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Una mujer insignificante
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Una mujer insignificante
HOLA, HOLA.
QUE CREEN?
HOY TOCA...
MINI MARATON
ESPERO Y LO DISFRUTEN, Y NOS VEMOS MAÑANA... PARA OTRO EMOCIONANTE CAPITULO, YA ESTAMOS MUY CERCA DEL FINAL... :wut: :wut: :wut: :wut:
QUE CREEN?
HOY TOCA...
MINI MARATON
ESPERO Y LO DISFRUTEN, Y NOS VEMOS MAÑANA... PARA OTRO EMOCIONANTE CAPITULO, YA ESTAMOS MUY CERCA DEL FINAL... :wut: :wut: :wut: :wut:
Última edición por PEZA el Miér 26 Mar 2014, 6:37 pm, editado 1 vez
PEZA
Re: Una mujer insignificante
1/4
CAPÍTULO 7
“TN” miró embobada al coronel durante un instante, hasta que captó la sonrisa cínica de él y salió de su ensimismamiento. Entonces escuchó la voz grave y masculina y el estupor se convirtió en fastidio.
–Ayer me acusó de tener el aspecto de un salvaje de las selvas de Borneo, pero llevaba esa barba y ese pelo precisamente para evitar lo que acaba de ocurrir, que muchachitas como usted se quedan pasmadas ante mi atractivo –eran evidente el tono sarcástico del comentario, pero aun así a “TN” la llenó de rabia. Forzó una sonrisa antes de contestarle.
–Sé a lo que se refiere, también yo oculto mi enorme atractivo bajo estas ropas para no trastornar a los hombres que me contemplan –la sonrisa cínica de la joven se borró entonces de su rostro y frunció el ceño–. Dejémonos de tonterías, coronel, y comencemos a trabajar. Él volvió a sonreír y la observó mientras tomaba asiento. Parecía increíble la transformación que un simple peinado hacía en el rostro de una joven. Nadie la miraría ahora por fea y aunque desde luego no se podía decir que fuese una belleza, sí resultaba bonita y su rostro era tan dulce, sus ojos eran tan despiertos y observadores, que el coronel no tardó en caer preso del hechizo de “TN”, aquella joven que no se sonrojaba ante una broma como la que él acababa de gastarle, que tenía sentido del humor y era inteligente, crítica y muy ácida en sus comentarios. Iba a resultarle muy divertido estar cerca de ella, y aquel tira y afloja que siempre había entre ellos lo incentivaba a levantarse por las mañanas. Hasta que la conoció, lo días eran iguales y sin sentido, pero ahora JOSEPH JONAS vivía para sacar de quicio a aquella jovencita.
Tomó asiento en su escritorio, frente a ella, y sacó los libros de contabilidad de uno de los cajones para enseñarle cómo debía llevarlos. “TN” se inclinó sobre la mesa para seguir sus indicaciones y pudo observar la pureza de su perfil iluminado por la luz que penetraba a través de los amplios ventanales, el tono claro de su piel y sus largas pestañas. Había algo muy dulce en ella, algo que lo removía por dentro y no lograba saber qué era, pero entonces pensaba que, al igual que su madre y el resto de las mujeres, ella sería capaz de engañar y manipular, y esa pequeña debilidad que sentía por la joven se esfumaba. Pasaron buena parte de la mañana dedicados a esa labor y, cuando se estaba acercando la hora del almuerzo, la señora JONAS los interrumpió para invitar a “TN” a comer con ellos. El coronel mostró cierto fastidio con la interrupción.
–No creo que al coronel le parezca correcto que coma con ustedes –dijo “TN” mirándolo de pronto–. ¿El antiguo administrador comía también en la casa?
–El antiguo administrador hacía muchas más cosas en esta casa de las que le estaban permitidas, me temo… –el tono gélido del coronel ante este comentario sorprendió a la joven. Se dio cuenta de que al decirlo, él miraba con dureza a su madre y esta se había sonrojado y bajó la mirada hacia la alfombra, muda de repente y sin saber qué hacer con sus manos. “TN” se preguntó que pasaba allí… ¿Acaso la señora JONAS y el antiguo administrador habían tenido algún romance tras enviudar ella?
–De todos modos –intervino la joven–, será en otra ocasión. Me espera la prima Del y tenemos visita. La señorita Carrie Potts comerá con nosotros.
–¿La joven de la estafeta de correos? –preguntó sorprendido el coronel.
–Sí, la misma. La conocí ayer, cuando fui a Monks, y me cayó bien de inmediato. Me parece una muchacha muy agradable –explicó “TN”.
–Entonces en otra ocasión comerá con nosotros, señorita Murray. Me retiro para que puedan seguir trabajando –dijo la señora JONAS sin haber recuperado aún el color en el rostro. Cuando la puerta del estudio se cerró, el coronel volvió a centrarse en la nueva amistad de “TN”.
–Me resulta llamativo que haya elegido la amistad de la señorita Potts teniendo tan cerca de su casa y con tantos deseos de congraciarse con usted a las señoritas Walpole y a la señorita Barry –el coronel esperó la respuesta de la joven.
–Sí, ya me ha dicho la prima Del que la señorita Dorothea Walpole ha regresado de Abershire y que está deseando conocerme. De hecho, creo que han concertado una nueva reunión para el jueves próximo, imagino que estará usted invitado también.
–¿Ha eludido mi comentario a propósito? –quiso saber él.
–¿A qué se refiere? No he eludido ningún comentario… –“TN” parecía desconcertada.
–Le pregunté por su amistad con la peculiar señorita Potts y no me ha respondido –él la miraba con recelo. Le parecía extraño que “TN” buscara la compañía de una muchacha insignificante socialmente cuando podía tener a su disposición la amistad de jóvenes de alcurnia como las Walpole o Laura Barry.
–Oh, se refería a eso… No estaba eludiendo responderle en absoluto. Como usted ha dicho, la peculiar señorita Potts me llamó la atención precisamente por eso, porque es peculiar –“TN” sonrió sin ganas. No le apetecía darle explicaciones al coronel, pero por algún motivo que no acertaba a comprender, era incapaz de no contestar las preguntas de aquel hombre. Quizás porque sus ojos negros ejercían algún tipo de embrujo sobre ella. Le costaba mirarle a la cara.
–¿No le resulta aburrida una joven que dedica su tiempo libre a la botánica? ¿No le parece más divertida Violet Walpole, por ejemplo? –insistió él. 2TN” no quería hacer ningún comentario que resultara ofensivo para la señorita Walpole.
–Cada una es divertida a su manera –fue su respuesta–. Y ahora, ¿querría explicarme el problema con los arrendatarios de la granja Perkins, por favor? –el coronel sonrió ante sus intentos de cambiar de conversación.
–Es usted muy hábil cambiando de tema, ¿sabe? Pero de acuerdo, hablemos de trabajo, que es lo que nos ocupa –y comenzó a explicarle los problemas que había tenido con Jonathan Perkins y su familia. El campesino se quejaba de que sus tierras debían permanecer durante dos años en barbecho.
–Es normal que se queje –dijo “TN”. El coronel la miró afilando sus ojos negros, era una mirada que amenazaba tormenta.
–¿Acaso no entiende que la tierra debe descansar dos años para ser después más fértil y productiva? –bramó. Le parecía increíble, tras discutir con los Perkins, tener que discutir también del tema con ella.
–Oh, sí, claro que lo entiendo. Es usted el que no parece entender… ¿De qué van a vivir durante ese tiempo los Perkins? ¿Cómo van a pagar su arrendamiento? –preguntó ella.
–No soy tan injusto como para querer cobrarles el arrendamiento durante ese tiempo –se estaba enfureciendo cada vez más.
–Es muy generoso de su parte, lo reconozco, pero ¿qué van a comer si no pueden cultivar? Los campesinos viven al día, no tienen dinero ahorrado, de manera que tampoco podrán comprar alimentos en el mercado y…
–¡De acuerdo! –la interrumpió el coronel–, ¿Y qué propone, listilla? ¿Que sigamos cultivando la tierra hasta dejarla yerma e inservible para siempre o que durante el tiempo del barbecho los Perkins venga diariamente a comer con mi madre y conmigo? –él ya se había levantado de su asiento y estaba al lado de la silla de “TN”, sus ojos centelleaban y su rostro era ciertamente amenazante–. La contraté para que me facilitara la vida y no para que me la complicara…
–Mire, coronel, haga el favor de tranquilizarse. Puede que sus malos modales asusten a personas más susceptibles que yo, pero créame, he convivido con el padre más cascarrabias del mundo, así que sus malos modos no van a amedrentarme. Si quiere que le explique mi punto de vista, por favor tráteme con respeto –increíblemente, el coronel respiró hondo y se tranquilizó. La joven notó cómo los músculos de su mandíbula se aflojaban–. Mi intención no es complicarle la vida, pero tampoco me parece justo que para que usted no se complique, una familia sin recursos deba morirse de hambre. Creo que lo más justo sería una solución que no perjudique a nadie.
–La escucho –aseguró el coronel, muy serio, pero no enfadado. Había vuelto a sentarse tras su escritorio y la miraba con verdadero interés.
–Podría prestarles durante esos meses otra parcela que pudieran cultivar –dijo la joven. El coronel alzó las cejas, pero ella continuó–. Sería bueno para los Perkins y para usted, porque podrían pagarle el arrendamiento.
–Tendré que pensarlo… –el coronel parecía sorprendido, tanto por no haber hallado él mismo esa solución como por el hecho de que aquella muchachita sí lo hiciese.
–Oh, claro, lo comprendo, pero comprobará que es la mejor solución para todos –dijo “TN”. Él la estaba mirando tan intensamente que la hizo removerse incómoda en su silla. Cuando defendía una idea en la que creía, sus mejillas se sonrojaban, sus ojos parecían más verdes y sus labios se volvían tan tentadores que el coronel se asustó ante la certeza de que, en ese instante, deseaba besarlos. “TN” era lista, justa y valiente y tenía aquella mirada serena del que ha sufrido y comprende el sufrimiento ajeno. El nuevo peinado le sentaba muy bien. Su rostro en forma de corazón adquiría aún mayor dulzura con los mechones que ahora adornaban el óvalo de su cara.
–Está preciosa con ese nuevo peinado, señorita Murray. Si alguna vez la veo peinada de nuevo con aquel moño tirante de abuela, le juro que le arrancaré una a una las horquillas –se levantó de su silla y se despidió con un “hasta mañana” antes de salir por la puerta y sin darle tiempo a ella a reaccionar ante semejante comentario. “TN” se quedó muda y paralizada en la silla del despacho, tratando de dilucidar su había cierta burla en las últimas palabras del coronel o si, por el contrario, había sido sincero. Un extraño nerviosismo que nunca antes había sentido se instaló en su estómago.
PEZA
Re: Una mujer insignificante
2/4
CAPÍTULO 8
La señorita Carrie Potts había ido a almorzar con “TN” y con la prima Del y todo se había desarrollado de manera tan agradable como si las dos jóvenes se conocieran de toda la vida. Como la anciana solía echarse una siestecita después de comer, Carrie y “TN” decidieron dar un paseo por el camino que conducía a Monk, ya que ambas llevaban el mismo rumbo, la muchacha de la estafeta se dirigía al pueblo y “TN”, a la mansión del coronel.
–No debe de ser fácil que te apasione la botánica en un lugar como este. ¿De dónde viene esa afición? –le había preguntado “TN”.
–La verdad es que no es fácil –aseguró Carrie–, lo más bonito que me llaman es “peculiar”, pero lo dicen con un tonillo de suficiencia, no sé si me comprendes. Fue mi abuelo quien me enseñó todo lo que sé. Era el maestro del pueblo y adoraba la botánica.
–¿Sabes lo que decía mi padre? –recordó de pronto “TN”–, que todo el mundo tiene alguna rareza si se lo conoce lo suficientemente a fondo, pero la mayoría de la gente lo disimula. Al fin y al cabo, hay que ser muy valiente para ir en contra de lo establecido –en esos instantes iban por el camino que bordeaba el acantilado y el faro había surgido tras un montículo de tierra. Hacía sol, aunque el cielo estaba lleno de nubes que, de tanto en tanto, lo ocultaban.
–¿Y cuál es tu rareza? –quiso saber Carrie. La miró con sus enormes ojos marrones. Era una muchacha verdaderamente bonita.
–Yo… –“TN” tomó aire antes de hacer su confesión, pero algo en su interior le indicaba que podía confiar en su joven y nueva amiga–. Yo escribo… Estoy escribiendo una novela, de hecho, y cuando la termine iré a Abershire con la intención de que algún periódico me la publique…
–¡Vaya! –exclamó Carrie, verdaderamente asombrada–. Ya sabes lo mucho que gustan los chismes en un lugar tan pequeño como Monk. Todo el mundo comenta que tienes unas dotes increíbles para la música y el dibujo, pero nadie dijo que eras escritora –“TN” se sonrojó al escucharla y eso que ella no solía sonrojarse. Tan sólo hacía un día que un escogido grupo de personas sabía que tocaba el pianoforte y que dibujaba bien y eso ya se comentaba en el pueblo. Imaginó que serían los criados quienes se habían ido de la lengua. Normalmente se hablaba como si ellos no estuvieran delante, pero estaban y no eran sordos. Tampoco mudos, a juzgar por lo rápido que contaban los chismes.
–Es que no soy escritora… Nadie sabe que escribo. Lo hago en mi cuarto, por las noches, y guardo el manuscrito en mi maleta. Ni siquiera se lo he contado a la prima Del.
–¿Por qué lo llevas en secreto? –Carrie la miró con curiosidad. “TN” se encogió de hombros antes de responder.
–No lo sé… Creo que me siento más libre para escribir si nadie sabe que escribo. Si alguien lo supiera, me sentiría condicionada por su opinión, porque, verás, mis novelas son un tanto… críticas con el mundo que me rodea y no quiero estar pensando si un comentario mío puede ofender a un ser querido.
–Ya veo. Lo comprendo, creo… ¿Me dejarás leer algo tuyo alguna vez?
–Por supuesto. Cuando esté terminada esta novela, te la dejaré leer –“TN” le sonrió y Carrie le devolvió la sonrisa.
–Cuéntame algo sobre la novela, por favor… –estaban a punto de llegar a la encrucijada del camino. Carrie tomaría el sendero hacia Monk y “TN” se encaminaría hacia Bardinton Hall.
–Cordelia es mi protagonista. Es muy resuelta e independiente, pero se ha enamorado de un hombre que representa todo lo que ella detesta y no comprende este amor…
–¿Él la ama también? –la interrumpió Carrie.
–Sí, creo que haré que él la ame, pero ese amor no será suficiente porque Cordelia es muy testaruda y, al tiempo que lo ama, no lo soporta por sus costumbres…
–Eso no me parece muy creíble, perdóname… Si amas a alguien no te das cuenta de sus costumbres ni sus cosas malas. Eso viene después, tras el matrimonio probablemente o tras años de relación, pero al principio estás ciega. ¿Nunca te has enamorado? –la pregunta atravesó a “TN” como una daga.
–La verdad es que no, nunca me he enamorado, pero no creo que se pudiera estar ciega ante los defectos de alguien. ¿Te has enamorado tú?
–Si no estás un poco ciega, no te enamoras. Piénsalo: la mayoría de los hombres son insufribles y sí, claro que me he enamorado –habían llegado ya ante la encrucijada que separaba sus caminos y se miraron unos instantes como si acabaran de descubrir a un alma gemela, a la amiga que siempre habían estado esperando.
–Me alegra haberte conocido –dijo “TN”.
–Yo estaba pensando exactamente lo mismo. Prométeme que repetiremos a menudo tardes como esta. Me ha gustado charlar contigo –“TN” sonrió ante las palabras de Carrie. Qué gusto poder ser ella misma con alguien, sin llevar máscaras ni tener que medir cada una de sus palabras. Se despidieron con la promesa de que la tarde siguiente tomarían el té en la estafeta.
***
–¿Ha pensado ya en mi propuesta? –le preguntó “TN” al coronel en cuanto cruzó la puerta del despacho. A éste no le pasó desapercibido el buen humor de la joven.
–El almuerzo con la señorita Potts ha debido de ser muy agradable. Nunca la había visto de tan excelente humor –le dijo JOSEPH JONAS. Ella resplandecía con luz propia, una luz mucho más cautivadora que la del sol que penetraba por los ventanales.
–Sí, ha sido muy agradable. Gracias –“TN” no se atrevió a mirarlo. Estaba recordando sus palabras de esa misma mañana, cuando le había dicho que estaba preciosa con su nuevo peinado y, por segunda vez en el día, se sonrojó.
–Bien. He pensado su propuesta y me gusta. Creo que será beneficioso para ambas partes. Desearía que me acompañara a decírselo a los Perkins, si es tan amable. Acabaremos pronto, no se apure. Llegará a tiempo a su casa para prepararse para la velada de esta noche en casa de los Walpole –la joven lo miró con los ojos muy abiertos.
–¿Esta noche? Creí que sería el próximo jueves –ella pareció un tanto contrariada. Le hubiera gustado estrenar uno de sus vestidos nuevos, pero aún no estaban listos.
–Creí que su prima, la señora Lixbom, se lo habría dicho –el coronel observó el rostro consternado de la joven. Comprendía que no le apetecieran las veladas como aquellas. A él tampoco le gustaban demasiado. Tal vez si estuviera casado o fuese lo suficientemente viejo como para no ser considerado un buen partido, aquellas veladas le resultasen más gratas, pero las jóvenes en edad de casarse eran un gran incordio y él sabía que Laura Barry le había echado el ojo y que el señor Walpole quería casarlo que una de sus hijas, pues la otra estaba destinada a su sobrino. El coronel no sabía cuál de las dos jóvenes estaría destinada a él–. La velada se celebra en su honor nuevamente. La otra hija del señor Walpole está deseando conocerla. Ya sabe, la señorita Dorothea Walpole.
–Sí, ya sé –dijo “TN” pensativa. Lo que le faltaba era conocer a otra belleza, como si no tuviera suficiente con haberse sentido empequeñecida ante Violet Walpole y Laura Barry. Esa noche, además, debía sufrir también la presencia de Dorothea Walpole que, a la vista de cómo era su hermana, debía de ser otra belleza.
***
Los Perkins vivían en una casita típica de los campesinos de la región, de planta cuadrada, con anchos muros de piedra y pequeños ventanales. Tras llamar a la puerta, una mujer de rostro enrojecido y cabellos despeinados abrió de par en par de forma un tanto brusca y, tan pronto los vio, se secó las manos en el delantal.
–Perdone, señor. Creí que se trataba de una vecina que debía traerme un encargo –dijo la mujer. “TN” imaginó que se trataba de la señora Perkins. Tras ella aparecieron cuatro cabecitas rubias con ojillos llorosos.
–¿Está su marido? –preguntó el coronel–. Necesito hablar con él.
