The Punk Muffins Tour.

Luego de pasar por una peligrosa multitud de fans desesperados que llegaron al punto de rasgar su remera, Svetlana se sentía cansadísima. En palabras más exactas: como si hubiese dado seis conciertos seguidos en tan solo una noche. Seguía pareciéndole increíble lo locos que podían ponerse los fans cuando la tenían en frente y estaba completamente segura de que nunca lograría acostumbrarse del todo.

En fin, en esos momentos ella se encontraba subiendo las escaleras que dirigían al pequeño escenario donde haría una pequeña presentación en la cual solamente estarían presentes unas cuantas personas. Amaba las presentaciones acústicas, la hacían recordar a aquellas tardes que pasaba con su tío cantando y tocando la guitarra, antes de que él se vaya a trabajar.

Si tan solo pudiera volver el tiempo atrás…

Sintió como alguien la tomaba del brazo y enseguida giró, zafándose de repente del agarre y haciendo que el chico atrase un par de pasos; era el manager de Mad Sounds. Lo reconocería en cualquier lado, la había metido en tantos problemas de prensa que siquiera le alcanzaban los dedos para contarlos.


— Svetlana, necesito hablar contigo un momento.
— Pero, el acústico… —intentó excusarse.
Él se puso serio.
— Solo serán cinco minutos.

La rubia bufó cruzada de brazos, para luego encaminarse lentamente hacia el muchacho: era rubio, tenía los ojos celestes y una piel sin imperfecciones. Tuvo el rápido pensamiento de que si tendría la opción de ser hombre, elegiría tener su físico.

— ¿Qué sucede? — preguntó, con el entrecejo fruncido.
— Antes que nada, no es algo que te vaya a agradar. — contestó, provocando que Svetlana ponga los ojos en blanco.
— ¿Qué tengo que hacer?
— Bueno…


— Yo no tengo nada que ver con éste tipo.

Fueron las palabras que salieron de su boca antes de que un nudo se forme en su garganta y, aunque hizo un esfuerzo enorme para que no sucediera, no pudo detener las lágrimas que comenzaron a rodar por sus mejillas. Rápidamente, se soltó del agarre del muchacho y salió corriendo; de todas las personas que había en ese lugar, se topó con ese ser inmundo que alguna vez llamó hermano. Entendía que él era famoso y en parte sabía que en algún momento se lo cruzaría; pero nunca pensó que lo tendría tan cerca de él.


Se tapó la cara con ambas manos en cuanto estuvo lo suficientemente lejos. Las lágrimas no cesaban y tampoco la repugnancia que sentía dentro de sí: le causaba desesperante y asqueroso de alguna forma la idea de ser confundido con Tristán. No quería tener nada que ver con ese chico y estaba completamente seguro de que si él se estuviese muriendo y necesitase una transfusión de sangre, no se la daría.



Los chicos de The Punk Muffins se habían vuelto una especie de pesadilla; eran atrevidos, irritables y en cuanto tenían oportunidad intentaban tocar cosas que no debían.

Al principio, le había costado entender como había conseguido un trabajo como ese tan fácil y rápido. Hasta ese momento.

Marina no era una persona tranquila. Siempre estaba atenta a todo lo que la rodeaba y parecía que se encontraba en un estado nervioso todo el tiempo; era histérica y mandona. Estaba más de aclarar lo agresiva que podía ponerse en cuanto se enojaba.

En pocas palabras, era una especie de Hulk con vagina. Solo que sin la parte de lo verde y los pequeños pantalones violetas.

— ¿Podrías ponerte esto y sacar la mano de mi pierna? —dijo ella, soportando las ganas de golpear a Marc. Él se rió un poco.
— Ya, bueno; lo siento. Es que tus piernas son muy lindas.
La rubia rodó los ojos y quitó rápidamente la mano del chico de su pierna, para luego entregarle una básica remera blanca que se puso al instante. Resopló un poco y tomó una remera purpura del perchero, poniéndola al frente de la chica pelirroja.
— Si te pones esta remera sin ponerme los nervios de punta, te juro que te dejaré elegir el vestuario todos los conciertos que quieras.

Y para su suerte, la chica no se negó.


— Debes estar bromeando. —dijo Ricky, en cuanto su sobrina le terminó de explicar lo que debía hacer aquel viernes en la noche.
— Ojalá, Ricky. Ojalá.
La cara de su tío se tornó preocupada.
— Él no puede obligarte a nada, ¿lo sabes, verdad?
La rubia lo observó, asintiendo levemente.
— Sí, lo sé. Pero si no aceptaba hoy, sabes que intentará que lo haga mañana y así hasta que consiga lo que quiere.
El muchacho resopló un poco mientras se tomaba las rodillas, teniendo en claro que no podía hacer mucho por su sobrina.
— ¿Y bien? ¿Qué tal te cae ese Kenneth?
Svy largó una risita.
— Kenzo, se llama Kenzo.
— Da igual, no me interesa.