta los quince años.) La pobre creía que era una obsesa del trabajo, y que malgastaba mi juventud.
Estaba totalmente de acuerdo con Prudence, en la parte de malgastar la juventud.
―Es viernes, seguro que tienes algo mejor que hacer ―confirmó como si lo supiera, a la vez que me despachaba con su mano encallada. También me guiñó un ojo, señal inequívoca de que no me descontaría del sueldo esa media hora.
«Oh, claro que sí. Tengo que salir pitando a casa para cambiarme de ropa y llegar a tiempo a mi trabajo de camarera de los fines de semana.» Un súper plan de veinteañera.
―Gracias ―respondí, desatando el delantal de color amarillo pollo que llevaba.
Me despedí, fui al vestuario a cambiarme de ropa y diez minutos más tarde corría por la calle sorteando personas como obstáculos para llegar al próximo autobús. En momentos como esos, corriendo sin aliento y con los niveles de estrés alcanzando la estratosfera, era cuando más recordaba a Bruno.
Supongo que tengo que contaros quién era. Bruno era de esa clase de chico por el que te quedabas en casa en lugar de ir a clase. Por el que perdías trenes sólo para estar un rato más con él. Esa clase de chico que con su presencia, te hacía creer que aunque existan infinitos universos paralelos, estabais destinados a encontraros en todos y cada uno de ellos. Y por supuesto, esa clase de chico es la que te dejaba tirada cuando se cansaba de ti. Pero incluso para eso Bruno era diferente, no podía limitarse a romperme el corazón sin más, como el resto de los seres humanos normales.
Os resumiré lo que pasó omitiendo los detalles escabrosos de ese día: Bruno se drogaba. Tenía deudas. No las pudo pagar y se borró del mapa. ¿A quién van los tíos malos a los que les debe dinero? A por la novia del chico (esa era yo.)
Sí. Bruno era el motivo por el que tuve que dejar la universidad y pluriemplearme a tiempo completo. Por su culpa, tenía que verme una vez al mes con un par de tíos de lo más espeluznante y darles mil dólares que a duras penas conseguía ganar. Sino lo hacía, bueno, me dejaron muy claro que podría «sufrir un trágico accidente.»
Lo sé, lo sé. Parecía que una película de clase B me había tragado. Sin embargo, por increíble que resulte, ésas cosas pasan a veces. Por lo que, o Dios se apiadaba de mí de una vez y me dejaba ganar la lotería, o tendría que pasar otro año más hasta que solventara la deuda.
Llegué a la parada de autobús por los pelos. En lugar de quedarme en el interior, subí al piso de arriba y me senté en uno de los asientos traseros, justo detrás de una pareja de japoneses que desplegaban un mapa enorme. Hacía un frío de tres pares de narices, en el trayecto de la parada a la siguiente intersección; ya se me habían congelado todos los músculos de la cara. Pero el crepúsculo es uno de los mejores momentos para hacer fotografías. La luz baja tiñe al mundo de colores misteriosos. De mi mochila saqué mi vieja cámara y les lancé una foto a los japoneses. A partir de ahí fue un no parar hasta que tuve que bajarme del autobús: Una chica que se observaba en el reflejo de un escaparate, una pareja de ancianos paseando de la mano, un pájaro posado en un semáforo…
Casi cualquier cosa mejora si se observa desde el ángulo correcto. Imagino que por eso me decidí a estudiar la carrera de Fotografía. Detrás del objetivo de mi cámara el mundo era mucho mejor. Odiaba tener que retrasar mi formación. Se suponía que a los veintidós años terminaría la carrera y estaría lista para lanzarme al mundo laboral, con un trabajo que de verdad me gustase, no con el puñado de ellos que me veía obligada a ejercer.
El barrio de Fremont, donde vivía, me acogió con los vecinos rezagados que ya se retiraban a sus casas, corredores de media tarde y paseadores caninos que se dirigían al parque. El apartamento en el que vivía se encontraba tres calles hacia delante, en dirección al canal. Mi casa estaba dentro de una construcción de ladrillo de 1897, que años atrás, había sido remodelada por un millonario aburrido. Creo que llamarla «mía» era un poco caradura por mi parte.
¿Sabéis?, hay personas que tienen una mejor amiga. Yo tenía un ángel de la guarda llamado Marissa Jessen. Sus funciones como mejor amiga no se limitaban a lo normal; ya sabéis, salir juntas, ver películas, ser mi segunda en las rupturas, y ese tipo de cosas. Lo que hacía por mí aún no tenía nombre. Cuando mi madre murió y mi padre decidió que se convertiría en alcohólico profesional, ella fue la única de todos mis amigos que estuvo a mi lado.
