penny dreadful

— ¿Qué es lo que realmente quiere? Sé que es por lo de la otra noche, no sé exactamente que vimos, pero desde un punto de vista científico podría tratarse de una alucinación por el opio. ¿Qué propósito tiene?
—Tal vez una cura para una de las enfermedades inexplicables o tal vez averiguar un mundo que no está atado a las ligaduras de la llamada "verdad".
— ¿Se refiere a lo sobrenatural?
—Me refiero a un mundo donde la ciencia y la superstición vayan de la mano, donde las cosas inexplicables realidad o lo sobrenatural se conocen pero se ignoran.

Las calles victorianas de Londres parecen retomar como siempre la normalidad del amanecer. Las luces se apagan y los puestos del mercado empiezan a aparecer al igual del resto de la gente que va a trabajar. Sin embargo un terrible aire se respira en la gran ciudad, cada día que pasa parece que las muertes se duplican, muchos se preguntan porque la policía está siendo incapaz de averiguar las muertes de los ciudadanos por la falta de pruebas y la dificultad de la situación, las sospechas consiguen poner los pelos de punta a la multitud.

Siempre hemos sabido que no estamos solos, quiero decir, sabemos que los monstros existen, sabemos de hombres lobo y vampiro, hemos leído novelas al respecto, sin embargo fingimos que tales seres son imaginarios, una simple alucinación o CUENTOS que escuchábamos por parte de nuestra madre, para obligarnos a hacer tarea o portarnos bien. Tal vez sea la propia ignorancia hacia lo desconocido o la falta de curiosidad lo que causa el terror en las personas.
El mundo nunca se vio envuelto en tales peligros, pero de nuevo siempre lo hemos ignorado y posiblemente siempre hemos estado expuestos, las barreras de la ficción y realidad colapsan, tal vez es momento que el mundo se quite la venda de los ojos y nos enfrentemos cara a cara con el peligro.

Gracias a pris & ally por su ayuda en revisar los hathaway codes

Las salpicaduras de sangre se veían de primera mano esculpidas en lo alto de la ventana del primer piso, logrando así que el horror se reflejara entre los ciudadanos que observaban mientras no se hacían la pregunta correcta; ¿Cómo era posible que se mostraran así si habían por lo menos ocho metros de altura?
Pero el aspecto por dentro era muchísimo peor. Algunos de los policías salieron corriendo después de la escena, otros vomitaban el desayuno en el baño de las fallecidas y sólo dos —un policía y el fotógrafo— se mantenían en pie como podían mientras contemplaban la escena. Probablemente habían pasado un mínimo un día hasta que los cuerpos empezaban a oler y distintos insectos, como moscas y algunos gusanos de entre los aspectos más putrefactos. Era una mujer de mediana edad —unos treinta y siete— y una niña de cinco años. Cada miembro y cada extremidad del cuerpo de las dos había sido separado de manera salvaje y ahora cada extremidad estaba situada arbitrariamente sobre una balsa de sangre que probablemente tenía una gotera hasta llegar al primer piso. El olor y la horrible escena lograba que las náuseas y el miedo se apoderada de las mentes de los policías. ¿Qué iban a hacer? Era la tercera masacre en dos semanas, las muertes se estaban multiplicando y la policía no veía salida ni pista alguna a los asesinatos.

Los susurros de la muchedumbre en la plaza frente a la casa se elevaban con gritos, el pánico empezaba a nublar las mentes. Mujeres lloraban con sus pañuelos de tela, hombres que se proponían a hacer guardia ciudadana u otros que pedían explicaciones. Entonces un leve silencio se inundó en el instante que sacaron los cuerpos desmembrados cubiertos por una sábana con manchas de sangre.

