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La huida de una princesa Joey Tu

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la princesa y el sapo - La huida de una princesa Joey Tu - Página 4 Empty Re: La huida de una princesa Joey Tu

Mensaje por Let's Go Lun 26 Dic 2011, 5:54 pm

me encanto el mini maraton
seguila!!!
Let's Go
Let's Go


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la princesa y el sapo - La huida de una princesa Joey Tu - Página 4 Empty Re: La huida de una princesa Joey Tu

Mensaje por andreita Mar 27 Dic 2011, 10:26 am

sigeukla
em encanta
andreita
andreita


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la princesa y el sapo - La huida de una princesa Joey Tu - Página 4 Empty Re: La huida de una princesa Joey Tu

Mensaje por Val's Matth. Mar 27 Dic 2011, 12:22 pm

Capítulo 8

DORMIR bien? Joe no consiguió pegar ojo. Se quedó despierto mirando a las estrellas, imaginándose a ____ pidiendo deseos. No le costaba mucho imaginarla con ocho años, apoyada en la ventana, susurrándole sus peticiones a las estrellas.
Todavía no había amanecido y Joe estaba volviéndose loco de tanto pensar en ____. De pronto, tuvo una idea. Se incorporó, se quitó la camiseta y se zambulló en el mar. Fue lo mejor que pudo haber hecho.
Cuando ____ se despertó, el sol inundaba su camarote. Se puso los vaqueros y la camiseta, se pasó el peine por el pelo y corrió a cubierta para ver en qué podía ayudar, pensando que Joe estaría preparándose para desatracar.
Sin embargo, al llegar arriba, le sorprendió una calma absoluta. Joe estaba tumbado en uno de los bancos de la cabina, profundamente dormido.
____ se quedó paralizada, hipnotizada.
Él estaba tumbado boca arriba, sólo con unos pantalones cortos. Tenía un brazo colgando y, en el otro, aferraba una camiseta contra el pecho desnudo.
Sin hacer ruido, ella se acercó, devorándolo con la mirada.
Posó los ojos en el arco de su nariz, un poco torcido porque su hermano George se lo había roto a la edad de doce años. Se maravilló observando sus espesas pestañas oscuras, que suavizaban la visión de sus fuertes pómulos masculinos, su barba incipiente y su sólida mandíbula.
No sólo tenía un rostro hermoso. También su cuerpo era espléndido, con anchos hombros, musculosos brazos, piernas bien torneadas y un fuerte pecho.
____ lo contempló con atención, recordando lo que había sentido al tocarlo. Y cuando él la había tocado.
Tenía manos de hombre trabajador, pensó ella, con callos en las palmas y anchos dedos. Le encantaba verlo manejar las velas o las amarras. Eran, también, manos de amante. Oh, sí.
Joe tenía treinta y cuatro años, un hombre en la flor de la vida, sin ninguna intención de comprometerse. Pero, dormido, su rostro mostraba trazos del joven que había sido, el que ella había tenido colgado en un póster en su pared... Entonces, ____ se había pasado horas enteras mirando ese póster, soñando despierta, deseando...
Pero ya era mayorcita y no debía pedir deseos estúpidos se dijo a sí misma. Era tan difícil...


