Let Me To Love You (Tom Felton y Tú)

    

*Narra _____ Blake*

Un día como cualquier otro, me levanté de mi cama, con una sonrisa en mi rostro, pues hoy es mi último día de preparatoria. Dejaría muchas cosas, pero los recuerdos y las alegrías además de los buenos amigos, estarán siempre en mí.

Llego, saludo y me siento en mi pupitre de siempre, esperando con ansias la última clase del día. Mi mejor amiga Andy y yo, estábamos sentadas esperando la aparición de la profesora de historia, quien entró como siempre, con una gran sonrisa en sus labios.

-¿Ansiosos?- interrogó sin borrar su sonrisa. Hubo muchos murmullos tratando de decir “Sí” y muchas risas de parte de todos.

Luego de terminar con sus juegos de fin de año, muchos terminaron con lágrimas en sus ojos, aunque yo era demasiado sentimental, fui la más fuerte de todos, pues sabía que su amistad conmigo, sería algo que nunca olvidaría.

-Hey, _____…- detrás de mí, llegaba abrazándome por la espalda el chico más apuesto del grupo, y el más egocéntrico que he conocido nunca, además de ser un completo idiota, pues hacía eso cada que tenía una nueva conquista en la mira. Rápidamente me giré hacia él, empujándolo lejos con mis delgados y débiles brazos.

-¿Qué te pasa, Jim?- cuestioné de mal humor, pues desde hacía ya varias semanas había estado rondándome, aunque yo solo le daba evasivas, ya sabía muy bien el tipo de chico que era. Sus hermosos ojos acaramelados revestidos por unas pequeñas pestañas castañas, me veían intensamente. Su cabello lacio almendrado y desordenado se veía tan perfecto desde mi vista.

-Vamos, nena… ¿No me darás la oportunidad?- acercándose nuevamente a mí, preguntó siendo arrogante, pero su perfecta sonrisa de chico malo, seguía luciendo fabulosa.

-Es una lástima que seas el prototipo del perfecto idiota.- comentaba en mi defensa, mi amiga, haciéndolo rabiar. Así es, el chico, no sabía pelear cuando comenzaban a insultarlo “inteligentemente”, me soltó de inmediato y giró de vuelta a sus amigos. -Si tan solo tuviera un poco más de neuronas y un poco menos de testosterona, sería perfecto.-

-La testosterona puede quedarse intacta, -ambas sonreímos- es una pena que tremenda belleza masculina, no pueda ser aprovechada.- comenté sin ocultar decepción en mi voz, ambas nos miramos y no soportando más la seriedad del lastimoso momento, soltamos las carcajadas que estábamos aguantando, llamando la atención de casi todo nuestro grupo. Pues parecíamos las únicas en estar felices de que terminara, por fin, la preparatoria.

Las “clases” dieron fin, y, no soportando estar entre tanta despedida, me dirigí a mi casa, junto a mi mejor amiga.

Andy es el tipo de chica delgada alta y con muy buen cuerpo, que no tengo que envidiar, pues también tengo lo mío. Tiene su cara afilada y muy delgada, ojos marrones, es una chica sincera, inteligente y tiene la estatura y cuerpo perfecto para ser una supermodelo. Pero ella no deseaba nada de eso, era muy sencilla y lo único que le apasionaba más que los bombones, era estudiar medicina.

Y luego estaba yo, una chica de estatura promedio, delgada, cabello oscuro y ojos marrones también. Mi piel es blanca, pero un poco bronceada, soy muy seria hasta que hay confianza, eso es lo que me dicen, yo me considero un poco tímida. No soy del tipo de chicas que les gusta caminar por la calle luciendo su cuerpo con ropas muy ajustadas o escotadas, pero sí me gusta estar a la moda y lucirme cuando tengo oportunidad.

Mi ciudad no es muy concurrida ni turística, pero constantemente llegaban personajes del cine a pasar unos días de vacaciones. 

En Private Liberty, cubierta de casas de un estilo victoriano con un toque moderno, están las mejores personas que he conocido. Son buenos vecinos y siempre se han portado genial conmigo desde que tengo memoria. Nuestra casa no es una mansión, pero no tenemos nada que desear, pues familia y amor nunca nos ha faltado, aunque no solo se vive de eso, por lo que nuestros padres: Melissa y Alexander Blake, reconocida abogada y exitoso empresario, se han encargado de hacer que nada nos faltase, además, ya tienen nuestro futuro asegurado, aunque a veces tienen que viajar mucho para conseguirlo, pues nos tienen tan consentidos que nunca nos han dejado trabajar.