Me acogió en su casa, en su familia. Después de todo lo que pasó con Bruno, convenció a sus padres para que le compraran un apartamento sólo para que no me quedara en la calle. Y eso que yo había sido una gilipollas integral con Marissa durante mi relación con él. Pero no me dio con la puerta en las narices el que día que acudí a su habitación llorando. Me abrazó y me dijo que lo solucionaríamos.
Mirad, no es por presumir (vale, un poco sí) pero Marissa estaba en el puesto número uno de mejores amigas del mundo. De no ser por ella, me sería imposible cumplir con los pagos de la deuda y mantenerme viva al mismo tiempo.
Alcancé el edificio unos minutos más tarde. En el camino en ascensor hasta el quinto piso, me detuve a observar mi reflejo. Nunca he sido una chica que pierde la mitad del día en arreglarse, pero últimamente, mi aspecto dejaba mucho que desear. La comisura de mis ojos estaba surcada de rayas negras por el cansancio. Mis pómulos se encontraban más afilados que de costumbre. Y por cortesía de la lluvia y la humedad, mi pelo parecía recién sacado de una centrifugadora. Suspiré, qué íbamos a hacerle.
En cuanto hendí la llave a la cerradura de la puerta y la empujé hacia adentro, Marissa apareció de la nada. Con un brillo eufórico en sus ojos azules y una sonrisa enloquecida que me puso los pelos de punta.
―¡Libie! ¡Libie! ―comenzó a chillar a la vez que me zarandeaba por los hombros. Después de soltó.
―¡Mari! ¡Mari! ―la imité, también agitándola como si fuese una maraca―. ¿Qué demonios te pasa?
Colgué mis cosas en el perchero de detrás de la puerta y dejé las llaves en el cuenco de cerámica que descansaba sobre la mesilla. Recorrí el pasillo y me lancé de lleno en el sofá. El cansancio hacía vibrar mi cuerpo. Marissa me siguió, saltando sobre sus pies.
―Escúpelo, antes de que te atragantes ―dije divertida, acomodándome contra el reposabrazos. Mari soltó un gritito exaltado que me penetró en el tímpano.
―No te lo vas a creer, en serio que no te lo vas a creer. Es incluso mejor que una oferta de hamburguesa de pollo con extra de queso.
Mi estómago rugió al escuchar lo de la hamburguesa. No había comido nada desde mediodía.
―Primero dime qué es lo que no me voy a creer ―pedí, y me agaché para sacarme las zapatillas. Por poco sufrí un orgasmo al liberar los pies.
Mari juntó las manos delante de la cara, en un gesto predicador. No se excitaba así con facilidad, así que debía ser algo importante.
―¿Te acuerdas que estaba buscando entradas para el concierto de esta noche de One Direction?
Como para no acordarme. El concierto que ofrecería One Direction en el CenturyLink Field era un acontecimiento de suma importancia para Mari. Se trataba del concierto, en mayúsculas chillonas y subrayado con cientos de colores. El último que ofrecerían antes de su descanso.
―Pero no las encontraste, se agotaron ―afirmé, alzando muchas las cejas, para devolverla a la crueldad del mundo real.
―¡Will ha conseguido las entradas! ―estalló. Me zarandeó (otra vez) y me convertí en una maraca con mal genio (otra vez)―. ¡Con pases para el backstage! ―. Soltó un chillido que hizo ladrar al perro de nuestra vecina, la señora Marswhell.
He de decir que me emocioné un poco. Pero por ver lo contenta que estaba Mari, llevaba meses tras las dichosas entradas. Me puse seria de súbito y agarré las manos de mi mejor amiga. Inmediatamente, ella dejó de sonreír y frunció el ceño.
―Parece que ha llegado del momento ―anuncié con toda la solemnidad del mundo.
―¿Qué dices? ―murmuró ella, que estaba muy acostumbrada a que le diese malas noticias.
―Tienes que casarte con ese chico, aunque se coma mi comida.
Mari rompió en una sonora carcajada, aunque sus mejillas se tiñeron de rojo por unos segundos.
―¡No seas boba! ―me amonestó sofocada por la risa.
Yo me encogí de hombros y me aparté para que no me diese con el cojín que blandía hacia mí. Will y ella eran la pareja perfecta. Una de esas que solo existen en las películas y en los libros. Así que yo no iba muy desacertada con mis visiones nupciales.