Joe se despertó con el sol en los ojos. Miró a su alrededor, desorientado, y lo primero que vio fue a ____, observándolo.
Le dolía la cabeza por la falta de sueño y le tiraba la piel por la sal del agua. No se había duchado después de su chapuzón nocturno. Tenía los pantalones cortos húmedos todavía. Y no tenía ni idea de qué hora era, pero debía de ser tarde.
–¿Qué estás mirando?
–A ti –repuso ella, sonriendo.
–¿Por qué? –gruñó él, frotándose la mandíbula.
–¿Tal vez porque me gusta?
–Suena como una pregunta. ¿No estás segura?
–Sí, estoy segura –afirmó ella–. Aunque no entiendo por qué. Eres un gruñón.
Era más fácil ser un gruñón, se dijo Joe. Era más sencillo mantener las distancias.
–Pues no me mires –dijo él. Se estiró y se frotó el pelo lleno de sal–. ¿Qué hora es?
–Las ocho y media.
–¿Por qué no me has despertado?
–No tenemos prisa –respondió ella, encogiéndose de hombros.
____ se había puesto sus pantalones cortos y su camiseta de la universidad de Nueva York. ¡Y estaba demasiado atractiva y apetitosa como para ser una mujer que no iba a dormir con él!, pensó Joe muy a su pesar.
–He hecho café. ¿Quieres?
–Sí. Voy a ducharme. Luego, nos pondremos en marcha.
El cielo se llenó de nubes al mediodía. Tal vez, habría tormenta al llegar la noche. ____ escuchó los informes meteorológicos en la radio.
–Lluvia y vientos fuertes –informó ella–. Esta noche o mañana por la mañana.
–Atracaremos a media tarde, entonces. Así podrás ir de compras.
–No es necesario, puedo arreglármelas con éstas que me has prestado –aseguró ella.
De todas maneras, Joe echó el ancla cerca de la zona comercial de un pueblo grande. Era un puerto demasiado abierto, sin embargo, y pensó que luego buscaría otro más apropiado para pasar la tormenta.
____ seguía llevando los pantalones y la camiseta de él y se había puesto la gorra de Theo encima de una cola de caballo y gafas de sol. Así, nadie la reconocería, pensó él.
–Tengo la lista de la compra –dijo ella y se la metió en el bolsillo de los pantalones.
Joe preparó la lancha inflable para que ____ fuera a tierra y le enseñó cómo arrancar el motor.
–Me las arreglaré –dijo ____ tras escuchar con atención.
Joe volvió a subir al velero y se quedó mirando cómo se alejaba la lancha. No pudo evitar sentirse como un padre observando cómo su hijo pequeño se iba de casa en su primer día de colegio.
En su ausencia, Joe fregó la cubierta, remendó un rasguño en la vela e hizo unas cuantas tareas más. Se quedó en cubierta todo el tiempo, esperando que ella regresara, por si tenía algún problema con el motor de la lancha.
____ volvió sin ningún problema. Joe la ayudó a subir a bordo.
–¡He traído pizza! –anunció ella, radiante.
También llevaba dos bolsas que parecían de ropa y otras dos con comida.
–Ven a ver –invitó ella.
Estaba encantada con su pequeña excursión, como un niño con juguetes nuevos, pensó él y la siguió. Estaba entusiasmada porque había comprado aceitunas, tomates y pan recién hecho.
–Toma –dijo ____–. Podemos comer aquí en cubierta. Voy por el vino.
No era gran cosa, pero la alegría de ____ lo hacía parecer un festín. Ella le contó todo lo que había visto en el pueblo.
–¡Ya sé que sólo llevamos en el barco una semana, pero casi se me había olvidado lo que se siente al ir por la calle! ¡Casi me atropella un motorista!
–Debes tener cuidado –la reprendió él, sin sonreír.
–Estoy bien –repuso ella, feliz–. Ha sido divertido. Y nadie me ha reconocido –añadió–. He traído un bikini.
Joe se atragantó al verlo.
–¡Podemos nadar después de comer!
–No.
–¿No? –preguntó ella, parpadeando–. Pero...
–Quiero navegar. Necesitamos encontrar un puerto más cobijado si va a haber tormenta –señaló él. Además, no tenía ningún deseo de ver a ____ en bikini.
–A la orden, señor –repuso ella y, sin insistir más, bajó los platos a la cocina.
Se pusieron en camino de nuevo y ____ tomó el timón mientras Joe levantaba las velas. El puerto al que quería llegar estaba a unas dos horas al sur, o más si tenían el viento en contra. No sabía cuánto tiempo tendrían antes de que comenzara a llover.
Cuando llevaban más de una hora de viaje, empezaron a caer las primeras gotas.
–¿Puedo ayudar en algo? –se ofreció ____, entrando en la cabina de mandos.
–Voy a atracar allí –indicó él, señalando al puerto, no demasiado lejos. Con un poco de suerte, podría hacerlo antes de que se pusiera a llover a mares.
