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Closer to You. {Original.
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Closer to You. {Original.
Closer to You.
Elena Golden siempre lleva un gorro negro en el cual visiblemente se lee “acércate a mí y patearé tu trasero” Junto con el gorro va una chaqueta invisible con la leyenda “Inmadurez reencarnada en una colorina” Y es así como todo el mundo la describiría. Inmadura, patea traseros y, cómo olvidar lo más importante, temerosa.
Sí, la pateadora señorita Golden es temerosa. Extremadamente temerosa, tanto que a sus 19 años aún teme a todo lo relacionado con el amor y sus derivados. Tiene miedo a perder la cabeza por amor, miedo a crear lazos con demás personas que no sean sus abuelos o su padre, miedo a amar y ser amada, en pocas palabras.
Por esa razón, Elena corre de todo ser amado, de toda zona de comodidad y se arriesga a morir en el olvido, en medio de un pueblo llamado Winter’s Hill. Pero… ¿Logrará escapar de su temor o sólo se encontrará en el ojo de un huracán?- :okk:
- Debo admitir esto antes de aburrirles con mis viejas palabras. Soy un desastre en cuanto a presentaciones, he de admitirlo. Ah. Bien, no quiero quitarles más tiempo, por lo que comenzaré: me llaman Lila y vengo con esta nueva idea que de seguro terminará en la basura. Ahq. El punto es que tenga o no tenga lectores, trataré de seguir eso. Un gusto, persona x y ¿eso?
- Ficha Obligatoria:
- Título: Closer to you.
Autor: homesick.
Adaptación: No.
Género: Generales
Advertencias: Ninguna.
Otras páginas: Ninguna
homesick.
Prólogo.
Prólogo
Nada encajaba en ese entonces, nada era lo que parecía y el cálido ambiente hogareño había desaparecido casi en su totalidad. Habían sido las discusiones quienes se hacían paso a través de los hermosos recuerdos, de las felices memoras. Todo se sentía tan distorsionado ante los ojos verdosos de una adolescente. De la boca de sus padres no salían palabras hermosas de amor, comprensión o cariño, sino que eran insultos ridículos, atacándose unos a otros.
Todo lo malo se ha ido, ahora estamos escapando de tu pasado. ¿Me oyes?
El amor no moraba más entre los ocupantes de la casa, miembros de la rota familia; había empacado sus cosas y tomó la carretera, lejos de ese lugar ahora convertido en un verdadero infierno.
Su padre, hombre de fuerza y sentimiento, estaba guardando desesperadamente todas sus ropas en una maleta negra, mientras su madre sólo gritaba cosas sin sentido para una niña de 14 años. La discordia, incoherencia, dolor se había apoderado de su familia y el padre sabía que nada volvería a ser como antes. Con unas manos aún suaves, pero cargadas de dolor, el ojiazul tomó el brazo de su joven hija y la dirigió delicadamente hacia la salía de aquel hogar.
“Cuenta hasta tres y cierra los ojos. Todo lo malo se habrá ido.” Susurró su padre, evitando que la pequeña viera a su madre destrozada, con el negro maquillaje recorriendo sus mejillas como dos gruesos ríos. Elena, obediente como siempre cerró sus ojos con fuerza mientras sentía romper el lazo que la unía con su madre, aquel lazo supuestamente irrompible, aquel lazo que se rompió cuando el corazón de su padre se separó del de su progenitora.
Uno.
Dos.
Tres.
Todo lo malo se ha ido, ahora estamos escapando de tu pasado. ¿Me oyes?
homesick.
Re: Closer to You. {Original.
001: Niña con ojos de hiedra, cabello de cobre.
Shhhh… ¿Lo oyes? Es la Luna llorando.
Dulces sueños, mi niña.
Llorando por tu nueva partida.
No había Luna.
Durante esa porción de tiempo, en la cual el hemisferio norte se sucumbe en completa oscuridad, la única linterna natural es la Luna junto a unas gotas plateadas, también conocidas como estrellas. Lamentablemente aquella noche, la oscuridad se había vestido de gala negra, sin brillos ni coronas, ni perlas, ni luminosidad. Eso era; una noche sin luna, sin estrellas, sin vida. El paisaje apenas era iluminado por los neblineros y luces delanteras del Mustang del 75, de color mostaza con líneas negras brillantes. La carretera estaba vacía; lo único que se divisaba a cien kilómetros a la redonda era un local de comida rápida, con no muy buena pinta ni muy buen olor. Luego del supuesto “restaurant” nada era visible, y de seguro los únicos que estaban rondando por aquellos lares eran Elena y su padre, Frank.
“Rondando” “Andando en círculos” “Dar vueltas” “Matarse de hambre” “Ver el mismo letreo durante doce veces” Esas palabras y frases eran las que perfectamente describían el estado de la dupla. Todo hubiera sido más fácil si hubieran tomado el mapa de Denver en vez de un libro de geografía universitaria. Gracias a ese error —del tamaño de un buque en aquellos instantes— la geografía era un tema tabú, no se hablaba, no se miraba, ni siquiera se podía respirar cerca de aquel horrible. Gracias al cielo ninguno de los dos se culpó por ese pequeño, gran, desacuerdo de acciones. Ambos estaban a punto de morir de: sueño, dolor de cabeza, náuseas, hambre y, por supuesto, dolor de espalda.