―¿Con quién irás al concierto? ―pregunté, levantándome del sofá para marcharme a arreglar mi desastrosa imagen.
―Pues contigo, con quién sino ―espetó, de lo más seguro. También se levantó para acompañarme al dormitorio.
―Mari, no puedo acompañarte ―frené en seco en medio del salón―. Como no encontraste las entradas no pedí el fin de semana libre.
Aguardé paciente a que cundiese el pánico. Pero el pánico no cundió. En su lugar, Marissa alzó una de sus perfectas cejas y la boca se le curvó hacia un lado.
―Will trabajará por ti. ―Abrí la boca para decirle que estaba loca, pero como me conocía, ya tenía la mano preparada para tapármela. Prosiguió hablando―: Habló con Arthur el lunes, cubrirá tu turno.
Al terminar me quitó el «bozal» y comenzó a saltar sobre sus pies. Yo quería protestar, porque siempre protestaba, por todo. Qué íbamos a hacerle, era de naturaleza quejica. Pero Mari se las sabía todas, así que simplemente acepté los hechos.
―Supongo que nos vamos de concierto ―concedí, sin poder suprimir una sonrisa. A mí también me gustaba One Direction, sus canciones me acompañaban todas las noches. Así que sí, estaba bien poder verlos en directo.
―¡No solo eso! ¡Los vamos a conocer! ¡Voy a poder tocarlos! ―chilló, mientras me zarandeaba por tercera vez en menos de una hora. Al final, iba a conseguir que la llenara de vómito―. Tengo que comprobar si el pelo de Harry es tan suave como parece, ¿será muy maleducado si se lo acaricio?
Fue inevitable, me imaginé a Marissa acariciando a Harry Styles como a un perrito de esos que tanto le gustaban a ella y me puse a reír como una condenada.
―Siempre puedes preguntarle ―dije pasándole un brazo por detrás de los hombros.
―Venga Liberty, vamos a dejarte más apetecible que un helado de dulce de leche con plátanos y brownie.
Pasamos la siguiente hora discutiendo, con prendas de ropa de por medio y amenazas superfluas. Mientras yo defendía mi derecho no pintarme el logo del grupo en la cara ni ponerme una camiseta de la colección de Marissa con la caricatura de Liam Payne, ella me hizo chantaje. Si me ponía una camiseta de manga corta que rezaba «One Direction» en letras blancas con un Harry Styles de lo más cuco debajo (este pensamiento me lo guardé), ella me dejaba el coche para ir el lunes a trabajar y poder dormir una hora más.
También era débil. Dormir era para mí lo que el kétchup al perrito caliente. Por lo que acepté. Pero no pudo disuadirme para que me pusiera una falda y unas botas y me deshiciera de mis vaqueros y mis zapatillas.
Después de que me arreglase el pelo, que lo tenía sin forma porque me llegaba casi a la cintura. Y de ponerme un poco de maquillaje, estábamos listas para marcharnos. En el coche, Marissa me dio los pases y las entradas. Estábamos en segunda fila. Will se lo había currado bastante con las entradas.
―En serio, cásate con él ―volví a molestarla.
Ella me sacó la lengua en respuesta y subió el volumen de Best Song Ever. Yo abrí la ventana a riesgo de pillar una pulmonía y cerré los ojos. Dejando que la humedad se me pegara en la piel. Estaba bien que por una noche, tuviese planes de veinteañera normal. Aunque claro, como la protagonista de una película de clase B, ésa no iba a ser una noche normal. Ni mucho menos.
―Vete a casa, Libie.
Dijo Prudence, mi jefa en la franquicia de batidos en la que trabajaba (uno de mis muchos trabajos a media jornada por aquel entonces) cuando entró en al almacén con dos cajas de fresas en los brazos. Acudí a ayudarla.
―Todavía falta media hora para que acabe mi turno ―objeté, abriéndole la puerta de la despensa. No es que yo fuese una obsesa del trabajo, de hecho, mi mejor amiga estaba segura que el término «vaguería» se inventó a raíz de mi nacimiento. Y hubiese salido gritando «¡Libertad!» enloquecida de no ser porque necesitaba hasta el último centavo.
Prudence utilizó la ridícula gorra del uniforme para abanicarse. Me miró con pena. Ya sabéis, como si yo me hubiese criado en un bosque alimentada por una manada de lobos. Cuando había crecido en una casa normal, con unos padres normales (al menos hasta los quince años.) La pobre creía que era una obsesa del trabajo, y que malgastaba mi juventud.
