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ALFILERES EN EL CORAZÓN
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: ALFILERES EN EL CORAZÓN
Titulo: ALFILERES EN EL CORAZÓN.
Autor: Érika Gael.
Adaptación: Si.
Género: ROMANCE, MAGIA, PASION.
Contenido: CLASIFICACION “B”
Advertencias: ¿NO LO INTENTES EN CASA?
Autor: Érika Gael.
Adaptación: Si.
Género: ROMANCE, MAGIA, PASION.
Contenido: CLASIFICACION “B”
Advertencias: ¿NO LO INTENTES EN CASA?
Otras páginas: SI, DONDE ESTA EL LIBRO ORIGINAL.
SIGLAS: (TD) TU DIMINUTIVO, (TN) TU NOMBRE.
PEZA
Re: ALFILERES EN EL CORAZÓN
AVISO IMPORTANTE:
Está historia contiene magia negra.
Lea con detenimiento las instrucciones de uso.
No intente imitarla en su casa, ni en el trabajo, ni en el coche, ni en la escuela. Vamos, que ni se le ocurra llevarla a la práctica.
Manténgala alejada de los niños.
En caso de duda consulte con su voduísta particular.
Está historia contiene magia negra.
Lea con detenimiento las instrucciones de uso.
No intente imitarla en su casa, ni en el trabajo, ni en el coche, ni en la escuela. Vamos, que ni se le ocurra llevarla a la práctica.
Manténgala alejada de los niños.
En caso de duda consulte con su voduísta particular.
Última edición por PEZA el Sáb 29 Mar 2014, 7:19 pm, editado 1 vez
PEZA
Re: ALFILERES EN EL CORAZÓN
UNA NOVE MAS... ESTA ES DIFERENTE A LAS OTRAS QUE HE SUBIDO...
ESPERO QUE LES GUSTE...
ESPERO QUE LES GUSTE...
PEZA
Re: ALFILERES EN EL CORAZÓN
PASO 1: HÁGASE CON TODOS LOS MATERIALES NECESARIOS PARA LA FABRICACIÓN DE SU MUÑECO VUDÚ.
—Disculpe, señorita, creo que me he equivocado de puerta.
Después de tres meses trabajando en el museo, “TN” necesitaba distracciones con urgencia, de las que había anhelado cuando decidió cambiar su tedioso pueblo del sur por la alocada Nueva Orleáns.
Una distracción como ésa, por ejemplo. Clavó sus ordinarios ojos negros en el desconocido que se apoyaba en el quicio con indolencia.
Le hizo una radiografía rápida. Pelo rubio, ojos azules, rostro anguloso, músculos por todas partes. Banda de cuero al cuello. Abrigo largo. Todo negro. Y —ooooohhh, síiii, ven con mamá, bebé— NewRocks (1) en los pies. Un auténtico pura sangre de los que cabalgan por Decatur Street (2) .
Le dedicó su mejor sonrisa —su más caliente sonrisa—.
—Depende de qué esperabas encontrar del otro lado.
El desconocido le devolvió el gesto, enseñando una hilera de dientes perfectos. Había que ser muy tonta para dejar escapar a un ejemplar del sexo contrario como ése.
—Bueno, en realidad venía a hablar con Steph.
Oh, claro, Steph. Todos venían a ver a Steph, pero no era algo que reprocharles. Melena rizada y cobriza, grandes ojos verdes, piernas de vértigo enroscadas como hiedras bajo la minifalda.
—Steph no está —aclaró con expresión compungida, casi de verdad—. Ha salido a tomarse un café. Y tarda mucho —añadió—. Mucho. Nunca he visto a nadie girar la cucharilla con tanta parsimonia. No te aconsejo que la esperes.
El desconocido chasqueó la lengua. Parecía contrariado.
—¿Quieres que le deje tu recado? —se apresuró a ofrecerle—. Si rellenas este formulario con tu nombre, tus datos personales y tu número de teléfono, sabrá quién ha venido y podrá llamarte.
Un suave aleteo de pestañas —cortas, sí, pero tan útiles en casos de emergencia…— acompañó el movimiento de su muñeca mientras le tendía un papel cualquiera, tal vez una hoja de reclamaciones, o incluso puede que fuera el último recibo de la luz. Si es que los jefes tenían el valor de pagarle a la compañía de electricidad por algo que no se consumía en el siniestro y oscuro Museo del Vudú.
Unas cuantas letras y un par de tachones después, el desconocido se largó por donde había venido con una mueca suspicaz, y “TN” ondeó su tesoro para que se secara la tinta.
Había que ser redomadamente idiota para dejar escapar a un hombre como ése. Y ella no lo era.
Corrió al establecimiento de la señora Laveau en cuanto terminó su jornada laboral. Nueva Orleáns bullía de excitación, entre tiendas que aún no habían echado el cierre y bares que ya estaban abiertos.
1 Conocida marca de ropa y calzado góticos.
2 Juego de palabras que hace referencia a los coches de caballos que transitan por esta calle y las grandes afluencias de góticos que se pueden ver en ella.
Última edición por PEZA el Sáb 29 Mar 2014, 5:27 pm, editado 2 veces
PEZA
Re: ALFILERES EN EL CORAZÓN
La señora Laveau no era la original señora Laveau —los malos espíritus la tengan con ella—. Era la amiga de la hija de una cuñada de la antigua manceba que había acompañado a la célebre Marie Laveau en sus comienzos como diosa del vudú. En Nueva Orleáns todo el mundo lo sabía —en Nueva Orleáns todo el mundo se conocía—, pero a pesar de eso le guardaban un gran respeto a la recientemente bautizada como señora Laveau junior.
La señora Laveau junior —Dory, para los amigos—, la recibió con una sonrisa y los ojos entrecerrados. El carrillón sobre la puerta no había dejado de sonar y ella ya se había precipitado a la lúgubre trastienda, de donde regresó con un montón de cajas cubiertas de polvo.
—Sabía que regresarías —dijo en cajún (3), con su perfeccionada voz de hechicera popular—. ¿Cómo se llama tu elegido?
A “TN” no le hizo falta repasar la información escrita en la hoja. Ya se la sabía de memoria.
