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Mensaje por Monse_Jonas Mar 21 Ene 2014, 2:59 pm

Nombre: Venganza Deliciosa
Autora: Lynne Graham
Adaptación: Si
Advertencias: No.
Otras Paginas: No sé.



Argumento




Era despiadado en los negocios y en las relaciones…
Cuando se dispuso a vengarse por la muerte de su madre, Joseph Riccardi tenía en mente una humillación legal y económica. Pero ____ Hamilton le añadió un elemento realmente delicioso al plan. Tan bella como inocente, ____ no tuvo elección cuando el empresario italiano entró en su vida como un depredador y le ofreció un pacto con el diablo: la libertad de su padre a cambio de su cuerpo.
En su ingenuidad, ____ creyó que Joseph se cansaría de ella y de su inexperiencia. Pero él tenía en mente algo más que una noche…
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Mensaje por Monse_Jonas Mar 21 Ene 2014, 3:03 pm

Capítulo Uno




Joseph Riccardi descendió de su limusina, un pesado vehículo blindado construido para resistir un ataque con misiles. El calor que reinaba en el exterior resultaba casi insoportable, pero las gafas de sol que él llevaba puestas le protegían los ojos del potente sol de Venezuela. El intermediario inglés que había ido a recogerlo al aeropuerto, muy intranquilo, le hablaba sin parar y, aunque Joseph comprendía la tensión que el primero sentía, no dejaba de sentirse algo irritado por ella.
Joseph no había experimentado el miedo desde su infancia, una sensación vergonzosa que le habían quitado a golpes. Había conocido el miedo, el odio y la amargura, pero el miedo ya no ejercía poder alguno sobre él. Su imparable ascenso al poder lo había catapultado a las portadas de cientos de revistas y periódicos, pero su nacimiento y su ambiente familiar siempre se habían visto envueltos en un halo de misterio. Había conocido la verdad sobre su familia cuando tenía dieciocho años. Aquel mismo día, el idealismo había muerto en él cuando vio que le sería imposible seguir la trayectoria profesional que él habría elegido. Según iban pasando los años, se había ido haciendo más duro, más frío y más implacable. Había Utilizado su brillante intelecto y, su agudo instinto para construir un enorme imperio empresarial. El hecho de que jamás hubiera tenido que quebrantar la ley suponía un orgullo para él.
—Hay muchos miembros de seguridad aquí —musitó Harding, su acompañante.
Era cierto. Había guardas armados por todas partes: sobre los tejados, en los jardines… Él estado de alerta resultaba casi palpable.
—Debería hacer que te sintieras más seguro —replicó Joseph.
—No me sentiré seguro hasta que no vuelva a estar en casa —afirmó Harding, secándose el sudor con un pañuelo.
—Tal vez éste no era trabajo para ti.
—Créame si le digo que estoy encantado de estar a su servicio…
Joseph no dijo nada. Le sorprendía que aquel hombre hubiera sido el elegido para actuar como intermediario en una reunión secreta. Penetró en el interior del opulento rancho al que habían llegado. Allí, le esperaba un hombre maduro, que despachó a Harding y saludó a Joseph con una respetuosa curiosidad.
—Es un verdadero placer conocerlo, señor Riccardi —le dijo el hombre, en italiano—. Me llamo Salvatore Lenzi. Don Carmelo está ansioso por verlo.
—¿Cómo está?
—En estos momentos, su estado es estable, pero es probable que sólo le queden dos meses.
Joseph asintió. Se lo había pensado mucho antes de acceder a aquella visita. La precaria salud del anciano había sido el acicate que necesitaba. El famoso Carmelo Zanetti, capo de una de las familias de mafiosos más peligrosas del mundo, era un desconocido para él. Sin embargo, Joseph jamás había podido olvidar que por sus venas y por las de Carmelo Zanetti corría la misma sangre.
El anciano yacía postrado en una cama, rodeado de máquinas. Con pesada respiración, observó a Joseph y suspiró.
—No te puedo decir que te pareces a tu madre porque no es así. Fiorella era muy menuda…
Los rasgos de Joseph se suavizaron casi imperceptiblemente. Su madre le había mostrado la única ternura que había conocido en toda su vida.
—Sí…
—Sin embargo, sí te pareces a tu padre. Tus padres fueron el Romeo y la Julieta de su generación. Un Sorello y una Zanetti… Para las dos familias, distaba mucho de ser una unión perfecta. Los recién casados acabaron mal a las pocas semanas de la boda…

