La sangre volverá a correr {Novela de Los Juegos del Hambre}

La mano de Nathan se cerró fuertemente alrededor de la mía en el momento que todos los ojos del Capitolio se fijaron en nosotros. La razón más lógica era porque los cuatro que iban en el carro del doce estaban prendidos en llamas, pero no se quemaban específicamente; Denile parecía no haber mentido cuando dijo que no me dañaría, pues eran simplemente llamas sintéticas, aunque el calor que provocaban lo podía sentir levemente, pero me ayudaban a no perder el calor de mi cuerpo que quizás escaparía por causa de los nervios que me inundaban completamente.

Ojos de millones de colores nos miraron, cabezas con pelucas del color de un arcoiris se voltearon a observarnos y bocas de diferentes colores se abrieron para animarnos. Parecía como si el público nos adorara, pero aún así mi mano apretó con fuerza la de Nathan, quien sonreía a todo el mundo y los saludaba con su mano libre, como si estuviera encantado de estar en este lugar. "Mamá decía que me parecía a papá" eso me había dicho él y, si no recordaba bien, el famoso Peeta Mellark había sido reconocido por su gran carisma y el amor que había recibido por parte del público en sus primeros Juegos del Hambre; Katniss había tenido razón, Nathan era la viva imagen de su padre, quien estaría muy orgulloso de él si lo observara en ese preciso momento. Lamentablemente no podía. Quité los pensamientos negativos de mi mente para poder dar mi sonrisa más real y enseñarla a todos, saludar al mundo con mi otra mano, además de mandar besos a más de una persona. Rosas, pulseras, de todo caía a los pies de la carroza que nos llevaba, escuché la risa de Lucy detrás mío, por lo que adiviné que estaba igual de sorprendida que yo ante el amor que habíamos recibido.

Los carros realizaron el circuito en el Centro de la Ciudad, con los primeros siete distritos adelante y los demás atrás. Sin importar la ubicación, todos teníamos una vista excelente para ver a la presidenta que se encontraba en una terraza, a unos cinco o seis metros de altura, con un micrófono al frente suyo. Apenas se detuvo el carro las llamas de los cuatro se apagaron de golpe, algo que de cierta manera fue reconfortante y relajador, pues ya veía la hora en la que una chispa saltaba a mi piel y esta se quemaba de verdad. Los reflejos de los cabellos dorados de la Presidenta Pittlewood se podían ver a kilómetros y kilómetros de distancia, se veían hermosos, pero debí esforzarme a reconocerlo pues nada hermoso le veía a esa frívola mujer. La gente comenzó a tomar silencio para darle la palabra a la Presidenta, quien nos dio la bienvenida a los cincuenta y dos jóvenes que la estábamos observando, luego de aquello destacó nuestra valentía y cuanto deberían de admirarnos, para finalizar con la frase de siempre: "Y que la suerte esté siempre a su favor". No me habría sorprendido ver a gente llorando, pues los aplausos que se dieron daban a entender lo emotivo que había sido, pero esa mujer no parecía tener nada emocional, ni siquiera corazón poseía, justo como su abuelo. Los carros salieron por otra parte, en orden según el distrito, por lo que nosotros salimos semi últimos. Cuando nuestro carro se detuvo fue al lado de Teesha, Denile, Zelen, Drenick y Nile, cada estilista se fue donde su tributo, por lo que Denile me dedicó una sonrisa de orgullo y acomodó un pequeño mechón de cabello detrás de mi oreja. Recién me daba cuenta de lo natural que ella se vestía, su ropa no era tan extravagante como la de los demás, y eso que era estilista, además que también me dí cuenta que sus ojos eran de un azulado más claro que el mio, cristalinos quizás.

-Los saludos y besos fueron bastante impresionantes proviniendo de ti, pero la verdad es que sirvieron bastante, pues quizás hayas llamado la atención de los patrocinadores- Denile hablaba de mi como si me conociera de la vida, aunque tan solo sabia mi nombre, edad y distrito; parecía ser bastante observadora. Los patrocinadores me inquietaron, no sabía quienes eran ni donde se encontrarían, por lo que me preocupé de saludar a todo el mundo; los patrocinadores son gente que realmente se necesitan para los Juegos, ellos son quienes entregan dinero a los mentores para que nos manden paracaídas, pues hasta una pequeña gota de agua o una medicina puede marcar la vida y muerte de los tributos.