–Sí, está dentro. Pasen, por favor –comentó la mujer, abriendo de par en par la puerta para dejarlos pasar. Los cuatro niñitos se escondieron detrás de su madre y se quedaron afuera, para dejarlos solos con su marido. “TN” y el coronel vieron al señor Perkins sentado junto a la lumbre, pelando y comiendo castañas. Se levantó al ver a JOSEPH JONAS, pero no con la premura que lo hacían los criados de la casa. Patrick Perkins era un hombre alto y pelirrojo, de espaldas anchas y gesto orgulloso. A “TN” le cayó bien al instante porque no vio en sus gestos el servilismo que sí había visto en otras personas que rodeaban al coronel.
–Usted dirá para qué soy bueno, señor –comentó Perkins. Tenía las manos en los bolsillos de su viejo pantalón de trabajo, la mirada altiva y el ceño fruncido. La amenaza de todo un año sin cultivar la tierra por el barbecho y el hambre que eso supondría para su familia hacía que mirara al coronel con cara de pocos amigos.
–He venido a proponerte un trato –dijo el coronel–. Mientras las tierras permanezcan en barbecho, podrás cultivar las que están al lado del río –Perkins lo miró con asombro.
–Vaya… Esa es la solución que yo le habría propuesto si me hubiera dejado hablar cuando tuvimos la última entrevista –había un dejo de reproche en sus palabras, pero el coronel no trató de justificarse.
–Venía también para presentarle a la señorita Murray, la nueva administradora. Ha sido suya la idea de dejarle las tierras para que las cultive. Estaba muy preocupada porque pudieran morirse de hambre el próximo invierno –el coronel le dirigió una mirada a la joven, que estaba varios pasos detrás de él y no había abierto la boca–. A partir de ahora tratará con ella cualquier problema que se le presente.
–De acuerdo, señor –el semblante de Perkins había cambiado tras recibir la buena noticia. Miró después a “TN” y le sonrió–. Muchas gracias, señorita.
Ambos se despidieron de los Perkins y se dirigieron a Bardinton Hall en el carruaje. Se sentaron uno enfrente del otro en completo silencio.
–Ese Perkins es un maldito arrogante –dijo el coronel, pero a pesar de la dureza de sus palabras, nada en su gesto indicaba que tuviera una mala opinión del hombre. Más bien lo consideraba un fastidio.
–No me pareció arrogante, sino digno y orgulloso –miró al coronel que, a su vez, miraba a través del ventanuco–. ¿Me permite que sea sincera?
–Por supuesto –JOSEPH la miró con expectación.
–El señor Perkins no lo trata a usted con servilismo, pero sí con respeto. Es un hombre orgulloso y parece sincero, de los que le dirán la verdad y no lo que desea escuchar. Debería tener más en cuenta sus opiniones. Si se aleja de los campesinos, eso acabará pasándole factura –“TN” lo estaba mirando fijamente–. ¿No ha leído los periódicos? ¿Está enterado de las huelgas de obreros en las ciudades del norte? Los dueños de las fábricas no tuvieron en cuenta sus necesidades, no los escucharon, y los obreros han paralizado todo el norte. Lo mismo podría ocurrir con los campesinos. Trabajan muy duro a cambio de muy poco. Lo que hacen por su tierra es impagable, coronel. Debe ser justo con ellos, cuidarse de que no lo pasen mal en invierno –JOSEPH JONAS la estaba mirando boquiabierto. “TN” Murray era una joven verdaderamente sorprendente.
CAPÍTULO 8
La señorita Carrie Potts había ido a almorzar con “TN” y con la prima Del y todo se había desarrollado de manera tan agradable como si las dos jóvenes se conocieran de toda la vida. Como la anciana solía echarse una siestecita después de comer, Carrie y “TN” decidieron dar un paseo por el camino que conducía a Monk, ya que ambas llevaban el mismo rumbo, la muchacha de la estafeta se dirigía al pueblo y “TN”, a la mansión del coronel.
–No debe de ser fácil que te apasione la botánica en un lugar como este. ¿De dónde viene esa afición? –le había preguntado “TN”.
–La verdad es que no es fácil –aseguró Carrie–, lo más bonito que me llaman es “peculiar”, pero lo dicen con un tonillo de suficiencia, no sé si me comprendes. Fue mi abuelo quien me enseñó todo lo que sé. Era el maestro del pueblo y adoraba la botánica.
–¿Sabes lo que decía mi padre? –recordó de pronto “TN”–, que todo el mundo tiene alguna rareza si se lo conoce lo suficientemente a fondo, pero la mayoría de la gente lo disimula. Al fin y al cabo, hay que ser muy valiente para ir en contra de lo establecido –en esos instantes iban por el camino que bordeaba el acantilado y el faro había surgido tras un montículo de tierra. Hacía sol, aunque el cielo estaba lleno de nubes que, de tanto en tanto, lo ocultaban.
–¿Y cuál es tu rareza? –quiso saber Carrie. La miró con sus enormes ojos marrones. Era una muchacha verdaderamente bonita.
–Yo… –“TN” tomó aire antes de hacer su confesión, pero algo en su interior le indicaba que podía confiar en su joven y nueva amiga–. Yo escribo… Estoy escribiendo una novela, de hecho, y cuando la termine iré a Abershire con la intención de que algún periódico me la publique…
–¡Vaya! –exclamó Carrie, verdaderamente asombrada–. Ya sabes lo mucho que gustan los chismes en un lugar tan pequeño como Monk. Todo el mundo comenta que tienes unas dotes increíbles para la música y el dibujo, pero nadie dijo que eras escritora –“TN” se sonrojó al escucharla y eso que ella no solía sonrojarse. Tan sólo hacía un día que un escogido grupo de personas sabía que tocaba el pianoforte y que dibujaba bien y eso ya se comentaba en el pueblo. Imaginó que serían los criados quienes se habían ido de la lengua. Normalmente se hablaba como si ellos no estuvieran delante, pero estaban y no eran sordos. Tampoco mudos, a juzgar por lo rápido que contaban los chismes.
–Es que no soy escritora… Nadie sabe que escribo. Lo hago en mi cuarto, por las noches, y guardo el manuscrito en mi maleta. Ni siquiera se lo he contado a la prima Del.
–¿Por qué lo llevas en secreto? –Carrie la miró con curiosidad. “TN” se encogió de hombros antes de responder.
–No lo sé… Creo que me siento más libre para escribir si nadie sabe que escribo. Si alguien lo supiera, me sentiría condicionada por su opinión, porque, verás, mis novelas son un tanto… críticas con el mundo que me rodea y no quiero estar pensando si un comentario mío puede ofender a un ser querido.
–Ya veo. Lo comprendo, creo… ¿Me dejarás leer algo tuyo alguna vez?
–Por supuesto. Cuando esté terminada esta novela, te la dejaré leer –“TN” le sonrió y Carrie le devolvió la sonrisa.
–Cuéntame algo sobre la novela, por favor… –estaban a punto de llegar a la encrucijada del camino. Carrie tomaría el sendero hacia Monk y “TN” se encaminaría hacia Bardinton Hall.
–Cordelia es mi protagonista. Es muy resuelta e independiente, pero se ha enamorado de un hombre que representa todo lo que ella detesta y no comprende este amor…
–¿Él la ama también? –la interrumpió Carrie.
–Sí, creo que haré que él la ame, pero ese amor no será suficiente porque Cordelia es muy testaruda y, al tiempo que lo ama, no lo soporta por sus costumbres…
–Eso no me parece muy creíble, perdóname… Si amas a alguien no te das cuenta de sus costumbres ni sus cosas malas. Eso viene después, tras el matrimonio probablemente o tras años de relación, pero al principio estás ciega. ¿Nunca te has enamorado? –la pregunta atravesó a “TN” como una daga.
–La verdad es que no, nunca me he enamorado, pero no creo que se pudiera estar ciega ante los defectos de alguien. ¿Te has enamorado tú?
–Si no estás un poco ciega, no te enamoras. Piénsalo: la mayoría de los hombres son insufribles y sí, claro que me he enamorado –habían llegado ya ante la encrucijada que separaba sus caminos y se miraron unos instantes como si acabaran de descubrir a un alma gemela, a la amiga que siempre habían estado esperando.
–Me alegra haberte conocido –dijo “TN”.
–Yo estaba pensando exactamente lo mismo. Prométeme que repetiremos a menudo tardes como esta. Me ha gustado charlar contigo –“TN” sonrió ante las palabras de Carrie. Qué gusto poder ser ella misma con alguien, sin llevar máscaras ni tener que medir cada una de sus palabras. Se despidieron con la promesa de que la tarde siguiente tomarían el té en la estafeta.
***
–¿Ha pensado ya en mi propuesta? –le preguntó “TN” al coronel en cuanto cruzó la puerta del despacho. A éste no le pasó desapercibido el buen humor de la joven.
–El almuerzo con la señorita Potts ha debido de ser muy agradable. Nunca la había visto de tan excelente humor –le dijo JOSEPH JONAS. Ella resplandecía con luz propia, una luz mucho más cautivadora que la del sol que penetraba por los ventanales.
–Sí, ha sido muy agradable. Gracias –“TN” no se atrevió a mirarlo. Estaba recordando sus palabras de esa misma mañana, cuando le había dicho que estaba preciosa con su nuevo peinado y, por segunda vez en el día, se sonrojó.
–Bien. He pensado su propuesta y me gusta. Creo que será beneficioso para ambas partes. Desearía que me acompañara a decírselo a los Perkins, si es tan amable. Acabaremos pronto, no se apure. Llegará a tiempo a su casa para prepararse para la velada de esta noche en casa de los Walpole –la joven lo miró con los ojos muy abiertos.
–¿Esta noche? Creí que sería el próximo jueves –ella pareció un tanto contrariada. Le hubiera gustado estrenar uno de sus vestidos nuevos, pero aún no estaban listos.
