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La huida de una princesa Joey Tu

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la princesa y el sapo - La huida de una princesa Joey Tu - Página 3 Empty Re: La huida de una princesa Joey Tu

Mensaje por jamileth Vie 23 Dic 2011, 9:54 pm

ahhh lo hicieron!!
o.O
siguela!!!!
jamileth
jamileth


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la princesa y el sapo - La huida de una princesa Joey Tu - Página 3 Empty Re: La huida de una princesa Joey Tu

Mensaje por Val's Matth. Sáb 24 Dic 2011, 12:12 am

chicas les sere muy franca como mañan es noche buena, aqui en chile se cena en la noche y a las 12 de la noche se habren los regalos y luedo se selebra con la famila asta tarde, asi que no creo que pueda subir nove mañan ni pasado (24-25) asi que les dejare un mini maraton en recompensa ok un beso la amo ystedes saben y

Feliz Navidad a todas :)




[center]Capítulo
4





____ no volvió a ver a Joe.


En los siguientes
diez días, fue a la clínica, compró comida, trabajó en su tesis y fue a ver un
par de proyecciones en el Palais du Festival. Y, durante todo el tiempo, no
pudo evitar estar alerta, por si veía al hombre alto y moreno que tan
sorprendentemente había conocido.



Joe había vuelto a la
clínica. Ella lo sabía porque Frank se lo había contado. Y no sólo una vez,
sino varias.



El día anterior, Joe
había pedido una silla de ruedas y había llevado a Frank al puerto.



–¿Una silla de
ruedas? ¿Has ido al puerto? –preguntó ____ sin dar crédito. Ella nunca había
conseguido llevar a Frank a ninguna parte, pues el joven se había avergonzado
demasiado de su estado como para salir–. ¿Para qué?



–Fuimos a navegar.


Ella se quedó
boquiabierta.



–En el barco de su
hermano.



Frank le contó cómo
había sido su día con Joe y con su hermano Theo, con ojos radiantes de
felicidad.



–¿No te lo ha contado
Joe? –quiso saber Frank.



–No lo he visto.


–Deberías venir por
la mañana. Siempre viene antes de comer.



Claro. Porque él
sabía que ella iba por las tardes, pensó ____. Si Joe hubiera querido verla,
podría haberlo hecho. Sabía dónde vivía.



Pero su encuentro
había sido pasajero, se recordó a sí misma. Y era mejor que no se vieran más.



Además, el festival
se había acabado. ____ estaba segura de que Joe se habría ido ya. Había
conseguido lo que se había propuesto. En las noticias, habían informado de que
había conseguido un distribuidor para su nueva película y financiación para su
siguiente proyecto.



____ se alegraba por
él. Casi deseaba haberlo visto para poder habérselo dicho en persona. ¿Pero qué
habría conseguido con ello? Habría sido una situación embarazosa. Incluso él
podía haber pensado que lo estaba acosando.



No. ____ ya había
vivido su cuento personal de hadas con Joe Jonas. Y eso debía ser suficiente.



Después de comer,
Gerald la llamó.



–Esta noche vamos a
dar una fiesta en el yate real –anunció Gerald.



A ____ no le
entusiasmaba la idea de verlo. Pero se había propuesto cumplir con su destino
con toda la elegancia y aceptación posibles.



Gerald era un buen
hombre, un tipo amable. Sin embargo, ____ apenas había pensado en él después de
su encuentro con Joe.



–Es una fiesta para
atraer a las compañías de cine, ya sabes. Traen muchos beneficios a nuestra
economía.



–Sí, claro.


Y, como ya he
terminado lo que tenía que hacer en Toronto, podré asistir –indicó Gerald–.
Será una oportunidad excelente para que tú y yo hagamos de anfitriones.



–¿Estás seguro?
–preguntó ella con reticencia–. No estamos casados.



–Todavía, no. Pero lo
estaremos pronto. Quería hablarte de eso también, ______.



–¿De qué?


–De la fecha de
nuestra boda.



–Pensé que habíamos
acordado esperar a que terminara el doctorado.



–Sí, pero debemos ir
haciendo planes.



–Lo sé. Tendremos
tiempo para eso...



–Sí –la interrumpió
Gerald de buen humor–. Esta noche, después de la fiesta.



–Pero...


–Hace mucho tiempo
que no nos vemos, ______. Te he echado de menos.



–Yo... –comenzó a decir
ella y tragó saliva–. También te he echado de menos.



–¿Estás disgustada
porque no he estado allí la semana pasada? –quiso saber él, notando el tono
distante de ella.



–No. Yo...


–Lo siento. A menudo,
el deber me impide hacer lo que quiero –explicó él–. Tú debes entenderlo mejor
que nadie.



–Sí.


–Pero ahora estoy
aquí. Y tengo muchas ganas de verte esta noche. Iré a buscarte a las ocho –dijo
él y colgó.



Gerald tenía la misma
habilidad para mandar que su padre, pensó ____. De todos modos, ¿qué podría
haber objetado ella?









–Su Alteza lamenta no poder venir en persona –anunció el
chófer e hizo una reverencia antes de ayudar a ____ a subir al coche–. Está en
una cena y la espera en el yate.



En vez de molestarse,
____ se sintió aliviada por no tener que estar a solas en el coche con su
prometido. Con Gerald, la conversación siempre era correcta y educada. Habrían
hablado de cosas superficiales: del tiempo, de su viaje a Toronto, de los
últimos capítulos de la tesis de ella. Y de su boda.



–Está bien. Gracias
–repuso ella al chófer con una sonrisa.



____ se acomodó en el
silencio del asiento trasero. Se alegraba de poder estar a solas con sus
pensamientos durante el viaje de camino al puerto. Así, tendría tiempo para
mentalizarse de que debía comportarse como se esperaba de la princesa de Mont _______.



Sin embargo, cuando
el coche se fue acercando al puerto, ____ se distrajo mirando los yates y los
veleros, imaginando a Joe y a su hermano allí con Frank. Se preguntó cuál de
ellos sería el barco de Theo.



Por supuesto, lo más
probable era que el hermano de Joe se hubiera ido con su barco. Además, no
debía pensar en eso, se reprendió a sí misma. La noche que había pasado con Joe
debía ser sólo un hermoso recuerdo, no una distracción de sus obligaciones. De
todas maneras, no conseguía sacarse de la cabeza la imagen de Joe haciéndole el
amor.



–Vete –murmuró ella.


–¿Cómo dice, Alteza?
–preguntó el chófer, mirando por el espejo retrovisor.



–Nada –repuso ____ y
se apretó la frente con las manos. Cada vez le dolía más la cabeza–. Sólo
estaba pensando en voz alta.



Y tenía que dejar de
hacerlo, se dijo ella.



Una pequeña lancha la
llevó hasta el yate real. Antes de subir, ____ vio a los sirvientes moviéndose
por cubierta. Escuchó música en directo. Tal vez, Gerald y ella conseguirían
encontrar el amor juntos. Eso le había pasado a su padre y a su madre, se
recordó a sí misma. Su matrimonio había sido planeado por los padres de sus
padres y había salido de maravilla.



Con determinación, ____
levantó la cabeza y se obligó a sonreír.



–Ah. Estupendo. Por
fin has llegado –dijo Gerald desde cubierta.



Gerald esperó a que
ella subiera y le dio la mano para ayudarla. Luego, recorrió con la mirada el
vestido azul que ella había elegido, sonrió con gesto apreciativo y la besó en
ambas mejillas.



Entonces, para
sorpresa de ____, Gerald la abrazó con suavidad.



–Me alegro de verte
de nuevo, querida.



Parecía sincero,
pensó ____. Gerald era un hombre encantador. Amable, gentil, capaz de amar.
Después de todo, había querido con todo su corazón a su primera esposa.



–Gerald –saludó ella
con calidez.



–Siento no haber
podido ir a recogerte en persona, pero había quedado para cenar con Rollo
Mikkelsen. Ven. Quiero que lo conozcas. Rollo es el director de Estudios
Starlight. Está interesado en realizar proyectos futuros en Val de Comesque.



–Qué buena noticia
–comentó ella, sonriendo.



–Sí –afirmó Gerald y
abrió la puerta del salón principal, donde la cena había terminado y los
invitados estaban charlando en pequeños grupos–. Rollo –llamó y se acercó con ____
al grupo más cercano–. Quiero presentarte a mi prometida.



Todos se giraron.
Gerald le pasó a ella un brazo por la cintura.



–Su Alteza Real, la
princesa ______ de Mont _______ –presentó Gerald–. Éste es Rollo Mikkelsen,
director de Estudios Starlight.



El otro hombre le dio
la mano.



____ no lo vio. Todo
se puso borroso para ella. Se le aceleró el corazón.



–Encantada, señor
Mikkelsen –consiguió murmurar ella.



Y Daniel Guzmán
Alonso, el productor –indicó Gerald, presentándole al siguiente invitado.



–Señor Guzmán Alonso,
es un placer conocerlo –dijo ella, notando un pitido en los oídos.



Y éste es Joe Jonas,
a quien seguro que reconoces –señaló Gerald con buen humor–. Rollo va a
distribuir su última película.



Los otros hombres
eran borrones para ____. La única figura que podía distinguir era la de Joe,
alto, fuerte e imponente. Y, a juzgar por el brillo de sus ojos, estaba entre
furioso y sorprendido. La miró con expresión acusadora.



____ se quedó sin
respiración. Pero no fue capaz de apartar la vista de él, devorándolo con los
ojos. ¿Cómo había podido pensar que una sola noche con él sería suficiente?



–Señor Jonas –saludó
ella y le tendió la mano fingiendo calma.



–Alteza –dijo él
entre dientes, estrechándosela con fuerza.









¿Una princesa?


¿____ _______ era una
princesa?



El príncipe heredero
de Val de Comesque les había informado de que su prometida aparecería más
tarde.



Y allí estaba ella,
con aspecto sereno y elegante, como el de una princesa.



¿Sería Gerald el
viudo mayor del que ella había hablado?



Joe apretó la mano.
Ella intentó soltarse y él tardó un momento en darse cuenta de lo que estaba
haciendo. Mirándola a los ojos, la soltó de forma abrupta, dio un paso atrás y
se metió las manos en los bolsillos. Era mejor eso que estrangularla.



Pero ____ ni lo
estaba mirando. Sonreía a Rollo Mikkelsen y charlaba con él con voz melódica,
calmada y segura... ¡como si no estuviera delante del hombre con quien se iba a
casar y del hombre con el que se había ido a la cama!



¡Y él que había
creído que Lissa había sido la mayor mentirosa de todas!



–Disculpen. Tengo que
hablar con alguien –se excusó Joe de forma abrupta y salió de la habitación a
toda velocidad.



Al salir a cubierta, Joe
se topó con alguien que conocía. Mona Tremayne estaba sola, contemplando la
puesta de sol. Él se acercó, dispuesto a escucharle hablar de lo maravillosa
que era su hija Rhiannon, si hacía falta. Era mejor eso que quedarse delante de
la encantadora princesa ______ y su prometido.



Mona se alegró de
verlo. Lo besó en ambas mejillas.



–Es un placer verte,
muchacho. Me alegro de que hayas vuelto a la vida. Te hemos echado de menos.



–Gracias –repuso él y
sonrió, conteniéndose para no mirar hacia el salón. Se esforzó por concentrarse
en Mona, una actriz a la que admiraba y con la que quería trabajar en su
próxima película–. ¿Significa eso que puedo proponerte algo?



–¿Quieres casarte con
mi hija? –bromeó Mona con una carcajada.



–Ya no me caso más,
Mona –afirmó él con sinceridad, riendo también.



–No me sorprende
–señaló ella, diciéndole con los ojos que lo comprendía, y sonrió–. Bueno, si
cambias de opinión, tienes una fan en mi familia. Más de una.



–Gracias –dijo él
sonriendo.



Mona miró hacia el mar,
apoyada en la barandilla. Luego, posó los ojos en él de nuevo.



–Bueno, a ver esa
propuesta. Te escucho.



Joe llevaba toda la
semana esperando la oportunidad de tener a Mona a su disposición, sin su hija
cerca.



En ese momento,
Gerald y ____ salieron a cubierta. Joe volvió la cabeza hacia ella y se quedó
en blanco. Lo único que quería era agarrarla por los hombros y obligarle a
explicar por qué no le había dicho quién era.



Estaba furioso. Y no
se enteró de lo que Mona le estaba respondiendo a su propuesta de hacer una
película juntos.



–... creo que saltaré
por la borda –terminó de decir Mona y lo miró resplandeciente.



–¿Cómo?


–Oh, querido –dijo
Mona y le dio una palmada en la espalda–. Es mejor que hablemos en otro
momento, cuando puedas concentrarte.



–Estoy concentrado.


Pero lo cierto era
que estaba concentrado sólo en ____, en el sonido de su voz y su melodiosa
risa. Oyó a Gerald también. Estaban hablando en francés. Y parecían felices.
¿Sería ella feliz?



–Pero, si me ahogo,
no podría salir en tu película, ¿verdad? –dijo Mona.



Él la miró sin
comprender.



Mona rió.


–No te preocupes,
querido. Hablaremos en otro momento. Voy a buscar una bebida.



–Yo te traeré una –se
ofreció Joe.



–No, muchachito.
Estoy bien. Quédate aquí y entretén a los príncipes –replicó Mona antes de
irse.



Joe se giró para
protestar, pero se encontró de frente con ____.



Ella tenía los ojos
muy abiertos y su sonrisa no parecía tan serena.



–Joe.


–Alteza –dijo él con
rigidez.



–____ –le corrigió
ella con voz suave.



–No lo creo –repuso
él con dureza y se apoyó contra la barandilla.



–____. Ésa soy yo
–insistió ella.



–De eso, nada
–replicó él–. Podías habérmelo dicho –añadió y buscó a Gerald con la mirada.
Pero el príncipe se había ido a la otra punta de cubierta, donde estaba
hablando con Rollo.



–Sí –admitió ella–.
Pero no quise. ¿Por qué iba a hacerlo?



–Porque, tal vez, a
mí me habría gustado saberlo.



Un sexteto había
empezado a tocar. El sonido del clarinete inundaba la cubierta.



–Te pedí que me hablaras
de ti cuando te conocí.



–No era necesario que
supieras eso.



–¡Me pediste que me
acostara contigo!



Ella se sonrojó y
miró a su alrededor, temiendo que alguien los oyera.



–¿No quieres que
nadie lo sepa? ¿Temes que tu prometido descubra cómo eres?



–Yo no...


–¿Por qué vas a
casarte con él? ¿Te obliga tu padre? ¿Se trata de una alianza entre países?



–Algo así.


–¡Anda ya! –le espetó
él–. ¡Estamos en el siglo XXI!



–Pero es verdad.


–¿Así que tu padre te
vendió al mejor postor?



–¡Claro que no! Sólo
es un matrimonio... de conveniencia. Es bueno para nuestros países.



–¿Países? ¿De eso se
trata? ¿Y qué pasa con las personas?



–Gerald es un hombre
bueno –señaló ella, levantando la barbilla.



–A quien has
traicionado acostándote conmigo –puntualizó él.



____ abrió la boca,
pero la cerró de nuevo. Estaba sonrojada, furiosa, indignada... y muy bella.



–Es obvio que cometí
un error –afirmó ella, cruzándose de brazos–. Nunca debí haberte sugerido algo
así. Fue...



–¿Qué? –preguntó Joe,
intentando comprender qué pasaba por su hermosa cabecita.



–Nada. Olvídalo. No
importa.



–¿Lo olvidarás tú
también?



–Sí –dijo ella y bajó
la mirada–. No.



Joe la observó con
atención, sin saber qué pensar. ____ no parecía estar mintiendo.



–¿Te ha servido de
algo?



Ella no respondió
durante un largo instante. Al fin, se encogió de hombros.



–No lo sé –contestó ____,
sin mirarlo, con la cabeza gacha.



Joe seguía furioso.
No sabía si estaba más molesto con ella o consigo mismo. Después de lo de
Lissa, debía haber aprendido a no dejarse engañar, se dijo.



¿Y por qué ____ se
dejaba manipular por su padre y su país? No era asunto suyo, se recordó a sí
mismo. Debería darse media vuelta e irse. Sin embargo, sus pies se quedaron
pegados al suelo.



____ tenía la vista fija
en el mar.



–Fascinante, ¿verdad?
–comentó él, molesto porque ella siguiera sin mirarlo.



–Es hermoso –afirmó
ella.



–Sí, parece sacado de
un cuento de hadas –señaló él con tono burlón.



La brisa sopló en el
pelo de ella y un aroma a limóny a mar envolvió a Joe. Él deseó poder tocarla,
acariciarla.



–Yo no creo en
cuentos de hadas –confesó ella con tono suave.



–Excepto por una
noche.



–Lo siento. Pudiste
haberte negado.



–Debí haberlo hecho
–puntualizó él con la mandíbula apretada.



–Quiero darte las
gracias por haber vuelto a visitar a Frank.



–No es necesario. No
lo hice por ti –le espetó él.



–Lo sé. Pero, incluso
así, significa mucho para él –aseguró–. Y fue una idea brillante llevarlo a
navegar. No puedo creer que consiguieras convencerlo para ello. Le encantó.



Joe no quería que le
diera las gracias. Ni que le sonriera. Se encogió de hombros, irritado.



–Fue un placer
hacerlo. Es un buen chico. Y muy listo. Tiene potencial.



–Sí –afirmó ____,
sonriendo un poco–. Estoy de acuerdo. Me temo que él no piensa lo mismo.



–Está enfadado. Es
lógico, teniendo en cuenta lo que le ha pasado –opinó Joe–. Encontrará su
camino –añadió, sin dejar de mirar hacia el mar–. Lo conseguirá con el apoyo de
gente como tú.



Y tú –dijo ella.


Joe meneó la cabeza.


–Yo me voy mañana por
la mañana. Voy a llevar el barco de mi hermano a Santorini.



–Pero no te olvidarás
de Frank –adivinó ella.



–No –reconoció él–.
Seguiremos en contacto.



–Le gustará –señaló ____,
sonrió y se quedó callada, sin moverse.



Joe tampoco se movió.
Ya no se sentía tan furioso.



–Pensé que ya te
habrías ido. Has conseguido lo que querías, tu película ha tenido mucho éxito.



–Rollo va a
distribuirla, sí. Y ha tenido buenas críticas.



–Estoy segura de que
las merece.



–¿No la has visto?


–No. Yo... quería
hacerlo. Pero quería que pensaras...



–¿Qué?


–Que... te estaba
persiguiendo –afirmó y lo miró a los ojos.



____ parecía sincera,
pensó él. ¿Pero qué más daba? Princesa o no, ella no era parte de su vida, se
recordó a sí mismo. Sin embargo, no pudo mantener la boca cerrada.



–Mira, ____. No
puedes casarte si no estás segura. Puede que Gerald sea un buen hombre, pero el
matrimonio es... –comenzó a decir él y se interrumpió, pensando que no era la
persona adecuada para dar consejos sobre el matrimonio.



–¿Es qué? –quiso
saber ella.



–¡Es demasiado
difícil como para aferrarse a esperanzas infundadas! –exclamó Joe, furioso.
Pero no con ella, sino con Lissa.



Pero ____ no lo
sabía. Lo miró con ojos como platos.



Joe la miró también.
No debía preocuparse por esa mujer, se repitió a sí mismo. No era asunto suyo.



–¡______! –llamó
Gerald detrás de ellos.



–Tengo que irme –se
excusó ____.



–Claro –dijo Joe,
asintiendo con aire distante.



Sin embargo, ____
siguió sin moverse. Sus miradas se entrelazaron.



–¡______! –repitió
Gerald.



____ se giró para
irse. Joe le sujetó la mano un momento.



–No eches tu vida a
perder, princesa.




[/center]
Val's Matth.
Val's Matth.


Volver arriba Ir abajo

la princesa y el sapo - La huida de una princesa Joey Tu - Página 3 Empty Re: La huida de una princesa Joey Tu

Mensaje por Val's Matth. Sáb 24 Dic 2011, 12:13 am

Joe se mantuvo alejado de ella durante el resto de la noche.



No tenía nada de
raro, pensó ____. Él se sentía engañado. Aunque ella no había tenido la
intención de mentirle. Sólo había querido poder comportarse, por una vez, como
la mujer que era, no como una princesa.



Pero no podía esperar
que Joe lo comprendiera.



Él la evitaba, pero ____
no podía dejar de seguirlo con la mirada en todo momento.



Sin embargo, se
suponía que debía ocuparse de los invitados. Y eso hizo. Charló con ellos, les
prestó atención, siempre acompañada de Gerald.



Su padre estaría
orgulloso, pensó ____. Pero ella no lo estaba. Al final de la noche, cuando vio
a Joe alejarse en la lancha, supo dónde estaba su corazón. Un doloroso vacío
anidó en su pecho.



Su amor era
imposible, se repitió a sí misma una y otra vez, mientras sonreía a los
invitados que estaban hablando con ella.



En cuanto pudo, ____
se excusó y se dirigió sola a proa, para ver cómo la lancha con Joe se perdía
en la distancia.



–¡______! –llamó
Gerald.



–Ya voy –repuso ella,
tragando saliva.



En su mente,
resonaron las palabras de Joe: «No eches a perder tu vida, princesa».










Capítulo
5





JOE se levantó al amanecer. No había dormido bien. Se había
ido a la cama con la determinación de no dedicarle ni un pensamiento a Su
Alteza Real la princesa ______. Pero no había podido sacársela de la cabeza.