Mis hermanos: Andrés, un chico de veintitrés años, muy guapo e inteligente y, recientemente, ingeniero en mercadotecnia, es el más responsable pero a veces tiene sus ratos de locura; Fabián de veintiún años, alto, bronceado, delgado y escultural cuerpo de un estudiante de universidad y aunque está en la edad del reventón y sea un rompecorazones, él será ingeniero en sistemas automotrices, ambos guardianes y chaperones de la pequeña hija Blake: Yo, _____ Blake, con dieciocho años, once meses y dieciséis días.

Casi nunca salíamos de vacaciones en verano, pues por trabajos y constantes estudios en la universidad y preparatoria, no habíamos tenido tiempo, pero este verano será diferente, ya habíamos apartado dos semanas en la casa del lago “Centenares” que está a cinco horas en auto de mi casa, y estaba tan feliz y contenta por poder pasar un momento con mi familia, sin trabajos, sin estudios… aire fresco, las aves cantando, olor a pasto y flores silvestres, el agua del lago y ruido de motos acuáticas, parrilladas fuera de la casa y acampar por las noches… Sí, eso era lo que yo quería.

A tres días antes de partir, ya teníamos todos nuestros equipajes listos, nada podría arruinar el momento.

-_____, estoy muy contenta de que vayas a pasar unos días con tus padres, y a convivir con esos esculturales cuerpos de tus hermanos…- comentaba sonriente, Andy, no evitando hablar sobre mis hermanos.

-¡Basta!- le reprendía por hablar de esa forma conmigo. –Lo último que quiero, es que ese par de tontos también aprovechen para hacerme bullying en el lago.- dije en voz alta, regañándolos, ambos sonrieron y dejaron las cajas de cartón con algún tipo de basura que mamá ya no ocupaba y corrieron hacia mí. Yo de inmediato me levanté de la acera de la calle y comencé a correr hacia la casa, pero eran mucho más fuertes y rápidos que yo y en un dos por tres, Andrés me tenía sujeta por la espalda y Fabián me levantó de los pies, yo gritaba como una niñita asustada y eso era, una niñita asustada.

-¡Ya niños!- desde el porche, gritaba nuestra madre. –Regresen a su pobre hermana al suelo.- ordenaba.

-Sí, mamá…- dijeron con aburrición al unisono y en un instante, estaba yo quejándome del dolor en mis costillas por el fuerte golpe que ocasionaron al “regresarme al suelo”.

-Por Dios, _____, ¿estás bien?- cuestionaba mi amiga en cuclillas, al llegar a mí, yo tratando de levantarme, fui arrojada nuevamente al suelo empastado de verde, pues Fabián también estaba en cuclillas, pero no para levantarme.

-Claro que ella está bien. ¿Tú estás bien? Hace mucho tiempo que no hablábamos, Andy.- decía coquetamente con su voz de macho. Ella, sonriéndole un poco avergonzada, algo que no ocurría a menudo en ella, desvió la mirada, solo para seguir sonriendo.

-Sí, muy bien.- decía imitando una voz sensual.

-Andy, aún sigo en el suelo, y Fabián, deja de coquetear con mi amiga.- reprendía a ambos por la situación un tanto incómoda.

Iba levantándome de mi posición tan vergonzosa del ser el centro de atención de los vecinos, cuando aparcó un camión de mudanzas a la casa de al lado, luego llego otro y otro y uno más, y al final la camioneta familiar.

-Parece que Tony Stark viene a vivir a nuestro lado, damas y caballeros.- burlonamente por ver demasiada mudanza, decía mi caballeroso y siempre respetable hermano Fabián.

-Cierra la boca, van a...- comencé a regañarlo golpeando levemente su estómago al mismo tiempo que Andrés su cabeza. Un chico salió de la camioneta dejando abierta la portezuela, caminó a paso decidido colocándose una boina oscura en su dorado cabello. –Parece que te escucharon.- dije rodando los ojos, él se encogió de hombros y entró a la casa, caminamos todos hacia dentro también cuando escuché al señor llamando a su hijo a gritos y a su esposa tratando de calmarlo. “Esta familia tiene grandes conflictos” pensé con decepción, pues lo único que faltaba era que tuviésemos un psicópata asesino suelto como vecino. Pensar en eso me dio unos tremendos calosfríos.