–Creí que su prima, la señora Lixbom, se lo habría dicho –el coronel observó el rostro consternado de la joven. Comprendía que no le apetecieran las veladas como aquellas. A él tampoco le gustaban demasiado. Tal vez si estuviera casado o fuese lo suficientemente viejo como para no ser considerado un buen partido, aquellas veladas le resultasen más gratas, pero las jóvenes en edad de casarse eran un gran incordio y él sabía que Laura Barry le había echado el ojo y que el señor Walpole quería casarlo que una de sus hijas, pues la otra estaba destinada a su sobrino. El coronel no sabía cuál de las dos jóvenes estaría destinada a él–. La velada se celebra en su honor nuevamente. La otra hija del señor Walpole está deseando conocerla. Ya sabe, la señorita Dorothea Walpole.
–Sí, ya sé –dijo “TN” pensativa. Lo que le faltaba era conocer a otra belleza, como si no tuviera suficiente con haberse sentido empequeñecida ante Violet Walpole y Laura Barry. Esa noche, además, debía sufrir también la presencia de Dorothea Walpole que, a la vista de cómo era su hermana, debía de ser otra belleza.
***
Los Perkins vivían en una casita típica de los campesinos de la región, de planta cuadrada, con anchos muros de piedra y pequeños ventanales. Tras llamar a la puerta, una mujer de rostro enrojecido y cabellos despeinados abrió de par en par de forma un tanto brusca y, tan pronto los vio, se secó las manos en el delantal.
–Perdone, señor. Creí que se trataba de una vecina que debía traerme un encargo –dijo la mujer. “TN” imaginó que se trataba de la señora Perkins. Tras ella aparecieron cuatro cabecitas rubias con ojillos llorosos.
–¿Está su marido? –preguntó el coronel–. Necesito hablar con él.
–Sí, está dentro. Pasen, por favor –comentó la mujer, abriendo de par en par la puerta para dejarlos pasar. Los cuatro niñitos se escondieron detrás de su madre y se quedaron afuera, para dejarlos solos con su marido. “TN” y el coronel vieron al señor Perkins sentado junto a la lumbre, pelando y comiendo castañas. Se levantó al ver a JOSEPH JONAS, pero no con la premura que lo hacían los criados de la casa. Patrick Perkins era un hombre alto y pelirrojo, de espaldas anchas y gesto orgulloso. A “TN” le cayó bien al instante porque no vio en sus gestos el servilismo que sí había visto en otras personas que rodeaban al coronel.
–Usted dirá para qué soy bueno, señor –comentó Perkins. Tenía las manos en los bolsillos de su viejo pantalón de trabajo, la mirada altiva y el ceño fruncido. La amenaza de todo un año sin cultivar la tierra por el barbecho y el hambre que eso supondría para su familia hacía que mirara al coronel con cara de pocos amigos.
–He venido a proponerte un trato –dijo el coronel–. Mientras las tierras permanezcan en barbecho, podrás cultivar las que están al lado del río –Perkins lo miró con asombro.
–Vaya… Esa es la solución que yo le habría propuesto si me hubiera dejado hablar cuando tuvimos la última entrevista –había un dejo de reproche en sus palabras, pero el coronel no trató de justificarse.
–Venía también para presentarle a la señorita Murray, la nueva administradora. Ha sido suya la idea de dejarle las tierras para que las cultive. Estaba muy preocupada porque pudieran morirse de hambre el próximo invierno –el coronel le dirigió una mirada a la joven, que estaba varios pasos detrás de él y no había abierto la boca–. A partir de ahora tratará con ella cualquier problema que se le presente.
–De acuerdo, señor –el semblante de Perkins había cambiado tras recibir la buena noticia. Miró después a “TN” y le sonrió–. Muchas gracias, señorita.
Ambos se despidieron de los Perkins y se dirigieron a Bardinton Hall en el carruaje. Se sentaron uno enfrente del otro en completo silencio.
–Ese Perkins es un maldito arrogante –dijo el coronel, pero a pesar de la dureza de sus palabras, nada en su gesto indicaba que tuviera una mala opinión del hombre. Más bien lo consideraba un fastidio.
–No me pareció arrogante, sino digno y orgulloso –miró al coronel que, a su vez, miraba a través del ventanuco–. ¿Me permite que sea sincera?
–Por supuesto –JOSEPH la miró con expectación.
–El señor Perkins no lo trata a usted con servilismo, pero sí con respeto. Es un hombre orgulloso y parece sincero, de los que le dirán la verdad y no lo que desea escuchar. Debería tener más en cuenta sus opiniones. Si se aleja de los campesinos, eso acabará pasándole factura –“TN” lo estaba mirando fijamente–. ¿No ha leído los periódicos? ¿Está enterado de las huelgas de obreros en las ciudades del norte? Los dueños de las fábricas no tuvieron en cuenta sus necesidades, no los escucharon, y los obreros han paralizado todo el norte. Lo mismo podría ocurrir con los campesinos. Trabajan muy duro a cambio de muy poco. Lo que hacen por su tierra es impagable, coronel. Debe ser justo con ellos, cuidarse de que no lo pasen mal en invierno –JOSEPH JONAS la estaba mirando boquiabierto. “TN” Murray era una joven verdaderamente sorprendente.
–Ese es su trabajo ahora, señorita. Usted es la intermediaria entre ellos y yo y deberá buscar la manera de que todos estemos satisfechos…
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Re: Una mujer insignificante
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CAPÍTULO 9
“TN” se sentía en una nube. Era la primera vez en su vida que se sentía feliz por asistir a una velada. Cuando había llegado a casa, la prima Del la esperaba nerviosa y le dijo que abriese una gran caja de cartón que había en la sala. La joven lo hizo rápidamente, emocionada ante el regalo, y se le encogió el corazón cuando vio que contenía uno de los vestidos que le habían encargado a la modista. Se llevó ambas manos al pecho y después, sin mediar palabra, se abrazó a la anciana con los ojos llenos de lágrimas. “Hablé con la modista para que se diese prisa y pudieras estrenar hoy el más bonito de los vestidos”. La joven siguió abrazando a la anciana durante un largo espacio de tiempo.
Sí, “TN” se sentía en una nube. Aquel vestido de seda azul pálido y su nuevo peinado le daban un aspecto diferente. Como se sentía bonita, su espalda se irguió y su rostro parecía iluminado por una nueva luz. Estaba deseando que la vieran los Walpole y sus invitados. Estaba deseando que la viera (a qué negarlo) el coronel. Nunca, hasta ese instante, se había dado cuenta de cuánto ansiaba no inspirar lástima. Entrar en una estancia y estar rodeada de gente que o bien te ignora, o bien siente pena por ti es devastador, mina tu confianza y tu amor propio. Pero esa velada sería diferente a todas las anteriores. Cuando se había mirado frente al espejo se había dado cuenta de que ella ya no inspiraba lástima, ni parecía un ratoncito gris. Era una joven perfectamente normal, que no llamaba la atención por fea, ni tampoco por ser una hermosura, pero que poseía una dulzura en el rostro y una elegancia en los movimientos que la hacían atractiva. Nunca hubiera soñado con algo así, pero resultaba atractiva incluso ante una crítica tan feroz como ella misma.
Tal y como imaginaba, los rostros de todos los presentes se quedaron estupefactos al verla. Creyó adivinar en el balbuceo de los labios de Dorothea Wapole la siguiente pregunta dirigida a su hermana: “¿No me habías dicho que era fea e insignificante?”, pero quizás “TN” sólo lo imaginó.
–¡Está usted preciosa, señorita Murray! –había exclamado el anciano señor Walpole, tan absorto en la contemplación de la joven que se había olvidado del verdadero motivo de aquella velada: que su hija Dorothea y “TN” se conocieran.
–¡Sí, verdaderamente preciosa! –dijo Violet, aplaudiendo con el mismo entusiasmo de una niña que está a punto de abrir sus regalos de Navidad. Detrás de la joven se encontraba Laura Barry, esplendorosa como siempre y con una sonrisa apretada que trataba de disimular su fastidio… Si “TN” había logrado captar la atención del coronel y del joven señor Walpole, el sobrino del anfitrión, con su aspecto ratonil, qué no conseguiría ahora que lucía bonita.
–Dios Santo, señorita Murray, es usted un rayo de sol que acaba de iluminar la habitación –el que hablaba ahora era el joven señor Walpole, verdaderamente embelesado ante la visión de la muchacha. Su prima Violet, que estaba enamorada de él desde que no era más que una niña, sintió una punzada de celos que le atenazó el corazón, pero era de naturaleza tan generosa que eso no la hizo odiar a “TN”, sino solamente comprender que su primo no estaba destinado para ella. Primero se había fijado en su hermana Dorothea, ahora en “TN”… Pero jamás se había fijado en Violet, o eso creía la joven, aunque la realidad era bien distinta.
–Por Dios, ¿dónde están mis modales? –se quejó el anciano señor Walpole–. Permítame que le presente a mi hija Dorothea –“TN” miró con detenimiento a la hermosa muchacha que se acercaba a ella en aquellos momentos. Aunque parecía difícil que hubiese jóvenes más bonitas que Violet o Laura Barry, lo cierto era que Dorothea las aventajaba a ambas. Tenía el pelo rubio muy claro, los ojos de un azul transparente y unas facciones delicadas y clásicas. Era más bien baja, pero su cuerpo estaba bien formado y se movía con mucha elegancia.