—¿Es ésa la razón por la que mi madre terminó fregando suelos para poder ganarse la vida? —preguntó Joseph, muy sereno
—Terminó así porque abandonó a su esposo y deshonró a su familia. ¿Quién creería que fue mi favorita? Me encantaba mimarla y concederle todos sus deseos.
—Es decir, mi mamma era una verdadera princesa de la mafia —comentó Joseph con ironía, poco impresionado por lo que el anciano acababa de decirle
—No te burles de lo que no conoces. Tu mamma tenía el mundo a sus pies. ¿Y qué hizo? Le dio la espalda a toda la educación y los buenos modales que había recibido y se casó con tu padre. Comparados con nosotros, los Sorello eran cafoni… gente de clase baja. Gino Sorello era un alocado guaperas que siempre estaba buscando pelea. Ella no pudo controlarlo a él ni a sus actividades extramatrimoniales.
—¿Y cómo trató usted con la situación?
—En mi familia no nos metemos en la relación de un hombre con su esposa. Cuando Gino fue encarcelado por segunda vez, tu madre lo abandonó. Se marchó de casa y dejó atrás sus responsabilidades como si fuera una niña pequeña.
—Tal vez le pareció que tenía razones suficientes para hacerlo.
—Y tal vez a ti te espere alguna que otra sorpresa porque, según creo, pusiste a tu madre en un pedestal cuando ella murió.
La ira que provocó en Joseph aquel comentario le hizo palidecer a pesar de su bronceado aspecto. Sin embargo, guardó silencio porque sabía el regocijo que produciría en Carmelo aquella reacción
—Fiorella era mi hija y yo la quería mucho —añadió—, pero me deshonró y me desilusionó cuando abandonó a su esposo.
—Mi madre tenía veintidós años y Sorello había sido condenado a cadena perpetua. ¿Acaso no tenía derecho a buscarse una nueva vida?
—En mi mundo, la lealtad no resulta negociable. Cuando Fiorella se marchó, todo el mundo empezó a ponerse un poco nervioso por lo que ella pudiera saber sobré ciertas actividades. Su traición era también una mancha en el honor de Gino y eso le procuró muchos enemigos. Sin embargo, lo que la destruyó fue su atolondramiento y su ignorancia.
—Veo que no le perdió usted la pista a mi madre y que sabe lo que le ocurrió cuando llegó a Inglaterra.
—No te va a gustar lo que tengo que decirte.
—Trataré de superarlo.
Carmelo apretó un timbre que tenía al lado de la cama.
—Siéntate y toma una copa de vino mientras charlamos. Por una vez, te comportarás como mi nieto.
Joseph quería negar el parentesco que existía entre ambos, pero no podía. El precio que debía pagar por la información que llevaba tanto tiempo buscando para comprender su pasado era un poco de cortesía. Cuadró los hombros y tomó asiento. Casi inmediatamente un miembro del servicio doméstico le llevó una copa de vino tinto acompañada de unas pastas de almendras sobre una bandeja de plata. Con una mirada extraña en sus agudos ojos, Camelo Zanetti observó cómo Joseph daba un sorbo a la copa. Entonces, soltó una carcajada.
—¡Dio grazia…Veo que no eres ningún cobarde!
—¿Por qué iba usted a querer hacerme daño?
—¿Qué se sientes al rechazar a todos tus parientes Vivos?
Una sonrisa frunció la hermosa boca de Joseph.
—Evitó que fuera a la cárcel… e incluso puede que me haya mantenido con vida. El árbol genealógico de nuestra familia está lleno, desgraciadamente, de muertes tempranas y de desgraciados accidentes.
Tras un pequeño silencio, Don Carmelo soltó otra sonora carcajada. Alarmado por el tiempo que el anciano tardó en recuperar el aliento, Joseph se levantó de su silla, pero el anciano le indicó con un gesto de irritación que volviera a sentarse.
—Le ruego que me hable de mi madre.
—Quiero que sepas que, cuando se marchó de Cerdeña, tu madre tenía dinero. Mi difunta esposa le había dejado una cuantiosa suma. La desgracia de tu madre fue que tenía muy mal gusto para los hombres —dijo el anciano. Joseph se tensó. Al notar el gesto, Carmelo le lanzó una cínica mirada—. Te advertí que no te gustaría. Por supuesto que hubo un hombre, un inglés al que conoció en la playa poco después de que tu padre ingresara en prisión. ¿Por qué crees que se marchó a Londres cuando no hablaba ni una palabra de inglés? Su novio le prometió casarse con ella cuando estuviera libre. Cambió de apellido en cuando llegó y empezó a planear su divorcio.
—¿Cómo sabe usted todo esto?
—Tengo un par de cartas que le escribió su novio. Él no sabía nada de su familia. Cuando ella se instaló, ese hombre se ofreció a ocuparse del dinero de ella y lo hizo tan concienzudamente que tu madre jamás volvió a verlo. Ese hombre la sacó hasta el último penique. Luego le contó que lo había perdido todo invirtiendo en Bolsa.
—¿Hay más? —preguntó Joseph, imperturbable.
—La abandonó cuando se quedó embarazada. Entonces, Fiorella descubrió que él estaba casado.
—No lo sabía… —susurró Joseph, apretando los dientes.
—Ella perdió al niño y jamás recuperó la salud…
—Y sabiendo todo esto, ¿usted no quiso ayudarla?
—Ella podía haberme pedido ayuda en cualquier momento, pero no lo hizo. Te seré sincero. Fiorella se había convertido en una vergüenza para todos nosotros y, además, se produjeron ciertas complicaciones. Gino apeló y salió de la cárcel. Él quería recuperarte a ti, su hijo, y vengarse de su esposa infiel. El paradero de tu madre debía mantenerse en secreto para evitar que tú cayeras en manos de un hombre alcohólico y violento. Nuestro silencio os mantuvo a los dos con vida.
—Pero no evitó que pasáramos hambre —replicó Joseph, sin ningún tipo de inflexión en la voz.
—Tú sobreviviste…
—Pero ella no.
—No soy un hombre que sepa perdonar. Fiorella defraudó a la familia y el insulto final fue el hecho de que creyera que tenía que mantener a su hijo alejado de mi influencia. Me telefoneó cuando la salud empezaba a fallarle. Le preocupaba lo que pudiera ocurrirte, pero, a pesar de todo, me suplicó que respetara sus deseos y que no te reclamara cuando ella hubiera muerto.
Joseph vio que al anciano se le estaban acabando las fuerzas y decidió dar por concluida la reunión.
—Le agradezco mucho su sinceridad. Ahora, me gustaría que me diera el nombre del hombre que arrebató a mi madre todo su dinero.
—Se llamaba Donald Hamilton —dijo Don Carmelo. Entonces, tomó un enorme sobre y se lo entregó a Joseph—. Las cartas. Llévatelas.
—¿Qué le ocurrió a ese hombre?
—Nada.
—¿Nada? Mi madre murió cuando yo tenía siete años.
—Y aquí estás, orgulloso de no ser ni un Zanetti ni un Sorello. Si tan diferente eres de tus parientes, ¿por qué quieres saber el nombre de ese hombre? ¿Qué piensas hacer con él? Te ruego que no hagas tonterías, Joseph.
—No me puedo creer que sea usted precisamente el que me está diciendo eso —comentó Joseph con una carcajada.
—¿Y quién mejor? Me he pasado la última década en el exilio. Mis enemigos y las fuerzas del orden me han buscado por todo el planeta. Ahora, se me está acabando el tiempo. Tú eres el pariente más cercano que me queda. Además, llevo toda la vida pendiente de ti.
—No me había dado cuenta…
—Tal vez somos más inteligentes de lo que te piensas. Tal vez también descubras que, en el fondo, tienes más en común con nosotros de lo que quieres admitir.
Joseph levantó la cabeza con arrogancia y adoptó una actitud orgullosa que dejaba muy claro lo que pensaba al respecto.
—No, no lo creo.
 