Joe acercó el barco a la bahía, donde pudo cobijarse un poco, arrió las velas y paró el motor. Sin embargo, no consiguió atracar antes de que la lluvia torrencial los sorprendiera.
____, que había bajado un momento, apareció bajo la lluvia. No llevaba la camiseta, ni los pantalones. Sólo dos pedacitos de tela.
–¿Qué diablos estás haciendo? –preguntó él.
–Lo que hago todas las noches. Voy a ayudarte a amarrar el barco.
–¿Así? ¿En bikini?
–Tenía toda la ropa empapada. Y no hace frío, de todas maneras. Además, es más fácil secar un bikini. Así estoy mejor.
Claro que lo estaba.
–No quiero que estés aquí arriba. Es demasiado peligroso –dijo él. El barco estaba balanceándose entre las olas, cada vez más agitadas.
–¿Y cómo vamos a atracar?
–Yo lo haré.
–¿No es peligroso para ti?
–Es...
Pero ____ no esperó su respuesta. Se dirigió a la popa para ayudarlo. Joe se quedó mirando su trasero, tentador y apenas cubierto, y tuvo grandes deseos de darle unos azotes.
–¡Engánchate la soga de seguridad! –gritó él. Aunque ella no tenía dónde engancharla.
–No soy estúpida –repuso ella.
El viento era cada vez más fuerte y a Joe se le puso el corazón en la garganta al verla en la punta del yate, que se mecía como un cascarón en la tormenta.
–¡____!
Al fin, vio que se aseguraba con la soga, atándosela alrededor de la cintura. Entonces, ella se enderezó y empezó a hacerle señales para ayudarlo a atracar.
Joe llevó el timón, intentando acercar el barco lo antes posible al muelle, con toda la suavidad posible. El barco se agitaba. A ____ se le cayó la cuerda. A él le dio un vuelco el corazón.
–¡Vamos, ____! –llamó él. Quería que ella estuviera a salvo. Cuanto antes.
____ se puso de rodillas, alargó la mano y...
–¡Ya está!
____ corrió hacia él, resbalándose un par de veces. Joe paró el motor y la tomó entre sus brazos.
–No vuelvas a hacer eso –ordenó él, con el corazón a punto de salírsele del pecho y las rodillas temblorosas. Había pasado un miedo de muerte al verla allí, haciendo algo tan peligroso–. Promételo.
____ lo miró sorprendida, con el rostro empapado por la lluvia.
–E-estoy bien –balbuceó ella.
–Pues yo, no –replicó él–. Me has asustado –añadió, sin soltarla de entre sus brazos.
–Lo siento. Pero no ha pasado nada. Misión cumplida. No ha sido tan difícil. –No. Lo difícil habría sido tener que decirle a tu padre que su hija se había ahogado.
–No iba a ahogarme –protestó ella–. Sabía lo que estaba haciendo. Necesitabas ayuda y tú tenías que ocuparte del timón. Pero... gracias por preocuparte por mí.
–Estaba preocupado por mí –dijo él, malhumorado–. Tu viejo me habría llevado a la guillotina si te hubiera pasado algo.
–Papá es muy civilizado.
–Yo no lo sería en su lugar –murmuró él y la miró. La lluvia era más fría y a ella se le habían puesto los pezones erectos debajo del bikini–. Por el amor de Dios, ¡vístete!
Antes de desaparecer, ____ arqueó las cejas y lo miró un momento, pensativa. Pero no dijo nada, por suerte para él.
Joe no quería hablar. No quería enfrentarse al remolino de sensaciones que lo abrumaba. Ni a la mujer que las estaba provocando.
Pero no tuvo más remedio que bajar con ella, porque no pudo encontrar ninguna excusa para quedarse en cubierta en medio de la tormenta. Afortunadamente, ____ estaba en su camarote. Él se metió en el otro.
Una hora después, ella llamó a su puerta.
La cena está lista.
Joe se levantó a regañadientes de la mesa, donde había estado intentando trabajar en su guión, sin conseguirlo, y abrió la puerta, una rendija nada más.
–Ya hemos comido.
–Bueno, si no tienes hambre, nada –dijo ella, observándolo con atención–. He hecho bruschetta –añadió e hizo una pausa–. Siento haberte asustado.
–No lo hagas más –murmuró él.
Luego, Joe salió de su cuarto y se sentó a la mesa. Seguía lloviendo, pero el viento había amainado un poco y el barco no se movía tanto y se podía comer con tranquilidad.
Sin embargo, él no tenía hambre. Estaba demasiado absorto en sus sentimientos y en sus pensamientos.
____ se estaba esforzando en darle conversación. Sin éxito.
Ella apenas había terminado de comer cuando él se levantó.
–Yo limpiaré. Tú vete a trabajar.
–¿Trabajar? –preguntó ella con ojos como platos.
–¿No estás escribiendo una tesis?
____ lo observó un momento, pareció a punto de decir algo, pero no lo hizo.
–Bueno, ya sabes dónde encontrarme –señaló ella y dejó el plato en el fregadero.