–Encantada de conocerla, señorita Murray –dijo la joven. El tono de su voz era grave y seguro. Toda ella irradiaba control y seguridad. Si la primera vez que había visto a Violet pensó que la joven era inocente y poco dada a la reflexión, cuando vio por primera vez a Dorothea se dio cuenta de que la belleza era el menor de sus dones. “TN” apostaría algo a que era inteligente y el alma de aquella familia. Con un padre tan bondadoso y tan poco práctico, alguien debía llevar las riendas de la casa para que no se despilfarrara demasiado y ese alguien era, sin duda, Dorothea Walpole.
–El gusto es mío –respondió “TN” con una sonrisa.
–Me han dicho que toca el pianoforte como una auténtica profesional. Espero que nos deleite esta noche con un pequeño concierto –dijo Dorothea. “TN” volvió a sonreír, pero en esta ocasión la sonrisa se le congeló en los labios. Al fondo de la estancia, apoyado en la chimenea mientras fumaba un enorme puro, se encontraba el coronel, observándola en silencio desde lejos, con aquel gesto suyo que la joven era incapaz de descifrar, pero que no auguraba ningún pensamiento agradable. Había sido el único que no se había acercado a ella para decirle lo bonita que estaba. La joven, en el fondo, esperaba que fuera desagradable, entonces ¿por qué le dolía tanto que él no dijera nada? Tal vez, aunque ella moriría antes de reconocerlo, se sentía así porque solo había esperado las palabras amables de una persona y esa persona era precisamente el coronel.
–Fíjese, señorita Murray, no es usted la única que ha decidido embellecernos la velada con su nuevo aspecto… El coronel también ha puesto su granito de arena –“TN” lo miró con gesto contrariado. Ni con todos los hermosos vestidos de seda del mundo podría competir con el atractivo casi animal que emanaba del coronel, su piel morena, su rostro bello y peligroso, con aquel ceño siempre fruncido y los ojos negros, como brasas, brillando diabólicamente mientras la miraba. Le cortó el aliento el simple hecho de observarlo con su traje negro, los pantalones moldeando sus magníficos muslos y la chaqueta enmarcando la anchura de sus hombros. Era tan alto, que ni poniéndose de puntillas habría podido mirarlo cara a cara.
–Creo que el hecho de trabajar juntos los ha beneficiado a ambos –comentó la joven Violet con inocencia, sin darse cuenta de que aquellas simples palabras implicaban mucho más, porque en cierto sentido dejaban entrever que ambos había mejorado físicamente tratando de agradarse el uno al otro. La que sí se dio cuenta de estas implicaciones fue la astuta señorita Laura Barry, que carraspeó delicadamente antes de dedicarle sus piropos a JOSEPH JONAS.
–Lo cierto es que está usted espléndido, coronel. Me atrevería a decir que es el hombre mejor parecido de toda Inglaterra –mientras pronunció estas palabras iba contoneando su hermoso cuerpo de pavo real hasta alcanzar la chimenea y mirar muy de cerca al coronel con sus ojos chispeantes cargados de intención. El coronel torció la boca en una sonrisa cínica.
–¿Conoce usted a todos los hombres de Inglaterra para hacer tal afirmación, señorita Barry, o su cumplido no es más que una agradable exageración que busca despertar mi interés? –preguntó JOSEPH, al tiempo que la joven se sonrojaba de vergüenza–. Debo decirle que una joven tan hermosa no debe caer en el engaño o la exageración para que se fijen en ella, con el simple hecho de estar en un cuarto ya le basta y si, además, está calladita, mucho mejor –el comentario del coronel era tan descortés, que los presentes se movieron inquietos sin saber cómo reaccionar, especialmente la prima Del, que parecía desear abofetearlo. ¡Aquel hombre era verdaderamente insufrible!, pero eran tan rico y poderoso que nadie se atrevía a plantarle cara.
–¿Qué tal su aventura laboral, señorita Murray? –“TN” tardó unos segundos en fijar su mirada en el rostro del joven señor Timothy Walpole para responderle, pues la falta de tacto y el deseo de dañar que había en las palabras que el coronel le había dedicado a la señorita Barry la tenía pasmada. ¿Cómo podía albergar un alma tan negra aquel hombre? Y pensar que a veces, cuando estaban a solas y era amable con ella, “TN” llegaba a pensar que su mal carácter era solo una fachada… No, no le caía bien la señorita Barry, algo le decía que no era buena y que sus intereses no eran honorables, pero nadie merecía ser humillado por piropear a alguien de forma tan delicada, pues ella había sido muy agradable con el coronel, independientemente de cuáles fueran sus intenciones al piropearlo.
–Pues verá, señor Walpole, al contrario de lo que uno pueda pensar, el coronel me está haciendo muy fácil el hecho de trabajar con él. Es paciente con mis errores y escucha mis consejos. Nadie podría adivinar que sería un jefe así al escuchar esos desagradables comentarios a los que tan acostumbrados nos tiene a todos, ¿verdad? –“TN” dijo estas últimas palabras mirando fijamente al coronel, que alzó una ceja con fastidio y dio una nueva calada a su puro sin apartar la mirada de la joven, con gesto amenazante.
Los lacayos entraron con bandejas llenas de pastelitos dulces y salados y con las bebidas, momento que los presentes aprovecharon para tomar asiento. La señorita Barry, tras el desagradable comentario del coronel, se había ido alejando hacia el sillón próximo a la puerta que daba a la terraza. Las demás mujeres se replegaron a su alrededor y el señor Walpole y su sobrino también las siguieron. Solo el coronel permaneció sin moverse, al lado de la chimenea, y “TN” se atrevió a acercarse. En un primero momento pensó en preguntarle si su madre se encontraba indispuesta, ya que no había venido a la velada, pero después recordó el incidente que ambos habían protagonizado en su presencia y decidió no sacar el tema. No había vuelto a pensar en ello, pero tal y como los hechos se habían desarrollado, parecía que el coronel le reprochaba a su madre que hubiera tenido una relación demasiado estrecha con el anterior administrador. En opinión de “TN”, el coronel no tenía derecho a llamarle la atención a su madre, pues ésta era viuda y podía dejarse cortejar si ese era su deseo.
Cuando llegó a la altura de la chimenea y estuvo al lado del coronel, la diferencia de estatura entre ambos se hizo más palpable y el atractivo del coronel se pronunció. “TN” tragó saliva, subyugado por el temblor que sentía en presencia de aquel hombre, pero sin dejarse intimidar por ello y tan enfadada por lo grosero que había sido que, finalmente, explotó.
–¿No le da vergüenza tratar de esa manera a una joven como la señorita Barry, que solo pretendía ser amable con usted? –sus ojos brillaban de furia y el coronel se pasmó ante la certeza de que le atraía la muchacha, y le atraía mucho. Si ya le gustaba cuando su aspecto era el de un ratoncito gris, con su nuevo aspecto comenzaba a considerarla peligrosa para la propia tranquilidad de su corazón. Él también estaba enfadado, furioso, verla tan complaciente con el joven señor Walpole no le agradaba en absoluto.
–Oh, sí, pobre señorita Barry… Debería ser como usted, ¿no es cierto? Derretirme ante la primera muestra de amabilidad del sexo opuesto –le dijo el coronel con una voz cargada de ironía.
–¿Cómo dice? –preguntó la joven sin comprender.
–Por el amor de Dios, no creo que a nadie le haya pasado desapercibido su coqueteo con Timothy Walpole… Era tan evidente… –la ironía de JOSEPH había dado paso a una cierta amargura en su voz. “TN” ahogó una exclamación–. Pensé que era usted distinta a la descerebrada señorita Violet Walpole, pero es igual –el coronel dejó a “TN” boquiabierta mientras se alejaba en dirección al resto de los invitados. Ella miró entonces a la prima Del y decidió que deseaba irse a casa. Se inventaría cualquier cosa, que se encontraba indispuesta, por ejemplo, pero no quería seguir viéndole la cara al maldito coronel. Y al día siguiente… en cuanto entrara en su despacho ¡él iba a saber quién era de verdad “TN” Anne Murray!
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Re: Una mujer insignificante
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CAPÍTULO 10
Los dedos de “TN” tamborileaban sobre su rodilla. Iba en el carruaje porque estaba lloviendo, pero hubiese deseado ir caminando, porque caminar a buen paso le hubiera ayudado a aplacar su enfado. Apenas logró dormir en toda la noche, la rabia se lo impidió. Quién se creía que era aquel maldito coronel. Lo odiaba. ¡Lo odiaba profundamente! Había tenido razón en odiarlo desde el instante mismo en que supo que era el heredero de su padre. Le había arrebatado Aldrich Park y después, aquella primera impresión cuando lo había conocido en casa de los Walpole, había sido horrible. El coronel era un ser malvado y miserable y ella le pondría los puntos sobre las íes y le enseñaría a respetarla. ¡Insinuar que ella había coqueteado con el señor Timothy Walpole cuando eso era completamente falso!
