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Mensaje por ZarryLoover Sáb 29 Mar 2014, 4:51 pm

direction_zap escribió:OMG!!! Pero como le pasa esto a rayis :( poresita siguela quiero ver que es lo que pasara me como las uñas del nervio pliss siguelaaaa!!
Va a tener una vida... complicada :S
Ahora la sigoo linda
ZarryLoover
ZarryLoover


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Mensaje por ZarryLoover Sáb 29 Mar 2014, 4:54 pm

Capítulo 4 


Mi apetito era una cosa enfadada viviente, arañando y aullando bajo mi piel. Me dejé caer sobre el banquete como un animal hambriento; forzando a la comida y bebida por mi garganta lo más rápido que podía. Ni siquiera me di cuenta de lo que me metía en la boca como pollo o frijoles refritos. Era comida para llenar el vacío en mi vientre y comí hasta no poder más. Hasta que estaba llena.
Tenía aceite, sal y trozos de comida en las manos y rostro mientras mi garganta oprimía el final del buffet. Mi apetito ya no me molestaba, y finalmente vi un tenedor de plástico en medio de los platos de papel vacíos. Frenéticamente lo agarré y corrí hacia la ventana tapiada, apuñalando inútilmente las tablas. Mientras la comida continuaba haciendo su camino hacia mi estómago, el tenedor de plástico se quebró debajo de mis manos al mirar la ventana. Respirando rápido y superficialmente por la comida, finalmente tiré las piezas rotas a través de la habitación hacia la puerta cerrada.
Las lágrimas una vez más nublaron mi visión como una corriente abrumadora de miedo y tristeza que me tiró abajo. «No vas a salir de aquí. Estas jodida. Él volverá y te hará algo horrible. Muy, muy, muy jodida y no hay nada que puedas hacer para detenerlo. Por favor, por favor, por favor Dios, sácame de aquí». 
Corrí hacia el baño pobremente iluminado, levanté la tapa del retrete y devolví todo lo que había comido. Grité dentro de la taza entre oleadas de bilis. Mi voz resonó contra la porcelana, un gorgoteo ahogado que finalmente dio paso a gemidos llorosos y respiraciones pesadas. Me sonrojé ante la vista de mi vómito que podría hacer que me enfermara de nuevo. De hecho, me sentía un poco mejor después de aquello. Hambrienta de nuevo, pero tranquila.
Traté de encender la luz, pero aparentemente eso también lo habían quitado. En su lugar había otra luz nocturna. El baño era un trabajo en progreso, lo nuevo se mezclaba con lo viejo. Cuidadosamente ignoré el jacuzzi donde había sido desnudada y maltratada. Con solo darle una mirada, sus manos estaban de nuevo sobre mí. Aparté la vista bruscamente y en cambio, me concentré en lavarme el rostro y enjuagarme la boca en el lavamanos de pedestal. Tenía que conseguir quitarme el sabor y el olor a vomito de la cabeza.
Por encima del lavabo había una bandeja circular de metal. Entusiasmada, coloqué los dedos en el borde e intenté sacarla a la fuerza pero estaba incrustada en la pared. La miré detenidamente. Era tan brillante y perfecta que era casi como un cristal. En ella, vi mi rostro por primera vez desde que había sido secuestrada. La piel alrededor de mi ojo había tomado un ligero color púrpura verdoso; se sentía hinchado al tacto. Ahora lo podía abrir lo suficiente como para ver a través de él, pero se veía desfigurado en comparación con mi ojo derecho. Lo toqué con los dedos, sorprendida de que dolía menos que antes. Tenía un aspecto horrible.
Aparte del ojo hinchado y morado, mi cabello era una maraña. Extrañamente, me encontré tratando de arreglarlo. Me sentí idiota en el momento que lo absurdo me golpeó. «Sí, ____, no te olvides de verte linda para el secuestrador guapo, ¡estúpida!».
No sabía lo que estaba pasando conmigo, pero Zayn era la causa. Era la fuente de todo este dolor y confusión. Cualquier cosa que me había pasado o que me ocurriría, sería causa de su apetito pervertido y distorsionado.  Derrotada, me di la vuelta y comencé a caminar hacia fuera.
La puerta de la habitación se abrió de golpe y me hizo saltar. Frenéticamente, busqué alrededor del baño una manera de escapar o algún lugar donde esconderme. Era irracional, ya había probado que no había escapatoria. Sin embargo, el instinto es el instinto. Y me dijo que me ocultara, incluso por los pocos segundos que tardaría en encontrarme.
Zayn se dirigió directamente hacia el baño tarareando. Cuando llegó a la puerta, me escondí debajo del lavabo. A la vista de todos. Se acercó con calma, sin la malicia que había mostrado antes y me llamó con una voz tranquila.
—Quiero que te levantes.
Extendió su mano hacia mí. Agotada, la miré por lo que pareció un tiempo largo, pensando en el daño a la espera de que sea hecho por esa mano. Su tranquilidad y mi miedo colgaban entre nosotros en una densa y pesada espiral. Él iba a hacerme daño, algo dentro de mí lo sabía. Esa certeza casi me paraliza. Buscando una manera de manejar su buena voluntad, me acerqué vacilantemente esperando el golpe de la serpiente. Toqué su mano extendida, queriendo retroceder y volver atrás. Pero no lo hice. Él sonrió. Era una sonrisa que me llamó la atención al instante, hermosa y malvada a la vez.
Envolvió los dedos alrededor de mi muñeca, y de su contacto, una energía eléctrica fluyó hacia mí. Estaba absolutamente petrificada. Me puso de pie lentamente, y de  pronto, me quedé observándolo con los ojos muy abiertos y una respiración ansiosa. Llevó la palma de mi mano hacia su rostro para que sintiera su piel por primera vez. La intimidad de ese acto obligó a mis ojos hacia el suelo y abruptamente temí su bondad más que su crueldad. 
Recorrió mis dedos por su rostro, sosteniendo mi mano firmemente cuando intente apartarla. Él estaba afeitado, suave, pero indiscutiblemente masculino. Su toqué era simple, pero especifico, intentando demostrarme que podía ser como un amante, amable, intimo, pero también, que era un hombre que no estaba acostumbrado a oír la palabra no. Sí. Entendí. Él era un hombre, ¿y yo? No era nada más que una chica, ni siquiera una mujer. Estaba destinada a caer a sus pies y adorarlo en el altar de su masculinidad, agradecida de que se había dignado a conocerme. Todo esto, por una simple caricia. 
Levantó la mano derecha, sacando mi cabello de mis hombros, y luego acarició la parte posterior de mi brazo. Un escalofrío violento corrió por mi espalda haciéndome retroceder. La porcelana fría del lavabo rozó mi piel. Como si esto fuera un baile, él se acercó. Sus dedos tomaron mi cabello, posesivos, y acunaron mi cabeza mientras yo seguía mirando al suelo. Besó mis dedos; mordisqueándolos con los dientes. El canino ligeramente afilado, una vez parte de su encanto juvenil, ahora lo impregnaba con una oscuridad siniestra. El pulso me latía en los oídos y mi respiración se volvió dificultosa. La ansiedad recorrió mi cuerpo solo para asentarse en mi estomago, haciéndome sentir nauseas. Pensé: «¿Debo luchar con él?» ¿Me arriesgaría a su temperamento? Mis instintos no decían que corriera o me escondiera, decían quédate quieta. Me decían que… ¿obedeciera? «Por favor para».
Dejó caer mi mano, lo que hizo activar las alarmas; sin saber qué hacer con mis manos, me envolví con ellas. Me sentía como si estuviera haciendo un hoyo a través de mí con sus ojos. La intensidad con la que me miraba bordeaba lo obsceno. ¿Qué estaba haciéndome con su mente? 
Una cosa extraña estaba ocurriendo en mi interior, un entendimiento que era tan básico y simple como un hombre y una mujer, masculino y femenino, fuerte y blando, predador y presa. Sí, estaba aterrorizada. Pero también estaba esta corriente de algo vagamente familiar, ¿Lujuria? Tal vez. Mis ojos se clavaron en su rostro. Había fantaseado con este chico, soñado con él tocándome. Estaba hambrienta por sus ojos sobre mi piel desnuda. Imaginé su suave boca en mis pechos. Y ahora él estaba aquí, tocándome. No era nada como lo había imaginado.
Era diferente a cualquier fantasía que jamás hubiera tenido, incluso las más morbosas. Lo admito, había soñado con ser devastada por los vampiros de Anne  Rice. Lo había visto en la gran pantalla de mi cabeza. Es el siglo dieciocho y estoy parada en un callejón, el guapo, y cuestionablemente malvado Lestat estaba entre mis piernas. Soy una ramera y él es solo otro cliente. Siento lo peligroso que es, un depredador, pero un beso y no me importa nada. Sé que hundirá sus colmillos en mí, pero me pongo a su merced con la esperanza de que la muerte no será mi fin.
Esto no era nada como mis sueños. En un sueño no puedes sentir realmente. Cada toque está sujeto a tu imaginación, cómo crees que se siente un beso, ser follada o cómo se siente el miedo real. Si nunca lo has sentido realmente, entonces tu mente no puede recrearlo verdaderamente. Yo sabía besar, tenía una vaga idea de las caricias, pero me faltaba el conocimiento de la intención. Cuando mi novio me tocaba, sabía que se detendría al momento que se lo pidiera, por al contrario, sabía que este hombre no lo haría. Las intenciones hicieron toda la diferencia. Esto era real. Caricias reales, intimidación real, un hombre de verdad, miedo verdadero. 
Él me acarició el rostro, recorriendo sus dedos por el lóbulo de mi oreja, hacia abajo por mi garganta, la parte posterior de sus dedos frotaron a través de mi clavícula. Mi respiración se quebró, fatigada. Esto estaba mal, y sin embargo, no se sentía así. Mi temor se sentía pesado y bajo en mi vientre, pero era más bajo que un diferente tipo de peso tomaba forma. Hice un sonido de protesta, rogándole sin palabras que se detuviera. Hizo una pausa, el tiempo suficiente para respirar antes de continuar. Sacudí la cabeza lentamente, tratando de dar marcha atrás pero la agarró firmemente con la otra mano. 
—Mírame —dijo, con la voz controlada pero vacilante. Cerré los ojos con fuerza, moviendo la cabeza lentamente otra vez. Suspiró—. Quiero que me mires.
No obedecí, estaba congelada por el miedo. «Esto no puede estar pasando. No a mí». Pero estaba ocurriendo y era incapaz de detenerlo. Me quejé, tirando mi cabeza contra su mano. Él se alteró más cuando levanté las manos y toqué sus muñecas.
—No-o-o —dijo suavemente, como si estuviera reprendiendo a un niño.
Mis manos temblaban y mis rodillas se sentían como si fueran a doblarse. Apretó el agarre en mi cabello, forzándome a levantar la cabeza. Cerré los ojos aún más fuerte, mientras que un sollozo, sin lágrimas se escapó de mis labios. Estaba cruzando la delgada línea de mi paciencia mientras caía en la delgada línea de mi cordura. Se inclinó y besó mi mejilla, luego mi nuca. Suspiré nerviosamente, alejándome, pero no iba a ir a ninguna parte. Él toco mis labios con su pulgar, tratando de calmar mis sollozos y gemidos. 
—¿Dónde está tu valentía ahora mascota? ¿Sin arañazos ni siseos? ¿Dónde está mi chica dura?
Tenía el corazón en la boca. No tenía ni idea de a dónde se había ido mi valentía. ¿Alguna vez había sido valiente? No lo creo. Nunca tuve que serlo. Me conformé con ser invisible, la persona detrás de la cámara. Como desearía poder ser invisible ahora.
Mi voz se había ido, suprimida por la magnitud del momento. Estaba en las garras de un ataque de pánico cuando me dejó ir. Me deslicé al suelo, cubriéndome el rostro con las manos mientras me decía a mi misma repetidamente, «no estoy aquí. Esto es un sueño, un sueño fantásticamente horrible. En cualquier momento, voy a despertar». Junté las rodillas al pecho, y me moví hacia adelante y atrás. El mantra lo hacía parecer más real.
No lloré cuando me agarró. Sabía que esto vendría. Me sentía vacía, como si mi cuerpo no fuera más que una cascara con mi alma rota dentro. Me llevó hacia la cama, y me dejó de pie sin esfuerzo frente a ella. Lentamente, mis ojos perdieron el foco, como si mi cerebro hubiera empezado el procedimiento de apagado. Me quedé simplemente de pie, esperando. Corrió el cabello sobre mi hombro izquierdo y se quedó detrás de mí. Podía sentir su polla contra mí, dura. Besó mi cuello de nuevo. 
—No —le supliqué con la voz quebrada. Así era como me sentía, completamente desolada—. Por favor… No.
Su risa suave revoloteó en mi cuello.
—Esa es la primera cosa amable que has dicho. —Envolvió los brazos alrededor de mí mientras me hablaba al oído—. Es una lástima que no hayas aprendido a hablar correctamente. Siéntete libre de probar de nuevo, «Por favor no, Amo» ¿puedes hacerlo?