____ se metió en su camarote y cerró la puerta. De un portazo.
¿Qué le pasaba a Joe?, se preguntó, mientras lo oía entrechocar los platos en el fregadero. Si seguía así, terminaría rompiendo algo, se dijo.
Bueno, no era problema suyo. Le pasara a él lo que le pasara, no era culpa suya, reflexionó ____.
Intentó no pensarlo. No preocuparse. Pero todos sus pensamientos eran para Joe.
No le había servido de mucho no irse a la cama con él de nuevo porque, a pesar de sus esfuerzos, pues lo amaba de todas maneras. No al hombre que había tenido en su póster, no. Se había enamorado del hombre que había dedicado su tiempo a los niños de la clínica, el hombre que le había aconsejado no echar a perder su vida, el que le había ofrecido refugio en su barco, el que le hacía reír, el que se había preocupado por ella. El hombre que la había sostenido entre sus brazos.
La había estrechado contra su pecho y, luego, la había soltado de forma abrupta. Pero no la había besado, se recordó a sí misma. Se preocupaba por ella, sí, pero no estaba enamorado.
Al fin, cesaron los ruidos de platos en la cocina. La puerta del otro camarote se cerró de un golpe. Luego, se abrió y se cerró de nuevo. A continuación, ____ sólo oyó el silencio... excepto por el viento y la lluvia.
____ encendió su ordenador portátil, diciéndose que debía trabajar. Tenía que hacer su tesis.
Entonces, oyó de nuevo la puerta del camarote de Joe y sus pasos subiendo la escalera. Lo más probable era que fuera a comprobar que todo estaba bien antes de dormir.
Al oír un chapuzón, ____ se sorprendió.
El barco se meció, como si Joe hubiera tirado algo por la borda. ¿Pero qué? ¿Y por qué?
____ apagó la luz de su cuarto y se asomó por el ojo de buey. Al principio, no pudo ver más que las luces del puerto reflejadas en el agua.
Luego, de pronto, vio la silueta de la cabeza de un hombre en el agua.
No podía creerlo. Salió de su cuarto y subió las escaleras a todo correr.
–¡Joe! –gritó y se asomó por cubierta, buscando en las aguas oscuras con desesperación–. ¡Joe!
¿Cómo era posible que se hubiera caído por la borda?, se preguntó ella, nerviosa. Al fin, lo vio, a unos veinte metros. ¡Estaba nadando! ¡Alejándose del barco!
–¡Joe! –llamó ella con todas sus fuerzas.
Él la oyó y, con reticencia, nadó hacia ella, sin darse prisa.
–¿Qué? –preguntó él cuando hubo llegado junto al yate. Parecía molesto.
____ lo miró furiosa. ¡Ella creía que se había caído! ¿Y se había tirado a propósito?
–¿Qué diablos estás haciendo?
Joe levantó la vista, con el rostro empapado, pero no hizo ningún amago de subir a bordo.
–Dándome un baño –contestó él, como si fuera lo más normal del mundo.
–¿Ahora? ¿De noche? ¿Solo? ¿Con este tiempo? –gritó ella con voz estridente.
–Me apetecía hacer ejercicio.
–Si me lo hubieras dicho, te habría acompañado.
Joe murmuró algo entre dientes.
–¿Y si te ahogas?
–No pienso ahogarme.
–Pues no deberías nadar solo. Sobre todo, de noche.
–No me ha pasado nada.
–A mí tampoco me pasó nada esta tarde cuando atracamos –le recordó ella–. Pero tú te asustaste. ¿Es que te estás vengando?
–¿Qué? No. Claro que no –repuso él, indignado.
–¿Entonces, por qué lo haces?
Joe no respondió. Comenzó a nadar en paralelo al barco, como si pensara dejarlo atrás.
–Sigue nadando e iré detrás de ti –le advirtió ella.
–Si saltas, te ahogarás.
____ no entendía por qué parecía tan furioso. No tenía sentido.
–Bueno. Si tanto quieres nadar, adelante. Me quedaré aquí mirando.
–¿Qué? ¿Quieres jugar a ser un guardacostas? –replicó él, exasperado.
–¿Por qué no? No abriré la boca, sólo te salvaré si te ahogas –aseguró ella y sonrió.
–¡Por todos los santos! –protestó él, se agarró a un costado del barco y subió. El agua le chorreaba por el cuerpo y los pantalones cortos. Se sacudió como un perro y empapó a ____.
–¿Ya estás contenta?
____ se quedó absorta contemplando su musculoso cuerpo, sin poder articular palabra.
–Yo...
Pero Joe no esperó su respuesta. Se dio media vuelta y bajó las escaleras a su camarote sin decir palabra.
Minutos después, ____ bajó también. La puerta de él estaba cerrada. Se oía la ducha.
Al rato, ella oyó como cerraba el grifo, un portazo en el armario.
Luego, silencio.
Y más silencio.
Val's Matth.
Val's Matth.