Llegó ante la puerta del despacho y no esperó a que las campanas del reloj indicaran que eran las once de la mañana. Llamó con los nudillos y esperó, resoplando, a escuchar la voz masculina. Entró entonces con la fuerza de un tornado, pero no pilló por sorpresa a JOSEPH, que ya intuía su reacción e incluso la esperaba con deleite. Le gustaba ver a “TN” fuera de sí y más en aquellas circunstancias. Había pasado toda la maldita noche soñando con ella, con el vestido de seda azul pálido que dibujaba los contornos de su cuerpo esbelto y femenino. Soñaba con deshacerle el peinado y ver su cabello resplandeciente cayéndole sobre la espalda ¡y por todos los demonios, él no podía soñar con ella! ¡No debía desearla! Además era absurdo. Si no había deseado a ninguna de las hermanas Walpole, ni a la señorita Barry, ¿por qué deseaba a “TN”? Era peleona, orgullosa, altanera, demasiado segura de sí misma, imposible de controlar, tenía ideas acerca de todo y las exponía sin sonrojo, ¿por qué deseaba a una mujer que solo iba a traerle problemas? Si tan solo fuera una mujerzuela, podría hacerle el amor hasta hartarse y olvidarse después de ella, pero era una joven decente y él no era de los que se casaban, nunca volvería a confiar en una mujer después de lo que su madre le había hecho, entonces ¿por qué diablos deseaba a “TN” Murray? Ahora estaba frente a él con otro de sus burdos vestidos, seguramente la modista, en tan poco tiempo, no había podido terminar el pedido, sólo el vestido que había llevado a la velada de la noche anterior, y sin embargo a JOSEPH JONAS le parecía la visión más deseable del mundo. Estaba enfadada y mal vestida, incluso un poco despeinada, pero a él le parecía encantadora y, sin embargo, no logró olvidar su enfado… ¡de qué modo se había comportado con Timothy Walpole! ¿Sería posible que a ella le gustara aquel mequetrefe?
–Tenemos que hablar de lo que me dijo anoche –aseguró la joven con los ojos ardiendo de furia.
–Usted me dirá, señorita Murray –contestó el coronel, con un tono neutro en la voz que la enfureció aún más.
–¡No voy a permitirle que me ofenda con insinuaciones horribles! –exclamó “TN” fuera de sí–. Jamás en toda mi vida he coqueteado con nadie porque no sabría cómo hacerlo y, desde luego, nunca coquetearía con un caballero que está destinado a una de las señoritas Walpole después de lo maravillosamente que el anciano señor Walpole se ha portado conmigo.
–Vamos, vamos, señorita Murray –le dijo el coronel sin apartarse de la ventana ni mudar el gesto, con las manos cruzadas a su espalda y disfrutando evidentemente de aquel lance–, ¿de verdad quiere que crea que si se le presenta la oportunidad de casarse con un hombre joven, rico y bien parecido va a echar todo eso por la borda debido al agradecimiento que siente por el señor Walpole? ¿Me toma por estúpido o es que es usted una santa? –la joven tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para no lanzarle a la cabeza el tintero que había sobre el escritorio. ¡Aquel hombre era un demonio y encima parecía disfrutar con aquella discusión!
–No pretendo que usted me crea, coronel, ni que comprenda mis motivos ni mi comportamiento. Es lógico que no sea capaz de creer que renunciaría a un matrimonio ventajoso si con ello rompiera la confianza que ha depositado en mí el señor Walpole. Usted haría eso y mucho más, ha dado buena prueba de ello –la rabia había dejado paso al abatimiento y cuando hablaba ya no destilaba furia, sino cierta desesperanza. “TN” no estaba acostumbrada a personas cínicas y malvadas como el coronel. Quizás sí lo estaba a que se burlaran de su físico, pero eso era, al fin y al cabo, algo tan insignificante comparado con el grado de maldad que el coronel demostraba. ¡Era feliz con el sufrimiento de los demás!–. Aceptó la herencia de mi padre, una herencia que moralmente no le corresponde, y no le importó dejarme en la calle. Es un miserable, coronel, y por eso cree que todo el mundo es tan bajo y ruin como usted. Pero yo no lo soy, señor –JOSEPH JONAS la miró fijamente. Que lo llamara miserable le dolió mucho más de lo que se atrevía a reconocer ante sí mismo y, sin embargo, ella estaba en lo cierto. Era un maldito miserable. Se había comportado así desde que se había enterado de quién era su verdadero padre. El engaño lo había trastornado y nunca le importó lo que los demás pensaran de él, en cambio, ahora no quería que ella lo creyera el peor de los hombres.
–Señorita Murray… Comprendo que me odie, yo… –se interrumpió antes de continuar. No podía dar pasos en falso. Conocía a la joven desde hacía pocos días y no debía desnudar su alma ante ella. Tenía que tener cuidado con sus palabras y no decir nada que lo comprometiera. Ella permaneció en silencio y notó la inflexión en la voz de él, el modo en el que sus palabras parecían contener una disculpa, pero una disculpa no era suficiente ante tanta crueldad. Primero la acusaba de ser coqueta, después de ser interesada, ¿acaso le había dado ella motivos para semejantes pensamientos?
–Yo no lo odio, coronel –le dijo “TN” con la intención de hacerle tanto daño como él le había hecho a ella, pues algo le decía que JOSEPH JONAS era inmune al odio de la gente y que incluso deseaba ser odiado–. No lo odio en absoluto. Siempre he pensado que detrás de una persona malvada hay un pasado atormentado. Algo terrible ha debido de ocurrirle para que usted sea como es. No, no lo odio. Simplemente siento lástima de usted –la joven giró sobre sus talones y salió por la puerta del despacho. El coronel tardó unos segundos en reaccionar… ¿Quién se había creído aquella muchachita para sentir lástima por él? ¿Y cómo había llegado a la conclusión de que algo terrible le había ocurrido? ¿Acaso sabría algo sobre él? ¿Sabría que no era un JONAS? Salió corriendo tras ella y la alcanzó en el jardín, cerca de los rosales. La lluvia caía copiosamente sobre ambos, empapándolos. La agarró del brazo y la obligó a detenerse.
–¡Suélteme inmediatamente! –le exigió ella.
–No, señorita Murray… Ahora va a explicarme con detenimiento por qué le inspiro tanta lástima –el coronel estaba verdaderamente furioso y, al verlo en semejante estado, ella se relajó. Bien, ahora la situación había dado la vuelta. Él estaba fuera de sí y ella podía disfrutar del espectáculo, ¿no era lo que él llevaba haciendo varios días, desde que la conoció?
–No creo que ese sea un tema para tratar en un lugar como este, donde cualquiera pueda escucharnos, ¿o es que desea airear los trapos sucios de su familia públicamente? –le dijo ella con tranquilidad y cierta ironía. Se burlaba del coronel porque creía que lo que le estaba haciendo daño era que su madre viuda hubiera tenido una relación con su administrador y le parecía una estupidez que un hombre adulto se sintiera tan amargado por una tontería así. Ni de lejos intuía la joven los verdaderos motivos de aquella amargura y la puñalada que supuso para el coronel escucharla hablar de “los trapos sucios de su familia”, pues él creía que se estaba refiriendo a que no era un JONAS. La agarró más fuerte del brazo, con los dedos crispados como las garras de un águila sobre su presa.
–Regresaremos al despacho y me contará todo lo que sabe –fue una orden, una amenaza proferida con voz de trueno, pero ella no iba a dejarse intimidar por aquel maldito hombre. Se había inclinado sobre su rostro al hablar para asustarla y ella pudo observar las betas verdosas que sus ojos oscuros, que había creído negros hasta ese mismo instante. Olía a tabaco y whisky, su boca estaba curvada en una mueca de dolor y a “TN” le resulto tan atractivo que tragó saliva. El coronel creyó que este gesto indicaba que la muchacha tenía miedo, pero estaba equivocado.
–¿Y si no le cuento lo que sé, que va a hacer? –lo retó ella. A esas alturas, el coronel ya estaba fuera de sí. Pensar que ella pudiera conocer su secreto lo enloquecía, pero lo enloquecía más aún aquel olor virginal a flores y a mermelada. “TN” olía a mermelada de fresa y su piel era tan blanca y resplandeciente como los lirios. La tenía tan cerca que pudo observar su rostro detenidamente y la forma de su boca hizo que se le acelerara el corazón. Aquella boca había sido creada para besar, amplia, rosada. Cuando la joven lo retó preguntándole qué le haría si no respondía a sus preguntas, sólo pensó en besarla, pero no como un castigo, sino para dar rienda suelta a un deseo que surgía de lo más profundo de sus entrañas.
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Re: Una mujer insignificante
CAPÍTULO 11
“TN” vivió aquel beso a cámara lenta. ¡Eso no podía estar ocurriéndole a ella, no con aquel hombre salvaje y malvado! Sólo había querido burlarse de él como él también se había burlado de ella, pero las cosas habían llegado demasiado lejos. “¿Y si no le cuento lo que sé, qué va a hacer?”, le había preguntado ella, y entonces había visto aquel hermoso rostro descender hacia el suyo. No pudo moverse, ni siquiera pestañear, de hecho creyó que era una treta del coronel para atemorizarla. Ni en sus sueños más locos hubiera imaginado que iba a besarla y, sin embargo, la besó. No fue plenamente consciente de lo que estaba pasando hasta que sintió los labios cálidos de él sobre los suyos y los brazos masculinos rodeándole la cintura. Los propios brazos de la joven permanecían a ambos lados de su cuerpo, sin saber qué hacer con ellos, y la cabeza le daba vueltas. ¡Ella no quería aquel beso, no lo quería!
¿No lo quería?