Quería llorar, gritar, hacer cualquier cosa menos lo que me pidió. Permanecí en silencio.
—O tal vez. —Lamió mi oreja —. Necesitas un empujoncito.
Se apartó bruscamente, dejando mi espalda abierta al aire frio. Me hundí en el suelo, haciéndole nudos al edredón mientras presionaba la cabeza contra él. Se agachó detrás de mí y me acarició la espalda. El deseo de luchar contra él creció dentro de mí y, aunque sabía en qué me estaba metiendo, no pude detenerme. Tiré el codo hacia atrás y lo golpeé en las costillas. El dolor atravesó mi codo y no lo pude mover por unos segundos. Costillas de acero. 
—Ahí está mi chica dura —dijo fríamente.
Agarró un puñado de mi cabello, y me arrastró de la cama. Grité salvajemente, clavando las uñas en sus manos tratando de soltarme, pero toda mi lucha fue en vano. Todo había terminado antes de que comenzara mientras me colocó boca abajo y puso las rodillas sobre mis omoplatos. Estaba atrapada. Derrotada.
—¡Te odio! —rugí—. ¡Te odio, maldito hijo de puta!
—Supongo que es una suerte que no me importe —dijo sin piedad—. Te diré lo que me molesta; todavía no has aprendido modales. Podría haber sido fácil, mascota, pero debo confesar… —Sentí su aliento al lado de la cara—. Me gusta más de esta manera.
Buscó algo en la cama por encima de nosotros. Me forcé para ver lo que era, pero su rodilla se me clavó salvajemente. Trabajó para agarrar mis muñecas, pero las atrapó rápidamente con su mano izquierda mientras las ataba con una cuerda suave, casi como la seda. Lloré mientras me retorcía debajo de él, tratando inútilmente de escapar. Alejé cualquier idea de dolor, de él lagrimeando a través de mi inocencia, diezmando mi cuerpo.
La eventual degradación, el resplandor de la vergüenza. Esto era mejor de lo que suponía. Prefería que sea enfermo, retorcido y sádico. Así se me hacía más fácil definir como me sentía frente a él. Quedaron atrás las imágenes de los ángeles preciosos enviados a salvarme. No tenía por qué soñar con sus marrón verdosos, o la forma en que su cabello oscuro se sentiría en mis manos. Incluso su aroma me ponía enferma ahora. Al menos de esta manera, ambos reconoceríamos esto por lo que era, violación, no seducción ni fantasía. No había confusión. Él solo era un monstruo. Solo otro monstruo.
Me levantó del suelo por las muñecas, y con un movimiento rápido, las izó sobre unos de los postes de la cama hasta que estuve precariamente en las puntas de los pies. Quedé allí expuesta, mi cuerpo se estiraba con fuerza, todo al descubierto, mi respiración disminuyó. Me agarró la cara con fuerza, —¿sabes cuál es tu problema mascota? No has aprendido a elegir sabiamente. La cena podría haber sido diferente, pero elegiste esto.
Se me ocurrió algún comentario inteligente. Las palabras lo habrían enfadado como yo estaba aterrorizada, pero luego me besó. El beso era violento, posesivo, tenía la intención de arrastrar a ese comentario justo donde estaba. No hubo lengua; él era demasiado inteligente para eso, solo presionaba sus labios contra los míos. Todo terminó antes de que tuviera tiempo para reaccionar.  
Se dirigió al carrito donde había estado la comida y agitó una bolsa negra. Mis ojos se abrieron ampliamente, ¿de dónde diablos ha venido eso? Nada en la vida era tan repugnante como una bolsa negra, una bolsa negra significaba negocios. Significaba planificación, preparación, embalaje serio. De repente me sentí muy mareada.
Regresó con varios artículos, sonriéndome como si todo fuera normal. Colocó los artículos en la cama con el cuidado y la diligencia debida. Levantó un collar de cuero para que lo viera; era una banda de cuero ancha con un pequeño aro de metal a cada lado, uno de los cuales tenía un candado y una llave. También tenía una pequeña presilla enfrente. Me lo puso rápidamente alrededor del cuello. Una vez asegurado, puso presión en mi garganta. Colgó la llave delante de mis ojos antes de dejarla en la mesita de luz. Había una cadena larga, similar a la que se usa para pasear a los perros, pero con un broche en cada lado. Colocó la cadena sobre el poste de la cama haciendo un sonido metálico fuerte que me hizo gritar, y luego fijó ambos broches en las presillas del frente del collar. Tuve que mirar hacia el techo para evitar sentirme estrangulada. Mientras más lloraba, más difícil se me hacia respirar, así que me detuve, pero las lagrimas continuaban cayendo por mi rostro y hacían charcos en mi oreja.
«Por favor. No. No hagas esto». Quería decir esas palabras en voz alta. Suplicarle.
Pero ya no podía formar palabras. Estaba tan asustada, y enojada y muy… orgullosa. Todas las cosas que debería haber hecho vinieron a la vez. Sollocé más. Pasó las manos por mis brazos y masajeó mis pechos; mi cuerpo temblaba y alcanzó mis pezones. Dos muñequeras gruesas de cuero reemplazaron a la cuerda, eran muy parecidas al collar de mi cuello, tenían pequeños eslabones de cadena colgando en cada extremo que podrían ser cerrados juntos. Desenganchó la cadena del collar para darme vuelta. Me sentí aliviada de poder respirar. No me importaba mucho que ahora estuviera siendo enganchada a los eslabones de las pulseras.
Tenía más libertad para moverme, la cadena era más floja y podía poner mis pies directamente en el suelo. Mis brazos fueron puestos juntos, y luego los ató al poste de la cama frente a mí. En esta posición era imposible alejarme de él, los músculos
de mis brazos se tensaron bajo la presión. Estaba muy asustada ahora, y no podía ocultarlo. Me tenía y solo él sabía lo que significaba.
Retrocedió, probablemente para evaluarme, o tal vez estaba admirando su obra. De cualquier manera, sus acciones me llenaban con un sentido de finalidad inminente. Yo lo había retado y él había aceptado. Me paré frente a la cama, con los brazos atados desde las muñecas hasta los codos. No vestía nada más que las cosas sexys que él había escogido.
—Abre las piernas —dijo sin alterarse. 
Como no lo hice, se acercó por detrás y se aventuró entre ellas. Dejé escapar un grito atónico cuando su mano izquierda se ahuecó entre mis piernas. Traté de alejarme. Pero fue inútil.
—Si no empiezas a hacer lo que te digo, te abriré con la mano entera, ¿entiendes? —Su voz era plana pero firme. No era una pregunta de verdad, sino un refuerzo de su amenaza.
Gemí en voz alta, pero asentí con la cabeza.
—Buena mascota, ahora vamos a tener lo que te pedí.
Retrocedió de nuevo y esperó. Lentamente, abrí las piernas más y más, hasta que dijo que me detuviera.
—Ahora mueve tus caderas hacia mí.
Mientras hacia lo que me instruyó apoye la cabeza en el hueco de mis brazos atados.
—¿Estas lista? —preguntó, haciendo una pausa para dar el efecto deseado.
—Vete a la mierda —murmuré, tratando de ocultar mi miedo.
El primer golpe dio en mis pantorrillas, mostrando a través de mi mente como una luz blanca cegadora. Mi boca se abrió en un grito que carecía de sonido ¡Ciertamente no estaba preparada para esto! Desesperada, traté de mirar hacia atrás. Había un cinturón en su mano. El grito que había estado luchando para salir de mi pecho finalmente salió.
El segundo azote se superpuso al primero, llegó tan rápido que no me lo podría haber esperado. Mis rodillas se doblaron, balanceando mi cuerpo hacia el poste de la cama delante de mí. Mi pubis golpeo el poste. Gemía en dolor y me ahogaba en mis lágrimas.
—Endereza las piernas —ordenó—. Si pierdes el conocimiento, solo te reanimaré.
Cuando simplemente colgaba de mis brazos, él continuó. Escuché el siguiente golpe antes de sentirlo; el cinturón cortó el aire con un silbido antes de aterrizar en mis muslos. Luchaba para escapar; me moví de un lado al otro, casi tirando de mis brazos fuera de los postes mientras me alejaba de los golpes. Pero una y otra vez aterrizaban en mi piel. Gritaba tan fuerte, por tanto tiempo, que era incapaz de tomar aire.
Él llevó la correa hacia abajo con una fuerza imposible mientras me azotaba el tobillo. Inmediatamente enderece las piernas para frotar el tobillo con el otro pie.  Golpeó mis pantorrillas mientras trataba de aliviar el dolor. Recogí mis pies, tratando desesperadamente de calmar la picadura. Nunca sentí un dolor así. Nunca soñé que una tortura como esta fuera posible. Mi cuerpo entero se estremecía, palpitaba y picaba con dolor.
—¡Por favor, Dios, detente! —grité. Me golpeó a través de la espalda baja. Pensé que iba a desmayarme.
—No… No Dios. Prueba de nuevo. —Una corriente de golpes chocó contra mi cuerpo. Yo gemía y temblaba. Me retorcí tirando de la cama, para tratar de soltarme de las cadenas.
—Amo —grité—. ¡Amo!
Me di cuenta entonces, al igual que los azotes que daba, gritaba esa palabra horrible, Maestro. Él había ganado finalmente. Me había equivocado, el dolor no era mejor. Oh Dios, quería cualquier cosa menos dolor.
—Por fin —dijo sombríamente—. Pero no creo que hayas terminado, ni siquiera cerca. Tienes mucho para ofrecer.
Lloré más que en toda mi vida. Las lagrimas fueros aspiradas por mis pulmones y los sollozos quedaron en mi pecho. «¿Más? No puedo más». —Por favor. Amo. Por favor, no más.
Hizo una pausa el tiempo suficiente para tirar de mis bragas hacia abajo. Estaban tan empapadas de sudor que se pegaron a mi piel ardiente. Jadeaba contra mis brazos, así que tenía que detenerse. Tenía que hacerlo. ¿Estaba tratando de matarme? Echó las bragas hacia un lado y presionó con las puntas de sus dedos  en los moretones de mi trasero. Gemí. Él se puso de pie, y llevó el cinturón hacia mis nalgas haciendo un sonido de golpe húmedo. 
—Mucho mejor —dijo—. Cada vez que sientas mi cinturón quiero que me digas por qué te lo mereces.
El cinturón aterrizó con tanta fuerza en mi trasero que se envolvió alrededor de mis piernas. Me agarré del poste de la cama, presionando la cara contra mis antebrazos, luchando contra el dolor. No podía buscar algo en mi mente lo suficientemente rápido como para contestarle, todo lo que podía hacer era gritar y rogarle que se detuviera.
—Hazlo mejor —dijo y me azotó por detrás de la rodilla.
—¡Lo siento por haberte golpeado! —grité, era lo único que pude pensar. 
—Golpeado… ¿Qué? —gruñó.
Los golpes llegaron tan rápido que perdí la cuenta de cuántos fueron. Me resistía y gritaba por debajo de la correa.
—Eso, te   golpee, Amo. Lo siento. —Esto era un juego, lo sabia ahora. Si me olvidaba decir «Amo», me pegaba varias veces; de lo contrario, solo una.
En el momento en que terminó, mi garganta estaba lastimada, mi cuerpo ardía y la palabra «Amo» era más fácil para mí que llorar. Mi cabello estaba desparramado por todos lados, pegado al sudor que  me cubría de la cabeza a los pies. Mis rodillas se habían agotado durante la golpiza. Estaba colgada de los brazos, jadeando en busca de aire. Él también jadeaba. Agarró un cepillo de su valija lloriqueé.
—Por favor, no más… Amo, no más. —Mi voz era ásperamente débil, pero me respondió.
—Shh, mascota. —Cepilló mi cabello hacia atrás para amontonarlo en un moño en la parte superior de la cabeza. También me dio agua, tanta como quería. La mayor parte chorreó por mi cuerpo, pero se sentía tan bien que me encontré derramándola a propósito.
Me sacudí violentamente cuando estuve desatada. Solo era cuestión de desatar la cadena de las correas, soltando mis antebrazos, pero también al desatarme,  se desató un nuevo dolor. Caí al suelo y rodé sobre mi rostro. La picazón de la alfombra torturaba a mi piel. Grité al sentir sus dedos clavándose en mi carne lastimada cuando me levantó.
El edredón era diferente. Se sentía fresco y acogedor, y me retorcía contra él, con el trasero al aire. Ya no me importaba cómo me veía. No tenía decencia ni vergüenza. Él salpicó mi cuerpo con agua y todo lo que podía hacer era gemir.
 —Esto te va a doler un poco pero prometo que te sentirás mejor cuando haya terminado.
Mi cuerpo se tensó. Presione las nalgas juntas, con miedo de que no hubiera terminado con el cinturón todavía. Me estremecí cuando sus manos se pusieron en contacto con la piel herida. Me frotaba una crema fría, la sensación era tan deliciosa que me apoye en sus manos mientras la ponía. Estaba segura de que él había abierto mi piel en algunos lugares.