Cenamos y platicamos un rato con nuestros padres, planeando actividades por hacer cuando estuviésemos de vacaciones, hasta que una inesperada llamada interrumpió mis maravillosos y soñados planes.

-Hola, Andy... Cálmate… ¿ya? Dime ¿Qué es lo que sucede?- pregunté por la bocina del teléfono. -¿Qué? No es cierto…- solté el aparato y corrí al monitor de computadora.

-¿Qué sucede, chaparra?- a mi lado, cuestionaba curioso mi hermano mayor.

-Arruinaron mis vacaciones.- dije a punto de llanto. Él me abrazaba y pasaba su mano por mi cabello repetidamente.

Luego de convencer a mi familia de que no faltaran a su cita vacacional en el lago, llegó el domingo, el día de su partida.

-Nosotros podemos quedarnos contigo…- decía consolándome el hermano mayor, abrazándome en el umbral de la puerta de entrada a la casa.

-No, yo no. Necesito unas vacaciones.- renegaba Fabián, pasando de largo con sus maletas en mano. Yo me escondí en el pecho de mi cariñoso hermano al escuchar eso, y vi, por el rabillo del ojo, que a unos metros de dejar las maletas en la camioneta, Fabián las soltaba y regresaba. –Es mentira, pequeña. Podemos quedarnos contigo…- dijo también abrazándome. -Aunque solo necesitarías a Andrés y yo estaría gozando de los placeres del lago mientras una chica…- comenzaba a explicar imaginándose el lugar, cuando le pellizqué su plano y musculoso abdomen. – ¡Auch!- se quejó al instante. –Sabes que siguen siendo mentiras.-  decía mirándome fijamente, asentí un poco y le sonreí para despedirme con un fuerte abrazo.

-Oh, cariño. Tal vez sí debemos quedarnos, Alex.- dijo mi madre pasando a nuestro lado y observando detenidamente que no me quería despegar de mis hermanos.

-No, no, no, de ninguna manera, Má, soy yo quien irá a clases, no ustedes.-expliqué tratando de sonar tranquila. –Vayan ya que no quiero que manejen de noche. Yo estaré bien.- prometí y me despedí de mis padres y hermanos con una cálida sonrisa.

-Llámanos si de pronto te sientes sola o triste y estaremos aquí muy rápido.- respondió con un hilo de voz, asentí levemente y sonreí.

-No los necesitaré. Hasta pronto.- ordenaba que subiesen a la camioneta mientras yo me metía a mi grande, vacía y silenciosa casa. -Estás serán las más largas semanas de toda mi vida.- recité caminando a la cocina.

*Narra Escritora*

La cabellera castaña dorada resaltaba de entre todas las cobijas, la alarma despertador sonó a las nueve de la mañana y de un salto, el chico salió de la cama. Hoy era el último día en su casa del Reino Unido, y por alguna “estúpida razón”, recitaba con enojo, sus padres habían decidido mudarse a México. Eran sus últimas horas en su ciudad natal y no iba a desaprovecharlas por ningún motivo. Tal vez encuentre un cómplice que finja secuestrarlo para quedarse en su “humilde morada”, ya que a sus veintiún años, era el mejor ideando cuartadas en tal vez todo el estado.

-¿A dónde vas, Tom?- interrogaba su madre, esperando el desayuno en el largo comedor, estaba muy preocupada de la actitud de su hijo mediano, pues recientemente platicaron sobre una mudanza y para el día siguiente ya habrán partido de casa.

-Muy, muy lejos.- gruño y de un azotón, cerró la puerta.

Siguió caminando hacia casa de su mejor amigo, a quien veía como un hermano más que nada. Entró como de costumbre y, llegando al sofá, se sentó a su lado y tomó el control del segundo jugador de carreras de su X-Box.

-¿Siguen con lo mismo?- interrogó su moreno amigo sobre el tema de la mudanza.

-Son tercos.-  refunfuño presionando instintivamente los botones direccionales del control.

-Igual que tú.- dijo con una sonrisa triunfal.

-Cállate, ¿quieres, Darwin?- cuestionó en orden, el chico sonrió al ver a su amigo de la infancia, cabreado.