—Kieran Reid. 1525 de Prytania Street. Telefono 504—50…
Dory sacudió una mano ante los ojos de la joven, que guardó silencio.
—Ya, ya, niña. Te dije que con el nombre sería suficiente.
“TN” se encogió de hombros.
—Por si las moscas —sentenció.
—¿Y por qué crees que él es el elegido para ti? —Dory balanceó una rama seca de sólo ella sabía qué especie vegetal a su alrededor. Romero, identificó cuando su ropa y su pelo quedaron impregnados del fuerte olor.
—Es el hombre más guapo que ha pasado por el museo desde que trabajo allí. Además, usted leyó en las cartas que mi hombre llevaría botas militares.
La anciana enarcó una ceja.
—¿Y? Más de la mitad de los hombres de esta ciudad las lucen
—¿Cómo que y? —“TN” llevó un dedo a la sien—. ¡Éste lleva NewRocks, por el amor de Dios!
La señora Laveau se santiguó y corrió a esparcir unas cuantas semillas sobre la mesa tipo altar tras la que despachaba. Hizo varios paquetitos con ellas, que etiquetó con esmero y cerró con varias vueltas de cordel. Después de sacar pequeñas cajas de hierbas y añadirlas al pedido, cogió tres libros de una estantería, agregó varios folletos, un minúsculo bote de agua perfumada, tela de arpillera, varios saquitos de arena, un alfiletero, y tres o cuatro amuletos con dientes y colmillos de animales. O eso prefirió pensar “TN”, que tamborileaba los dedos con impaciencia sobre el mantel del mostrador.
—Ya tienes todo lo que necesitas —exclamó Dory emocionada. Sólo le faltaba ponerse a palmotear como una niña pequeña—. No vuelvas hasta que lo hayas cazado, pequeña. Esta vez lo vas a conseguir.
3 La cajún es la cultura propia de los nativos de Nueva Orleáns. Combina raíces francesas, españolas y haitianas y posee un dialecto, una gastronomía y unos ídolos propios.
La señora Laveau junior —Dory, para los amigos—, la recibió con una sonrisa y los ojos entrecerrados. El carrillón sobre la puerta no había dejado de sonar y ella ya se había precipitado a la lúgubre trastienda, de donde regresó con un montón de cajas cubiertas de polvo.
—Sabía que regresarías —dijo en cajún (3), con su perfeccionada voz de hechicera popular—. ¿Cómo se llama tu elegido?
A “TN” no le hizo falta repasar la información escrita en la hoja. Ya se la sabía de memoria.
—Kieran Reid. 1525 de Prytania Street. Telefono 504—50…
Dory sacudió una mano ante los ojos de la joven, que guardó silencio.
—Ya, ya, niña. Te dije que con el nombre sería suficiente.
“TN” se encogió de hombros.
—Por si las moscas —sentenció.
—¿Y por qué crees que él es el elegido para ti? —Dory balanceó una rama seca de sólo ella sabía qué especie vegetal a su alrededor. Romero, identificó cuando su ropa y su pelo quedaron impregnados del fuerte olor.
—Es el hombre más guapo que ha pasado por el museo desde que trabajo allí. Además, usted leyó en las cartas que mi hombre llevaría botas militares.
La anciana enarcó una ceja.
—¿Y? Más de la mitad de los hombres de esta ciudad las lucen
—¿Cómo que y? —“TN” llevó un dedo a la sien—. ¡Éste lleva NewRocks, por el amor de Dios!
La señora Laveau se santiguó y corrió a esparcir unas cuantas semillas sobre la mesa tipo altar tras la que despachaba. Hizo varios paquetitos con ellas, que etiquetó con esmero y cerró con varias vueltas de cordel. Después de sacar pequeñas cajas de hierbas y añadirlas al pedido, cogió tres libros de una estantería, agregó varios folletos, un minúsculo bote de agua perfumada, tela de arpillera, varios saquitos de arena, un alfiletero, y tres o cuatro amuletos con dientes y colmillos de animales. O eso prefirió pensar “TN”, que tamborileaba los dedos con impaciencia sobre el mantel del mostrador.
—Ya tienes todo lo que necesitas —exclamó Dory emocionada. Sólo le faltaba ponerse a palmotear como una niña pequeña—. No vuelvas hasta que lo hayas cazado, pequeña. Esta vez lo vas a conseguir.
3 La cajún es la cultura propia de los nativos de Nueva Orleáns. Combina raíces francesas, españolas y haitianas y posee un dialecto, una gastronomía y unos ídolos propios.
Última edición por PEZA el Sáb 29 Mar 2014, 5:17 pm, editado 4 veces
PEZA
Re: ALFILERES EN EL CORAZÓN
PASO 2: CORTE DOS PATRONES IGUALES Y CÓSALOS POR LOS BORDES CON LANA GRUESA. RELLENE LA FIGURA RESULTANTE CON SEMILLAS AL EFECTO. ¡FÍJESE BIEN!
“TN” se llevó a la boca un dedo cubierto de helado de almendra, su favorito. Barbara Ann reverberaba desde el equipo de música de su pequeño apartamento en Esplanade Avenue, y el manual Cómo hacer vudú permanecía abierto por el capítulo dos desde hacía un buen rato. Con un moño flojo en la coronilla, los pantalones de franela del pijama y la camiseta de su antiguo instituto llena de agujeros, no tenía, lo que se dice, el aspecto de una sex-symbol del celuloide. Y lo sabía.
Pero el pequeño monigote cabezón y paticorto que reposaba junto al libro iba a cambiar las cosas. Seguro que sí.
Había pasado la mitad de su día libre dibujando con un crayón rosa la silueta sobre la tela de arpillera. Cuando al fin había dejado de parecerle demasiado grande, o demasiado pequeña, demasiado desproporcionada o demasiado armoniosa, demasiado deforme o demasiado elaborada, la había recortado con las tijeras de cocina, que aún conservaban restos de pizza en la cuchilla.
No había cosido un botón en su vida, así que resultó una suerte que Dory Laveau fuera tan previsora como para surtirla de aguja e hilo. Se pinchó varias veces, hasta que tomó la decisión de utilizar el comedero del canario como dedal. A partir de entonces, todo había sido coser y cantar. Y nunca mejor dicho.
