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Skin hecho por Hardrock de Captain Knows Best. Personalización del skin por Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Florece en primavera.
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Florece en primavera.
Ficha de la serie
Titulo: Florece en primavera.
Autor: MissMicaela
Adaptación:No
Género: Romance.
Contenido: Amor, drama, comedia.
Advertencias: Escenas de contenido erótico. Lenguaje obsceno. Derechos reservados .
Otras páginas: Fanfictionpress
Autor: MissMicaela
Adaptación:No
Género: Romance.
Contenido: Amor, drama, comedia.
Advertencias: Escenas de contenido erótico. Lenguaje obsceno. Derechos reservados .
Otras páginas: Fanfictionpress
¡Hola florecillas!
Empecé a escribir esta historia hace ya algún tiempo, me he animado a compartirla con todo el que quiera perderse un ratito entre éstas letras.
Soy una apasionada de la lectura y (mejor o peor) también me encanta escribir.
Espero que leáis la ilusión y el cariño que he vertido en cada párrafo.
¡Un abrazo muy fuerte!
Empecé a escribir esta historia hace ya algún tiempo, me he animado a compartirla con todo el que quiera perderse un ratito entre éstas letras.
Soy una apasionada de la lectura y (mejor o peor) también me encanta escribir.
Espero que leáis la ilusión y el cariño que he vertido en cada párrafo.
¡Un abrazo muy fuerte!
Capítulo 1. Kilómetro cero.
Leo tendía a exasperarse con facilidad, no necesitaba un estímulo cardinal o relevante, le bastaba la más ínfima disparidad para activar su sistema volitivo y estallar en mil fracciones de insolencia. No obstante, sentía una especial debilidad por la conducción, la torpeza al volante lo desquiciaba hasta el punto de la crispación, y aquel Jeep wrangler llevaba más de cinco minutos entorpeciendo su marcha. Leo gesticulaba obscenamente con sus manos, al tiempo que maldecía entre dientes por aquella irrupción, y sin poder contenerse más, con la vena que delineaba su sien ya obstruida por el estrés contenido, aporreó con dureza el claxon de su Aston Martin. Transcurridos apenas cinco minutos más Leo volvió presionar la bocina, esta vez sin ninguna provocación expresa, tan sólo por el mero placer de descargar su cólera y trastornar a aquel conductor pecaminoso, que, a su juicio, bien merecía un castigo.
Lo que sucedió a continuación resultó tan inesperado como turbador. El Jeep aminoró la velocidad progresivamente hasta que detuvo la marcha, y la portezuela del mismo se abrió. Un par de arrebatadoras piernas se posaron en el asfalto, y tras ellas una desenvuelta muchacha con las mejillas tan encendidas coma la tonalidad de sus cabellos, de un ardoroso color fuego.
-¿Qué mosca te ha picado, estúpido?- Retó la joven, escudriñado a Leo con aquella mirada ambarina- Cómo vuelvas a posar tus sucias manos en ese jodido claxon yo misma me encargaré de inutilizártelas de por vida, ¿entendido?
Leo necesitó al menos un par de minutos para reaccionar, aquella retahíla de vocablos envenenados se le habían atragantado en el vértice de sus entendederas.
-¿Y qué harás para conseguirlo?- Inquirió tardíamente, cuando ella estaba ya por marcharse.
- ¿Disculpa? – La pelirroja frunció el ceño en un grácil gesto de incomprensión.
- ¿Qué podrías hacer tú para inutilizar mis manos?
- Créeme, no querrías saberlo.- La amenaza habría sonado más amedrentadora si la joven no derrochase aquel desentendido encanto, sin pretenderlo, bordaba los pespuntes de sus injurias con un semblante dulce y melódico, y su voz, a ciencia cierta, distaba mucho de resultar mínimamente hosca. Leo la observó con algo más de detenimiento; la muchacha vestía un elegante traje de falda y chaqueta en un tenue burdeos, un traje que tal vez sobre otros hombros habría adquirido la seriedad y templanza que debería inspirar una vestimenta como aquella, sin embargo, sobre un cuerpo tan exquisito como el de la joven no dejaba de resultar sinuoso. Las piernas, delgadas y definidas, nacían del borde de la falda y se perdían en unas aristocráticas sandalias de tacón, la chaqueta, severamente abrochada, no podía sino ceñirse al generoso busto de la chica, que no requería de escote alguno para denotar la feminidad de su silueta. Las facciones de su rostro eran exquisitas; unos labios carnosos y contorneados, ligeramente humedecidos, la nariz era pequeña y armoniosa, y aquellos ojos felinos; profundos, hondos y emotivos, enfundados en unas interminables pestañas, desmontaban la mesura de Leo con una electrizante ráfaga de osadía. Las tímidas y escasas pecas que se dibujaban en las mejillas de la joven aniñaban ese aspecto explosivo, palpitante e irresistible.