Quería llorar cuando se detuvo, pero no lo hice. Él se acostó a mi lado, con su rostro cerca del mío, pero no me aleje. Lo miraba directamente a los ojos. Y al sonreír, era  cálido, amable y acogedor. De alguna manera y contra todo pronóstico, todavía me recordaba a la primera vez que lo conocí. Cerré los ojos. Agotada, me dormí de nuevo. Esta vez no soñé.




Ahii el cap :3 comenteen chicas ...
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ZarryLoover
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Mensaje por direction_zap Sáb 29 Mar 2014, 8:50 pm

Agggg!! Zayn es un hijo de su ****** como le ase eso a la raya :'( pobresita tanto que sufre me da penita pero el muy maldito igual tiene su lado tierno por eso lo amo ajjaja okno ;) siguela
direction_zap
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Mensaje por happy*eva Dom 30 Mar 2014, 5:10 pm

Omg siguelaaa porfissss
lo siento por la demora de comebnar
happy*eva
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Mensaje por ZarryLoover Mar 01 Abr 2014, 9:24 am

direction_zap escribió:Agggg!! Zayn es un hijo de su ****** como le ase eso a la raya :'( pobresita tanto que sufre me da penita pero el muy maldito igual tiene su lado tierno por eso lo amo ajjaja okno ;)siguela
jajaja siii dan ganas de golpearloo y aldfkafja ¬¬
siii, de a poco saca lo suyoo :3


Si puedoo hoy la sigo!
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Mensaje por ZarryLoover Mar 01 Abr 2014, 9:25 am

happy*eva escribió:Omg siguelaaa porfissss
lo siento por la demora de comebnar
Sii hoy puedo la sigooo :3


Tranqila hermosa, todo bien!! :)
ZarryLoover
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Mensaje por ZarryLoover Miér 02 Abr 2014, 10:12 pm

Capítulo 5




Zayn entornó la puerta de la chica detrás de sí y la cerró, guardando la llave en su bolsillo. Puso la frente contra la puerta. Vio su cuerpo otra vez, yaciendo boca abajo en el colchón, las marcas entrecruzando la parte de atrás de su cuerpo desde el hombro hasta el tobillo. Quería trazar cada una con la punta de la lengua, sin dejar una sola parte de ella sin tocar.
A través de la puerta podía oír su llanto amortiguado y un extraño escalofrío le recorrió. La tensión giraba en su interior, manifestándose en todo su cuerpo, sus músculos tensos. Abrió las manos y las volvió a cerrar en puños apretados, los nudillos reventando y luego relajándose. Aflojó más el cuerpo, forzándose a sí mismo a relajarse. Eran las tres de la mañana. Estaba ansioso, sudado, y con necesidad de algo, cualquier cosa, una mujer, quizás.  Miró para otro lado, la suave tonalidad de las luces era tenue pero iluminaba lo suficiente.
Le gustaba esa casa. Le gustaba más con cada semana que pasaba en ella. Por lo que le habían contado, había sido una plantación de azúcar hasta que la revolución mexicana puso fin al trabajo esclavo. La tierra era estéril ahora, pero la casa permanecía en pie. El dueño había gastado cientos de miles en remodelar el hogar, poniendo electricidad en todas partes, aunque muchas cosas todavía estaban incompletas. La larga y cuadrada cocina todavía parecía caerse a pedazos, pero podías ver destellos de lo nuevo y lo moderno. Tenía una cocina de fogones, pero también un microondas de última generación. Las baldosas de cerámica bajo sus pies eran posiblemente las originales, pero la chimenea era eléctrica. De hecho, la única habitación de la casa que estaba completamente terminada era la que él estaba ocupando actualmente, la suite principal.
De fondo la chica seguía llorando, y el sonido de sus sollozos parecía amplificarse en sus oídos. Cuando cerró los ojos, su cerebro inmediatamente buscó el recuerdo de su cuerpo enrojecido atado al poste de la cama, abierto, a su total merced. Zayn dejó escapar un suspiro y se compuso. Quizás hiciera una visita al bar que había calle arriba y encontrara a una mujer más que hospitalaria para sacarse de la cabeza a la chica que estaba tras la puerta cerrada. Se pasó los dedos por el pelo y exhaló otra ráfaga de aire mientras ponía rumbo a la cocina. Abrió la puerta del frigorífico y el frío y cenagoso aire se sentía bien contra su piel. Demasiado bien.  
Cada terminación nerviosa de su cuerpo estaba alerta en ese momento. Incluso las ropas que vestía añadían una fricción cuando se movía. Apoyando el codo en la puerta del frigorífico, Zayn se inclinó y cerró los dedos alrededor de una botella de Dos Equis. La condensación de la botella le recordó instantáneamente al sudor.
Pensó en la chica otra vez, y en otras chicas, esclavas anteriores; nunca se cansaba de su sabor salado, y del dulce olor del sudor. Solo las mujeres podían presumir de semejante cosa. Solo las mujeres eran capaces de ser tan jodidamente sexys que querías lamerlas para dejarlas limpias cuando ellas consideran que están sucias. Cerró los ojos, apoyando la frente contra el congelador mientras satisfacía las sensaciones que le atravesaban. Sonrió débilmente para sí mismo antes de que se desvaneciera. Abrió los ojos y se apartó del frigorífico, cerrándolo con suavidad. Él había vencido y ella se había sometido. Una pequeña victoria, pero era un comienzo.
Zayn abrió la tapa de la botella, dejando que el metal resbalara por la encimera de granito. Se llevó la cerveza a los labios. Fuerte y frío, el líquido gaseoso se precipitó por su garganta disipando parte del calor de su cuerpo. No podía negar lo bien que se sentía. Se sentía poderoso, y no había nada más importante que el poder. Incluso la chica parecía saberlo o no habría tratado de desafiarlo a cada momento.
Se inclinó contra la encimera, con la bebida en la mano pero sin beber. La chica estaba totalmente loca, pensó. Su boca se curvó hacia arriba en las comisuras, una sonrisa de suficiencia amenazando con convertirse en una sonrisa completa. Si ella supiera con quién estaba tratando, no intentaría provocarle tanto. Era una adversaria rotunda. Se estremeció, recordando como su rodilla había chocado con sus huevos. ¡Joder! Había sido afortunada de que no le hubiera puesto una correa en el culo en ese momento. Si lo hubiera hecho, quizás el incidente de la comida no hubiera ocurrido.
Un corto estallido de carcajadas escapó de sus labios mientras rememoraba la expresión de su cara cuando le había dicho que lo llamara Maestro. Sus ojos lo habían dicho todo en aquel momento. Iba a tener que destrozarla hasta los cimientos para tener oportunidad de reconstruirla de nuevo. El desafío era fascinante, por decir poco. Verdaderamente inesperado.
Bruscamente, la sonrisa de Zayn se desvaneció. Bajó la mirada al desagüe, las gotas de agua que resbalaban por los lados de la botella caían despacio, otras gotas resistían en sus dedos luchando por su preciada vida antes de caer, cayendo y deslizándose hacía el desagüe. Se quedó en pie, tomando un largo trago de la botella. Sí, él la iba a destrozar y a reconstruir de nuevo, por Vladek. Ella era el instrumento de venganza suyo y de Rafiq. A través de ella, llegarían lo suficientemente cerca como para matar a ese hijo de puta. Tenía que darle un  rápido final a su naturaleza rebelde, no admirarla. Tenía que hacer salir a la Sumisa que había visto. Las Sumisas eran supervivientes.
Había subestimado a la chica en algún aspecto. Durante semanas la había observado, y durante semanas ella había jugado a ser un camaleón en potencia. Había convertido en un hábito vestir de forma masculina, con ropa sin forma, cuando caminaba por su propio vecindario. Al principio había pensado que era una simple elección de moda, pero no había pasado mucho tiempo antes de que se volviera menos convencido de su valoración inicial, especialmente cuando la vio vestir faldas coquetas y camisas de colores brillantes a través de las vallas de su escuela. Después de eso, la clasificó como una mujer que entendía lo importante que es adaptarse a su entorno. Ella sabía que vivía en un mundo de hombres, y reaccionaba acorde a eso.
Era importante para las chicas en su posición, en este tipo de situación. Para sus padres ella debería haber sido la hija adolescente de la que no tendrían que preocuparse, porque no vestía ropas provocativas para atraer a los jóvenes chicos cachondos. En su vecindario, era una chica invisible, nadie de interés. Pero por dentro, seguía siendo ella, quién quiera que fuera. Y quién quiera que ella fuera, le suplicaba bajo su camuflaje.
Había sido inevitable seleccionarla en aquel momento. Era la única que resaltaba a su vista, aunque aún no entendía completamente porqué. Y entonces, ese día en la acera, durante su extraño encuentro, había sabido que tenía que tenerla. Había dejado huella en él; dejaría huella en otros. Quizás había cometido un error en aquel aspecto, eligiendo a alguien que había encontrado indefiniblemente atractiva.
En su lugar, el misterio lo había llamado más cerca y ahora se encontraba más confuso, hecho un lío. De pronto parecía un desperdicio que semejante regalo fuera a ser para Vladek. Se dio la vuelta, apoyándose contra la encimera, el borde clavándosele en la columna. Una mano agarraba el borde de la encimera, la otra sostenía la botella, enfriándose rápidamente mientras venas de agua caían en cascada por su brazo. Bebió. Mucho dependía de la chica, y en su momento, de él. Aparte de su propia venganza, no podía fallarle a Rafiq. Vladek Rostrovich tenía que morir. En esto, Rafiq y él nunca habían estado en desacuerdo. En cuanto a cómo ejecutar cada paso, era algo diferente. Tomó otro trago, paladeando el líquido en su boca antes de tragarlo y sentirlo llenándole.
Destruir vidas era algo en lo que era bueno, esto no era diferente, por supuesto. ¿O lo era? Vació la botella, saboreándola poco, pero queriendo más. Se giró y la enjuagó, observando el agua salir disparada.  La chica estaba genuinamente aterrorizada de él, de eso estaba muy seguro. Tenía que usar eso en su beneficio. Bajo su tutela, se convertiría en lo que fuera que ella necesitara ser para sobrevivir. Aceptaría la suerte que le había tocado y haría lo mejor. Encontraría cualquier cosa buena que hubiera en lo malo, por mucho tiempo que durara. Lucharía con él, eso estaba claro, pero la convencería a pesar de sí misma.
Se terminó la botella, que no había hecho nada por él, todavía inquieto. Caminó hacia el frigorífico otra vez, y abrió otra. Repetición. Otro sorbo, otro trago, el tercero ya creciendo.
Nuevos pensamientos le distrajeron. ¿Qué podría hacer con la chica cuando todo estuviera dicho y hecho? Permaneció quieto, escuchando la casa, esperando señales de la chica, pero no había nada, ningún clamor desde detrás de la puerta cerrada. Ningún alarido desesperado, solo una chica, planeando su tiempo. Caminó hacia la mesa y sin hacer ruido apartó una silla. Otro largo trago de cerveza, su mirada pasó alrededor de la habitación. Se sentó. ¿Qué podría hacer con una chica que nunca confiaría en él? Zayn bebió, posó la botella en la mesa y se sentó más cómodamente en el asiento, con la cabeza hacia atrás y respirando por la nariz con los ojos cerrados.
No sabía nada sobre sentir cariño por una mujer a largo plazo. Había oído mucho acerca del amor en los últimos doce años, pero nunca sintió de lo que la gente hablaba. Pasó los dedos arriba y abajo por el cuello de la botella distraídamente. La única persona por la que sentía algún tipo de afecto era Rafiq, pero dudaba que pudiera llamarlo amor. Zayn entendía a Rafiq, entendía su ira y su necesidad de venganza. Confiaba en Rafiq con su vida. Sin ese hombre para darle un propósito, habría estado perdido y por ello lo respetaba. ¿Podía el entendimiento, la confianza y el respeto igualar al amor? No lo sabía. Rafiq le había enseñado a leer y a escribir, a hablar cinco idiomas, a seducir a una mujer, a esconderse a plena vista y a matar, pero nunca a amar.
Se volvió a reclinar otra vez, bebió, y luego dejó la botella en un sitio diferente. Se quedó mirando fijamente al anillo de agua en la superficie suavemente lacada de la mesa. Inclinándose hacia adelante, arrastró la otra mano a través de él, creando dos largas estelas translucidas. Habían viajado a lo largo de la superficie de la mesa, hábiles y solitarias antes de colisionar una contra la otra cuando sus dedos se juntaron.
Hace unos pocos años, Rafiq conoció a una mujer. La mujer era ahora su esposa y le había dado dos hijos. Zayn nunca los había conocido, nunca lo haría y nunca había esperado hacerlo. Entendía completamente su papel con Rafiq. Aunque le proporcionaba un gran respeto y un afecto apropiado que alguien como Rafiq  hubiera alcanzado la madurez, Zayn no tenía familia. No era una situación confusa para él, los vínculos habían sido claramente definidos y constantes a una edad temprana. Lo que él era, un compañero fijándose las mismas viejas metas.
Encajaba bien teniendo en cuenta que él no sabía nada de la otra vida de Rafiq, de la familia. Apenas se acordaba de la suya. Había muchas cosas que no podía recordar: su cumpleaños, su edad, cuál solía ser su nombre. No le molestaba no recordar, aunque a veces deseaba saber dónde había crecido para poder evitarlo. Ese pequeño detalle tenía la habilidad de ponerlo de nervios cuando se veía forzado a visitar América por una razón u otra. ¿Qué pasaba si tenía una madre que creía que estaba muerto? Era su horror secreto llegar a contemplar a una madre eufórica al verlo. Porque quién quiera que hubiera sido su niño robado, estaba definitivamente muerto, y Caleb quería que siguiera estando así.
La botella, vacía de nuevo de algún modo, descansaba en su mano, todavía fría al tacto. Se levantó tan discretamente como se había sentado y silenciosamente se movió a través de la cocina. Enjuagó la botella, escuchando el suave glup-glup del agua cayendo por el desagüe. Tomó una suave toalla y limpió cualquier evidencia de su presencia. No era el olvido lo que a Zayn no le gustaba, era el recuerdo.
Necesitaba una ducha y muchas más cervezas. Echaría de menos la cerveza cuando fuera tiempo de volver al seco y exánime Pakistán, era una excelente ayuda en el proceso de olvidar. Solo esperaba que el bar en este pedazo de mierda de ciudad estuviera todavía abierto.
Una vez en su habitación, Zayn se quitó la ropa y caminó hacia el baño para darse una ducha. Ajustando la temperatura del agua, dejó que el cuarto se empañara antes de entrar finalmente dentro para poner la cara bajo los chorros. El agua lavó su desnudez, escaldándole ligeramente, pero le dio la bienvenida al leve dolor. Nunca lo admitiría, pero de vez en cuando, necesitaba sentir dolor tanto como necesitaba repartirlo.
Una vez más, imaginó a la chica, boca abajo en el colchón, marcas entrecruzando la parte de atrás de su cuerpo, desde el hombro hasta el tobillo. Era perversa la forma en que esta imagen en particular le afectaba. Le excitaba en lugar de enfermarle. Era irónico. Incapaz de luchar contra ello, pensó en el pasado y en Rafiq.
 