Después de Lissa, no
había creído que nadie pudiera volver a romper sus defensas.



Se había permitido
pasar una noche con ____ porque había tenido claro que sólo sería eso. Una
noche sin ataduras. Y había querido creer que ella había sabido lo que había
estado haciendo.



Sin embargo, Joe ya
no lo creía. ¡Y no podía dejar de pensar en ella!



Aprovecharía el día y
saldría temprano en el yate, se dijo. Cuanto antes dejara atrás Cannes, y a Su
Alteza Real, mejor que mejor.



Joe dejó el hotel y
se dirigió al puerto. La mañana estaba tranquila y silenciosa.



Poco a poco, la
ciudad volvía a recuperar la normalidad después del festival. Joe también
quería recuperar la normalidad. Aceleró el paso, ansioso por embarcar.



En el puerto, le
esperaba el barco de Theo. Era un yate magnífico, de cuarenta pies de eslora y
dos camarotes, uno delante y otro detrás, con espacio para Theo, su esposa y
sus dos hijos.



Joe siempre había
soñado con tener una familia, igual que Theo siempre se había comportado como
un llanero solitario. Pero las cosas habían cambiado.



–Eres afortunado
–había murmurado Joe, sintiendo un poco de envidia.



–Sí –había respondido
Theo–. Por eso, no quiero perder tiempo navegando hasta Santorini, cuando
Martha y los niños están allí ya. No quiero estar dos semanas sin ellos.
¿Querrías llevar tú el barco?



–Claro –había
respondido Joe sin titubear.



La última vez que
había navegado, había sido poco después de su boda, con Lissa. Pero había sido
un desastre, uno de tantos en su breve matrimonio.



Ese viaje, sin
embargo, no lo sería. No iba a ser fácil llevar el barco sin tripulación, pero
él tenía mucha experiencia y muchas ganas de estar solo, después de la locura
del festival.



Sin embargo, cuando Joe
llegó al atracadero, se quedó petrificado. No podía creer lo que veía. Frunció
el ceño, acercándose para comprobar si sus ojos lo engañaban.



Ella caminó hacia él
también.



No llevaba el vestido
azul de noche, ni el collar y pendientes de diamantes. No llevaba el
sofisticado moño de la noche anterior. No parecía la princesa ______.



Tampoco parecía la
mujer eficiente y profesional que había conocido en el Carlton hacía dos
semanas.



____ iba vestida con
vaqueros y zapatillas de deporte, una camiseta de color claro y una sudadera
amarrada a la cintura. Y el pelo recogido en una cola de caballo. Parecía una
muchacha de quince años.



–¿Qué estás haciendo
aquí? –preguntó él, molesto, con desconfianza.



–He venido a darte
las gracias.



–¿Por qué? ¿Por
acostarme contigo? Ha sido un placer Pero ni se te ocurra que puede repetirse.



–Lo sé –replicó ella
con tono de impaciencia–. No he venido para eso.



–¿Entonces, por qué?


–Por darme valor
–contestó ella, tras titubear un momento, mirándolo a los ojos.



Joe no presagió nada
bueno. La miró con dureza y gruñó antes de pasar junto a ella. Lanzó su mochila
a la cubierta y subió al yate.



Apenas un segundo
después, ____ también subió.Él se giró de inmediato y se enfrentó a ella.



–¿Qué crees que estás
haciendo?



–Quiero contarte lo
que ha pasado.



Joe se cruzó de
brazos y se apoyó en la barandilla de cubierta. No serviría de nada decirle que
no quería saberlo, adivinó.



–Dime.


–Hablé... con Gerald.
Después de la fiesta. Le dije que no me podía casar con él.



–¿Por qué? –preguntó Joe,
atónito.



–¡Tú sabes por qué!
–replicó ella, indignada–. Porque no lo amo. Porque él no me ama.



–¿Y? También lo
sabías la semana pasada, cuando pensabas casarte con él.



–Lo sé, pero...


Joe no quería
escucharlo. Se dio media vuelta y se dirigió a la cabina de mandos. Se frotó el
cuello, tenso. Al fin, se giró y la miró a la cara.



–Eso no tiene nada
que ver conmigo.



–Tú me diste valor.


Aquello era
precisamente lo que él no había querido escuchar.



–No seas tonta.


–Tú me dijiste que no
echara a perder mi vida.



–¡Pero no esperaba
que fueras tan radical!



–Quizá fuera
necesario.



Joe se pasó la mano
por la cabeza. ¿Cómo era posible que ella hubiera seguido su estúpido consejo?



–¿Y cómo fue?
¿Esperaste a que todo el mundo se fuera y le dijiste, así sin más, que no ibas
a casarte?



____ se quedó un poco
cohibida ante su tono agresivo, como si no entendiera cuál era el problema. Y
claro que no lo entendía, reflexionó Joe, porque el problema era suyo, no de
ella.



–No fue tan
directo... –dijo ella al fin–. Pero se lodije. Él quería hablar de la fecha y
yo no me sentí capaz –explicó y meneó la cabeza–. No pude hacerlo.



–Pero no fue por mí,
¿verdad? –inquirió Joe tras un instante.



Ella frunció el ceño
un momento. Y pareció comprender adónde quería él ir a parar.



–¿Quieres decir que
si me di cuenta de pronto que prefería estar contigo? –preguntó ella y soltó
una carcajada–. No soy tan presuntuosa.



–Bien –repuso él,
malhumorado. Y aliviado por haberse equivocado en su suposición–. Me alegro por
ti –añadió tras un silencio. Subió a la cabina de mandos y lanzó dentro su
mochila.



–Sí –dijo ella–. Hice
lo correcto –afirmó y respiró hondo–. De hecho, me siento genial.



Joe podía imaginarlo.
Sin duda, él se habría sentido así también si no se hubiera casado con Lissa.



–Felicidades.


–Gracias –repuso ____,
sonriente.



–¿Y Gerald se tomó
bien que rompieras vuestro compromiso? –preguntó él, ladeando la cabeza con
curiosidad.



–Bueno, no –admitió
ella y se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja–. Me dijo que era normal
estar nerviosa y que lo pensara mejor, que me tomara mi tiempo. Pero yo me
conozco.



¿Sería verdad? Joe
dudaba mucho que ____ se conociera. ¿Acaso no había aceptado casarse con Gerald
en el pasado? Sin duda, entonces, ella había pensado que era una buena idea. Y
era lógico que Gerald esperara que entrara en razón.



–¿Y tu padre? ¿Qué ha
dicho? –inquirió él. Cuando ella no respondió, añadió–: ¿Se lo has contado?



–Le he mandado un
correo electrónico.



–¿Le has mandado a tu
padre, el rey, un correo electrónico? –dijo Joe, estupefacto.



____ se encogió de
hombros y levantó la barbilla con gesto desafiante.



–Puede que sea el rey
para los demás, pero para mí es mi padre. Y no quería hablar con él. Estoy
segura de que lo comprenderá. Me quiere.



Sin duda, pensó Joe.
Pero también era el rey y estaría acostumbrado a decirle a todo el mundo, y
sobre todo a su hija, qué debía hacer.



–Se acostumbrará a la
idea –continuó ____–. Sólo necesitará un poco de tiempo. Puede que esté un
poco... disgustado... al principio –admitió y se encogió de hombros–. Por eso,
me voy.



–¿Cómo que te vas?
–inquirió él, levantando la vista hacia ella.



____ se giró y saltó
al muelle. Joe se dio cuenta de que había una mochila y una maleta allí en el
suelo.



–Me iré por un tiempo
–afirmó ella, se cargó la mochila al hombro y recogió la maleta.



–¿Te vas de Cannes?
–inquirió él, atónito.



– Sí. Mi padre vendrá
a buscarme en cuanto lea el correo electrónico. No quiero estar aquí cuando
venga –explicó ella y se encogió de hombros–. Necesito tiempo. Por eso, me voy.
Pero no quería irme... sin decírtelo y sin darte las gracias.



Joe no sabía qué
decir. Le había dado a ____ un consejo basándose sólo en su mala experiencia
con el matrimonio. ¿Cómo había podido ser tan osado?



–Tal vez, deberías
tomarte un tiempo para pensarlo bien, como te ha dicho Gerald, antes de tomar
una decisión definitiva. No te apresures.



–No me estoy
apresurando –repuso ella, mirándolo como si estuviera loco–. ¡Lo he pensado
bien! Llevamos tres años prometidos. Y he tomado una decisión. La verdad es que
lo decidí hace mucho tiempo, sólo había estado retrasándolo. Gracias a ti,
encontré el coraje para decirlo.



Se miraron un momento
en silencio, hasta que ____ dio un paso atrás y se despidió con la mano.



–Adiós, Joe. Gracias
por darme valor –repitió ella y sonrió–. Y por los recuerdos.



Entonces, ella se
colocó bien la mochila, tomó la maleta y comenzó a alejarse del muelle. Joe se
quedó observándola, inmóvil, diciéndose que debía poner el motor en marcha e
irse de allí cuanto antes. Pero no fue capaz.



–¡Maldición! –murmuró
él–. ¡____! –gritó–. ¿Adónde vas?



A lo lejos, ella se
giró.



–No lo sé aún.


–¿Cómo que no lo
sabes? –preguntó él, con el estómago encogido. Refunfuñando, saltó al muelle.



____ dejó la maleta
en el suelo y levantó la vista hacia él.



–Es lo que he dicho.
No tengo ni idea. Sólo quiero ir a algún sitio donde mi padre no me encuentre.
Pero no tengo ningún plan.



A Joe no le gustó lo
más mínimo esa idea. Era una mujer joven, confiada y sola. Además, rica y de
buena cuna. Una presa perfecta para maleantes.



–Había pensado hacer
auto stop –señaló ella.



–¡Auto stop! –exclamó
él, furioso.



–No voy a hacer auto
stop, Joe –aseguró ella, riendo–. Sólo era una broma. No te pongas nervioso, no
me pasará nada. –¡No me pongo nervioso! –dijo él. Sólo tenía ganas de
estrangularla.



–Bien. De acuerdo. No
estás nervioso –repitió ella, sonriendo, y lo miró de arriba abajo–. No tienes
por qué ponerte así. ¿Por qué te preocupas?



–¡Porque te estás
portando como una idiota! No puedes irte así, sin más. Necesitas un plan y un
sitio adonde ir. ¡Y guardaespaldas!



–¿Guardaespaldas?
–preguntó ella, parpadeando.



–¡Eres una princesa!


–No he tenido
guardaespaldas desde que dejé la universidad. Soy muy capaz de cuidar de mí
misma –afirmó ella y sonrió–. Pero gracias por tu interés.



Entonces, como si él
fuera un plebeyo con el que no quería perder más tiempo, ____ tomó su maleta y
comenzó a caminar.