- Haré tanto ruido como me sea posible para incomodarte si continuas con esa conducción tan precaria. No deberían consentir que los coches grandes acaben en manos de gente pequeña, os tornáis realmente impertinentes.- Leo habló con la malicia reflejada en el rostro.
- ¿Cómo puedes ser tan arrogante? Mis habilidades al volante son intachables, y conduzco el coche que me place, grande, a ser posible, para poder aplastar a diminutos gusanos como tú.
- Ese sería el único modo en que podrías aplastarme, encanto.
- Es un agrado tener constancia de ello, en tal caso. Mientras yo dispongo de ese modo, tú careces de ningún atisbo o posibilidad sobre mí, estúpido.
Y dicho aquello retornó a su vehículo, regalando a Leo unas deslumbrantes vistas de su trasero. El joven sonrió, y contempló como el Jeep rumbaba alcanzando velocidad suficiente para abandonar su campo de visión, tan sólo un cuarto de hora y un café más tarde logró retomar su serenidad y mesura habitual.
- ¿Dónde demonios te has metido Leo? Ya están aquí, llevan algo más de diez minutos esperando y comienzan a impacientarse.
- ¿Están? Querrás decir está.
- No Leo, están, ella y su abogada. Menuda patochada, no sé cómo habrá conseguido convencer a nadie para que defienda una causa tan absurda. No soporto tener que perder el tiempo con un tema tan insustancial.
- Malditas entrometidas. Estoy aparcando, un minuto y allí estaré, ¿Cómo se llama su abogaducha?- Preguntó Leo con resquemor.
- Avi, Avi Evans.
- ¡Joder!
Leo lamentó tanto haber escuchado aquel endemoniado nombre que no pudo evitar arrojar el teléfono contra el asiento contiguo. ¿Por qué macabra razón habría aceptado aquella escrupulosa mujer actuar en defensa de semejante insulsez? Leo había heredado el imperio empresarial de la familia Novoa, amasaba una inmensa fortuna, proyectando la insignia de su apellido en una disparidad temática de negocios que se extendían por toda Europa y parte de América. Era un hombre entregado a su trabajo, atareado y tenaz. Años atrás había encargado a una escultora de renombre, Camila Vázquez, el diseño de una majestuosa obra para una de sus múltiples cadenas hoteleras, y como era de esperar, había pagado una excelsa cuantía económica por ella. Todo había marchado bien hasta que se tomó la decisión de fragmentar la obra en cuatro segmentos, con el fin de reutilizarla, en vistas de que las reformas del edificio imposibilitaban la estancia de la escultura íntegramente, pues sus medidas eran demasiado voluminosas. La autora de la escultura, ya sin preservar la gloria y fama de antaño, había encolerizado ante lo que ella consideraba una vulneración de su dignidad artística, y había amenazado fervientemente con llevar a juicio al Señor Novoa por semejante falta de consideración. No atinaba a comprender como Avi Evans, tan temida e idolatrada, había tomado las riendas de aquel pequeño malentendido. Avi Evans, o Puma, como se la conocía por quienes había sufrido de su ferocidad felina, era meticulosa, ágil e imbatible. Quienes batallaban a su lado tenían la victoria asegurada, nada ni nadie escapaba a su zarpa sentenciosa. Grandes pilares habían caído bajo su pétrea obstinación, tantos como habían osado interponerse en su camino habían sido pisoteados y ninguneados. Leo tragó saliva y vaticinó un encuentro cargado de tensión y sudor frío.
Temía, cierto, pero a su vez no podía evitar rendirse a la curiosidad. Aquella mujer era leyenda, un huracán palpitante. Años atrás Leo había hecho todo cuanto había podido por capturar a ese remolino bajo las riendas de su imperio empresarial, la había querido en su equipo, como fuera, al precio que precisará, bajo las estipulaciones que ella estimará. Pero ni las proposiciones más prometedoras y ventajosas habían logrado domar su trayectoria, había renunciado a un enclave laboral de ensueño. Ella, simplemente, no podía reconciliarse con la sumisión contractual que conllevaría trabajar para un jefe. Y cabe decir, que en aquellos días Avi estaba, tan sólo, despertando. Leo ansiaba poner rostro a aquella llameante dama.