Todos sonreíamos cuando nos dirigimos a la salida, encontrándonos con los tributos del dos. Me di cuenta que solo había visto a una tributo del dos, la niña de doce años rubia con tez pálida, pero no me había fijado en la otra, de marcadas curvas, castaña y tez acaramelada, además de unos profundos y amenazadores ojos marrones. Los otros dos chicos no eran más débiles, ambos de músculos y alta estatura, espaldas anchas, uno rubio y otro de pelo azabache, ambos de ojos azules. El moreno fue quien me miró con más odio, como si fuera una especie de peligro para él, aunque no era nada al lado de los que serían Profesionales. Desvié de inmediato la mirada de ellos, los cuatro me observaban detenidamente y podía sentir el odio que transmitían, haciendo que sintiera escalofríos.

Llegué lo más rápido a mi habitación, acompañada de Nathan y Lucy, ingresamos al loft asignado para el doce y cada uno se fue a su cuarto, cerrando la puerta. Me deshice lo más rápido que pude de mi vestido, para poder ponerme el el camisón azulado manga corta que era mi pijama. Cuando me dirigía a la cama un artículo en mi mesita de noche llamó peculiarmente mi atención: era una caja de madera, color caoba, con la cerradura de una llave, que la exigía para ser abierta. Una nota estaba sobre ella y delicadamente la abrí: "Broegan, esta cajita me la entregó Hazelle Hawthorne, quien me pidió personalmente que te la entregara. Dice que la llave la posees cerca de tu gran corazón. Teesha" ¿Cerca de mi corazón? Para salir de dudas puse la mano sobre mi pecho, para probar si hablaba literalmente, y lo decía de verdad. No recordaba que me había colgado la gargantilla con la llave en mi cuello. Pero, ¿No que había sido de mi abuela materna? Sin tomar mayor importancia, o planeando pensarlo mañana, me quité la llave del cuello y la introduje en la cerradura, dándole vuelta. Un pequeño click me avisó que era la llave correcta. Abrí lentamente la caja, para encontrar adentro un pedazo de papel, con algo escrito al interior, que cubría otra cosa, de pequeño tamaño. "Querida Broegan: Este broche tuvo mucho significado cuando Katniss Everdeen y Peeta Mellark seguían con vida, cuando ocurrió la segunda rebelión y cuando todo estaba perdido. Protección brinda este broche y tengo la esperanza que tu tendrás la misma suerte que mi querida Katniss en los Juegos, confío en ti para traer de vuelta a Nathan y se que harás lo imposible por Lucille. Este broche estuvo primero a manos de Nathan, pues el lo llevaba puesto cuando sus padres fueron asesinados, pero confío en que cuidarás más de él y le darás el significado que posee este pequeño elemento. Que la suerte este siempre de tu parte, y de quienes te acompañen. Hazelle" Bajo la nota se encontraba el broche de oro del Sinsajo, un poco sucio por su tiempo, pero que con una pequeña lavada quedaría como la primera vez que fue utilizado. Lo acaricié con mi dedo pulgar mientras que estaba en mis manos, para luego guardarlo de vuelta a la caja, cerrarla con llave y colgar la llave en mi cuello nuevamente.

Me acosté sin decir palabra alguna, cerrando mis ojos con delicadeza. Quizás encontraría la manera de introducir el broche a los Juegos, para sentir cierto aire de protección, para sentir el apoyo de alguna Vencedora, y mayor admiración, al lado mío. Mañana empezarían los entrenamientos, luego del almuerzo, lo cual me inquietaba de cierta manera, pues no me había fijado en como eran todos los tributos. La noticia de los Juegos se había anunciado hace un año atrás, tiempo que habían utilizado los distritos más altos, el uno, dos, tres y cuatro, para reabrir sus academias de entrenamiento y entrenar como si no hubiera futuro. De todas formas, solo cuatro salen de la Arena, y somos cincuenta y dos.

La mañana siguiente Dorotheea nos levantó a todos de la misma manera que lo hacia siempre, con su típica frase y su entusiasmo tan peculiar, que en situaciones como estas, donde quizás todos moriríamos asesinados, no entendía. Todas las comidas ahora se realizarían en los loft asignados para cada distrito, donde estaba el salón, el comedor y la habitación de los tributos, más el mentor, los estilistas y uno para Dorotheea, debido aun pequeño conflicto entre el chico del uno y otro del seis durante la cena. Nos reunimos todos en la mesa para tomar desayuno, luego de cada uno haberse levantado. Después del almuerzo comenzaban los entrenamientos, en donde volvería a ver a todos los tributos, para fijarme detalladamente en quien se veía como una gran amenaza y quien terminaría muerto en la Cornucopia. Desayunamos todos en silencio, aunque los estilistas hacían más de un comentario, a los cuales normalmente respondían Dorotheea o Teesha, pero los tributos no abrieron su boca si no era para engullir. Una vez terminado el desayuno, Teesha nos llevó al salón, con sillones de colores chillones y un gran televisor enfrente, delante del gran ventanal con vista a una de las calles más concurridas del Capitolio.

-Veremos los últimos cinco Juegos del Hambre realizados, para que puedan saber mayormente las cosas básicas que los tributos sabían en ese tiempo- dijo Teesha. Comenzamos con los Septuagésimos Juegos del Hambre, no había mucho interesante, hasta que algo captó mi atención; una joven de ojos como el mar y cabellos oscuros, del distrito cuatro, me parecía familiar, juraría haberla visto antes. Luego me di cuenta que era la famosa Annie Cresta Odair, viuda del vencedor Finnick Odair, quien fue asesinado por el Capitolio en mitad de la segunda Rebelión. Esa mujer había terminado en locura pura, lo cual me daba un poco de tristeza.

Septuagésimo Primeros. La joven débil y asustadiza Johanna Mason había resultado ser letal y feroz, y fue aquel engaño el que la hizo Vencedora de esos Juegos, proveniente del distrito siete. Esta mujer también había sido capturada por el Capitolio en la segunda Rebelión, pero luego luchó contra ellos, o eso se decía. Además de que era la madre de Teesha; pude notar la cara de orgullo que mi mentora poseía al ver a su madre, muchos años más joven, siendo audaz e inteligente. En los Septuagésimo Segundos y Terceros no paso mucha acción, por lo que quizás no había llamado la atención de muchos. Luego llegaron los Septuagésimo Cuartos, y ahí fue cuando mi cara volteó para ver el rostro de Nathan, quien ya parecía tenso. Estaba sentado en el suelo al lado mio, por lo que apoyé mi mano sobre su brazo para darle apoyo, aquello pareció sorprenderle pero no hizo nada, sino que giró la vista al televisor.

Sus padres habían sido bastante audaces en los Juegos, Peeta se alió con los Profesionales, aunque también fue un acto bastante arriesgado. Por otra parte, Katniss vivía en los árboles, para luego aliarse con la pequeña del once, quien resultó muerta al poco después por el chico del uno, quien fue asesinado por Katniss. Ahora que me daba cuenta, la madre de Nathan sólo había asesinado Profesionales: los del uno y el chico del dos, quien fue el último tributo en morir. Después de eso me di cuenta porque Katniss había sido la cara de la Rebelión. No era porque ella lo había provocado o porque ella había querido acabar con los Juegos, sino que porque ella había tenido la valentía de hacer lo que nadie nunca había hecho: desafiar al Capitolio con cosas tan simples como unas bayas. Y los había dominado, los había mostrado débiles y expuestos, algo que no aceptaron fácilmente. De aquello me di cuenta en los Septuagésimo Quintos Juegos, donde también aparecieron los padres de Nathan.