Y esa fue la manera en que no desperdició su último día en el Reino Unido.

Regresó a su casa cerca de las siete de la noche, pero, como era verano, aún no se oscurecía por completo el cielo.

-¿Se verán las estrellas en la nueva casa, como se ven de éste lado?- se cuestionó el castaño observando hacia arriba, con sus manos en los bolsillos de su sudadera y su gorro de ésta, sobre su cabeza. -Qué tonterías estoy diciendo.- se reprimió por pensar tan “cursimente”. Pero no podía evitar sentir nostalgia de solo imaginarse lejos de su casa, donde ha vivido siempre.

El viaje fue largo, en extremo. Dos vuelos de trece y cuatro horas y además un viaje en auto de nueve horas, "¿Por qué mudarnos a un lugar tan lejos?"

Su padre, Peter manejaba y su madre Sharon era el copiloto; Chris de diecinueve años era el más chico y mimado, Jonathan de veinticuatro años, el más consiente y extrovertido hermano mayor, y Tom, era el más rebelde y necio de los tres hijos de la pareja emocionada por estar en un nuevo ambiente. Ninguno de los chicos parecía actuar con inteligencia bajo ninguna situación, simplemente usaban su belleza física y si eso no funcionaba, usaban la fuerza bruta. Tom, siempre había sido muy hablador, pero esta vez, desde que salieron de su ciudad natal, había estado muy serio en todo el camino. Por eso los padres iban empeñados en hacerle ver a su hijo medio, las cualidades de vivir en esa ciudad.

-Mira, Tom, chicos. ¡Esa es nuestra casa!- sonriente, y muy entusiasmado, anunciaba el padre de la familia, al volante, señalando una enorme casa color crema y blanca con detalles verdes. Nadie dijo nada, solo su esposa le devolvió la sonrisa y reconfortaba a su marido con un apretón de manos.

Tom giró a ver a sus nuevos vecinos y algunos llamaron su atención, una chica en brazos de dos chicos levantándola y asustándola, una señora gritándoles y ellos, obedientemente bajaron a la chica de un trancazo. No pudo evitar sonreír al imaginarse ver la escena de cerca. Luego recordó que estaba enojado, justo cuando sus padres lo observaron por el retrovisor de la camioneta, y devolviendo su antigua actitud a su rostro, volteó hacia otro lado.

La camioneta se detuvo y apagó, dando por entendido que habían llegado a su destino, su nuevo hogar.

-¿Quieren ir a escoger sus dormitorios?- interrogó alegre el patriarca, pero una vez más, nadie dijo nada.

-¡No sé por qué diablos tuvimos que llegar a esta estúpida ciudad!- reclamaba Tom, saliendo de la camioneta. Se colocó su boina en su cabeza y entró, de mala gana, a la nueva casa.

-Tom… ¡Tom!- escuchaba los gritos de su padre, pero no hizo caso. Solo siguió caminando, hasta buscar un cuarto dónde dormir. Escogió uno con un enorme ventanal hacia la casa de al lado y pronto, los trabajadores de la compañía de mudanzas habían llevado sus pertenencias a su nueva habitación.

Pasaban los días y ni Tom, ni sus hermanos habían salido de la nueva casa a la que sus padres llamaban hogar. Desayunaban, veían televisión, jugaban videojuegos, cenaban, usaban el baño, y dormían, para despertar y hacer exactamente lo mismo cada día hasta aburrir a sus padres y hacer que regresaran a su antigua casa. ¿Qué podían hacer? Eran tres chicos aburridos y sin amigos en una nueva ciudad.

Luego de bañarse para bajar a cenar, encontró a sus padres un poco afligidos platicando sobre algo que parecía poco interesante.

-…Dicen que se irán de vacaciones, pero su pequeña hija no podrá, ella tiene que ir a clases en unos días…- explicaba con voz lastimosa la mujer a su esposo.

-Qué mal… pobre niña.- decía el señor Peter.

-Sí, lo sé. Me dijeron que habían planeado sus vacaciones desde principios de año, y de pronto le dicen que ella tiene que ir a clases extras.- seguía explicando.

-¿Quién se va de vacaciones?- interrogaba curioso, Tom, tomando asiento con sus padres y hermanos.

