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» Between Angels and Demons.
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» Between Angels and Demons.
Between Angels and Demons. |
→ Christine Carter.
Un escalofriante callejón se exhibe ante mis ojos, atemorizados y nublados por el rímel negro corrido por las lágrimas que no cesan su cauce; un pedazo de asfalto recubierto con la malla de la oscuridad y la espesura de una noche que parece no encontrar un final, oculto bajo una estela de estrellas que titean, diminutas en el cielo, indiferentes. Un frío que te hiela los huesos, absorbe mis energías calóricas con todo rastro de inseguridad en mí, cortando mi respiración, exigiéndome en mi propio avance a la locura.
Retumbo de amargura, casi en el abismo de la demencia, se drena por mi garganta, cuán fuego consumiendo la pólvora; una forzada carcajada con cierto sabor a metal. ¡Qué manera tan apremiante de acabar con los demonios!
Las lámparas parpadeantes mate en el callejón sin salida, me gritan en su luz agonizante, balanceándose sobre sí mismas, que no me encuentro sola. El espectro que estuviera a una distancia formidable de mí, se acerca paso a paso, disfrutando de mi lánguido suplicio a la muerte; ondeando su espléndida presencia en el contexto de mi pesar personal.
Una sobrecogedora ventisca me azota las lágrimas de los ojos, y supe inminentemente que, quizás, mi demencia no estaba yendo muy lejos.
Me vuelvo en redondo con el corazón desbocado en el pecho, martillando con fuerza en los tímpanos de mis oídos. Perezosamente, el sudor se escurre por la frente; mis dedos deslizándose por la raíz de mis cabellos rubios, casi níveos como un pergamino reluciente.
Rapidez. Fuerza. Impasibilidad. Ferocidad.
Mi mejilla impacta contra el pavimento, alterándome los músculos y rasguñando con salvajismo la mitad de mi rostro, ceniciento. Otro impacto. La cabeza sufre convulsiones de gravedad mortal al aterrizar de lleno contra la acera blancuzca y persistente al contacto. Mi cuerpo empieza a debilitarse, y si antes había deseado morir, esta vez lo acelero más que nunca, profundamente más allá del dolor emocional.
—Nos volvemos a encontrar, Querida Angeli.
Y su rostro, apacible y aterciopelado, me dio la cara; dirigiéndome una sonrisa soberbia.
—Mi destino varía en las oportunidades que estén a mi alcance de matarte, pero… ¿No sería una verdadera lástima? —empezó diciendo, acechando el cuerpo en estremecimientos a un lado de la acera: yo, por supuesto— Muy fácil, corrijo. Tendría que hacer algo lo suficientemente inofensivo para que no murieras, pero terriblemente peligroso para que vivieras.
Sin embargo, me miente. Fuera de darme un minuto para razonar sus palabras horrorosamente pausadas y graves, extrae una daga de roble blanco del bolsillo de su saco; la contonea en sus dedos ágiles, observándome con los ojos seducidos por el deseo de asesinarme.
Y doy mi último aliento de vida, estimulando a que mis ojos se cierren ante el fuerte retorcijón de madera acabando con mi corazón. El aire comienza a escasearse, y antes de que la última palpitación me concierna, sonrío con cinismo, aferrándome a la idea de que ese no era el final…
… Sino el comienzo de mi propia maldición, por toda la eternidad.
Retumbo de amargura, casi en el abismo de la demencia, se drena por mi garganta, cuán fuego consumiendo la pólvora; una forzada carcajada con cierto sabor a metal. ¡Qué manera tan apremiante de acabar con los demonios!
Las lámparas parpadeantes mate en el callejón sin salida, me gritan en su luz agonizante, balanceándose sobre sí mismas, que no me encuentro sola. El espectro que estuviera a una distancia formidable de mí, se acerca paso a paso, disfrutando de mi lánguido suplicio a la muerte; ondeando su espléndida presencia en el contexto de mi pesar personal.
Una sobrecogedora ventisca me azota las lágrimas de los ojos, y supe inminentemente que, quizás, mi demencia no estaba yendo muy lejos.
Me vuelvo en redondo con el corazón desbocado en el pecho, martillando con fuerza en los tímpanos de mis oídos. Perezosamente, el sudor se escurre por la frente; mis dedos deslizándose por la raíz de mis cabellos rubios, casi níveos como un pergamino reluciente.
Rapidez. Fuerza. Impasibilidad. Ferocidad.
Mi mejilla impacta contra el pavimento, alterándome los músculos y rasguñando con salvajismo la mitad de mi rostro, ceniciento. Otro impacto. La cabeza sufre convulsiones de gravedad mortal al aterrizar de lleno contra la acera blancuzca y persistente al contacto. Mi cuerpo empieza a debilitarse, y si antes había deseado morir, esta vez lo acelero más que nunca, profundamente más allá del dolor emocional.
—Nos volvemos a encontrar, Querida Angeli.
Y su rostro, apacible y aterciopelado, me dio la cara; dirigiéndome una sonrisa soberbia.
—Mi destino varía en las oportunidades que estén a mi alcance de matarte, pero… ¿No sería una verdadera lástima? —empezó diciendo, acechando el cuerpo en estremecimientos a un lado de la acera: yo, por supuesto— Muy fácil, corrijo. Tendría que hacer algo lo suficientemente inofensivo para que no murieras, pero terriblemente peligroso para que vivieras.
Sin embargo, me miente. Fuera de darme un minuto para razonar sus palabras horrorosamente pausadas y graves, extrae una daga de roble blanco del bolsillo de su saco; la contonea en sus dedos ágiles, observándome con los ojos seducidos por el deseo de asesinarme.
Y doy mi último aliento de vida, estimulando a que mis ojos se cierren ante el fuerte retorcijón de madera acabando con mi corazón. El aire comienza a escasearse, y antes de que la última palpitación me concierna, sonrío con cinismo, aferrándome a la idea de que ese no era el final…
… Sino el comienzo de mi propia maldición, por toda la eternidad.
- ♡:
- chicas; he utilizado tres palabras de la lista que proporcionaron. frío que te hiela los huesos, lámparas parpadeantes y espectro. el texto abarca 500 palabras exactas. y la canción en la que me inspiré fue the a team de ed sheeran y lies de marina and the diamonds. ¡lamento la decepción! y sofi, un placer haber permanecido a tú equipo, aunque pude realizar todo sin problemas.
bigtimerush.
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