Joe maldijo para sus
adentros, salió tras ella y la agarró del brazo, deteniéndola.



–Pues ven conmigo.


–¿Contigo? –repitió
ella con la boca abierta–. ¿A Grecia?



–¿Por qué no? No
tienes ningún plan. No puedes ir por ahí como una vagabunda. No sería seguro.



–No soy tonta, Joe.
He vivido en Oxford yo solita. ¡Y en Berkeley!



–Con guardaespaldas.


–Entonces, era joven,
casi una niña. Ahora no soy una niña.



–No. ¡Eres una mujer
muy bella y cualquier hombre que se precie de serlo pensaría lo mismo!



–No pienso caer en
manos de ningún depredador.



–Ya. Eres fuerte y te
defiendes muy bien sola. ¡Por eso pude raptarte en medio del vestíbulo de un
hotel lleno de gente!



–¡No fue así!


–¡Salí de allí
contigo!



–Porque yo te dejé.
Sabía quién eras. Pude haber gritado –se defendió ella, nerviosa.



–Habrían pensado que
estabas loca por mí.



–Puedo cuidarme sola.
No hablo con extraños. Ni tomo decisiones estúpidas.



–¿De verdad? –replicó
él con gesto burlón–. Ibas a casarte con Gerald. Te insinuaste a mí. Te
acostaste conmigo.



–Hasta ahora, no
había pensado que eso fuera una decisión estúpida.



–Piénsalo mejor
–aconsejó él y se pasó la mano por el pelo–. Mira. Eres una mujer muy
atractiva. A mí me sedujiste, ¿no es así?



–Te prometo que no
suelo comportarme así.



–¿Y si alguien más
quiere tener recuerdos contigo? ¡Si te pasa algo, sería culpa mía!



–No seas ridículo. Te
crees demasiado importante. Lo que yo haga es asunto mío, no tuyo.



–Pero estás en deuda
conmigo –le recordó él–. Tú misma lo dijiste. Habías venido para darme las
gracias.



–Obviamente, ha sido
un error –repuso ____, cruzándose de brazos.



La próxima vez no
seas tan educada –señaló él y agarró la maleta del suelo–. ¡A los paparazis les
encantaría captar esta instantánea!



____ miró a su
alrededor, asustada.



–¡No hay fotógrafos!


–Podría haberlos.
¿Quieres que te sigan por toda Europa? –repuso él y se encogió de hombros.



Durante un momento, Joe
temió que ella lo dejara marchar con su maleta y se alejara en la otra
dirección.



–Es una locura –dijo
ella al fin, caminando tras él–. En realidad, no quieres que vaya contigo.



–Lo que no quiero es
que te pase nada –replicó él y, antes de que ella pudiera responder, añadió–:
Mira, si te pasara algo, yo me sentiría culpable. Y mi madre también pensaría
que habría sido culpa mía.



–¿Se lo contarías a
tu madre?



–No tendría que
hacerlo. Ella lo descubriría.



Malena Jonas tenía
ojos en la nuca y sabía siempre lo que pensaban sus hijos, incluso antes que
ellos. Joe sabía que su madre comprendía mejor que nadie por lo que había
pasado los últimos tres años.



Y sabía que, si
dejaba a ____ sola, su madre no se lo perdonaría.



–Ella no me conoce
–protestó ____.



–Todavía, no.


____ refunfuñó algo
entre dientes. Y siguió caminando hacia el barco.



–Supongo que irás más
seguro si voy contigo.



–¿Más seguro?


–Será más fácil
manejar el barco entre dos. Aunque no me cabe duda de que puedes hacerlo solo.



–Sí. Pero tienes
razón –contestó él. Si así podía convencerla, ¿por qué discutir?



–De todas maneras,
dijiste que querías estar solo.



–Espero que no me
estés hablando todo el tiempo –repuso él, exasperado.



–Pues igual sí lo
hago.



–Si lo haces, te
dejaré en Elba.



–¿Donde encerraron a
Napoleón?



–Eso es –afirmó él y
sus miradas se encontraron.



–Napoleón escapó.


–Tú no escaparás.


–¿Cómo lo sabes?


–Cuando te deje, le
diré a tu padre dónde estás.



–No lo harás.


–¿Cómo lo sabes?


Estaban bromeando. Y,
al mismo tiempo, Joe hablaba en serio.



–Piensas discutir
conmigo todo lo que haga falta hasta que acepte, ¿verdad? –preguntó ella al fin
y suspiró.



–No. Igual termino
agarrándote por las fuerzas y subiéndote a cubierta.



–No serías capaz.


–¿Quieres ponerme a
prueba?



Ella afiló la mirada
y lo observó un momento.



–Si acepto, ¿no
pensarás que quiero volver a acostarme contigo?



–¿Qué?


–No quiero que
pienses que te acoso.



–No me importaría que
lo hicieras –admitió él–. Soy inmune a las mujeres.



–Sí, ya. ¿Entonces,
no te gustó?



–No he dicho que no
disfrutara de tener sexo con una mujer hermosa. Lo que he dicho es que no
quiero nada más que eso.



–¿Nunca? –preguntó
ella, parpadeando.



–Jamás –aseguró él.


____ lo miró con
atención, como si buscara su punto débil. Pero él no tenía punto débil. No,
después de Lissa.



–Nunca digas de esta
agua no beberé –aconsejó ella como si quisiera reconfortarlo–. Nunca es mucho
tiempo. Y puede que conozcas a alguien a quien puedas amar tanto como a tu
esposa. De forma diferente, pero con la misma intensidad.



Joe se quedó callado.
No quiso aclarar el malentendido. ____ sólo sabía lo que la prensa
habíapublicado. Él nunca había tenido ningún interés en airear sus problemas
privados con Lissa. Y no tenía por qué explicarle a ____ que se equivocaba. Así
que le dejó creer lo que ella quisiera.



–¿Y qué pasa con el
sexo? –preguntó ella de forma abrupta.



–¿Qué? –replicó él,
boquiabierto.



–No te estoy pidiendo
sexo –se apresuró a explicar ella–. Sólo quiero saber qué esperas de mí.



Lo mismo quería saber
Joe. Aquella mujer era por completo impredecible.



–Depende de ti,
princesa –dijo él, malhumorado–. No puedo decir que no me gustara, ni puedo
decir que no quiera repetirlo. Pero no me voy a enamorar de ti. Así que no te
hagas esperanzas.



–¡Cómo te atreves!
–exclamó ella, sonrojándose.



Él sonrió y se
encogió de hombros.



–Por si acaso. Tú has
sacado el tema. De acuerdo. Es mejor dejar las cosas claras. Desde ahora te
digo que no pienso comprometerme. Te llevo conmigo para que no te pase nada.
Punto.



–Me guste o no
–señaló ella con tono burlón.



–Te guste o no –afirmó
él–. En cuanto al sexo... no tengo expectativas. Lo que pase a bordo, princesa,
es cosa tuya.



Ella parpadeó y se
quedó pensativa. Frunció el ceño. Tras varios minutos, sonrió, asintió y le
tendió la mano.



–Trato hecho.








____ sabía que debía haberse negado. Debía haberse ido del
muelle sin mirar atrás. Más aun, no debía haber ido nunca al puerto para ver a Joe.



Pero lo había hecho
porque... porque sabía que sólo él la entendería, admitió para sus adentros.
Ella no había esperado más que recibir los buenos deseos por parte de Joe.



¡En absoluto había
esperado que él insistiera en llevarla en el barco!



____ lo miró de reojo
mientras desatracaba. Joe no le estaba prestando ninguna atención. Estaba
soltando amarras y ocupándose en otros quehaceres por el estilo.



Ella se quitó de en
medio y esperó a que él le diera órdenes. Había navegado desde niña, cuando
había ido en el yate de su padre con su familia. Y estaba segura de que podía
ayudar a Joe con el barco.



Eso no sería ningún
problema. Ella no era una tonta. ¿Pero qué otra cosa podía pensarse de una
mujer que pasaba de un compromiso de tres años con un hombre al que no amaba a
escaparse en un barco con otro que nunca la amaría?



No estaba enamorada
de él, se aseguró a sí misma.



Aunque tuvo que
reconocer que tampoco le resultaba indiferente.



Joe le... gustaba. Y
había sido su amor platónico de juventud.



Además, lo admiraba
por su éxito profesional y por haber superado la tragedia de la muerte de su
esposa. Sin duda, lo apreciaba por haber sido tan amable con Frank durante las
últimas semanas y, también, por su generosidad con ella. Dentro y fuera de la
cama.



Pero ____ no lo
amaba. Todavía, no. Ni nunca, se repitió a sí misma. Ella era una mujer
razonable. Y no se metía en callejones sin salida, se dijo.



Joe se lo había
advertido. Y había sido bastante humillante escucharle expresar su indiferencia
en términos tan llanos. Como si de ninguna de las maneras pudiera él enamorarse
de alguien como ella.



Bien. No importaba.
En ese momento, lo único que ____ quería era tomarse un respiro, tener un poco
de paz para aprender a escuchar los deseos de su corazón.



Por eso, había
aceptado lo que él le había ofrecido: dos semanas de soledad, lejos de su
padre. Dos semanas para rehacerse y planificar su futuro.



Sí, el matrimonio
sería parte de ese futuro, ____ estaba segura. Pero no con Gerald. A pesar de
su sugerencia de que se tomara un tiempo para reconsiderar su decisión, ella
sabía que no había nada que pensar. Sólo lamentaba haber tardado tanto en darse
cuenta de que hacía falta algo más que sentido del deber y la responsabilidad
para ir al altar.



Después de la noche
que había pasado con Joe, ____ había comprendido que la pasión también debía
jugar un papel importante. Y su pasión y su deseo no se habían disipado después
de esa noche.



¿Cómo iba a
sobrellevar las dos semanas que tenía por delante? ____ no estaba segura.
¿Habría hablado Joe en serio cuando le había dicho que dependía de ella que
tuvieran sexo o no?



El motor se puso en
marcha. El barco comenzó a vibrar bajo sus pies.



–Eh, princesa, suelta
la última amarra –gritó Joe desde el timón, señalando al último cabo que los
ataba al muelle.



____ hizo lo que le
pedía.



El yate comenzó a
alejarse. Ella sintió la brisa de la mañana en el rostro, inspiró el olor a mar
y se sintió poseída por una excitante sensación.



Se sintió igual que
Frank cuando había salido a navegar: viva.



Aunque sabía que
habría riesgos. Pasar dos semanas a solas en un velero con Joe Jonas podía ser
lo más parecido al paraíso o... si se enamoraba de él, al infierno.








Val's Matth.
Val's Matth.


