Amor en las calles ||Z. M. & tú||

Mirada intensa

Quería mentirle, eso quería. Planeaba pescarlo con mi juego que tenía en mente. Apenas lo había visto, supe lo que debía hacer. Posiblemente así podría enviarlo a la cárcel. Lo que él no sabía era que mi espíritu había estado viajando con él en el momento en que me encontraba inconsciente, y ahora, que lo tenía en frente de mí camuflado por un gorro y unas gafas; no haría una diferencia, al menos no en mí. Alzó la vista y me encontré con su avellana mirada. Realmente el chico, era mucho más guapo que lo estuviera viendo un espíritu. Mi corazón se aceleró ante el contacto indirecto, por lo que aparté la vista. Sentí caliente mi rostro, sabía que me había sonrojado.

-Gracias por salvarme la vida –carraspeé la garganta antes de proseguir- Tengo recuerdos de ti.

Él pareció aliviado. Sinceramente, sé la razón por la que se aliviana. Él pensaba que no lo había identificado, pero ése era un gran error. Sólo actuaba, aunque jamás hubiera tomado clases de teatro, se me daba muy bien mentir.

-No hay problema, fue un placer haberte salvado la vida.

Entonces, recordando que nuestras manos estaban entrelazadas, lo miré apenada. Aparté rápidamente la mano, pero él negando con la cabeza, volvió a formular el contacto. Realmente su piel era cálida, bastante suave; transmitía tranquilidad aún siendo él un prófugo. ¿Cómo es que se encontraba tan tranquilo si se estaba exponiendo? Sentí el contacto cálido de su piel recorrerme por todo el brazo. Regresé a la realidad, y observé lo que estaba haciendo. Si éste hombre planeaba volverme loca, lo estaba logrando. La cercanía de su presencia hacía que se me agitara la respiración, e incluso hacía que me sudaran las manos. Era su mano la que me producía ése calor; se encontraba paseando por todo mi brazo. Para ser más detallista, era la yema suave de su dedo índice que me recorría como un camino hermoso. Disfruté del contacto, era muy lindo, tenía que aceptarlo. Sin embargo, al recordar que aquél hombre también había sido aquél que me arrebató la tesis, me moví un poco provocando que dejara de acariciarme el brazo. Tenía el ceño fruncido, parecía concentrado en lo que hacía. Y lo estaba. Realmente tendría que estar muy concentrado para poder concederle a una mujer un placer infinito con tan sólo unas caricias. Se acercó más a mí. Realmente no sabía cómo reaccionar; había tenido algo parecido a novios en el pasado, pero jamás había permitido que tengan aquella cercanía que él estaba dando sin permiso. Me sentía realmente pequeña ante su imponente presencia masoquista. Era increíble que sintiera aquella superioridad inverosímil que tenía. Nadie podría sentirse superior en un terreno peligroso, o bueno, excepto él. Abrí los ojos tanto que, pudieron salirse de su órbita. Sentía en ése momento sus labios presionando dulcemente contra mi cuello. Asimismo, mi corazón enviaba punzadas llenas de sangre a todo mi cuerpo; principalmente a mi rostro, que posiblemente se encontraba rojo. Tenía acceso a sus ojos ya que se había quitado las gafas cuando entró, así que lo miré a los ojos. Él no me miraba, parecía ausente. Estaba pensando, pero no podía averiguar qué era lo que pensaba. Sus labios continuaron dándome caricias en mi cuello. Subió la dirección en la que paseaban sus labios, rozándome las mejillas, hasta llegar muy cerca de mis labios. Ahí tuvimos nuevamente el contacto en los ojos, aquél que ninguno de los dos deseaba apartar pero que era necesario. Tenía unos ojos realmente lindos. Eran inocentes; lo podía ver. Estaba lleno de inocencia juzgada por errores de su pasado. Eran de un color topacio, lleno de luz y con un brillo especial. No podía apartar la vista de él, aunque causara que mi corazón se acelerara. Aquél momento fui interrumpido por el sonido de la puerta cerrándose. Ambos dirigimos