Su disco de grandes éxitos del rock and roll dio varias vueltas en el reproductor antes que el bosquejo de muñeco estuviese terminado. Luego, cogió varios de los paquetes de semillas que había en la caja y leyó las etiquetas una a una.
Para aumentar la pasión: semillas de castaña.
Sí, eso le vendría bien. Su escasa vida sexual había muerto en el mismo lugar en el que había sepultado sus prejuicios y temores de jovencita católica cuando dejó el pueblo y se instaló en la capital. Nunca pensó que ser desinhibida le iba a servir de tan poco.
Con una cucharilla de café, volcó un poco del contenido del saco en el interior del muñeco por un minúsculo agujero. Como no le pareció suficiente, siguió echando y echando hasta que la cabeza quedó completamente redonda y la lana violeta amenazó con deshilacharse.
Para apresurar la boda: semillas de naranjo.
Basculó casi todo lo que poseía. Era desinhibida, pero no tanto.
Para recuperar la vitalidad: semillas de mandarina o durazno.
Rellenó los brazos y las piernas del cachivache con pepitas de mandarina. Dory no le había proporcionado éstas, pero nunca estaría de más un poquito de eso que antes le sobraba y que había disminuido con su aburrida vida orleanniana.
Qué irónico. Había pensado que en cuanto pusiera un pie en la gran ciudad, le lloverían las ofertas sentimentales, sexuales y sociales. Las tres S.
Había tomado la decisión de mudarse de forma impulsiva, tras una productiva charla vespertina con su prima. Celia, que llevaba varios meses compartiendo piso en la capital, había alabado sus maravillas durante horas, aunque todas podían resumirse en tres: trabajo a espuertas, fiesta a raudales, hombres guapos a montones.
La primera característica le pareció lo bastante interesante como para plantearse una visita rápida para ver qué se cocía. La segunda, la ayudó a inclinar un poco más la balanza. Cuando Celia comentó la tercera, “TN” corrió a hacer el equipaje.
Y, sin embargo, lo único que había encontrado había sido sopor, salario mínimo y soledad. Otras tres S nada deseables. Ya era hora de que eso también cambiara.
Para aumentar sus ingresos: semillas de arroz, maíz, lentejas.
Ya puestos a pedir…
Le costó un esfuerzo titánico tapar el agujero en la pierna izquierda del muñeco. Las pepitas de mandarina se desbordaban por él, arrastrando consigo semillas de castaña que, no lo olvidaba, eran las más importantes.
Buscó más pinturas para colorear los ojos de Kieran en la cabeza del monigote, pero su único rotulador azul se había secado, así que no le quedó más remedio que ir en busca de su sombra de ojos. De camino al cuarto de baño, alguien tocó el timbre.
—¿Sí? —inquirió con su adorable acento sureño sin abrir la cadena de la puerta.
Un hombre moreno, con los ojos más oscuros que había visto en su vida —los que veía en el espejo cada mañana no contaban— y el aspecto de no haber dormido durante horas aguardaba detrás. Vestía una camisa de labrador ajada y llevaba el botón de los vaqueros desabrochado.
—Perdone —espetó con insolencia—. ¿Le importaría bajar el volumen? Aún no me puedo creer que me haya tocado como vecina la única persona en esta ciudad que no escucha jazz —refunfuñó entre dientes.
“TN” lanzó una mirada inocente al salón, de donde procedían los acordes de Dixieland Rock en la voz de El Rey.
Le dedicó su mejor sonrisa —su más arrepentida sonrisa—.
—Oh, disculpe. Supongo que el hecho de que sea Dixieland Rock (4) lo que estoy escuchando no rebajará mi condena, ¿verdad?
El hombre se inclinó para olfatear por el resquicio entre el muro y la madera.
—No —comentó con gesto agrio—. Oiga, no se haga la coqueta conmigo. Soy piloto y necesito descansar. Lamento comunicarle que su jodido guateque me lo está impidiendo.
“TN” abrió mucho los ojos mientras contenía el aliento. Allí había un filón.
—¿De coches? ¿Participa en carreras? ¿Es… ya sabe… —le guiñó un ojo—… uno de esos ases del volante que aman la velocidad y las mujeres con la misma intensidad con que se enciende un motor?
El desconocido la miró con el rostro impasible, aunque el efecto de las ojeras azuladas era bastante tétrico.
—No —respondió con sequedad—. De un Airbus. Y tengo jet-lag. ¿Contenta? Así que haga el favor de terminar con ese estruendo de una maldita vez.
Sin esperar réplica, se dio la vuelta y desapareció en el pasillo contiguo. Sólo unos segundos después, un portazo hizo retumbar el edificio.
“TN” dio un respingo. No toleraba los malos modales. Su buena educación no se lo permitía, y se sentía orgullosa de ello. Por ejemplo, ese imbécil la había interrumpido en mitad de una misión de alta trascendencia, y ella no se había comportado como un orangután recién llegado de la selva. Sin embargo él había lanzado órdenes a diestro y siniestro, como si fuera el mismísimo senador de Louisiana, y no se había molestado en pedir las cosas por favor.
Cerró la puerta despacio —para compensar— y regresó a sus quehaceres sobre la mesa de la pequeña sala de estar, sólo para darse cuenta de que aún no tenía la sombra azul. De camino al cuarto de baño, le dio un pellizco a la rueda del equipo de música, que se deslizó hasta el tope.
4 Popular canción interpretada por Elvis Presley en la que hace referencia a Nueva Orleáns.
“TN” se llevó a la boca un dedo cubierto de helado de almendra, su favorito. Barbara Ann reverberaba desde el equipo de música de su pequeño apartamento en Esplanade Avenue, y el manual Cómo hacer vudú permanecía abierto por el capítulo dos desde hacía un buen rato. Con un moño flojo en la coronilla, los pantalones de franela del pijama y la camiseta de su antiguo instituto llena de agujeros, no tenía, lo que se dice, el aspecto de una sex-symbol del celuloide. Y lo sabía.
Pero el pequeño monigote cabezón y paticorto que reposaba junto al libro iba a cambiar las cosas. Seguro que sí.
