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Harry Potter y El Prisionero de Azkaban [Adaptacion] Harry&Tu
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Harry Potter y El Prisionero de Azkaban [Adaptacion] Harry&Tu
Gaby Grint&Malfoy escribió:Malfoy no es tan valiente cuando hay un profesor cerca 8)
Lupin es mi papi :D y mi patronus es una loba :D
Malditos dementores :x
me encantooo
siguelaaaaaa
Gaby :love:
Jajaja es cierto xD Malfoy lloron¬¬
Yo quede encantada con Remus *-* x eso quise hacer una novela en donde fuera mi papa
Bueno nuestro :P jaja el patronus es una loba, ya sabran xq!
En parte x Lupin pero en parte x.... uff, ¡Gracias x haber comentado Gaby! Bess!! :D
TheGirlImpossible
Harry Potter y El Prisionero de Azkaban [Adaptacion] Harry&Tu
Gracias a todas! :D Me alegra tanto que les guste la nove!
Espero disfruten de este capitulo, y les aviso que va a ser un romance lento D:
Es que tengo que dejar algo de amor para la segunda adaptacion ;) pero prometo
que Harry las va a amar mucho mucho ahora si, disfruten, bss!! :D
Los alumnos contaban sus propias versiones de lo ocurrido y alguno aún se encontraban temblorosos. Cuando Lupin llegó hasta el maquinista de la puerta salió una joven de cabello color miel y ojos pardos, vestía una túnica aun sin escudo de casa y su rostro dibujaba preocupación.
— ¡Papa! –Corrió a abrazarlo.- ¿te encuentras bien? Quise salir a buscarte pero los Dementores llegaron y tuve, tuve que hacer papa lo ciento sé que me has prohibido pero… ¡pero iban a atacar a esos niños, los de primero!
— Tranquila. –intento calmarla.- estoy bien, y me alegra saber que tú también. –sonrió.- ¡Así que un Patronus!
— ¡Tú también invocaste el tuyo! –se soltó de su agarre.- el mío es una Loba, yo… yo no había conjurado uno desde aquella vez ¿lo recuerdas? Pero lo he hecho papa.
— ¡Fue increíble hija! –la felicito.- ¿Segura no quieres chocolate?
— Tal vez un poco. –tomo un trozo.- ¿Dónde te encontrabas tú?
— Con Harry Potter.
— ¿¡Que!? –en el rostro de Nina se formó la emoción y sorpresa que su padre esperaba tuviera cuando le contara.- ¡Cuéntamelo todo ya!
— Me temo que tendrá que esperar llegaremos dentro de poco.
— Pero… ¡bien! –se resignó dándole un mordisco a su chocolate.
Nina Lupin era su única hija y tenía catorce años, había estudiado siempre en casa con su padre. Él era para ella, el mejor profesor que alguien haya podido tener, le había enseñado magia muy avanzada por si algún día lo necesitaban. Nina no tenía madre, ella había fallecido cuando Nina tenía once años por lo que Nina no pudo asistir a Hogwarts; destruida por la muerte de su madre y el vano intento de su padre por sacar a su familia adelante prefirió no asistir a la escuela y apoyar a su padre en lo que pudiera. Lupin tenía un secreto, uno que pocos sabían, un secreto que le había impedido el que le dieran trabajo y el que le impedía poder darle a su hija la vida digna que se merecía.
Hacía meses atrás el profesor Dumbledore lo había visitado para ofrecerle el trabajo en Hogwarts como profesor de Defensas Contra las Artes Oscuras; con la insistencia de su hija y la posibilidad de ver a Harry Potter, Lupin había accedido al trabajo y ahora se encontraba rumbo a Hogwarts, el colegio que en su infancia había sido suyo.
— Ven ya llegamos. –le sonrió tomando su maleta y la de su hija mientras la conducía por el pasillo del tren.
— ¿Tenemos un carruaje para nosotros solos? –pregunto viendo a la multitud de estudiantes yéndose para otro lado.
— Sí. Dumbledore espera que te seleccionen antes que a los demás, así que ya tenemos el carruaje listo.
— ¿Por qué no me seleccionan en el gran comedor como a los de primero?
— Bueno, nunca has asistido a un colegio, Dumbledore pensó que sería incómodo para ti tener todas esas miradas en ti ¿no es así? Será divertido, iremos al despacho del profesor el sombrero te selecciona y puedes sentarte en tu casa a esperar a que seleccionen al resto.
— Papa… ¿crees que quede en Gryffindor? –pregunto con vacilación.
— Seguro que si hija. –le sonrió, mientras el carrito se movía por el oscuro sendero.
— Pero y si… ¿y si quedo en otra casa? No sé si sea digna de Gryffindor…
— ¿Digna de Gryffindor? –el profesor Lupin había lanzado una sonora carcajada.- Hija, has conjurado un Patronus con el cual has derribado a tres dementores esta noche, me has mantenido a mí, más de lo que yo te eh cuidado a ti. Y ¿recuerdas esa noche? Habían más de diez dementores… hija si eso no es valentía entonces yo no sé qué lo sea.
Nina sonrió ante las palabras de su padre. Ella sabía que tenía razón, cuando su padre enfermaba o necesitaba cuidados cada mes, ella siempre estaba para él. De hecho, ella hacia cosas que la mayoría de los chicos de su edad con padres no hacían. Como lavar, cocinar, mantener en orden la casa, a veces intentar conseguir dinero… ella había sido fuerte cuando se le había requerido y sin dudas era tan valiente como su padre.
— ¿Estas feliz? –pregunto luego de un largo silencio.
— ¿Qué?
— Que si estas feliz. –repitió.- Hogwarts fue tu lugar antes, tenías amigos y eras feliz ¿te agrada volver?
— Claro que me agrada, y espero ser un buen profesor. –suspiro.
— ¡Te amaran! –respondió emocionada.- ¡Oh mira papa, es hermoso!
— ¿verdad? –ambos miraban al enorme castillo que se elevaba y aparecía entre los árboles.
— ¡Es lo más hermoso que he visto! –susurro.- Ya quiero estar allí.
— Falta poco, será sensacional.
Padre e hija siguieron hablando y admirando el lugar.
Harry, Ron y Hermione andaban en uno de los carruajes, Harry se sentía mejor después de tomar el chocolate, pero aún estaba débil. Ron y Hermione lo miraban todo el tiempo de reojo, como si tuvieran miedo de que perdiera de nuevo el conocimiento.
El carruaje cogió velocidad por el largo y empinado camino que llevaba al castillo; Hermione se asomaba por la ventanilla para ver acercarse las pequeñas torres. Finalmente, el carruaje se detuvo y Hermione y Ron bajaron.
Al bajar; Harry oyó una voz que arrastraba alegremente las sílabas:
— ¿Te has desmayado, Potter? ¿Es verdad lo que dice Longbottom? ¿Realmente te desmayaste?
Malfoy le dio con el codo a Hermione al pasar por su lado, y salió al paso de Harry, que subía al castillo por la escalinata de piedra. Sus ojos claros y su cara alegre brillaban de malicia.
— ¡Lárgate, Malfoy! —dijo Ron con las mandíbulas apretadas.
— ¿Tú también te desmayaste, Weasley? —preguntó Malfoy, levantando la voz—. ¿También te asustó a ti el viejo dementor; Weasley?
— ¿Hay algún problema? —preguntó una voz amable. El profesor Lupin que estaba sobre el punto más alto de la escalera y sostenía una maleta en su mano derecha.
Malfoy dirigió una mirada insolente al profesor Lupin, y vio los remiendos de su ropa y su maleta desvencijada. La chica que acompañaba al profesor Lupin, de la cual Harry, Ron y Hermione no sabían nada, miraba con el ceño fruncido a Malfoy y se ocultaba detrás de la espalda de su padre. Malfoy, ignorando su presencia, y con cierto sarcasmo en la voz, dijo:
— Oh no, eh... profesor...
Entonces dirigió a Crabbe y Goyle una sonrisita, y subieron los tres hacia el castillo.
— Vámonos… -le susurro la chica al profesor Lupin, este dirigió una leve sonrisa al trio y se fueron.
— ¿La han visto? No me resulta conocida. –comento Hermione.
— ¡Hay cientos de alumnos en Hogwarts, no creo que termines de conocerlos a todos! –dijo Ron subiendo las escaleras.
— Yo no la vi bien, -les contesto Harry.- estaba oculta detrás del profesor Lupin.
— ¿Creen que sea algo del?
— Quizás sobrina o… ¡hija! –repuso la castaña mientras se adentraban al vestíbulo.
A la derecha, abierta, estaba la puerta que daba al Gran Comedor. Harry siguió a la multitud, pero apenas vislumbró el techo encantado, que aquella noche estaba negro y nublado, cuando lo llamó una voz:
— ¡Potter, Granger, quiero hablar con vosotros!
Harry y Hermione dieron media vuelta, sorprendidos. La profesora McGonagall, que daba clase de Transformaciones y era la jefa de la casa de Gryffindor; los llamaba por encima de las cabezas de la multitud. Tenía una expresión severa y un moño en la nuca; sus penetrantes ojos se enmarcaban en unas gafas cuadradas. Harry se abrió camino hasta ella con cierta dificultad y un poco de miedo. Había algo en la profesora McGonagall que solía hacer que Harry sintiera que había hecho algo malo.
— No tienen que poner esa cara de asustados, sólo quiero hablar con ustedes en mi despacho —les dijo—. Ve con los demás, Weasley.
Ron se les quedó mirando mientras la profesora McGonagall se alejaba con Harry y Hermione de la bulliciosa multitud; a en el despacho (una pequeña habitación que tenía una chimenea en la que ardía un fuego abundante y acogedor), hizo una señal a Harry y a Hermione para que se sentaran. También ella se sentó, detrás del escritorio, y dijo de pronto:
— El profesor Lupin ha enviado una lechuza comunicando que te sentiste indispuesto en el tren, Potter.
Antes de que Harry pudiera responder; se oyó llamar suavemente a la puerta, y la señora Pomfrey, la enfermera, entró con paso raudo. Harry se sonrojó. Ya resultaba bastante embarazoso haberse desmayado o lo que le hubiera pasado, para que encima armaran aquel lío.
— Estoy bien —dijo—, no necesito nada...
— Ah, eres tú —dijo la señora Pomfrey, sin escuchar lo que decían e inclinándose para mirarlo de cerca—. Supongo que has estado otra vez metiéndote en algo peligroso.
— Ha sido un dementor; Poppy —dijo la profesora McGonagall.
Cambiaron una mirada sombría y la señora Pomfrey chascó la lengua con reprobación.
— Poner dementores en un colegio —murmuró echando para atrás la silla de Harry y apoyando una mano en su frente—. No será el primero que se desmaya. Sí, está empapado en sudor. Son seres terribles, y el efecto que tienen en la gente que ya de por sí es delicada...
— ¡Yo no soy delicado! —repuso Harry, ofendido.
— Por supuesto que no —admitió distraídamente la señora Pomfrey, tomándole el pulso.
— ¿Qué le prescribe? —preguntó resueltamente la profesora McGonagall—. ¿Guardar cama? ¿Debería pasar esta noche en la enfermería?
— ¡Estoy bien! —repuso Harry, poniéndose en pie de un brinco. Le atormentaba pensar en lo que diría Malfoy si lo enviaban por aquello a la enfermería.
— Bueno. Al menos tendría que tomar chocolate —dijo la señora Pomfrey, que intentaba examinar los ojos de Harry.
— Ya he tomado un poco. El profesor Lupin me lo dio. Nos dio a todos.
— ¿Sí? —dijo con aprobación la señora Pomfrey—. ¡Así que por fin tenemos un profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que conoce los remedios!
— ¿Estás seguro de que te sientes bien, Potter? —preguntó la profesora McGonagall.
— Sí —dijo Harry.
— Muy bien. Haz el favor de esperar fuera mientras hablo un momento con la señorita Granger sobre su horario. Luego podremos bajar al banquete todos juntos.
Harry salió al corredor con la señora Pomfrey, que se marchó hacia la enfermería murmurando algo para sí. Harry sólo tuvo que esperar unos minutos. A continuación salió Hermione, radiante de felicidad, seguida por la profesora McGonagall, y los tres bajaron las escaleras de mármol, hacia el Gran Comedor.
Estaba lleno de capirotes negros. Las cuatro mesas largas estaban llenas de estudiantes. Sus caras brillaban a la luz de miles de velas. El profesor Flitwick, que era un brujo bajito y con el pelo blanco, salió con un viejo sombrero y un taburete de tres patas.
— ¡Nos hemos perdido la selección! —dijo Hermione en voz baja.
Unos minutos antes el profesor Lupin y su hija Nina se dirigían al despacho del profesor Dumbledore en donde el sombrero seleccionador estaba sobre un pequeño taburete esperando a salir a la selección en el gran comedor. Lupin golpeo dos veces la puerta hasta que pudieron oír un <> Lupin le hizo una seña a su hija y ambos se adentraron en la cálida y resplandeciente habitación. El profesor Dumbledore se encontraba detrás del escritorio mirando a través de sus gafas de medialuna a los recién llegados.
— ¡Oh, Remus pasa, pasa! –saludo amablemente mientras se ponía de pie.- Es tan agradable tenerte de vuelta.
— ¡Es agradable volver! –sonrió este.- ¿Recuerda a mi hija profesor?
— ¡Claro que sí! –saludo a la muchacha.- Señorita Nina, espero este año sea maravilloso para usted.
— Gracias Profesor, igual espero lo mismo. –le sonrió emocionada.
— Bien, no quiero retrasarlos, sino se perderán la selección y el sombrero adora cantar una canción diferente cada año. –sonrió yendo hacia el viejo sombrero.- señorita Nina le voy a pedir por favor que se siente aquí…
— ¿Lista? –pregunto Lupin con ansiedad en su voz mientras tomaba el sombrero entre sus manos.
— Eso creo… -susurro sentándose en el taburete.
— Bien.
El profesor Lupin coloco el sombrero en la cabeza de Nina y este comenzó a moverse asustándola por momentos. El profesor Dumbledore observaba tranquilamente con una sonrisa grabada en su rostro.
— Mmm… veamos que tenemos aquí… -hablo el sombrero.- ¡Lupin! Si, aún recuerdo la selección de su padre… ¡cómo olvidarlo! Nina Lupin, si, así te llamas.
— No sabía que el sombrero se desviaba del tema principal. –comento la chica mirando a su padre.
— ¿Sabes que veo dentro de su cabecita Señorita Nina?
— ¿Mi cerebro? –Dumbledore había lanzado una pequeña risita ante la contestación de la chica.
— ¡Claro! Pero además veo todo por lo que has tenido que pasar, veo tus sentimientos, tus emociones, veo tu pasado y veo tus valores. Eres una chica muy leal y fiel a tus creencias, eres sin dudas una jovencita muy valiente hasta ahora, una cabeza muy sabia si me permites decir, –pauso.- Hufflepuff podría ser tu casa podrías destacar allí, pero también creo en las posibilidades de tus genes y tus genes claramente lo dicen…
— ¿Cuándo me seleccionara? Llevo minutos aquí… -susurro.
— ¡Bien! Ya sé dónde te pondré, sé que aras grandes hazañas en un futuro, eres digna de esta casa… ¡Gryffindor!
— ¡Sí! –Nina se había quitado el sombrero seleccionador y había corrido a abrazar a su padre.
— ¡Lo has logrado! –le grito este emocionado.
— ¡Felicidades señorita Nina! Seguro en su casa estarán encantados de tenerla.
— Gracias Profesor Dumbledore, se ha tardado el sombrero ¿verdad?
— Hablando de eso, tenemos que irnos ya los niños de primero estarán ansiosos por ser seleccionados también.
Dumbledore los condujo hacia el gran comedor mientras platicaba con Lupin, Nina no prestaba atención, ella iba observando con asombro cada detalle de aquel oscuro castillo.