Los labios del coronel eran suaves y delicados, se posaron sobre los de “TN” casi con miedo, como si deseara besarla y, al mismo tiempo, quisiera salir huyendo de allí. Él no debía desearla de aquella manera y lo sabía, pero maldita sea, la deseaba y el cuerpo de la joven se había acoplado a su abrazo. Besar sus labios era como comer moras silvestres en una tarde de verano. “TN” había ahogado una exclamación de sorpresa contra sus labios, pero no se había apartado y eso lo animó a continuar, a estrecharla más contra su cuerpo. Sentía la fina lluvia humedeciéndolos, empapando sus ropas y sus cabellos. El coronel abrió los labios de la joven con su lengua y penetró en la dulce cavidad de su boca, saboreándola, conociendo cada rincón. La joven no oponía resistencia y si bien al principio estaba abstraída, como si se dejara llevar porque había sido pillada por sorpresa, ahora sus brazos se hallaban apoyados en el pecho masculino, su respiración parecía agitada y apretaba su cuerpo contra el del coronel. Había abierto la boca con dulzura y había permitido la tierna invasión de la lengua masculina y JOSEPH JONAS hubiera podido jurar que la joven había emitido un gemido de placer, aunque tampoco podía asegurarlo, tal vez se lo había inventado porque era lo que deseaba, que ella estuviera tan excitada y ansiosa como él. En ese instante no pensó en lo terriblemente inconveniente que era aquello, sino en que tenía entre sus manos a la única mujer que había logrado excitar, al mismo tiempo, su cerebro y su entrepierna y la deseaba. Sólo sabía eso: que la deseaba.
¡Dios mío!, ¿qué era aquella sensación que la embargaba, aquel abandono, sus músculos de pronto blandos, el mundo dando vueltas a su alrededor mientras el único punto de apoyo era la boca del coronel, sus manos rodeándole la cintura y apretándola contra su cuerpo? “TN” jamás había sentido nada igual. Desconocía el ansia que se había apoderado de ella, el deseo de unirse más a aquel cuerpo. Ni siquiera era consciente de que la lluvia empapaba su ropa y su pelo y acabaría con una pulmonía si no se ponía pronto a resguardo. Lo único importante era la boca del coronel, su lengua y el modo en el que sus caricias la hacían sentir. Antes de darse cuenta, sus brazos, que habían permanecido laxos a ambos lados de su cuerpo, se alzaron hasta el pecho del coronel y palpó la dureza de sus músculos. Se puso de puntillas para alcanzar mejor su boca y se entregó al beso con vehemencia y pasión. Sólo salió de su ensimismamiento cuando las manos del coronel resbalaron desde su cintura a sus nalgas, para apretarla contra la dureza que pungía entre sus piernas. Al sentir esa dureza contra su vientre, “TN” se asustó y eso rompió el hechizo en el que la había sumido aquel beso devastador. Lo empujó con ambas manos para apartarlo. Aún estaba jadeante cuando habló.
–Es un miserable, un monstruo… –lo acusó la joven, tratando de responsabilizarlo de aquel beso. No quería pensar lo mucho que se había implicado también ella, lo mucho que lo había disfrutado. Se sentía estúpida por haberse entregado a aquel placer cuando el coronel lo único que pretendía era castigarla. “¿Y qué vas a hacer si no respondo a tus preguntas?”, aquello es lo que hizo, besarla como castigo, y seguramente se había dado cuenta de cuánto lo había disfrutado. Los labios, hinchados aún por los besos, comenzaron a temblarle y las lágrimas le escocían en los ojos.
–“TN”, yo… –comenzó a decir el coronel, pero las palabras se atascaron en su garganta. Después del beso, le parecía absurdo seguir llamándola señorita Murray, pero en cuanto pronunció el nombre de “TN”, este actuó como un afrodisíaco sobre sus sentidos, embrujándolo. La intimidad de llamarla por su nombre lo emborrachó de deseo. Se imaginó susurrándoselo mientras le hacía el amor y la tenía desnuda y ansiosa en su cama. “TN”, “TN”, “TD”.
–Es un monstruo –repitió ella. Las lágrimas habían comenzado a rodarle por las mejillas, pero casi eran imperceptibles porque las gotas de lluvia se mezclaban en su rostro y si no hubiera sido por los ojos enrojecidos, el coronel jamás se hubiese dado cuenta de que lloraba.
–Lo siento –le dijo con una voz desconocida hasta para sí mismo. Dio un paso hacia ella, pero la joven retrocedió con la agilidad y la furia de una gata salvaje.
–¿Quería que lo odiara, no es cierto? Pues enhorabuena, lo logró… ¡Lo odio! –ella comenzó a correr en dirección a la puerta principal donde seguramente la esperaría su carruaje, pero en un par de zancadas amplias el coronel logró interceptarla y la detuvo, sosteniéndola con firmeza por los antebrazos.
–Lo siento mucho. No era mi intención… –comenzó a disculparse de nuevo el coronel, pero ella lo interrumpió hablando casi a chillidos.
–¡No es cierto, no lo siente y sí era su intención! Quería castigarme, humillarme, maldito sinvergüenza –él tuvo que contenerse para no sonreír cuando la escuchó llamarlo sinvergüenza. Sonaba casi infantil y seguramente se alejaba de lo que verdaderamente ella querría llamarlo, pero era una dama, al fin y al cabo. Volvía a tenerla tan cerca que su entrepierna se enardeció y él masculló una maldición. Volvía a desearla a pesar de todo, de que no debía y de que ella quería matarlo. Su respiración agitada, sus labios entreabiertos por la furia, todo lo excitaba y la tenía a escasos milímetros de su boca. No pudo contenerse y la alzó del suelo para tenerla frente a frente. Ella se debatió, agitando los pies en el aire y gritando: “¡Suélteme, maldito!”, pero aquel deseo lo dominaba y trató de besarla nuevamente, aunque no alcanzó su boca. Sintió de pronto un dolor intenso en la espinilla y soltó a la joven como un acto reflejo. La vio correr con agilidad hacia la fachada principal de la casa y sólo entonces llegó a la conclusión de que ella le había dado una soberana patada con toda la fuerza de la que era capaz. Se quedó allí plantado, bajo la lluvia y excitado como un colegial. Movió la cabeza de un lado al otro y murmuró: “¡Cielos santos, qué mujer!”.
PEZA
Re: Una mujer insignificante
ya se enamoro de ellaaaaaaaa!!!!!.....
Aaaaaaaaaahhhh!!!!!..... (saltando como loca... Y no es literal)......
Aaaaaaaaaahhhh!!!!!..... (saltando como loca... Y no es literal)......
chelis
Re: Una mujer insignificante
CAPÍTULO 12
Durante los tres días siguientes la lluvia no cesó, al igual que el sentimiento de desazón y culpa de “TN”. No se acercó a la casa del coronel ni creyó oportuno mandarle una nota para comunicárselo, pues daba por sentado que él se hacía cargo de la situación. Cuando le había dicho que jamás quería volver a verlo no estaba exagerando, era cierto. Si hubiera podido, se habría marchado a Londres para no regresar jamás. No quería pensar en el beso y, cuando estaba despierta, lo lograba la mayor parte del tiempo, pero en cuanto se quedaba dormida las escenas que había vivido se sucedían en su cabeza con un realismo atroz y su cuerpo se estremecía de nuevo ante las caricias de aquel maldito. ¡No podía evitarlo! Lo odiaba y lo deseaba al mismo tiempo y eso la hacía sentirse absolutamente decepcionada consigo misma. ¿Cómo podía disfrutar de las caricias de semejante sinvergüenza, máxime cuando él sólo la había besado para castigarla, para doblegar su orgullo?
El haber estado expuesta a la lluvia durante demasiado tiempo le pasó factura y llevaba esos tres días sin levantarse de la cama. El estado en el que había llegado a casa era tan terrible que la prima Del insistió en saber qué había ocurrido con el coronel y ella mintió, se inventó una discusión sobre unos terrenos en la que había salido a colación la herencia de Aldrich Park, la casa londinense en la que se había criado y que ahora era propiedad del coronel. Aseguró a la anciana que jamás regresaría a trabajar con el coronel. “Te lo dije. Él sólo quería hacerte sentir mal. Parece que se alimenta de la desgracia de los demás”, aseguró la prima Del.
La mañana del cuarto día “TN” aún se sentía débil por el resfriado, pero decidió levantarse de la cama y echarse en el sofá de la sala, al menos desde allí podía ver el hermoso jardín y el trajín de la prima Del y los criados. En su cuarto se aburría mortalmente y ya había leído todas las novelas que tenía a mano. Estaba jugueteando con las cintas de su vestido cuando la señora Roberts entró en la sala para anunciarle una visita.
–El coronel JONAS, señorita –le dijo, y él entró a grandes zancadas en la estancia antes de que ella pudiera hacer nada por evitarlo. Cuando la criada se hubo retirado, ambos se vieron sumidos en un tenso silencio. “TN” se sonrojó y le hubiera gustado salir corriendo, pero le era imposible hacerlo sin caer en el más terrible de los ridículos. No le dijo al coronel que tomara asiento, de hecho tenía la mirada clavada al frente y lo estaba ignorando, pero JOSEPH JONAS no iba a darse por vencido. Había pasado una noche de perros tratando de entender aquel deseo abrasador que sentía por la muchacha y como le había sido imposible hallar una respuesta, decidió no darle más vueltas y olvidarlo. Pero esto era más fácil de decir que de hacer. Cómo olvidar lo que ella le había hecho sentir y cómo había temblado contra su cuerpo. Cómo olvidar que en presencia de aquella joven él perdía completamente el control. Pero su ánimo al ir a verla aquella mañana poco tenía que ver con la pasión y el deseo. El coronel había decidido dos cosas durante aquella larga noche de insomnio: disculparse sinceramente con “TN” y descubrir cuánto sabía ella sobre su pasado.
–Lo siento –dijo con voz firme, pero en su tono se notaba cierto pesar. “TN” ni siquiera parpadeó–. Siento mucho todo lo ocurrido. Me comporté como un animal y no tiene justificación.
–No pienso seguir trabajando con usted –fue la única respuesta de la joven, que aún seguía mirando a través de la ventana como si estuviera sola en la estancia. Había notado que él la tuteaba, pero ella seguiría manteniendo las distancias.