— Por la sangre que hay, ¿crees que ha sufrido? —le preguntó una mujer a otra mientras se secaba las lágrimas.
— Seguro que sí, y la niña también. Además estaba embarazada, hasta tenía el nombre decidido.
— Qué horror, ¿cómo alguien puede ser capaz de hacer esto?
— Seguro que ha sido Jack —afirmó la otra mientras avanzaba más delante.
— ¿El destripador?
— ¿Quién si no? —le espetó— Sea quien sea, ojalá se hubiera quedado en el infierno.

Le tomo solo unos cuantos segundos saber lo que estaba por pasar, la situación mantenía al margen todo lo planeado y su padre estaba a punto de hacer la señal. Martin tomo una pequeña forma de madera y la coloco sobre la cabeza de su hija, la sostuvo y empezó a decir unas cuantas palabras en latín. Esa era su señal, Yamil debía empezar a actuar.

Pero su mente paro, estaba en blanco, no sabía qué hacer. Sentía una pequeña presión en su pecho, como si algo empujara y quisiera entrar en ella, quería llorar, quería gritar y quería salir corriendo; pero era demasiado tarde como para hacer algo. Cuando estaba por levantar su cuerpo, los ojos se le volvieron blancos y sus brazos se abrieron de par en par.

— ¿Qué estás haciendo, Yamil? —Le susurró su padre—. Así no es como lo practicamos.

Pero su hija no estaba escuchando. Cada movimiento fuerte le dolía, y mientras sentía que esa presión estaba cada vez más dentro de ella, su garganta se cerró y fue ahí cuando perdió la conciencia. Sus ojos seguían abiertos y pensaron, por algunos momentos, que la chica estaba muerta.

— ¿Yamil? —La sacudió su padre— ¿Hija?

Un suspiro largo y aterrador, hicieron que las cinco personas de la sala se calmaran—dentro de lo que uno se podía calmar en una sección de espiritismo—y le trajeran a la chica un vaso de agua. Pero lo que ellos no sabían, que en esa oscura noche, no era la misma Yamil; sus ojos estaban cambiados a verde oscuro y sus dientes se habían vuelto un poco más blancos de lo normal. Y esa sonrisa que mantenía no era de alivio, era de venganza.

—Agua para la señorita. —Dijo el mayordomo al llegar.
—No la necesito. —Susurro la chica con voz firme—Lo que quiero es ir a tomar aire, si me permiten.

Las piernas de Yamil se escuchaban fuertes contra el suelo de madera. La chica parecía decidida y un poco perdida, no sabía por dónde salir, hasta que encontró una gran puerta hacia la derecha. Sonrió triunfante, se escaparía y dejaría de aparecer en esos lugares que no conocía.

La noche era bastante tormentosa, se suponía que en esos días no llovería pero el tiempo estaba tan raro que ya nadie especulaba sobre él. La chica dio unos cuantos pasos hacia adelante, levantando su vestido color negro  y se colocó la capucha que tanto necesitaba para cuidar el cabello castaño, aunque este, ya estaba completamente sucio y lleno de sudor.

Camino metros hacia la parte más oscura del lugar. Se suponía que la imagen angelical atraería más hombres de la cuenta, pero ellos solo desaparecían cuando se cruzaban con aquellos ojos verdes profundos.

Yamil-si aún se la podría llamar así- visualizo un cuerpo tirado entre unas cuantas cajas. El olor era horrible, pero se había acostumbrado y sentía que debía hacer algo, se estaba muriendo de hambre.

El estómago le aviso que no podría aguantar ni un segundo más sin comida, por lo que decidió cenar algo sucio pero servible.

Tomo de la cabeza a la persona que dormía plácidamente en el suelo y le arranco la garganta, para poder empezar a comer su carne completamente cruda. No era la mejor, pero necesitaba alimentarse rápido; la noche no duraba demasiado y luego, tendría que pasar toda un día entero sin carne.

No era un vampiro, mucho menos un hombre lobo, pero las cosas eran así. Ella se alimentaba del dolor de las personas, cosas de su pasado, vengando todas esas cosas horribles que le habían pasado. Ahora, también se había convertido en un pasatiempo hasta que encontrara al culpable.