- El señor Ezcurra le espera en su despacho con...
Leo ignoró a su secretaria e irrumpió violentamente en la sala, debía mostrar entereza y ferocidad, como había hecho siempre. Él no se achantaría ante Puma, lejos de ello le enseñaría los dientes, dignos de batallar contra sus garras felinas.
- Perdonen el retraso, me he topado con una tortuga motorizada en carretera y he tenido que sortear sus imprudencias.
Leo maldijo aquellas palabras en cuanto levantó la vista del suelo para colisionar con el abrasador furor que destilaban las mejillas de la pelirroja trajeada que ocupaba asiento junto a Camila Vázquez. ¿Por qué nadie le había hablado jamás sobre la deslumbrante apariencia de Puma? ¿Acaso aquellos magnates que habían sucumbido a la fiereza de su empeño habían precisado omitir que, además de diligente, era un bombón?
- Lamento, señor Novoa, que una tortuga motorizada le sirva, a su juicio, de eximente a efectos laborales. Triste excusa, si atendemos al hecho de que, al final, la tortuga ha llegado a su hora, a diferencia de lo que se puede decir de usted.
- Mis más sinceras disculpas señorita Evans.
¿Qué os ha parecido? ¿A alguien le interesaría seguir leyendo? Espero vuestras críticas y opiniones :)
¡Besitos!
Lo que sucedió a continuación resultó tan inesperado como turbador. El Jeep aminoró la velocidad progresivamente hasta que detuvo la marcha, y la portezuela del mismo se abrió. Un par de arrebatadoras piernas se posaron en el asfalto, y tras ellas una desenvuelta muchacha con las mejillas tan encendidas coma la tonalidad de sus cabellos, de un ardoroso color fuego.
-¿Qué mosca te ha picado, estúpido?- Retó la joven, escudriñado a Leo con aquella mirada ambarina- Cómo vuelvas a posar tus sucias manos en ese jodido claxon yo misma me encargaré de inutilizártelas de por vida, ¿entendido?
Leo necesitó al menos un par de minutos para reaccionar, aquella retahíla de vocablos envenenados se le habían atragantado en el vértice de sus entendederas.
-¿Y qué harás para conseguirlo?- Inquirió tardíamente, cuando ella estaba ya por marcharse.
- ¿Disculpa? – La pelirroja frunció el ceño en un grácil gesto de incomprensión.
- ¿Qué podrías hacer tú para inutilizar mis manos?
- Créeme, no querrías saberlo.- La amenaza habría sonado más amedrentadora si la joven no derrochase aquel desentendido encanto, sin pretenderlo, bordaba los pespuntes de sus injurias con un semblante dulce y melódico, y su voz, a ciencia cierta, distaba mucho de resultar mínimamente hosca. Leo la observó con algo más de detenimiento; la muchacha vestía un elegante traje de falda y chaqueta en un tenue burdeos, un traje que tal vez sobre otros hombros habría adquirido la seriedad y templanza que debería inspirar una vestimenta como aquella, sin embargo, sobre un cuerpo tan exquisito como el de la joven no dejaba de resultar sinuoso. Las piernas, delgadas y definidas, nacían del borde de la falda y se perdían en unas aristocráticas sandalias de tacón, la chaqueta, severamente abrochada, no podía sino ceñirse al generoso busto de la chica, que no requería de escote alguno para denotar la feminidad de su silueta. Las facciones de su rostro eran exquisitas; unos labios carnosos y contorneados, ligeramente humedecidos, la nariz era pequeña y armoniosa, y aquellos ojos felinos; profundos, hondos y emotivos, enfundados en unas interminables pestañas, desmontaban la mesura de Leo con una electrizante ráfaga de osadía. Las tímidas y escasas pecas que se dibujaban en las mejillas de la joven aniñaban ese aspecto explosivo, palpitante e irresistible.
- Haré tanto ruido como me sea posible para incomodarte si continuas con esa conducción tan precaria. No deberían consentir que los coches grandes acaben en manos de gente pequeña, os tornáis realmente impertinentes.- Leo habló con la malicia reflejada en el rostro.