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la princesa y el sapo - La huida de una princesa Joey Tu - Página 4 Empty Re: La huida de una princesa Joey Tu

Mensaje por Val's Matth. Mar 27 Dic 2011, 12:23 pm

–¿Joe? –llamó ella desde el otro lado de la puerta–. Tenemos que hablar.
–Vete a dormir –gritó él. Hablar era lo último que necesitaba.
–No puedo.
–Bueno, pues yo quiero dormir –contestó él, apagó la luz y se tapó la cara con la sábana.
Ella llamó otra vez.
–¡Maldición!
–Por favor.
Joe salió de la cama y se pasó la mano por el pelo.
–Espera –dijo él. Encendió la luz. Se puso unos pantalones y una camiseta y respiró hondo antes de abrir la puerta–. ¿Qué quieres?
Ella parecía preocupada. Parecía estar sufriendo. Y lo último que él quería era ver sufrir a una mujer. –Estoy confundida –dijo ella con suavidad–. Esperaba que tú pudieras aclararme la situación.
–No sé de qué estás hablando, princesa –dijo él con brusquedad–. Sólo quería nadar un poco. Ya estoy sano y salvo en el barco, así que ¿por qué no lo dejamos para mañana y...? –sugirió él, comenzando a cerrar la puerta.
____ puso el pie delante, para impedírselo.
Joe bajó la vista hacia su pie, descalzo, con las uñas pintadas de color melocotón, y suspiró. Luego, salió y se dirigió al cuarto de estar. Sacó una silla para ella y se sentó enfrente.
–¿Qué quieres saber, princesa?
–¿Por qué estás furioso conmigo?
–No estoy furioso contigo.
–Estás enfadado con alguien.
–No.
–Si no es conmigo, ¿es contigo mismo? –quiso saber ella, sin creerse su respuesta–. ¿Por invitarme a venir?
–No. Sí. Diablos, deja de interrogarme.
–Lo haré, si me cuentas qué pasa. Nos estábamos llevando muy bien. Y ahora no me quieres ni ver. ¿Qué pasa?
Joe la miró con curiosidad.
–¿Por qué? ¿Es que crees que puedes arreglarlo?
–Si no me lo cuentas, nunca lo sabremos, ¿no crees?
Joe gruñó y posó la vista en la dulce e inocente sonrisa de ella. Se levantó de un salto, se movió inquieto por el cuarto y, al fin, se giró hacia ella.
–Es pura física, princesa.
–No –aseguró ella, mirándolo a los ojos.
A Joe le sorprendió lo rotundo de su negación.
–Claro que sí. Ya sabes, un hombre y una mujer, solos. Seguro que te acuerdas de cuando me propusiste hacerlo la primera noche.
–Sí –respondió ella, sonrojada.
Y tuvimos sexo.
Y te gustó tan poco que no te importaba si lo hacíamos otra vez o no.
–¿Cómo?
–Me dijiste que dependía de mí –le recordó ella.
–Porque no quería que fuera una condición para llevarte conmigo. ¡Te dije que estaba dispuesto si tú querías!
Ella se encogió de hombros, se levantó y lo miró de frente.
–Bien. Hagámoslo.
Joe se quedó petrificado. No podía creer lo que oía.
–¿Qué has dicho?
–Que lo hagamos –repitió ella con gesto desafiante.
–Dijiste que tenías que proteger tu corazón –señaló él, titubeando.
–No ha funcionado.
–¿Cómo que no ha funcionado?
–Me he enamorado de ti de todas formas.
Joe se encogió. Le temblaron las rodillas. Negó con la cabeza.
–No es cierto.
–¿Tú qué sabes?
–Maldición, ____. No puedes hacer eso.
–Lo he intentado –aseguró ella–. Pero no lo he conseguido. Es mi problema, no el tuyo. Así que... –dijo y le tendió una mano–. ¿Vamos?
Él se quedó paralizado. Respiró una vez. Y otra.
–No.
Se miraron el uno al otro. Ella abrió mucho los ojos, sin comprender.
–Me deseas –aventuró ella, no muy convencida.
–Desearte y tener sexo son dos cosas distintas –intentó explicar él y se cruzó de brazos.
–No lo entiendo –señaló ella tras un largo silencio.
–No vamos a hacerlo.
–¿No quieres volver a tener sexo conmigo?
–No.
–¿Por qué?
–Sencillo. Quieres amor. Quieres matrimonio. Y yo, no.
–No te he pedido nada de eso. Pero, ya que sacas el tema, ¿por qué eres tan contrario al matrimonio?
–No es asunto tuyo –repuso él, apretando los puños.
____ se quedó callada un largo instante. Tomó aliento.
–Es a causa de Lissa.
Joe se puso tenso.
–Lo entiendo –dijo ella con suavidad–. Pero no puedes estar de luto para siempre, Joe. No puedes dejarte morir. Sé que la amabas y que ella te amaba. Pero algún día puede que ames a otra persona y...
–Ella no me amaba –le espetó él.
____ lo miró preocupada, sorprendida.
–Mi matrimonio fue un desastre –admitió él–. Fue mi mayor error. Nunca lo repetiré.
Los ojos de ella se llenaron de calidez, de compasión... lo último que él necesitaba.
–Pensé... Las revistas decían que... erais la pareja perfecta. Ella era muy bella.
–Yo también lo pensé –reconoció él y se cruzó de brazos–. Pero no fue así. Ella no era bella en su interior. Quería ser la mejor, eso era lo único que le importaba. Quería tener al hombre más deseado, la casa más lujosa –recordó e hizo una mueca–. Era demasiado ambiciosa. Desde niña, siempre había intentado demostrarse algo a sí misma.
–Como yo –dijo ____ con suavidad–. Necesito ser alguien además de una princesa.
–No se parecía en nada a ti. Tú estás descubriendo quién eres. Pero no pisas a nadie en tu camino. No usas a la gente.
____ apretó los labios y se quedó callada, escuchando.
Y, una vez que había comenzado a abrirse, Joe no pudo parar.
–Ella siempre estaba actuando. Hizo el papel de mi mujer perfecta, la que sería madre de mis hijos. Creí que podía hacerle feliz, que podíamos formar una familia. Pero yo sólo era para ella un escalón al éxito –admitió él y apretó los labios–. Pero creo que Lissa no era capaz de ser feliz.
–Podría haber aprendido –sugirió ____–. Si hubierais tenido hijos...
–No. Ella no los quería. Al principio, me dijo que sí, pero me mintió. Sólo le importaba su carrera y no quería que nada se interpusiera.
Joe se recostó en la silla y miró al techo. Durante un momento, no dijo nada.
–Yo estaba terminando una película en Carolina del Norte. Ella acababa de terminar otra. Le pedí que viniera conmigo, pensé que podríamos arreglar las cosas. Yo quería empezar de nuevo, formar una familia. Pero ella me dijo que le habían ofrecido un papel excelente que no podía rechazar –recordó él y no pudo evitar encogerse–. Se marchó a rodar a Tailandia antes de que yo regresara y me pidió que no fuera a verla, decía que no quería distracciones del trabajo. Lo siguiente que supe de ella era que estaba en el hospital.
–¿Había contraído una infección?
–Sí.
–Qué horror –dijo ____ y tomó las manos de él entre las suyas, para consolarlo.
La contrajo cuando abortó de nuestro hijo –confesó él. Era la primera vez que lo decía en voz alta.
____ se quedó mirándolo con ojos muy abiertos. Le apretó la mano con fuerza, sin decir nada.
–Yo ni siquiera sabía que estaba embarazada –continuó él con un nudo en la garganta–. Cuando llegué al hospital, me dijo que... no encajaba en sus planes –añadió, reviviéndolo todo, sintiéndose una vez más que como si le clavaran un puñal en el corazón.
Hubo un silencio, sólo roto por el viento. Al fin, Joe se encogió de hombros y suspiró.
–Ahora ya lo sabes.
–Ahora lo sé.
Ninguno de los dos se movió.
Ella siguió sujetándole la mano, acariciándosela con el pulgar.
–Por eso, mi respuesta es no, ____. Porque no quiero aprovecharme de ti. No sé por qué crees que me amas y espero que estés equivocada. Cuando vuelvas a tener sexo con un hombre, debe ser con alguien que te ame. Te lo mereces. Y a mí no me queda más amor.


Val's Matth.
Val's Matth.


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la princesa y el sapo - La huida de una princesa Joey Tu - Página 4 Empty Re: La huida de una princesa Joey Tu

Mensaje por andreita Mar 27 Dic 2011, 12:32 pm

uqe triste la historia de joe :(
que el de una oportunidad al amor
siguela porfavor
otro cap
andreita
andreita


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Mensaje por Let's Go Mar 27 Dic 2011, 8:49 pm

me encantaron los capis
seguila!!!
Let's Go
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Mensaje por locasxjonas Mar 27 Dic 2011, 10:52 pm

POBRE JOE :C
SIGUELA !
JFHSÑJHÑSD ME ENCANTA ESTA NOVELA SIGUELA !
locasxjonas
locasxjonas


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Mensaje por andreita Miér 28 Dic 2011, 9:29 am

:( que triste
sigurl siguela
andreita
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Mensaje por locasxjonas Miér 28 Dic 2011, 1:27 pm

Siguela ! ;D
locasxjonas
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Mensaje por Yhosdaly Miér 28 Dic 2011, 3:42 pm

Hay q dolorrrr!!!!!!!!

si si te queda mas amor joee!! lo descubritass.....

siguelaa porfisss!!!
ameee los capisss!! muero x saber q sigueee!!!!
mujer amo como escribesss!!!

siguelaaa PIEDAD!!!!!!!

ATT: TU MEGAA FIELISIMA LECTORA!!
Yhosdaly
Yhosdaly


http://www.twitter/YhosdalyL

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Mensaje por Let's Go Miér 28 Dic 2011, 5:09 pm

seguila!!!
Let's Go
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Mensaje por jamileth Miér 28 Dic 2011, 6:46 pm

que mal lo de joe..
ojala que encuentre la ra un lugar en el corazon
de joe...
pfff


siguela!!!!
jamileth
jamileth


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Mensaje por Val's Matth. Miér 28 Dic 2011, 8:30 pm

Capítulo 9

____ no pudo dormir. Las palabras de él le resonaban en la cabeza.
El dolor que había impregnado su voz, la pesadilla que había sido su matrimonio... le hicieron pasarse toda la noche dando vueltas en la cama.
Ella, como todo el mundo, había creído que el largo exilio de Joe Jonas había sido para guardarle duelo a su amada esposa.
Pero la realidad era mucho más trágica.
____ deseaba poder consolarlo, poder curar toda su rabia y su dolor.
Al mismo tiempo, sabía que era posible que no pudiera hacer nada para ayudarlo.
¿Pero por qué no podía él volver a amar? Joe era un hombre amable, interesado en los demás... y debía de saber lo que era el amor.
El hecho de que se hubiera negado a sí mismo obtener placer físico porque no era justo para ella era, en cierta manera, una forma de demostrarle amor, reflexionó ____.
Pero no podía decirle eso a Joe. Igual que no podía explicarle que se había enamorado del hombre que él era en el presente, con cicatrices y todo. Y no lo amaba menos aunque esas cicatrices fueran más profundas de lo que ella había imaginado.
Sobre todo, lo admiraba por haberse sobrepuesto al dolor, por haber dedicado su vida a ser productivo, por mostrar compasión hacia los demás.
El problema no era que él no amara a los demás, concluyó ____. Lo malo era que no se amaba a sí mismo.


Durante los cuatro días siguientes, Joe habló muy poco. El tiempo fue bueno, por lo que él se esforzó en llegar lo antes posible. Mantuvo la conversación al mínimo y no se permitió el lujo de quedarse charlando bajo las estrellas por la noche, ni de darse un baño en el mar.
Tenía que escribir su guión, le había dicho él. Y ella tenía que ocuparse de la tesis. Así que, cuando no estaba comiendo o llevando el timón, Joe se encerraba en su camarote.
Sin embargo, ____ parecía no haber comprendido nada, pensó él. Seguía sonriendo y no se cansaba de hacerle preguntas sobre la navegación, sobre la pesca, sobre las recetas de su madre. Por suerte, al menos, no le lanzaba miradas de pena.
____ seguía poniéndose la camiseta y los pantalones cortos de él demasiado a menudo. Debería pedirle que se los devolviera, se dijo Joe. Al fin y al cabo, ella se había comprado más ropa en el último puerto. Pero parecía que lo que más le gustaba ponerse era lo que él le había prestado.
Como si así ella pusiera de manifiesto el vínculo que los unía.
¡Pues no había tal vínculo!, protestó él en silencio.
El barco de Theo siempre le había parecido espacioso y lo bastante grande como para toda una familia. Pero se había equivocado.
Era un yate enano. Minúsculo. En todas partes, se encontraba a ____. Y ella le hacía desear cosas que se había jurado no volver a querer nunca más.
____ lo tentaba, no porque coqueteara o le hiciera promesas irrechazables. Lo tentaba por el mero hecho de ser ella misma.
Por eso, cuando, al fin, llegaron al pequeño puerto de la isla griega de San Isaakios, Joe sintió que sus plegarias habían sido escuchadas.


