Unconditionally. |Liam Payne|

Por cuarta vez, mi estómago vuelve a crujir, necesito alimento ahora mismo o de lo contrario, podría explotar ya que estoy comenzando a sentir esos dolores que te dan cuando tienes hambre; desde hace más de una hora que me había despertado, pero tenía mucho miedo de bajar y encontrarme con toda la familia de aquella mujer.
Después de batallar tanto con mí subconsciente decido ir a la cocina por algo de alimento, estoy con los pies descalzos, y los nervios a flor de piel. Llevo un pijama de franela bastante colorido, aquél que me había regalado la abuela en la navidad antepasada, es color azul cielo y unos lindos conejos impresos en dibujo sosteniendo una zanahoria lo acompañan; en realidad, es mi favorito, me resulta bastante cómodo.
Al llegar a la cocina observo a mí alrededor, percatando que nadie se encontrara en la enorme casa, suspiro aliviada, y decido hurgar el refrigerador; supongo que un cereal con leche no me haría nada mal. Tal vez no sería tan malo, viviría a costas de todo el mundo, sin que nadie me conociera, como un ratón que solamente sale de noche en busca de comida, río ante mi idea y decido servirme rápido, antes de que alguien llegue.
―Linda pijama. ―murmuran detrás de mí; inmediatamente volteo para saber quién es, y me quedo sin habla. Enfrente de mí, se encuentra un chico guapo- muy guapo, a decir verdad… más que eso, su mirada es tan encantadora que podría estar segura que tiene a más de diez chicas cacheteando las banquetas, aquellos ojos azules me deslumbran y siento que mis mejillas están ardiendo, y lo más seguro es, que me encuentro más roja que un tomate.
―Así que tú eres la famosa Camille. ―me dice con cierta prepotencia, mirándome de arriba abajo, haciéndome enojar. Y es correcto, así de rápido se fue mi encanto hacia él.
―No, en realidad, vengo a robar tu casa, ve corriendo y delátame con las autoridades para que me encierren.  
― ¿Sabes? Si eso fuera cierto, lo último que haría, sería eso. ―me guiña el ojo, tratando de verse “seductor” ante mí, como si no conociera a los de esa calaña, ahora él me resulta tan estúpido.  
―Tus tontas insinuaciones me dan repugnancia. ―susurro sin importancia, poniendo en su lugar las cosas que había ocupado para desayunar. Algo que me había enseñado Walter y la vida, era que jamás debía de caer ante esas boberías de los hombres, lo único que lograba cuando ellos me ponían nerviosa, era subirles su ego, así que debía de ser dura y clara.
―No son insinuaciones linda, y si lo fueran, estoy seguro que te pondrías aún más nerviosa de lo que estás.
― ¿Eso piensas?
―Pues, digamos que eso es uno de los efectos que suelo causar en todas las mujeres. ―nuevamente me guiña el ojo y me regala una sonrisa torcida.
―Tengo tanta hambre, que no te quiero responder como debería, además de que no quiero desgastar mi valioso tiempo en alguien como tú. ―tomo mi plato lleno de cereal y me dispongo a subir las escaleras, dejando a aquél con la palabra en la boca.
―Paz y tranquilidad. ―me digo a mí misma, tomando el control de la televisión, subiéndole a todo volumen la música y comiendo felizmente de mi adorado desayuno. Si a alguien salí así, fue a mi padre, él a todas horas tenía y estoy segura que sigue teniendo un apetito voraz; siempre que veía los partidos, él compraba cervezas y  chucherías, algunas veces aprovechaba el momento e invitaba a sus amigos; pero en realidad, el jamás necesitó de compañía, tal vez y esa fue una de las razones por la cual yo decidí irme, además de que si no lo hacía lo meterían a la cárcel. ¡Mierda! Tenía que llamarle en cuanto llegara a Londres, ¿qué clase de hija soy? Busco mi celular, tecleo su número para avisarle que llegué bien y decirle lo mucho que lo extraño.
Supongo que han de ser aproximadamente las tres de la madrugada allá, pero sé que si no lo hago ahora, lo olvidaré.
― ¡Camille! Cariño, que bueno que me hablas. ―dice animado. Al primer sonido de espera me había contestado y está claro que no ha descansado por esperar mi llamada.  