la mirada hacia la puerta, por dónde habían entrado Zana y su compañero rubio con el que había venido. Especialmente mi amiga, nos miraba con un gesto cómplice, así como también de culpa; quizás por haber interrumpido el momento. Volviendo a ser consciente de mis actos, supe que era erróneo lo que estaba sucediendo. El moreno se marchó rápidamente, jalando a su amigo que sostenía la mano en la cintura de Zana. Exhalé todo el aire comprimido que había tenido en ésos momentos. Tuve que respirar lo que pareció mil veces, pero me faltaba oxígeno para poder darle a mi cerebro y sobre todo a mi cuerpo un sermón por haber aceptado las caricias del chico. Aparte de un sermón conmigo misma, tendría que soportar la gran horda de preguntas que me esperaba de mi amiga. Era de suponerse que me dijera qué era lo que estaba pasando, o qué había sido eso. Negué la cabeza, diciéndole sin palabras a mi amiga que no quería decir nada. Ella entendió, así que se despidió de mí y se marchó de la habitación. No me había dado cuenta de lo sola que necesitaba estar, realmente, porque de otra manera tendría que esforzarme en poder concederle la atención a la conversación que tendría con mi amiga en caso de que se hubiera quedado. Rocé mi cuello con la mano, sintiendo todavía las caricias de los labios del muchacho. Cerré los ojos. En ése momento escuché la puerta abriéndose nuevamente, por lo que tuve que abrir los ojos. Esperaba encontrarme con mi amiga con un café en la mano, diciéndome que quería saber la verdad pero; me encontré nuevamente con la avellana mirada del muchacho. No, no podía ser. Aquél que hacía que me descontrolara había vuelto. Entrecerré los ojos, intentando pensar coherentemente. Él se acercó rápidamente, tomando mi mandíbula entre su mano izquierda. Sentí mi pulso acelerarse nuevamente. ¿Ahora qué tenía en mente? Pero lo supe cuando lo hizo. Me besó los labios. Realmente aquél tacto era muchísimo mejor que el que había proporcionado en los brazos. Correspondí al beso, enredando los dedos en su pelo y atrayéndolo hacia mí. Sacó la lengua para probar mi labio superior, y cuando lo hizo, le regaló un mordisco que me hizo gemir. Realmente era un hombre que podía volver loca a una mujer; o que cuando quisiera compañía femenina, siempre la obtendría. Se recostó sobre mí, sin poner tanto peso, quizás para no lastimarme. Gimió mi nombre. Lo que hizo que abriera los ojos y me encontrara con los suyos observándome. Me besó el cuello, para susurrarme una despedida en el oído y marcharse. ¿Eso había sido todo? ¿Tenía que resistir las ganas de aspirar su aroma, o escuchar su voz gimiendo mi nombre? Pero de cierto modo, me alegraba que se fuera. No tendría que estar luchando constantemente conmigo misma en un vago intento de resistirme a sus encantos. Tenía que denunciarlo, para que él fuera a la cárcel y no anduviera haciendo daño a la gente con sus estúpidas carreras.


Aquella noche era incapaz de conciliar el sueño. Me había dejado tan embelesada que mi mente no dejaba de trabajar pensando en sus ojos. Sus ojos. Sobre todo su mirada intensa, solamente dedicada a mí.
Mi recuperación iba de bien a mejor, por lo que pronto saldría de aquí. Cuando eso sucediera, tendría que afrontarme a denunciarlo, y ver cómo lo envían a la cárcel. No sabía si realmente tenía que ser forzoso hacer eso, pero, los oficiales comenzarían a preguntarse quién había sido el que provocó mi accidente, y cuando lo descubrieran, estaría muerta. Y él, en la cárcel. Sabía que era lo correcto, pero seguía suponiendo un gran dolor en mi pecho. Cerré los ojos por enésima vez, sin embargo en ésta ocasión logré quedarme dormida. Dormida en un sueño en el que sólo aparecía él, en un lugar en el que podría recordar sus caricias y su beso. Nuestro beso. ¿Qué seguía después de esto? ¿Qué era lo que deparaba mi futuro?