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Mensaje por CoteDreamer Miér 26 Feb 2014, 8:25 pm

plis plis plis
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Mensaje por aranzhitha Miér 26 Feb 2014, 8:56 pm

Síguela!
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Mensaje por chelis Miér 26 Feb 2014, 9:31 pm

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Mensaje por issadanger Vie 28 Feb 2014, 2:55 pm

14 De Diciembre, 9528 A.C. Parte 2

Joseph jadeó entre dientes cuando el dolor se extendió a través de su cuerpo. Pero fue rápidamente remplazado por un placer tan profundo que hizo que su pene se endureciera. Debilitado por eso él se tambaleó. Artemisa lo siguió, sujetándolo incluso más fuerte.
Su cabeza se hundió mientras todo a su alrededor se volvía afilado y claro. El sintió su aliento sobre la piel, escuchó como la sangre bombeando a través de las venas. Cada parte de él parecía viva. Tan fuerte y a la vez tan débil. Se tambaleó nuevamente, cayendo contra la pared tras él.
—¿Joseph?
El escuchaba su voz, pero no podía responderla.
Artemisa se lamió la sangre de los labios mientras veía el tinte azulado en su piel. Su respiración era tan superficial que ella medio esperaba que muriera.
—¿Joseph?
Sus ojos estaban medio abiertos. Parecía que no había reconocimiento en su mirada fija en ella y no la escuchaba.
Temerosa de haberlo herido, lo trasportó de regreso a su cama y lo recostó gentilmente. Ella tomó su mano entre las suyas y las frotó.
Joseph, por favor, di algo.
El susurró algo en Atlante, pero ella no pudo entenderlo. Con una última expulsión de aliento, se desmayó. Artemisa saltó hacia atrás cuando su cuerpo entero empezó a cambiar a un vibrante azul mientras sus labios, uñas y cabello se ponían negros. Un instante después, parecía normal.
¿Qué en el Olimpo? Nunca había visto algo así. ¿Habría sido causado por su alimentación?
Tragando, gateó más cerca de él y lo presionó con un dedo. Estaba completamente inconsciente.
Haciendo aparecer una cálida piel, lo cubrió y lo observó mientras respiraba débilmente. Mientras dormía ella trazó la forma de sus labios, la longitud de su nariz. Sus formas eran afiladas y perfectas. Al igual que su cuerpo. No entendía porque la atraía tanto. Temerosa de ser dominada, le había pedido a su padre cuando era una niña que la hiciera inmune al amor y la diera la virginidad eterna. Zeus la había concedido esa petición. Aun así mientras miraba a Joseph descansando, se maravillaba ante las emociones que sentía por él. No eran parecidas a nada que hubiera sentido antes.
Disfrutaba de la forma en la que él hablaba con ella. La forma en que la sostenía y la hacía gritar de placer con sus toques y lamidas. Sobre todo, amaba su sabor cuando se alimentaba de él.
Es sólo una mascota.
Sí, eso era. No tenía ningún sentimiento real por él. Se parecía a los venados que vivían en su bosque. Hermosos para mirar y para tocar. Ellos la lamían y se frotaban contra ella también. Y como ellos ella estaba segura de que él la aburriría con el tiempo. Todo lo hacía.
Pero por el momento tenía la intención de disfrutar de su mascota todo el tiempo que pudiera.
 