-Los vecinos.- dejando un panecillo a su hijo mayor, respondió su madre. –Les dije que no se preocuparan, que nosotros podemos ver que ella esté bien estos días.- comentó a su señor esposo, quien le sonrió dulcemente y depositó un pequeño beso en los labios de su mujer por su bondadoso corazón. Tom, Chris y Jonathan, pusieron los ojos en blanco, lo único peor que tener que mudarse, era tener que cuidar de una chiquilla.

El domingo por la tarde, Tom decidió salir a dar un respiro, y paseándose por el vecindario que había escogido su padre para vivir, se encontró observando a una chica, no sabía por qué pero de pronto llamó su atención, había sido como un lujoso, bronceado y muy rico imán a un campesino hierro.

El chico creía que era superior a la gente de esa ciudad, e imaginándose cómo esa chica caería a sus pies con solo hablarle una vez, le era muy satisfactorio.

-Preciosa… ¿Quieres que te acompañe a tu casa?- preguntaba insinuantemente a la chica que llevaba un helado comiendo. Ella rodó los ojos y siguió caminando. El chico, extrañado por la escena, frunció el entrecejo y llegó a ella, cruzando la acera. La tomó del brazo y la giró a él, detestaba cuando las chicas se hacían las difíciles cuando por dentro estaban esperando que él las besara.

-¿Qué te pasa, idiota?- rezongó tratando de zafarse.

-Qué genio, hermosura. Pero creo que puedo quitártelo…- seguía hablándole sensualmente tratando de besarla al acercarse peligrosamente hasta sus labios, ella, indignada de cómo le había hablado y la manera en que la estaba tratando, embarró su helado de chocolate en su perfecta camisa de algodón, haciendo que de inmediato la soltara.

Una incontrolada risa de dos chicos llamó su atención, en la casa que recién se había vendido, estaban los muchachos burlándose por lo que presenciaban. La chica lo empujó nuevamente y caminó, orgullosa de su actuación, hacia su casa.

Tom, se dirigió a su casa también, con cara de pocos amigos, pues al fin una chica, era indiferente con él.

-Gracias, Tom.- entre risas, agradecía su hermano menor.

-¿Por qué?- cuestionó con molestia en su voz.

-Es la primera vez que nos reímos desde que llegamos aquí.- decía Jonathan, doblándose por la mitad, luego de que probara el helado de chocolate que su hermano traía en su camisa.

-Esa chica me las va a pagar.- amenazó antes de entrar a tomar una ducha, nuevamente.

_____ estaba aún recargada en la puerta cerrada de su casa, pensando en lo reciente sucedido. Respiraba agitadamente; tuvo a un chico a centímetros de su boca, y no cualquier chico. Era un hombre, un apuesto hombre de piel blanca y cabello castaño, cuerpo envidiable y unos hermosos ojos azules. Sin duda, había sido el mejor atentado terrorista en la historia de los asaltos.

-Es una pena que sea un idiota.- rezongó caminando hacia su sala. –Y se llevó mi helado de chocolate.- decía malhumorada. 

*Narra _____ Blake*

Tumbada en mi cama, daba sólo vueltas y vueltas, pues mi actitud de querer dormir temprano para despertar con mucha energía en mi primer día de clases, había sido un fracaso. Eso de acostarte a dormir a las nueve de la noche, no era fantástico, llevaba ya una hora y media tratando de conciliar el sueño.

Desesperada, me levanté de mi cama para ir a prepararme un buen y muy cargado café. Llegué a la cocina y ya tenía todo preparado, solo faltaba el café, “Genial”, pensé con sarcasmo. Abría y cerraba gavetas en busca de unos granos de café, pero mi búsqueda no tuvo éxito.

Ahora más frustrada, alisé mi cabello suelto y acomodé mi short y blusa de dormir, para ir con los vecinos; seguramente ellos tendrán café y querrán darle un poco a una perfecta desconocida a las once de la noche luciendo como una zombie.

Salí de la casa amarrándome un suéter largo de estambre oscuro y mis pantuflas de peluche. Llegué sintiendo muchísima vergüenza para presentarme a altas horas de la noche con los nuevos vecinos a pedir una tacita de café. Llegué al porche de la casa y, no teniendo el valor para tocar el timbre, recargué mi cabeza en la puerta. 

