Al final de las flores.

al final de las flores

En un sendero de rosas negras, una joven muchacha se encuentra caminando. Desolada, solitaria y confundida, camina sin rumbo alguno; sin un destino en específico. Son sus pies los que caminan por ella, su mente inconsciente la guía por un camino oscuro, todo con el fin de llegar a la rosa blanca.

La paz, la felicidad, el conocer y el dolor inundado de un alivio que parece inalcanzable cuando te encuentras rodeado de oscuridad, se impregnan en la piel de la muchacha, haciéndole saber que allí, justo al final de las flores, está a salvo.

Sana y salva, lista para vivir eternamente.

Sueño con un campo lleno de flores de color verde, con los grandes árboles cubriendo mi rostro, sus hojas caen en mis brazos que abrazando a la nada, sienten pequeños toques. Sueño con el sol traspasando infinitas hojas y ramas, que invade mi espacio personal tímidamente, sus rayos llegando a mi pálido rostro que a pesar de no estar sonriendo, tampoco está triste. Se encuentra en paz, mis ojos brillan y mi sonrisa interna resplandece, brillando más que el mismísimo sol.

Luego despierto, y la realidad cambia bruscamente.

Estoy jadeando, intentando sacar el cabello húmedo de mi rostro e intentando llegar a la orilla del río en el que me encuentro. La corriente me lleva, pero soy más fuerte que ella.

Cuando logro llegar a tierra firme, comienzo a llorar. No entiendo la razón, pero lloro hasta que el nudo en mi garganta explota y se desvanece al igual que mi increíble e inexplicable tristeza. Estrujo mi cabello (sin dejar de botar lágrimas) y trato de secar mis ropas, pero me es imposible. Mi cuerpo entero está congelado y no puedo dejar de tiritar. Miro hacia todos lados, pero no veo a nadie. Lo único que hay en aquellos lugares son insectos, que parecen acecharme con la mirada y entender el dolor que estoy sintiendo. Pero, ¿cómo pueden entenderlo, si ni yo misma puedo hacerlo?

Con lo poco y nada de fuerza que me queda, me levanto de la tierra y camino sin dirección alguna. Siento que estoy cerca de mi hogar, pero al mismo tiempo me veo deambulando en tierras extrañas. No recuerdo lo que me llevó a aquella espeluznante situación, y lo peor de todo, es que no tengo memorias de lo que hice antes de despertar en aquel infierno.

Me siento inútil, soy incapaz de seguir arrastrando mi cuerpo, y experimento la sensación de angustia. Me estoy desvaneciendo, ahogándome con el aire aunque ya no exista aire alguno.

La duda invade mi mente, provocando un dolor de cabeza que me hace resbalar. Alcanzo a sujetarme de una de las múltiples ramas que se encuentran en el lugar, y respiro profundamente, intentando calmar mis piernas, que exigen descansar. ¿Qué me ocurrió, en aquel río? ¿Habré caído? ¿Mamá habrá estado allí, conmigo?

Pero no tenía respuestas. Sólo hipótesis, que seguramente no eran ciertas.

Durante el último tiempo, había estado completamente ausente. No sólo en mi casa, también en la escuela y en otros lugares. Me sentía feliz, pero la angustia parecía invadir mi cuerpo. No me sentía segura en ningún lado. Las pesadillas eran abundantes, congelaban mi cuerpo y me espantaban, y aunque intentara alejarlas de mi mente, éstas no se iban. La fantasía del campo parecía ser el único sueño tranquilizador que había tenido en mucho tiempo. Aunque no sabía si llamarlo sueño, cada vez que cerraba mis ojos lo recordaba y todo parecía tan real, tan conocido...

Me detengo en el instante en el que diviso luces. La carretera se encontraba a pocos metros y nunca había estado tan feliz de ver extraños autos pasar por aquel lugar. Tal vez alguien podría llevarme a casa, y lograría sentarme frente a la estufa, viendo como el fuego se desvanecía con el paso de la noche. Mi madre estaría allí, tomando mi temperatura, y mi hermano, tal vez se encontraría encerrado en su habitación, o fuera, celebrando alguna estupidez junto a sus amigos.