Joseph despertó con mucho apetito. El dolor del hambre era tan fiero que al principio pensó que estaba de nuevo en el oscuro hueco bajo el palacio de su padre. Pero mientras abría los ojos y veía el techo dorado sobre él, recordó que estaba con Artemisa.
Se sentó lentamente para encontrarse a sí mismo solo en la cama. Oía voces fuera. Empezó a levantarse y dirigirse hacia ellas, pero se lo pensó mejor. Artemisa lo había dejado ahí por una razón. Nada bueno vendría si abriera esas puertas.
Entonces se sentó sobre la cama, el estómago le dolía mientras escuchaba palabras entrecortadas y sin sentido. Las voces se atenuaban a través del oro y la piedra. No tenía ni idea de la hora que era o cuanto había dormido.
Parecía que había pasado una eternidad antes de que Artemisa apareciera por fin. Ella se acercó y sonrió.
—Estás despierto.
Él asintió.
—No quise molestarte. Sonabas ocupada.
Ella cerró la distancia entre ellos para tomar su mejilla.
—¿Estas hambriento?
—Famélico.
Ella movió la mano y una mesa cubierta de comida apareció junto a la cama.
Joseph quedó estupefacto ante el festín.
—Si quieres algo más, pídemelo.
—No, esto es maravilloso —se levantó para ir a por una hogaza de pan. Los ojos se abrieron ante su sabor, caliente y cubierto con miel, era lo mejor que había comido.
Artemisa le acercó una copa de vino.
—Por dios, estás hambriento.
El tomó la copa agradecido para tomar un profundo trago de su rico sabor.
—Gracias, Artie.
Ella arqueó una ceja ante su inesperado apodo.
—¿Artie?
Joseph se estremeció mientras se daba cuenta de su metedura de pata.
—Artemisa, quise decir Artemisa.
Ella lo acarició con la nariz.
—Pienso que me gusta Artie. Nunca nadie me había llamado así antes.
Joseph bajó la cabeza para besar su mano.
Artemisa no podía respirar mientras que ese simple toque la electrificaba. ¿Qué había en este hombre que encendía su ser entero? Deseaba sostenerlo y protegerlo. Más que eso, deseaba devorar cada centímetro de su exuberante cuerpo.
Cerrando los ojos, se reclinó contra él e inhaló la esencia intoxicante que era todo masculino y todo suyo.
—Come, Joseph —susurró—. No quiero que estés hambriento.
Él se alejó y ella sintió el repentino frío que dejaba la ausencia de su calor como un golpe contra su estómago. Lo miró mientras él humedecía el pan en un pequeño plato de miel antes de darle un mordisco y sonreír, una sonrisa tan hermosa que hizo que su corazón se estremeciera.
Volvió a mojar otro trozo, entonces se giró hacia ella.
—¿Quieres un poco?
Asintió, él lo sostuvo ante ella para que diera un mordisco. Artemisa abrió la boca. Mientras colocaba el pan en su lengua, ella lamió sus dedos que eran deliciosos. Dulces y salados, le abrieron el apetito por más.
Sus ojos se oscurecieron, causando que una ola de deseo se iniciara profundamente dentro de ella. Él hundió el dedo en la miel, para dibujar sus labios antes de acercarla y besarla. El sabor de él combinado con la miel era más de lo que podía soportar.
Guiándolo hacia la cama, se recostó sobre el colchón y tiró de su mano hasta que él estuvo sobre ella.
Joseph gruñó ante la visión de Artemisa bajo él.
—Eres increíblemente hermosa.
Artemisa no podía articular palabra. Estaba completamente cautiva por la mirada de ternura en su rostro. Nadie nunca la había mirado de esa manera. Y cuando colocó sus labios contra la garganta, todo pensamiento racional se perdió en el fuego dentro de ella.
Ella nunca había estado completamente desnuda con nadie. Pero mientras él la despojaba de su traje no protestó. Con una exasperante lentitud el deslizó la ropa por su cuerpo hasta que estuvo desnuda ante él. Él no hizo movimiento alguno para quitarse su propia ropa.
En lugar de eso, el levantó su pie para mordisquear su empeine. Mordiéndose el labio ante la exquisita tortura, lo observó mientras ascendía lentamente por su pierna.
El se detuvo para lamer gentilmente la parte interna de su pantorrilla.
—¿Quieres que me detenga?
Artemisa negó con la cabeza.
—Me gusta como me tocas.
Su mirada la abraso mientras que con un ligero codazo separara un poco más sus muslos para tocar la parte de ella que más le necesitaba. Ella hundió los dedos en su cabello y los cerró en puños.
Joseph se retiró con un siseo como si lo hubiera lastimado.
Ella frunció el ceño.
—¿Hay algo mal?
—Por favor no tomes ni tires de mis cabellos. Odio cuando la gente hace eso.
—¿Por qué?
—Me hace sentir como basura.
No había error en el profundo dolor de su voz.
—No lo entiendo.
—La gente me cogía del cabello para controlarme o para mantenerme a sus pies. Ellos me tiraban del pelo mientras me violaban y me humillaban. No me gusta.
Artemisa acarició su mejilla, tratando de consolarlo.
—Lo siento Joseph. No lo sabía. ¿Hay algo más que no te guste?
Joseph se congeló ante la pregunta. Ningún amante antes le había preguntado eso. No podía creer aún que la hubiera dicho que no le gustaba que le tocaran el pelo. No era algo que normalmente hiciera, pero como ella había preguntado se sentía animado a informarla.
—No me gusta que nadie respire en la parte posterior de mi cuello. Me recuerda ser un esclavo sin voluntad y hace que mi piel se estremezca.
—Entonces nunca te haré eso.
Esas palabras lo tocaron tan adentro que trajeron lágrimas a los ojos. Tragó el bulto de la garganta antes de que lo ahogara. No había nada que él no hiciera para complacer a su diosa. Artemisa era toda amabilidad. No podía imaginar porque ella querría ser amiga de alguien tan bajo como un ex-esclavo, pero estaba agradecido de estar con ella.
Deseando complacerla, no porque tuviera que hacerlo sino sólo porque lo deseaba, se tomó su tiempo para provocar su cuerpo hasta que ella gritó su nombre. Fiel a su palabra no le cogió del cabello mientras se corría. Simplemente hundió sus uñas en los hombros.
Agradecido de que hubiera mantenido su palabra, el gateó sobre su cuerpo y la atrajo contra sus brazos.
Artemisa suspiró mientras descansaba contra él. Joseph todavía estaba totalmente vestido.
—¿Por qué no tomas nada para ti mismo?
—Realmente no encuentro placer en el sexo.
Ella frunció el ceño.
—¿Cómo es posible que no lo disfrutes?
No podía siquiera empezar a explicarle que nada acerca del sexo lo hacía sentir bien. Le gustaba tocarla, pero no tenía la misma reacción hacia su toque que ella tenía hacia el suyo. Los orgasmos eran placenteros, sin duda. Sólo que no le importaban si tenía o no uno.
—Lo disfruto.
Mintió él. La haría bien escuchar eso. Mantendría la verdad dentro de él. Honestamente amaba estar con ella. Cuando estaban juntos se sentía como un hombre sin pasado. Se veía a sí mismo como su amigo y si le gustaba a una diosa, no podría ser tan repugnante como su hermano y su padre le hacían creer.
Ella se frotó contra su cuerpo.
Joseph cerró los ojos y saboreó la sensación de su cálido cuerpo contra el suyo.
—Desearía poderme quedar aquí para siempre.
—Si fueras mujer podrías, pero sólo mi hermano tiene permitido entrar en mi templo. Ningún otro hombre.
—Pero estoy aquí ahora.
—Lo sé, y es nuestro secreto. No puedes decírselo a nadie.
—No lo haré.
Ella se elevó para dirigirle una mirada de advertencia.
—En serio Joseph. Ni siquiera en tus sueños podrás susurrar una palabra acerca de mí.
—Créeme Artie, mantener secretos es una de las cosas que aprendí rápidamente en mi vida. Sé cuando mantener mi boca cerrada. Además nadie realmente me habla de todas maneras.
—Bien, ahora es tiempo de que regreses a tu casa.
En un minuto estaba en su templo junto a ella, al siguiente estaba en su cama desnudo de nuevo. Se percató demasiado tarde que no había comido nada realmente. Demonios, estaba oscuro afuera. Había perdido la mayor parte del día. Mientras que su padre no hubiera mandado guardias para golpearlo nadie sabría de su visita al Olimpo.
Suspirando Joseph colocó un brazo sobre los ojos. Tal vez pudiera dormir hasta que Artemisa viniera por él de nuevo.
Pero incluso mientras el pensamiento aparecía en su cabeza supo que no podría durar. Una puta no podría ser amiga de una diosa. Era imposible. Tarde o temprano Artemisa seria como cualquier otro.
Aun así profundamente en su corazón había un poco de esperanza de que tal vez, sólo tal vez, Artemisa debido a su status de dios fuera diferente.
—Vendería mi alma para mantenerte y protegerte Artie —susurró, preguntándose si podría escucharlo. Si tan solo el también hubiera nacido de los dioses.
El negó con la cabeza ante la dura realidad que conocía demasiado bien.
—Y si los deseos fuesen caballos, podría haber huido en la niñez.
No, esto era todo lo que podría tener. Todo lo que podía hacer era asegurarse de que nadie supiera la verdad. Que los dioses le ayudaran si alguien alguna vez lo hacía.
issadanger
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Mensaje por issadanger Vie 28 Feb 2014, 3:00 pm

12 de Enero, 9528 A.C.
 