-Listo… Voy a hacerlo.- parándome derecha, posé mi dedo índice en el timbre de la casa una sola vez. –Si no salen me iré a mi casa y dormiré plácidamente sin necesidad de tomar una tasa de… Buenas noches, señor.- hablé rápidamente al ser pillada por hablar sola, a un señor alto, de piel bronceada, cabello castaño y muy bien peinado y unos ojos increíblemente azules.

-Buenas noches.- saludó amablemente. -¿Se te ofrece algo?- interrogó al ver que me había quedado callada, de repente olvidé por qué había salido de mi casa.

-Ah, sí. Disculpe.- decía un poco cabizbaja. En ese momento, una señora de cabello rubio y piel blanca se acercó a la puerta también.

-¿Sucede algo, cariño?- interrogó a su esposo, posando su mirada a mí también.

-Perdón por interrumpirlos, es que mis padres no están y…- hablaba muy rápida y torpemente. –Quiero decir, yo soy su vecina, de aquella casa.- señalaba con mi mano hacia una de color café caramelo.

-¿Eres la hija de Melissa?- interrogó la señora con sorpresa, cambiando su semblante de investigador privado a una madre amable. Asentí un poco sintiéndome confundida. -Pasa, pasa. ¿Ocurre algo? ¿Necesitas algo? ¿Tienes algún dolor, malestar, nauseas?- interrogaba demasiado a prisa, haciéndome asentir, negar, asentir, y seguir negando.

-No, no, no. No es nada de eso. Es solo que necesito un poco de café, y quería saber si ustedes podrían regalarme.- pedía indicando mi enorme taza de porcelana que había llevado.

-¡Ah! es eso.- respondió soltando un suspiro de alivio. –Claro que sí, pasa y siéntate.- me ofrecía amablemente la silla de la cocina.

-Gracias.- dije tímida y pasé a esperar el café. –Oh, no es necesario que lo prepare, puedo hacerlo en mi casa.- le indicaba siendo cortés.

-Ay, claro que no. Le dije a tu mamá que te cuidaría muy bien.- dijo sonriente, poniendo la cafetera. Le devolví el gesto.

-Oh, por cierto. Soy _____ Blake.- me presenté estirando una mano.

-Qué lindo nombre… _____…- comentó alegre, el señor de la casa, haciéndome sonrojar. –¡Ah, mira, cariño! Creí que ya no había lindas chicas que se sonrojaban.- dijo en cumplido, haciéndome sonreír un poco.

-Soy Sharon y él…- le golpeó el brazo juguetonamente al pasar por su lado. –Es mi esposo, Peter Felton.- saludaron sonrientes. –Pasa, siéntate a ver la tele con nosotros un rato.- me indicaba que la siguiera a la sala, no sabía cómo decirle que no, me había quedado sin habla.

Al estar sentados en los sillones, me sentía extraña, era como si algo o alguien estuviese detrás de mí. Lentamente giré mi cabeza un poco hacia atrás y quedé impresionada de ver dos chicos parados detrás, en pijamas y brazos cruzados. Los señores giraron también y, sonrientes, se levantaron para presentar a los chicos.

-_____, ven, te presentamos. Él es el menor de mis hijos.- señaló a un chico un poco más alto que yo cabello castaño claro y unos hermosos ojos que tenía la impresión de haberlos visto antes. Le sonreí y saludé de mano y un beso en la mejilla del chico que se había acercado muy coqueto a mí.

-Soy Chris.- decía en voz sensualmente baja cerca de mi oído al besar mi mejilla. Su padre y madre lo escucharon y vieron mi reacción al alejarme, apenada, un poco de él, por lo que lo reprendieron por comportarse de esa manera.

-Él es Jonathan, el mayor.- presentaba la señora Sharon, sonriéndole a su guapísimo hijo rubio y de piel blanca, al igual que ella, parecían una perfecta copia solo que en hombre, barba corta y cuerpo sensualmente bien trabajado; él también tenía los mismos ojos que ella. 

-Un placer.- dijo besando también mi mejilla y sonriéndome amablemente. –Ahora sé de dónde te recuerdo.- dijo cerca de mi oído. –Eres la chica del helado de chocolate.- recordaba con picardía y sin evitar su risa. –Chris, es la chica del helado de chocolate.- repetía en voz alta a su hermano, que de un momento a otro, estaba soltando carcajadas. Yo no podía creerlo, los chicos que se reían por lo que le hice a ese pobre muchacho, son los nuevos vecinos.