Es que manejar ocho horas de corrido no era buena idea cuando eres un hombre de 35 años que sufre de cefalea crónica, tampoco es buena idea cuando se es una colorina de 19 años que está en perfectas condiciones, claro, ante los azules ojos de su padre. Frank se quejó durante las anteriores dos horas sobre lo mal que estaba y que su hija se encontraba fresca como lechuga.
Elena se sentía fresca como una lechuga. Una lechuga con maquillaje corrido, un estómago rogando por comida y un, para nada bien cuidado, chaleco azul marino desteñido, que de seguro era de su abuelo, pero nada había dicho al momento de partir. Sentía sus pies fríos, mientras la pálida piel de sus piernas, que quedaba visible gracias a sus shorts rasgados, tomaba una baja temperatura. Se hallaba desparramada sobre el asiento de copiloto, rogando a las estrellas e inexistente Luna, por encontrar un lugar en el cual dormir en paz, sin tener que olfatear el olor a carne podrida que expiraba aquel lugar cercano. Su cabeza estaba apoyada en el respaldo del asiento de cuero, reclinado al punto de ser casi 180° grados perfectos. Sus hebras anaranjadas caían como lianas por el respaldo, siendo víctimas de la gravedad al sobrepasar los límites de dicho asiento. La mirada verdosa oscura se encontraba divagando sobre cómo habían llegado a esta penosa situación, penosa situación.
Si mal no recuerda su padre jamás mencionó el destino o el lugar a parar. Elena cerró los ojos y dejó escapar un bufido decepcionado. ¿En verdad estaban perdidos? ¿En medio de la carretera? ¿En verdad? Aquellos pensamientos seguían atormentando la mente de la colorina, decepcionada por una mala organización o, mejor dicho, un padre tan despreocupado.
La relación con su padre no era mala, ni tampoco la mejor de todas las relaciones a nivel mundial. Sin embargo, aquel hilo de relación era mucho más fuerte que el débil vínculo que la ataba a su madre. Pensándolo mejor, nada la ataba a su madre, salvo la apariencia. Esos ojos grandes color verde musgo, ese cabello anaranjado lleno de rulos, despeinado como ninguno, aquellas pecas que llenaban el puente de su nariz y parte de sus pómulos. Pero lo más importante era aquel tono de piel, tan blanco, tan puro, tan parecido a la porcelana misma que llegaba a dar miedo. Aquellos factores de la apariencia eran tan idénticos y propios de su madre, que cualquiera adivinaría que son madre e hija. Madre e hija, lo que no pasaba cuando se encontraba con su padre.
Frank en tres palabras: castaño, moreno, irresponsable en cuanto a mapas y viajes o al menos ante los ojos de su propia hija. A pesar de tener 35 años el castaño se mantenía —o eso trataba. — en un buen estado, tanto físico como mental. Los profundos y oscuros ojos de su padre contrastaban con los verdosos luceros de su única hija. El cabello corto, también lo hacía con las extensas, desordenadas hebras que Elena lucía sueltas. Sin embargo, si lo físico era dejado de lado ambos eran como dos gotas de agua.
— Elena, ¿tienes hambre? —finalmente la cálida voz de su padre se hizo presente en el mar de silencio.
— ¿Debería? —atacó la de hebras rojizas— Hasta el momento sólo veo un supuesto restaurante y déjame aclarar que el olor que expele no es para nada alentador.
Silencio.
Nuevamente el silencio inundaba el auto en el cual se encontraban los familiares. Frank rascó su mejilla derecha en completo e inhumano silencio. En situaciones como estas lo único que quedaba en la lista de cosas por hacer era callar. Suprema decisión frente el semblante cansado del padre.
En el inconsciente del mayor cruzó la fiera idea de descansar. Bendito sea el que inventó aquellos asientos reclinables en los autos, bendito sea. Accionando el freno, sacando la llave del Mustang, Frank daba la señal de un mental “Mañana seguiremos, de seguro encontraremos algo para quedarnos o…” El subconsciente recibió un golpe por parte del sueño, e incluso antes de reclinar el asiento de cuero negro con franjas rojas, el castaño había caído en los brazos de Morfeo, casi instantáneamente.
Elena, casi sin poder creerlo, le dio una mejor altura a su asiento. Su cabello naranjo parecía derramarse por la espalda y caer ligeramente por sobre sus hombros, acción que disgustó a la malhumorada chica. De sus labios escapó un bufido y buscó alguna liga o algo que sirviera para contener el kilo de pelo que tenía sobre su cabeza. Derecha… Izquierda, frente… ¿Ligas? Un nuevo bufido se transformó en sonido al salir de sus labios.
— Gran trabajo Frank, gran trabajo. —susurró para sí misma. — Eres un genio, por eso te quiero tanto. —el sarcasmo se hizo más y más notorio en cada palabra dicha.
Ah. Uh. Bufido.
La peli-naranja extendió su cuerpo a lo largo de esa improvisada cama y cerró los ojos. ¿Cómo se supone que un humano concilie el sueño en…? Maldición. Sin darse cuenta, en menos de dos minutos después de cerrar los verdosos, Elena se había despedido de este mundo, diciéndole hola al mundo de ensueño.
Dulces sueños, mi niña.
homesick.
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