–No tomes decisiones precipitadas –le pidió él–. Te doy mi palabra de que nada parecido volverá a ocurrir. Estoy verdaderamente arrepentido de mi comportamiento –a “TN” le parecía que él era sincero. Lo que no sabía la joven era la lucha que se llevaba a cabo en el pecho del coronel. Deseaba besarla, pero sabía que no debía hacerlo y pondría todo de su parte para que aquello no ocurriera de nuevo. No confiaba en las mujeres en cuestiones amorosas y “TN” no era una excepción, pero al mismo tiempo se daba cuenta de que la necesitaba. No estaba acostumbrado a que la gente fuera sincera con él y la joven era increíblemente sensata e inteligente. Le gustaba escuchar su punto de vista. No quería renunciar a eso.
–Nunca volveré a confiar en usted –Ella seguía sin mirarlo, de modo que el coronel se puso ante la joven para obligarla a enfrentarlo.
–Dame una oportunidad para demostrarte que sí soy digno de confianza. No te defraudaré –ella negó con la cabeza ante las palabras de JOSEPH, de modo que él dio un paso más allá y decidió desnudar un poco su alma para averiguar cuánto sabía ella de su pasado–. Bien, comenzaré confesándote que tus palabras me destrozaron… Tienes razón. Hay algo en mi pasado que partió mi vida en dos –por primera vez en aquella mañana, ella lo miró a los ojos, sorprendida.
–Eso me temía –dijo, pensativa.
–Que tú sepas mi secreto me hace sentir aún peor –el coronel se tomó la libertad de sentarse en el sillón más cercano al sofá donde descansaba la joven, aunque ella no le había invitado a tomar asiento.
–No se preocupe, no diré ni una palabra –aseguró “TN”, clavando nuevamente la mirada en el ventanal que daba al jardín– y ahora, por favor, váyase. Jamás le perdonaré el abuso que cometió conmigo –el coronel aún estaba conmocionado por las palabras de la joven, pero no quería creerse que sabía su terrible secreto.
–En cuanto al secreto de mi pasado… No sé si estamos hablando de lo mismo –insistió él. “TN” se incorporó en el sofá y le dijo casi en un susurro:
–Se trata de la historia de su madre con el antiguo administrador, ¿no es cierto? –dijo la joven. El rostro del coronel palideció y, al levantarse del sillón, casi tira un jarroncito que había sobre la mesa de té. Se precipitó hacia la salida mientras escuchaba las últimas palabras de “TN”–. Tampoco es para tanto, coronel. No entiendo por qué le afecta de esa manera.
***
JOSEPH JONAS estaba completamente borracho. La botella de whisky estaba vacía y ni siquiera tenía fuerzas para ir a buscar otra. Tampoco quería llamar a un lacayo y que lo viera en esas condiciones. Se había echado sobre la cama con la cabeza dándole vueltas y un profundo desprecio por sí mismo y por el mundo. Lo que más temía había ocurrido: alguien a parte de su madre y él sabía que no era un JONAS. ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que toda Inglaterra lo supiera? Y lo que más lo intrigaba: ¿Cómo había logrado averiguar “TN” un secreto que sólo conocían tres personas, una de los cuales –su padre biológico– estaba muerta?
No entendía a aquella joven… Conocía un escándalo de magnitudes gigantescas y lo único que se le había ocurrido decir es que no entendía por qué le afectaba de aquella manera. ¿Cómo iba a afectarle ser un impostor, haber heredado una fortuna que no le correspondía y usar un apellido que no era el suyo? No, no entendía a “TN” Murray…
***
Cuando ya se había recuperado del resfriado, “TN” decidió ir a ver al coronel a Bardinton Hall. Lo odiaba, sí, pero no podía ser indiferente al sufrimiento que a él le causaba saber que su secreto había sido descubierto. Tenía que asegurarle que jamás lo revelaría. Llamó a la puerta de su despacho a los once en punto, tal y como hacía cuando aún trabajaba como administradora. Oyó la voz del coronel indicándole que pasara con un tono un tanto extrañado, no en vano no esperaba visitas de nadie a aquella hora. Estaba sentado en su escritorio, literalmente sepultado entre una enorme montaña de papeles y libros de contabilidad. Frunció el ceño al verla y se sintió incómodo, aunque nada en sus palabras lo revelaba.
–¿Has decidido seguir trabajando para mí? –le preguntó.
–No, coronel. He venido a hablar con usted porque, tras nuestra última conversación, me quedé preocupada… Sólo quería asegurarle que jamás revelaré nada de lo que sé, que puede usted dormir tranquilo –“TN” terminó de hablar y lo miró fijamente durante unos segundos, pero como él no dijo nada, la joven musitó una despedida y ya se disponía a salir por la puerta cuando el coronel la interrumpió.
–Dime sólo una cosa, “TN” –el efecto acariciador que tenía sobre ella escuchar su nombre en boca de él la molestó–. Me gustaría saber cómo te has enterado de algo tan íntimo y que sólo mi madre y yo sabemos.
–Fue usted quien desveló el secreto –le dijo, y como él arqueó las cejas en señal de incredulidad, ella se lo explicó mejor–. ¿Recuerda el día que su madre entró en este despacho para invitarme a comer? Yo le dije que no sabía si eso era conveniente y me interesé por saber si el antiguo administrador también comía con ustedes. Y fue usted, coronel, quien me respondió. Dijo que el antiguo administrador hacía muchas cosas inconvenientes y que no debería hacer y dijo todo esto mirando con furia a su madre, que palideció mortalmente y fue incapaz de recobrar el habla. Es así como supe que su madre y el antiguo administrador habían tenido algún tipo de relación –el coronel la miraba boquiabierto. Debía tener cuidado con lo que decía en presencia de aquella muchachita, pues parecía tener el don de la clarividencia–. Déjeme que le diga, coronel, que una mujer viuda como su madre tiene derecho a rehacer su vida y eso no es algo que nadie pueda criticar…
–¿Cómo dices? –el coronel no estaba entendiendo este último comentario de la joven.
–Me refiero a que no es nada malo que su madre y el administrador hubieran tenido una relación. Ella era viuda y él, soltero –repitió “TN”.
–Ya veo –respondió él de forma automática. ¿Podría ser cierto aquello? ¡Se había preocupado por nada! “TN” no sabía el verdadero secreto, no sabía que él no era un JONAS. Lo que creía es que él estaba indignado porque su madre viuda y su antiguo administrador habían tenido una relación. Que su secreto estuviera a salvo lo hizo sentir eufórico–. ¿Puedo pedirte algo, “TN”? –la joven asintió–. Vuelve a trabajar aquí, por favor. Aunque llevas poco tiempo, te has hecho ya imprescindible –la voz del coronel era suave y dulce y su sonrisa hizo que el estómago de la joven se encogiera–. ¿Quién va a decirme las verdades a la cara si tú renuncias a tu puesto?
–Nunca volveré a trabajar aquí… Han ocurrido cosas que… –ella no hizo referencia al beso, pero aun así se sonrojó.
–Te dije que podías confiar en mí, que nunca más ocurriría –aseguró el coronel. Había dado varios pasos hasta acercarse a ella, que permanecía de pie en medio de la estancia con las manos unidas y la mirada clavada en el suelo.
–Aunque nunca vuelva a ocurrir, no puedo olvidarme de lo ocurrido… Y no puedo perdonar la forma canallesca en la que trató de castigarme… –la sonora carcajada del coronel hizo que la joven levantara la mirada del suelo y lo enfrentara.
–Pero bueno, muchacha, ¿tan insegura eres que no te consideras capaz de tentar a un hombre? –ella lo miraba perpleja–. No te besé para castigarte por nada. Te besé porque deseaba hacerlo. Estabas cerca de mí y todo me invitaba a besarte, la lluvia empapando tu vestido, esos hermosos labios entreabiertos… –alzó la mano para rozar con sus dedos los labios de la muchacha, pero pareció pensarlo mejor y detuvo el movimiento. Ella contuvo un gemido–. No puedo evitar que me gustes, “TN”, pero soy un hombre adulto y experimentado, lo que sí puedo es evitar caer en ciertas tentaciones –aseguró él con poco convencimiento, pues ya se había dado cuenta de que aquella jovencita lo hacía perder pie. Ella dio un paso hacia atrás para poner mayor distancia entre ambos.
–Debo irme… La prima Del me está esperando –balbuceó ella, de nuevo con la mirada clavada en el suelo.
–Vamos, no me tengas miedo… No me como a nadie –dijo el coronel con un tono suave como el terciopelo–. Además, yo no soy de los que se casan y tú eres una muchachita decente. Jamás haría nada para perjudicar tu reputación…
–Debo irme –repitió ella, y apoyó la mano en la manilla para abrir la puerta.
–Echaré de menos tu sensatez, “TN”… Pero espero que el hecho de que no trabajes para mí no impida que vayas el próximo martes a la velada que está organizando mi madre –ella no dijo nada, así que él insistió–. ¿Irás, verdad?
–Sí –dijo ella con la voz entrecortada y aún sin atreverse a mirarlo.
–Hasta el martes, entonces –él tomó la mano femenina antes de que ella pudiera darse cuenta. Su tacto era cálido y delicado. Se la llevó a los labios y cuando la joven sintió el beso sobre el dorso de su mano, creyó desmayarse. Llegaron a su mente imágenes de los labios del coronel sobre su boca, aquel beso que le había dado era el momento más erótico de toda su vida… Apartó la mano del coronel con brusquedad y se escabulló por la puerta del despacho, huyendo como un animalillo asustado.
PEZA
Re: Una mujer insignificante
No lo puedo creer!!!!!..... Va con todo este hombre!!!!.... Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhh!!!!!!!!.....
chelis
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