Joseph se sentó en la baranda de su balcón, extrañando a Artemisa. Estaba fuera atendiendo un festival que se daba en su honor y quería espiar a la gente en persona. Era rara y le gustaba ver como el pueblo la adoraba mientras fingía ser una mortal.
Lo encontraba extrañamente encantador y tenía que admitir que estas últimas semanas habían sido las mejores de su vida.
Artemisa era la única persona que le permitía ser él mismo. Si no le gustaba algo, podía decírselo y ella le prometía que no sucedería de nuevo.
Nunca había roto su palabra. Eso más que cualquier cosa era un sueño hecho realidad. Y como pasaban tanto tiempo juntos y Joseph no causaba problemas o se escapaba de sus guardias, su padre lo dejaba tranquilo. No podía recordar un momento, excepto por los meses con Ryssa, en que hubiera pasado tanto tiempo sin que lo golpearan o abatieran.
El indulto era divino.
Repentinamente las puertas de su cuarto se abrieron.
Las entrañas se le tensaron. Temeroso de que fuera su padre viniendo por él, agarró la piedra que tenía debajo.
No era él. Ryssa avanzó con pasos largos dentro de la habitación con la sonrisa más brillante que había visto en su rostro.
—Buenos días, hermanito.
—Buenos días —saludó vacilante, admirándose de su humor y del hecho de que hubiera dejado las puertas abiertas—. ¿Sucede algo malo?
Tal vez su padre finalmente había muerto. Era lo mejor que podía esperar. Deteniéndose frente a él, sacó un pequeño bolso que traía tras su espalda y se lo entregó.
—Eres libre.
Su padre debía estar muerto.
Joseph balanceó las piernas hacia abajo.
—¿Qué quieres decir?
—He descubierto uno de los beneficios de dormir con Apolo. Padre ahora me escucha. Tus guardias se han ido y tendrás un estipendio mensual para que lo gastes como desees —puso el bolso en sus manos—. También procuré reservarte un espacio en el estadio para cualquier obra. Nadie si no tú tendrá permitido sentarse allí. Jamás.
No podía creer lo que estaba escuchando.
—¿Cuáles son las condiciones?
Su sonrisa se desvaneció mientras mostraba los dientes con irritación.
—Típico comentario de Padre. No te está permitido avergonzarlo a él o a la familia. No se explicarlo, pero mientras no te inmiscuyas con nadie creo que estarás bien.
Joseph se mofó ante la idea.
—No tengo intenciones de inmiscuirme con nadie.
Al menos no públicamente. Se había cansado de eso hacía mucho tiempo. No le gustaba ser un espectáculo.
Ella se acercó.
—¿Te gustaría ir a una obra conmigo?
—¿Qué hay de Apolo?
—Está fuera con su hermana. Tengo casi todo el día para mí —le extendió la mano—. ¿Qué dices, hermanito? ¿Celebramos tu libertad?
Joseph le ofreció una sonrisa real, algo que nunca hacía.
—Gracias, Ryssa. No sabes lo que esto significa para mí.
—Creo que tengo una idea.
Joseph fue a recoger su manto de debajo del colchón… y los zapatos que Artemisa le había dado. Sostuvo los zapatos por un momento, extrañando a la diosa aún más que antes.
Cómo desearía celebrarlo con ella, pero tendría que esperar.
Después de vestirse rápidamente, siguió a Ryssa fuera de la habitación. En el pasillo, vaciló mientras miraba alrededor de las brillantes paredes. Con excepción del día del ofrecimiento de Ryssa a Apolo, jamás había dejado su habitación saliendo por las puertas sin haber tenido que sobornar a los guardias con sexo.
El grado en que su vida había cambiado lo golpeó con fuerza. Ya no era un esclavo. Ya no era un prisionero. Era libre ahora.
Joseph levantó la cabeza orgullosamente con el conocimiento de que tenía dinero y no había tenido que joder con nadie para conseguirlo. Más que eso, tenía una amiga y amante que lo trataba como si importara.
Por primera vez en su vida, se sintió como un ser humano y no como una posesión o un objeto. Era un sentimiento condenadamente bueno y no quería que se acabara.
Ryssa tomó su mano entre las suyas y lo llevó a través de los pasillos hacia fuera por la puerta de enfrente, como si no estuviera avergonzada en lo más mínimo de que la vieran en su compañía. Pero a medida que se movían entre la gente, Joseph se dio cuenta que una cosa no había cambiado.
Las reacciones de las otras personas hacia su belleza. Tiró la capucha sobre la cara y mantuvo los ojos en el suelo a los pies de Ryssa. Había pasado tanto tiempo con Artemisa últimamente que se había olvidado de ellos y de la gran repulsión que le causaban.
Mientras caminaban cruzando la plaza del pueblo, hizo una pausa. Había un grupo de niños con un maestro detenidos en frente del templo. Un niño de alrededor de siete años estaba leyendo el texto que estaba escrito a los pies del dios.
—En todas las cosas moderación. La clave del futuro es entender el pasado.
—¿Joseph?
Pestañeó ante la voz de Ryssa y giró para mirarla, observándola con el ceño fruncido.
—¿Todos los niños saben leer?
Echó un vistazo a los estudiantes.
—No todos. Son hijos de senadores. Vienen aquí para aprender acerca del panteón y ver cómo los sacerdotes sirven a los dioses mientras sus padres elaboran las leyes que gobiernan al pueblo.
Joseph se fijó en las palabras que no tenían ningún significado para él. Estaba demasiado avergonzado de admitir ante Ryssa que no recordaba casi nada de sus lecciones con Maia.
—Todos los nobles pueden leer, ¿no es verdad?
Ella tiró de su mano sin contestarle.
—Vamos a llegar tarde a la obra.
Joseph dio la vuelta y la siguió.
—¿Has sabido algo de Maia?
Ryssa sonrió.
—Se casó el año pasado y está esperando a su primer hijo.
Las noticias lo impactaron. No le gustaba la idea de un hombre lastimando a la niña a la que había tenido tanto cariño. Esperaba que quienquiera que se hubiera casado con ella la tratara con el respeto que se merecía.
—¿No es demasiado joven para eso?
—No realmente. La gran mayoría de las niñas se casan a esa edad. Yo fui una rara excepción, pero Padre rechazó a todos los pretendientes que pidieron mi mano.
—¿Por qué?
—Honestamente, no lo sé. Nunca me lo explicaría. Supongo que debo estar agradecida con Apolo. Si no fuera por él, estoy segura que estaría viviendo mi vida como una solterona.
Podría pensar en algunas cosas peores que esa. Pero su hermana se estaba permitiendo sus ilusiones supuso.
—¿Te hace Apolo feliz ahora?
—Es gentil la mayor parte del tiempo.
Había una tristeza en sus azules ojos que desmentía sus palabras.
—¿Pero?
Tocó su cuello con un nervioso gesto que lo hizo fruncir el ceño con indulgencia.
—No me permiten hablar de lo que hacemos cuando estamos juntos.
Así que Apolo se alimentaba de ella de la misma manera en que Artemisa bebía de él. Le hizo preguntarse si todos los dioses hacían eso o era algo único entre Artemisa y Apolo.
—Mereces ser feliz, Ryssa. Más que nadie que conozco.
Le sonrió.
—No es verdad. Eres tú quien merece felicidad. Podría estrangular a Padre por su ceguera.
—Ya no me importa mucho —dijo honestamente—. Prefiero ser ignorado que maltratado.
Ella sacudió la cabeza antes de evitar la multitud para mostrarle donde el propietario había hecho una entrada especial para los asientos reales reservados para ellos.
Joseph vaciló. Estaban separados de la multitud por un cordón y cada uno de los diez  asientos estaba cubierto con un cojín. Pero lo que no le gustó era el hecho de que el área se destacaba y los otros seguían echándoles un vistazo. Odiaba que la gente enfocara su atención en él.
Pero no quería insultar el regalo de Ryssa. Tirando de su manto, la siguió hasta los asientos.
Ninguno habló mientras los actores salían a actuar. Joseph los observaba y pensaba en los niños que había visto en su camino hasta ahí. Quería leer de la manera en que ellos lo hacían. Artemisa merecía un consorte que fuera educado.
Tal vez si pudiera leer, no tendría que esconder su amistad…
 