- ¿Cómo puedes ser tan arrogante? Mis habilidades al volante son intachables, y conduzco el coche que me place, grande, a ser posible, para poder aplastar a diminutos gusanos como tú.
- Ese sería el único modo en que podrías aplastarme, encanto.
- Es un agrado tener constancia de ello, en tal caso. Mientras yo dispongo de ese modo, tú careces de ningún atisbo o posibilidad sobre mí, estúpido.
Y dicho aquello retornó a su vehículo, regalando a Leo unas deslumbrantes vistas de su trasero. El joven sonrió, y contempló como el Jeep rumbaba alcanzando velocidad suficiente para abandonar su campo de visión, tan sólo un cuarto de hora y un café más tarde logró retomar su serenidad y mesura habitual.
- ¿Dónde demonios te has metido Leo? Ya están aquí, llevan algo más de diez minutos esperando y comienzan a impacientarse.
- ¿Están? Querrás decir está.
- No Leo, están, ella y su abogada. Menuda patochada, no sé cómo habrá conseguido convencer a nadie para que defienda una causa tan absurda. No soporto tener que perder el tiempo con un tema tan insustancial.
- Malditas entrometidas. Estoy aparcando, un minuto y allí estaré, ¿Cómo se llama su abogaducha?- Preguntó Leo con resquemor.
- Avi, Avi Evans.
- ¡Joder!
Leo lamentó tanto haber escuchado aquel endemoniado nombre que no pudo evitar arrojar el teléfono contra el asiento contiguo. ¿Por qué macabra razón habría aceptado aquella escrupulosa mujer actuar en defensa de semejante insulsez? Leo había heredado el imperio empresarial de la familia Novoa, amasaba una inmensa fortuna, proyectando la insignia de su apellido en una disparidad temática de negocios que se extendían por toda Europa y parte de América. Era un hombre entregado a su trabajo, atareado y tenaz. Años atrás había encargado a una escultora de renombre, Camila Vázquez, el diseño de una majestuosa obra para una de sus múltiples cadenas hoteleras, y como era de esperar, había pagado una excelsa cuantía económica por ella. Todo había marchado bien hasta que se tomó la decisión de fragmentar la obra en cuatro segmentos, con el fin de reutilizarla, en vistas de que las reformas del edificio imposibilitaban la estancia de la escultura íntegramente, pues sus medidas eran demasiado voluminosas. La autora de la escultura, ya sin preservar la gloria y fama de antaño, había encolerizado ante lo que ella consideraba una vulneración de su dignidad artística, y había amenazado fervientemente con llevar a juicio al Señor Novoa por semejante falta de consideración. No atinaba a comprender como Avi Evans, tan temida e idolatrada, había tomado las riendas de aquel pequeño malentendido. Avi Evans, o Puma, como se la conocía por quienes había sufrido de su ferocidad felina, era meticulosa, ágil e imbatible. Quienes batallaban a su lado tenían la victoria asegurada, nada ni nadie escapaba a su zarpa sentenciosa. Grandes pilares habían caído bajo su pétrea obstinación, tantos como habían osado interponerse en su camino habían sido pisoteados y ninguneados. Leo tragó saliva y vaticinó un encuentro cargado de tensión y sudor frío.
Temía, cierto, pero a su vez no podía evitar rendirse a la curiosidad. Aquella mujer era leyenda, un huracán palpitante. Años atrás Leo había hecho todo cuanto había podido por capturar a ese remolino bajo las riendas de su imperio empresarial, la había querido en su equipo, como fuera, al precio que precisará, bajo las estipulaciones que ella estimará. Pero ni las proposiciones más prometedoras y ventajosas habían logrado domar su trayectoria, había renunciado a un enclave laboral de ensueño. Ella, simplemente, no podía reconciliarse con la sumisión contractual que conllevaría trabajar para un jefe. Y cabe decir, que en aquellos días Avi estaba, tan sólo, despertando. Leo ansiaba poner rostro a aquella llameante dama.
- El señor Ezcurra le espera en su despacho con...
Leo ignoró a su secretaria e irrumpió violentamente en la sala, debía mostrar entereza y ferocidad, como había hecho siempre. Él no se achantaría ante Puma, lejos de ello le enseñaría los dientes, dignos de batallar contra sus garras felinas.
- Perdonen el retraso, me he topado con una tortuga motorizada en carretera y he tenido que sortear sus imprudencias.