Había pasado la mitad de su día libre dibujando con un crayón rosa la silueta sobre la tela de arpillera. Cuando al fin había dejado de parecerle demasiado grande, o demasiado pequeña, demasiado desproporcionada o demasiado armoniosa, demasiado deforme o demasiado elaborada, la había recortado con las tijeras de cocina, que aún conservaban restos de pizza en la cuchilla.
No había cosido un botón en su vida, así que resultó una suerte que Dory Laveau fuera tan previsora como para surtirla de aguja e hilo. Se pinchó varias veces, hasta que tomó la decisión de utilizar el comedero del canario como dedal. A partir de entonces, todo había sido coser y cantar. Y nunca mejor dicho.
Su disco de grandes éxitos del rock and roll dio varias vueltas en el reproductor antes que el bosquejo de muñeco estuviese terminado. Luego, cogió varios de los paquetes de semillas que había en la caja y leyó las etiquetas una a una.
Para aumentar la pasión: semillas de castaña.
Sí, eso le vendría bien. Su escasa vida sexual había muerto en el mismo lugar en el que había sepultado sus prejuicios y temores de jovencita católica cuando dejó el pueblo y se instaló en la capital. Nunca pensó que ser desinhibida le iba a servir de tan poco.
Con una cucharilla de café, volcó un poco del contenido del saco en el interior del muñeco por un minúsculo agujero. Como no le pareció suficiente, siguió echando y echando hasta que la cabeza quedó completamente redonda y la lana violeta amenazó con deshilacharse.
Para apresurar la boda: semillas de naranjo.
Basculó casi todo lo que poseía. Era desinhibida, pero no tanto.
Para recuperar la vitalidad: semillas de mandarina o durazno.
Rellenó los brazos y las piernas del cachivache con pepitas de mandarina. Dory no le había proporcionado éstas, pero nunca estaría de más un poquito de eso que antes le sobraba y que había disminuido con su aburrida vida orleanniana.
Qué irónico. Había pensado que en cuanto pusiera un pie en la gran ciudad, le lloverían las ofertas sentimentales, sexuales y sociales. Las tres S.
Había tomado la decisión de mudarse de forma impulsiva, tras una productiva charla vespertina con su prima. Celia, que llevaba varios meses compartiendo piso en la capital, había alabado sus maravillas durante horas, aunque todas podían resumirse en tres: trabajo a espuertas, fiesta a raudales, hombres guapos a montones.
La primera característica le pareció lo bastante interesante como para plantearse una visita rápida para ver qué se cocía. La segunda, la ayudó a inclinar un poco más la balanza. Cuando Celia comentó la tercera, “TN” corrió a hacer el equipaje.
Y, sin embargo, lo único que había encontrado había sido sopor, salario mínimo y soledad. Otras tres S nada deseables. Ya era hora de que eso también cambiara.
Para aumentar sus ingresos: semillas de arroz, maíz, lentejas.
Ya puestos a pedir…
Le costó un esfuerzo titánico tapar el agujero en la pierna izquierda del muñeco. Las pepitas de mandarina se desbordaban por él, arrastrando consigo semillas de castaña que, no lo olvidaba, eran las más importantes.
Buscó más pinturas para colorear los ojos de Kieran en la cabeza del monigote, pero su único rotulador azul se había secado, así que no le quedó más remedio que ir en busca de su sombra de ojos. De camino al cuarto de baño, alguien tocó el timbre.
—¿Sí? —inquirió con su adorable acento sureño sin abrir la cadena de la puerta.
Un hombre moreno, con los ojos más oscuros que había visto en su vida —los que veía en el espejo cada mañana no contaban— y el aspecto de no haber dormido durante horas aguardaba detrás. Vestía una camisa de labrador ajada y llevaba el botón de los vaqueros desabrochado.
—Perdone —espetó con insolencia—. ¿Le importaría bajar el volumen? Aún no me puedo creer que me haya tocado como vecina la única persona en esta ciudad que no escucha jazz —refunfuñó entre dientes.
“TN” lanzó una mirada inocente al salón, de donde procedían los acordes de Dixieland Rock en la voz de El Rey.
Le dedicó su mejor sonrisa —su más arrepentida sonrisa—.
—Oh, disculpe. Supongo que el hecho de que sea Dixieland Rock (4) lo que estoy escuchando no rebajará mi condena, ¿verdad?
El hombre se inclinó para olfatear por el resquicio entre el muro y la madera.
—No —comentó con gesto agrio—. Oiga, no se haga la coqueta conmigo. Soy piloto y necesito descansar. Lamento comunicarle que su jodido guateque me lo está impidiendo.
“TN” abrió mucho los ojos mientras contenía el aliento. Allí había un filón.
—¿De coches? ¿Participa en carreras? ¿Es… ya sabe… —le guiñó un ojo—… uno de esos ases del volante que aman la velocidad y las mujeres con la misma intensidad con que se enciende un motor?
El desconocido la miró con el rostro impasible, aunque el efecto de las ojeras azuladas era bastante tétrico.
—No —respondió con sequedad—. De un Airbus. Y tengo jet-lag. ¿Contenta? Así que haga el favor de terminar con ese estruendo de una maldita vez.
Sin esperar réplica, se dio la vuelta y desapareció en el pasillo contiguo. Sólo unos segundos después, un portazo hizo retumbar el edificio.
“TN” dio un respingo. No toleraba los malos modales. Su buena educación no se lo permitía, y se sentía orgullosa de ello. Por ejemplo, ese imbécil la había interrumpido en mitad de una misión de alta trascendencia, y ella no se había comportado como un orangután recién llegado de la selva. Sin embargo él había lanzado órdenes a diestro y siniestro, como si fuera el mismísimo senador de Louisiana, y no se había molestado en pedir las cosas por favor.
Cerró la puerta despacio —para compensar— y regresó a sus quehaceres sobre la mesa de la pequeña sala de estar, sólo para darse cuenta de que aún no tenía la sombra azul. De camino al cuarto de baño, le dio un pellizco a la rueda del equipo de música, que se deslizó hasta el tope.