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la princesa y el sapo - La huida de una princesa Joey Tu - Página 3 Empty Re: La huida de una princesa Joey Tu

Mensaje por Val's Matth. Sáb 24 Dic 2011, 12:13 am

Capítulo
6





A MALENA Jonas, la madre de Joe, le gustaba poner
calificativos a sus hijos. Theo, el mayor, era «el solitario». George, el
médico, era «el listo». Yiannis era «el pequeño biólogo», porque siempre estaba
llevando a casa serpientes y búhos con alas rotas. Tallie, por supuesto, era
«la niña».



¿Y Joe, el mediano?


«Impulsivo», diría su
madre. «De buen corazón, honrado, sí. Pero, sobre todo, Joe hace las cosas
antes de pensarlas».



Al parecer, eso no
había cambiado en nada, se dijo a sí mismo Joe mientras dirigía el velero hacia
mar abierto. Su matrimonio con Lissa, a los treinta y dos años, debería haberle
curado de su impetuosidad.



Pero no. Había sido
tan tonto como para insistirle a ____ para que pasara con él las dos semanas
siguientes en ese maldito barco, ¡los dos solos!



¿En qué demonios
había estado pensando?, se reprendió a sí mismo.



En nada más que lo
que había dicho. Ella era demasiado inocente, amable y dulce como para ir sola
por el mundo. Y él había sido el culpable de que ____ tomara esa decisión.



¡Hasta ella le había
dado las gracias por animarle a dar ese paso!



Joe no había sido
capaz de mantener la boca cerrada y, como resultado, allí estaba ____,
esperando a que él le dijera qué hacer. Estaba sonriente, preciosa a la luz del
amanecer, con el viento revolviéndole el pelo. Él no pudo evitar recordar su
suavidad...



No le importaría nada
volver a hundir los dedos entre el cabello de ella. Pero había sido tan tonto
como para dejar que ____ fuera quien decidiera cómo iban a dormir.



Negándose a pensar
más en ello, Joe se concentró en dirigir el barco. Intentó no mirarla, pero le
resultó imposible.



–¿Por qué no llevas
tus cosas abajo? –sugirió él–. Te llamaré cuando necesite tu ayuda con las
velas.



–Gracias –dijo ella,
sonriente.



____ tomó su maleta y
comenzó a bajar a los camarotes. Las escaleras eran demasiado empinadas y,
cuando Joe iba a ofrecerle ayuda, ella lanzó la maleta abajo con una patada y
bajó despacio con la mochila al hombro.



Bueno, era una chica
con recursos. Tenía que admitirlo, se dijo Joe y respiró hondo. Durante unos
segundos, pretendió imaginar que estaba solo en su viaje.



Sin embargo, al
alejarse del puerto, pasó junto al yate de Val de Comesque, atracado al final
del muelle. Su tripulación estaba ya en pie y él no pudo evitar preguntarse si
Gerald estaría también levantado. ¿Estaría buscando a ____ preocupado? ¿O
pensaría que ella se había ido a casa sin más y esperaría que entrara en razón?



Según ____, Gerald le
había sugerido que lo pensara mejor. Sin duda, el príncipe estaba seguro de que
ella cambiaría de idea. Aunque ella parecía segura de lo contrario. ¿Sería
verdad o sólo se estaría dejando por un momento de bravuconería?



Joe dudaba que ella
no fuera a echarse atrás. Una cosa era decir que no pensaba casarse con un
hombre poderoso y rico, futuro rey, y otra muy diferente cumplir su palabra,
reflexionó él.



Quizá, lo único que ____
necesitaba era tiempo, para estar segura. ¿De casarse o de no casarse? No era
asunto suyo, se recordó Joe.



Ella estaba en su
derecho de tomarse su tiempo y considerar sus opciones. ¡Cuánto le hubiera
servido a él tener dos semanas para pensar las cosas antes de casarse con
Lissa! Tal vez, no se habría casado. Pero ya era demasiado tarde para pensar en
eso.



Joe respiró hondo,
llenándose los pulmones de aire marino, y se sacó a Lissa de la cabeza. Ella
era el pasado. Y él tenía el futuro por delante. Tenía en mente escribir un
guión. Y tenía dos semanas de viaje por mar para darle forma en su cabeza.



Y también estaba ____.
¡Cielos!



–¡____! –llamó él
cuando hubieron dejado atrás el yate real–. ¿Sigues queriendo ayudar?



–Claro –repuso ella,
presentándose al instante en la cabina de mandos.



–Mantén el rumbo
mientras yo me ocupo de las velas.



–¿Quieres que lleve
el timón? –preguntó ella con ojos como platos, entusiasmada.



–¿Puedes hacerlo?
–quiso saber él, titubeando un poco.



–Eso creo –afirmó
ella–. Lo que pasa es que, normalmente, no me dejan hacerlo. Ya sabes, las
princesas no deben ensuciarse las manos y esas cosas.



–Pues durante las dos
próximas semanas tendrás las manos sucias.



–Me parece bien. Me
encanta ayudar –aseguró ella con alegría–. Sólo me... ha sorprendido un poco.
Pero estoy emocionada porque me dejes hacerlo.



Su sonrisa dejó a Joe
sin respiración. Era sincera, llena de entusiasmo. ¡Cuánto habría dado él
porque Lissa hubiera sonreído así en su viaje a México en velero!



–Enséñame –pidió
ella.



Joe le mostró el
rumbo que debían llevar y cómo leerlo en el GPS. ____ le hizo preguntas,
escuchó sin bostezar y asintió.



–Puedo hacerlo sin
problema –afirmó ella con confianza.



Eso esperaba Joe.


–No te olvides del
GPS –le recordó él–. Y avísame si pierdes el rumbo, yo puedo enderezar el timón
si tienes algún problema.



–No será necesario
–prometió ella.



Joe se digirió hacia
las velas y le lanzó unas cuantas miradas desde cubierta, esperando que ella
supiera lo que estaba haciendo.



____ hizo lo que le
había dicho. Mantuvo la atención en el GPS y la mano en el timón. Se puso una
gorra de Theo que ocultaba casi todo su rostro pero, en un momento dado,
levantó la cara hacia el sol y Joe se quedó impactado al verla.



Él estaba
acostumbrado a las mujeres bellas. Había trabajado con ellas. Había estado
casado con una. Piel perfecta, buena estructura ósea, dientes bonitos... todo
importaba. Pero los rasgos faciales eran sólo una parte de la verdadera
belleza. Y ____ cumplía con todos los requisitos de los cánones más exigentes.



Pero, sobre todo,
ella irradiaba una alegría interior que le iluminaba por completo. Era una
belleza poco común.



Además, ____ era una
princesa valiente que había tomado una decisión seria que cambiaría su vida. Si
no se echaba atrás, claro.



Por su parte, Joe
estaba seguro de lo que pensaba y sabía que él no cambiaría de idea. Por muy
hermosa, sexy y atractiva que ____ fuera, no pensaba enamorarse de ella.



Sin embargo, tuvo que
admitir que, a menos que ella decidiera compartir su cama, iban a ser las dos
semanas más largas de su vida.









____ estaba radiante de felicidad. El viento y el sol le
acariciaban el rostro.



Se sentía libre, sin
las cargas del deber y la responsabilidad. Al menos, por el momento. Casi había
olvidado lo mucho que le gustaba navegar. Sus experiencias más recientes en
barco habían sido fiestas como la del yate de Gerald la noche anterior. Eran
tan elegantes y comedidas que podrían haberse celebrado en el salón de un
hotel. La noche anterior, si no fuera porque había ido en lancha, hasta se
habría olvidado de que había estado en un barco.



Además, un barco
anclado que no iba a ninguna parte.



Pero, en ese momento,
sí estaba avanzando. El yate parecía volar sobre el agua. Era maravilloso.



–¡Me siento viva!
–gritó ella cuando Joe entró en la cabina–. ¡Qué felicidad! –añadió y le
entregó el timón. Comenzó a dar vueltas sobre sí misma, con los brazos
extendidos–. ¡Gracias! ¡Gracias!



Él le lanzó una
mirada cauta y escéptica, con la misma expresión que había puesto cuando ____
le había dicho que le hiciera el amor. Como si pensara que se había vuelto
loca.



–¡No te preocupes por
mí! –exclamó ella–. ¡En serio!



Joe no pareció muy
convencido, pero no dijo nada. Comprobó el rumbo e hizo los ajustes necesarios.



____ se quedó allí, observándolo
todo maravillada, incluido él. Ella le había visto representar varios papeles
en el cine en los últimos años. Siempre había actuado como un hombre
sofisticado, duro y peligroso, sexy y lleno de encanto. Había trabajado en
desiertos, en grandes ciudades, en la jungla y en dramas de dormitorio, pero
ella nunca lo había visto en el mar.



Joe actuaba como un
hombre competente en el escenario que le tocara. Aunque no estaba representando
ningún papel en ese momento y parecía estar en su salsa. Parecía nacido para
navegar.



–No sabía que fueras
un lobo de mar.



–Crecí navegando
–repuso él, encogiéndose de hombros, sin dejar de mirar al horizonte–. Supongo
que lo llevo en la sangre.



–Sin duda –afirmó
ella y sonrió–. Qué suerte.



Joe se giró hacia
ella con las cejas arqueadas, como si su comentario le hubiera sorprendido.



–No a todo el mundo
le gusta. Para algunas personas, resulta aburrido.



–No puedo creerlo
–repuso ella con sinceridad–. A mí me resulta liberador. Tal vez es porque en
mi infancia siempre me sentí encerrada, por culpa de ser quien era. Pero,
cuando mis padres y yo íbamos a navegar, era como si pudiéramos ser nosotros
mismos.



–Escapando de todo.


–Sí. Eso es.


–Yo nunca lo había
visto así hasta que me hice famoso. Pero sé a qué te refieres. Para mí, salir a
navegar era una manera de volver a ser yo mismo... –señaló él y apartó la
mirada.



–En tu vida de actor,
¿tenías mucho tiempo para navegar?



–No mucho –contestó
él y apretó la mandíbula, poniéndose tenso–. ¿Has deshecho tus maletas? ¿Has
encontrado dónde acomodarte ahí abajo? No es un palacio.



____ se dio cuenta
del brusco cambio de tema y se preguntó qué lo habría causado, pero no dijo
nada.



–Es mejor que un
palacio. Me encanta.



Joe frunció el ceño,
como si no la creyera.



–He escogido el
camarote trasero... de popa –señaló ella–. Es el más grande, así que si tú lo
quieres, podemos cambiarlos. Me pareció que el camarote de proa era más
apropiado para el capitán. ¿Qué te parece?



–Bien. Me da igual
–afirmó él y siguió mirando al horizonte, perdido en sus pensamientos, que no
tenían nada que ver con el momento presente.



–Iré un rato abajo
–indicó ella, imaginando que tal vez él lamentaba haberla invitado a bordo–.
Llámame si me necesitas.



Joe esbozó una
sonrisa ausente y ella bajó hacia el camarote.