Un auto se acerca, lo puedo ver, aunque la imagen parece borrosa, la luz me provoca una ceguera en mis ojos y todo mi cuerpo se estremece al sentir una brisa que congela mis huesos. Estiro una de mis manos, intentando a que el auto se detenga, mientras que con la otra me tapo una parte de mi rostro.

Guardo la esperanza de que el vehículo se detenga, y cuando lo hace, doy un largo suspiro. Me acerco a la ventana, intentando ver a las personas que se encuentran dentro. Pero antes de que pueda hacerlo, la puerta delantera se abre, provocando un pequeño salto en mi corazón. El auto me parece conocido, pero sigo sin poder verlo bien.

Espero a que la persona baje, pues estoy segura de que lo hará. Por lo que puedo escuchar, parece estar hablando con el conductor; su voz es suave y tierna, y por alguna razón me produce un inmenso dolor de cabeza. Las palabras que se encuentra diciendo parecen fluir de mi propia boca, pero mi garganta no hacía ruido alguno.

La puerta trasera se abre inmediatamente, y un hombre sale de allí. Puedo ver como guarda algo en su bolsillo de manera rápida y nerviosa, sus manos tiritan mucho más que las mías. Cuando siento un pequeño calor en mi cabeza me alarmo. Miro hacia arriba, y consigo ver que el cielo se encuentra despejado; el sol alumbra más que nunca.

Me desespero. ¿Estaba volviéndome loca? ¿Era aquel otro de mis sueños? Estaba segura de que me encontraba en una noche desierta, pero mi cerebro parece estar jugando conmigo. Me doy la vuelta y el paisaje de mis sueños se encuentra frente a mis ojos. No logro separar la mirada de aquellas flores tan coloridas, que pierden su color y se vuelven negras cuando el hombre las pisa. Sacudo mi cabeza y miro hacia atrás. Nadie se encuentra en el asiento delantero, y la persona que se halla en el fondo se me hace, extrañamente, conocida.

Mamá, quiero decir, pero la voz no sale de mi garganta. Diviso a mi madre saludar por el auto, con una sonrisa en su rostro, y luego partir. El auto desaparece por completo, y fue en ese momento cuando me di cuenta de que, de un momento a otro, me encuentro en el campo de mi abuela.

Mis ropas están secas, pero un grito escapa de mi boca en el momento que miro hacia delante. El hombre era mi hermano, y a su lado me encontraba yo; sin embargo, no era yo. Era... otra yo. Me acerco, lenta y cuidadosamente a ellos, pero ninguno parece notarme. Ambos hablan animadamente y yo (mi otra yo) ríe a carcajadas.

Desesperada y sudando, comienzo a correr en dirección opuesta, alejándome, pellizcando mis brazos para despertar del extraño sueño en el que me encuentro.

Cuando parpadeo, mantengo mis ojos cerrados por unos segundos, y en cuanto los abro, me encuentro con un precipicio. No logro detener mis pasos, y caigo, puedo ver el vacío frente a mis ojos. Intento agarrarme de una de las ramas, pero no soy capaz. Mi hermano se encuentra mirando a la nada en lo alto del precipicio, y aunque le grito (o al menos eso intento), parece no escucharme. Noto un extraño sabor en mi boca y supongo que es sangre. Todo mi cuerpo está bañado en sangre, y la rama ya no puede resistir el peso.

Cruje y luego se rompe completamente, logrando que todo mi cuerpo caiga al abismo. Cierro mis ojos, tratando de despertar, pero antes de que pudiera abrirlos, mi cuerpo se impacta con el agua. Bajo el agua, comienzo a llorar. Extrañamente, sigo viva, no me ahogo y mis extremidades no sienten dolor. Cuando intento salir del agua, entro en desesperación. No logro moverme del lugar en el que me encuentro, y en el instante en el que cierro mis ojos por segunda vez, ya no me hallo en aquel sitio.

Me veo a mí misma en una habitación oscura, e inmediatamente me deslizo a una de las esquinas, dejando que mi cuerpo caiga en el piso, estoy completamente derrotada.

Vivo una pesadilla de la que mi mente no quiere despertar, y me encuentro completamente sola.

Y por primera vez en mi vida, supe lo que significaba la soledad.

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