―Pá. ¿No has dormido, cierto?
―No, quería saber cómo habías llegado.
―Debes de dormir, no quiero que te pase nada, mañana debes de trabajar y pararte temprano. ¿De acuerdo?
―Ahora que sé que estás bien me iré con mucha tranquilidad a mi cama, la casa se siente muy sola sin ti…  ―trato de controlar mis emociones y no llorar, no quiero que él sepa que estoy mal, pero al escucharlo tan débil, y decirme que me extraña, es mucho para mí. Me siento una ingrata hija por no haberlo llamado en cuanto mis pies aterrizaron en Londres.
―Te echo de menos.
―También yo. ¿Hablamos luego?
―Claro, descansa.
―Te amo princesa, espero verte pronto.
―Yo más papá, adiós.
Cuelgo y aprovecho para mandarle un mensaje a Elaine avisándole que había llegado desde hace más de seis horas, ella era la única chica que podía llamarle amiga, sabía que solamente ella me iba a extrañar.  Y ahora que lo pienso, creo que sería muy difícil hacer amigos en la nueva escuela, considero que es algo abrumador tratar de sonreír siempre para caer bien con las personas, yo nunca he sido buena socializando y sé que menos ahora, que no pienso en regalarle una sonrisa a nadie de allá.
En menos de diez minutos me llega la contestación de mi amiga, diciéndome que me extrañaba mucho, y que la mayoría del instituto le había preguntado por mí, en especial Chad, cosa que me hace poner los ojos en blancos y sonreír, las cosas habían pasado tan rápido, ni siquiera tuve tiempo de despedirme de las personas que estimaba. Iba a responder su mensaje, pero alguien da tres golpes a la puerta de mi habitación.
― ¿Puedo pasar? ―vocifera Loretta, ya que mi música está tan fuerte que sus gritos parecen murmullos.
Decido ignorarla y subir aún más el volumen, había amanecido con toda la mejor actitud posible, pero cuando me encontré con el  chico “Guiñitos locos” se estropearon mis planes positivos.
― ¿Puedo pasar? ―grita más fuerte y yo sigo sin atenderla, tarareando la canción que escucho en ese momento. Hace la misma pregunta más de tres veces hasta que logro desesperarla y abre la puerta de mala gana.
―Es de mala educación entrar a mi cuarto sin preguntar. ―manifiesto molesta.
― ¡Te estuve preguntando varias veces y ni siquiera me contestabas! ―responde del mismo tono que yo, creo que la hice enojar, tiene el ceño fruncido y se ve muy graciosa, trato de reprimir una risa, no quiero que me termine matando…
―Pues no te escuché.
―Deberías de usar auriculares para que nadie más escuche lo mismo que tú.
― ¿Estás diciendo que te molesta mi música?
―No, no, es solo que…
―Ahora soy yo la que no te quiere escuchar.
― ¿Por una vez podrías actuar de acuerdo a tu edad?
―Pues si tanto te molesta como soy, deberías de llevarme nuevamente con mi padre, la única persona que le importo y no me deja sola.
― ¡BASTA YA! ―me grita furiosa, al mismo tiempo varias lágrimas descienden de su rostro, y no puedo evitar sentirme tan mal. ¿Qué clase de monstruo soy? Me acerco hacia ella y la abrazo fuertemente.
―Perdón. ―susurro arrepentida, su rímel estaba derramado en sus mejillas, haciéndola ver fatal.
―Discúlpame a mí, la verdad, no sé qué hacer para que me perdones,  tú eres mi vida entera, no te quiero lejos de mí, nunca más.
―Mejor ya no hablemos de eso. ¿Hace poco que llegaste? ―le regalo una media sonrisa y trato de cambiar el tema, no me gusta ver a las personas llorar y menos por mi culpa.
―Sí, de hecho, venía por ti.
― ¿Por mí?
―Así es, todos ansían por conocerte así que iremos a comer a Altitude 360. Es un restaurante precioso y estoy segura que te fascinará como a nosotros, siempre que sucede un acontecimiento importante vamos y estoy segura que hoy aplica. Bueno, entonces ponte linda y en treinta minutos nos vamos. ―esboza una sonrisa e inmediatamente sale de mi pieza.
Aún no estaba lista en conocer a la familia Evans. ¿En qué lío te metiste Camille?