____ se tomó su
tiempo para deshacer las maletas y explorar todos los rincones de su camarote.
Era un barco magnífico. No eran tan grande y opulento como el yate real, pero
tenía una elegancia limpia y sólida que le hacía muy cómodo y manejable. Era un
buen barco para una pareja, o para una familia pequeña, como la del hermano de Joe.



____ sintió un poco
de envidia hacia Theo, no por el barco, sino por su familia. Entre sus mejores
recuerdos, estaban los días que había pasado navegando en los lagos alpinos de
Mont _______ con sus padres.



Ella deseaba poder
tener su propio marido e hijos algún día. Sin poder evitarlo, su fantasía soñó
con cómo sería tener a Joe en el papel de marido. Intentó ignorar la idea, pero
su imaginación se resistió y, al fin, la dejó volar.



Como había hecho las
maletas a toda prisa y había planeado tomar el tren para irse de Cannes, ____
no llevaba ropa adecuada para navegar. Había pensado perderse en una gran
ciudad como Madrid o Barcelona, así que sólo llevaba ropa de vestir: pantalones
y faldas de seda y de lino, blusas, chaquetas entalladas.



Los vaqueros y la
camiseta que llevaba puestos habían sido un truco para poder salir de la ciudad
sin llamar la atención. Por desgracia, eran la única ropa un poco apropiada
para el barco que llevaba y, bajo el sol del Mediterráneo, le estaba dando
demasiado calor. Esperaba poder ir de compras pronto. Y esperaba, también, que
nadie la reconociera cuando lo hiciera.



Mientras, se las
arreglaría. A pesar de que, aunque había aprendido cómo comportarse según el
protocolo en todas las circunstancias posibles, no tenía ni idea de cómo actuar
en su situación actual.



Entonces, ____
recordó a madame Lavoisier, una de sus instructoras suizas de etiqueta e
imaginó lo que le aconsejaría.



–Eres una invitada
–diría madame Lavoisier–. Debes ser encantadora y educada. Debes ser de
ayuda, pero no estorbar. Debes hablar cuando sea el momento de dar conversación
y difuminar tu presencia cuando tus anfitriones tengan otras obligaciones. Y no
debes nunca ser prepotente.



Ésas eran las reglas
básicas. Podían aplicarse a cualquier contexto. Sin embargo, a ____ no le
convencían del todo, porque no quería sentirse como una invitada. Quería
sentirse en su lugar.



¿Cómo podía ser tan
ingenua para esperar tanto? Joe le había dejado muy claro que no estaba
interesado en tener una relación.



Si se enamorara de
él, su historia no tendría nada que ver con los cuentos de hadas, ni con sus
fantasías de adolescente, caviló ____. Sería un compromiso de amor con un
hombre de carne y hueso... un hombre que no quería comprometerse.



–Lo que debo hacer es
disfrutar de estas dos semanas de vacaciones y, luego, seguir con mi vida –dijo
ella, hablando sola.



Estaba decidida a
hacerlo. Sólo le faltaba convencer a su corazón.









Al mediodía, ____ le llevó un sándwich y una cerveza.


–Pensé que tendrías
hambre –dijo ella y dejó el plato en un banco junto a Joe. Al momento, volvió
con otro sándwich para ella–. He estado revisando las provisiones. He hecho una
lista de posibles menús y otra de las cosas que deberíamos comprar cuando
atraquemos.



Joe la miró
fijamente.



Ella se terminó el
pedazo que estaba masticando antes de hablar.



–¿Qué? ¿Me he pasado
de la raya?



–Sólo estoy... sorprendido
–comentó él, meneando la cabeza.



–Quizá he sido
demasiado atrevida –continuó ella, sin comprender a qué se refería–. Pero soy
mejor cocinera que marinera. Y, si voy a estar aquí dos semanas, tengo que
ayudar en algo. Pensé que podía encargarme de las comidas.



–¿Sabes cocinar?
–preguntó él, anonadado.



–Claro que sí. Formó
parte de mi educación. Pero no esperes nada sofisticado en estas circunstancias
–le advirtió ella, sonriendo con buen humor.



–No hay problema. Me
bastan los sándwiches. No pensaba cocinar.



–Me he dado cuenta
–replicó ella–. Además de pan, queso y fruta, hay poco más en la despensa,
aparte de galletas y cervezas.



–No esperaba tener
compañía –refunfuñó él.



–Ya. Y agradezco...
tu oferta de llevarme en el barco –afirmó ella, mirando embelesada cómo el
viento le revolvía el pelo a Joe. Estaba muy, muy atractivo–. Es mejor eso que
vagabundear por Europa huyendo de mi padre.



Él asintió y esperó,
adivinando que ella tenía algo más que decir.



Y así era, pero ____
titubeó un momento, sin saber cómo hacerlo. Al fin, lo dijo sin rodeos.



–De todas maneras, no
creo que debamos hacer el amor esta noche.



–¿No? –preguntó él,
genuinamente sorprendido.



–No –negó ella.


–¿No te gustó? –quiso
saber Joe, observándola con curiosidad.



–Sabes que no es eso
–repuso ella, sonrojándose–. Sabes que me gustó. Mucho.



–Pero no quieres
volver a hacerlo –dijo él, rascándose la cabeza.



–No he dicho que no
quiera. He dicho que creo que no debemos.



–Tu lógica se me
escapa.



–Si lo hiciéramos,
significaría algo para mí –explicó ella.



–Pensé que había
significado algo la última vez –señaló él y parpadeó–. Todo lo que me contaste
sobre tus ideales de juventud...



–Sí, claro que
significó algo –aceptó ella–. Pero sería diferente si lo hiciéramos otra vez.
En esa ocasión, fue como hacer el amor... con una fantasía –admitió y se
sonrojó todavía más, sin atreverse a mirarlo a los ojos–. Cuando lo hicimos, tú
eras para mí el hombre con el que había soñado. Si lo hiciéramos de nuevo, no
sería lo mismo. Tú no serías el mismo. Serías... ¡tú!



–¿Yo? ¿Y antes no lo
era? –preguntó él, confundido.



____ no podía
culparle por no entender. Y se vio obligada a explicárselo, aunque hubiera
preferido no hacerlo.



–Serías un hombre
real, de carne y hueso.



La última vez
también lo era.



–Para mí, no –dijo
ella tras un momento.



–¿Y no quieres estar
con un hombre de carne y hueso? –inquirió él, desconcertado.



–Es peligroso –repuso
ella, sintiendo deseos de lanzarse por la borda.



–No. No te preocupes.
No voy a dejarte embarazada. Te lo prometo. Soy muy cuidadoso.



–No me refiero a eso.
Es peligroso emocionalmente.



Joe la miró
estupefacto. Era lógico que no lo entendiera, pensó ella. Era un hombre.



–Podría enamorarme de
ti –reconoció ____ al fin.



–Oh –dijo él,
horrorizado–. No. No te aconsejo que lo hagas –añadió, meneando la cabeza.



No, no pensaba
hacerlo, se dijo ____. Al menos, si él no pensaba enamorarse también. Y, por la
expresión de su cara, parecía que no había ninguna posibilidad de que cambiara
de idea.



–Por eso, es
peligroso –repitió ella–. Para mí –añadió y se encogió de hombros–. Tú dijiste
que haríamos lo que yo quisiera sobre ese tema.



–Es verdad –repuso él
y se pasó la mano por el pelo–. A ver si aprendo de una vez...



–Lo siento.


–Yo, también,
princesa –contestó él y esbozó una socarrona sonrisa–. Si cambias de idea,
dímelo.



No cambiaría de idea.
O eso esperaba ella.









____ era la mujer más desconcertante que Joe había conocido.



Cuando no se
conocían, ella había querido hacer el amor con él. Cuando lo conocía, no quería
hacerlo, sólo porque podía enamorarse de él. ¿Qué lógica tenía eso?



Aunque, de alguna
forma, tenía su lógica, reconoció él para sus adentros. Pero era mucho mejor no
pensar en ello.



____ no era coqueta
como había sido Lissa, ni cambiaba de humor como una veleta. Con Lissa, nunca
había sabido a qué atenerse, ni qué esperaba ella de él. Con ____, no había
lugar a dudas. Ella se lo había dejado bien claro.



Cuando ella había
querido hacer el amor, lo había pedido. Ya no quería y se lo había dicho
también. No, sin duda, Joe no había conocido nunca a una mujer así.



Después de su
discusión, ____ se había terminado el sándwich y se había llevado los dos
platos abajo. Al poco tiempo, había subido y se había sentado en un banco junto
a él.



–Esto es genial,
¿verdad? –dijo ella, sonriente, levantando el rostro hacia el sol.



–Sí.


Y también era genial
ver cómo ella disfrutaba del momento. Durante largo rato, se quedó allí
sentada, sin decir nada, saboreando la experiencia, sin reparar en si él la
miraba o no.



Lissa había sido tan
diferente... Joe recordó cómo su mujer había insistido en que fueran a navegar.
Ella no había hecho más que contarle lo maravilloso que había sido ir a pasear
en yate con una pareja de estrellas de cine.



Había sido la primera
vez que ella había mostrado interés en algo así. Pero, cuando Joe la había
llevado a conocer a sus padres en Long Island, Lissa ni se había molestado en
conocer el barco de la familia. Lo único que había querido había sido irse de
allí cuanto antes.



Joe había pensado que
había sido porque su esposa había querido pasar más tiempo con él a solas.
Pero, después, se había dado cuenta de que unas vacaciones en Long Island no
habían sido lo bastante sofisticadas para ella.



Cuando Lissa le había
insistido en ir a navegar, él se lo había tomado en serio y se había ofrecido a
alquilar un velero para ir a Cabo San Lucas cuando regresara a Los Ángeles,
pues en ese momento había estado en medio de un rodaje en París.



Lissa se había
mostrado encantada.



–¡Qué divertido!
–había exclamado ella por teléfono.



No se habían visto
más de dos días seguidos en los últimos dos meses. Joe había pensado que sería
una buena manera de pasar tiempo a solas con su mujer. Y ella había parecido
tan entusiasmada...



–¡Será maravilloso!
–había asegurado ella, feliz–. El viento. El agua. Tú y yo. Oh, sí. Hagámoslo.



Dos días después de
que Joe hubiera regresado a Los Ángeles, había alquilado un barco y habían
salido rumbo a México.



Durante los primeros
cinco minutos, Lissa se había mostrado tan emocionada como ____ estaba en el
presente. Pero una hora después, su alegría se había desvanecido.



El viento había sido
demasiado frío. El barco se había movido demasiado. El aire del mar no le había
sentado bien. Había tenido miedo de que el sol le quemara la piel.



Joe había intentado
ser comprensivo. Luego, había tratado de bromear sobre ella. Pero Lissa no
había tenido ganas de reír. Había llorado y protestado. Había dado portazos y
tirado cosas por los aires. Sólo dos horas después de salir de puerto, ella se
había sentido terriblemente desgraciada.



