Hooked Love.

Capítulo 4

Cassie Valley.

El sol se elevaba impetuosamente sobre el horizonte, y pese a que las nubes opacaban poco a poco con el transcurso del tiempo su luminosidad, era un día cálido y mucho más que digno de admirar. Junto a Edward, mi mejor amigo, íbamos camino hacia algún lugar desconociendo nuestro paradero, hablando de temas triviales en un día tan normal como cualquier otro.

—Lo tengo, Cass —murmuró de pronto, y pude vislumbrar un brillo inusual en sus llamativos ojos marrones.

Me dedicó una media sonrisa, y se llevó un cigarrillo a los labios, expectante. Me quedé observándolo unos minutos hasta que tuve el valor de preguntar:

— ¿Qué es lo que tienes? —involuntariamente mordí mi labio inferior.

Lo que sea que tuviese en mente no podía ser bueno, y aún así, quería oírlo. Siempre me había atraído el aire enigmático que a Edward envolvía, aunque me atemorizaban las ideas descabelladas que solían ocurrírsele bastante a menudo. Y es que al final del día siempre era yo quien terminaba aceptando...

—Esto —elevó sus cejas y me dedicó una sonrisa triunfante; del bolsillo de sus pantalones vaqueros sacó un pequeño candado y me lo mostró como si fuera la cosa más hermosa del mundo—. ¿Te gusta?

—Edward, ya hermos hablado de esto, y creo que has de conocer mi respuesta —paré en seco, hecho que casi me hizo caer de bruces contra la acera.

Mantuve una expresión neutra y él paró junto a mí, mirándome sin entender a qué me refería. Hace días ya habíamos tenido esta discusión. Él había insistido como nunca en que debíamos dejar nuestros nombres en un candado, cerrarlo en el Puente de las Artes y arrojar la llave al río, para que nuestra amistad durase toda la vida. «Te prometo que nada malo nos sucederá», me dijo con convicción, «No será más que un juego».

—No, Edward —me negué rotundamente, y sus ojos se oscurecieron varios tonos—. Una costumbre como aquella abarca únicamente al ámbito amoroso, y me parece que nosotros somos sólo amigos.

—Lo somos —me aseguró, y me dio un casto beso en la mejilla—. Pero, vamos..., será divertido, Cassie. No creo que una tontería como esa funcione, así que, ¿qué perderemos intentándolo? 

Comencé a dar cortos pasos, sin prestarle atención al hecho de que Edward me seguía muy de cerca. Vacilé un momento y me pregunté a mí misma: ¿Qué perderé intentándolo? ¿Acaso creía en dicha costumbre?

No, me susurró una voz.

—Nada —mascullé con la cabeza gacha. No me gustaba darle la razón a Ed—. Pero aún así no lo haré. Me parece estúpido, y hasta arriesgado. ¿No te basta con ser mi amigo? Vamos, Ed, deja eso ya —le tomé el antebrazo con cariño y sentí cómo sus músculos se tensaban.

—Está bien —farfulló.

Era la primera vez que me daba el lujo de negarle algo a Edward y se sentía fantásticamente estupendo. Ya no volvería a caer en sus trucos nunca más.



El cielo había oscurecido muchísimo cuando Edward decidió que era hora de volver a casa. Fue a dejarme a la mía y se despidió con un poco menos de humor del usual. Todo el día me había sentido culpable, aunque en verdad no debía sentirme así por desear lo mejor para ambos. No podía sentirme así por haberme negado a algo de lo que no sentía ni una pizca de emoción por formar parte.

Me recosté en mi cama, y con las frazadas cubrí mi cuerpo y rostro por completo. Duerme, duerme, duerme, Cassandra; me dije a mí misma. Cerré los ojos con una fuerza inhumana pero sabía que nada de eso serviría. Suspiré y me puse de pie, para ir en busca de mi celular.

— ¿Edward? —murmuré con la voz pastosa debido al sueño—. Cuando te dije que no con respecto a lo de nuestros nombres en el candado... 

— ¿Sí? —dijo con alegría al otro lado de la línea. Podía jurar que había esbozado una sonrisa gigante, sabiendo lo que vendría después.

—No era en serio...