Los fantasmas de color platino iban pasando y atravesando paredes por doquier, aunque la mayoría se dirigía hacia el gran comedor. Cuando las enormes puertas se abrieron Lupin le hizo señas a su hija de que se sentara en la mesa de Gryffindor mientras el, se dirigía hacia la mesa del profesorado junto a Dumbledore. Nina camino con nerviosismo ante la mirada de curiosos alumnos con diferentes túnicas de colores, cuando vio un lugar libre se acercó y dijo:
— Eh… disculpa. –le llamo.- ¿Puedo sentarme aquí?
— ¡Claro! –sonrió amistosamente.
— Me llamo Nina Lupin. –se presentó.
— Soy Ginny Weasley. –le siguió sonriendo.- Y él es mi hermano Ron.
— ¿Eh? –pregunto este que estaba sentado frente a ellas.
— ¡Saluda Ron! –gruño entre dientes.
— Ah sí, ¡hola! Soy Ron.
— Nina. –sonrió.
— ¿Eres nueva? –pregunto observándola bien.- ¡Venias con el profesor Lupin!
— Si esa misma y si soy nueva. Ya me han seleccionado.
— ¡Bienvenida entonces! –vitoreo Ginny con entusiasmo.
— ¡Mira ya vienen Harry y Hermione!
La profesora McGonagall se dirigió con paso firme a su asiento en la mesa de los profesores, y Harry y Hermione se encaminaron en sentido contrario, hacia la mesa de Gryffindor, tan silenciosamente como les fue posible. La gente se volvía para mirarlos cuando pasaban por la parte trasera del Comedor y algunos señalaban a Harry. ¿Había corrido tan rápido la noticia de su desmayo delante del dementor?
Él y Hermione se sentaron a ambos lados de Ron, que les había guardado los asientos.
— ¿De qué iba la cosa? —le preguntó a Harry.
El, comenzó a explicarse en un susurro, pero entonces el director se puso en pie para hablar y Harry se calló.
— ¡Bienvenidos! —dijo Dumbledore, con la luz de la vela reflejándose en su barba—. ¡Bienvenidos a un nuevo curso en Hogwarts! Tengo algunas cosas que deciros a todos, y como una es muy seria, la explicaré antes de que nuestro excelente banquete les deje aturdidos. —Dumbledore se aclaró la garganta y continuó—: Como todos saben después del registro que ha tenido lugar en el expreso de Hogwarts, tenemos actualmente en nuestro colegio a algunos dementores de Azkaban, que están aquí por asuntos relacionados con el Ministerio de Magia. —Se hizo una pausa y Harry recordó que el señor Weasley había dicho sobre que a Dumbledore no lo le agradaba que los dementores custodiaran el colegio—. Están apostados en las entradas a los terrenos del colegio —continuó Dumbledore—, y tengo que dejar muy claro que mientras estén aquí nadie saldrá del colegio sin permiso. A los dementores no se les puede engañar con trucos o disfraces, ni siquiera con capas invisibles —añadió como quien no quiere la cosa, y Harry y Ron se miraron—. No está en la naturaleza de un dementor comprender ruegos o excusas. Por lo tanto, les advierto a todos y cada uno de ustedes que no deben darles ningún motivo para que les hagan daño. Confío en los prefectos y en los últimos ganadores de los Premios Anuales para que se aseguren de que ningún alumno intenta burlarse de los dementores.
Percy, que se sentaba a unos asientos de distancia de Harry, volvió a sacar pecho y miró a su alrededor orgullosamente. Dumbledore hizo otra pausa. Recorrió la sala con una mirada muy seria y nadie movió un dedo ni dijo nada.
— Por hablar de algo más alegre —continuó—, este año estoy encantado de dar la bienvenida a nuestro colegio a dos nuevos profesores. En primer lugar, el profesor Lupin, que amablemente ha accedido a enseñar Defensa Contra las Artes Oscuras. –Hubo algún aplauso aislado y carente de entusiasmo. Sólo los que habían estado con él en el tren aplaudieron con ganas, Harry entre ellos. El profesor Lupin parecía un adán en medio de los demás profesores, que iban vestidos con sus mejores togas.
— ¡Mira a Snape! —le susurró Ron a Harry en el oído.
El profesor Snape, el especialista en Pociones, miraba al profesor Lupin desde el otro lado de la mesa de los profesores. Era sabido que Snape anhelaba aquel puesto, pero incluso a Harry, que aborrecía a Snape, le asombraba la expresión que tenía en aquel momento, crispando su rostro delgado y cetrino. Era más que enfado: era odio. Harry conocía muy bien aquella expresión: era la que Snape adoptaba cada vez que lo veía a él.
— En cuanto al otro último nombramiento —prosiguió Dumbledore cuando se apagó el tibio aplauso para el profesor Lupin—, siento deciros que el profesor Kettleburn, nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, se retiró al final del pasado curso para poder aprovechar en la intimidad los miembros que le quedan. Sin embargo, estoy encantado de anunciar que su lugar lo ocupará nada menos que Rubeus Hagrid, que ha accedido a compaginar estas clases con sus obligaciones de guardabosques.
Harry, Ron y Hermione se miraron atónitos. Luego se unieron al aplauso, que fue especialmente caluroso en la mesa de Gryffindor. Harry se inclinó para ver a Hagrid, que estaba rojo como un tomate y se miraba las enormes manos, con la amplia sonrisa oculta por la barba negra.
— ¡Tendríamos que haberlo adivinado! —dijo Ron, dando un puñetazo en la mesa—. ¿Qué otro habría sido capaz de mandarnos que compráramos un libro que muerde?
Harry, Ron y Hermione fueron los últimos en dejar de aplaudir; y cuando el profesor Dumbledore volvió a hablar, pudieron ver que Hagrid se secaba los ojos con el mantel.
— Bien, creo que ya he dicho todo lo importante —dijo Dumbledore—. ¡Que comience el banquete!
Las fuentes doradas y las copas que tenían delante se llenaron de pronto de comida y bebida. Harry, que de repente se dio cuenta de que tenía un hambre atroz, se sirvió de todo lo que estaba a su alcance, y empezó a comer.
— ¿El Profesor Lupin es tu padre? –pregunto Ginny mientras se servía algo de comer.
— Sí, soy su hija. –sonrió.- Estoy emocionada porque tenga su primera clase.
— ¿El Profesor Lupin es tu padre? –repitió Ron mientras comía una pata de pollo.- ¿Entonces fuiste tú quien invoco el Patronus?
— Veo que ya se han enterado. –sonrió.- Si, fui yo, el me enseño.
— ¿Entonces nunca has ido a una escuela de magia o muggle? –pregunto Hermione.
— Nunca. Él ha sido mi profesor desde siempre.
— ¡Oh mi dios! –exclamo.- Perdónanos, no nos hemos presentado.
— Yo si lo hice. –hablo Ron.
— Soy Hermione Granger y él es Harry Potter –lo presento.
En el momento en que Harry dejaba su zumo de calabaza para dirigirle una mirada amistosa a la chica sus ojos color verde sintieron perderse en los de ella, Harry jamás había sentido esa sensación y no creía saber de qué se trataba; sentía un ligero cosquilleo en el estómago y cierto rubor en las mejillas cuando la chica le sonrió. Harry creía que era por el hambre que traía y sin poder contener más la mirada la desvió hacia el puré de papas que había frente a él.
— Mucho gusto Harry.
— ¡igual! –respondió aun sin mirarle.
Fin del Capitulo. :study:
Espero disfruten de este capitulo, y les aviso que va a ser un romance lento D:
Es que tengo que dejar algo de amor para la segunda adaptacion ;) pero prometo
que Harry las va a amar mucho mucho ahora si, disfruten, bss!! :D
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Nina Lupin.
Nina Lupin.
Los alumnos contaban sus propias versiones de lo ocurrido y alguno aún se encontraban temblorosos. Cuando Lupin llegó hasta el maquinista de la puerta salió una joven de cabello color miel y ojos pardos, vestía una túnica aun sin escudo de casa y su rostro dibujaba preocupación.
— ¡Papa! –Corrió a abrazarlo.- ¿te encuentras bien? Quise salir a buscarte pero los Dementores llegaron y tuve, tuve que hacer papa lo ciento sé que me has prohibido pero… ¡pero iban a atacar a esos niños, los de primero!
— Tranquila. –intento calmarla.- estoy bien, y me alegra saber que tú también. –sonrió.- ¡Así que un Patronus!
— ¡Tú también invocaste el tuyo! –se soltó de su agarre.- el mío es una Loba, yo… yo no había conjurado uno desde aquella vez ¿lo recuerdas? Pero lo he hecho papa.
— ¡Fue increíble hija! –la felicito.- ¿Segura no quieres chocolate?
— Tal vez un poco. –tomo un trozo.- ¿Dónde te encontrabas tú?
— Con Harry Potter.
— ¿¡Que!? –en el rostro de Nina se formó la emoción y sorpresa que su padre esperaba tuviera cuando le contara.- ¡Cuéntamelo todo ya!
— Me temo que tendrá que esperar llegaremos dentro de poco.
— Pero… ¡bien! –se resignó dándole un mordisco a su chocolate.
Nina Lupin era su única hija y tenía catorce años, había estudiado siempre en casa con su padre. Él era para ella, el mejor profesor que alguien haya podido tener, le había enseñado magia muy avanzada por si algún día lo necesitaban. Nina no tenía madre, ella había fallecido cuando Nina tenía once años por lo que Nina no pudo asistir a Hogwarts; destruida por la muerte de su madre y el vano intento de su padre por sacar a su familia adelante prefirió no asistir a la escuela y apoyar a su padre en lo que pudiera. Lupin tenía un secreto, uno que pocos sabían, un secreto que le había impedido el que le dieran trabajo y el que le impedía poder darle a su hija la vida digna que se merecía.
Hacía meses atrás el profesor Dumbledore lo había visitado para ofrecerle el trabajo en Hogwarts como profesor de Defensas Contra las Artes Oscuras; con la insistencia de su hija y la posibilidad de ver a Harry Potter, Lupin había accedido al trabajo y ahora se encontraba rumbo a Hogwarts, el colegio que en su infancia había sido suyo.
— Ven ya llegamos. –le sonrió tomando su maleta y la de su hija mientras la conducía por el pasillo del tren.
— ¿Tenemos un carruaje para nosotros solos? –pregunto viendo a la multitud de estudiantes yéndose para otro lado.
— Sí. Dumbledore espera que te seleccionen antes que a los demás, así que ya tenemos el carruaje listo.
— ¿Por qué no me seleccionan en el gran comedor como a los de primero?
— Bueno, nunca has asistido a un colegio, Dumbledore pensó que sería incómodo para ti tener todas esas miradas en ti ¿no es así? Será divertido, iremos al despacho del profesor el sombrero te selecciona y puedes sentarte en tu casa a esperar a que seleccionen al resto.
— Papa… ¿crees que quede en Gryffindor? –pregunto con vacilación.
— Seguro que si hija. –le sonrió, mientras el carrito se movía por el oscuro sendero.
— Pero y si… ¿y si quedo en otra casa? No sé si sea digna de Gryffindor…
— ¿Digna de Gryffindor? –el profesor Lupin había lanzado una sonora carcajada.- Hija, has conjurado un Patronus con el cual has derribado a tres dementores esta noche, me has mantenido a mí, más de lo que yo te eh cuidado a ti. Y ¿recuerdas esa noche? Habían más de diez dementores… hija si eso no es valentía entonces yo no sé qué lo sea.
Nina sonrió ante las palabras de su padre. Ella sabía que tenía razón, cuando su padre enfermaba o necesitaba cuidados cada mes, ella siempre estaba para él. De hecho, ella hacia cosas que la mayoría de los chicos de su edad con padres no hacían. Como lavar, cocinar, mantener en orden la casa, a veces intentar conseguir dinero… ella había sido fuerte cuando se le había requerido y sin dudas era tan valiente como su padre.
— ¿Estas feliz? –pregunto luego de un largo silencio.
— ¿Qué?
— Que si estas feliz. –repitió.- Hogwarts fue tu lugar antes, tenías amigos y eras feliz ¿te agrada volver?
— Claro que me agrada, y espero ser un buen profesor. –suspiro.
— ¡Te amaran! –respondió emocionada.- ¡Oh mira papa, es hermoso!
— ¿verdad? –ambos miraban al enorme castillo que se elevaba y aparecía entre los árboles.
— ¡Es lo más hermoso que he visto! –susurro.- Ya quiero estar allí.
— Falta poco, será sensacional.
Padre e hija siguieron hablando y admirando el lugar.
Harry, Ron y Hermione andaban en uno de los carruajes, Harry se sentía mejor después de tomar el chocolate, pero aún estaba débil. Ron y Hermione lo miraban todo el tiempo de reojo, como si tuvieran miedo de que perdiera de nuevo el conocimiento.
El carruaje cogió velocidad por el largo y empinado camino que llevaba al castillo; Hermione se asomaba por la ventanilla para ver acercarse las pequeñas torres. Finalmente, el carruaje se detuvo y Hermione y Ron bajaron.
Al bajar; Harry oyó una voz que arrastraba alegremente las sílabas:
— ¿Te has desmayado, Potter? ¿Es verdad lo que dice Longbottom? ¿Realmente te desmayaste?
Malfoy le dio con el codo a Hermione al pasar por su lado, y salió al paso de Harry, que subía al castillo por la escalinata de piedra. Sus ojos claros y su cara alegre brillaban de malicia.
— ¡Lárgate, Malfoy! —dijo Ron con las mandíbulas apretadas.
— ¿Tú también te desmayaste, Weasley? —preguntó Malfoy, levantando la voz—. ¿También te asustó a ti el viejo dementor; Weasley?
— ¿Hay algún problema? —preguntó una voz amable. El profesor Lupin que estaba sobre el punto más alto de la escalera y sostenía una maleta en su mano derecha.
Malfoy dirigió una mirada insolente al profesor Lupin, y vio los remiendos de su ropa y su maleta desvencijada. La chica que acompañaba al profesor Lupin, de la cual Harry, Ron y Hermione no sabían nada, miraba con el ceño fruncido a Malfoy y se ocultaba detrás de la espalda de su padre. Malfoy, ignorando su presencia, y con cierto sarcasmo en la voz, dijo:
— Oh no, eh... profesor...
Entonces dirigió a Crabbe y Goyle una sonrisita, y subieron los tres hacia el castillo.
— Vámonos… -le susurro la chica al profesor Lupin, este dirigió una leve sonrisa al trio y se fueron.
— ¿La han visto? No me resulta conocida. –comento Hermione.
— ¡Hay cientos de alumnos en Hogwarts, no creo que termines de conocerlos a todos! –dijo Ron subiendo las escaleras.
— Yo no la vi bien, -les contesto Harry.- estaba oculta detrás del profesor Lupin.
— ¿Creen que sea algo del?
— Quizás sobrina o… ¡hija! –repuso la castaña mientras se adentraban al vestíbulo.
A la derecha, abierta, estaba la puerta que daba al Gran Comedor. Harry siguió a la multitud, pero apenas vislumbró el techo encantado, que aquella noche estaba negro y nublado, cuando lo llamó una voz:
— ¡Potter, Granger, quiero hablar con vosotros!
Harry y Hermione dieron media vuelta, sorprendidos. La profesora McGonagall, que daba clase de Transformaciones y era la jefa de la casa de Gryffindor; los llamaba por encima de las cabezas de la multitud. Tenía una expresión severa y un moño en la nuca; sus penetrantes ojos se enmarcaban en unas gafas cuadradas. Harry se abrió camino hasta ella con cierta dificultad y un poco de miedo. Había algo en la profesora McGonagall que solía hacer que Harry sintiera que había hecho algo malo.
— No tienen que poner esa cara de asustados, sólo quiero hablar con ustedes en mi despacho —les dijo—. Ve con los demás, Weasley.
Ron se les quedó mirando mientras la profesora McGonagall se alejaba con Harry y Hermione de la bulliciosa multitud; a en el despacho (una pequeña habitación que tenía una chimenea en la que ardía un fuego abundante y acogedor), hizo una señal a Harry y a Hermione para que se sentaran. También ella se sentó, detrás del escritorio, y dijo de pronto:
— El profesor Lupin ha enviado una lechuza comunicando que te sentiste indispuesto en el tren, Potter.
Antes de que Harry pudiera responder; se oyó llamar suavemente a la puerta, y la señora Pomfrey, la enfermera, entró con paso raudo. Harry se sonrojó. Ya resultaba bastante embarazoso haberse desmayado o lo que le hubiera pasado, para que encima armaran aquel lío.
— Estoy bien —dijo—, no necesito nada...
— Ah, eres tú —dijo la señora Pomfrey, sin escuchar lo que decían e inclinándose para mirarlo de cerca—. Supongo que has estado otra vez metiéndote en algo peligroso.
— Ha sido un dementor; Poppy —dijo la profesora McGonagall.
Cambiaron una mirada sombría y la señora Pomfrey chascó la lengua con reprobación.
— Poner dementores en un colegio —murmuró echando para atrás la silla de Harry y apoyando una mano en su frente—. No será el primero que se desmaya. Sí, está empapado en sudor. Son seres terribles, y el efecto que tienen en la gente que ya de por sí es delicada...
— ¡Yo no soy delicado! —repuso Harry, ofendido.
— Por supuesto que no —admitió distraídamente la señora Pomfrey, tomándole el pulso.
— ¿Qué le prescribe? —preguntó resueltamente la profesora McGonagall—. ¿Guardar cama? ¿Debería pasar esta noche en la enfermería?
— ¡Estoy bien! —repuso Harry, poniéndose en pie de un brinco. Le atormentaba pensar en lo que diría Malfoy si lo enviaban por aquello a la enfermería.
— Bueno. Al menos tendría que tomar chocolate —dijo la señora Pomfrey, que intentaba examinar los ojos de Harry.
— Ya he tomado un poco. El profesor Lupin me lo dio. Nos dio a todos.
— ¿Sí? —dijo con aprobación la señora Pomfrey—. ¡Así que por fin tenemos un profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras que conoce los remedios!
— ¿Estás seguro de que te sientes bien, Potter? —preguntó la profesora McGonagall.
— Sí —dijo Harry.
— Muy bien. Haz el favor de esperar fuera mientras hablo un momento con la señorita Granger sobre su horario. Luego podremos bajar al banquete todos juntos.
Harry salió al corredor con la señora Pomfrey, que se marchó hacia la enfermería murmurando algo para sí. Harry sólo tuvo que esperar unos minutos. A continuación salió Hermione, radiante de felicidad, seguida por la profesora McGonagall, y los tres bajaron las escaleras de mármol, hacia el Gran Comedor.
Estaba lleno de capirotes negros. Las cuatro mesas largas estaban llenas de estudiantes. Sus caras brillaban a la luz de miles de velas. El profesor Flitwick, que era un brujo bajito y con el pelo blanco, salió con un viejo sombrero y un taburete de tres patas.
— ¡Nos hemos perdido la selección! —dijo Hermione en voz baja.
Unos minutos antes el profesor Lupin y su hija Nina se dirigían al despacho del profesor Dumbledore en donde el sombrero seleccionador estaba sobre un pequeño taburete esperando a salir a la selección en el gran comedor. Lupin golpeo dos veces la puerta hasta que pudieron oír un <
— ¡Oh, Remus pasa, pasa! –saludo amablemente mientras se ponía de pie.- Es tan agradable tenerte de vuelta.
— ¡Es agradable volver! –sonrió este.- ¿Recuerda a mi hija profesor?
— ¡Claro que sí! –saludo a la muchacha.- Señorita Nina, espero este año sea maravilloso para usted.
— Gracias Profesor, igual espero lo mismo. –le sonrió emocionada.
— Bien, no quiero retrasarlos, sino se perderán la selección y el sombrero adora cantar una canción diferente cada año. –sonrió yendo hacia el viejo sombrero.- señorita Nina le voy a pedir por favor que se siente aquí…
— ¿Lista? –pregunto Lupin con ansiedad en su voz mientras tomaba el sombrero entre sus manos.
— Eso creo… -susurro sentándose en el taburete.
— Bien.
El profesor Lupin coloco el sombrero en la cabeza de Nina y este comenzó a moverse asustándola por momentos. El profesor Dumbledore observaba tranquilamente con una sonrisa grabada en su rostro.
— Mmm… veamos que tenemos aquí… -hablo el sombrero.- ¡Lupin! Si, aún recuerdo la selección de su padre… ¡cómo olvidarlo! Nina Lupin, si, así te llamas.
— No sabía que el sombrero se desviaba del tema principal. –comento la chica mirando a su padre.
— ¿Sabes que veo dentro de su cabecita Señorita Nina?
— ¿Mi cerebro? –Dumbledore había lanzado una pequeña risita ante la contestación de la chica.
— ¡Claro! Pero además veo todo por lo que has tenido que pasar, veo tus sentimientos, tus emociones, veo tu pasado y veo tus valores. Eres una chica muy leal y fiel a tus creencias, eres sin dudas una jovencita muy valiente hasta ahora, una cabeza muy sabia si me permites decir, –pauso.- Hufflepuff podría ser tu casa podrías destacar allí, pero también creo en las posibilidades de tus genes y tus genes claramente lo dicen…
— ¿Cuándo me seleccionara? Llevo minutos aquí… -susurro.
— ¡Bien! Ya sé dónde te pondré, sé que aras grandes hazañas en un futuro, eres digna de esta casa… ¡Gryffindor!
— ¡Sí! –Nina se había quitado el sombrero seleccionador y había corrido a abrazar a su padre.
— ¡Lo has logrado! –le grito este emocionado.
— ¡Felicidades señorita Nina! Seguro en su casa estarán encantados de tenerla.
— Gracias Profesor Dumbledore, se ha tardado el sombrero ¿verdad?
— Hablando de eso, tenemos que irnos ya los niños de primero estarán ansiosos por ser seleccionados también.
Dumbledore los condujo hacia el gran comedor mientras platicaba con Lupin, Nina no prestaba atención, ella iba observando con asombro cada detalle de aquel oscuro castillo.
Los fantasmas de color platino iban pasando y atravesando paredes por doquier, aunque la mayoría se dirigía hacia el gran comedor. Cuando las enormes puertas se abrieron Lupin le hizo señas a su hija de que se sentara en la mesa de Gryffindor mientras el, se dirigía hacia la mesa del profesorado junto a Dumbledore. Nina camino con nerviosismo ante la mirada de curiosos alumnos con diferentes túnicas de colores, cuando vio un lugar libre se acercó y dijo:
— Eh… disculpa. –le llamo.- ¿Puedo sentarme aquí?
— ¡Claro! –sonrió amistosamente.
— Me llamo Nina Lupin. –se presentó.
— Soy Ginny Weasley. –le siguió sonriendo.- Y él es mi hermano Ron.
— ¿Eh? –pregunto este que estaba sentado frente a ellas.
— ¡Saluda Ron! –gruño entre dientes.
— Ah sí, ¡hola! Soy Ron.
— Nina. –sonrió.
— ¿Eres nueva? –pregunto observándola bien.- ¡Venias con el profesor Lupin!
— Si esa misma y si soy nueva. Ya me han seleccionado.
— ¡Bienvenida entonces! –vitoreo Ginny con entusiasmo.
— ¡Mira ya vienen Harry y Hermione!
La profesora McGonagall se dirigió con paso firme a su asiento en la mesa de los profesores, y Harry y Hermione se encaminaron en sentido contrario, hacia la mesa de Gryffindor, tan silenciosamente como les fue posible. La gente se volvía para mirarlos cuando pasaban por la parte trasera del Comedor y algunos señalaban a Harry. ¿Había corrido tan rápido la noticia de su desmayo delante del dementor?
Él y Hermione se sentaron a ambos lados de Ron, que les había guardado los asientos.
— ¿De qué iba la cosa? —le preguntó a Harry.
El, comenzó a explicarse en un susurro, pero entonces el director se puso en pie para hablar y Harry se calló.
— ¡Bienvenidos! —dijo Dumbledore, con la luz de la vela reflejándose en su barba—. ¡Bienvenidos a un nuevo curso en Hogwarts! Tengo algunas cosas que deciros a todos, y como una es muy seria, la explicaré antes de que nuestro excelente banquete les deje aturdidos. —Dumbledore se aclaró la garganta y continuó—: Como todos saben después del registro que ha tenido lugar en el expreso de Hogwarts, tenemos actualmente en nuestro colegio a algunos dementores de Azkaban, que están aquí por asuntos relacionados con el Ministerio de Magia. —Se hizo una pausa y Harry recordó que el señor Weasley había dicho sobre que a Dumbledore no lo le agradaba que los dementores custodiaran el colegio—. Están apostados en las entradas a los terrenos del colegio —continuó Dumbledore—, y tengo que dejar muy claro que mientras estén aquí nadie saldrá del colegio sin permiso. A los dementores no se les puede engañar con trucos o disfraces, ni siquiera con capas invisibles —añadió como quien no quiere la cosa, y Harry y Ron se miraron—. No está en la naturaleza de un dementor comprender ruegos o excusas. Por lo tanto, les advierto a todos y cada uno de ustedes que no deben darles ningún motivo para que les hagan daño. Confío en los prefectos y en los últimos ganadores de los Premios Anuales para que se aseguren de que ningún alumno intenta burlarse de los dementores.
Percy, que se sentaba a unos asientos de distancia de Harry, volvió a sacar pecho y miró a su alrededor orgullosamente. Dumbledore hizo otra pausa. Recorrió la sala con una mirada muy seria y nadie movió un dedo ni dijo nada.
— Por hablar de algo más alegre —continuó—, este año estoy encantado de dar la bienvenida a nuestro colegio a dos nuevos profesores. En primer lugar, el profesor Lupin, que amablemente ha accedido a enseñar Defensa Contra las Artes Oscuras. –Hubo algún aplauso aislado y carente de entusiasmo. Sólo los que habían estado con él en el tren aplaudieron con ganas, Harry entre ellos. El profesor Lupin parecía un adán en medio de los demás profesores, que iban vestidos con sus mejores togas.
— ¡Mira a Snape! —le susurró Ron a Harry en el oído.
El profesor Snape, el especialista en Pociones, miraba al profesor Lupin desde el otro lado de la mesa de los profesores. Era sabido que Snape anhelaba aquel puesto, pero incluso a Harry, que aborrecía a Snape, le asombraba la expresión que tenía en aquel momento, crispando su rostro delgado y cetrino. Era más que enfado: era odio. Harry conocía muy bien aquella expresión: era la que Snape adoptaba cada vez que lo veía a él.
— En cuanto al otro último nombramiento —prosiguió Dumbledore cuando se apagó el tibio aplauso para el profesor Lupin—, siento deciros que el profesor Kettleburn, nuestro profesor de Cuidado de Criaturas Mágicas, se retiró al final del pasado curso para poder aprovechar en la intimidad los miembros que le quedan. Sin embargo, estoy encantado de anunciar que su lugar lo ocupará nada menos que Rubeus Hagrid, que ha accedido a compaginar estas clases con sus obligaciones de guardabosques.
Harry, Ron y Hermione se miraron atónitos. Luego se unieron al aplauso, que fue especialmente caluroso en la mesa de Gryffindor. Harry se inclinó para ver a Hagrid, que estaba rojo como un tomate y se miraba las enormes manos, con la amplia sonrisa oculta por la barba negra.
— ¡Tendríamos que haberlo adivinado! —dijo Ron, dando un puñetazo en la mesa—. ¿Qué otro habría sido capaz de mandarnos que compráramos un libro que muerde?
Harry, Ron y Hermione fueron los últimos en dejar de aplaudir; y cuando el profesor Dumbledore volvió a hablar, pudieron ver que Hagrid se secaba los ojos con el mantel.
— Bien, creo que ya he dicho todo lo importante —dijo Dumbledore—. ¡Que comience el banquete!
Las fuentes doradas y las copas que tenían delante se llenaron de pronto de comida y bebida. Harry, que de repente se dio cuenta de que tenía un hambre atroz, se sirvió de todo lo que estaba a su alcance, y empezó a comer.
— ¿El Profesor Lupin es tu padre? –pregunto Ginny mientras se servía algo de comer.
— Sí, soy su hija. –sonrió.- Estoy emocionada porque tenga su primera clase.
— ¿El Profesor Lupin es tu padre? –repitió Ron mientras comía una pata de pollo.- ¿Entonces fuiste tú quien invoco el Patronus?
— Veo que ya se han enterado. –sonrió.- Si, fui yo, el me enseño.
— ¿Entonces nunca has ido a una escuela de magia o muggle? –pregunto Hermione.
— Nunca. Él ha sido mi profesor desde siempre.
— ¡Oh mi dios! –exclamo.- Perdónanos, no nos hemos presentado.
— Yo si lo hice. –hablo Ron.
— Soy Hermione Granger y él es Harry Potter –lo presento.
En el momento en que Harry dejaba su zumo de calabaza para dirigirle una mirada amistosa a la chica sus ojos color verde sintieron perderse en los de ella, Harry jamás había sentido esa sensación y no creía saber de qué se trataba; sentía un ligero cosquilleo en el estómago y cierto rubor en las mejillas cuando la chica le sonrió. Harry creía que era por el hambre que traía y sin poder contener más la mirada la desvió hacia el puré de papas que había frente a él.
— Mucho gusto Harry.
— ¡igual! –respondió aun sin mirarle.
Fin del Capitulo. :study:
TheGirlImpossible
Re: Harry Potter y El Prisionero de Azkaban [Adaptacion] Harry&Tu
MaayWeasleyRavenclawJonas escribió:susie kamiya escribió:hola!!!!
me encantaron los caps!!
yo cuando veo la peli esa parte me encanta!
y mi hechizo favorito es expectro patronum
porfa siguela pronto!
besitos!!
:O ¿Cual seria tu patronus? ¿hiciste alguna vez el tets? :D
Yo lo hice, y el mio es el mismo q el de Ron :P
Jaja mi hechizo favorito ammm... Expelliarmus xD jaja pero tambien el Patronus
Muchas gracias x haber comentado!!
jajajaja el mio tambien es el mismo que el de ron XD
~Susie ∞Wallflower∞
Re: Harry Potter y El Prisionero de Azkaban [Adaptacion] Harry&Tu
hola!!!!
estuvo jenial el cap!!
me ah encantado!
que lindo es harry..
porfa siguela pronto
besitos!!
estuvo jenial el cap!!
me ah encantado!
que lindo es harry..
porfa siguela pronto
besitos!!
~Susie ∞Wallflower∞
Re: Harry Potter y El Prisionero de Azkaban [Adaptacion] Harry&Tu
Malfoy :¬¬:
Wiii quede en Gryffindor
Ron siempre comiendo!!!!! :risa:
me encantooo
siguelaaa
Gaby :love:
Wiii quede en Gryffindor
Ron siempre comiendo!!!!! :risa:
me encantooo
siguelaaa
Gaby :love:
Gaby Grint&Malfoy
Harry Potter y El Prisionero de Azkaban [Adaptacion] Harry&Tu
¡Chicas, que tengan un buen comienzo de semana! Algunas ya deben estar en el cole, ¿cierto?
Bueno aca como es veranito estamos en vacaciones todavia hasta marzo :D jaja
Nos salvamos, bueno yo creo que comienzo a estudiar por internet asi q no es tanto mi preocupacion D:
En fin, aca les traigo otro capitulo ¡GRACIAS! por los comentarios ya los lei y los ame
Espero les guste el capitulo y comenten, las adoroo chicas, bess!! :hi:
El Gran Comedor se llenó de conversaciones, de risas y del tintineo de los cuchillos y tenedores. Harry, Ron y Hermione, sin embargo, tenían ganas de que terminara para hablar con Hagrid. Sabían cuánto significaba para él ser profesor. Hagrid no era un mago totalmente cualificado; había sido expulsado de Hogwarts en tercer curso por un delito que no había cometido. Fueron Harry, Ron y Hermione quienes, durante el curso anterior; habían limpiado el nombre de Hagrid.
Finalmente, cuando los últimos bocados de tarta de calabaza desaparecieron de las bandejas doradas, Dumbledore anunció que era hora de que todos se fueran a dormir y ellos vieron llegado su momento.
— ¡Felicidades, Hagrid! —gritó Hermione muy alegre, cuando llegaron a la mesa de los profesores.
— Todo ha sido gracias a ustedes tres —dijo Hagrid mientras los miraba, secando su cara brillante en la servilleta—. No puedo creerlo... Un gran tipo, Dumbledore... Vino derecho a mi cabaña después de que el profesor Kettleburn dijera que ya no podía más. Es lo que siempre había querido.
Embargado de emoción, ocultó la cara en la servilleta y la profesora McGonagall les hizo irse.
Harry, Ron y Hermione se reunieron con los demás estudiantes de la casa Gryffindor que subían en tropel la escalera de mármol y, ya muy cansados, siguieron por más corredores y subieron más escaleras, hasta que llegaron a la entrada secreta de la torre de Gryffindor. Los interrogó un retrato grande de señora gorda, vestida de rosa, Ginny y Nina estaban allí paradas sin saber qué hacer.
— ¡Al fin llegan! –dijo Ginny.- ¿Alguno sabe la contraseña?
— No. –negaron.
— Esto es extraño ¿sí o sí debemos dar una contraseña? –pregunto Nina.
— Si pero si no tienes problemas de memoria la recordaras. –explico Hermione.
— ¡Soy buena recordando! –sonrió mientras se acercaban al cuadro.
— ¿Contraseña?
— Eh…
— ¡Déjenme pasar; déjenme pasar! —gritaba Percy desde detrás de la multitud—. ¡La última contraseña es «Fortuna Maior»!
— ¡Oh, no! —dijo con tristeza Neville Longbottom. Siempre tenía problemas para recordar las contraseñas.
— Bien Nina creo que duermes conmigo. –sonrió Ginny.
— ¡Genial!
— Eh… ¿tú eres la del Patronus? –pregunto un pelirrojo.
— La misma. Mucho gusto me llamo Nina Lupin.
— ¡Mira George es la hija del Profesor Lupin! –sonrió.- Soy Fred y él es George.
— ¿Weasley?
— ¡Si somos los gemelos Weasley! –dijeron al unísono.
— Bien, espero conocerlos y platicar. P-pero debo irme… -dijo entrecortadamente ya que Ginny la estaba jalando del brazo.- ¡Adiós chicos!
— ¡Adiós! –saludaron.
Después de que Ginny y Nina se fueran a dormir, el resto también los imito; Harry subió la escalera de caracol sin otro pensamiento que la alegría de estar otra vez en Hogwarts. Llegaron al conocido dormitorio de forma circular; con sus cinco camas con dosel, y Harry, mirando a su alrededor; sintió que por fin estaba en casa.
. . .
Cuando Harry, Ron y Hermione entraron en el Gran Comedor para desayunar al día siguiente, lo primero que vieron fue a Draco Malfoy, que entretenía a un grupo de gente de Slytherin con una historia muy divertida. Al pasar por su lado, Malfoy hizo una parodia de desmayo, coreado por una carcajada general.
— No le hagas caso —le dijo Hermione, que iba detrás de Harry—. Tú, ni el menor caso. No merece la pena...
— ¡Eh, Potter! —Gritó Pansy Parkinson, una chica de Slytherin que tenía la cara como un dogo—. ¡Potter! ¡Que vienen los dementores, Potter! ¡Uuuuuuuuuh!
Harry se dejó caer sobre un asiento de la mesa de Gryffindor; junto a George Weasley.
— ¡Hola! –saludaron Ginny y Nina llegando con los demás.
— Los nuevos horarios de cuarto —anunció George, pasándolos—. ¿Qué te ocurre, Harry?
— Malfoy —contestó Ron, sentándose al otro lado de George y echando una mirada desafiante a la mesa de Slytherin.
George alzó la vista y vio que en aquel momento Malfoy volvía a repetir su pantomima. Nina también había levantado la vista con el ceño fruncido, desde el primer momento en que lo vio no le había caído para nada bien.
— Ese imbécil —dijo sin alterarse— no estaba tan gallito ayer por la noche, cuando los dementores se acercaron a la parte del tren en que estábamos. Vino corriendo a nuestro compartimento, ¿verdad, Fred?
— Casi se moja encima —dijo Fred, mirando con desprecio a Malfoy.
— Yo tampoco estaba muy contento —reconoció George—. Son horribles esos dementores...
— Se le hiela a uno la sangre, ¿verdad? —dijo Fred.
— Pero no os desmayasteis, ¿a qué no? —dijo Harry en voz baja.
— No tendrías que hacerle caso Harry –intervino Nina.- Nadie es lo suficientemente frio como para no sentir aunque sea un poco de temor al verlos.
— ¡Pero tú no les temes! –exclamo.
— Créeme que la primera vez que los vi tuve mucho miedo, de hecho lo tuve ayer en el Expreso.
— P-pero…
— No le des más vueltas, Harry —dijo George—. Mi padre tuvo que ir una vez a Azkaban, ¿verdad, Ron?, y dijo que era el lugar más horrible en que había estado. Regresó débil y tembloroso... Los dementores absorben la alegría del lugar en que están. La mayoría de los presos se vuelven locos allí.
— De cualquier modo, veremos lo contento que se pone Malfoy después del primer partido de quidditch —dijo Fred—. Gryffindor contra Slytherin, primer partido de la temporada, ¿se acuerdan?
La única ocasión en que Harry y Malfoy se habían enfrentado en un partido de quidditch, Malfoy había llevado las de perder. Un poco más contento, Harry se sirvió salchichas y tomate frito. Él no quería hacerle caso a este pensamiento, pero el que Nina intentara animarle le agradaba. Aquella chica que apenas estaba conociendo le inspiraba confianza y tranquilidad.
— Bien, hoy comenzamos asignaturas nuevas —dijo alegremente.
— Hermione —dijo Ron frunciendo el entrecejo y mirando detrás de ella—, se han confundido con tu horario. Mira, te han apuntado para unas diez asignaturas al día. No hay tiempo suficiente.
— Ya me apañaré. Lo he concertado con la profesora McGonagall.
— Pero mira —dijo Ron riendo—, ¿ves la mañana de hoy? A las nueve Adivinación y Estudios Muggles y... —Ron se acercó más al horario, sin podérselo creer—, mira, Aritmancia, todo a las nueve. Sé que eres muy buena estudiante, Hermione, pero no hay nadie capaz de tanto. ¿Cómo vas a estar en tres clases a la vez?
— No seas tonto —dijo Hermione bruscamente—, por supuesto que no voy a estar en tres clases a la vez.
— Bueno, entonces...
— Pásame la mermelada —le pidió Hermione.
— Pero...
— ¿Y a ti qué te importa si mi horario está un poco apretado, Ron? —dijo Hermione—. Ya te he dicho que lo he arreglado todo con la profesora McGonagall.
— ¿Qué clases tomaste Ni? –pregunto Ginny.
— Eh… bueno, las mismas que los chicos. –se encogió de hombros.- no sabía que otras elegir mi papa solo me ha dado lo básico.
— ¿Sabes que nos darán en la primera clase? –Quiso saber Ron.
— Eh…
En ese momento entró Hagrid en el Gran Comedor. Llevaba puesto su abrigo largo de ratina y de una de sus enormes manos colgaba un turón muerto, que se balanceaba.
— ¿Va todo bien? —dijo con entusiasmo, deteniéndose camino de la mesa de los profesores—. ¡Están en mi primera clase! ¡Inmediatamente después del almuerzo! Me he levantado a las cinco para prepararlo todo. Espero que esté bien... Yo, profesor... francamente...
Les dirigió una amplia sonrisa y se fue hacia la mesa de los profesores, balanceando el turón.
— Me pregunto qué habrá preparado —dijo Ron con curiosidad.
— ¿Es amigo suyo? –quiso saber Nina.
— ¡Claro desde primer año! –sonrió.
El Gran Comedor se vaciaba a medida que la gente se marchaba a la primera clase.
Ron comprobó el horario.
— Lo mejor será que vayamos ya. Miren, el aula de Adivinación está en el último piso de la torre norte. Tardaremos unos diez minutos en llegar... –se apresuró a decir Hermione mientras se ponía de pie.
Terminaron aprisa el desayuno, se despidieron de Fred y de George, y volvieron a atravesar el Gran Comedor. Al pasar al lado de la mesa de Slytherin, Malfoy volvió a repetir la pantomima. Las estruendosas carcajadas acompañaron a Harry hasta el vestíbulo.
El trayecto hasta la torre norte era largo. Los dos años que llevaban en Hogwarts no habían bastado para conocer todo el castillo, y ni siquiera habían estado nunca en el interior de la torre norte.
— Tiene... que... haber... un atajo —dijo Ron jadeando, mientras ascendían la séptima larga escalera y salían a un rellano que veían por primera vez y donde lo único que había era un cuadro grande que representaba únicamente un campo de hierba.
— Me parece que es por aquí —dijo Hermione, echando un vistazo al corredor desierto que había a la derecha.
— Imposible —dijo Ron—. Eso es el sur. Mira: por la ventana puedes ver una parte del lago...
— ¿Y si nos perdimos?
— ¡Mira!
Harry observó el cuadro. Un grueso caballo tordo acababa de entrar en el campo y pacía despreocupadamente. Un momento después, haciendo un ruido metálico, entró en el cuadro un caballero rechoncho y bajito, vestido con armadura, persiguiendo al caballo. A juzgar por las manchas de hierba que había en sus rodilleras de hierro, acababa de caerse.
— ¡Pardiez! —gritó, viendo a Harry, Nina, Ron y Hermione—. ¿Quiénes son estos villanos que osan internarse en mis dominios? ¿Acaso os mofáis de mi caída? ¡Desenvainad, bellacos!
Se asombraron al ver que el pequeño caballero sacaba la espada de la vaina y la blandía con violencia, saltando furiosamente arriba y abajo. Pero la espada era demasiado larga para él. Un movimiento demasiado violento le hizo perder el equilibrio y cayó de bruces en la hierba.
— ¿Se encuentra usted bien? —le preguntó Harry, acercándose al cuadro.
— ¡Atrás, vil bellaco! ¡Atrás, malandrín!
El caballero volvió a empuñar la espada y la utilizó para incorporarse, pero la hoja se hundió profundamente en el suelo, y aunque tiró de ella con todas sus fuerzas, no pudo sacarla. Finalmente, se dejó caer en la hierba y se levantó la visera del casco para limpiarse la cara empapada en sudor.
— Disculpe —dijo Nina, aprovechando que el caballero estaba exhausto—, estamos buscando la torre norte. ¿Por casualidad conoce usted el camino?
— ¡Una empresa! —La ira del caballero desapareció al instante. Se puso de pie haciendo un ruido metálico y exclamó—: ¡Vamos, seguidme, queridos amigos, y hallaremos lo que buscamos o pereceremos en el empeño! —Volvió a tirar de la espada sin ningún resultado, intentó pero no pudo montar en el caballo, y exclamó—: ¡A pie, pues, bravos caballeros y gentiles señoras! ¡Vamos!
— ¿Me dijo señora? –le susurro Nina a Hermione.
Jadeando, Harry, Nina, Ron y Hermione ascendieron los escalones mareándose cada vez más, hasta que oyeron un murmullo de voces por encima de ellos y se dieron cuenta de que habían llegado al aula.
— ¡Adiós! —gritó el caballero asomando la cabeza por el cuadro de unos monjes de aspecto siniestro—. ¡Adiós, compañeros de armas! ¡Si en alguna ocasión necesitáis un corazón noble y un temple de acero, llamad a sir Cadogan!
— Sí, lo haremos —murmuró Ron cuando desapareció el caballero—, si alguna vez necesitamos a un chiflado.
Subieron los escalones que quedaban y salieron a un rellano diminuto en el que ya aguardaba la mayoría de la clase. No había ninguna puerta en el rellano; Ron golpeó a Harry con el codo y señaló al techo, donde había una trampilla circular con una placa de bronce.
— Sybill Trelawney, profesora de Adivinación —leyó Harry—. ¿Cómo vamos a subir ahí?
Como en respuesta a su pregunta, la trampilla se abrió de repente y una escalera plateada descendió hasta los pies de Harry. Todos se quedaron en silencio.
— Tú primero —dijo Ron con una sonrisa, y Harry subió por la escalera delante de los demás.
Fue a dar al aula de aspecto más extraño que había visto en su vida. No se parecía en nada a un aula; era algo a medio camino entre un ático y un viejo salón de té. Al menos veinte mesas circulares, redondas y pequeñas, se apretujaban dentro del aula, todas rodeadas de sillones tapizados con tela de colores y de cojines pequeños y redondos. Todo estaba iluminado con una luz tenue y roja. Había cortinas en todas las ventanas y las numerosas lámparas estaban tapadas con pañoletas rojas. Hacía un calor agobiante, y el fuego que ardía en la chimenea, bajo una repisa abarrotada de cosas, calentaba una tetera grande de cobre y emanaba una especie de perfume denso. Las estanterías de las paredes circulares estaban llenas de plumas polvorientas, cabos de vela, muchas barajas viejas, infinitas bolas de cristal y una gran cantidad de tazas de té.
Ron fue a su lado mientras la clase se iba congregando alrededor; entre murmullos.
— ¿Dónde está la profesora? —preguntó Ron.
De repente salió de las sombras una voz suave:
— Bienvenidos —dijo—. Es un placer veros por fin en el mundo físico.
La profesora Trelawney se acercó a la chimenea y vieron que era sumamente delgada. Sus grandes gafas aumentaban varias veces el tamaño de sus ojos y llevaba puesto un chal de gasa con lentejuelas. De su cuello largo y delgado colgaban innumerables collares de cuentas, y tenía las manos llenas de anillos y los brazos de pulseras.
— Siéntense, niños míos, siéntense —dijo, y todos se encaramaron torpemente a los sillones o se hundieron en los cojines. Harry, Nina, Ron y Hermione se sentaron a la misma mesa redonda—. Bienvenidos a la clase de Adivinación —dijo la profesora Trelawney, que se había sentado en un sillón de orejas, delante del fuego—. Soy la profesora Trelawney. Seguramente es la primera vez que me veis. Noto que descender muy a menudo al bullicio del colegio principal nubla mi ojo interior.
Nadie dijo nada ante esta extraordinaria declaración. Con movimientos delicados, la profesora Trelawney se puso bien el chal y continuó hablando:
— Así que han decidido estudiar Adivinación, la más difícil de todas las artes mágicas. Debo advertirles desde el principio de que si no poseen la Vista, no podré enseñarles prácticamente nada. Los libros tampoco les ayudarán mucho en este terreno... —Al oír estas palabras, Harry y Ron miraron con una sonrisa burlona a Hermione, que parecía asustada al oír que los libros no iban a ser de mucha utilidad en aquella asignatura—. Hay numerosos magos y brujas que, aun teniendo una gran habilidad en lo que se refiere a transformaciones, olores y desapariciones súbitas, son incapaces de penetrar en los velados misterios del futuro —continuó la profesora Trelawney, recorriendo las caras nerviosas con sus ojos enormes y brillantes—. Es un don reservado a unos pocos. Dime, muchacho —dijo de repente a Neville, que casi se cayó del cojín—, ¿se encuentra bien tu abuela?
— Creo que sí —dijo Neville tembloroso.
— Yo en tu lugar no estaría tan seguro, querido —dijo la profesora Trelawney. El fuego de la chimenea se reflejaba en sus largos pendientes de color esmeralda. Neville tragó saliva. La profesora Trelawney prosiguió plácidamente—. Durante este curso estudiaremos los métodos básicos de adivinación. Dedicaremos el primer trimestre a la lectura de las hojas de té. El segundo nos ocuparemos en quiromancia. A propósito, querida mía —le soltó pronto a Parvati Patil—, ten cuidado con cierto pelirrojo.
Parvati miró con un sobresalto a Ron, que estaba inmediatamente detrás de ella, y alejó de él su sillón.
— Durante el último trimestre —continuó la profesora Trelawney—, pasaremos a la bola de cristal si la interpretación de las llamas nos deja tiempo. Por desgracia, un desagradable brote de gripe interrumpirá las clases en febrero. Yo misma perderé la voz. Y en torno a Semana Santa, uno de ustedes nos abandonará para siempre. —Un silencio muy tenso siguió a este comentario, pero la profesora Trelawney no pareció notarlo—. Querida —añadió dirigiéndose a Lavender Brown, que era quien estaba más cerca de ella y que se hundió contra el respaldo del sillón—, ¿me podrías pasar la tetera grande de plata?
Lavender dio un suspiro de alivio, se levantó, cogió una enorme tetera de la estantería y la puso sobre la mesa, ante la profesora Trelawney.
— Gracias, querida. A propósito, eso que temes sucederá el viernes dieciséis de octubre. —Lavender tembló—. Ahora quiero que os pongáis por parejas. Tomen una taza de la estantería, vengan a mí y les la llenaré. Luego siéntense y beban hasta que sólo queden los posos. Remuevan entonces los posos agitando la taza tres veces con la mano izquierda y pongan luego la taza boca abajo en el plato. Esperen a que haya caído la última gota de té y pasen la taza a nuestro compañero, para que la lea. Interpretaran los dibujos dejados por los posos utilizando las páginas 5 y 6 de Disipar las nieblas del futuro. Yo pasaré a ayudarlos y a darles instrucciones. ¡Ah!, querido... —asió a Neville por el brazo cuando el muchacho iba a levantarse— cuando rompas la primera taza, ¿serás tan amable de coger una de las azules? Las de color rosa me gustan mucho.
Como es natural, en cuanto Neville hubo alcanzado la balda de las tazas, se oyó el tintineo de la porcelana rota. La profesora Trelawney se dirigió a él rápidamente con una escoba y un recogedor; y le dijo:
— Una de las azules, querido, si eres tan amable. Gracias...
Cuando Harry y Ron llenaron las tazas de té, volvieron a su mesa y se tomaron rápidamente la ardiente infusión. Removieron los posos como les había indicado la profesora Trelawney, y después secaron las tazas y las intercambiaron.
— Bien —dijo Ron, después de abrir los libros por las páginas cinco y seis—. ¿Qué ves en la mía?
— Una masa marrón y empapada —respondió Harry. El humo fuertemente perfumado de la habitación lo adormecía y atontaba.
— ¡Ensanchen la mente, queridos, y que sus ojos vean más allá de lo terrenal! —exclamó la profesora Trelawney sumida en la penumbra.
Harry intentó recobrarse:
— Esto es inútil. –bufo Nina.- solo veo una mancha de te ¿eso es válido?
— Yo tampoco logro ver algo. –exclamo Hermione, quien tenía la tasa de Nina en sus manos.- ¿Y tú Harry?
— Bueno, hay una especie de cruz torcida... —dijo consultando Disipar las nieblas del futuro. Eso significa que vas a pasar penalidades y sufrimientos... Lo siento... Pero hay algo que podría ser el sol. Espera, eso significa mucha felicidad... Así que vas a sufrir; pero vas a ser muy feliz...
— Si te interesa mi opinión, tendrían que revisarte el ojo interior —dijo Ron, y tuvieron que contener la risa cuando la profesora Trelawney los miró.
— Ahora me toca a mí... —Ron miró con detenimiento la taza de Harry, arrugando la frente a causa del esfuerzo. Hay una mancha en forma de sombrero hongo —dijo—. A lo mejor vas a trabajar para el Ministerio de Magia... —Volvió la taza—. Pero por este lado parece más bien como una bellota... ¿Qué es eso? —Cotejó su ejemplar de Disipar las nieblas del futuro—. Oro inesperado, como caído del cielo. Estupendo, me podrás prestar. Por este lado… creo que tiene forma de un corazón… -rio, pero Harry había levantado la vista cruzándose sin quererlo con la de Nina.- ¡Vaya Harry parece que el amor va a llegar a ti este año! Uh… pero aquí dice que quizás tengas problemas, que mal. Y aquí hay algo mas —volvió a girar la taza— que parece un animal. Sí, si esto es su cabeza... parece un hipo..., no, una oveja...
La profesora Trelawney dio media vuelta al oír la carcajada de Harry.
— ¿Puedo ver su tasa jovencita Lupin?
— Eh… -Nina trago saliva y se la entrego.
— ¡Oh! Interesante. –barbullo.- nuevos obstáculos en su vida si eso es… usted se unirá a un asesino casi a la mitad del año…
— ¿Qué? –grito espantada ante la mirada de los demás.
— Hum ¿romance? Si yo creo que será difícil, -miro a Nina y a ella le había parecido que Trelawney desviaba su vista hacia Harry por unos momentos.- Pero para nada imposible.
— Yo…
— Déjame ver eso, querido —le dijo a Ron, en tono recriminatorio, y le quitó la taza de Harry, Nina se sentía aliviada de que la profesora dejara su tasa de lado pero sintió tanta pena por Harry al ver que todos se quedaron en silencio, expectantes.
La profesora Trelawney miraba fijamente la taza de té, girándola en sentido contrario a las agujas del reloj.
— El halcón... querido, tienes un enemigo mortal.
— Eso lo sabe todo el mundo —dijo Hermione en un susurro alto. La profesora Trelawney la miró fijamente—. Todo el mundo sabe lo de Harry y Quien Usted Sabe.
— La porra... un ataque. Vaya, vaya... no es una taza muy alegre... –continuo.
— Creí que era un sombrero hongo —reconoció Ron con vergüenza.
— La calavera... peligro en tu camino...
Toda la clase escuchaba con atención, sin moverse. La profesora Trelawney dio una última vuelta a la taza, se quedó boquiabierta y gritó. Oyeron romperse otra taza; Neville había vuelto a hacer añicos la suya. La profesora Trelawney se dejó caer en un sillón vacío, con la mano en el corazón y los ojos cerrados.
— Mi querido chico... mi pobre niño... no... es mejor no decir... no... no me preguntes...
— ¿Qué es, profesora? —dijo inmediatamente Dean Thomas. Todos se habían puesto de pie y rodearon la mesa de Ron, acercándose mucho al sillón de la profesora
Trelawney para poder ver la taza de Harry.
— Querido mío —abrió completamente sus grandes ojos—, tienes el Grim.
— ¿El qué? —preguntó Harry.
Estaba claro que había otros que tampoco comprendían; Dean Thomas lo miró encogiéndose de hombros, y Lavender Brown estaba anonadada, pero casi todos se llevaron la mano a la boca, horrorizados.
— ¡El Grim, querido, el Grim! —exclamó la profesora Trelawney, que parecía extrañada de que Harry no hubiera comprendido—. ¡El perro gigante y espectral que ronda por los cementerios! Mi querido chico, se trata de un augurio, el peor de los augurios... el augurio de la muerte.
Fin del Capitulo. :study:
Bueno aca como es veranito estamos en vacaciones todavia hasta marzo :D jaja
Nos salvamos, bueno yo creo que comienzo a estudiar por internet asi q no es tanto mi preocupacion D:
En fin, aca les traigo otro capitulo ¡GRACIAS! por los comentarios ya los lei y los ame
Espero les guste el capitulo y comenten, las adoroo chicas, bess!! :hi:
7
Las primeras clases. 1/3
Las primeras clases. 1/3
El Gran Comedor se llenó de conversaciones, de risas y del tintineo de los cuchillos y tenedores. Harry, Ron y Hermione, sin embargo, tenían ganas de que terminara para hablar con Hagrid. Sabían cuánto significaba para él ser profesor. Hagrid no era un mago totalmente cualificado; había sido expulsado de Hogwarts en tercer curso por un delito que no había cometido. Fueron Harry, Ron y Hermione quienes, durante el curso anterior; habían limpiado el nombre de Hagrid.
Finalmente, cuando los últimos bocados de tarta de calabaza desaparecieron de las bandejas doradas, Dumbledore anunció que era hora de que todos se fueran a dormir y ellos vieron llegado su momento.
— ¡Felicidades, Hagrid! —gritó Hermione muy alegre, cuando llegaron a la mesa de los profesores.
— Todo ha sido gracias a ustedes tres —dijo Hagrid mientras los miraba, secando su cara brillante en la servilleta—. No puedo creerlo... Un gran tipo, Dumbledore... Vino derecho a mi cabaña después de que el profesor Kettleburn dijera que ya no podía más. Es lo que siempre había querido.
Embargado de emoción, ocultó la cara en la servilleta y la profesora McGonagall les hizo irse.
Harry, Ron y Hermione se reunieron con los demás estudiantes de la casa Gryffindor que subían en tropel la escalera de mármol y, ya muy cansados, siguieron por más corredores y subieron más escaleras, hasta que llegaron a la entrada secreta de la torre de Gryffindor. Los interrogó un retrato grande de señora gorda, vestida de rosa, Ginny y Nina estaban allí paradas sin saber qué hacer.
— ¡Al fin llegan! –dijo Ginny.- ¿Alguno sabe la contraseña?
— No. –negaron.
— Esto es extraño ¿sí o sí debemos dar una contraseña? –pregunto Nina.
— Si pero si no tienes problemas de memoria la recordaras. –explico Hermione.
— ¡Soy buena recordando! –sonrió mientras se acercaban al cuadro.
— ¿Contraseña?
— Eh…
— ¡Déjenme pasar; déjenme pasar! —gritaba Percy desde detrás de la multitud—. ¡La última contraseña es «Fortuna Maior»!
— ¡Oh, no! —dijo con tristeza Neville Longbottom. Siempre tenía problemas para recordar las contraseñas.
— Bien Nina creo que duermes conmigo. –sonrió Ginny.
— ¡Genial!
— Eh… ¿tú eres la del Patronus? –pregunto un pelirrojo.
— La misma. Mucho gusto me llamo Nina Lupin.
— ¡Mira George es la hija del Profesor Lupin! –sonrió.- Soy Fred y él es George.
— ¿Weasley?
— ¡Si somos los gemelos Weasley! –dijeron al unísono.
— Bien, espero conocerlos y platicar. P-pero debo irme… -dijo entrecortadamente ya que Ginny la estaba jalando del brazo.- ¡Adiós chicos!
— ¡Adiós! –saludaron.
Después de que Ginny y Nina se fueran a dormir, el resto también los imito; Harry subió la escalera de caracol sin otro pensamiento que la alegría de estar otra vez en Hogwarts. Llegaron al conocido dormitorio de forma circular; con sus cinco camas con dosel, y Harry, mirando a su alrededor; sintió que por fin estaba en casa.
. . .
Cuando Harry, Ron y Hermione entraron en el Gran Comedor para desayunar al día siguiente, lo primero que vieron fue a Draco Malfoy, que entretenía a un grupo de gente de Slytherin con una historia muy divertida. Al pasar por su lado, Malfoy hizo una parodia de desmayo, coreado por una carcajada general.
— No le hagas caso —le dijo Hermione, que iba detrás de Harry—. Tú, ni el menor caso. No merece la pena...
— ¡Eh, Potter! —Gritó Pansy Parkinson, una chica de Slytherin que tenía la cara como un dogo—. ¡Potter! ¡Que vienen los dementores, Potter! ¡Uuuuuuuuuh!
Harry se dejó caer sobre un asiento de la mesa de Gryffindor; junto a George Weasley.
— ¡Hola! –saludaron Ginny y Nina llegando con los demás.
— Los nuevos horarios de cuarto —anunció George, pasándolos—. ¿Qué te ocurre, Harry?
— Malfoy —contestó Ron, sentándose al otro lado de George y echando una mirada desafiante a la mesa de Slytherin.
George alzó la vista y vio que en aquel momento Malfoy volvía a repetir su pantomima. Nina también había levantado la vista con el ceño fruncido, desde el primer momento en que lo vio no le había caído para nada bien.
— Ese imbécil —dijo sin alterarse— no estaba tan gallito ayer por la noche, cuando los dementores se acercaron a la parte del tren en que estábamos. Vino corriendo a nuestro compartimento, ¿verdad, Fred?
— Casi se moja encima —dijo Fred, mirando con desprecio a Malfoy.
— Yo tampoco estaba muy contento —reconoció George—. Son horribles esos dementores...
— Se le hiela a uno la sangre, ¿verdad? —dijo Fred.
— Pero no os desmayasteis, ¿a qué no? —dijo Harry en voz baja.
— No tendrías que hacerle caso Harry –intervino Nina.- Nadie es lo suficientemente frio como para no sentir aunque sea un poco de temor al verlos.
— ¡Pero tú no les temes! –exclamo.
— Créeme que la primera vez que los vi tuve mucho miedo, de hecho lo tuve ayer en el Expreso.
— P-pero…
— No le des más vueltas, Harry —dijo George—. Mi padre tuvo que ir una vez a Azkaban, ¿verdad, Ron?, y dijo que era el lugar más horrible en que había estado. Regresó débil y tembloroso... Los dementores absorben la alegría del lugar en que están. La mayoría de los presos se vuelven locos allí.
— De cualquier modo, veremos lo contento que se pone Malfoy después del primer partido de quidditch —dijo Fred—. Gryffindor contra Slytherin, primer partido de la temporada, ¿se acuerdan?
La única ocasión en que Harry y Malfoy se habían enfrentado en un partido de quidditch, Malfoy había llevado las de perder. Un poco más contento, Harry se sirvió salchichas y tomate frito. Él no quería hacerle caso a este pensamiento, pero el que Nina intentara animarle le agradaba. Aquella chica que apenas estaba conociendo le inspiraba confianza y tranquilidad.
— Bien, hoy comenzamos asignaturas nuevas —dijo alegremente.
— Hermione —dijo Ron frunciendo el entrecejo y mirando detrás de ella—, se han confundido con tu horario. Mira, te han apuntado para unas diez asignaturas al día. No hay tiempo suficiente.
— Ya me apañaré. Lo he concertado con la profesora McGonagall.
— Pero mira —dijo Ron riendo—, ¿ves la mañana de hoy? A las nueve Adivinación y Estudios Muggles y... —Ron se acercó más al horario, sin podérselo creer—, mira, Aritmancia, todo a las nueve. Sé que eres muy buena estudiante, Hermione, pero no hay nadie capaz de tanto. ¿Cómo vas a estar en tres clases a la vez?
— No seas tonto —dijo Hermione bruscamente—, por supuesto que no voy a estar en tres clases a la vez.
— Bueno, entonces...
— Pásame la mermelada —le pidió Hermione.
— Pero...
— ¿Y a ti qué te importa si mi horario está un poco apretado, Ron? —dijo Hermione—. Ya te he dicho que lo he arreglado todo con la profesora McGonagall.
— ¿Qué clases tomaste Ni? –pregunto Ginny.
— Eh… bueno, las mismas que los chicos. –se encogió de hombros.- no sabía que otras elegir mi papa solo me ha dado lo básico.
— ¿Sabes que nos darán en la primera clase? –Quiso saber Ron.
— Eh…
En ese momento entró Hagrid en el Gran Comedor. Llevaba puesto su abrigo largo de ratina y de una de sus enormes manos colgaba un turón muerto, que se balanceaba.
— ¿Va todo bien? —dijo con entusiasmo, deteniéndose camino de la mesa de los profesores—. ¡Están en mi primera clase! ¡Inmediatamente después del almuerzo! Me he levantado a las cinco para prepararlo todo. Espero que esté bien... Yo, profesor... francamente...
Les dirigió una amplia sonrisa y se fue hacia la mesa de los profesores, balanceando el turón.
— Me pregunto qué habrá preparado —dijo Ron con curiosidad.
— ¿Es amigo suyo? –quiso saber Nina.
— ¡Claro desde primer año! –sonrió.
El Gran Comedor se vaciaba a medida que la gente se marchaba a la primera clase.
Ron comprobó el horario.
— Lo mejor será que vayamos ya. Miren, el aula de Adivinación está en el último piso de la torre norte. Tardaremos unos diez minutos en llegar... –se apresuró a decir Hermione mientras se ponía de pie.
Terminaron aprisa el desayuno, se despidieron de Fred y de George, y volvieron a atravesar el Gran Comedor. Al pasar al lado de la mesa de Slytherin, Malfoy volvió a repetir la pantomima. Las estruendosas carcajadas acompañaron a Harry hasta el vestíbulo.
El trayecto hasta la torre norte era largo. Los dos años que llevaban en Hogwarts no habían bastado para conocer todo el castillo, y ni siquiera habían estado nunca en el interior de la torre norte.