____ observó maravillada cómo la gente se reunía en la playa. Estaban celebrando la fiesta de su santo patrón.
Para su sorpresa, Joe se mostró deseoso de bajar a tierra. Era la primera cosa por la que parecía entusiasmado desde la noche en que la había rechazado.
Por eso, cuando él le sugirió desembarcar, ella no se negó.
–No es necesario que bajes, si no quieres –señaló él.
Sin embargo, ____ estaba cansada de estar en el mismo barco con un hombre que no quería ni verla. Ansiaba sentirse rodeada de gente, ruido y luces de colores.
–Lo estoy deseando –afirmó ella con emoción.
Los dos acordaron esperar al anochecer, para que fuera más fácil mantener el anonimato. La fiesta estaba en pleno auge.
–No es necesario que te quedes conmigo si no quieres –comentó ella en su camino a la costa.
Joe miró hacia la multitud, la mitad de los hombres estaban borrachos.
–No seas tonta –repuso él, malhumorado–. Vamos.
La playa estaba abarrotada de gente. Pequeñas lucecitas iluminaban las calles del puerto. Los fuertes acordes de la banda hacían temblar el suelo. Hacían un ruido ensordecedor, sobre todo después de haber pasado tantos días en el silencio del mar.
–¡Qué locura! –gritó ella, empujada por una banda de chicos que corrían por la calle.
Había cientos, tal vez miles de personas bailando, cantando y gritando, bebiendo y metiéndose en el agua.
–¿Quieres volver al barco? –le gritó él al oído.
Alguien había encendido fuegos artificiales en la playa. Los flashes de los fotógrafos relucían sin cesar.
–No –respondió ella. No quería regresar a la soledad del barco–. Es increíble. ¡No tenemos nada parecido en Mont _______!
–¡Mejor para vosotros! Busquemos un sitio para comer.
Caminaron más allá de la multitud y encontraron un restaurante con una mesa vacía.
A diferencia de lo que había hecho a bordo, donde siempre había terminado a toda prisa las comidas, Joe se tomó su tiempo para comer y se pidió otra cerveza. Y no habló de ningún tema personal, sólo del guión que tenía que escribir y de las personas con las que necesitaba hablar cuando terminara su viaje.
____ escuchó. Tampoco ella tenía prisa por terminar de comer. Llegarían a Santorini al día siguiente. Aquél sería el final de su viaje. Y, tal vez, no volvería a ver a Joe nunca más. Por eso, quería disfrutar del momento todo lo posible.
–Deberíamos madrugar mañana –dijo él al fin–. He hablado con Theo y nos está esperando. Creo que podemos llegar por la tarde –añadió, sonriente.
____ asintió. Parecía que Joe estuviera deseando deshacerse de ella.
–Tengo ganas de conocer a tu hermano.
Joe parpadeó, como si no se le hubiera ocurrido hacer tal cosa. ¿Acaso pensaba dejarla en un hotel antes de que llegara Theo?
De forma abrupta, él llamó al camarero y pagó la cuenta. Se puso en pie, ignorando el medio vaso de vino que le quedaba a ____.
–Tenemos que irnos.
La multitud comenzaba a dispersarse. Algunos iban a las tabernas para seguir bebiendo, otros a fiestas privadas en las casas.
La fiesta principal había sido trasladada de la playa al mercado central, frente al puerto. Un grupo tocaba música tradicional y había parejas bailando. ____ aminoró el paso, observándolos con envidia.
–Vamos –dijo Joe y le dio la mano para caminar con ella entre el gentío.
–Baila conmigo –pidió ella, embelesada por una mezcla de deseo y música.
–¿Qué? –replicó él y le tiró de la mano.
____ no se movió.
–Sólo un baile –rogó ella.
–____...
–Un baile, Joe. Sólo uno –insistió ella, decidida a no dejarse acobardar.
Los músicos no eran demasiado buenos y, a veces, desafinaban. Pero a ____ no le importaba. Era el final de su viaje y ella sabía que Joe no iba a cambiar de idea.
Ella no podía convencerlo de que la amara.
Pero no se conformaría sin un baile.
Quería sentir los brazos de él una última vez. Quería amarlo, sentir el calor de su cuerpo antes de la despedida.
Levantó la vista hacia él, con ojos suplicantes.
Él torció la boca. Se frotó la mandíbula, que lucía una respetable barba de dos semanas. ____ estaba deseando sentir esa barba contra las mejillas. Si bailaban, podría hacerlo, se dijo.
–Sólo un baile, Joe.
–Diablos. ¿Por qué no? –dijo él al fin.


Era como estar en el infierno y en el cielo al mismo tiempo.
Cuando rodeó a ____ con sus brazos para bailar y sintió el calor de su cuerpo, Joe se sintió perdido.
La deseaba demasiado.
El placer de tenerla a su lado era como si estuviera probando algo que nunca podría tener.
–Para que lo recordemos siempre –susurró ella.
¿Para qué quería recordar?, se dijo él. El amor no existía y él ya no creía en las promesas.
Sin embargo, le resultaba imposible resistirse a los impulsos de su corazón. Era como tratar de resistirse a la fuerza de la gravedad.
Imposible.
Joe la apretó contra su cuerpo y apoyó la mejilla en el pelo de ella. Era suave y olía a una embriagadora mezcla de limón y mar.
Apenas se movieron mientras sonaba la música. Sólo se abrazaron el uno al otro, meciéndose, saboreando el momento, soñando...
El disparo de la cámara fue como un fogonazo en la oscuridad. Una vez, dos, media docena de veces.
Cuando se recuperó de la momentánea ceguera por el flash, Joe se dio cuenta de que el fotógrafo no le apuntaba sólo a él, sino a ____ también. Y no era una cámara de turista, sino una profesional.
Joe maldijo y se quedó rígido. Intentó proteger a ____.
–¿Estás bien? Lo siento. Iré por él. ¡Lo detendré!
____ dio un paso atrás, tan aturdida como él, y le puso la mano sobre el brazo.
–No. Está bien. Son cosas que pasan.
–¡Saldrá en todos los periódicos del continente! ¡Inventarán cosas sobre nosotros! –exclamó él, furioso.
A Lissa le habían encantado ese tipo de cosas, había adorado la fama. Pero ____ no era así.
–Hablaré con él –dijo ____ y se giró para buscar al fotógrafo.
–¿Hablar? –repitió él. No era posible razonar con los paparazis...
Pero ____ corrió detrás del hombre, gritándole en griego.
–Por favor, pare. Quiero hablar con usted.
Para sorpresa de Joe, el fotógrafo se detuvo. Ella se acercó.
–Es una fiesta maravillosa, ¿verdad? –comentó ____ con una sonrisa encantadora–. ¿Cuánto tiempo lleva aquí? ¿Ha tomado muchas fotos? ¿Lo ha pasado bien hoy?
Las preguntas de ____ funcionaron y, bajo la atenta mirada de Joe, el fotógrafo quedó embelesado por el carisma de ____.
Ella no le pidió la cámara ni que destruyera las fotos. Le ofreció una historia que podía acompañar a las imágenes. Le habló de su doctorado en Arqueología. Le contó que había ido a la isla porque quería conocer unas ruinas y que su amigo Joe se había ofrecido a mostrárselas.
Luego, añadió que lo habían pasado muy bien, que habían cenado juntos y que, al escuchar una música tan maravillosa, no habían podido resistirse a bailar.
–¿Quiere usted bailar conmigo? –había invitado ____.
El fotógrafo se quedó estupefacto.
–Yo puedo sujetarle la cámara –se ofreció Joe.
–Buen intento –dijo el fotógrafo, que no era ningún tonto–. Pero ni siquiera bailar con una princesa vale tanto como estas fotos –añadió y salió corriendo.
–Pensabas aplastarle la cámara –le acusó ____ a Joe.
–Claro que sí.
–Bueno, tú tienes tu forma de hacer las cosas y yo la mía –comentó ella con un suspiro.
–Publicará las fotos.
–Sí, pero mi padre no se sentirá avergonzado cuando las vea.