Al terminar de ver los Juegos todos ya sabíamos un poco más de lo que se debía hacer, aunque había algo incierto: no sabíamos cual tema sería el de los Juegos. Podía ser un bosque, una isla, un desierto, una selva, aquello era indescifrable, pues ni los mismos mentores lo sabían. Poco antes del almuerzo un avox, que eran servidores con la lengua cortada por alguna traición que hicieron, llegó con una nota dedicada a Teesha, que la citaba a una pequeña reunión con los demás mentores y el Vigilante Jefe. Sin más preámbulos ella salió y no la volvimos a ver hasta que nos sentamos a almorzar, con ella un poco retrasada. Su cara estaba inexpresiva, pero normalmente era asi, por lo que no me llamó mucho la atención. Cuando tragué un pedazo de pollo Teesha aclaró su garganta para que la miráramos y comenzó a hablar.

-Los demás mentores y yo hemos tenido una reunión con el Vigilante Jefe, Zebastian, quien nos explicó un poco mejor sobre que tratarían los Juegos del Hambre desde ahora en adelante- empezó ella, atrayendo más y más nuestra atención, hasta que nadie estaba comiendo y todos escuchando. Dijo todo para que nadie la interrumpiera- No será una Arena, sino que dos; la Arena Roja y la Arena Azul. En cada Arena habrán veinticuatro tributos, dos por distrito, un chico y una chica, y ambas Arenas estarán divididas por una gran muralla eléctrica, que con tan solo tocarla por cinco segundos tu cuerpo explota en pedazos pequeños. La vestimenta para el entrenamiento de todos sera completamente negro, pero quienes estarán en la Arena Roja tendrán las decoraciones y el número del distrito en rojo, mientras que los de la Arena Azul tendrán aquello en azul. Los tributos ya están asignados para aquella Arena y en el primer entrenamiento, osea hoy, conocerán con quien les toca compartir Arena.

-Osea, ¿Serán como dos Juegos del Hambre? ¿Dos vencedores por lado?- preguntó Lucy, abriendo su boca para hablar al frente de nosotros por primera vez en un largo tiempo. Teesha negó suavemente con la cabeza.

-Cuando hayan trece tributos en cada Arena, la gran muralla eléctrica se derrumbará y permitirá el paso de los tributos de una Arena a otra. Cada Arena tendrá su estilo, para que los que ven los Juegos no se confundan de cual Arena es cual; lo que tengo seguro es que uno de los temas será en el bosque, pero el otro es secreto- respondió ella, cortando un pedazo de su carne y echándoselo a la boca.

Juntando toda esa información me di cuenta de algo que me preocupaba bastante. No estaría cerca de Lucy. No podría protegerla hasta que quedaran doce tributos por lado, y quizás ella no terminara siendo una de ellos. Miré inmediatamente a Lucy, para ver en sus ojos que ella había descubierto lo mismo. Miedo recorrían sus ojos, pero, a causa de tanta gente, me limité a calmarla con pequeñas expresiones tratar de decirle que todo estaría bien. La voz de Ethan, a quien ignoraba por completo, hizo que la comunicación visual con Lucy finalizara.

-¿Podemos saber quien irá a cual Arena?- preguntó él, con voz inexpresiva y seria.

-Sus uniformes de entrenamiento se les entregará en unos diez minutos, en ese momento sabrán cual será su color- fue lo único que Teesha le dijo. Si Ethan no se sentía despreciado por todos nosotros entonces debía de ser un estúpido. Ni Lucy, ni Nathan ni yo le hablabamos, Teesha no le había dado ni un pequeño consejo de supervivencia, ni un como agradarle al público, lo trataba como si nu fuera a los Juegos y la verdad es que no le importaba si lo asesinaban o no. Su alianza con los Profesionales había roto todo vínculo con nosotros.

Cuando terminó el almuerzo todos nos fuimos a nuestras habitaciones, donde nos esperaban los uniformes. A primera vista supe que pertenecía a la Arena Roja. Me cambié de ropa, poniéndome el pantalón negro, más su camiseta ajustada, con líneas rojas en los hombros y el número "12" en gris a ambos lados de los brazos. Cuando había terminado de abrocharme las zapatillas alguien llamó a mi puerta.

-Adelante- dije, mientras me ponía de pie. Era Lucy. Sus ojos estaban enrojecidos, al igual que su piel estaba más pálida; había estado llorando.

Cerró la puerta detrás de ella, corriendo hacia mis brazos y ocultando su cabeza en mi hombro. Soltó todas las lágrimas que debió de haber estado conteniendo en su trayecto hacia mi habitación, pero no era un llanto de tristeza, sino que era desesperado, inquieto y temeroso. Estaba asustada. Sabía que Lucy siempre se sentía segura si yo estaba con ella, pues ella me veía como una persona fuerte e indestructible, como si estuviera hecha de acero, por lo que no temía a nada si estaba a mi lado. Pero eso había cambiado cuando nos habíamos enterado de que iríamos a distintas Arenas, ella a la azul y yo a la roja. ¿Qué pasaba si no llegaba a ser una de los trece tributos con vida? ¿Que pasaba si no llegaba a salir de la Cornucopia? ¿Cómo es lo explicaría a su madre, explicarle que no había mantenida viva a su hija como lo había prometido? Pero lo peor era, ¿Qué pasaba si perdía a la muchacha que siempre me había acompañado en todo, con quien se me cayó mi primer diente y quien caminaba en mi casa como si viviera en ese lugar? ¿Qué haría si perdiera a mi mejor amiga, mi hermana y la chica de la paz que tanto quería?

-¡Por favor! ¡No dejes que me maten!- me rogaba ella, con su cabeza aún oculta en mi hombro, desesperada.

-Tranquila, Lucy, todo estará bien- fue lo único que se me ocurrió decirle. Pero nada estaba bien, en lo absoluto; mi mente era un remolino de pensamientos, la mayoría preocupados de si sobreviviría o no- Prometo que saldrás con vida de la Arena, serás una de esas cuatro personas que lo harán.

Aquello parecía tranquilizarla un tanto, pues levantó su cabeza y se secó las lágrimas que corrían por sus mejillas. Aún así sus ojos enrojecidos permanecían y su cara estaba igual de pálida que antes, cosa que sólo pasaba en ella cuando estaba aterrada. Se miró los delgados y largos dedos de sus manos por unos minutos, dudando si creer lo que decía o no, pero yo nunca mentiría sobre algo como esto. Nunca con algo tan grande.

-¿Y prometes que también saldrás viva de aquí?- preguntó, mirándome con sus ojos musgosos, que rogaban por recibir un "sí" de respuesta.

-Lo prometo- una sonrisa de lado se extendió por mi rostro, tratando de hacer su ánimo un poco menos miserable. Me dio un abrazo corto, para luego ambas saliéramos de la habitación, en dirección al Gimnasio del Centro de Entrenamientos, a donde nos escoltarían, pues no sabíamos donde era. Antes que nada Lucy fue a lavarse la cara y hacer algo raro, no se que, pero lo importante era que cuando llegó ya no era la chica con lágrimas, sino que era la chica con una gran sonrisa en su rostro, que siempre había conocido. Mirando a los chicos supe que era Ethan quien estaría en mi misma Arena. Sin poder soportarlo por un momento más lo tomé del brazo y lo alejé del grupo, para hablar con él.

-Escúchame bien, Ethan- comencé a decirle- En el momento en el que te aliaste con los Profesionales renunciaste de inmediato a algún tipo de alianza con nosotros, considerarte eliminado como tributo del doce, pues apenas te vea en la Arena no dudaré ni un segundo en asesinarte, es más, lo haré con deleito. Te advierto una cosa, te acercas a Lucy, le haces daño y tu corazón dejará de latir antes de que logres lamentar lo que hiciste.

-Que bien que hayamos aclarado todo- dijo el, con una maliciosa sonrisa en su rostro, como si mi amenaza fuera un tanto cómica- Ojalá tengas una sangrienta muerte.

-Igualmente- respondí, mirándolo con ojos de odio y desprecio. Volvimos al grupo, manteniéndome alejada lo más posible de él, en camino al Gimnasio. Los nervios comenzaban a notarse, pues conoceríamos a quienes tratarían de matarnos, caminaríamos cerca de ellos y veríamos sus aspectos. Aunque debo de reconocer que no me iba a aprender todos, pues eran cincuenta y dos caras.