— Tiene... que... haber... un atajo —dijo Ron jadeando, mientras ascendían la séptima larga escalera y salían a un rellano que veían por primera vez y donde lo único que había era un cuadro grande que representaba únicamente un campo de hierba.
— Me parece que es por aquí —dijo Hermione, echando un vistazo al corredor desierto que había a la derecha.
— Imposible —dijo Ron—. Eso es el sur. Mira: por la ventana puedes ver una parte del lago...
— ¿Y si nos perdimos?
— ¡Mira!
Harry observó el cuadro. Un grueso caballo tordo acababa de entrar en el campo y pacía despreocupadamente. Un momento después, haciendo un ruido metálico, entró en el cuadro un caballero rechoncho y bajito, vestido con armadura, persiguiendo al caballo. A juzgar por las manchas de hierba que había en sus rodilleras de hierro, acababa de caerse.
— ¡Pardiez! —gritó, viendo a Harry, Nina, Ron y Hermione—. ¿Quiénes son estos villanos que osan internarse en mis dominios? ¿Acaso os mofáis de mi caída? ¡Desenvainad, bellacos!
Se asombraron al ver que el pequeño caballero sacaba la espada de la vaina y la blandía con violencia, saltando furiosamente arriba y abajo. Pero la espada era demasiado larga para él. Un movimiento demasiado violento le hizo perder el equilibrio y cayó de bruces en la hierba.
— ¿Se encuentra usted bien? —le preguntó Harry, acercándose al cuadro.
— ¡Atrás, vil bellaco! ¡Atrás, malandrín!
El caballero volvió a empuñar la espada y la utilizó para incorporarse, pero la hoja se hundió profundamente en el suelo, y aunque tiró de ella con todas sus fuerzas, no pudo sacarla. Finalmente, se dejó caer en la hierba y se levantó la visera del casco para limpiarse la cara empapada en sudor.
— Disculpe —dijo Nina, aprovechando que el caballero estaba exhausto—, estamos buscando la torre norte. ¿Por casualidad conoce usted el camino?
— ¡Una empresa! —La ira del caballero desapareció al instante. Se puso de pie haciendo un ruido metálico y exclamó—: ¡Vamos, seguidme, queridos amigos, y hallaremos lo que buscamos o pereceremos en el empeño! —Volvió a tirar de la espada sin ningún resultado, intentó pero no pudo montar en el caballo, y exclamó—: ¡A pie, pues, bravos caballeros y gentiles señoras! ¡Vamos!
— ¿Me dijo señora? –le susurro Nina a Hermione.
Jadeando, Harry, Nina, Ron y Hermione ascendieron los escalones mareándose cada vez más, hasta que oyeron un murmullo de voces por encima de ellos y se dieron cuenta de que habían llegado al aula.
— ¡Adiós! —gritó el caballero asomando la cabeza por el cuadro de unos monjes de aspecto siniestro—. ¡Adiós, compañeros de armas! ¡Si en alguna ocasión necesitáis un corazón noble y un temple de acero, llamad a sir Cadogan!
— Sí, lo haremos —murmuró Ron cuando desapareció el caballero—, si alguna vez necesitamos a un chiflado.
Subieron los escalones que quedaban y salieron a un rellano diminuto en el que ya aguardaba la mayoría de la clase. No había ninguna puerta en el rellano; Ron golpeó a Harry con el codo y señaló al techo, donde había una trampilla circular con una placa de bronce.
— Sybill Trelawney, profesora de Adivinación —leyó Harry—. ¿Cómo vamos a subir ahí?
Como en respuesta a su pregunta, la trampilla se abrió de repente y una escalera plateada descendió hasta los pies de Harry. Todos se quedaron en silencio.
— Tú primero —dijo Ron con una sonrisa, y Harry subió por la escalera delante de los demás.
Fue a dar al aula de aspecto más extraño que había visto en su vida. No se parecía en nada a un aula; era algo a medio camino entre un ático y un viejo salón de té. Al menos veinte mesas circulares, redondas y pequeñas, se apretujaban dentro del aula, todas rodeadas de sillones tapizados con tela de colores y de cojines pequeños y redondos. Todo estaba iluminado con una luz tenue y roja. Había cortinas en todas las ventanas y las numerosas lámparas estaban tapadas con pañoletas rojas. Hacía un calor agobiante, y el fuego que ardía en la chimenea, bajo una repisa abarrotada de cosas, calentaba una tetera grande de cobre y emanaba una especie de perfume denso. Las estanterías de las paredes circulares estaban llenas de plumas polvorientas, cabos de vela, muchas barajas viejas, infinitas bolas de cristal y una gran cantidad de tazas de té.
Ron fue a su lado mientras la clase se iba congregando alrededor; entre murmullos.
— ¿Dónde está la profesora? —preguntó Ron.
De repente salió de las sombras una voz suave:
— Bienvenidos —dijo—. Es un placer veros por fin en el mundo físico.
La profesora Trelawney se acercó a la chimenea y vieron que era sumamente delgada. Sus grandes gafas aumentaban varias veces el tamaño de sus ojos y llevaba puesto un chal de gasa con lentejuelas. De su cuello largo y delgado colgaban innumerables collares de cuentas, y tenía las manos llenas de anillos y los brazos de pulseras.
— Siéntense, niños míos, siéntense —dijo, y todos se encaramaron torpemente a los sillones o se hundieron en los cojines. Harry, Nina, Ron y Hermione se sentaron a la misma mesa redonda—. Bienvenidos a la clase de Adivinación —dijo la profesora Trelawney, que se había sentado en un sillón de orejas, delante del fuego—. Soy la profesora Trelawney. Seguramente es la primera vez que me veis. Noto que descender muy a menudo al bullicio del colegio principal nubla mi ojo interior.
Nadie dijo nada ante esta extraordinaria declaración. Con movimientos delicados, la profesora Trelawney se puso bien el chal y continuó hablando:
— Así que han decidido estudiar Adivinación, la más difícil de todas las artes mágicas. Debo advertirles desde el principio de que si no poseen la Vista, no podré enseñarles prácticamente nada. Los libros tampoco les ayudarán mucho en este terreno... —Al oír estas palabras, Harry y Ron miraron con una sonrisa burlona a Hermione, que parecía asustada al oír que los libros no iban a ser de mucha utilidad en aquella asignatura—. Hay numerosos magos y brujas que, aun teniendo una gran habilidad en lo que se refiere a transformaciones, olores y desapariciones súbitas, son incapaces de penetrar en los velados misterios del futuro —continuó la profesora Trelawney, recorriendo las caras nerviosas con sus ojos enormes y brillantes—. Es un don reservado a unos pocos. Dime, muchacho —dijo de repente a Neville, que casi se cayó del cojín—, ¿se encuentra bien tu abuela?
— Creo que sí —dijo Neville tembloroso.
— Yo en tu lugar no estaría tan seguro, querido —dijo la profesora Trelawney. El fuego de la chimenea se reflejaba en sus largos pendientes de color esmeralda. Neville tragó saliva. La profesora Trelawney prosiguió plácidamente—. Durante este curso estudiaremos los métodos básicos de adivinación. Dedicaremos el primer trimestre a la lectura de las hojas de té. El segundo nos ocuparemos en quiromancia. A propósito, querida mía —le soltó pronto a Parvati Patil—, ten cuidado con cierto pelirrojo.
Parvati miró con un sobresalto a Ron, que estaba inmediatamente detrás de ella, y alejó de él su sillón.
— Durante el último trimestre —continuó la profesora Trelawney—, pasaremos a la bola de cristal si la interpretación de las llamas nos deja tiempo. Por desgracia, un desagradable brote de gripe interrumpirá las clases en febrero. Yo misma perderé la voz. Y en torno a Semana Santa, uno de ustedes nos abandonará para siempre. —Un silencio muy tenso siguió a este comentario, pero la profesora Trelawney no pareció notarlo—. Querida —añadió dirigiéndose a Lavender Brown, que era quien estaba más cerca de ella y que se hundió contra el respaldo del sillón—, ¿me podrías pasar la tetera grande de plata?
Lavender dio un suspiro de alivio, se levantó, cogió una enorme tetera de la estantería y la puso sobre la mesa, ante la profesora Trelawney.
— Gracias, querida. A propósito, eso que temes sucederá el viernes dieciséis de octubre. —Lavender tembló—. Ahora quiero que os pongáis por parejas. Tomen una taza de la estantería, vengan a mí y les la llenaré. Luego siéntense y beban hasta que sólo queden los posos. Remuevan entonces los posos agitando la taza tres veces con la mano izquierda y pongan luego la taza boca abajo en el plato. Esperen a que haya caído la última gota de té y pasen la taza a nuestro compañero, para que la lea. Interpretaran los dibujos dejados por los posos utilizando las páginas 5 y 6 de Disipar las nieblas del futuro. Yo pasaré a ayudarlos y a darles instrucciones. ¡Ah!, querido... —asió a Neville por el brazo cuando el muchacho iba a levantarse— cuando rompas la primera taza, ¿serás tan amable de coger una de las azules? Las de color rosa me gustan mucho.
Como es natural, en cuanto Neville hubo alcanzado la balda de las tazas, se oyó el tintineo de la porcelana rota. La profesora Trelawney se dirigió a él rápidamente con una escoba y un recogedor; y le dijo:
— Una de las azules, querido, si eres tan amable. Gracias...
Cuando Harry y Ron llenaron las tazas de té, volvieron a su mesa y se tomaron rápidamente la ardiente infusión. Removieron los posos como les había indicado la profesora Trelawney, y después secaron las tazas y las intercambiaron.
— Bien —dijo Ron, después de abrir los libros por las páginas cinco y seis—. ¿Qué ves en la mía?
— Una masa marrón y empapada —respondió Harry. El humo fuertemente perfumado de la habitación lo adormecía y atontaba.
— ¡Ensanchen la mente, queridos, y que sus ojos vean más allá de lo terrenal! —exclamó la profesora Trelawney sumida en la penumbra.
Harry intentó recobrarse:
— Esto es inútil. –bufo Nina.- solo veo una mancha de te ¿eso es válido?
— Yo tampoco logro ver algo. –exclamo Hermione, quien tenía la tasa de Nina en sus manos.- ¿Y tú Harry?
— Bueno, hay una especie de cruz torcida... —dijo consultando Disipar las nieblas del futuro. Eso significa que vas a pasar penalidades y sufrimientos... Lo siento... Pero hay algo que podría ser el sol. Espera, eso significa mucha felicidad... Así que vas a sufrir; pero vas a ser muy feliz...
— Si te interesa mi opinión, tendrían que revisarte el ojo interior —dijo Ron, y tuvieron que contener la risa cuando la profesora Trelawney los miró.
— Ahora me toca a mí... —Ron miró con detenimiento la taza de Harry, arrugando la frente a causa del esfuerzo. Hay una mancha en forma de sombrero hongo —dijo—. A lo mejor vas a trabajar para el Ministerio de Magia... —Volvió la taza—. Pero por este lado parece más bien como una bellota... ¿Qué es eso? —Cotejó su ejemplar de Disipar las nieblas del futuro—. Oro inesperado, como caído del cielo. Estupendo, me podrás prestar. Por este lado… creo que tiene forma de un corazón… -rio, pero Harry había levantado la vista cruzándose sin quererlo con la de Nina.- ¡Vaya Harry parece que el amor va a llegar a ti este año! Uh… pero aquí dice que quizás tengas problemas, que mal. Y aquí hay algo mas —volvió a girar la taza— que parece un animal. Sí, si esto es su cabeza... parece un hipo..., no, una oveja...
La profesora Trelawney dio media vuelta al oír la carcajada de Harry.
— ¿Puedo ver su tasa jovencita Lupin?
— Eh… -Nina trago saliva y se la entrego.
— ¡Oh! Interesante. –barbullo.- nuevos obstáculos en su vida si eso es… usted se unirá a un asesino casi a la mitad del año…
— ¿Qué? –grito espantada ante la mirada de los demás.
— Hum ¿romance? Si yo creo que será difícil, -miro a Nina y a ella le había parecido que Trelawney desviaba su vista hacia Harry por unos momentos.- Pero para nada imposible.
— Yo…
— Déjame ver eso, querido —le dijo a Ron, en tono recriminatorio, y le quitó la taza de Harry, Nina se sentía aliviada de que la profesora dejara su tasa de lado pero sintió tanta pena por Harry al ver que todos se quedaron en silencio, expectantes.
La profesora Trelawney miraba fijamente la taza de té, girándola en sentido contrario a las agujas del reloj.
— El halcón... querido, tienes un enemigo mortal.
— Eso lo sabe todo el mundo —dijo Hermione en un susurro alto. La profesora Trelawney la miró fijamente—. Todo el mundo sabe lo de Harry y Quien Usted Sabe.
— La porra... un ataque. Vaya, vaya... no es una taza muy alegre... –continuo.
— Creí que era un sombrero hongo —reconoció Ron con vergüenza.
— La calavera... peligro en tu camino...
Toda la clase escuchaba con atención, sin moverse. La profesora Trelawney dio una última vuelta a la taza, se quedó boquiabierta y gritó. Oyeron romperse otra taza; Neville había vuelto a hacer añicos la suya. La profesora Trelawney se dejó caer en un sillón vacío, con la mano en el corazón y los ojos cerrados.
— Mi querido chico... mi pobre niño... no... es mejor no decir... no... no me preguntes...
— ¿Qué es, profesora? —dijo inmediatamente Dean Thomas. Todos se habían puesto de pie y rodearon la mesa de Ron, acercándose mucho al sillón de la profesora
Trelawney para poder ver la taza de Harry.
— Querido mío —abrió completamente sus grandes ojos—, tienes el Grim.
— ¿El qué? —preguntó Harry.
Estaba claro que había otros que tampoco comprendían; Dean Thomas lo miró encogiéndose de hombros, y Lavender Brown estaba anonadada, pero casi todos se llevaron la mano a la boca, horrorizados.
— ¡El Grim, querido, el Grim! —exclamó la profesora Trelawney, que parecía extrañada de que Harry no hubiera comprendido—. ¡El perro gigante y espectral que ronda por los cementerios! Mi querido chico, se trata de un augurio, el peor de los augurios... el augurio de la muerte.
Fin del Capitulo. :study:
TheGirlImpossible
Re: Harry Potter y El Prisionero de Azkaban [Adaptacion] Harry&Tu
hola!!!!
estuvo jenial el cap!!
me ah fasinado!
me unire a un asesino ??
porfavor siguela pronto
besitos!!
estuvo jenial el cap!!
me ah fasinado!
me unire a un asesino ??
porfavor siguela pronto
besitos!!
~Susie ∞Wallflower∞
Re: Harry Potter y El Prisionero de Azkaban [Adaptacion] Harry&Tu
conque me unire a un asesino :roll: aha si como no
estoy a favor del romance :D
genial
siguelaaaa
Gaby :love:
estoy a favor del romance :D
genial
siguelaaaa
Gaby :love:
Gaby Grint&Malfoy
Re: Harry Potter y El Prisionero de Azkaban [Adaptacion] Harry&Tu
Maaaaaaaaaaay!
Me sientooo TEERRIBLEEE por no haber comentaado, peroo yaa estooy aacaaa, yy noo me molestaaa, comoo bieen saabes, AMOO quee subaas más novelaaas, puuf! De verdaad, erees lo maáaasss !!! HAhahaha, hee amaado TODOOOOOOOS los caaapitullos, && laa paartee de laas prediccioneees de aamor dee Ninaaa, hahahha, puff! mee maatoo XD En fin, esperoo que laa ouedaas seguir proonto, y no te preoocupees, traaatare de de pasareme muuchisimo maaás seguidooo !!! (:
Me sientooo TEERRIBLEEE por no haber comentaado, peroo yaa estooy aacaaa, yy noo me molestaaa, comoo bieen saabes, AMOO quee subaas más novelaaas, puuf! De verdaad, erees lo maáaasss !!! HAhahaha, hee amaado TODOOOOOOOS los caaapitullos, && laa paartee de laas prediccioneees de aamor dee Ninaaa, hahahha, puff! mee maatoo XD En fin, esperoo que laa ouedaas seguir proonto, y no te preoocupees, traaatare de de pasareme muuchisimo maaás seguidooo !!! (:
SaarahMaalikStyles{#}
Re: Harry Potter y El Prisionero de Azkaban [Adaptacion] Harry&Tu
wiii me encantaron los capitulos :) perdon por no haber comentado es que estoy de viaje y pocas veces me puedo meter en el computador :/ pero bueno ...
me encanto siguelaaa! ;)
besos :*
me encanto siguelaaa! ;)
besos :*
fefi weasley
Re: Harry Potter y El Prisionero de Azkaban [Adaptacion] Harry&Tu
susie kamiya escribió:hola!!!!
estuvo jenial el cap!!
me ah fasinado!
me unire a un asesino ??
porfavor siguela pronto
besitos!!
¡Hola! :D muchisiimas gracias x comentar como siempre!!
Sos lo mas! :lol!: jaja lo del unirte a un asesino... :¬w¬: bueno, ya veremos! :P jaja
Bess!!
TheGirlImpossible
Re: Harry Potter y El Prisionero de Azkaban [Adaptacion] Harry&Tu
Gaby Grint&Malfoy escribió:conque me unire a un asesino :roll: aha si como no
estoy a favor del romance :D
genial
siguelaaaa
Gaby :love:
Jajaja sii romance con nuestro Harry! :arre:
Y lo del asesino ya lo sabran :¬w¬:
Gracias x comentar siempre Gaby!!
Bess!!
TheGirlImpossible
Re: Harry Potter y El Prisionero de Azkaban [Adaptacion] Harry&Tu
SarahPayneTomlinson] escribió:Maaaaaaaaaaay!
Me sientooo TEERRIBLEEE por no haber comentaado, peroo yaa estooy aacaaa, yy noo me molestaaa, comoo bieen saabes, AMOO quee subaas más novelaaas, puuf! De verdaad, erees lo maáaasss !!! HAhahaha, hee amaado TODOOOOOOOS los caaapitullos, && laa paartee de laas prediccioneees de aamor dee Ninaaa, hahahha, puff! mee maatoo XD En fin, esperoo que laa ouedaas seguir proonto, y no te preoocupees, traaatare de de pasareme muuchisimo maaás seguidooo !!! (:
¡Hey Sarah! :D awww como estas? *-* no te sientas maal u.u lo importante es q ya estas aca! :D
Muchisiimas gracias por haber comentado!!
Tequieroou!:') :hug: Bess!!
TheGirlImpossible
Re: Harry Potter y El Prisionero de Azkaban [Adaptacion] Harry&Tu
fefi weasley escribió:wiii me encantaron los capitulos :) perdon por no haber comentado es que estoy de viaje y pocas veces me puedo meter en el computador :/ pero bueno ...
me encanto siguelaaa! ;)
besos :*
awww no te preocupes Fefi!! :D
Te agradesco mucho que hayas comentado, y saben q pueden comentar cuando puedan!
Bess!! :D
TheGirlImpossible
Harry Potter y El Prisionero de Azkaban [Adaptacion] Harry&Tu
Awww chicas, muchas gracias a todas!! :')
Las super super adoro!! Espero disfruten el capitulo, Bess!! :hi:
— ¡El Grim, querido, el Grim! —exclamó la profesora Trelawney, que parecía extrañada de que Harry no hubiera comprendido—. ¡El perro gigante y espectral que ronda por los cementerios! Mi querido chico, se trata de un augurio, el peor de los augurios... el augurio de la muerte.
El estómago le dio un vuelco a Harry. Aquel perro de la cubierta del libro Augurios de muerte, en Flourish y Blotts, el perro entre las sombras de la calle Magnolia... Ahora también Lavender Brown se llevó las manos a la boca. Todos miraron a Harry; todos excepto Hermione, que se había levantado y se había acercado al respaldo del sillón de la profesora Trelawney.
— No creo que se parezca a un Grim —dijo Hermione rotundamente.
La profesora Trelawney examinó a Hermione con creciente desagrado.
— Perdona que te lo diga, querida, pero percibo muy poca aura a tu alrededor. Muy poca receptividad a las resonancias del futuro.
Seamus Finnigan movía la cabeza de un lado a otro.
— Parece un Grim si miras así —decía con los ojos casi cerrados—, pero así parece un burro —añadió inclinándose a la izquierda.
— ¡Cuando hayan terminado de decidir si voy a morir o no...! —dijo Harry, sorprendiéndose incluso a sí mismo. Nadie quería mirarlo a excepción de Nina.
— Creo que hemos concluido por hoy —dijo la profesora Trelawney con su voz más leve—. Sí... por favor; recojan sus cosas...
Silenciosamente, los alumnos entregaron las tazas de té a la profesora Trelawney, recogieron los libros y cerraron las mochilas. Incluso Ron evitó los ojos de Harry.
— Hasta que nos veamos de nuevo —dijo débilmente la profesora Trelawney—, que la buena suerte les acompañe. Ah, querido... —señaló a Neville—, llegarás tarde a la próxima clase, así que tendrás que trabajar un poco más para recuperar el tiempo perdido.
Harry, Nina, Ron y Hermione bajaron en silencio la escalera de mano del aula y luego la escalera de caracol, y luego se dirigieron a la clase de Transformaciones de la profesora
McGonagall. Tardaron tanto en encontrar el aula que, aunque habían salido de la clase de Adivinación antes de la hora, llegaron con el tiempo justo.
— Harry eh… ¿puedo sentarme? –pregunto temerosa.
— S-sí. –susurro sin mirarle, aun no sabía porque no podía mirarle a los ojos, y eso le hacía sentirse apenado.
— Gracias. Ron y Hermione se sentaron por haya y vi que estabas solo oye yo… yo no creo en lo que dijo Trelawney –comento.- ¡Yo cómplice de un asesino!
— Es cierto eso es tonto. –sonrió.
— No creo que vayas a morir Harry, de hecho creo que solo lo hacía por exagerar.
Harry y Nina siguieron platicando mientras estaban sentados al final del aula, Harry de vez en cuando se incomodaba, sintiéndose el centro de atención: el resto de la clase no dejaba de dirigirle miradas furtivas, como si estuviera a punto de caerse muerto. Apenas oía lo que la profesora McGonagall les decía sobre los animagos (brujos que pueden transformarse a voluntad en animales), y no prestaba la menor atención cuando ella se transformó ante los ojos de todos en una gata atigrada con marcas de gafas alrededor de los ojos.
— ¿Qué les pasa hoy? —preguntó la profesora McGonagall, recuperando la normalidad con un pequeño estallido y mirándolos—. No es que tenga importancia, pero es la primera vez que mi transformación no consigue arrancar un aplauso de la clase.
Todos se volvieron hacia Harry, pero nadie dijo nada. Hermione levantó la mano.
— Por favor; profesora. Acabamos de salir de nuestra primera clase de Adivinación y... hemos estado leyendo las hojas de té y...
— ¡Ah, claro! —exclamó la profesora McGonagall, frunciendo el entrecejo de repente—. No tiene que decir nada más, señorita Granger. Díganme, ¿quién de ustedes morirá este año?
Todos la miraron fijamente.
— Yo —respondió por fin Harry
— Ya veo —dijo la profesora McGonagall, clavando en Harry sus ojos brillantes y redondos como canicas—. Pues tendrías que saber, Potter, que Sybill Trelawney, desde que llegó a este colegio, predice la muerte de un alumno cada año. Ninguno ha muerto todavía. Ver augurios de muerte es su forma favorita de dar la bienvenida a una nueva promoción de alumnos. Si no fuera porque nunca hablo mal de mis colegas... —La profesora McGonagall se detuvo en mitad de la frase y los alumnos vieron que su nariz se había puesto blanca. Prosiguió con más calma—: La adivinación es una de las ramas más imprecisas de la magia. No les ocultaré que la adivinación me hace perder la paciencia. Los verdaderos videntes son muy escasos, y la profesora Trelawney... -Volvió a detenerse y añadió en tono práctico—: Me parece que tienes una salud estupenda, Potter; así que me disculparás que no te perdone hoy los deberes de mañana. Te aseguro que si te mueres no necesitarás entregarlos.
Harry se sintió un poco mejor. Lejos del aula tenuemente iluminada por una luz roja y del perfume agobiante, era más difícil aterrorizarse por unas cuantas hojas de té.
Cuando terminó la clase de Transformaciones, se unieron a la multitud que se dirigía bulliciosamente al Gran Comedor; para el almuerzo.
Luego, a los cuatro amigos les había encantado salir del castillo después del almuerzo. La lluvia del día anterior había terminado; el cielo era de un gris pálido, y la hierba estaba mullida y húmeda bajo sus pies cuando se pusieron en camino hacia su primera clase de Cuidado de Criaturas
Mágicas. Ron y Hermione no se dirigían la palabra. Harry caminaba a su lado, en silencio, mientras descendían por el césped hacia la cabaña de Hagrid, en el límite del bosque prohibido. Sólo cuando vio delante tres espaldas que le resultaban muy familiares, se dio cuenta de que debían de compartir aquellas clases con los de Slytherin. Malfoy decía algo animadamente a Crabbe y Goyle, que se reían a carcajadas. Harry creía saber de qué hablaban.
Hagrid aguardaba a sus alumnos en la puerta de la cabaña. Estaba impaciente por empezar; cubierto con su abrigo de ratina, y con Fang, el perro jabalinero, a sus pies.
— ¡Vamos, dense prisa! —gritó a medida que se aproximaban sus alumnos—. ¡Hoy tengo algo especial para ustedes! ¡Una gran lección! ¿Ya está todo el mundo? ¡Bien, síganme!
Durante un desagradable instante, Harry temió que Hagrid los condujera al bosque; Harry había vivido en aquel lugar experiencias tan desagradables que nunca podría olvidarlas. Sin embargo, Hagrid anduvo por el límite de los árboles y cinco minutos después se hallaron ante un prado donde no había nada.
— ¡Acérquense todos a la cerca! —gritó—. Asegúrense de que tienen buena visión. Lo primero que tienen que hacer es abrir los libros...
— ¿De qué modo? —dijo la voz fría y arrastrada de Draco Malfoy.
— ¿Qué? —dijo Hagrid.
— ¿De qué modo abrimos los libros? —repitió Malfoy. Sacó su ejemplar de El monstruoso libro de los monstruos, que había atado con una cuerda. Otros lo imitaron.
Unos, como Harry, habían atado el libro con un cinturón; otros lo habían metido muy apretado en la mochila o lo habían sujetado con pinzas.
— ¿Nadie ha sido capaz de abrir el libro? —preguntó Hagrid decepcionado.
— Yo sí. –sonrió Nina, satisfecha con ella misma mientras Hagrid le sonreía.
A excepción de Nina, el resto de la clase negó con la cabeza.
— Tienen que acariciarlo —dijo Hagrid, como si fuera lo más obvio del mundo—. Miren...
Cogió el ejemplar de Hermione y desprendió el celo mágico que lo sujetaba. El libro intentó morderle, pero Hagrid le pasó por el lomo su enorme dedo índice, y el libro se estremeció, se abrió y quedó tranquilo en su mano.
— ¡Qué tontos hemos sido todos! —dijo Malfoy despectivamente—. ¡Teníamos que acariciarlo! ¿Cómo no se nos ocurrió?
— Yo... yo pensé que les haría gracia —le dijo Hagrid a Hermione, dubitativo.
— ¡Ah, qué gracia nos hace...! —dijo Malfoy—. ¡Realmente ingenioso, hacernos comprar libros que quieren comernos las manos!
— Cierra la boca, Malfoy —le dijo Harry en voz baja. Hagrid se había quedado algo triste y Harry quería que su primera clase fuera un éxito.
— Pues yo creo que fue entretenido intentar saber cómo se abría el libro. –salto Nina en defensa de Hgrid.- Al menos, logre resolverlo.
— Bien Nina, digo… señorita Lupin, pues —dijo Hagrid, que parecía haber perdido el hilo—. Así que... ya tienen los libros y... y... ahora les hacen falta las criaturas mágicas. Sí, así que iré por ellas. Esperen un momento...
Se alejó de ellos, penetró en el bosque y se perdió de vista.
— Dios mío, este lugar está en decadencia —dijo Malfoy en voz alta—. Estas clases idiotas... A mi padre le dará un patatús cuando se lo cuente.
— Cierra la boca, Malfoy —repitió Harry.
— Cuidado, Potter; hay un dementor detrás de ti.
— ¡Uuuuuh! —gritó Lavender Brown, señalando hacia la otra parte del prado.
Trotando en dirección a ellos se acercaba una docena de criaturas, las más extrañas que Harry había visto en su vida. Tenían el cuerpo, las patas traseras y la cola de caballo, pero las patas delanteras, las alas y la cabeza de águila gigante. El pico era del color del acero y los ojos de un naranja brillante. Las garras de las patas delanteras eran de quince centímetros cada una y parecían armas mortales. Cada bestia llevaba un collar de cuero grueso alrededor del cuello, atado a una larga cadena. Hagrid sostenía en sus grandes manos el extremo de todas las cadenas. Se acercaba corriendo por el prado, detrás de las criaturas.
— ¡Vayan para allá! —les gritaba, sacudiendo las cadenas y forzando a las bestias a ir hacia la cerca, donde estaban los alumnos.
Todos se echaron un poco hacia atrás cuando Hagrid llegó donde estaban ellos y ató los animales a la cerca.
— ¡Hipogrifos! —gritó Hagrid alegremente, haciendo a sus alumnos una señal con la mano—. ¿A que son hermosos?
— ¡Hagrid son preciosos! –Exclamo Nina.
— Gracias Nina y los demás vengan, —dijo Hagrid frotándose las manos y sonriéndoles—, si quieren acérquense un poco...
Nadie parecía querer acercarse. Harry, Ron y Hermione, sin embargo, se aproximaron con cautela a la cerca. Nina por su parte, había cruzado al otro lado de la cerca muy maravillada con lo que veían sus ojos.
— Lo primero que tienen que saber de los hipogrifos es que son orgullosos —dijo
Hagrid—. Se molestan con mucha facilidad. Nunca ofendan a ninguno, porque podría ser lo último que hicieran.
Malfoy, Crabbe y Goyle no escuchaban; hablaban en voz baja y Harry tuvo la desagradable sensación de que estaban tramando la mejor manera de incordiar.
— Tienen que esperar siempre a que el hipogrifo haga el primer movimiento —continuó Hagrid—. Es educado, ¿se dan cuenta? Van hacia él, se inclinan y esperan. Si él responde con una inclinación, querrá decir que les permite tocarlo. Si no hace la inclinación, entonces es mejor que se alejen de él enseguida, porque puede hacer mucho daño con sus garras. Bien, ¿quién quiere ser el primero?
Como respuesta, la mayoría de la clase se alejó aún más. Incluso Harry, Ron y Hermione recelaban. Los hipogrifos sacudían sus feroces cabezas y desplegaban sus poderosas alas; parecía que no les gustaba estar atados. Nina aún seguía frente a Hagrid al parecer la clase de él le estaba gustando mucho, aun así, no presentaba signos de querer volar uno.
— ¿Nadie? —preguntó Hagrid con voz suplicante.
— Yo lo aria con mucho gusto –comento Nina a Hermione.- Pero creo que Hagrid espera que lo haga alguno de ustedes tres, como son sus amigos.
— Yo lo are. —se ofreció Harry al escucharla.
Detrás de él se oyó un jadeo, y Lavender y Parvati susurraron:
— ¡No, Harry, acuérdate de las hojas de té!
Harry no hizo caso y saltó la cerca para ganarse junto a Nina.
— ¡Buen chico, Harry! —gritó Hagrid—. Veamos cómo te llevas con Buckbeak.
Soltó la cadena, separó al hipogrifo gris de sus compañeros y le desprendió el collar de cuero. Los alumnos, al otro lado de la cerca, contenían la respiración. Malfoy entornaba los ojos con malicia.
— Tranquilo ahora, Harry —dijo Hagrid en voz baja—. Primero mírale a los ojos. Procura no parpadear. Los hipogrifos no confían en ti si parpadeas demasiado...
A Harry empezaron a irritársele los ojos, pero no los cerró. Buckbeak había vuelto la cabeza grande y afilada, y miraba a Harry fijamente con un ojo terrible de color naranja.
— Eso es —dijo Hagrid—. Eso es, Harry. Ahora inclina la cabeza...
A Harry no le hacía gracia presentarle la nuca a Buckbeak, pero hizo lo que Hagrid le decía. Se inclinó brevemente y levantó la mirada. El hipogrifo seguía mirándolo fijamente y con altivez. No se movió.
— Ah —dijo Hagrid, preocupado—. Bien, vete hacia atrás, tranquilo, despacio...
Pero entonces, ante la sorpresa de Harry, el hipogrifo dobló las arrugadas rodillas delanteras y se inclinó profundamente.
— ¡Bien hecho, Harry! —dijo Hagrid, eufórico—. ¡Bien, puedes tocarlo! Dale unas palmadas en el pico, vamos.
Pensando que habría preferido como premio poder irse, Harry se acercó al hipogrifo lentamente y alargó el brazo. Le dio unas palmadas en el pico y el hipogrifo cerró los ojos para dar a entender que le gustaba. La clase rompió en aplausos. Todos excepto Malfoy, Crabbe y Goyle, que parecían muy decepcionados.
— Bien, Harry —dijo Hagrid—. ¡Creo que el hipogrifo dejaría que lo montaras!
Aquello era más de lo que Harry había esperado. Estaba acostumbrado a la escoba; pero no estaba seguro de que un hipogrifo se le pareciera.
Continuara... :study:
Las super super adoro!! Espero disfruten el capitulo, Bess!! :hi:
8
Las primeras clases. 2/3
Las primeras clases. 2/3
— ¡El Grim, querido, el Grim! —exclamó la profesora Trelawney, que parecía extrañada de que Harry no hubiera comprendido—. ¡El perro gigante y espectral que ronda por los cementerios! Mi querido chico, se trata de un augurio, el peor de los augurios... el augurio de la muerte.
El estómago le dio un vuelco a Harry. Aquel perro de la cubierta del libro Augurios de muerte, en Flourish y Blotts, el perro entre las sombras de la calle Magnolia... Ahora también Lavender Brown se llevó las manos a la boca. Todos miraron a Harry; todos excepto Hermione, que se había levantado y se había acercado al respaldo del sillón de la profesora Trelawney.
— No creo que se parezca a un Grim —dijo Hermione rotundamente.
La profesora Trelawney examinó a Hermione con creciente desagrado.
— Perdona que te lo diga, querida, pero percibo muy poca aura a tu alrededor. Muy poca receptividad a las resonancias del futuro.
Seamus Finnigan movía la cabeza de un lado a otro.
— Parece un Grim si miras así —decía con los ojos casi cerrados—, pero así parece un burro —añadió inclinándose a la izquierda.
— ¡Cuando hayan terminado de decidir si voy a morir o no...! —dijo Harry, sorprendiéndose incluso a sí mismo. Nadie quería mirarlo a excepción de Nina.
— Creo que hemos concluido por hoy —dijo la profesora Trelawney con su voz más leve—. Sí... por favor; recojan sus cosas...
Silenciosamente, los alumnos entregaron las tazas de té a la profesora Trelawney, recogieron los libros y cerraron las mochilas. Incluso Ron evitó los ojos de Harry.
— Hasta que nos veamos de nuevo —dijo débilmente la profesora Trelawney—, que la buena suerte les acompañe. Ah, querido... —señaló a Neville—, llegarás tarde a la próxima clase, así que tendrás que trabajar un poco más para recuperar el tiempo perdido.
Harry, Nina, Ron y Hermione bajaron en silencio la escalera de mano del aula y luego la escalera de caracol, y luego se dirigieron a la clase de Transformaciones de la profesora
McGonagall. Tardaron tanto en encontrar el aula que, aunque habían salido de la clase de Adivinación antes de la hora, llegaron con el tiempo justo.
— Harry eh… ¿puedo sentarme? –pregunto temerosa.
— S-sí. –susurro sin mirarle, aun no sabía porque no podía mirarle a los ojos, y eso le hacía sentirse apenado.
— Gracias. Ron y Hermione se sentaron por haya y vi que estabas solo oye yo… yo no creo en lo que dijo Trelawney –comento.- ¡Yo cómplice de un asesino!
— Es cierto eso es tonto. –sonrió.
— No creo que vayas a morir Harry, de hecho creo que solo lo hacía por exagerar.
Harry y Nina siguieron platicando mientras estaban sentados al final del aula, Harry de vez en cuando se incomodaba, sintiéndose el centro de atención: el resto de la clase no dejaba de dirigirle miradas furtivas, como si estuviera a punto de caerse muerto. Apenas oía lo que la profesora McGonagall les decía sobre los animagos (brujos que pueden transformarse a voluntad en animales), y no prestaba la menor atención cuando ella se transformó ante los ojos de todos en una gata atigrada con marcas de gafas alrededor de los ojos.
— ¿Qué les pasa hoy? —preguntó la profesora McGonagall, recuperando la normalidad con un pequeño estallido y mirándolos—. No es que tenga importancia, pero es la primera vez que mi transformación no consigue arrancar un aplauso de la clase.
Todos se volvieron hacia Harry, pero nadie dijo nada. Hermione levantó la mano.
— Por favor; profesora. Acabamos de salir de nuestra primera clase de Adivinación y... hemos estado leyendo las hojas de té y...
— ¡Ah, claro! —exclamó la profesora McGonagall, frunciendo el entrecejo de repente—. No tiene que decir nada más, señorita Granger. Díganme, ¿quién de ustedes morirá este año?
Todos la miraron fijamente.
— Yo —respondió por fin Harry
— Ya veo —dijo la profesora McGonagall, clavando en Harry sus ojos brillantes y redondos como canicas—. Pues tendrías que saber, Potter, que Sybill Trelawney, desde que llegó a este colegio, predice la muerte de un alumno cada año. Ninguno ha muerto todavía. Ver augurios de muerte es su forma favorita de dar la bienvenida a una nueva promoción de alumnos. Si no fuera porque nunca hablo mal de mis colegas... —La profesora McGonagall se detuvo en mitad de la frase y los alumnos vieron que su nariz se había puesto blanca. Prosiguió con más calma—: La adivinación es una de las ramas más imprecisas de la magia. No les ocultaré que la adivinación me hace perder la paciencia. Los verdaderos videntes son muy escasos, y la profesora Trelawney... -Volvió a detenerse y añadió en tono práctico—: Me parece que tienes una salud estupenda, Potter; así que me disculparás que no te perdone hoy los deberes de mañana. Te aseguro que si te mueres no necesitarás entregarlos.
Harry se sintió un poco mejor. Lejos del aula tenuemente iluminada por una luz roja y del perfume agobiante, era más difícil aterrorizarse por unas cuantas hojas de té.
Cuando terminó la clase de Transformaciones, se unieron a la multitud que se dirigía bulliciosamente al Gran Comedor; para el almuerzo.
Luego, a los cuatro amigos les había encantado salir del castillo después del almuerzo. La lluvia del día anterior había terminado; el cielo era de un gris pálido, y la hierba estaba mullida y húmeda bajo sus pies cuando se pusieron en camino hacia su primera clase de Cuidado de Criaturas
Mágicas. Ron y Hermione no se dirigían la palabra. Harry caminaba a su lado, en silencio, mientras descendían por el césped hacia la cabaña de Hagrid, en el límite del bosque prohibido. Sólo cuando vio delante tres espaldas que le resultaban muy familiares, se dio cuenta de que debían de compartir aquellas clases con los de Slytherin. Malfoy decía algo animadamente a Crabbe y Goyle, que se reían a carcajadas. Harry creía saber de qué hablaban.
Hagrid aguardaba a sus alumnos en la puerta de la cabaña. Estaba impaciente por empezar; cubierto con su abrigo de ratina, y con Fang, el perro jabalinero, a sus pies.
— ¡Vamos, dense prisa! —gritó a medida que se aproximaban sus alumnos—. ¡Hoy tengo algo especial para ustedes! ¡Una gran lección! ¿Ya está todo el mundo? ¡Bien, síganme!
Durante un desagradable instante, Harry temió que Hagrid los condujera al bosque; Harry había vivido en aquel lugar experiencias tan desagradables que nunca podría olvidarlas. Sin embargo, Hagrid anduvo por el límite de los árboles y cinco minutos después se hallaron ante un prado donde no había nada.
— ¡Acérquense todos a la cerca! —gritó—. Asegúrense de que tienen buena visión. Lo primero que tienen que hacer es abrir los libros...
— ¿De qué modo? —dijo la voz fría y arrastrada de Draco Malfoy.
— ¿Qué? —dijo Hagrid.
— ¿De qué modo abrimos los libros? —repitió Malfoy. Sacó su ejemplar de El monstruoso libro de los monstruos, que había atado con una cuerda. Otros lo imitaron.
Unos, como Harry, habían atado el libro con un cinturón; otros lo habían metido muy apretado en la mochila o lo habían sujetado con pinzas.
— ¿Nadie ha sido capaz de abrir el libro? —preguntó Hagrid decepcionado.
— Yo sí. –sonrió Nina, satisfecha con ella misma mientras Hagrid le sonreía.
A excepción de Nina, el resto de la clase negó con la cabeza.
— Tienen que acariciarlo —dijo Hagrid, como si fuera lo más obvio del mundo—. Miren...
Cogió el ejemplar de Hermione y desprendió el celo mágico que lo sujetaba. El libro intentó morderle, pero Hagrid le pasó por el lomo su enorme dedo índice, y el libro se estremeció, se abrió y quedó tranquilo en su mano.
— ¡Qué tontos hemos sido todos! —dijo Malfoy despectivamente—. ¡Teníamos que acariciarlo! ¿Cómo no se nos ocurrió?
— Yo... yo pensé que les haría gracia —le dijo Hagrid a Hermione, dubitativo.
— ¡Ah, qué gracia nos hace...! —dijo Malfoy—. ¡Realmente ingenioso, hacernos comprar libros que quieren comernos las manos!
— Cierra la boca, Malfoy —le dijo Harry en voz baja. Hagrid se había quedado algo triste y Harry quería que su primera clase fuera un éxito.
— Pues yo creo que fue entretenido intentar saber cómo se abría el libro. –salto Nina en defensa de Hgrid.- Al menos, logre resolverlo.
— Bien Nina, digo… señorita Lupin, pues —dijo Hagrid, que parecía haber perdido el hilo—. Así que... ya tienen los libros y... y... ahora les hacen falta las criaturas mágicas. Sí, así que iré por ellas. Esperen un momento...
Se alejó de ellos, penetró en el bosque y se perdió de vista.
— Dios mío, este lugar está en decadencia —dijo Malfoy en voz alta—. Estas clases idiotas... A mi padre le dará un patatús cuando se lo cuente.
— Cierra la boca, Malfoy —repitió Harry.
— Cuidado, Potter; hay un dementor detrás de ti.
— ¡Uuuuuh! —gritó Lavender Brown, señalando hacia la otra parte del prado.
Trotando en dirección a ellos se acercaba una docena de criaturas, las más extrañas que Harry había visto en su vida. Tenían el cuerpo, las patas traseras y la cola de caballo, pero las patas delanteras, las alas y la cabeza de águila gigante. El pico era del color del acero y los ojos de un naranja brillante. Las garras de las patas delanteras eran de quince centímetros cada una y parecían armas mortales. Cada bestia llevaba un collar de cuero grueso alrededor del cuello, atado a una larga cadena. Hagrid sostenía en sus grandes manos el extremo de todas las cadenas. Se acercaba corriendo por el prado, detrás de las criaturas.
— ¡Vayan para allá! —les gritaba, sacudiendo las cadenas y forzando a las bestias a ir hacia la cerca, donde estaban los alumnos.
Todos se echaron un poco hacia atrás cuando Hagrid llegó donde estaban ellos y ató los animales a la cerca.
— ¡Hipogrifos! —gritó Hagrid alegremente, haciendo a sus alumnos una señal con la mano—. ¿A que son hermosos?
— ¡Hagrid son preciosos! –Exclamo Nina.
— Gracias Nina y los demás vengan, —dijo Hagrid frotándose las manos y sonriéndoles—, si quieren acérquense un poco...
Nadie parecía querer acercarse. Harry, Ron y Hermione, sin embargo, se aproximaron con cautela a la cerca. Nina por su parte, había cruzado al otro lado de la cerca muy maravillada con lo que veían sus ojos.
— Lo primero que tienen que saber de los hipogrifos es que son orgullosos —dijo
Hagrid—. Se molestan con mucha facilidad. Nunca ofendan a ninguno, porque podría ser lo último que hicieran.
Malfoy, Crabbe y Goyle no escuchaban; hablaban en voz baja y Harry tuvo la desagradable sensación de que estaban tramando la mejor manera de incordiar.
— Tienen que esperar siempre a que el hipogrifo haga el primer movimiento —continuó Hagrid—. Es educado, ¿se dan cuenta? Van hacia él, se inclinan y esperan. Si él responde con una inclinación, querrá decir que les permite tocarlo. Si no hace la inclinación, entonces es mejor que se alejen de él enseguida, porque puede hacer mucho daño con sus garras. Bien, ¿quién quiere ser el primero?
Como respuesta, la mayoría de la clase se alejó aún más. Incluso Harry, Ron y Hermione recelaban. Los hipogrifos sacudían sus feroces cabezas y desplegaban sus poderosas alas; parecía que no les gustaba estar atados. Nina aún seguía frente a Hagrid al parecer la clase de él le estaba gustando mucho, aun así, no presentaba signos de querer volar uno.
— ¿Nadie? —preguntó Hagrid con voz suplicante.
— Yo lo aria con mucho gusto –comento Nina a Hermione.- Pero creo que Hagrid espera que lo haga alguno de ustedes tres, como son sus amigos.
— Yo lo are. —se ofreció Harry al escucharla.
Detrás de él se oyó un jadeo, y Lavender y Parvati susurraron:
— ¡No, Harry, acuérdate de las hojas de té!
Harry no hizo caso y saltó la cerca para ganarse junto a Nina.
— ¡Buen chico, Harry! —gritó Hagrid—. Veamos cómo te llevas con Buckbeak.
Soltó la cadena, separó al hipogrifo gris de sus compañeros y le desprendió el collar de cuero. Los alumnos, al otro lado de la cerca, contenían la respiración. Malfoy entornaba los ojos con malicia.
— Tranquilo ahora, Harry —dijo Hagrid en voz baja—. Primero mírale a los ojos. Procura no parpadear. Los hipogrifos no confían en ti si parpadeas demasiado...
A Harry empezaron a irritársele los ojos, pero no los cerró. Buckbeak había vuelto la cabeza grande y afilada, y miraba a Harry fijamente con un ojo terrible de color naranja.
— Eso es —dijo Hagrid—. Eso es, Harry. Ahora inclina la cabeza...
A Harry no le hacía gracia presentarle la nuca a Buckbeak, pero hizo lo que Hagrid le decía. Se inclinó brevemente y levantó la mirada. El hipogrifo seguía mirándolo fijamente y con altivez. No se movió.
— Ah —dijo Hagrid, preocupado—. Bien, vete hacia atrás, tranquilo, despacio...
Pero entonces, ante la sorpresa de Harry, el hipogrifo dobló las arrugadas rodillas delanteras y se inclinó profundamente.
— ¡Bien hecho, Harry! —dijo Hagrid, eufórico—. ¡Bien, puedes tocarlo! Dale unas palmadas en el pico, vamos.
Pensando que habría preferido como premio poder irse, Harry se acercó al hipogrifo lentamente y alargó el brazo. Le dio unas palmadas en el pico y el hipogrifo cerró los ojos para dar a entender que le gustaba. La clase rompió en aplausos. Todos excepto Malfoy, Crabbe y Goyle, que parecían muy decepcionados.
— Bien, Harry —dijo Hagrid—. ¡Creo que el hipogrifo dejaría que lo montaras!
Aquello era más de lo que Harry había esperado. Estaba acostumbrado a la escoba; pero no estaba seguro de que un hipogrifo se le pareciera.
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