Leo maldijo aquellas palabras en cuanto levantó la vista del suelo para colisionar con el abrasador furor que destilaban las mejillas de la pelirroja trajeada que ocupaba asiento junto a Camila Vázquez. ¿Por qué nadie le había hablado jamás sobre la deslumbrante apariencia de Puma? ¿Acaso aquellos magnates que habían sucumbido a la fiereza de su empeño habían precisado omitir que, además de diligente, era un bombón?
- Lamento, señor Novoa, que una tortuga motorizada le sirva, a su juicio, de eximente a efectos laborales. Triste excusa, si atendemos al hecho de que, al final, la tortuga ha llegado a su hora, a diferencia de lo que se puede decir de usted.
- Mis más sinceras disculpas señorita Evans.
¿Qué os ha parecido? ¿A alguien le interesaría seguir leyendo? Espero vuestras críticas y opiniones :)
¡Besitos!
Última edición por MissMicaela el Jue 15 Mayo 2014, 9:24 am, editado 1 vez
MissMicaela
Re: Florece en primavera.
Capítulo 2. Despiece
Avi inspiraba temor y respeto, ambos en respuesta a la pétrea obstinación con que había imprimado todos sus pasos. Era una mujer poderosa y certera, esa era la mayor y más sólida coraza en sus batallas. Leo maldijo la torpeza con la que había actuado, no era nada recomendable cabrear a Puma y él lo había hecho por segunda vez en menos de media hora. Era absurdo temer a una mujer descaradamente atractiva y visualmente inofensiva, pero Leo podía advertir la ponzoña que Avi destilaba con cada respuesta, la chispa de ferocidad en su mirada, la agresividad de sus gestos. No era un gatito manso, si no una fiera indómita y voraz.
Marco Ezcurra, mano derecha de Leo, carraspeo nervioso ante el tenso ambiente del encuentro. No necesitaba más alerta que la rigidez de Leo, no era buena señal. Algo iba mal, muy mal.
- Bien, parece que ya han aclarado su pequeño malentendido. ¿Por qué no hablamos de negocios?
Avi chasqueó la lengua, molesta, abandonando el escrutinio visual al que estaba sometiendo a Leo. Parecía lamentar no poder seguir atormentándolo con aquella mirada dura y reprobatoria.
- No se equivoque, el pequeño malentendido no ha hecho más que comenzar. ¿No es así Camila?
Camila asintió incómoda.
- Muy bien. Explíquense por favor. ¿Qué podemos hacer por ustedes?
Camila comenzó a hablar, mientras Leo y Avi se enfrascaban nuevamente en un duelo de insolencia, si las miradas matasen ambos habrían caído fulminados.
- Estoy muy consternada. No entiendo como habéis podido destrozar mi obra sin consultármelo siquiera. Las cosas no funcionan así, el arte no se puede romper en cachitos más pequeños y esparcirlos por ahí como si tal cosa.
- Pero si se puede hacer eso mismo con la propiedad privada Señorita Vázquez, eso es exactamente lo que yo he hecho. Lo pagué, es mío. – Marco carraspeó nuevamente en señal de alarma, Leo debía suavizar el tono o la situación se tornaría turbia y pantanosa- No obstante, me disculpo si la he ofendido, por supuesto. No era mi intención.
- ¿Y ya está? ¿Se disculpa? – Intervino Avi, visiblemente aforada- ¿Es todo lo que tiene que aportar para excusar su actitud?
- Como ya he dicho, esa escultura es mía. Con todos los respetos, Camila ya no tiene poder sobre ella, ni sobre las decisiones que yo tome al respecto.
- No puede hacer lo que le plazca con ella Señor Novoa, la Ley le obliga a preservar y respetar la integridad de la obra e impedir cualquier deformación, modificación, alteración o atentado contra ella que suponga perjuicio o menoscabo a los legítimos intereses y reputación de mi clienta. Ha atentado contra el derecho a la integridad de la obra y el derecho moral de autor de Camila Vázquez.
- ¿Qué ley me obliga a hacer tal cosa Señorita Evans? – Preguntó Leo exasperado.
- La Ley de Propiedad Intelectual, por supuesto.
Leo se frotó la frente con nerviosismo. En otras circunstancias se pondría a la defensiva, intentaría poner en duda las palabras de Puma, retarla. En esta ocasión, simplemente, no había huevos.
- No lo entiendo, es ilógico.