Una vez que termino su –sucio- festín, se arregló el vestido y limpio su boca, para después seguir caminando.

Las farolas prendidas daban un ambiente aterrador con tanta lluvia; parecía que en cualquier momento se apagarían y por eso, la chica, apuro el paso tratando de encontrar un lugar en el cual refugiarse. La llovizna la había empezado pero lo peor tardaría un poco en llegar por lo que le dio tiempo a Yamil para encontrar un lugar.

Sus pies resonaron varias veces por las calles vacías, hasta que vio un lugar donde entraban y salían varios hombres y mujeres con las ropas desarregladas. Supo al momento de que se trataba, un prostíbulo; la muchacha tenia las energías por el cielo y necesitaba descargarse con algo.

Visualizó un pequeño paquete en un bolsillo improvisado de su vestido y lo tomo, había bastante dinero como para diez personas. Se encogió de hombros y entro como si se tratara de algo habitual.

Varios hombres la miraron al entrar, un chico le saco su capucha y la llevo hacia el mostrador, donde se encontraba una mujer sucia y llena de maquillaje, algo que le dio un completo asco.

—No hay trabajo, están todos los lugares ocupados. —Le dijo, estaba insinuando que no necesitaba más prostitutas.
—No venia por eso, exactamente. —Se encogió de hombros—Quiero a dos mujeres, cama matrimonial por favor.

La mujer rodo los ojos, mientras le mostraba las que estaban fuera de servicio. Eligio a las más limpias y sin maquillaje, para que todo el sudor no se le pegara a ella. Las tomo de los brazos y las llevo hacia la habitación a la cual se le había asignado; desnudándolas entre besos y toqueteos, las amarro a las cama y les hizo lo que se le daba la gana.


Al otro lado de la ciudad, Dylan mantenía a vista fija en el cambia formas que había atrapado. Tenía el cuello partido, le había costado asesinarlo pero aun así, no se rindió y consiguió que este muriera. Decidió dejarlo donde estaba, le importaba poco lo que dirían al día siguiente y las noticias sobre otro hombre muerto en el lugar, así que limpio sus armas y las coloco de nuevo en su lugar.

Escucho unos cuantos pasos, poniéndose en posición de ataque, pero se tranquilizó luego de darse cuenta de que era uno de sus mejores amigos, Daniel.

—No es necesario que me asesines. —Levanto las manos en tono de broma—Si quieres me tiro de un puente solo.
—No seas idiota, Daniel. —Rodo los ojos, volviendo a guardar el cuchillo—Necesito que me lleves a un bar y me pagues una buena cerveza.
— ¿Otra vez pagar yo? Creí que este era tu turno. —Se encogió de hombros.
—Ayer las pague yo, estúpido. No te pases de listo. —Le choco el brazo, dando a entender que empezaran su camino hacia el lugar.

Ambos rieron, mientras la criatura que Dylan había “asesinado” buscaba la forma de curarse y cobrar venganza.

A su parecer el día sería como cualquier otro. El sol apenas se escondía y la brisa estival que sofocaba en la mañana desaparecía conforme anochecía. Al igual que todos los días, se dedicaba a observar su entorno y las personas en él; veía unas caras conocidas, otras que sólo lograba distinguir por que pertenecían a altos cargos políticos y unas nuevas que normalmente vienen sólo a tomar energías para partir el día siguiente.

Aunque trabajar en un hostal sea algo tedioso para algunos, inclusive para ella en algunos momentos, intentaba cada día verle el lado positivo. No era que encontrara muchas, sin embargo, las pocas ventajas que sí lograba descubrir la mantenían ocupada las largas horas que estuviera sentada detrás del escritorio. Cada vez que su padre se iba del hostal la dejaba a ella a cargo de la recepción ya que no confiaba en nadie más para que tomara ese puesto, al igual que tampoco confiaba lo suficiente en ella para permitirle salir a hacer las compras en lugar de estar allí sentada recibiendo a los clientes.

Por momentos envidiaba la alegría de sus padres cuando veían que una nueva persona entraba al local. Ellos habían trabajado muy duro para llegar a tener el negocio que ahora era y se orgullecían al ver que el pintoresco pero viejo edificio aún llamaba la atención de los demás. Pero en ella ese lugar no surgía el mismo efecto. Lo veía como un deber cuando en realidad debería verlo como su hogar.

En parte, culpaba de eso a sus padres. Ella lo había intentado, había intentado ver el hostal como suyo también, había intentado aportar al diseño, a la comida del pequeño restaurante, a las campañas de publicidad, no obstante, sus padres insistían que todo se debía mantener tal y como estaba, que si había mantenido a los clientes entrando por la puerta hasta ahora, entonces no había necesidad de cambiar. Mataron todas y cada una de sus ideas, por lo que dejó de intentarlo. Se resignó a ver los mismos antiguos cuadros que adornaban las viejas paredes de cemento, ese opaco color carmín que teñía los muros y a sentir como la madera del piso y de las escaleras crujía levemente al sentir el peso de las personas. A degustar el común y nada extravagante sabor de los platillos de comida y a escuchar las quejas de los residentes sobre el pésimo servicio que brindaban algunas de las camareras y mucamas.

También había alertado a sus padres en esa área, alegó que contratar jóvenes muchachas daría el problema de que si estas llegaban a ser promiscuas entonces nada les evitaría de meterse en la cama de los clientes. De nuevo, no la escucharon, se basan en que todas las mujeres serían igual que ella, recatadas y obedientes cuando respectaba al trabajo. Estaban equivocados, al igual que los clientes tampoco ponían de su parte al mantenerse alejados de la servidumbre.

Margaret no podía siquiera contar las veces que había rechazado alguna indirecta o directa propuesta. Más por su timidez que por cualquier otra cosa, sin embargo, se sentía sumamente incómoda cada vez que alguno de los hombres que rondaba por el lugar la miraba más que el tiempo necesario. Algunas veces ni siquiera llegaba a comprender lo que le proponían.

Apartó los pensamientos y se dedicó a concentrarse en su trabajo de nuevo. El ambiente en el bar estaba igual de animado que la mayoría de las noches, la música atravesaba la estancia y la melodía de una canción que no reconocía llegaban a sus oídos.

Inconscientemente comenzó a seguir el ritmo golpeteando la punta de la pluma que reposaba en su mano en la madera del escritorio y se dejó perder en el cuaderno que guardaba todos los nombres de quienes se hospedaban. Sentía lástima al ver el nombre de alguien a quien conocía y recordar como lo había visto entrar momentos antes acompañado de alguien quien no era su esposa. En su mayoría, todas eran buenas señoras y, aunque no lo fueran, aún una parte de ella sentía que no era justo que cometieran actos de infidelidad a causa de un mal matrimonio.

– Señorita Jordan – alzó la vista rápidamente y con el pulso acelerado, detuvo el movimiento de su mano y se concentró en el señor que la miraba con una ligera sonrisa para nada reprobatoria. Se sonrojó levemente al comprobar por la mirada irritada de la acompañante que no era la primera vez que la llamaba.
– Lo lamento – se aclaró la garganta – ¿Cuántas noches reserva Señor Williams? – sonrió con la misma sonrisa que utilizaba siempre, por más que fuera falsa, normalmente lograba ocultar ese hecho a los clientes.
– Oh, guárdate las formalidades, te conozco desde niña, te he dicho que me digas Greg. – Sí, de niña cuando usted y su esposa me cuidaban en caso de que a mis padres se les complicara. Apartó el pensamiento tan pronto como llegó y escondió el flaqueo en su falsa sonrisa. – Será sólo una noche.

Asintió sin tener la necesidad de hablar, llenó la pluma de tinta y escribió el nombre de Gregory Williams en el siguiente espacio libre. Puso el número cuarenta y dos al lado del nombre y les entregó la llave con ese mismo número.

A la hora de recibir el pago, un escalofrío recorrió su espalda al sentir que él mantuvo el contacto más del tiempo necesario y la miraba sugestivamente. Apartó la mano lo más rápido que pudo y apretó el dinero entre sus manos para esconder las nauseas que revolvían su estómago.

– Quédate con el cambio, cualquier cosa, sabe en qué habitación estaremos. – la muchacha a su lado se sonrojó y se mostró claramente incómoda, sin embargo, permaneció callada.

Margaret frunció el ceño al ver a la pareja irse, no había comprendido a qué se refería, sin embargo una parte de ella sabía que era mejor simplemente no comprenderlo del todo. No obstante, las náuseas incrementaron. Apoyó los codos en la mesa y reposó su cabeza en sus manos tomando largas respiraciones para tratar de recuperar su compostura.

Bajó los brazos y levantó la mirada. Recorrió el entorno esperando que nadie hubiera notado su momentáneo malestar y sólo agradeció que todos estuvieran inmersos en sus asuntos. Al parecer las ventajas no le eran suficientes para soportar su trabajo.


Del otro lado del salón, Carmille miraba divertida la escena. Le parecía fascinante el comportamiento de la castaña, la rapidez con la que sus facciones cambiaban al igual que lo hacían sus pensamientos, lo dispersa que parecía al evaluar el salón y no notar su mirada fija en ella. Aunque aún no hubieran pasado más de diez minutos, sentía que podía observarla por horas y no cansarse por ello. Ante la propuesta del viejo, había esperado una mueca de disgusto, enojo o, en todo caso, una de aceptación, por parte de, según había escuchado, la señorita Jordan. Ergo, fue mayor su sorpresa al ver no más que confusión marcada en todo su rostro. Había algo en esa muchacha que llamaba su atención y sentió algo que no recordaba sentir desde hace unos cuantos siglos, curiosidad.

Se levantó del mullido sillón en el cuál había admirado la vista hasta el momento y se acercó al escritorio de recepción, notando que la castaña aún permanecía ignorante a su presencia, al menos hasta que estuvo frente a ella.

Notó un cambio en su compostura al notar la mirada inquisitiva de la pelinegra sobre ella y su voz tembló ligeramente al preguntarle sobre su tiempo de estadía.

– Indefinido – respondió luego de unos segundos en los cuales no apartó su vista de la muchacha tras el escritorio.
– ¿Entonces cómo…? – fue interrumpida por la voz de Carmille y un puño de dinero que ahora reposaba en la mesa.  
– Eso cubre una semana – contó el dinero y se asombró al ver que era la cantidad exacta, asintió nerviosa y le acercó la llave de una habitación disponible.
– ¿Nombre?
– Carmille Fedder. – aceptó la llave y la miró descaradamente por los siguientes minutos, disfrutando ante la clara incomodidad de la muchacha.
– ¿Se le ofrece algo más? – preguntó, una manera muy diplomática de deshacerse de ella, pensó.
– Sí, no quiero que nadie entre a mi habitación, ni siquiera la limpieza.
– Pero…
– Nadie. – la interrumpió de nuevo y por el cambio en su tono de voz le hizo saber que no esperaba respuesta. La castaña asintió de nuevo y Carmille se alejó de la recepción.

Al parecer sería una semana muy interesante.

hi:

Chicas me han encantado. No se lo dije la otra vez, pero escriben hermoso. Yamil me ha sorprendido, su comportamiento cuando la poseen y todo. Dylan por otra parte ed mas misterioso. Tengo curiosidad por como se conocerán.
En cambio, Ally, tu pareja es curiosa por que son diferentes. Una un tanto aburrida por la monotonía y la otra que le da un toque de misterio a su vida con su llegada.
Sinceramente chicas me gustaron mucho de verdad, por que creo que supieron reflejar muy bien sus roles.