Joe había hecho todo
lo posible por aplacarla.



–Te he echado de
menos, Lis. Estaba deseando estar aquí.



–¿Aquí? –había
repetido ella, alzando los brazos al aire con desesperación–. ¡Aquí no hay
nada!



–Estamos nosotros. Tú
y yo, solos –le había recordado él–. Sin prensa, sin admiradores. Sólo
nosotros. Relájate y disfruta.



Pero Lissa ni se
había relajado ni había disfrutado. Se había sentado en la cabina de mandos
para hojear una revista. Había intentando leer el guión de una película. Se
había aburrido.



Él le había ofrecido
llevar el timón. Ella se había negado.



–No sé cómo hacerlo.


–Yo te enseñaré.


Pero Lissa no había
querido. Cada vez, había estado más nerviosa.



–¿Cuándo vamos a
llegar? –había empezado a preguntar Lissa–. Cabo San Lucas está sólo a dos
horas.



–En avión, sí. En
barco, será una semana –había contestado él, mirándola anonadado.



–¿Una semana? –había
gritado Lissa.



–Bueno, depende del
viento, pero...



Lissa no le había
dejado terminar y se había lanzado sobre él loca de furia. Había tenido el
mismo aspecto que cuando había representado el papel de una drogadicta con
síndrome de abstinencia, por el que había recibido un premio Emmy.



Pero había resultado
que Lissa no había estado actuando. Había tenido un verdadero problema con las
drogas. Y había tenido la intención de comprar en México.



Joe había ignorado
demasiadas cosas ella por aquel entonces, cosas que deseaba haber sabido. Si
hubiera sido así, podría haber sido más comprensivo.



Aquel viaje
desastroso había tenido lugar seis meses después de casarse. Y había sido el
punto de inflexión que había marcado su declive como pareja.



Joe se había sentido
engañado, estafado. Había creído que había encontrado a la mujer de sus sueños.



¿De quién había sido
la culpa? ¿Le había manipulado Lissa de forma consciente o había sido él quien
había querido dejarse engañar?, se preguntó. No tenía ni idea.



Lo único que
recordaba era que Lissa había parecido tan feliz y satisfecha en el día de su
boda...



____ tenía la misma
expresión en ese momento, con los ojos cerrados, sonriente.



Pero la felicidad de ____
tenía poco que ver con la de Lissa, tuvo que reconocer Joe.



Lissa siempre había
estado actuando, haciendo aspavientos, moviéndose, hablando. ____, no. Sólo
estaba allí sentada, disfrutando en silencio del sol. Su serenidad no podía ser
fingida y era, por desgracia, demasiado seductora, se dijo él. Peligrosamente
seductora.



Entonces, Joe
comprendió a qué se había referido ____ cuando había dicho que podía ser
peligroso para su corazón hacer el amor con él.



Si seguía observando
las diferencias entre ____ y Lissa, podía terminar haciéndose vulnerable a
ella, reflexionó Joe. Podía llegar a cuestionarse su decisión de no tener
ninguna relación seria nunca más.



No era necesario que ____
lo engatusara a propósito. Era mucho peor, porque ella lo hacía de forma
inintencionada. Y le hacía querer cosas que se había prometido no volver a
desear.



–Te vas a quemar si
sigues mirando al sol –rezongó él.



____ abrió los ojos
sorprendida y bajó la cabeza, protegiéndose con la gorra de Theo.



–Tienes razón –dijo
ella con suavidad y se estiró–. Pero me encanta.



Joe no respondió. No
supo qué decir ante tanta y tan genuina felicidad.



Deseó que ____ fuera
como Lissa, para que le resultara más fácil resistirse a ella. Y, al mismo
tiempo, no pudo evitar alegrarse porque no se parecieran en nada.
Val's Matth.
Val's Matth.


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la princesa y el sapo - La huida de una princesa Joey Tu - Página 3 Empty Re: La huida de una princesa Joey Tu

Mensaje por Val's Matth. Sáb 24 Dic 2011, 12:14 am

Capítulo
7





____ no podía creerlo. Tenía dos semanas para ser ella
misma, no una princesa, ni la prometida de Gerald. Sólo ____. Sin exigencias,
sin expectativas que satisfacer.



Ni siquiera de tener
sexo.



Aunque lo cierto era
que a ella le encantaría tener sexo con Joe. La única noche que había pasado
con él había sido increíble, impresionante. Y quería más.



____ quería mucho
más. Tanto, que no se atrevía ni a pensar en ello. Limitarlo a una noche había
sido posible. Pero sumergirse en el placer de pasar con él catorce noches,
entre sus brazos, no funcionaría.



Si se rendía a la
tentación, empezaría a desear que él la amara y que lo suyo no terminara nunca.



Así que era mejor no
tener sexo, sin más.



Satisfecha por
haberle dejado claro a Joe lo que pensaba, ____ bajó a trabajar en su tesis un
rato. Le pareció conveniente dejar a solas a Joe para darle tiempo a que se
hiciera a la idea.



Cuando ____ volvió a
cubierta, lo encontró de buen humor y tranquilo. Al parecer, a él no le había
importado en absoluto que ella no quisiera sexo.



Mejor, se dijo ella,
aunque poco convencida.



–¿A qué hora quieres
cenar?



–Decide tú.


–¿Planeas navegar
durante la noche o vas a atracar en alguna parte?



Joe señaló a la
costa.



–Hay un pequeño
pueblo pesquero allí. Atracaremos. Es demasiado trabajoso navegar de noche.



–Bien. Entonces,
prepararé la cena para cuando atraquemos.



–De acuerdo –dijo él
con una sonrisa.



–¿Piensas
desembarcar? –quiso saber ella.



–No, a menos que
quieras algo.



____ necesitaba ropas
más adecuadas para el barco, pero no quería ir a comprarlas. Sobre todo, en un
pueblo tan cercano a su patria. La gente la reconocería. Y reconocerían a Joe.



–No –dijo ella–.
Llámame si necesitas ayuda –añadió, pensando que él no lo haría.



____ bajó y preparó
una ensalada y pan con carne fría y queso.



Justo cuando iba a
empezar a poner la mesa, Joe la llamó. Ella asomó la cabeza y vio que estaban
llegando al puerto.



–Toma el timón
mientras arrío la vela –ordenó él.



Ella parpadeó,
sorprendida. Joe se había tomado su oferta en serio y la miraba expectante, así
que obedeció.



Cuando terminaron las
maniobras para atracar y después de haber seguido todas las indicaciones de Joe,
él la sonrió y ella se sintió orgullosa, como si su sonrisa fuera el mejor
premio.



____ suspiró
satisfecha. Estaba cansada, había hecho más trabajo físico del que estaba
acostumbrada y estaba un poco quemada por el sol. Pero se sentía viva. Libre.



Se sentía tan feliz
que abrió los brazos y giró sobre sí misma, radiante de gozo.



–Te diviertes, ¿verdad?



____ se avergonzó un
poco por su arrebato, pero no tanto como para negar lo que sentía.



–Ha sido el mejor día
que he pasado en muchos años.



Él la observó
arqueando las cejas, como si quisiera averiguar si ella era sincera.



–Bien –dijo Joe al
fin, con una sonrisa seductora–. Me alegro.









Joe se alegraba de haberla llevado con él. Era mejor que
estar solo.



Sabía que, si hubiera
estado solo, se habría pasado la mayor parte del tiempo pensando en el futuro
guión y en la película que iba a distribuir. No habría disfrutado del momento.



Con ____, le
resultaba imposible no disfrutar del momento. Y no mirarla.



Desde que la había
conocido, ella había despertado en él algo que Lissa había matado. No sólo el
deseo.



____ tenía una forma
de ver la vida diferente.



Por supuesto, a
diferencia de Lissa, la princesa ______ no sabía lo que era crecer como hija
ilegítima en un pequeño pueblo de Dakota del Norte. ¿Por qué no iba a saber
disfrutar de la vida si ésta le había ofrecido siempre todo lo que había
querido? Eso habría dicho Lissa de ella.



Sin duda, su difunta
esposa había tenido una vida difícil, admitió Joe para sus adentros. Y nunca
había conseguido recuperar su pasado para salir adelante y gozar de la vida.
Lissa nunca había expresado tanta felicidad como ____ esa noche.



–Estás muy pensativo
–le dijo ____, sacándolo de sus pensamientos.



Estaban cenando en
cubierta.



¿Por qué bajar cuando
se está tan bien aquí?, había sugerido ella.



Habían contemplado el
atardecer mientras comían y él no había podido dejar de comparar la paz que los
invadía con el infierno que había pasado en su viaje en yate con Lissa.



–¿Te pasa algo?
–preguntó ____–. Pareces preocupado. –Sólo estaba pensando que estoy mucho más
a gusto ahora que la última vez que salí a navegar.



–¿Con tu hermano y
Frank?



–No, hace años
–repuso él y sonrió al recordar la última vez–. Con Frank, lo pasé genial.



–Él, también. Me
gustaría que lo hiciera más veces. Casi nunca quiere salir de su habitación
–comentó ella, pensativa–. Es más fácil para él así.



–Sí –opinó Joe. Era
más fácil no arriesgarse, no atreverse a soñar con lo que no se podía alcanzar.
Entonces, se terminó la cerveza y se levantó–. Tú has cocinado, yo lavaré los
platos.



–Has trabajado mucho
todo el día –dijo ella–. Te ayudaré –añadió y lo siguió con su plato a la
cocina.



La cocina era
demasiado pequeña para los dos. Joe no podía evitar oler su pelo cuando pasaba
a su lado, ni estremecerse cuando se rozaban al pasar. Deseó poder llevarla a
la cama y conocerla todavía mejor de lo que la había conocido la noche que
habían hecho el amor.



Pero no era posible.


Ella había dicho que
no. Le había explicado por qué y él lo entendía. Pero sus hormonas, no.



–Esto no va bien
–dijo él de forma abrupta, saliendo de la cocina.



–¿Qué?


–Esto –respondió él,
señalando a la cocina–. Recoge tú o recojo yo. Pero los dos a la vez, no.



–Pero...


Si se hubiera tratado
de Lissa, Joe sabía que todos aquellos roces habrían sido a propósito para
provocarlo. Pero ____ no era así.



De pronto, ____
comprendió. Se sonrojó avergonzada.



–¿Crees que yo...?
¡Yo nunca...! Lo siento. Debí haber... ¡Cielos!



–No pasa nada –la
tranquilizó él–. Puedo controlarme. Pero prefiero lavar los platos yo solo.



–Claro –murmuró ____
con las mejillas coloradas y subió las escaleras a cubierta a trompicones, sin
mirar atrás.



Joe la observó por
detrás. Era una visión muy tentadora. Había cosas que un hombre no podía
resistir.









Según fueron pasando los días, Joe comenzó a sentirse
atraído no sólo por el físico de ____, sino por su forma de ser.