- La Ley no se entiende Señor Novoa, se acata.
“Jodida puntillosa, borra esa soberbia de los ojos” quiso gritar Leo. Era desquiciante. Esa mujer sólo traía malas noticias, peor que hacienda. Leo tenía una pregunta en el tintero: “¿Por cuánto me va a salir todo esto?, ¿Cuánto vale esa dignidad tuya?”. El carácter explosivo de Leo se había achicado con los años, al menos dentro de la oficina. La profesionalidad se pulía con esfuerzo y contención, no dejaría que la situación se desbordase, no importaba cuan fuerte tuviera que morderse la lengua si con ello amansaba su impetuoso temperamento. La voz de Leo sonó melosa esta vez, mientras miraba los ojos castaños de Camila con fingida reverencia.
- No tenía ni la más remota idea Camila, cuanto lo siento. Fui un estúpido, debí hablar con usted antes. Lo pensé, de verás, pero no supe como localizarla. Era una obra abstracta, no es como si le amputara medio torso a una Venus, creí que no tendría importancia.
Avi resopló con indignación, a este paso no podría afilarse las uñas con su cartera. Vio la indecisión en los ojos de Camila, la estaba hechizando con esa voz zalamera, fingiendo ser un pobre ignorante.
- ¿Qué podemos hacer ahora Camila? ¿Cómo puedo compensarla por mi imperdonable falta?
- Dejemos que lo decida un juez- Gruñó Avi. Quería un duelo digno, uno de verdad.
- De ningún modo. Los jueces sirven para solventar conflictos, aquí no lo hay. Camila está disgustada y yo profundamente arrepentido. Sólo quiero compensarla. No veo en que punto de este esquema puede mediar un juez.
“Joder”, era bueno, eso seguro. Camila no presentaría cargos ante semejante despliegue de amabilidad. Avi quería un espectáculo, quería humillarlo, no proponer una cifra desorbitada y que él aceptara sin más. ¿Qué tenía eso de divertido?
- ¿Qué le parece si le pago el doble de lo que pagué por ella originalmente?
Camila agrandó los ojos sorprendida y miró a Avi. ¿De verdad? ¿Iba a tener que regatear con Leonardo Novoa? ¿Era un chiste de mal gusto? Camila la miró suplicante y Avi desvió su atención a otra parte. No pensaba ensuciar su reputación así.
- En realidad nada podría devolverme lo que ya he perdido. Era una escultura muy especial para mí.
- ¿El triple?
- Pague diez veces el valor de la obra y entréguele lo que quede de ella. Es un trato justo Señor Novoa.
- De acuerdo.
Avi suspiró abatida, había querido provocarlo con esa propuesta. Todos allí sabían que ningún juez se atrevería a pedir nada parecido, era un precio totalmente desproporcionado. ¿Por qué aceptaba? ¿Era tan inmensamente rico que no le importaba desprenderse de unos cuantos miles de euros? No cabía duda alguna, pero, ¿no quería siquiera intentar pelear por su propia causa? “Cobarde”
Cerraron el trato sin más. Leo expidió un cheque y la mejor de sus sonrisas a Camila. Marco y Avi contemplaban la escena con desgana, ambos sabían que ese trueque era estúpido y descomedido.
- Un placer conocerte, Puma, a la próxima invitas tú.
Avi se giró con brusquedad desde la puerta, con las mejillas encendidas por la ira. El encuentro no podía haber sido más humillante, tampoco más estimulante. Ahora tenía sed de sangre. Sabía muy bien lo que significaba ese apodo. Era burlesco y dañino, en muchos sentidos. Escucharlo de sus labios, en voz alta, fue un golpe bajo.
- Eso ya lo veremos. Los hombres fáciles siempre pagan.
Se marchó con tanta dignidad como pudo, prometiéndose a sí misma que se saldaría esa deuda tan pronto como fuera posible.
- ¿Qué ha sido eso Leo? – Preguntó Marco sin poder esconder su indignación.
- Eso ha sido la manera más rápida de desentendernos de esta mierda.
- ¿Era necesario?
- Sí.
- Has pagado un disparate y has cabreado a la pelirroja. ¿Quién era?, ¿Puma?
- La misma. ¿No da tanto miedo en persona, verdad?
- Esperemos que no se haya propuesto borrarte esa sonrisa de la cara por tu prepotencia Leo, torres más altas han caído.