***
 
Vladek no había sido siempre rico y poderoso. Hacía tiempo, el sórdido ruso había sido un mercenario y un traficante de cualquier cosa que pudiera ser vendida:  drogas, armas, gente, no importaba. Viajaba a través de Rusia, India, Polonia, Ucrania, Turquía, África, Mongolia, Afganistán, y, un fatídico día, Pakistán.  Muhammad Rafiq era un hombre joven entonces, un capitán del Ejército Pakistaní bajo la  dirección de un entusiasta General de Brigada. La guerra contra Saddam Hussein apodada por los americanos como Tormenta del Desierto estaba en pleno desarrollo y Rafiq había sido llamado para asistir a las fuerzas de la coalición en el terreno.
Rafiq, cuyo padre había fallecido, prefirió permanecer cerca de su hogar hasta que pudiera dejar las cosas arregladas para su madre y su hermana, pero no pudo ser. El General de Brigada estaba ansioso por ascender y no había un rango más elevado que la guerra. La ausencia de Rafiq era inevitable y finalmente desastrosa, ya que fue durante su ausencia de dos años que Vladek puso los ojos en la hermana de Rafiq, A’noud. Para cuando Rafiq volvió con la feliz noticia de que había ganado el rango de Teniente Coronel, su madre había sido ya asesinada seis meses antes y su hermana estaba desaparecida.
Asumiendo la responsabilidad, Rafiq dedicó cuantos recursos estaban a su disposición para descubrir la identidad del asesino de su madre. Siguió cada pista, persiguió cada rumor tratando de averiguar si su hermana continuaba con vida.
Le llevó a Rafiq tres años oír el nombre de Vladek Rostrovich. Después de matar a la madre de Rafiq, se había llevado a A’noud, pero aparentemente se había cansado de ella después de un corto tiempo. La había retirado a un burdel, establecido por él en Teherán.
Rafiq fue a Teherán, pero como su madre, A’noud había muerto tiempo antes de que él llegara a rescatarla. Con su esperanza de encontrarla con vida dispersa como cenizas en el viento, su fervor por la venganza solo creció. Iba a quemar el burdel hasta los cimientos, matar a cada cliente y dejar al propietario para el final. Si luego le llevaban a un consejo de guerra y lo condenaban a muerte, era un riesgo que estaba dispuesto a asumir.
Pero entonces oyó un sonido, tan indescriptiblemente horrible que había dado voz a su propio sufrimiento. Siguió el chillido hasta una puerta que lo cambiaría todo: acurrucado en sangre y suciedad, la oscuridad rodeando su pequeña, temblorosa y enfadada figura, estaba un chico que necesitaba desesperadamente un médico. Un chico al que el propietario llamaba kéleb, «perro». Dolido, disgustado y de luto por su hermana, Rafiq reconoció la mirada en los ojos del kéleb. Eran ojos que sabían la angustia de estar indescriptiblemente dañado.
Esperaban una muerte que podría no llegar demasiado pronto. Rafiq ofreció  comprar al chico al propietario, quien le advirtió que estaba cerca de la muerte y que no le ofrecería una devolución. Rafiq aceptó las condiciones y cuidadosamente envolvió al herido y lloroso perro en lino, de forma que lo pudiera llevar al hospital.  Kéleb había sido increíblemente desconfiado al principio, nada convencido de que Rafiq no deseara hacerle las mismas cosas que los demás. Atacó a Rafiq repetidamente, golpeando, arañando y dando patadas salvajemente sin preocuparse por cómo se lesionaba a sí mismo en el proceso. Rafiq lo había sentido por él, pero también era impaciente y poco dispuesto a sufrir los repetidos ataques de un adolescente iracundo. Solía forzarle a calmarse, hasta que pudiera hacerle razonar.
No fue hasta que Rafiq le ofreció una muestra de algo que ansiaba, que Kéleb se transformó en algo mayor que su miedo. Bajo una capa de oscuridad, había aprendido a matar por primera vez. Fue demasiado fácil, demasiado rápido. Mientras Rafiq montaba guardia en la puerta, Kéleb disparó y mató al hombre que lo había atormentado la mayor parte de su vida. Se había quedado de pie junto al cuerpo, admirando el gran agujero que una vez fue la cara de Narweh. En la mano sostenía la Magnum calibre 44 que Rafiq le había prestado para la ocasión favorable.
El arma se la había dado un oficial americano como muestra de gratitud porque Rafiq le había salvado la vida. Rafiq dijo que era el arma de «Harry el Sucio», pero Kéleb no conocía a ese hombre. Solo conocía la maldita cosa que le había tirado hacía atrás al suelo. Se había perdido el espectáculo de ver la cara de Narweh explotando, solo pudiendo apreciar el daño después. Quién quiera que fuera Harry el Sucio, admiraba su armamento.
Luego, esa tarde, Rafiq había renunciado a la propiedad del arma de Harry el Sucio, en favor de Kéleb y le había confiado la historia de cómo había llegado a encontrarle aquel día en Teherán. Rafiq habló sobre su madre y su hermana, de la futilidad de su búsqueda de Vladek, pero, sobre todo, de su pasión por la venganza. Cuando terminó, una alianza estaba formada, un pacto tan sólido, que hacía todo lo demás irrelevante. Esa noche, después de que el chico confesara no tener recuerdos de ningún nombre excepto perro, Rafiq rebautizó al chico como Zayn, «el leal discípulo ».
 