Era divertida,
inteligente, considerada. Y siempre le sorprendía.



Una tarde, ____
decidió que pescaría algo para cenar.



–¿Sabes pescar?


–¿Es que crees que
las princesas no pescan?



–Que yo sepa, no.


–¿Has conocido a
muchas princesas o qué?



–Una o dos.


–Bueno, pues observa
y aprende –dijo ella con una caña en la mano–. Solíamos pescar en el lago Isar,
en Mont _______. Teníamos una cabañita allí, un refugio que construyó mi
abuelo. Era un sitio perfecto: tranquilo, solitario. No había distracciones.



–Supongo que teníais
cebo para los peces, ¿no? –señaló él, mirando al anzuelo vacío.



–A veces, sí. Otras
veces, usábamos cualquier cosa que tuviéramos a mano. Como ahora –replicó ella
y se sacó una lata de sardinas del bolsillo.



–Si pescas algo con
eso, princesa, yo lo cocinaré –dijo él, riendo.



Ella rió también y
lanzó el hilo por la borda. Menos de media hora después, gritó:



–¡Tengo uno! –gritó ____
y tiró del sedal.



–Es un sea-róbalo. Muy
rico –señaló él, sacándolo del anzuelo.



–Yo puedo cocinarlo
–objetó ella.



Pero Joe se negó. Lo
asó con aceite de oliva, limón y albahaca.



–No es un plato muy
elaborado –dijo él, subiendo la cena con dos botellas de cerveza–. Me lo enseñó
mi madre. A ella le gustaba que supiéramos movernos en la cocina.



____ pensó que le
gustaría conocer a la madre de Joe, pero no se lo dijo. Le preguntó cómo había
sido su infancia en una familia con siete hermanos.



–Una casa de locos
–contestó él con buen humor–. Éramos traviesos, no parábamos ni un momento.



Ella le contó cómo
había sido crecer en Mont _______ como una princesa.



–Me enseñaron a
soportar el peso de la responsabilidad, a acostumbrarme a que las expectativas
de todo un país recayeran sobre mis hombros.



–Como cuando
esperaban que te casaras con Gerald.



–Sí. Es muy difícil
aprender a hacer lo correcto, para ti y para tu país. La línea divisoria entre
lo personal y lo que implica ser princesa es muy fina.



Joe se quedó en
silencio. ____ se preguntó qué estaría pensando. Y deseó poder conocerlo mejor.



–¿Qué me dices de ti?



–¿Sobre qué?
–preguntó él a su vez, elusivo.



–Tú pudiste elegir tu
profesión. ¿Siempre has querido ser director de cine?



–No, antes quería ser
bombero y vaquero –respondió él, sonriendo como el niño que había sido.



____ lo observó con
atención.



–Creo que todavía
puedes serlo, si de verdad lo quieres.



Él parpadeó y rió, al
darse cuenta de que ella bromeaba. Los dos rieron juntos.



–No, en serio, Joe.
¿Cuál era tu sueño?



–No lo sé –contestó
él tras un largo silencio–. Supongo que quería hacer lo mismo que mi padre y
que mi abuelo. Ya sabes, casarme, tener hijos –señaló y apretó la mandíbula–.
Sólo eso.



Sin embargo, su sueño
había muerto con su esposa, pensó ____ y le tocó la mano con suavidad para
consolarlo.



Joe se apartó y se
puso en pie.



Un pescado excelente.
Si has terminado, lavaré los platos.



–Me toca a mí
–protestó ella, deseando que él se ofreciera a acompañarla en la cocina–. Tú
has cocinado.



–De acuerdo. Hazlo
tú.









Había sido todo más sencillo cuando se había sentido vacío,
muerto, pensó Joe en cubierta, mientras oía a ____ lavando los platos abajo.



No quería darle más
vueltas a lo mucho que disfrutaba de su compañía, ni a lo mucho que le interesaba
conocer las historias de su infancia, sus sueños, sus esperanzas.



Cuando se apagaron
las luces abajo, Joe suspiró aliviado, pensando que ella había decidido
acostarse temprano.



De alguna manera, ____
le hacía sentir humano de nuevo. Y él no quería que eso sucediera.



–¿Qué sabes de las
estrellas?



Joe se giró
sobresaltado. ____ le tendió un vaso de vino y se sentó a su lado.



–¿Qué sabes de las
estrellas?



La mayoría son unas
pesadas –repuso él, apretando el vaso entre los dedos. ¿Qué diablos estaba
haciendo ella allí?



–No me refiero a las
estrellas de cine, sino a las del cielo –repuso ____, riendo.



–No sé nada
–respondió él y se encogió de hombros–. Sólo conozco la Estrella Polar y alguna
más que se utiliza en navegación. ¿Por qué?



____ dio un trago a
su vaso y levantó la vista hacia el firmamento.



–Cuando era pequeña,
solía pedirles deseos.



–Muchos niños lo
hacen –señaló él, malhumorado, y dejó el vino a un lado. Lo último que
necesitaba era que su lógica se empañara aún más.



–¿Tú, también pedías
deseos?



–No. Yo era un chico
duro y no hacía esas cursilerías.



–Ah –dijo ella,
riendo–. Eras muy duro.



–Sí, eso es.


–Me lo imagino
–replicó ella y lo observó un momento.



Joe se encogió de
hombros y la miró.



–¿Te parece mal?


–No, sólo quería
conocerte mejor.



–¿Por qué? –preguntó
él con desconfianza.



–Creía conocerte
cuando tenía tu póster. Y me equivocaba. Ahora quiero remediar mi ignorancia.
Pensé que hablar de los deseos que le pedíamos a las estrellas era una buena forma
de romper el hielo.



Joe apretó los puños.
No tenía la más mínima intención de contarle a ____ lo que deseaba. Pero no le
importaba que ella lo hiciera.



–¿Tú qué pedías?


–Un hermanito. Odiaba
ser hija única.



–Te regalo los míos.


–Gracias, pero ya no
los necesito. Ya tengo hermanos –contestó ella.



–¿Y te gusta?
–inquirió él. No era lo mismo desear un hermano con siete u ocho años que
tenerlo con veinte, después de que su padre se hubiera casado otra vez.



–Me encanta.


–¿Te llevas bien con ellos?



–Los amo –aseguró
ella–. Espero que mis hijos se parezcan a ellos –afirmó y miró al cielo–. Eso
es lo que deseo.



Joe se sintió
incómodo al imaginarla teniendo hijos con otro hombre, pero se obligó a sacarse
ese pensamiento de la cabeza.



–Sí, bueno, espero
que se te cumpla.



Hubo un largo
silencio.



–Ahora te toca a ti
–dijo ____ al fin–. ¿Hay algo que quieras preguntarme?



Joe tenía muchas
preguntas, pero no pensaba ponerlas en palabras. Sólo se le ocurrió una que no
había dejado de hacerse desde que habían salido de Cannes.



–Cada día hace más
calor. ¿Por qué sigues llevando esos malditos vaqueros?



–Porque son lo único
que tengo.



–¿Qué?


–Lo demás son ropas
de ciudad –dijo ella, encogiéndose de hombros.



–¿Por qué no me lo
habías dicho?



–No quería
desembarcar. La gente nos reconocería. Y mi padre se enteraría de dónde estoy.



–También se enteraría
si te mueres de un golpe de calor. Mañana irás de compras. Atracaremos en una
ciudad y podrás desembarcar sin mí.



–No sé si...


–No seas tonta,
princesa –replicó él y bajó al camarote. Un minuto después, regresó y le tendió
una camiseta y unos pantalones cortos–. Mientras tanto, puedes usar esto.



____ agarró las ropas
y sonrió.



–Gracias, eres muy
amable.



–Sí, claro, lo que tú
digas.



–Es verdad, eres...


–Un hombre cansado
que quiere irse a dormir –la interrumpió él con brusquedad–. Así que, si no
tienes más temas de conversación que no puedan esperar a mañana, te agradecería
que me dejaras descansar tranquilo.



Hubo un momento de
silencio.



–Claro –dijo ella al
fin y se levantó.



____ agarró los
vasos, la ropa de él y, justo cuando Joe pensaba que iba a irse, se plantó
delante de él y le dio un suave beso en los labios.



–Buenas noches, Joe.
Que duermas bien.
Val's Matth.
Val's Matth.


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la princesa y el sapo - La huida de una princesa Joey Tu - Página 3 Empty Re: La huida de una princesa Joey Tu

Mensaje por Val's Matth. Sáb 24 Dic 2011, 12:14 am

asta aqui se las dejo chicas ok que pasen una linda fiesta de navidad :)
Val's Matth.
Val's Matth.


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la princesa y el sapo - La huida de una princesa Joey Tu - Página 3 Empty Re: La huida de una princesa Joey Tu

Mensaje por locasxjonas Sáb 24 Dic 2011, 2:14 pm

AWWWWWWWWWWW !
*O*
ME ENCANTARON LOS CAPITULOS !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
A VECES JOE ES COMO CRUEL NO SE ! ;s RARO SKJFHLSJDHFK
SIGUELA !
ME ENCANTA !
locasxjonas
locasxjonas


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la princesa y el sapo - La huida de una princesa Joey Tu - Página 3 Empty Re: La huida de una princesa Joey Tu

Mensaje por jamileth Sáb 24 Dic 2011, 5:24 pm

gracias por la maraton!!
que bien que la rayis ya no se case...


siguela!!!
jamileth
jamileth


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Mensaje por locasxjonas Dom 25 Dic 2011, 12:09 am

SIGUELA ! (=
FELIZ NAVIDAD !
locasxjonas
locasxjonas


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la princesa y el sapo - La huida de una princesa Joey Tu - Página 3 Empty Re: La huida de una princesa Joey Tu

Mensaje por Yhosdaly Dom 25 Dic 2011, 12:01 pm

igual para ti
pasalaaa super,

amee la mini maratonn
siguelaaaaa

ashh no entiendo porque Joseph es tan duro y se resiste tanto
si al fin y al cabo van a volver a estar juntos!!

ambos se mueren uno x el otro!!

siguelaaa porfisss

me encanta sta noveee

att: tu megaa fiel lectoraa!!!
Yhosdaly
Yhosdaly


http://www.twitter/YhosdalyL

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Mensaje por andreita Dom 25 Dic 2011, 2:36 pm

omj me encanto
pero porque la dejas ahi??
en lo mejor jajjaa
feliz navidad a ti tambien
andreita
andreita


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Mensaje por locasxjonas Dom 25 Dic 2011, 2:54 pm

SIGUELA ! :D
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Mensaje por jamileth Dom 25 Dic 2011, 6:52 pm

siguela
jamileth
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Mensaje por locasxjonas Lun 26 Dic 2011, 11:57 am

SIGUELAAAAAAAAAAA !
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Mensaje por andreita Lun 26 Dic 2011, 12:21 pm

quieor mas
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