- No tengo nada de que me preocuparme; las cuentas están saneadas, las licencias al día, no tengo deudas ni conflictos de ningún tipo. No encontrará ninguna irregularidad, soy un hombre honrado Marco.
- Ella siempre encuentra algo.
- No lo hará, créeme.
Marco exhaló aliviado, no era hombre de disputas. Una tímida sonrisa se dibujo en la comisura de sus labios.
- ¿Estaba buena, eh?
- Joder, y tanto. La había imaginado con treinta kilos más, verrugas y halitosis. Parece sacada del Play Boy.
- Ya te digo. Tiene unos ojos preciosos.
- ¿Ojos? ¿En serio le has mirado los ojos? ¿Qué clase hombre eres Marco?
- Uno decente, supongo.
Ambos salieron de la instancia entre risas y confidencias. Eran compañeros de trabajo, pero, ante todo, buenos amigos.
Marco Ezcurra, mano derecha de Leo, carraspeo nervioso ante el tenso ambiente del encuentro. No necesitaba más alerta que la rigidez de Leo, no era buena señal. Algo iba mal, muy mal.
- Bien, parece que ya han aclarado su pequeño malentendido. ¿Por qué no hablamos de negocios?
Avi chasqueó la lengua, molesta, abandonando el escrutinio visual al que estaba sometiendo a Leo. Parecía lamentar no poder seguir atormentándolo con aquella mirada dura y reprobatoria.
- No se equivoque, el pequeño malentendido no ha hecho más que comenzar. ¿No es así Camila?
Camila asintió incómoda.
- Muy bien. Explíquense por favor. ¿Qué podemos hacer por ustedes?
Camila comenzó a hablar, mientras Leo y Avi se enfrascaban nuevamente en un duelo de insolencia, si las miradas matasen ambos habrían caído fulminados.
- Estoy muy consternada. No entiendo como habéis podido destrozar mi obra sin consultármelo siquiera. Las cosas no funcionan así, el arte no se puede romper en cachitos más pequeños y esparcirlos por ahí como si tal cosa.
- Pero si se puede hacer eso mismo con la propiedad privada Señorita Vázquez, eso es exactamente lo que yo he hecho. Lo pagué, es mío. – Marco carraspeó nuevamente en señal de alarma, Leo debía suavizar el tono o la situación se tornaría turbia y pantanosa- No obstante, me disculpo si la he ofendido, por supuesto. No era mi intención.
- ¿Y ya está? ¿Se disculpa? – Intervino Avi, visiblemente aforada- ¿Es todo lo que tiene que aportar para excusar su actitud?
- Como ya he dicho, esa escultura es mía. Con todos los respetos, Camila ya no tiene poder sobre ella, ni sobre las decisiones que yo tome al respecto.
- No puede hacer lo que le plazca con ella Señor Novoa, la Ley le obliga a preservar y respetar la integridad de la obra e impedir cualquier deformación, modificación, alteración o atentado contra ella que suponga perjuicio o menoscabo a los legítimos intereses y reputación de mi clienta. Ha atentado contra el derecho a la integridad de la obra y el derecho moral de autor de Camila Vázquez.
- ¿Qué ley me obliga a hacer tal cosa Señorita Evans? – Preguntó Leo exasperado.
- La Ley de Propiedad Intelectual, por supuesto.
Leo se frotó la frente con nerviosismo. En otras circunstancias se pondría a la defensiva, intentaría poner en duda las palabras de Puma, retarla. En esta ocasión, simplemente, no había huevos.
- No lo entiendo, es ilógico.
- La Ley no se entiende Señor Novoa, se acata.
“Jodida puntillosa, borra esa soberbia de los ojos” quiso gritar Leo. Era desquiciante. Esa mujer sólo traía malas noticias, peor que hacienda. Leo tenía una pregunta en el tintero: “¿Por cuánto me va a salir todo esto?, ¿Cuánto vale esa dignidad tuya?”. El carácter explosivo de Leo se había achicado con los años, al menos dentro de la oficina. La profesionalidad se pulía con esfuerzo y contención, no dejaría que la situación se desbordase, no importaba cuan fuerte tuviera que morderse la lengua si con ello amansaba su impetuoso temperamento. La voz de Leo sonó melosa esta vez, mientras miraba los ojos castaños de Camila con fingida reverencia.