***
 
Zayn parpadeó; el agua se había vuelto fría contra su piel. Salió de la ducha, sintiéndose como si hubiera sido inútil. Habían pasado doce años desde esa noche  en Teherán. Doce años. Cinco, desde que se había cuestionado por última vez por qué estaba haciendo una cosa u otra.
Al principio, cuando había sido un hombre joven a la sombra de un poderoso oficial militar pakistaní, las especulaciones acerca de su relación y el pasado de Zayn habían proliferado. Las lecciones de la vida llegaban por caminos inesperados, aunque, ahora, como un hombre, sabía que algunas habían sido inevitables. Como el día en que Rafiq le había enseñado a mitigar los rumores haciendo que la voz más alta se callara, permanentemente. Había sido más duro que matar a Narweh, pero más fácil de lo que había pensado que sería. Los hombres que habían dicho semejantes cosas no eran buenos hombres y eso los hacía más fáciles de matar.
Pero a pesar de ello, los susurros en voz baja, las sonrisas condescendientes y las miradas especulativas le decían que todavía había algunos que dudaban de sus motivos y autenticidad en su mundo. El respeto llegaba con un precio muy alto en el mundo criminal, incluso mayor en Oriente Medio, y especialmente para un occidental como Zayn. No podía haber un camino a medias, Rafiq se lo recordaría; era o todo, o nada. Si Zayn buscaba cualquier posibilidad de encontrar a Vladek, tendría que aventurarse en su mundo.
Así comenzó su viaje dentro del mundo de entrenar esclavas sexuales. Tiró la toalla a un lado, caminando desde la parte más alejada de su dormitorio, pasando de largo su cama hasta las grandes ventanas. Descorrió la cortina a un lado, mirando fijamente al exterior. Estrellas, un horizonte oscuro; el velo negro de la noche y una luna poco dispuesta a mostrarse.
El viaje no había sido fácil. Era más sencillo matar hombres culpables que vender a mujeres inocentes. Era un aprendizaje de insensibilización y resolución, y elegir un camino que prometía la anulación del alma. A pesar de todo eso, Zayn había seguido adelante. Las entrenaba con la ayuda de Rafiq al principio, luego por sí solo. Y con cada esclava que sacaba a subasta, adquiría reconocimiento en el sórdido mundo de la venta de sexo. Con cada acaudalado, pudiente y deshonesto hombre de negocios que presumía de las destrezas de Zayn, adquiría una mejor posición entre la élite de los bajos fondos. Con cada éxito, profundizaba más en la oscuridad y estaba más cerca, esperaba, de encontrar a Vladek.
Pero los años pasaban, y Vladek había permanecido evasivo. Mientras tanto, Zayn  se había encontrado más envuelto en el mundo que quería destruir. Con cada acto, viajaba hacia el centro, hasta que un día, cuando miró atrás, encontró que ya no podía ver el camino por el que había venido. Había querido salir. Había pasado tanto tiempo, años sin una palabra de Vladek Rostrovich, de dónde había ido o qué  había ocurrido con él. El apetito de venganza de Rafiq aparentemente nunca había menguado, pero había veces que Zayn se preguntaba si eso también se había convertido en poco más que un hábito. Había empezado a formular su plan para dejar que Rafiq supiera toda la confusión que había en su interior.
Como el destino quiso, fue en esos mismos días, siete años después de que Rafiq le hubiera sacado de aquel burdel, que alguien reconoció al trigésimo sexto hombre más rico del mundo, Demitri Balk, como el antiguo gánster Vladek Rostrovich. En siete años, Vladek había crecido en fortuna, privilegios y poder. Había usado la fortuna adquirida de sus actividades clandestinas para pagar sus ambiciosos negocios legales. Ahora poseía la mayoría del acero y una gran cantidad de tierras ricas en petróleo en Rusia, minas de diamantes en África y suficientes valores en grandes compañías europeas como para hacer al mundo olvidar sus, menos que humildes, comienzos. Estaba fuertemente protegido y era ampliamente desconfiado.
Si Zayn había tenido alguna oportunidad de abandonar la vida que había creado, se evaporó en aquel momento. Él y Rafiq fueron de nuevo una única mente, con un único objetivo. Harían cualquier sacrificio que fuera necesario para alcanzar su meta. Zayn había ido lejos, ahora estaba resuelto a llevarlo a cabo. Le debía a Rafiq al menos eso, si no más. Pero después de doce años de espera, no era solo venganza lo que mantenía a Zayn adentrándose en la oscuridad. Era la estúpida esperanza de que hubiera verdaderamente alguna luz metafórica esperándolo al final.
Dejó que la cortina cayera de vuelta a su lugar, la vista le era indiferente mientras sus pensamientos habían vuelto a la chica secuestrada en la habitación al otro lado del amplio salón, y al final del corredor. Su papel era más importante que el que ella pudiera imaginar jamás. También le debía algo, algún día. Pero por ahora, la necesitaba. Vladek no era un hombre al que fuera fácil llegar, especialmente enmascarado como Demitri Balk, billonario. Le había llevado cinco años volver a sus raíces, volver al mercado de las esclavas.
Zayn estiró la cabeza, estremeciéndose mientras un músculo de su cuello se contraía y giró de nuevo a su posición tensa. Fue hacia el armario. Después de doce años de planificación, maniobras e infiltración, el momento que Rafiq y Zayn habían estado esperando, finalmente se aproximaba. El cuatro meses tendría lugar el Zahra Bay' en Pakistán. La primera fase del plan estaba completa. Tal como iba, todavía no estaba seguro de la virginidad de la chica, pero lo averiguaría. Sería un pequeño contratiempo si llevaba a una esclava sin «flor» a una subasta de flores, pero Rafiq mantenía que su  nacionalidad, junto con su belleza, tal como Zayn la había descrito, aseguraría su estatus como la esclava más deseada de la subasta.
Zayn, a medio vestir, sacó su camisa de Armani y empezó a abotonarla con dedos hábiles. Al principio no había estado de acuerdo con Rafiq, no había visto el propósito de buscar a una americana, con su moral flexible y su obstinación como marca registrada. Pero ahora, actualmente experimentando una extraña clase de fascinación, tenía que admitir que Rafiq tenía razón. La chica era de alguna manera diferente, única. Levantó los brazos y terminó de abotonar la camisa, dejando la garganta expuesta. Buscó sus gemelos. Cuando, no si, Vladek pujara por la chica, tendría que preguntar por su entrenador.
Entonces, como fuera que el momento se revelara, ofrecería a Vladek a la chica como un regalo, una muestra de su admiración, su manera de solicitar una audiencia. Desde ahí, todo dependía de la impresión que causara. Vladek tendría que estar muy impresionado, no solo con la chica, sino con él. Lo suficientemente impresionado como para otorgarle acceso a su cerrada vida. Conseguiría el acceso; encontraría la mejor manera de arrebatarle a Vladek todo lo que amaba y apreciaba antes de matarlo. La muerte de Vladek no sería tan rápida como la de Narweh. No habría una Magnum calibre 44 en su cara para matarlo apresuradamente. Rafiq y Zayn habían esperado doce años para saborear la venganza; se recrearían como correspondía.
Mientras tanto, esperaba que la chica se comportara como la superviviente que era. Entonces, cuando todo estuviera dicho y hecho, cada uno de ellos, Zayn, Rafiq y la chica, encontrarían una manera de seguir adelante. Solos. Completamente vestido, tomó la llave del bolsillo de atrás de sus otros pantalones y la puso en el par actual. Luego se pasó los dedos por el pelo mientras evaluaba su reflejo. Sus pestañas eran demasiado largas, su boca demasiado gruesa, toda su cara era contraria a su incuestionable masculinidad. Era demasiado... condenadamente guapo y ese siempre había sido su problema. Si hubiera tenido algún defecto físico, aunque fuera pequeño, su vida entera habría sido diferente.
Encarando la puerta, se llevó el arma de Harry el Sucio, con él; necesitaba el frío y pesado metal para recordarle que ya no sería «guapo» nunca más. Agarró su chaqueta, poniéndosela y colocándose la funda de la pistola. Sin mirar atrás, cerró la puerta en silencio. Caminó por el pasillo, pasando por delante del sofá antiguo hacía la puerta principal. 
El tenue ajuste de las luces de la casa a esa hora de la noche, era funcional y por precaución. Nadie sabía que estaban allí, excepto aquellos que habían viajado con él, pero confiaba en ellos menos que en los extraños. Aproximándose a la puerta, sus ojos se clavaron una vez más en la puerta del dormitorio de la chica. Pasaría seis semanas con ella. Seis semanas para hacerla entender todo lo que se requería de ella. Luego, irían a Pakistán para reunirse con Rafiq. Dada su naturaleza implacable, sería menos que amable con ella si no obedecía al momento en que le diera órdenes. Vladek era incluso menos que eso. Tenía que estar lista para adaptarse, para sobrevivir.
Zayn caminó a través del vestíbulo, sus zapatos haciendo suaves susurros a través del suelo de cerámica. En el momento que abrió la puerta, la noche lo atravesó. Se paró en el umbral. De repente no estaba inquieto, ansioso o cachondo. Por un momento, no quiso irse. Pero sabía que lo necesitaba, así que lo hizo. 
La noche era calurosa, pero confortable y parte de la ansiedad de Zayn empezó a sosegarse. Las calles sucias y sin pavimentar del pueblo parecían casi totalmente desiertas. No se podía oír ningún sonido desde el interior de las pequeñas casas de hormigón o madera de los habitantes. Mientras caminaba, prestó gran atención al suave y casi imperceptible ruido sordo de sus pasos encontrándose con la tierra compacta.

Contra la quietud de la noche, el sonido de los grillos frotando sus patas furiosamente, parecía un ruido atronador, pero un agradable acompañamiento a sus pasos. Cuanto más lejos avanzaba por la carretera, menos oía los grillos y sus pasos, hasta que finalmente estuvieron completamente ahogados por la música y el ruido. El bar en aquel pedazo de mierda de ciudad estaba, en efecto, abierto. La boca de Zayn se curvó hacía arriba por las comisuras.


REINAS... :3 ahi el cap--
El qe sigue es mas... um, emocionante(? perver(? con ___... jaja siip..
Buenoo creo qe lo subire el Viernes.. Pero si hay MUCHOS comentarios les hago una mini maraton :3


¿Qieren? 
Yoo se qe siii jajaja
comenten y moriran del contenido de los caps boe jajaa---


Las amodoroo beias <3
ZarryLoover
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Mensaje por direction_zap Sáb 05 Abr 2014, 6:22 am

HAAAAAA!!!! Por que eres malita y me dejas con la intriga :( siguela pliss quiero que zayn y la raya se lleven mejor me me gusta ver que sufren :( pooooooorr favooooorrrr siguelaa pliss ;)
direction_zap
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Mensaje por Anne.Payne Sáb 05 Abr 2014, 1:16 pm

Holiis soy la nueva.. soy ana :) eehesta muy buena.. he leido 50 sombras y me encanta. No puedo vivir sin eso libros jaja! Pliis siguela no quiero tener esta intrigaa
pd: soy de argentina :)
cuando subes capituloo voy a moriir? … chauuchiis
Anne.Payne
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Mensaje por happy*eva Dom 06 Abr 2014, 4:13 pm

Aaaa porque la dejaste alli fue tan javsjabs ooo y la istoria de zayn es un poco tristee y lo que aran despues uyyy cada vez esto es mas entrete ya sigela

Sii algo pero grasias por preguntar

aaasss si as maratonn por fis esto es realmente buenoo aaaa y si los capitulos son asi como dises me mataras ok no literalmente pero quedare con secuelas jajajjaa naaaa ya sigelaaa porfisss ;)
happy*eva
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Mensaje por direction_zap Jue 10 Abr 2014, 6:13 pm

Hayy mujer por que no la sigues me muero por dios!! Sigielaa si no le dire a harry que te rove el aconicionador y tu gato :p sigielaa??
direction_zap
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Mensaje por direction_zap Jue 10 Abr 2014, 6:13 pm

Hayy mujer por que no la sigues me muero por dios!! Sigielaa si no le dire a harry que te rove el aconicionador y tu gato :p sigielaa!!
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Mensaje por PerrieDirection Sáb 12 Abr 2014, 1:46 pm

Assdssdadas
Siguelaaa :)
PerrieDirection
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Mensaje por ZarryLoover Vie 18 Abr 2014, 6:07 pm

SUBIENDOO CAPS....


jojo




Sorry chicas, no pude!!!
ZarryLoover
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Mensaje por ZarryLoover Vie 18 Abr 2014, 6:12 pm

Capítulo 6




Fuera estaba lloviendo. Podía oírlo. Tomando una profunda respiración, abrí lentamente los ojos, olvidando por un momento dónde estaba, pero entonces la tristeza me consumió. No sabía exactamente qué día era. Él me mantenía en la oscuridad, siempre, con solo las luces de la noche para guiarme por la habitación. No sabía por qué hacía las cosas así. Si era para desorientarme, estaba funcionando. Nunca me di cuenta de cómo la incapacidad de contar el tiempo podía hacer estragos en la comprensión de la realidad. Era fácil perderse en la oscuridad sin fin y en el paso de las horas.
Pensé mucho en mi casa, en mi madre y en lo que ella podría o no estar pasando. Quizás se lamentaba por todas las veces en que no me dijo que me quería. Quizás se arrepentía de no haberme dado aquellos abrazos que necesitaba tan desesperadamente. Ahora era demasiado tarde. Me preguntaba si tenían alguna idea de dónde podría estar o si la policía ya le había dicho a mi madre que las esperanzas de encontrarme habían desaparecido. Conté los días revisando mis comidas. Había comido seis desayunos hasta el momento. Quería irme a casa.
El día, las horas, cualquiera que fuera la longitud temporal que había pasado después de esa primera paliza había creado un cambio en la relación entre mi captor y yo. Mientras dormía, él se había hecho amo de mi destino, y no pude hacer nada para impedírselo. Abrí los ojos al día siguiente y en ese momento él estaba entrando en mi habitación con el tarro de crema fría que me había echado después de mi castigo. Su rostro había estado más serio. Desprovisto de la constante insinuación de sonrisa. Había sabido al instante que no debía poner a prueba su paciencia.
Había dormido sobre mi estómago, exactamente como él me había dejado, sin fuerzas ni ganas de moverme. Mi piel, desde el hombro hasta el tobillo, y a través de mi espalda especialmente, se sentía dolorosamente tirante y picaba. Cada vez que movía la cabeza, mis hombros quemaban y dolían. Era un dolor que se extendía hasta mis piernas. 
Él se quedó quieto sobre mí, al lado de la cama, respirando profundamente y exhalando lentamente. Me pregunté si sentía alguna vergüenza por lo que me había hecho. 
—¿Puedes levantarte? —inquirió. Su voz sonaba distante, indiferente a mi respuesta. 
—No lo creo —grazné, mis ojos ardían con lágrimas—. Me duele Amo. —Mantuve la cabeza baja, esperando que el entendiera lo difícil que había sido para mí solo dirigirme a él como deseaba.
Su voz bajó, suavizándose. —Apuesto que lo hace, pero mira lo que ha pasado por tus modales. 
Apreté la mandíbula, sin decir nada.  Ahora, todos esos días después, temía y esperaba con impaciencia su compañía, por ninguna otra razón que odiar mi soledad y la oscuridad.  Me deslicé fuera de la cama y por primera vez en unos días no sentí aquel horrible dolor punzante. Me levanté cuidadosamente, mis músculos se contrajeron con fuerza y se resistieron. Hice una mueca, el dolor resonó a través mí. 
Los días, no sé exactamente cuántos quizás tres, a raíz de ese horrible encuentro me los había pasado acostada bocabajo con Zayn a mi lado. Él me había ayudado a levantarme cuando tenía que ir al baño, negándome intimidad con el pretexto de ser de utilidad. Él me había bañado, alimentado, y colocado cada pedazo de comida en mis labios para que yo lo tomara cuidadosamente de su mano. A veces me sentía como una muñeca. Cuando me resistía o mostraba indecisión, la palma desnuda de  su mano golpeaba contra mi trasero en carne viva convirtiéndose en estímulo suficiente para obedecer. Renunciando a mi voluntad, era el precio que había pagado.
La fría crema era aplicada al menos dos veces al día y siempre agitó las más extrañas emociones en mí. Él me tocaba mientras me extendía la crema. Aunque trataba que pareciera hacerlo de manera casual, a mi me parecía preciso, calculado.
El empezaría por mis tobillos, que por lo general hacía que me mordiera el labio de puro éxtasis. Nunca antes había tenido a alguien masajeándome y nunca había sabido que mis tobillos necesitaran tanta atención. Cuando él me tocaba, hacía que las cosas se sintieran mejor sin ser yo consciente de sentirme tan mal. Yo yacía completamente inmóvil, intentado tan fuerte como podía, no darle ninguna indicación de que sus atenciones me resultaban embriagadoras. Entonces él me agarraba las pantorrillas y masajeaba mi carne con sus dedos hasta que yo dejaba escapar un largo y bajo suspiro en mi almohada. Siempre se las arreglaba de alguna manera para fisgonear en mis siempre tan levemente separadas piernas, frotando tan cerca de mis regiones inferiores que yo luchaba por no gritar: «¡Basta!». Sin embargo, él habla conmigo cada vez que masajeaba mis nalgas. Creo que le entusiasmaba de manera inimaginable el hacerme sentir incómoda. Un día resultó ser aún peor por su incesante interrogatorio.
—Así que nunca has estado con un hombre. —Eso fue más una declaración que una pregunta, como si estuviera hablando de cosas que ya sabía. Me pregunté cómo hice para que resultara tan obvio.
—No Amo.
—¿Mujeres?
Negué con la cabeza rápidamente. 
—No Amo. —Pero había mentido.
Yo había estado con una mujer antes, bueno, una niña. No sé si yo lo definiría como sexo, principalmente ella me dejaba tocarla, besarla. Nicole y yo nunca habíamos  estado con un chico. Supongo que estábamos experimentando con cosas. Su piel era tan suave, rosada, y siempre olía ligeramente a vainilla. Me encantaba la sensación de sus pequeños pezones poniéndose duros en mi boca mientras chupaba suavemente, de vez en cuando los mordisqueaba con mis dientes. Ella no estaba totalmente desarrollada aún. Sus pechos eran mucho más pequeños que los míos, pero no menos hermosos. Su boca era muy diferente a la de mi novio. Era más blanda, suave y delicada. Había sido extraño estar pensando en ella mientras él me frotaba. Un pequeño nudo de presión se formó entre mis piernas y solo por un momento, mientras mi piel se rendía a sus caricias y mi mente se adentraba en las fantasías, quise que él me tocara allí.
—¿Alguna vez te has tocado? —Con el rostro ardiendo miré hacia otro lado y escondí la cara entre las manos así como en mi almohada. Él soltó su característica risa burlona, pero no me obligó a responder. Estaba empezando a acostumbrarme a sus atenciones, considerándolas más como una rutina que íntimas. Otras cosas aún me hacían sentir incómoda. La desnudez era definitivamente algo a lo que me había acostumbrado. Comenzaba a sentirme agradecida de que nadie más que Zayn entrase y saliese de mi habitación pero incluso él me hacía sentir increíblemente avergonzada. Cualquier tipo de ropa era demasiado incómoda.
Incluso el edredón, una vez tan suave contra mi piel, me parecía abrasivo ahora que me estaba curando. Odiaba sentarme sobre él cuando tomaba mis comidas. Entré en el cuarto de baño, todavía desnudo y con aspecto de prisión, y me miré en el espejo. El moratón se había desvanecido volviéndose de un verde claro, mi cara ya no estaba hinchada y mi pelo estaba hecho un desastre. Me miré durante un largo rato. ¿Quién era esa chica que le devolvía la mirada? Me levanté el pelo para mirar el collar que me rodeaba el cuello. Tuve que admitir, el efecto era deslumbrante. Parecía una exótica criatura capturada en las selvas tropicales de Brasil. Me pregunté por enésima vez cuáles eran los motivos de Zayn para mantenerme prisionera. Estaba desnuda a su alrededor cada día y sin embargo él no había hecho ademán de aprovechar al máximo lo vulnerable que yo era. Estaba a su completa merced. Hubieron momentos en los que parecía que le costaba  contenerse, pero lo hacía, siempre. Deslicé el índice dentro del aro que había en el frontal, tiré de él, era muy seguro.
Las muñequeras también eran parte de mi atuendo permanente ya que también estaban aseguradas con candados. Podría haber intentado cortarlas, pero no había nada en la habitación que pudiera usar. Las restricciones me hacían sentir de alguna manera más desnuda; llamaban la atención sobre el hecho de que no tenía nada más puesto. Me di la vuelta, inspeccionando, como hacía cada día, la amplia gama de marcas de cinturón aclarándose.
La puerta se abrió. El «amo» entró con el desayuno. Me dirigí hacia el marco de la puerta del cuarto de baño, mirándole fijamente mientras cerraba la puerta con el pie. Lo juro, ese hombre no dormía nunca. No estaba segura de qué hora era, pero de cualquier manera me pareció demasiado pronto para que él estuviera duchado y vestido. Él siempre iba vestido como si fuera a una fiesta o a salir por la noche, nunca llevaba algo informal o cómodo. Excepto, por supuesto, del día que nos conocimos. Salté cuando él habló.
—¿Por qué te tapas? —Inmediatamente miré al suelo pero no aparté las manos de mis pechos.
—Estoy desnuda Amo —le contesté con voz trémula.
Dejó la bandeja sobre la cama. 
—Has estado desnuda delante de mí antes. ¿Por qué de repente estás siendo tan modesta? Baja las manos y ven aquí. —Bajé las manos, juntándolas frente a mí mientras caminaba hacia él. Él suspiró cuando lo alcancé, apartándome las manos de mi sexo—. No te cubras estando delante de mí. Es ridículo. —Me mordí el labio.
—Sí, Amo —dije un poco más alto que un susurro. Yo estaba de un humor muy raro. Cierto, estaba bastante deprimida, ¿y quién no lo estaría? Enfadada, asustada, confundida, sola —todos se habían convertido en sentimientos habituales. Sin embargo hoy, me sentía de otra manera además de todo aquello y en contra de toda lógica quería que Zayn lo entendiera. Quería que me dijera cosas agradables, tal  vez incluso que me abrazara. Extraño no empezaba a definir mi estado de ánimo.
De repente me entraron ganas de llorar pero en cambio me quedé mirando al suelo intentado no pensar. Él suspiró profundamente, tomando mi rostro entre sus manos.
—No tengo mucho tiempo para enseñarte cómo comportarte. —Fruncí el ceño ante sus crípticas palabras. «¿Qué demonios significaba aquello?»
—Me siento mejor —susurré. Aunque estaba segura de que mi cara decía todo lo contrario. Mi corazón se aceleró cuando sus suaves y cálidas manos me mantuvieron inmóvil. Su rostro, esos labios, estaban demasiado cerca para mi comodidad, o no lo suficiente—. No hay ninguna razón para que no pueda ponerme ropa de nuevo.
Pasaron unos segundos, sus ojos marrones buscando en los míos. Su boca se curvó, una ligera y mezquina sonrisa alzó un lado de su boca. Era una sonrisa que había llegado a conocer bien. Me había olvidado de dirigirme a él como amo. Había emitido lo que podría haber sonado como una orden. Creo que me estremecí y me parece que eso era lo que él había estado esperando.
Me aparté de él, arrodillándome instantáneamente a sus pies, esperando que se apiadara de mí y me concediera mi petición. Alargó la mano hacia la hebilla de su cinturón y mi corazón latió a toda velocidad. Sacudí la cabeza furiosamente mientras alcanzaba sus manos para sostenerlas firmemente entre las mías. 
—Por favor no me pegues —dije con un susurro ronco. Me limpié la cara mientras las lágrimas caían—. Lo siento, Amo. Por favor, no me pegues.
Él hizo un sonido no muy diferente a una risa, pero más cercano a un gruñido molesto y golpeó mis manos apartándolas. 
—Levántate —dijo con voz calmada, pero yo solo me aferré a su pierna y llore. Él suspiró profundamente, justo antes de sacarse la camisa de los pantalones bruscamente y desabrocharse rápidamente los botones. No sé lo que me asustó más, la idea de que me volviera golpear o él desvistiéndose. Me levantó por el pelo  mientras un mar de miedo se apoderó de mí—. Quítame la camisa. —Abrí los ojos lentamente, aceptando lo que veía poco a poco. Creo que me quedé atónita. Su altura dejaba mis ojos al nivel de su suave pecho besado por el sol. Su respiración, como la mía, se había acelerado. Tal vez había sido un error de decirle que me sentía mejor. Tal vez eso había sido lo único que lo mantuvo a raya los últimos días.
Incapaz de hacer otra cosa que obedecer, descansé mis manos sobre sus hombros, tiré suavemente de la tela hacia atrás hasta que se deslizó. Cayendo al suelo. Me tomó la cara entre las manos, limpiándome las lágrimas. 
—¿Todavía crees que tener un trozo de tela entre nosotros te protegerá de mí? —Le miré, implorándole con los ojos—. Recoge la camisa —dijo. Me arrodillé lentamente, sin dejar de mirarle mientras sostenía mi cara. Tome la camisa con las yemas de los dedos—. Póntela. —Me dirigió una gran sonrisa mientras me ponía en la camisa. Me llegaba hasta las rodillas, las mangas colgaban un poco por debajo de ellas—. Ya veremos —susurró en mi oído. Me estremecí.
Mientras él se giraba para salir de la habitación, para ponerse otra camisa asumí, dejé que el alivio por no haber sido castigada me recorriera. Me puse a abotonarme la camisa que me había dado, sorprendida al reconocer la forma en que su olor hacía que mi estómago se agitara. Su camisa, su olor, me rodeaba. Esa fue la primera vez desde que había llegado que su presencia, apretada contra mí, me trajo consuelo. Me di el gusto de elevar ambos puños hasta mi nariz e inhalar profundamente. No era un abrazo, pero era consuelo de todos modos. Tenía que largarme de allí antes de que perdiera la cabeza.
Él regresó antes de lo esperado y sin camisa. Mis ojos no podían apartar la mirada de todo su magro y musculado cuerpo, su estrecha cintura, el pequeño sendero de vello que iba desde el ombligo hasta más allá de la cintura de sus pantalones a medida. Dejó el carrito con ruedas y una silla que había traído cerca de la puerta.
Mi rostro decayó, los recuerdos de aquella horrible noche llevaron todo mi cuerpo al límite. No tenía deseo alguno de recrear ninguno de los hechos ocurridos aquella noche.  Pero no dije nada y silenciosamente obedecí mientras él me daba la vuelta, asegurando mis muñecas detrás de la espalda. Esta vez se había asegurado de que yo no pudiera quitarle la comida, no es que tuviera deseos de hacerlo. No me sentía con mucha hambre en realidad, solo triste.
Era difícil fingir que tenía hambre mientras todavía estaba preocupada por nuestra conversación anterior. Me dio el desayuno cuando me arrodillé en el suelo delante de él, con las muñecas aseguradas a la espalda. Él sonreía mucho, pero no siempre. Era muy frío, calculador. Nunca dudé de que todo lo que hacía servía para algún oscuro propósito, justo como esa sonrisa. Me acordé de cuando me dijo que no tenía mucho tiempo para enseñarme cosas. ¿Qué se suponía que debía estar aprendiendo? ¿Cuando íbamos a empezar? ¿Alguna vez iba a dejarme marchar? ¿Iba siquiera a vivirlo? Era un hombre guapo, nadie podía negarlo, entonces ¿por qué? ¿Por qué secuestrar mujeres cuando obviamente podría tenerlas dispuestas? Todo esto era muy de El Coleccionista de Amantes. Volví la cabeza cuando intentó darme de comer más huevos.
—¿No tienes hambre?
Negué con la cabeza. 
—No Amo.
—Bien. Me lo acabaré por ti. 
Yo quería hablar con él. Quería hacerle preguntas importantes que sabía que no me respondería. Cada pregunta se agazapó en la punta de mi lengua, tratando estallar de mi boca. Me lamí los labios, a punto de preguntar, cuando él habló.
—Acuéstate. —Mis cejas se fruncieron—. ¿Qué es tan difícil de entender? Acuéstate.
—Puso una mano en mi hombro izquierdo mientras me bajaba al suelo con la cadena que había enganchado a mi cuello.
Estaba un poco incómoda en esa posición. Mis manos atadas ejercían presión en el coxis y las plantas de los pies tocaban mis nalgas. Forcejeé un poco, pero me las arreglé para sacar las piernas de debajo de mí para cerrarlas. 
—¿Tienes idea de lo sexy que es eso? —dijo. Apreté los dientes y aparté la mirada—. El blanco te queda muy bien, tendré que tomar nota de ello. Me alegra que sugirieras la ropa. El verte vestida me hace pensar en desnudarte. Sin embargo, creo que esta es una muy buena oportunidad para hacerte sentir cómoda desnuda cuando estoy cerca, y me proporcionará unas agradables vistas mientras como.
Apreté firmemente las rodillas pero las separé cuando él me las abrió a la fuerza. Todavía recordaba los golpes bastante bien y no tenía ningún deseo de molestarlo. La habitación quedó en silencio con la excepción de mi pesada respiración. Nunca me había sentido tan expuesta.
—Es hermoso. —Él inhaló bruscamente y la siguiente vez que habló, su voz era espesa, ligeramente ronca—: Justo el tono adecuado de rosa. Ahora... mantén las piernas abiertas. No me provoques.
Cerré los ojos ante el inevitable flujo de lágrimas. El temor y la vergüenza estallaron convirtiéndose en ira, revolviéndose lentamente en mi pecho. Me concentré en respirar lentamente. Me quedé mirando la pared, completamente inmóvil mientras él comía. Se sentía extraño tener las piernas abiertas ante su mirada. El aire tocaba cada parte de mí. A veces mi sexo parecía abrirse por sí mismo, como una pequeña boca hambrienta. Me pregunté si él lo veía, y recé para que no lo hiciera. Traté de imaginarme qué aspecto tenía. ¿Estaba hermosa? ¿Era asquerosamente vulgar? ¿Por qué diablos me importaba? Me preguntaba sobre todo tipo de cosas cuando fui sacudida de vuelta a la realidad por el repentino toque del frío metal entre mis muslos. Había bajado la cadena entre mis piernas, moviéndola arriba y abajo entre mis labios.
Le miré con los ojos entrecerrados, deseando más que nada poder darle una patada en la cara para borrarle esa sonrisa.
—No quiero que te vuelvas arrogante, porque eso ya lo eres, pero eres muy guapa.
El orgullo reprimió mi miedo y no pude evitar picar el anzuelo.  
—Eso es gracioso —le dije tratando de cerrar las piernas—, tú de entre todas las personas llamando a alguien arrogante. —Apenas pudo contener la risa.
—Touché, pero yo no soy el que está en el suelo con las piernas abiertas. —Empecé a llorar, la frustración y la ira brotaban de mí en forma de lágrimas—una muestra de debilidad.
—Te odio.
—No me odias —dijo él como si fuera un hecho, como si me conociera. Se arrodilló entre mis piernas abiertas y se inclinó sobre mí, con las manos en la alfombra. Volví la cabeza a un lado. Me besó, primero detrás de la oreja, luego en el cuello—. Pero deseas hacerlo.
—Para —susurré.
—¿Por qué? —susurró muy suavemente—. ¿Está de repente mi camisa demasiado caliente?
Un pequeño grito de asombro escapó de mis labios cuando su cálida mano palmeó mi pecho a través de la sueva tela. Abrí la boca para decirle que no fuera tan creído cuando su otra mano se lanzó hacia abajo para tocarme entre mis muslos. Me quedé petrificada, paralizada por el miedo. A través de la tela de su camisa me acariciaba con los dedos, manteniendo al mismo tiempo sus ojos fijos en los míos.
No entró en mí, no podía con la camisa en medio, pero aún así sus dedos invadieron cada fibra de mi ser. Le sentía en todas partes. Entonces, contra toda lógica, sentí un rubor calentándome. Placer, deseo, no dolor. Repentinamente todo mi cuerpo se centró en los dedos de Zayn y lo que estaban haciendo. Mi corazón se aceleró, y contuve el impulso de gemir. La boca de Zayn se convirtió en una sonrisa conocedora, y luego apartó las manos lentamente, dejándome jadeando en el suelo.
—Ahora. Dime que no me odias.
—No. 
Su pecho desnudo se presionó contra mí; y su calor envió escalofríos por todo mi cuerpo. Me besó el cuello mientras bajaba la mano por mi muslo. Inhaló profundamente, y a continuación exhaló en un susurro a través de mi piel. Su erección me calentaba a través de sus pantalones. La empujó contra mí, como si de alguna manera pudiera entrar en mí. Forcejeé con las muñequeras, intentando liberar mis manos. Él redujo la velocidad, acariciándome calmadamente de una manera suave y amorosa. Se meció de atrás a adelante sobre mí, besándome, frotándome, respirando sobre mi piel.
Algo en mi cuerpo cambió, pero yo no quise. Me puse cachonda, muy cachonda. Mi respiración se aceleró, y lo único que podía hacer era olerlo, por todo mi cuerpo, respirándole, introduciendo su esencia en mi interior. Bajó por mi pecho besándolo, sosteniendo mis rodillas separadas.
—Para… Para. —La primera protesta era real, la segunda... no estaba segura. Su boca se aferró a mi pezón a través de la tela de su camisa, de alguna manera era más insoportable porque no conseguía llegar a mí. Chupó con más fruición, haciendo que mi pezón se pusiera duro, húmedo y caliente. Medio suspiré y gemí, incapaz de resistirme inclinando mi cabeza contra la alfombra, con los ojos cerrados, cayendo en unas sensaciones que nunca había sentido antes.
—No me odias en absoluto, creo que te gusto bastante. —Yo estaba llorando, pero no era por las razones correctas—. Creo que sé de algo más que podría gustarte. —Sus manos y su boca bajó por mi cuerpo y aunque sabía que debería, no me atreví a decir nada en contra. Él iba a hacer lo que quisiera, protestara o no. ¿Sería tan horrible si no hiciera nada? ¿Podría soportar la culpa?
Mis ojos se abrieron de golpe y me senté en cuanto su boca caliente cubrió mi sexo. Él miró hacia arriba y agarró el collar que me rodeaba el cuello, besándome con furia antes de empujarme de nuevo hacia atrás. Sorprendida, me retorcí de un lado a otro, gritando y gruñendo. Me saboreé a mi misma en su boca; yo estaba en sus labios. Él gimió contra mí mientras deslizaba su lengua arriba y abajo por mi carne secreta, creando gemidos y gritos en mi pecho. Apreté las piernas tan fuerte como pude, sus dedos se clavaron en el interior de mis muslos. No sentía nada excepto su boca sobre mí. Mi cuerpo se convirtió en una extensión de esa pequeña y rosa boca de entre mis piernas. Sin conciencia, sin vergüenza, quería lo que quería y no me importaba quién lo hiciera. Mi propio cuerpo me había traicionado. Mis músculos se tensaron, todas las sensaciones que recorrían mi cuerpo se concentraron en un punto que Zayn lamió. La cabeza me daba vueltas y en un instante cegador pareció que mi cuerpo explotaba. Arqueé la espalda, mordiéndome el labio, retorciéndome contra su cara hasta que el violento espasmo me recorrió hacia él. Me recosté en el suelo jadeando, gimiendo quedamente cuando un suave cosquilleo se extendió por todo mi cuerpo. Él descansó su cuerpo sobre el mío. Me besó el cuello.