4 Popular canción interpretada por Elvis Presley en la que hace referencia a Nueva Orleáns.
Última edición por PEZA el Sáb 29 Mar 2014, 5:26 pm, editado 1 vez
PEZA
Re: ALFILERES EN EL CORAZÓN
PASO 3: ES LA HORA DE VESTIR A SU MUÑECO. CONSÍGALE LA ROPA ADECUADA O FABRÍQUELA USTED MISMO. ¡NO SE DETENGA AHORA, ES MUY FÁCIL!
“TN” recorrió todos los pasillos del centro comercial Riverwalk, a orillas del Mississippi, en busca de la tienda que más le convenía a su precario estado económico. Aún faltaba una semana para que su paga del mes fuera depositada en la cuenta corriente, pero su plan era demasiado infalible como para dejar cabos sueltos.
Tenía que comprarse un vestido, el más sexy, bonito y elegante que existiera, para su primera cita con Kieran. No es que se la hubiera pedido ya, pero a juzgar por sus constantes revoloteos en torno a la puerta trasera del museo no debía de faltar mucho.
Lo había visto por última vez tan sólo un día antes. Se estaba fumando un pitillo con una de aquellas preciosas —y costosas— botas apoyada en la pared del callejón. Había inclinado levemente la cabeza a su paso, y “TN” tuvo que morderse los carrillos para no echarse a reír como una estúpida. Lo malo había sido que, entre las mandíbulas apretadas y la lengua reseca por culpa de los nervios, no había sido capaz ni de decirle hola.
Pero… ¿a quién le importa eso cuando tiene en sus manos el arma más potente de la magia negra? A ella no, desde luego. Y seguro que a Kieran, cuando vivieran felices el resto de sus días, tampoco. Sería una buena anécdota que contar a los nietos.
Acarició el muñeco que viajaba con ella en el fondo de su enorme bolso. Ya tenía ojos, boca, e incluso se había permitido el lujo de pegar con cola de contacto unos cuantos trozos de spaguetti que hicieran las veces de pelo. Con retales de bolsa de basura se había encargado de fabricar su atuendo de cuero, y la verdad es que no podía quejarse; daba el pego. Lo más difícil había sido encontrar algo que le sirviese como calzado, pero al fin lo había encontrado.
La pena era que el canario se había quedado sin comederos otra vez.
Pero ya se encargaría ella de conseguirle otros. De momento, podía seguir picoteando alpiste en la barrita con miel que colgaba entre las rejas.
Entró ojo avizor en Ann Taylor Loft. Como su prima Celia solía decir, no había oferta que se le resistiera ni ganga que no encontrara. Estaba dispuesta a hacer gala de sus habilidades como shopper en ese preciso instante.
El vestido negro de estilo baby-doll con el que abandonó la tienda era perfecto. No había resultado tan barato como le hubiera gustado pero… ¿qué eran setenta y nueve dólares al lado de la felicidad eterna?
Regresó a casa impaciente por leer la siguiente pauta del manual, pero un molesto obstáculo se interpuso en su camino justo en la puerta del ascensor.
—Ah, vaya, es usted.
Con gesto cáustico saludó al piloto de aviación que tan amablemente la providencia divina había situado en el piso de al lado.
Tenía, todo hay que decirlo, uno de los mejores cuerpos que había visto en un hombre, y eso que no había tenido el gusto de tantear tantos como le hubiera gustado. Sus rizos traicioneros brillaban con la luz del patio interior y su ropa, tan informal como la de la vez pasada, se amoldaba a sus bronceados músculos.
No era Kieran, pero de igual forma era un bombón.
—¿Qué tal todo por las alturas? —agregó con desgana, y maldijo en su fuero interno sus arraigados modales sureños. Ese tipo no merecía tantas consideraciones, ni porque fuera su vecino ni porque estuviera como un queso.
Mister Airbus la miró con fijeza y “TN” reprimió el impulso de toquetearse la cara. Mosquitos, restos de helado, rímel corrido. Cualquier cosa podía pasar en Nueva Orleáns y una chica nunca estaba lo bastante preparada como para enfrentarse a todas a la vez.
—Eh, bien. Bien —respondió al fin—. Muchas… nubes. Pájaros —¿aquella cara de lelo redomado sería de nacimiento o le habría dado un aire? —. Azul. Ya sabe.
“TN” pestañeó desconcertada.
—Sí. Ya sé. Y ahora, si me disculpa, tengo un poco de prisa…
Hizo un amago de placaje con intención de llegar a la puerta del ascensor, pero un bíceps de bronce se lo impidió.
—Perdone pero yo —balbuceó él—, bueno, quería decirle que no fue mi intención ofenderla el otro día. Sí, eso. Y que no siempre soy tan grosero. Sólo cuando me despiertan; debe de ser un… un problema de familia.
A “TN” le habría gustado tener la capacidad de responder con coherencia, pero su vista se clavaba de forma descarada en el bíceps que le tapaba la cara, en la forma redondeada y prieta del bíceps, en la fina y brillante capa de sudor que recubría el bíceps, en…
—Eeeeeh, sí, claro. Por supuesto. Lo que usted diga —cabeceó—. Ahora, si me disculpa…
—Seguro —el bíceps desapareció de su campo de visión y el interior de “TN” gimió desconsolado—. Tiene prisa; lo sé.
El olor a feromonas ardientes se desvaneció y las paredes del ascensor la engulleron. Inspiró hondo, sintiendo que el perfume masculino de Mister Airbus aún contaminaba el oxígeno del aire, mientras las pisadas de sus botas de montaña se perdían en dirección a la calle.
Apretó el botón número dos con un suspiro.
PEZA
Re: ALFILERES EN EL CORAZÓN
PASO 4: ES LA HORA DEL RITUAL DE CONSAGRACIÓN. ¡DÉLE VIDA A SU MUÑECO!
JOE JONAS pegó los orificios nasales a los hornillos de la cocina y comprobó cada mando del gas. Destapó el cubo de la basura varias veces y abrió la nevera hasta que sintió frío en los hombros. Se fijó en cada ventana, pero todas estaban cerradas.
No. La peste no salía de ningún rincón de su hogar, sino más bien de…
—¡Maldición!
Abrió con rabia la puerta principal y una oleada pestilente le dio la bienvenida desde el pasillo de la segunda planta.