- No tenía ni la más remota idea Camila, cuanto lo siento. Fui un estúpido, debí hablar con usted antes. Lo pensé, de verás, pero no supe como localizarla. Era una obra abstracta, no es como si le amputara medio torso a una Venus, creí que no tendría importancia.
Avi resopló con indignación, a este paso no podría afilarse las uñas con su cartera. Vio la indecisión en los ojos de Camila, la estaba hechizando con esa voz zalamera, fingiendo ser un pobre ignorante.
- ¿Qué podemos hacer ahora Camila? ¿Cómo puedo compensarla por mi imperdonable falta?
- Dejemos que lo decida un juez- Gruñó Avi. Quería un duelo digno, uno de verdad.
- De ningún modo. Los jueces sirven para solventar conflictos, aquí no lo hay. Camila está disgustada y yo profundamente arrepentido. Sólo quiero compensarla. No veo en que punto de este esquema puede mediar un juez.
“Joder”, era bueno, eso seguro. Camila no presentaría cargos ante semejante despliegue de amabilidad. Avi quería un espectáculo, quería humillarlo, no proponer una cifra desorbitada y que él aceptara sin más. ¿Qué tenía eso de divertido?
- ¿Qué le parece si le pago el doble de lo que pagué por ella originalmente?
Camila agrandó los ojos sorprendida y miró a Avi. ¿De verdad? ¿Iba a tener que regatear con Leonardo Novoa? ¿Era un chiste de mal gusto? Camila la miró suplicante y Avi desvió su atención a otra parte. No pensaba ensuciar su reputación así.
- En realidad nada podría devolverme lo que ya he perdido. Era una escultura muy especial para mí.
- ¿El triple?
- Pague diez veces el valor de la obra y entréguele lo que quede de ella. Es un trato justo Señor Novoa.
- De acuerdo.
Avi suspiró abatida, había querido provocarlo con esa propuesta. Todos allí sabían que ningún juez se atrevería a pedir nada parecido, era un precio totalmente desproporcionado. ¿Por qué aceptaba? ¿Era tan inmensamente rico que no le importaba desprenderse de unos cuantos miles de euros? No cabía duda alguna, pero, ¿no quería siquiera intentar pelear por su propia causa? “Cobarde”
Cerraron el trato sin más. Leo expidió un cheque y la mejor de sus sonrisas a Camila. Marco y Avi contemplaban la escena con desgana, ambos sabían que ese trueque era estúpido y descomedido.
- Un placer conocerte, Puma, a la próxima invitas tú.
Avi se giró con brusquedad desde la puerta, con las mejillas encendidas por la ira. El encuentro no podía haber sido más humillante, tampoco más estimulante. Ahora tenía sed de sangre. Sabía muy bien lo que significaba ese apodo. Era burlesco y dañino, en muchos sentidos. Escucharlo de sus labios, en voz alta, fue un golpe bajo.
- Eso ya lo veremos. Los hombres fáciles siempre pagan.
Se marchó con tanta dignidad como pudo, prometiéndose a sí misma que se saldaría esa deuda tan pronto como fuera posible.
- ¿Qué ha sido eso Leo? – Preguntó Marco sin poder esconder su indignación.
- Eso ha sido la manera más rápida de desentendernos de esta mierda.
- ¿Era necesario?
- Sí.
- Has pagado un disparate y has cabreado a la pelirroja. ¿Quién era?, ¿Puma?
- La misma. ¿No da tanto miedo en persona, verdad?
- Esperemos que no se haya propuesto borrarte esa sonrisa de la cara por tu prepotencia Leo, torres más altas han caído.
- No tengo nada de que me preocuparme; las cuentas están saneadas, las licencias al día, no tengo deudas ni conflictos de ningún tipo. No encontrará ninguna irregularidad, soy un hombre honrado Marco.
- Ella siempre encuentra algo.
- No lo hará, créeme.
Marco exhaló aliviado, no era hombre de disputas. Una tímida sonrisa se dibujo en la comisura de sus labios.
- ¿Estaba buena, eh?
- Joder, y tanto. La había imaginado con treinta kilos más, verrugas y halitosis. Parece sacada del Play Boy.
- Ya te digo. Tiene unos ojos preciosos.
- ¿Ojos? ¿En serio le has mirado los ojos? ¿Qué clase hombre eres Marco?
- Uno decente, supongo.
Ambos salieron de la instancia entre risas y confidencias. Eran compañeros de trabajo, pero, ante todo, buenos amigos.
MissMicaela
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