—Te dije que te gustaría —susurró. No tenía palabras para eso. Giré la cabeza y lo miré a través de mis parpados entrecerrados—. No deberías morderte el labio con tanta fuerza, la próxima vez solo suéltalo —dijo, limpiándome el labio con el pulgar.
Sus labios estaban húmedos, ya sea de sudor o de mí, «por favor que sea sudor». Él sonrió y me besó en la boca... era yo. Qué humillante.
—Te odio —le dije en voz baja, mirando al techo, distante, saciada y vaciada de algo.
Me apartó el pelo de la cara y me besó de nuevo. Sus dedos se presionaron contra mi carne húmeda y yo no pude evitar gemir mientras mi cuerpo palpitaba violentamente. 
—Pero tu coño no... y eso es lo importante. —Él sonrió, y yo cerré los ojos, mirando a otro lado—. De hecho, así es como te llamaré... Gatita.
Mi corazón se sintió repentinamente herido. Tengo un nombre. _____ o ___. Se me ocurrió que nunca me había preguntado mi nombre, ni siquiera el día en la calle y se me ocurrió también que aquello quería decir que nunca me había visto como una persona, ni una sola vez. Mi garganta se cerró por el dolor. ¿Había alguien en el planeta al que le importara quién era yo? Pensé en Nicole, mi mejor amiga. A ella le importaba. Ella nunca perdería la esperanza de encontrarme. Cuando mis ojos finalmente se reenfocaron, Zayn me miraba con esa extraña expresión en el rostro. Todavía estaba sonriendo, no brillantemente, solo con  curiosidad, como si de alguna manera supiera que había estado a cientos de kilómetros de distancia. Nos miramos el uno al otro durante unos segundos, aunque no podía decir lo que ninguno de los dos estaba pensando en ese momento.
Simplemente no podía apartar la mirada. Mi pecho se estremeció con un sollozo que no liberaría. El hechizo se rompió, lentamente se desenredó de mi para luego cogerme de brazo y levantarme. La cabeza me daba vueltas y me temblaban las piernas. Estaba a punto de apartar de un tirón mi brazo de su firme mano cuando de repente sentí un torrente de calor húmedo corriendo sobre mis muslos. Instintivamente cerré las piernas y miré hacia abajo, inmediatamente mortificada al descubrir un hilo de mi humedad tratando de correr por mi muslo. Zayn miró también y no pude evitar arder de vergüenza o las nuevas lágrimas en mi rostro.
Zayn dejó escapar un sonido entre un suspiro y un gemido antes de agacharse para trazar con la yema de los dedos el reguero. Levantó los dedos, frotando la evidente humedad por las yemas de sus dedos con el pulgar. Para mi absoluto horror, se lamió dos de sus dedos, cerrando los ojos, saboreando mi puta humillación. Lloré. En alto esta vez.
—¿Cuál es el problema Gatita? —Me presionó—. ¿Hay algo de malo en disfrutar el placer que te doy? —Él me miró con evidente satisfacción, aun cuando mis lágrimas rodaban por mis mejillas antes de caer al suelo—. Respóndeme Gatita. —Insistió, con algo de su emoción abandonando su voz. No podía darle una respuesta.
Deliberadamente, él agarró mis dos brazos atados y me llevó a la cama. Se sentó primero, asustándome cuando tiró de mí a su regazo. Dejé escapar un grito de sorpresa, pero rápidamente me quedé en silencio. ¿Qué nuevo infierno tenía planeado?
—¿Por qué lloras Gatita? —exigió—. ¿Te he hecho daño hoy? —Él me besó suavemente en el hombro. 
—Sí —le respondí con un sollozo. Hoy, el dolor era emocional, del peor tipo. Él se apartó de mi hombro con una expresión de sorpresa, pero rápidamente se puso su máscara de indiferencia. Sus labios una vez más, encontraron su camino hacia mi hombro, esta vez hacia mi nuca. Me tensé, buscando alguna manera de escapar de sus caricias, pero sabiendo que no había ninguna.
—Respóndeme correctamente por favor —murmuró—. ¿Te he follado? —Jadeé, paralizada por el miedo abrumador.
—No Amo —dije con una voz apenas por encima de un susurro. Me rodeó con su brazo izquierdo fuertemente, tirando de mí más cerca de su pecho, forzando mi cabeza a apoyarse en su hombro. Excluyendo el miedo, la humillación y nuestra semidesnudez, esto había sido exactamente lo que había querido una hora antes. Había querido que me abrazara. Cuidado con lo que deseas...
—¿Te has corrido? —susurró con la misma voz suave. Cerré los ojos y luché por no estremecerme con mis silenciosos sollozos—. Está bien Gatita; me puedes decir la verdad. Vamos, di: «gracias Amo por permitir que me corriera». —Con la mano derecha me obligó a abrir las piernas por encima de sus muslos, luchando contra mí cuando en vano intenté cerrarlas. Luché con lágrimas mientras mi mente daba vueltas—. Estás haciendo que me enfade Gatita; responde a la pregunta.
No pude más. 
—¡Mi nombre no es Gatita! —grité, sucumbiendo finalmente a la histeria.  Casi de inmediato, Zayn me inclinó sobre su rodilla izquierda, sosteniendo mis piernas hacia abajo con la mano derecha y me dio un rápido torrente de golpes que me hicieron gritar. Mientras que mi mente se dispersaba en todas direcciones, en busca de mi ingenio, los golpes siguieron cayendo sobre mi trasero desnudo. 
—Por favor, para —le supliqué—. Por favor, para, lo siento mucho. Juro por Dios que lo siento. —La misericordia parecía ser la última cosa que Zayn tenía en mente. Se dobló sobre mi cuerpo que se retorcía y colocó su peso sobre mis hombros para que pudiera azotarme de verdad mientras yo luchaba con frenético  terror—. Por favor... por favor Amo. —Lloré sin parar soltando largos y guturales gemidos. Quería tanto frotarme la espalda, pero él sostuvo las correas.
—¿Es el dolor lo que hace que sea más fácil para ti Gatita? ¿Tu orgullo requiere que seas golpeada hasta la obediencia? —Su voz era baja, cruda —excitada. Bajo mi vientre su erección palpitaba. ¿O era solo mi corazón? Él me pegó una vez más, exigiendo una respuesta que me negué a dar. Me había perdido de nuevo y de repente me di cuenta que después de cada azote, me frotaba para aliviar la picazón. Me pregunté por qué, incluso mientras más azotes aterrizaban.
Mis pensamientos estaban empezando a fracturarse mientras buscaba una manera de escapar de lo que me estaba pasando. «Sólo dale lo que quiere. Parará». ¿Qué había hecho yo para merecer esto? «Actúa como una puta y serás tratada como tal...». Siempre esas palabras, siempre me perseguían y me castigaban. De repente fue un consuelo saber que una vez que Zayn terminara de castigarme también me perdonaría. Él no se aferraría a unas transgresiones imaginarias. Él me perdonaría.
Yo quería ser perdonada. Algo interesante ocurrió entonces. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y mi mente estuvo de repente en blanco. No pensaba en nada. Literalmente nada. No había dolor, ni pena, ni nostalgia o tristeza. Solo existía el sonido de la mano de Zayn  aterrizando en mi trasero, mis gritos, su respiración controlada. Sus golpes ya no eran dolorosos; mi trasero estaba adormecido, caliente. Poco a poco me quedó inerte en su regazo. Era extraño, pero me sentí... en paz.
Zayn me soltó entonces, todavía agarrándome con firmeza aunque pude sentir su cuerpo relajándose contra el mío. El momento fue silencioso, solo se oían nuestras respiraciones. La mía áspera y rápida, la suya profunda y lenta. Él me acarició la espalda en silencio, frotándome como si fuera un caballo, pero no me importaba. Lo necesitaba, lo ansiaba. Me relajé más. Después de varios minutos, él rompió suavemente el silencio: 
—¿Cuál es tu nombre? 
—Gatita —le contesté desde algún lugar fuera de mí. Con cuidado, me frotó las doloridas e hinchadas nalgas. Mi respiración se ralentizó, mi cuerpo zumbaba.
—Es mucho más fácil cuando te rindes Gatita —dijo en voz baja—, mucho más fácil. —Él solo fue respondido por un bajo gemido. Aprovechando mi lasitud, me irguió lentamente en su regazo. Con mi enredado pelo pegado a la cara, cuello y espalda. Zayn lo apartó hacia atrás.
Los pensamientos normales y racionales aún no habían regresado. Estaba agradecida. Los pensamientos normales y racionales dictaban que estaba asustada, cabreada o alguna variación de los mismos. Era agradable estar desprovista de tales cosas. Los ojos de Zayn vagaron a mis labios, y luego de vuelta para encontrarse con mi mirada ausente. Sacó una pequeña llave de su bolsillo y abrió el cierre que me sujetaba los brazos a la espalda. Gentilmente los puso en mi regazo, la conciencia comenzó a arrastrarse de vuelta. No me gustaba.
—Bésame —dijo—. Y antes de que digas que no... —Lo interrumpí al tocar con mis labios salados su suave y flexible boca. Se apartó un poco ante mi impulsiva audacia. Pero entonces le oí suspirar y se volvió a inclinar. Inhalé profundamente, ignorando la presión de cualquier tipo de emoción que intentara infiltrarse en mi aturdimiento.
Me esforcé para que el beso pareciera natural, luchando contra el impulso de apartar la cara. Su actitud se suavizó. Nunca había sido amable cuando me besaba. Parecía raro, pero sentí algo dentro de él cambiando. Gimió muy levemente, un sonido que nunca había oído proviniendo él. Alargó la mano hacia mi pecho, pero luego retiró los dedos. Una vez más, restringiéndose a sí mismo. Sin previo aviso, sentí el más mínimo aumento de algo similar al control. Había estado impotente en cada encuentro con él, pero en este momento sabía lo que él quería. Me quería a mí. No solamente mi cuerpo, sino a mí. Y aunque, me controlaba por el momento, mientras él dictaba mi futuro, en este único beso... yo le poseía. De repente, me empujó. 
—Buena chica —dijo en voz baja, pero el vacilar de su voz revelaba una pizca de confusión. Se puso de pie, mirando hacia abajo para encontrarme mirándole directamente a los ojos. Él sonrió y agarró un puñado de mi pelo.
—No debes mirarme a menos que te lo diga Gatita, sólo te harás daño a ti misma.
El momento había pasado. Él estaba al control de nuevo, pero enfadado. Al haberse perdido, ¿incluso por una fracción de segundo? Yo no podía dejar de sonreír y no lo oculté lo suficientemente rápido. Con una sonrisa burlona, me llevó por mi pelo al baño y me bañó rápidamente en silencio.
Después de que él me secara y me cepillara el pelo, volvió a unir mis muñecas, esta vez al frente. 
—Levanta los brazos —dijo con severidad. La repentina energía en su voz me hizo saltar. Él puso sus manos alrededor de mi cintura y levantó mis muñecas atadas sobre el poste de la cama. Estaba un poco angustiada en esta posición, mi cuerpo se estiraba con fuerza de puntillas. Me estremecí de nerviosismo, esperando que otra salvaje paliza comenzara. Mi ansiedad alcanzó la cima mientras él colocaba una gruesa venda de cuero sobre mis ojos.
—Por favor, no Amo, por favor. Me duele mucho. —Él pasó las manos sobre mis pechos, apretando mis pezones hasta que se convirtieron en pequeñas piedras duras entre sus dedos. Hice una mueca y cambié mi peso tratando de liberarme.

—Me gusta hacerte daño Gatita... es lo que me excita. —Me quedé inmóvil, sin decir nada, esperando lo peor—. No voy a amordazarte, pero si no te quedas callada, te pondré una mordaza tan grande, que olvidarás cualquier dolor que hayas sentido antes. —Me mordí el labio inferior. Todavía estaba allí de pie, con la mente en blanco, mucho después de que él hubiera dejado la habitación. 
ZarryLoover
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