Artemisa sintió la presencia de su hermano como un toque físico. Como gemelos, ambos compartían un lazo especial.
Y un odio especial.
No sabía cuando se habían convertido en enemigos amistosos, pero era un hecho real. Aunque no había nada que no hicieran el uno por el otro, apenas podían soportarse estando en la misma habitación.
Dejando el odio a un lado, no podía negar que Apolo era uno de los dioses más hermosos. Su brillante cabello rubio era corto y las delgadas líneas de su rostro hacían destacar su pequeña barba. Sus ojos azules exhalaban un inteligente poder y una huella de crueldad.
Le arqueó una ceja.
—Estoy sorprendido de verte por aquí.
—Podría decir lo mismo de ti. Ya era hora de que salieras de la cama de tu mascota humana. Estaba empezando a pensar que era ella la que te controlaba a ti.
Su mirada se volvió ártica.
—¿Y qué es lo que te ha mantenido a ti ocupada? Padre dijo que no has estado en los salones Olímpicos en semanas.
Se encogió los hombros.
—Es aburrido.
—Eso nunca te detuvo antes.
Le puso los ojos en blanco.
—¿Te importa? Estoy tratando de ver cómo me adoran los humanos.
Antes de que pudiera alejarse, Apolo la agarró del brazo y la acercó a él para así susurrarle al oído.
—No has venido a alimentarte en algún tiempo. ¿De quién has estado tomando tu sustento?
—¿Qué te importa?
Él aferró su cuello mientras sus dientes caninos se alargaban.
—Es sólo por un tiempo que puedes alimentarte de un humano antes de que sientas hambre de algo un poco más sustancial.
Bajó la cabeza hacia su cuello.
Artemisa se alejó de él.
—No estoy interesada.
Los ojos de Apolo flamearon de rojo.
—¿Recuerdas lo que le sucedió al último hombre con el que retozaste?
Se abatió ante el recordatorio. Orión. Artemisa había tomado en consideración al hombre pero antes que pudiera aproximarse a él, Apolo la había engañado celosamente para que lo matara con una de sus flechas. Después su hermano había puesto su imagen en las estrellas para que siempre recordara que Apolo era el único hombre del que se podía alimentar.
—No retocé con Orión.
La forzó a enfrentarlo.
—Necesitas alimentarte.
Sí, pero no quería hacerlo de su hermano. Quería a Joseph.
Apolo la arrastró hacia las sombras del templo mientras los humanos se reunían fuera para rendirle tributo. No quería seguirlo. Pero si no lo hacía, sabría que estaba con alguien y que Zeus ayudara a Joseph entonces. Su hermano lo destrozaría.
Su corazón sufrió, trató de no abatirse mientras su hermano la atraía y le ofrecía el cuello. Ella lo tomó y en su mente pretendió que era Joseph. Aún así, pudo saborear la diferencia entre los dos. La sangre de Apolo carecía de espíritu. No había una carrera desbocada dentro de ella mientras lo probaba. Ningún fuego que la hiciera querer sostenerlo.
Esto era sólo sangre.
Cuando tomó lo suficiente para aplacarlo, se retiró y se lamió los labios.
Entonces Apolo la atacó. Sus dientes rasgaron a través de los tendones de su cuello, dejándolo palpitando. Quería abofetearlo y muchas veces en el pasado lo había hecho. Condenada Hera por su maldición. La perra celosa había querido asesinarlos a ambos durante su nacimiento y porque Artemisa había ayudado a su madre a dar a luz a Apolo, ese había sido su castigo. No había nada peor que tener que alimentar a tu propia especie. Era una lección que ella y Apolo conocerían por el resto de sus vidas.

Su cabeza se aligeró, trató de pensar claramente. Apolo estaba tomando demasiada sangre. Era algo que siempre hacía cuando estaba enfadado con ella.
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Mensaje por issadanger Vie 28 Feb 2014, 3:06 pm

                                            12 de Enero, 9528 A.C.
Apretando los dientes, le dio un rodillazo en la ingle. Apolo la soltó con una maldición, rasgándole el cuello. Su maldición se unió a la de él mientas cubría la profunda herida con la mano.
—¡Eres un bastardo!
Él aferró su antebrazo, quemándola con su agarre.
—Recuerda lo que te he dicho. Te encuentro con un hombre mortal y lo mataré.
Artemisa le arrebató su brazo.
—Ve a jugar con tus humanos y déjame en paz.
Con su dicha por el festival completamente magullada, se transportó de regreso a su templo. Pero estaba todo tan solitario. Sus koris se habían ido por el día.
Miró hacia su cama e imaginó la sombra de Joseph ahí, su sonrisa calentándola mientras la complacía con sus besos y gentiles caricias.
Necesitándolo desesperadamente, se transportó a su habitación. En el instante en que lo vio sentado con las piernas cruzadas en el piso con su espalda hacia ella, su corazón se iluminó. Sin ningún pensamiento o vacilación, corrió hacia él y lo abrazó.
Joseph se asustó cuando Artemisa se tiró sobre su espalda y lo envolvió con sus brazos fuertemente. Aún así, su aroma lo llenó.
—Te extrañé hoy —susurró en su oído, enviándole escalofríos por todo el cuerpo.
—También te extrañé.
Su abrazo se apretó antes de soltarlo y posar su barbilla en su hombro.
—¿Qué estás haciendo?
.Joseph cogió el pergamino del piso y lo dobló para que no pudiera ver qué era.
—Nada.
—Estabas haciendo algo… — tomó el pergamino antes que pudiera detenerla y lo abrió. Frunció el ceño ante sus infantiles marcas—. ¿Qué es esto?
Sintió el calor que hizo arder su rostro por haber sido atrapado.
—Estaba tratando de enseñarme a escribir.
—¿Por qué?
—Porque no sé cómo y deseo aprender.
Bajó el pergamino y lo miró con incredulidad.
—¿No sabes leer?
Joseph dejó caer la cabeza mientras la vergüenza lo atravesaba.
—No.
Artemisa levantó su barbilla con una gentil caricia para enlazar su mirada con la suya.
—Ahora ya puedes.
Joseph jadeó cuando un dolor insignificante lo recorrió. Le entregó el pergamino.
—Escribe tu nombre.
Asombrado por lo que acababa de pasarle, Joseph tomó la pluma y supo cómo escribir las letras. Escribió su nombre sin fallas.
—No entiendo.
—Soy una diosa, Joseph. Y no quiero que bajes la cabeza con vergüenza. ¿Te complace?
—Más que nada.
Su sonrisa lo deslumbró.
—Ven conmigo. Estoy de humor para cazar.
—No sé cómo cazar.
—Lo sabrás.
Fiel a sus palabras, tan pronto estuvieron en el bosque, le entregó un arco y una flecha y tal como con la escritura, supo exactamente qué hacer.
Qué maravilloso ser capaz de hacer algo sin todos los años de aprendizaje. Pero en realidad, había algo que deseaba más que saber escribir o cazar.
—¿Puedes enseñarme a pelear?
Artemisa se volteó hacia él con una expresión atontada.
—¿Qué?
—Quiero saber cómo luchar.
Frunció el ceño, entonces preguntó lo único que no fallaba en pronunciar.
—¿Por qué?
—Estoy cansado de ser golpeado. Quiero saber cómo defenderme.
Artemisa estaba asombrada por su petición. Una imagen de Apolo golpeándolo atravesó su cabeza tan bruscamente que se estremeció. Como la mayoría de los hombres, sabía que Apolo era un bastardo controlador. La última cosa que quería era mostrarse vulnerable ante Joseph. Enseñarle a un hombre a pelear no podía conducir a nada bueno.
—No lo creo. No dejaré que nadie te lastime, Joseph. Soy toda la protección que necesitas.
—¿Qué tal si te aburres de mí?
Ahuecó su mejilla en su mano.
—¿Cómo podría alguna vez aburrirme de ti?
Joseph le ofreció una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Realmente desearía que me enseñaras.
Su insistencia hizo estallar su temperamento.
—Ya te he dicho que no —le espetó.
Joseph se detuvo ante la hostilidad de su tono. Conocía la ira y de dónde se derivaba.
—¿Quién te golpeó?
Artemisa levantó su arco.
—Creo que hay un venado por este camino.
—Artie… —la cogió para detenerla—. Conozco el sonido en tu voz. Lo he tenido demasiado en la mía como para no reconocer lo que significa. ¿Quién te lastimó?
Vaciló por tanto tiempo que dudó que le contestara, pero cuando lo hizo su tono era tan bajo que apenas pudo escucharla.
—Otros dioses.
Le impactó la confesión.
—¿Por qué?
—¿Por qué se golpea a alguien? —Sus ojos estaban furiosos de nuevo—. Hace que se sientan más poderosos. No dejaré que me golpees. Jamás.
—Nunca lo haría —dijo, con la voz llena de convicción—. No podría hacer a otro más de lo que me han hecho a mí para cortar mi corazón. Sólo deseo protegerme.
—Y ya te lo dije. Te protegeré.
Acarició su brazo antes de dejar caer la mano y dar un paso atrás.
—Entonces deberé confiar en ti, Artie. Pero quiero que sepas que no confío fácilmente. Por favor no seas como todos los demás y rompas tu palabra. Detesto que me mientan.
Lo besó suavemente en la mejilla.
—Vamos a cazar.
Joseph asintió antes de tomar una nueva flecha y aplacar a la única amigar real que había tenido. Ella no lo eludía y él no trataba de ocultarse. Lo que lo atemorizaba, sin embargo, eran los sentimientos que lo embargaban cuando no estaba cerca.
Estaba enamorado de una diosa y sabía lo estúpido que era. Dejando de lado de todas las cosas que podía ser, nunca había sido un tonto.
Hasta ahora.
Lo hacía sentir completo. Feliz. Y no quería que esa sensación se fuera.
Apartando lejos ese pensamiento, tomó aire ante la presa. Mientras suspiraba, ella corrió hacia él y le hizo cosquillas. La flecha voló fuera de su marca, clavándose en un árbol perturbando a una ardilla que de verdad le arrojó una nuez.
Joseph se rió antes de estrechar su mirada en ella. Arrojó su arco a un lado y la acechó.
—Has arruinado mi tiro perfecto. Vas a pagar por ello.
Artemisa soltó su arco antes de escaparse.
Corrió tras ella mientras trataba de desaparecer entre los árboles. Su risa lo divirtió haciéndolo reír más. La atrapó por la derecha cuando alcanzaba el riachuelo.
Envolviéndola con sus brazos en su cintura, la balanceó alrededor.
Artemisa no pudo respirar cuando el peso de él la impactó. La visión de su sonrisa, la luz en esos mágicos ojos…
La hizo querer gritar de éxtasis.
La hizo girar mientras los pájaros cantaban una melodía especial para ellos. Estaba perdida en ese espacio y tiempo con él. Esto era lo que siempre había querido. Lo que siempre había necesitado.
Joseph no le importaban sus caprichos o su mal humor. Tampoco el estremecimiento de que se alimentara de él. La aceptaba como era y lo sobrellevaba a pesar de todo.
Quiso perderse en ese momento y con él para toda la eternidad.
—Hazme el amor, Joseph.
Joseph se congeló con sus palabras mientras su rostro palidecía.
—¿Qué? —La dejó de nuevo en el suelo.
Apartó el hermoso cabello de su cara.
—Quiero conocerte como una mujer. Quiero sentirte dentro de mí.
La soltó y dio un paso atrás, su expresión era reservada.
—No lo creo.
—¿Por qué no?
Tragó y vio el miedo en esos plateados ojos.
—No quiero que nada cambie entre nosotros. Me gustar ser tu amigo, Artie.
—Pero ya me has tocado en lugares como nadie ha hecho. ¿Por qué no querrías estar dentro de mí?
—Eres virgen.
—Sólo un pequeño tecnicismo. Por favor, Joseph. Quiero compartirme contigo.
Joseph miró lejos mientras las emociones ardían en su interior. Lo que le ofrecía era inimaginable. Sin embargo, había tenido numerosas princesas y nobles que habían llegado a él para que preparara sus cuerpos con gentileza para la cópula con otros hombres.
Parthenopaeus… el que perfora la doncellez. Así era como Estes y Catera habían ofrecido sus servicios a sus clientes femeninas. La reputación de Joseph por su suavidad había sido legendaria. El hecho de que estuviera extremadamente bien dotado y aún así fuera cuidadoso no lo había dañado tampoco.
Ahora una diosa se le ofrecía. Cualquier otro hombre saltaría ante la oportunidad. Para lo que importaba, cualquier otro hombre ya estaría desnudo.
Pero a diferencia del resto, entendía las complejidades físicas de la intimidad. Aún cuando habían pedido y pagado por ello, había mujeres que lloraban por la pérdida de su inocencia. Otras la maldecían y a ellas mismas. Algunas se tornaban violentas ante la pérdida. Y un pequeño puñado se regocijaba.
El problema era que no sabía de cuales era Artemisa.
—No quiero lastimarte.
Caminó hasta sus brazos.
—Por favor, Joseph. Quiero sentirte dentro de mí cuando me alimente de ti.
—Realmente no creo que debas.
Sus ojos cayeron con furia sobre él.
—Bien. Vete entonces. Fuera de mi vista.
—Artie…
Era demasiado tarde. Estaba de vuelta en su habitación. Sólo.
—Lo siento —susurró, con la esperanza que lo escuchara.
Si lo oyó, no le dio ninguna pista de ello.
Debiste haberte acostado con ella. ¿Era realmente importante? Se había acostado con todos los demás. Pero los otros habían sido sólo cuerpos para que él los complaciera. Artemisa era diferente.
La amaba.
No, no era tan simple como eso. Lo que sentía por ella…. desafiaba al amor. La necesitaba de una forma que no creía posible y ahora la había enojado.

Con su corazón apesadumbrado, sólo esperaba encontrar una forma de reconquistarla y hacer que lo perdonara. 
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JOSEPH - JOE Y _____ - Página 22 Empty Re: JOSEPH - JOE Y _____

Mensaje por issadanger Vie 28 Feb 2014, 3:11 pm

26 de Enero, 9528 A.C.
 
Habían pasado dos semanas desde la última vez que Joseph había visto a Artemisa y cada día que pasaba, se desanimaba aún más. Ella se negaba a responder sus llamadas.
Ni siquiera se molestaba en ir a los juegos. Nada podía aliviar el dolor que había en su interior por querer estar con ella. Todo lo que quería era verla otra vez.
Echando la cabeza hacia atrás, engulló el último trago de vino de la botella de la que había estado bebiendo. Furioso y herido, la lanzó sobre la baranda para dejar que se estrellara contra las rocas de abajo. Alcanzó una nueva botella e intentó sacar el corcho. Estaba demasiado borracho para lograrlo.
—¿Joseph?
Se quedó inmóvil ante el sonido de la única voz que había estado rogando oír.
—¿Artie? —Intentó ponerse en pie, pero en vez de eso cayó de culo al suelo. Alzando la mirada, la vio en las sombras de su habitación.
Ella dio un paso adelante con la cara pálida y contraída. El ojo izquierdo estaba hinchado y tenía una tenue marca rojiza con la huella de la mano de alguien.
La rabia oscureció su mirada.
—¡¿Quién te golpeó?!
Artemisa retrocedió, temerosa del hombre ante ella. Nunca había visto a Joseph borracho, pero cada vez que había visto a Apolo en ese estado, él se volvía violento.
—Yo regresaré…
—No —jadeó él, la voz era un ronco suspiro—, Por favor no te vayas.
Él le tendió la mano.
Su primer instinto fue huir, tragó saliva y se recordó a sí misma que era una diosa. Él era un humano y no podía herirla de ninguna manera. Las piernas la temblaban ligeramente, se estiró lentamente y tomó su mano en las de ella.
Joseph se la llevó a la mejilla y cerró los ojos como si estuviese contento de morir ahora, como si tocarla fuera el placer más grande que pudiera imaginar. Enterró la cara contra su piel e inhaló profundamente.
—Te he extrañado tanto…
Ella también le había extrañado. Todos los días se juraba que no iba a ir a verle, pero hoy…
Después del ataque de Apolo, necesitaba que la abrazara alguien que supiera que no iba a herirla.
—Tienes un aspecto horrible —dijo ella, frunciendo el ceño ante la gruesa y espesa barba que había crecido sobre la cara—. Y hueles mal.
Él se rió ante sus críticas.
—Es culpa tuya que me vea así.
—¿Y eso por qué?
—Pensé que te había perdido.
Esas angustiosas palabras la tocaron tan profundamente que trajeron lágrimas a los ojos. Cayendo de rodillas, sacudió la cabeza ante él.
Antes de que pudiera hablar, él le susurró al oído:
—Te amo, Artie.
La respiración se la quedó atascada en la garganta.
—¿Qué has dicho?
—Te amo. —Se inclinó contra ella y le pasó el brazo alrededor del cuello antes de desplomarse y desmayarse.
Artemisa se sentó allí, sosteniéndole mientras sus palabras resonaban hasta el fondo de su alma. Joseph la amaba…
Bajó la mirada al rostro que todavía era increíblemente guapo a pesar del estado desarreglado. La amaba. Eso acabó por hacerla llorar de una manera en la que no había llorado desde que era una niña. Y odió el hecho de que él pudiera hacerla sentir así. Odió el hecho de que aquellas palabras significaran tanto para ella cuando no deberían significar nada en absoluto.
Pero la verdad era la verdad y no podía negarla.
—Yo también te amo —susurró sabiendo que nunca podría decírselo si estaba despierto. Eso le daría a él, un mortal, demasiado poder sobre ella.
Pero en ese momento, podía decirle la verdad que quería negar con cada parte de sí misma. ¿Cómo podía una diosa estar enamorada de un hombre? ¿Especialmente ella? Se suponía que era inmune a eso. Pero algo en este mortal había entrado en su alma.
Si tan sólo fuera un dios…
No lo era y no era posible que lo fuese. Era humano y no cualquier humano. Era un esclavo. Una puta que había sido brutalmente usado por todos a su alrededor. Se habían burlado de él y se burlarían de ella por estar con él. Contrajo la cara ante la verdad. Había tenido bastantes problemas con su credibilidad en lo que concernía a otros dioses. Si se enteraran de esto, le quitarían sus poderes y la desterrarían al mundo humano.
No podía permitirlo.
Ni siquiera por Joseph. Esto era más de lo que podía dar. Más de lo que podía soportar. Había visto cuán crueles eran los humanos los unos con los otros. Lo último que quería era estar desprotegida en ese mundo a merced de personas que no tenían corazón. Sólo tenía que ver lo que le habían hecho a Joseph. Él ni siquiera podía caminar en público sin que alguien lo hiriese.
Imaginaba lo que la harían si descubrieran que había sido una diosa…
La destrozarían.
Sollozando, lo acercó a ella y se lo llevó de ese estúpido y mezquino mundo.
En su propia cama, pasó la mano sobre él y lo aseó de modo que se viera igual al Joseph que ella amaba. Su pelo estaba suave y limpio, sus mejillas tersas y suaves mientras yacía desnudo sobre el colchón de plumas. Cada músculo de su cuerpo estaba fuertemente esculpido.
Las líneas de su abdomen…
¿Cómo podía alguna mujer no amar un rostro y un cuerpo tan perfectos?
Queriendo estar tan cerca de él como fuese posible, se quitó la ropa y después se tendió en la cama a su lado. Hizo aparecer una sábana para cubrirlos mientras se acurrucaba cerca y escuchaba su respiración.
Mientras él dormía, ella pasó la mano sobre los músculos que cubrían su pecho. Su cuerpo era perfecto. Delgado y adecuadamente musculoso, parecía poderoso incluso estando inconsciente. El calor la recorrió mientras le acariciaba el pezón. Este se arrugó en respuesta ante el toque, haciéndola sonreír.
Y se preguntó si sabría como... Joseph siempre la saboreaba, pero ella nunca se lo había hecho a él. Era tímida respecto a su cuerpo. Pero con él de esta manera, se envalentonó.
Hundiendo la cabeza, llevó la lengua sobre el pico tenso. Hmmm, él sabía realmente bien. Su piel era salada y olía completamente a Joseph. La dolía el cuerpo, se movió despacio sobre su pecho, probando cada centímetro de este.
No fue hasta que alcanzó el estómago que ella se retiró. Él tenía todo el torso sin vello excepto por un pequeño tramo del pelo que iba desde su ombligo hacia abajo hasta la zona más espesa en el centro de su cuerpo. Ella sepultó la mano allí, permitiendo que el vello áspero pasara a través de los dedos. A diferencia de los pelos de su cabeza, éstos eran rizados y cuando pasó la mano por ellos, su pene comenzó a endurecerse.
Artemisa lo tocó con cautela. Estaba fascinada con la parte de él que era tan diferente de su propio cuerpo. Al principio fue capaz de moverlo a voluntad, pero en poco tiempo estuvo tan duro y tieso que todo lo que pudo hacer fue bajar la mano por su longitud y hacer que el pene danzara en respuesta a su toque.
Qué raro...
Igual de extraña era la humedad que goteaba de la punta. Echó un vistazo hacia arriba para asegurarse de que él todavía estaba inconsciente. Confiada, se mordió el labio, luego lentamente avanzó acercándose más. El corazón la golpeaba con temor y curiosidad, bajó la cabeza para probarlo.
Artemisa gimió profundamente en su garganta. No había nada atemorizante respecto a esto. En realidad, nada atemorizante respecto a Joseph en lo más mínimo. Sonriendo, se retiró para ahuecarle en la mano.
Él seguía dormido, inconsciente del hecho de que lo estaba explorando.
Ella se incorporó subiendo por su cuerpo para besar aquellos labios que la habían perseguido estos últimos días en sus sueños. No podía soportarlo más…
—Despierta para mí, Joseph.
Joseph estaba aturdido mientras trataba de enfocar sus pensamientos. Pero todo lo que él podía ver era a Artemisa. Estaba inclinada sobre él con sus verdes ojos abrasándole con su calor.
—Me robas el aliento —susurró él.
Ella sonrió muy dulcemente antes de mordisquearle la barbilla con los dientes.
Él ya estaba duro y doliente debido a la exploración de ella. ¿Era esto un sueño? Tenía tal confusión mental que no lo podía asegurar. Había como una neblina sobre todo.
—Muéstrame tu amor —susurró ella en su oído.
Quería y con ella sobre él de esa manera no podía acordarse de sus objeciones para hacerlo. Giró la cara hacia la suya y la besó profundamente. Él nunca había querido hacer el amor con nadie antes, pero ahora mismo quería estar dentro de ella con una locura tan inesperada que lo desgarró y dejó sin fuerzas.
Con la cabeza dándole vueltas, rodó sobre ella y bajó la cabeza para excitar su seno derecho.
Artemisa jadeó ante la sensación de la lengua acariciándola. El estómago se contraía bruscamente con cada deliciosa lamida. Y para su asombro, de hecho se corrió por esto.
Jadeando, le agarró la cabeza y tembló mientras ola tras ola de placer barrían por ella. No había tenido ni idea de que él pudiera hacer esto.
Él gruñó inesperadamente, antes de comenzar a descender por su cuerpo. Apartó de un codazo sus muslos para contemplarla, con un hambre tan crudo que la provocó un escalofrío.
—Tócame, Joseph. Muéstrame lo que puedes hacer.
Él la recorrió con un largo dedo, haciéndola estremecerse en respuesta. Un instante más tarde enterró la boca contra ella. Ella lanzó un grito cuando su lengua la atormentó. Era insoportablemente placentero.
Y ella quiso más.
Por primera vez, él deslizó un dedo dentro de ella mientras la saboreaba. La intrusión era sorprendente al tiempo que increíblemente placentera. Cuando él deslizó otro dedo dentro, ella se tensó.
—¿Qué haces?
Él encontró su mirada antes de asestarla otro exquisito lametazo.
—Procuro que tu cuerpo esté listo para mí de modo que no te haga daño cuando entre en ti. —Se retiró. —¿Has cambiado de opinión?
Ella sacudió la cabeza.
—Te deseo, Joseph.
La besó a su manera, subiendo despacio por su cuerpo mientras seguía excitándola con la mano.
Artemisa se aferró a él mientras otro orgasmo se derramaba por ella. En el momento en que esto comenzó, Joseph se deslizó profundamente dentro de su cuerpo. Se movió tan rápidamente y con tanta suavidad que en vez de hacerla daño, esto aumentó su orgasmo a un nivel cegador.
Su cabeza se restregó de acá para allá en la almohada mientras trataba de encontrarle sentido a esto. Pero no había ningún sentido en ello. Y cuando Joseph comenzó a empujar despacio y profundamente contra ella, gimió extasiada.
Joseph se perdió en los suspiros complacidos que Artemisa hacía, lo que emparejó sus golpes. Ella lo sujetaba de un modo como nadie jamás lo había hecho antes...
Como si él significara algo para ella.
Las lágrimas punzaban detrás de los ojos mientras se impulsaba aún más profundo en ella. Ya no estaba ebrio, estaba en la gloria. Todo lo que podía ver era su hermoso rostro.
Los ojos de ella se oscurecieron un instante antes de que le apartara el pelo del cuello y hundiera sus dientes en él. En el momento en que lo hizo, ella se corrió otra vez.
La sensación de ella bebiendo de él mientras su cuerpo se aferraba al suyo lo condujo hasta el borde. Incapaz de soportarlo, él también se corrió en una onda cegadora de éxtasis.
Se desplomó encima de ella mientras esta se alimentaba. Entre su orgasmo y la pérdida de sangre, estaba débil y saciado. Ella le hizo rodar sobre su espalda para así poder beber aún más.
En este momento Joseph le habría dado cualquier cosa que le pidiera. Incluso su vida.
Artemisa se retiró cuando con la pierna tocó algo mojado en la cama. Echando un vistazo hacia abajo, vio su sangre mezclada con el semen en el colchón. La realidad de lo que acababa de hacer se precipito sobre ella con una fuerza tan aguda que hizo pedazos toda su felicidad.
Ella ya no era virgen.
Si Apolo o los demás se enteraban...
Estaría arruinada. Ridiculizada. Humillada.
¿Qué había hecho?
Has sido profanada por una puta humana...
Con los parpados medio caídos, Joseph extendió una mano hacia ella. Esta se retiró mientras el corazón se cerraba de golpe dentro de su pecho. Esto era terrible. Horrible. Aterrorizada por lo que le había permitido hacer, abandonó la cama, sintiéndose enferma.
Joseph la siguió.
—¿Artemisa?
—¡No me toques! —gruñó cuando él trató de sujetarla. Ella le dio un empujón.
—¿Te hice daño?
La preocupación de su voz dejó un agujero irregular en el corazón. Pero esto no era nada comparado con la vergüenza y el miedo que sentía.
—Me has arruinado.
En aquel instante le odió por lo que habían hecho. ¿Cómo se atrevió él a hacerla desearlo de esta manera? Hacer que se olvidara de quién era y por qué su virginidad era tan importante.
Dioses queridos, ¿qué había hecho?
Quería matarlo y aún así no podría. ¿Cómo podía odiarlo con tantas ganas y todavía desearlo tan ardientemente?
—¿Por qué me tocaste?
Él pareció asombrado por la pregunta.
—Tú me lo pediste.
—No te pedí que me besaras en mi templo —lo acusó—. Yo nunca había conocido un beso antes. Y entonces tú me tocaste... —le abofeteó con fuerza por la afrenta.
Joseph se tambaleó hacia atrás ante el golpe mientras su mejilla ardía. Antes de que él pudiera recuperarse, Artemisa lo atacó, con bofetadas y puñetazos. Cuando esto no pareció satisfacerla, lo arrojó contra la lejana pared y allí lo mantuvo con sus poderes de diosa.
Yo te protegeré...
Las palabras de ella sonaron en sus oídos cuando él la miró desde arriba, esperando que finalmente lo matara. Sinceramente prefería estar muerto a sentir como el corazón se le astillaba por lo que ella estaba haciendo.
Ella había mentido.
De repente, cayó de golpe en el suelo. Aquella misma fuerza invisible lo derribó y lo sostuvo contra el mármol mientras Artemisa se le acercaba con una mirada fiera.
—Así que colabora. Di en toda tu vida una palabra de esto a una sola alma y te veré aniquilado tan dolorosamente que tus gritos pidiendo clemencia resonarán a lo largo de la eternidad.
Aquellas palabras trajeron lágrimas a los ojos al recordarle a otros tantos que lo habían odiado porque ansiaban estar con él. ¿Cuántos dignatarios y nobles habían venido a él y luego lo habían maldecido al momento siguiente de que les hubiera complacido?
Vivian con el miedo de que una puta arruinara sus preciadas reputaciones. Le habían sacado a patadas de la cama o lo habían tirado al suelo, maldiciéndolo por su propia lujuria como si él hubiera querido esto.
¿Por qué había llegado a pensar por un momento que Artemisa sería algo diferente?
Al final, él era lo que era.
Nada.
—¿Me oyes? —gruñó Artemisa en su cara.
—Te oigo.
—Te arrancaré la lengua.
Él tuvo que obligarse a no reírse ante una amenaza que experimentaba por primera vez. Pero él sabía la verdad. Su lengua tenía más valor que cualquier otra cosa puesto que esta les proporcionó la mayor parte del placer.
—Tu voluntad es mi voluntad, akra.
Ella lo agarró por el pelo y tiró de su cabeza hacia arriba para obligarlo a mirarla.
—Soy la diosa Artemisa.
Y él era Joseph Parthenopaeus. La puta maldita. Esclavo despreciado. Incapaz de ser amado por alguien.
Cuán estúpido había sido al tragarse sus mentiras. Pensar que por un minuto algo como él podría haber tenido alguna vez valor para una diosa.
Artemisa vio el dolor en sus ojos y esto la desgarró el corazón. No quería hacerle esto, pero ¿qué opción tenía? Él estaría muerto en unas décadas, pero su propia vergüenza sería eterna si alguna vez la noticia de esto llegaba a otros dioses.
Los humanos no eran dignos de confianza. Jamás.
—Recuerda que mi ira será legión. —Ella le tiró del pelo como advertencia antes de enviarlo de vuelta a su mundo.
Trastornado, Joseph se sentó en el suelo de su cuarto. Entumecido por el rechazo y el ataque, avanzó lentamente hasta el balcón con vistas al mar y descansó la cabeza contra la baranda de piedra. Oyó las voces de los Atlantes llamándole.
Más que nunca antes estaba tentado a ir. ¿Qué importancia tendría si lo mataban?
Si pudiera estar seguro de que no abusarían más de él, iría a ellos. Pero en lo profundo del corazón estaba el miedo a que ellos sólo lo convocaran para así poder torturarlo también. Inclinando la cabeza, lloró y a medida que caía cada lágrima odió a Artemisa por ello.
Nadie lo había hecho llorar de esta manera en años. No desde el día en que Estes había vendido su virginidad al mejor postor y luego había celebrado una fiesta para que todo el mundo observara la brutal violación que le había causado dolor y hemorragias durante días después. Incluso ahora la risa y las burlas lo perseguían.
Rompo a la puta para el resto de nosotros...
Joseph golpeó el puño contra la piedra, queriendo que el dolor borrara la vergüenza dentro de él. Pero no hubo ningún alivio. Ninguna piedad. Nada podía llevársela.
La puta estaba cansada ahora. Por fin estaba vencido. Y no era por la mano de su maestro o un cliente.

Había sido por la mano de la única persona a quién había amado alguna vez. Derrotado y perdido, Joseph se tumbó en el frío balcón y cerró los ojos, rezando para que la muerte finalmente viniera y terminara con esta pesadilla que era su vida.
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Mensaje por Monse_Jonas Vie 28 Feb 2014, 11:05 pm

Atermisa te odio maldita perra ósea es Joe ¿comprendes? ES JOE y tú le dices y haces eso hahaha maldita perra traicionera, primero quiere y después se arrepiente que perra salió ésta ash. 
Pobre de mi Joe!!!!


SÍGUELA PRONTO POR FIS!!!!!! 


P.D. Ya quiero que Joe conozca a la rayis xD 
Monse_Jonas
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Mensaje por aranzhitha Sáb 01 Mar 2014, 12:32 pm

Que maldita primero le dice que lo protegerá
Y después lo trata peor que nadie!
Se pasa Joseph no merece eso!
Síguela!
aranzhitha
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Mensaje por chelis Sáb 01 Mar 2014, 5:06 pm

N serio la odio!!!!!!... Aaaaarrrrggg!!!... Pero al que mas odio es asu disque padre!!!!!!!.... Aaaaaaaaahhhh!!!!...
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Mensaje por issadanger Sáb 01 Mar 2014, 6:18 pm

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Mensaje por CoteDreamer Sáb 01 Mar 2014, 6:27 pm

Comentarios! !!
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Mensaje por chelis Sáb 01 Mar 2014, 8:13 pm

Pon otroooooooooooo
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Mensaje por chelis Sáb 01 Mar 2014, 8:16 pm

Porfiiiiiissss
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Mensaje por Monse_Jonas Dom 02 Mar 2014, 12:46 am

Otro!!!!!!
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