Estaba totalmente de acuerdo con Prudence, en la parte de malgastar la juventud.
―Es viernes, seguro que tienes algo mejor que hacer ―confirmó como si lo supiera, a la vez que me despachaba con su mano encallada. También me guiñó un ojo, señal inequívoca de que no me descontaría del sueldo esa media hora.
«Oh, claro que sí. Tengo que salir pitando a casa para cambiarme de ropa y llegar a tiempo a mi trabajo de camarera de los fines de semana.» Un súper plan de veinteañera.
―Gracias ―respondí, desatando el delantal de color amarillo pollo que llevaba.
Me despedí, fui al vestuario a cambiarme de ropa y diez minutos más tarde corría por la calle sorteando personas como obstáculos para llegar al próximo autobús. En momentos como esos, corriendo sin aliento y con los niveles de estrés alcanzando la estratosfera, era cuando más recordaba a Bruno.
Supongo que tengo que contaros quién era. Bruno era de esa clase de chico por el que te quedabas en casa en lugar de ir a clase. Por el que perdías trenes sólo para estar un rato más con él. Esa clase de chico que con su presencia, te hacía creer que aunque existan infinitos universos paralelos, estabais destinados a encontraros en todos y cada uno de ellos. Y por supuesto, esa clase de chico es la que te dejaba tirada cuando se cansaba de ti. Pero incluso para eso Bruno era diferente, no podía limitarse a romperme el corazón sin más, como el resto de los seres humanos normales.
Os resumiré lo que pasó omitiendo los detalles escabrosos de ese día: Bruno se drogaba. Tenía deudas. No las pudo pagar y se borró del mapa. ¿A quién van los tíos malos a los que les debe dinero? A por la novia del chico (esa era yo.)
Sí. Bruno era el motivo por el que tuve que dejar la universidad y pluriemplearme a tiempo completo. Por su culpa, tenía que verme una vez al mes con un par de tíos de lo más espeluznante y darles mil dólares que a duras penas conseguía ganar. Sino lo hacía, bueno, me dejaron muy claro que podría «sufrir un trágico accidente.»
Lo sé, lo sé. Parecía que una película de clase B me había tragado. Sin embargo, por increíble que resulte, ésas cosas pasan a veces. Por lo que, o Dios se apiadaba de mí de una vez y me dejaba ganar la lotería, o tendría que pasar otro año más hasta que solventara la deuda.
Llegué a la parada de autobús por los pelos. En lugar de quedarme en el interior, subí al piso de arriba y me senté en uno de los asientos traseros, justo detrás de una pareja de japoneses que desplegaban un mapa enorme. Hacía un frío de tres pares de narices, en el trayecto de la parada a la siguiente intersección; ya se me habían congelado todos los músculos de la cara. Pero el crepúsculo es uno de los mejores momentos para hacer fotografías. La luz baja tiñe al mundo de colores misteriosos. De mi mochila saqué mi vieja cámara y les lancé una foto a los japoneses. A partir de ahí fue un no parar hasta que tuve que bajarme del autobús: Una chica que se observaba en el reflejo de un escaparate, una pareja de ancianos paseando de la mano, un pájaro posado en un semáforo…
Casi cualquier cosa mejora si se observa desde el ángulo correcto. Imagino que por eso me decidí a estudiar la carrera de Fotografía. Detrás del objetivo de mi cámara el mundo era mucho mejor. Odiaba tener que retrasar mi formación. Se suponía que a los veintidós años terminaría la carrera y estaría lista para lanzarme al mundo laboral, con un trabajo que de verdad me gustase, no con el puñado de ellos que me veía obligada a ejercer.
El barrio de Fremont, donde vivía, me acogió con los vecinos rezagados que ya se retiraban a sus casas, corredores de media tarde y paseadores caninos que se dirigían al parque. El apartamento en el que vivía se encontraba tres calles hacia delante, en dirección al canal. Mi casa estaba dentro de una construcción de ladrillo de 1897, que años atrás, había sido remodelada por un millonario aburrido. Creo que llamarla «mía» era un poco caradura por mi parte.
¿Sabéis?, hay personas que tienen una mejor amiga. Yo tenía un ángel de la guarda llamado Marissa Jessen. Sus funciones como mejor amiga no se limitaban a lo normal; ya sabéis, salir juntas, ver películas, ser mi segunda en las rupturas, y ese tipo de cosas. Lo que hacía por mí aún no tenía nombre. Cuando mi madre murió y mi padre decidió que se convertiría en alcohólico profesional, ella fue la única de todos mis amigos que estuvo a mi lado.
Me acogió en su casa, en su familia. Después de todo lo que pasó con Bruno, convenció a sus padres para que le compraran un apartamento sólo para que no me quedara en la calle. Y eso que yo había sido una gilipollas integral con Marissa durante mi relación con él. Pero no me dio con la puerta en las narices el que día que acudí a su habitación llorando. Me abrazó y me dijo que lo solucionaríamos.
Mirad, no es por presumir (vale, un poco sí) pero Marissa estaba en el puesto número uno de mejores amigas del mundo. De no ser por ella, me sería imposible cumplir con los pagos de la deuda y mantenerme viva al mismo tiempo.
Alcancé el edificio unos minutos más tarde. En el camino en ascensor hasta el quinto piso, me detuve a observar mi reflejo. Nunca he sido una chica que pierde la mitad del día en arreglarse, pero últimamente, mi aspecto dejaba mucho que desear. La comisura de mis ojos estaba surcada de rayas negras por el cansancio. Mis pómulos se encontraban más afilados que de costumbre. Y por cortesía de la lluvia y la humedad, mi pelo parecía recién sacado de una centrifugadora. Suspiré, qué íbamos a hacerle.
En cuanto hendí la llave a la cerradura de la puerta y la empujé hacia adentro, Marissa apareció de la nada. Con un brillo eufórico en sus ojos azules y una sonrisa enloquecida que me puso los pelos de punta.
―¡Libie! ¡Libie! ―comenzó a chillar a la vez que me zarandeaba por los hombros. Después de soltó.
―¡Mari! ¡Mari! ―la imité, también agitándola como si fuese una maraca―. ¿Qué demonios te pasa?
Colgué mis cosas en el perchero de detrás de la puerta y dejé las llaves en el cuenco de cerámica que descansaba sobre la mesilla. Recorrí el pasillo y me lancé de lleno en el sofá. El cansancio hacía vibrar mi cuerpo. Marissa me siguió, saltando sobre sus pies.
―Escúpelo, antes de que te atragantes ―dije divertida, acomodándome contra el reposabrazos. Mari soltó un gritito exaltado que me penetró en el tímpano.
―No te lo vas a creer, en serio que no te lo vas a creer. Es incluso mejor que una oferta de hamburguesa de pollo con extra de queso.
Mi estómago rugió al escuchar lo de la hamburguesa. No había comido nada desde mediodía.
―Primero dime qué es lo que no me voy a creer ―pedí, y me agaché para sacarme las zapatillas. Por poco sufrí un orgasmo al liberar los pies.
Mari juntó las manos delante de la cara, en un gesto predicador. No se excitaba así con facilidad, así que debía ser algo importante.
―¿Te acuerdas que estaba buscando entradas para el concierto de esta noche de One Direction?
Como para no acordarme. El concierto que ofrecería One Direction en el CenturyLink Field era un acontecimiento de suma importancia para Mari. Se trataba del concierto, en mayúsculas chillonas y subrayado con cientos de colores. El último que ofrecerían antes de su descanso.
―Pero no las encontraste, se agotaron ―afirmé, alzando muchas las cejas, para devolverla a la crueldad del mundo real.
―¡Will ha conseguido las entradas! ―estalló. Me zarandeó (otra vez) y me convertí en una maraca con mal genio (otra vez)―. ¡Con pases para el backstage! ―. Soltó un chillido que hizo ladrar al perro de nuestra vecina, la señora Marswhell.
He de decir que me emocioné un poco. Pero por ver lo contenta que estaba Mari, llevaba meses tras las dichosas entradas. Me puse seria de súbito y agarré las manos de mi mejor amiga. Inmediatamente, ella dejó de sonreír y frunció el ceño.
―Parece que ha llegado del momento ―anuncié con toda la solemnidad del mundo.
―¿Qué dices? ―murmuró ella, que estaba muy acostumbrada a que le diese malas noticias.
―Tienes que casarte con ese chico, aunque se coma mi comida.
Mari rompió en una sonora carcajada, aunque sus mejillas se tiñeron de rojo por unos segundos.
―¡No seas boba! ―me amonestó sofocada por la risa.
Yo me encogí de hombros y me aparté para que no me diese con el cojín que blandía hacia mí. Will y ella eran la pareja perfecta. Una de esas que solo existen en las películas y en los libros. Así que yo no iba muy desacertada con mis visiones nupciales.
―¿Con quién irás al concierto? ―pregunté, levantándome del sofá para marcharme a arreglar mi desastrosa imagen.
―Pues contigo, con quién sino ―espetó, de lo más seguro. También se levantó para acompañarme al dormitorio.
―Mari, no puedo acompañarte ―frené en seco en medio del salón―. Como no encontraste las entradas no pedí el fin de semana libre.
Aguardé paciente a que cundiese el pánico. Pero el pánico no cundió. En su lugar, Marissa alzó una de sus perfectas cejas y la boca se le curvó hacia un lado.
―Will trabajará por ti. ―Abrí la boca para decirle que estaba loca, pero como me conocía, ya tenía la mano preparada para tapármela. Prosiguió hablando―: Habló con Arthur el lunes, cubrirá tu turno.
Al terminar me quitó el «bozal» y comenzó a saltar sobre sus pies. Yo quería protestar, porque siempre protestaba, por todo. Qué íbamos a hacerle, era de naturaleza quejica. Pero Mari se las sabía todas, así que simplemente acepté los hechos.
―Supongo que nos vamos de concierto ―concedí, sin poder suprimir una sonrisa. A mí también me gustaba One Direction, sus canciones me acompañaban todas las noches. Así que sí, estaba bien poder verlos en directo.
―¡No solo eso! ¡Los vamos a conocer! ¡Voy a poder tocarlos! ―chilló, mientras me zarandeaba por tercera vez en menos de una hora. Al final, iba a conseguir que la llenara de vómito―. Tengo que comprobar si el pelo de Harry es tan suave como parece, ¿será muy maleducado si se lo acaricio?
Fue inevitable, me imaginé a Marissa acariciando a Harry Styles como a un perrito de esos que tanto le gustaban a ella y me puse a reír como una condenada.
―Siempre puedes preguntarle ―dije pasándole un brazo por detrás de los hombros.
―Venga Liberty, vamos a dejarte más apetecible que un helado de dulce de leche con plátanos y brownie.
Pasamos la siguiente hora discutiendo, con prendas de ropa de por medio y amenazas superfluas. Mientras yo defendía mi derecho no pintarme el logo del grupo en la cara ni ponerme una camiseta de la colección de Marissa con la caricatura de Liam Payne, ella me hizo chantaje. Si me ponía una camiseta de manga corta que rezaba «One Direction» en letras blancas con un Harry Styles de lo más cuco debajo (este pensamiento me lo guardé), ella me dejaba el coche para ir el lunes a trabajar y poder dormir una hora más.
También era débil. Dormir era para mí lo que el kétchup al perrito caliente. Por lo que acepté. Pero no pudo disuadirme para que me pusiera una falda y unas botas y me deshiciera de mis vaqueros y mis zapatillas.
Después de que me arreglase el pelo, que lo tenía sin forma porque me llegaba casi a la cintura. Y de ponerme un poco de maquillaje, estábamos listas para marcharnos. En el coche, Marissa me dio los pases y las entradas. Estábamos en segunda fila. Will se lo había currado bastante con las entradas.
―En serio, cásate con él ―volví a molestarla.
Ella me sacó la lengua en respuesta y subió el volumen de Best Song Ever. Yo abrí la ventana a riesgo de pillar una pulmonía y cerré los ojos. Dejando que la humedad se me pegara en la piel. Estaba bien que por una noche, tuviese planes de veinteañera normal. Aunque claro, como la protagonista de una película de clase B, ésa no iba a ser una noche normal. Ni mucho menos.
indigo.
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Re: Reminders of reality.
esto es mucho para mi corazoncito LO AME LO AME LO AME
pero debo hacerte un comentario aceptable en uno de estos dias pero enserio LO AMEEEEE
pero debo hacerte un comentario aceptable en uno de estos dias pero enserio LO AMEEEEE
prinsloo.
Re: Reminders of reality.
AY DIOS cHICAS ame todo esto es perfecto <3 supongo que comentare pronto los ameeeee
katara.
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Re: Reminders of reality.
wtf voy yo
LEO Y COMENTO LO MAS PRONTO POSIBLE CHICAS, SIENTO NO HABER COMENTADO AQUI AUN
LEO Y COMENTO LO MAS PRONTO POSIBLE CHICAS, SIENTO NO HABER COMENTADO AQUI AUN
hange.
Re: Reminders of reality.
Los leí ya y los amé los dos subiré mis comentarios más adelante, pero sépanlo desde ya
hange.
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