Joe se sentó en silencio en la lancha que los llevaba al barco.
Estaba callado, como en los últimos días, pero parecía más pensativo que antes. Lo más probable era que estuviera disgustado por lo de las fotos, adivinó ella.
Y ____ estaba triste. Los flashes de la cámara habían sido como las doce campanadas del reloj de Cenicienta. No le preocupaban las fotos, pues sabía que, al menos, la historia que las acompañaría sería inocua. Pero le dolía que se hubiera interrumpido un momento tan mágico.
Al llegar al barco, sin decir palabra, Joe la ayudó a subir y se preparó para izar la lancha.
–¿Te ayudo a guardarla? –se ofreció ella, anticipando su respuesta.
–Puedo solo.
____ se sentó en cubierta y se quitó las sandalias, observándolo.
El sonido de la música llegaba hasta ellos. Música dulce y romántica, que le hizo recordar lo delicioso que había sido bailar abrazada a él. Se frotó los pies, doloridos.
–Déjame.
Ella levantó la vista, perpleja, mientras Joe se sentaba a su lado, le tomaba el pie en las manos y comenzaba a masajearlo.
Sus dedos eran fuertes y firmes. Sus caricias, tan deliciosas e inesperadas...
–¿Mejor?
____ asintió. Se estremeció. Cerró los ojos.
–Pues baila conmigo entonces.
Ella abrió los ojos de golpe.
–Aquí no hay fotógrafos –dijo él–. Pero se oye la música –añadió y se puso en pie, tendiéndole la mano.
____ tragó saliva. Al instante, se lanzó a sus brazos. Él la sostuvo contra su pecho. Ella apoyó la cara en su mejilla, posó las manos sobre su espalda y le acarició la nuca con los dedos.
____ estaba en la gloria. Memorizó cada sensación, cada movimiento. No entendía por qué él había cambiado de opinión, pero era demasiado maravilloso como para hacerse preguntas.
Entonces, la música cesó.
Joe no se apartó. Se quedó allí, abrazándola. Ella levantó la vista y le acarició la mejilla y la barba, sabiendo que nunca olvidaría su contacto.
Él se llevó su mano a la boca y la besó.
____ se sintió recorrida por un escalofrío de deseo.
–Por favor –suplicó ella.
Sus miradas se entrelazaron.
Sin decir nada, él la tomó en sus brazos y la llevó al camarote.


Tal vez fue porque era la despedida.
Quizá, porque él no podía contener su deseo.
O, y eso era lo que ____ esperaba, la razón era que él había decidido creer en el amor.
Apenas consiguieron llegar a la cama. Joe la despojó de la camiseta y se quitó la suya también.
Ella le acarició el vello del pecho mientras Joe le tocaba los pechos y se inclinaba para besárselos a través del sujetador de encaje. Al momento, él se lo desabrochó y le besó la piel desnuda.
____ lo agarró del pelo y tiró un poco. Él levantó la cabeza.
–¿No te gusta?
–Me gusta. Yo... Me hace desear más.
–Habrá más –prometió él.
Joe la besó de nuevo, adoró sus pechos y sus pezones, haciéndole retorcerse de placer.
Luego, le quitó los pantalones y le besó en los pies y las rodillas, le acarició entre las piernas.
____ se mordió el labio, temblando. Amaba a ese hombre, pensó, y alargó la mano para acariciarlo entrelas piernas. Él contuvo el aliento.
–¡____!
–¿Qué?
Pero, en vez de responder, él le acarició también y hundió los dedos en su parte más íntima. Ella se estremeció y se apretó contra él.
Entonces, Joe se acomodó entre sus piernas, mientras ella seguía acariciándolo.
–____.
–Sí. Ahora. Por favor.
En ese momento, él se deslizó dentro de ella.
____ contuvo el aliento. Su unión era perfecta.
Durante un instante, Joe se quedó inmóvil, con la cabeza hacia atrás. Luego, comenzó a moverse.
Y ____ se movió con él.
Los dos llegaron juntos al clímax.
Entonces, ____ supo que su amor los uniría para siempre. Aunque sólo fuera en las fantasías de su corazón.

Disfrutenlo...
Val's Matth.
Val's Matth.


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Mensaje por locasxjonas Jue 29 Dic 2011, 11:19 am

AWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWW !
ME ENCANTO ! ME ENCANTO !
COMO LA DEJAS ASI ?
SIGUELA ! SIGUELA !
SIGUELA ! SIGUELA !
locasxjonas
locasxjonas


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Mensaje por jonatic&diectioner Jue 29 Dic 2011, 11:31 am

como se te ocurre dejarla ahi????? siguelaaaaaa
jonatic&diectioner
jonatic&diectioner


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