Capítulo 05

Luke Hemmings

Aquellos días pensaba en ella más de lo normal. Es decir, siempre había pensado mucho en ella desde que la conocía, pero las últimas semanas era exagerado. Tenía la impresión de que volvería a verla. Incluso después del par de años que habían pasado. La tenía agregada a Facebook, pero evitaba entrar en su perfil. Solo veía su foto de perfil cuando salía. Seguía siendo muy guapa, puede que más que antes, aunque eso es difícil.
Los chicos y yo estábamos en Londres, como ya era habitual, grabando y terminando el álbum de una vez por todas. A decir verdad, el tiempo se nos echaba encima. Era tarde cuando pasamos por primera vez por el puente. Ashton, en su afán de conocer más Londres y vivir con entusiasmo, nos había llevado por una ruta alternativa de vuelta a nuestra casa. A mi madre casi le da algo cuando creíamos que estábamos perdidos.
El puente era tan solo peatonal, pero era bastante ancho. Estaba completamente cubierto de candados, era una locura.
—¿Qué pasa en este puente? —Preguntó Michael, mirando a todas las parejas que teníamos al rededor.
—Creo que es ese de los candados del que nos habló Niall. —Respondió Calum.
—Que va Cal, no hay ningún candado. —Dije con sarcasmo, lo que hizo que mi amigo me mirara mal.
Mi madre se acercó al borde y se puso a ver los candados. Ashton se aclaró la garganta y leyó algo de su móvil:
—Google dice que “este tipo de puentes de enamorados se encuentran en muchas ciudades. La idea es que una pareja escriba sus nombres en un candado, lo cierren con llave y después, tiren esta al río por el que pasa el puente, y así, hacer su promesa de amor eterno.”
—Que cursi.
—Ya, pero es bonito si estás recién casado Mike. —Comentó mi madre, acercándose a nosotros de nuevo.
—Bueno sí Liz, pero aquí hay parejas de quince años. —Michael señaló con la cabeza a unos críos que iban de la mano.
—También hay gente sola. —Apuntó Calum, mirando a un chico que tendría nuestra edad, y tiraba una llave al río.
Yo estaba callado. La idea de un puente así era, tal y como había dicho Michael, cursi, pero no dejaba de ser tierno. De todas formas, un candado en un puente no afectaría realmente a una relación, ¿verdad? Por un momento lo dudé. Si pusiera mi nombre con el de Alice... ¿pasaría algo? Sacudí la cabeza y seguí andado, pues los chicos y mi madre ya se habían puesto en marcha.
Pasamos por delante de un parque donde unas cuantas chicas con uniforme de colegio ensayaban una especie de coreografía de animadores. Pensaba que solo había animadoras en Estados Unidos. Supuse que era porque el colegio era privado, y tenían presupuesto para todo lo que quisieran, y más.
Seguimos caminando, porque ya anochecía y todos teníamos sueño. El uniforme de aquellas chicas me sonaba, lo había visto más veces por Londres, debía ser un centro grande, aunque casi todas las escuelas británicas tenían uniforme. Pero me sonaba de algo más, estaba seguro, y sabía que podría comprobarlo al llegar a casa, porque si ahora sacaba el móvil mi madre se quejaría porque “estoy con mis amigos y ellos son más interesantes que una pantallita”.
Gracias mamá, te quiero.
Caminamos unos quince minutos más y por fin llegamos a nuestra casa. La siguiente media hora se basó en comida, porque estaba muerto de hambre. Luego me fui a dormir, agotado.

La luna brillaba mucho aquella noche, estaba completamente llena, dejaba a las estrellas en ridículo. Eran mediados de diciembre, y el verano en Australia era abrasador. Era un juego del campamento por parejas, parejas, de distintos países. Ahí estaba yo, buscando pistas de una búsqueda del tesoro con una chica norteamericana que acababa de conocer. Pero era muy guapa, y parecía simpática, aunque tímida. Como yo.
—Luke, ¿verdad? —Preguntó, con una voz muy dulce.
Me giré a mirarla y asentí.
—Yo soy Alice. —Dijo, sonriendo.
Tenía la sonrisa más bonita que había visto jamás.
En los cincuenta minutos que duraba la actividad nos hicimos amigos.

Soñé con ella. Soñé con Alice Marin. Soñé con nosotros, juntos. Soñé con el mejor verano de mi vida.
No tardé cincuenta minutos en enamorarme de ella, pero supe que iba a acabar haciéndolo. Y cuando quieres a alguien de verdad, cuando amas a alguien,  ese sentimiento no desaparece nunca. Puede reducirse, pero no desaparecer.
Esos pensamientos profundos pasaron por mi cabeza sobre las cinco de la madrugada de un miércoles. Era genial no dormir por una chica que no veía desde hace años. Nótese el sarcasmo. Quería verla, me moría por verla.
Me acordé repentinamente del uniforme de las chicas del parque. Busqué mi teléfono por la mesilla y en cuanto lo tuve en las manos, entré en Facebook. No me equivocaba. Alice, mi Alice, tenía el mismo uniforme en su foto de perfil. Lo que quería decir que estaba en Londres.
Es un disparate Luke. Me dije a mí mismo. Probablemente su instituo de Miami tenga el mismo uniforme.
Pero no me convencí.
Eran ya las seis menos cuarto de la mañana cuando llegué al puente de los candados. A decir verdad era una tontería. No iba a funcionar, evidentemente. Pero lo hice de todas formas, y ahora mismo, no me arrepiento de nada. Tomé el candado que había comprado en una tienda cercana y busqué un hueco para engancharlo. No pude encontrar uno, y al final tuve que enlazarlo a otro candado, pero no me importó. Escribí, con buena letra y en rotulador permanente “Alice y Luke”. Luego me puse en pie de nuevo, di unos pasos hacia atrás, observando mi trabajo.
Miré el río y luego hacia el sol, que ya estaba casi fuera del todo. Sonreí, ni siquiera sé porqué. Y, con todas mis fuerzas, tiré la llave del candado al agua, sellando así, una promesa estúpida de un amor eterno que llevaba muerto dos años.  

holi: