Los 7 pecados capitales.

La jueza golpeó el martillo de madera dando por terminada la sesión del día de la fecha, aun quedaban algunas más ya que las pruebas para encerrar a Damien Hamilton por presunta violación y asesinato no eran las suficientes. Eric, salió hecho una furia de aquella sala sin decir ni una sola palabra.
Estaban a mediados de agosto y desde enero la cliente de Eric, Elizabeth Johnson, estaba luchando por hacer justicia ante la muerte de su hermana menor Stella.
 
 —Señor Tomlinson— La dulce voz de la muchacha obligó a Eric a detener su paso veloz y respirar profundo antes de voltear a verla. —Confío en que lo va a lograr— Los ojos verdes de la joven se inundaron en lágrimas. Un sentimiento de enojo e impotencia inundo el pecho de Eric cuando la chica rompió en llanto al abrazarlo. —Yo sé que lo va a encerrar de por vida a ese desgraciado— habló entre sollozos.
—Aunque sea lo último que haga— Afirmó con total confianza, no era de aquellos hombres que desisten ante la primer caída, por el contrario, cuantas más caídas tuviese, con más fuerza se levantaba.
 
{***}
 
Ya había pasado la media tarde y el sol estaba por desaparecer cuando Eric llegó a su hogar. Era confortante llegar después de tantas horas fuera, pero aun así, no podía disfrutar por completo a su familia sabiendo que un asesino y violador podía quedar libre si él no hacía algo al respecto.
 
— ¡Papi! ¡Papi! — Una dulce voz de niña bajó corriendo las escaleras para abrazarlo con fuerza.
— ¿Cómo está mi muñeca? — Preguntó alzándola en brazos mientras besaba su suave y regordeta mejilla.
—Bien papi, te hice un dibujo— Exclamó con alegría.
— ¿Enserio muñeca? Quiero verlo ahora mismo— Dejó a la niña en el suelo quien salió corriendo provocando una sonrisa en los labios de Eric.
 Caminó hacia la cocina, mientras se aflojaba la corbata. Se sentía el fuerte ruido del extractor y un exquisito aroma que le recordó que desde hacía unas diez horas no probaba bocado. Era obvio que su esposa no lo había escuchado llegar, por eso cuando la vio de espaldas a la puerta de la cocina la tomó por la cintura y corrió su castaño cabello a un lado para besar su cuello. Margaret se sorprendió en principio pero inmediatamente supo quién era, desde hacía más de diez años que eran los únicos labios que besaban su cuello, a decir verdad, no había habido otros antes.
 
—Al fin te tengo en casa— Volteó a ver el rostro de su marido el cual por obvio motivos demostraba cansancio. — ¿Porqué no vas a darte una ducha relajante mientras termino con la cena? — Propuso su mujer con ternura.
—Está bien— Besó brevemente sus labios y luego se separó de ella quien lo observó irse de la cocina. Cuando ya lo perdió de vista dejó salir un suspiro para luego seguir con sus tareas.
 
{***}
 
Margaret gritó desde el comedor anunciando la cena, por lo cual de inmediato tanto Eric como la pequeña Lorraine se encontraban sentados a la mesa en sus respectivos lugares, la cabecera era de Eric, a su derecha, iba Margaret, al lado Lorraine y a la izquierda el pequeño Nathaniel, quien aun no llegaba de casa de sus abuelos.
En la mesa no se hablaba de trabajo ni dinero, era un pacto que había entre la pareja, por lo cual quien más hablaba y contaba acerca de sus travesuras en jardín de infantes era la niña.
 
—Papi ¿Te gustó el dibujo que te hice? Lo dejé en tu mesa de luz— Preguntó la pequeña con ternura.
— ¿Qué si me gustó? Es de los más bellos que has hecho Lorrie— Le respondió con una sonrisa para luego terminar con su cena.
 —Qué rápido— Dijo su esposa, el había devorado la carne y ellas apenas si llegaban a la mitad del plato.
—Estaba hambriento cariño, tu sabes— Se sirvió un poco de vino. No tenía vicios por más que a veces fumara algún cigarrillo para des estresarse. Pero ya se había vuelto costumbre su copa de vino, ese era uno de los momentos placenteros del día; Compartir su cena en familia.
 
{***}
 
Habían pasado las diez de la noche, la pequeña Lorraine ya dormía en su cama mientras la pareja miraba un poco de televisión cuando el timbre sonó.
 
—Debe ser tu padre— Sugirió Eric levantándose del sillón donde se encontraba abrazado con su esposa. Se acercó a la puerta y abrió sin antes preguntar, efectivamente era William con el pequeño Nathaniel en brazos.
—Se durmió en el camino y no quise despertarlo— Dijo el hombre haciendo entrega del niño a su padre quien lo tomó en brazos mientras seguía plácidamente dormido.
— ¿No quieres pasar? — Preguntó Eric pero su suegro se negó.
—Hoy no, estoy cansado— Confesó.
—Bienvenido al club— Sonrió divertido —Por cierto… Supongo que ya sabes lo que ocurrió esta mañana en el juicio de Hamilton— Aquella sonrisa que había demostrado hacía tan solo un instante se había desvanecido. Solo con nombrar a aquel criminal se podía ver la ira en sus ojos. Su suegro asintió y apoyó la mano en el hombro de su yerno en muestra de gratitud.
—Eric, no es necesario que te diga que las leyes no siempre son como quisiéramos porque bien lo sabes, pero realmente confío en ti y en que meterás a ese maldito a prisión— Palmeó su hombro. —Todo a su tiempo muchacho—
—Hey ¿Mi padre viene a casa y no se digna a entrar a saludar a su hija?— Apareció Maggie tras Eric y antes de saludar a su padre besó la mejilla de su hijo quien dormía plácidamente sobre el hombro de su padre. — ¿Hablando de trabajo eh? Ustedes dos no cambian más— Dijo resignada pero sin tomárselo enserio.
—Lo siento mi niña— William besó la frente de su hija y le dio un breve abrazo. —Ya me voy— Acarició la espalda de su hija en forma muy fraternal antes de despedirse de ambos.
—Llevaré a Nathan a su cama— Avisó Eric.
—Está bien, te espero en la habitación— Dijo con una tierna sonrisa mientras besaba los labios de su marido y acariciaba el rubio cabello de su niño.
 
{***}
 
—Escuché que hablabas con papá del juicio de Damien Hamilton— Habló su esposa cuando ya ambos se encontraban en la cama.
—Preferiría no hablar de eso antes de dormir o tendré pesadillas— Ironizó Eric y se puso de costado para ver a su mujer, ella imitó la acción.
—Entonces… ¿Qué preferirías hacer antes de dormir? — Preguntó con cierta picardía en su mirada. El color verde de los ojos de Margaret se fundió con el azul de los de Eric, no era necesario hablar para saber que querían ambos. El amor que se tenían era tan sincero y fuerte que podían entenderse a la perfección con solo un gesto.
— ¿Sabes que te amo no es así? — Ella solo asintió y besó cortamente sus labios. —Tú y los niños son lo que más me importa en esta vida—
—Lo sé, yo siento lo mismo— Fueron las últimas palabras de ella antes de unirse en un sincero y apasionado beso.