Joder. Se sentía como el jodido enanito gruñón, pero ya era la segunda vez en lo que iba de semana que esa muchacha impertinente lo sacaba de sus casillas. Lo volvía tarumba. Le retorcía los huevos y no se los aflojaba.
En definitiva, lo despertaba en el primer sueño.
—¡Abra la puerta! ¡Abra esta maldita puerta! —aporreó la madera, y sólo se detuvo cuando las viejas astillas emitieron un chasquido.
Se mesó los cabellos y se paseó por el corredor mientras aguardaba a que esa insolente obedeciera su orden. Iba a cantarle las cuarenta. Iba a poner los puntos sobre las íes y no dejar ningún cabo suelto. Iba a hacerle entender a esa desvergonzada un par de cuestiones sobre ciudadanía y respeto por los demás. Iba a…
Iba a devorar esa boca abrasadora y hundirle la lengua hasta la garganta.
Cuando la mujer abrió la puerta, se encontró sumido de nuevo en un proceso agudo de eso que se ha dado en llamar síndrome de enajenación mental transitoria. Vamos, que la carnosidad de sus labios lo volvió del revés y el brillo oscuro de sus ojos enormes lo puso a mil.
—¿Sí? —dijo ella con una ceja alzada—. ¿Qué quiere ahora?
Llevarte a la cama. ¡No! ¿Qué demonios le estaba pasando? Piensa con claridad, JONAS. No la mires. Te ha despertado y esta noche embarcas hacia Toronto. ¡No la mires!
—Disculpe, señorita. A riesgo de parecer pesado e inoportuno —arqueó el labio superior en un gesto de furia—, ¿podría explicarme por qué cojones mi casa apesta a herbolario y hay humo por todo el zaguán?
—“TN” —respondió ella sin inmutarse.
JOE parpadeó.
—¿Perdón?
—Me llamo “TN”, no señorita. Odio que me llamen señorita.
Así que “TN”, ¿eh? Era perfecto para ella. Igual de dulce que el lunar que tenía en la barbilla.
—Está bien, “TN”. Resulta que yo estaba…
—¿Durmiendo? —no despegaba los ojos de él, y ojalá lo hiciera, porque no sabía en qué momento dejaría de tener consideración con las normas de la decencia.
—Sí, durmiendo… —meneó la cabeza como si acabara de despertar—. Durmiendo, maldita sea. Y entonces el aire de mi cuarto se ha llenado de un insoportable aroma a iglesia, como si el Vaticano en pleno hubiese decidido realizar un cónclave en él.
“TN” asintió con la cabeza. No parecía darle demasiada importancia al hecho de que había molestado a uno de sus vecinos y había incordiado a un profesional que se jugaba la vida con su trabajo.
—Ahá.
JOE la miró estupefacto.
—¿No tienes nada que decir? Primero ruidos, ahora olores… ¿Qué va a ser lo próximo? ¿Le vas a prender fuego a mi casa?
—Es posible —dijo ella encogiéndose de hombros y a punto de darle con la puerta en las narices.
—Oye, mira, me aguarda una noche muy movidita y no pienso tolerar que una… —la miró de arriba abajo—… bruja impertinente me desconcentre con sus trucos de sólo Dios sabe qué clase de hechicería.
“TN” abrió la boca y sus mejillas enrojecieron.
—¿Pero quién se ha creído que es usted para venir a escandalizarme en mi propia casa con sus prácticas sexuales? No es de mi incumbencia si esta noche tiene una orgía o siete, oiga.
Tarde se dio cuenta JOE de cómo se habían malinterpretado sus palabras. Tenía una reputación que mantener, y que la sexy y extraña vecinita de al lado lo considerase un pervertido en potencia no era la mejor forma de preservarla.
—¡No, no! ¡No me has entendido! Espera, por favor...
—¡Largo de aquí!
Antes de poder ofrecerle una explicación acerca del verdadero motivo de su ajetreo, la madera se cerró delante de él con un ruido sordo que resonó en todo el edificio.
Fantástico.
PEZA
Re: ALFILERES EN EL CORAZÓN
Jajajajajajajajaja. Esta chica es de tener cuidado!!!!!!.... Ahora jue es piloto!!!!!!..... Aaaaaaahhhhh
chelis
Re: ALFILERES EN EL CORAZÓN
PASO 5: LA VISUALIZACIÓN ES FUNDAMENTAL. EVITE DISTRACCIONES MIENTRAS LE PROPORCIONA UNA IDENTIDAD A SU MUÑECO.
“TN” le hizo un gesto obsceno a la puerta cuando la interpuso entre el pesado de al lado y ella. No era su culpa si los conos de incienso venían sin manual de instrucciones. ¿Qué iba ella a saber que quemarlos sobre el ambientador iba a provocar semejante humareda? ¿Desde cuándo el alcohol aromático era inflamable?
Aunque si el castigo por su torpeza consistía en tener ante su piso a Mister Airbus cada vez que se diera la vuelta, benditos fueran los hados por hacerla tan desgarbada y poco hábil.
¡No, “TN”! Estaba prohibido pensar en él. Que fuera un delicioso caramelo de tofe envuelto en chocolate con almendras no le hacía menos plasta ni menos repulsivo. Cuando vivía en la campestre casa de la abuela, apartada del centro del pueblo, nunca pensó que tener vecinos sería tan complicado. Tampoco pensó que el más macizo de todos le fuera a tocar a ella, pero ésa era otra historia…
Volvió sobre sus pasos hacia la mesa de la cocina, donde había dejado en marcha el engranaje del ritual. Lo cierto es que aquel conjuro, o hechizo, o práctica, o lo que fuera, empeoraba por momentos. No sólo había dejado un enorme cerco de humo en el techo de la cocina, sino que, además, había tenido que invadir la casa de velas y cirios pascuales. Su habitación parecía un escenario de El exorcista.
Y ahora tocaba la parte más complicada: la famosa visualización. Se suponía que tenía que recitar un poema con ambas manos dejando fluir su energía sobre el muñeco, sin permitir que ninguna vela se apagase y mientras recreaba en su mente la imagen de Kieran. Eso hacía un total de cuatro acciones a la vez. Ja. Y Dory decía que todo era taaaaan sencillo.
Abrió el manual por la sección de consagración y se dispuso a empezar. Ya había tenido suficientes interrupciones en lo que iba de día, sobre todo por culpa del maldito Mister Airbus, que a estas horas seguramente estaba llenando su cuadra de látigos y esposas de plumas con las que sodomizar a muchachitas curvilíneas y ardientes que…
“TN” tosió.
Y se dispuso a empezar.
Kieran, así te veo yo y así te represento yo.
Las palmas de sus manos levitaban sobre la oronda panza del muñeco de trapo, y podía sentir el calor que desprendían las velas en la curva de su nuca.
Qué idiotez, seguro que a Mister Airbus no le hacían falta tantas pamplinas para meter a una mujer —o varias— en su cama y hacerles todo tipo de cosas deliciosas con las que…
Mierda. Tendría que empezar de nuevo.
Kieran, así te veo yo y así te represento yo.
Aunque ambos estéis separados, yo os convierto en uno.
Mmmm, esa frase tenía la suficiente cantidad de doble sentido como para que su mente volara de nuevo en dirección a su caliente vecino de al lado y la suerte de prácticas depravadas y lujuriosas que llevaría a cabo sobre su lecho. Seguro que tenía todo un harén de azafatas dispuestas a llevarse a sí mismas en el carrito en dirección a sus brazos.
Un molesto pinchazo se extendió por sus muñecas. ¡Oh, no! Si no se hubiera dedicado a divagar acerca de tonterías, se habría percatado de la columna de humo que ascendía a través del muñeco. Y, mal que le pese a Marie Laveau, no se trataba de una muestra de la nueva energía que poseía el muñeco, sino que lo había empujado sin querer hacia las velas y ahora toda la tela de arpillera estaba cubierta de una negruzca capa de cenizas.
Genial. Mini Kieran lucía un bronceado propio de un surfero californiano.
Renegó entre dientes de su gran estupidez y, meneando la cabeza, sopló para enfriarlo. Se dispuso a comenzar de nuevo y, esta vez, se juró a sí misma que la sesión finalizaría sin incidentes.
Kieran, así te veo yo y así te represento yo.
Aunque ambos estéis separados, yo os convierto en uno.
Vuestra vida acaba de empezar.
Salpicó agua bendita de uno de los frasquitos que Dory le había entregado.
Con agua yo consagro este muñeco como Kieran.
A continuación, “TN” lo hizo sobrevolar los conos de incienso y recordó lo mucho que le gustaba jugar de pequeña con cometas y objetos voladores.
Seguro que Mister Airbus también había pasado su infancia lanzando juguetes al aire. Y, probablemente, también era de los que pescaba en el río, de los que se emborrachaba en la cantina del pueblo con sus amigos desde los trece años, de los que volvía locas a las nenas de todo el condado y de los que conducía un Chevy incluso antes de tener carnet. Mirándolo bien, era una de sus fantasías de adolescente; por no decir la más potente.
¡Mierda! Lo había vuelto a hacer.
Cerró los ojos e inspiró hondo. Todo lo hondo que el humo del incienso y de las velas le permitía sin morir intoxicada.
Con aire yo consagro este muñeco de poder como Kieran.
Le tocó el turno al fuego. Volvió a repetir la cantinela mientras pasaba los bracitos del muñeco por encima de las llamas, con cuidado de que no sufriera una nueva incineración que lo convirtiera en Louis Armstrong.
Sonrió cuando llegó al último paso del ritual. Ya casi lo había conseguido.
Volcó unos cuantos granos de tierra húmeda sobre la cabeza de Mini Kieran desde un pequeño saquito de papel marrón.
Con tierra yo consagro este muñeco de poder como Kieran.
Su sonrisa se ensanchó. Listo. Ahora podría apagar todas aquellas cosas, encender la luz en los interruptores y pasar al punto en que aquello se ponía de verdad interesante: los alfileres.
Esa misma noche podría comenzar a trabajar sobre ello. Eso, si los ruidos orgásmicos y los chirridos de la cama de Mister Airbus lo permitían. Igual que su propia envidia.
PEZA
Re: ALFILERES EN EL CORAZÓN
PASO 6: CLAVE EL PRIMER ALFILER ENTRE LAS CEJAS DE SU MUÑECO DE PODER. ¡EL HOMBRE AL QUE DESEA CONQUISTAR NO SE LA PODRÁ QUITAR DE LA CABEZA!
JOE JONAS abandonó el Aeropuerto Internacional Louis Armstrong de Nueva Orléans por las puertas correderas después de un infernal viaje de ida y vuelta a Toronto.
¿O había sido a Ottawa? A saber. Lo raro a estas alturas era que fuese capaz de distinguir Estados Unidos del Canadá.
Su coche lo esperaba en el parking y se montó en él restregándose los ojos. Tenía sueño, muchísimo sueño, pero no tenía intención de pasar por casa para echar una cabezadita. Primero, buscaría a un médico de confianza, o a un psiquiatra, o a un chamán si era preciso, que le explicara por qué había pasado las últimas doce horas obsesionado con la imagen de su vecina de puerta.
Que fuera la cosa más preciosa, con su belleza natural e ingenua, que hubiese visto en mucho tiempo, no era razón suficiente para haberla visualizado en cada azafata que entraba en la cabina, ni en cada pasajera que ascendía por la escalerilla, ni en cada empleada de los mostradores de facturación. Tampoco era cuestión de recordar el brillo de sus ojos con las luces de pista, ni la forma redondeada de ese sensual lunar con cada botón de mando.
Oh, vamos, JONAS. Eres un tío guapo. Que no se diga que no puedes tener a la mujer que te dé la gana. Es sólo que… estás demasiado ocupado con tu trabajo como para encontrarla…
Debería empezar por salir a buscarla. En cuanto descansara unas cuantas horas, por ejemplo, podría arreglarse un poco, dar una vuelta por el Barrio Francés y deleitarse con la visión de unas cuantas mujeres hermosas que distrajeran su atención de la pueblerina de su edificio.
Porque estaba claro que tenía un problema. Si no fuera así, no estaría viendo a “TN” en el peatón que en esos momentos cruzaba la calzada con una graciosa minifalda azul que ondeaba en torno a sus torneados muslos y unos delicados zapatitos negros de tacón a la altura del destartalado Museo del Vudú, mientras lamía con fruición un almendrado helado que parecía a punto de resbalar por las comisuras de su dulce boca y que sus bellos ojos contemplaban con adoración a través de la multitud y que estaba a punto de ser atropellada por su coche sino se daba prisa en pisar el maldito pedal del freno que, si no recordaba mal, en algún momento de su vida cierto profesor de autoescuela le había dicho que era el…
——¡Mierda!
Pegó un volantazo, pero nada pudo impedir que una fila de tres coches se le echara encima por la parte trasera. Esquivó al peatón, pero las ruedas delanteras quedaron incrustadas en el bordillo y se llevaron por delante una de las aclamadas farolas de la ciudad. Varios transeúntes huyeron despavoridos de la estrecha acera y se refugiaron bajo los soportales.
Estupendo. Arregla el día, JONAS.
Y por si aún no había tenido suficiente…
—¿Pero qué demonios…?
Salió del coche en cuanto escuchó la familiar voz. Dio un puñetazo al humeante capó mientras “TN” se acercaba enfadada, contoneando las caderas y con una expresión furibunda en el rostro.
—¿Se puede saber en qué estabas pensando? ¡Tenías que ser tú, maldito… maldito… tú! ¿Es que acaso te has propuesto hacerme la vida imposible?
Estaba increíble cuando se enfadaba, pero por una vez JOE tuvo que hacer acopio de toda su voluntad para no quedarse mirando embobado y hacer frente a la situación.
—Por supuesto que no —resopló—. Está claro que eres tú quien me persigue.
Ella respondió abriendo la boca ofendida.
—¿Yo? ¿Pero de qué hablas? Trabajo aquí —hizo un gesto difuso hacia al museo—, vivo aquí, es normal que camine por aquí —pataleó sobre el asfalto.
Así que trabajaba en el Museo del Vudú, ¿eh? No estaba de más saberlo.
—Mira, me importa un bledo donde trabajes y a qué dediques tu insignificante vida —hizo caso omiso al guiño de repulsa que ella le dedicó—. Lo único que sé es que, desde hace unas semanas, eres la causa o parte activa de todos los desastres que se suceden en la mía. ¿Cómo explicas eso?
“TN” enarcó una ceja.
—¿Cómo explicas tú que he estado a punto de morir atropellada por un loco psicótico? Está claro que tienes un problema mental serio. Yo que tú me lo haría mirar.
JOE meneó la cabeza. De no haber sido un hombre hecho y derecho de casi treinta años se habría echado a llorar de la desesperación en plena calle.
—Me estás volviendo loco… —se quejó con tono lastimero.
A “TN” se le encendió la sonrisa.
—¿Lo ves? Ahora vamos, te acompaño al hospital más cercano para que te hagan un chequeo y…
Tal vez sus intenciones al aferrarle el brazo fueran de lo más inocentes, pero en cuanto sus cuerpos entraron en contacto, el chispazo eléctrico que se produjo entre ellos no tuvo nada de infantil.
JOE estuvo tentado de apartar la mano, pero una extraña fuerza hasta entonces desconocida se lo impidió. Había estado con muchas mujeres —bueeeeno, tal vez no tantas, pero sí las suficientes—, y nunca había sentido la atracción irracional que “TN” desencadenaba en él. Era absurdo, e ilógico, y completamente fuera de lugar, pero se moría de ganas de besarla allí mismo, empujarla contra el capó del coche y demostrarle hasta qué punto su locura era reversible si ella se dejaba hacer.
—Yo…
Inclinó la cabeza, arrastrado por ese torbellino desproporcionado de emociones que brotaban de su interior como un generador. A medio camino se detuvo, creyendo que ella le apartaría de un manotazo o le escupiría en la cara.
Pero no lo hizo.
“TN” parecía casi tan confundida como él. Y casi tan excitada como él.
Sus labios estaban a apenas un par de centímetros de distancia, y JOE tenía plena consciencia de cómo las curvas del cuerpo femenino se aproximaban cada vez más al suyo propio, tomando forma bajo la mano que languidecía en su espalda. Había todo un corrillo de curiosos y voluntarios a su alrededor, dispuestos a no perder pie en la trifulca o a ayudar a los heridos si los hubiera, pero de repente ya no quedaba nadie. Sólo “TN” y él, sus alientos entremezclados, el calor de sus cuerpos compitiendo con la viscosidad del ambiente.
—Tú… —dijo ella, parodiándolo sin un ápice de burla en su voz.
—Sí, yo…
Casi podía sentir la suavidad de sus labios carnosos y apetecibles bajo los suyos, el magnetismo que irradiaba su lunar, el brillo azabache de su melena rozándole el antebrazo.
—Me tengo que ir —farfulló ella de repente.
Yo también. Pero dentro de ti, pensó él. Al fin y al cabo, ésa sería la mejor solución, sobre todo si no quería reventar los pantalones.
Sin embargo, pronto se dio cuenta que las palabras de “TN” tenían un sentido muy distinto. Sobre todo cuando la vio echar a correr abanicándose el rostro con una mano y sujetándose la minifalda con la otra, en dirección al museo, delante de cuya fachada la aguardaba una especie de Action Man de cuero.
JOE suspiró decepcionado, aunque hubiese preferido chillar, golpearse la cabeza y aflojarse la ropa. No en ese orden.
Tendría que haberlo supuesto. “TN” podía ser una sabidilla, una provinciana y un auténtico grano en el culo en múltiples ocasiones, pero no por eso dejaba de ser preciosa.
Y otro se había dado cuenta antes que él.
PEZA
Re: ALFILERES EN EL CORAZÓN
Jajajajajajaja........... Muero de risaaaaaaa!!!!!!........
Pon oooootroooooo....... Jajajajajajaja........
Pobre de joe!!!!!!...... Creo que fue el.... El hechizado!!!..
Pon oooootroooooo....... Jajajajajajaja........
Pobre de joe!!!!!!...... Creo que fue el.... El hechizado!!!..
chelis
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