 
Con una cesta de flores colgada del brazo, ____ se apresuró por el embarrado sendero detrás de los dos niños. Encantados con los ruidos que ella iba haciendo en su papel de oso perseguidor, Freddy y Jake estaban muertos de risa. Con Piglet, su pequeño chucho, pisándole los talones y ladrando como un loco, el grupo resultaba muy ruidoso. De repente, el sonido insistente de un teléfono móvil hizo que ____ se detuviera y, de mala gana, se sacó el aparato del bolsillo.
—Te apuesto a que es la Malvada Bruja otra vez —predijo Freddy con tristeza.
—Callad… —dijo ____. Le habría gustado que la madre de los pequeños tuviera más cuidado con lo que decía delante de sus hijos.
—He oído que mamá le decía a papá que tú jamás conseguirás un hombre mientras la Malvada Bruja siga ordenándote cosas. ¿Necesitas uno? —preguntó Jake.
—Por supuesto que sí… para tener hijos y para que le cambie las bombillas —le dijo Freddy a su hermano, muy serio.
—¿Oigo a esos niños?—preguntó Eva Hamilton—. ¿Has vuelto a permitir que Joyce Miller te cargue otra vez con esos horribles mocosos?

—Regresaré en menos de una hora —replicó ____, ignorando la pregunta.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Mensaje por aranzhitha Mar 21 Ene 2014, 3:44 pm

Ah me encanta!!
Nueva lectora!
Síguela!
aranzhitha
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Mensaje por chelis Mar 21 Ene 2014, 5:57 pm

OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOHH!!!!... MISTERIOOOSSSS!!!!... MUCHOOSSS MISTERIOOOSSS!!
chelis
chelis


http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por Monse_Jonas Mar 21 Ene 2014, 7:44 pm

Capitulo Uno, Segunda Parte




—¿Tienes idea de lo mucho que aún queda por hacer?
—Creía que los del catering…
—Hablaba de la limpieza —repuso su madrastra. ____ estuvo a punto de echarse a temblar.
Llevaba una semana trabajando sin parar. Le dolía hasta la espalda, que tenía bien tonificada por la actividad física del centro de jardinería donde trabajaba.
—¿Acaso me he dejado algo?
—Los muebles se están llenando de polvo otra vez y las flores del salón se están ajando. Quiero que todo esté perfecto mañana para tu padre, así que tendrás que encargarte de todo esta tarde.
—Sí por supuesto.
____ se recordó que todos aquellos interminables preparativos eran por una buena causa. Además, era un día muy importante para su padre, Donald Hamilton. Él había trabajado incansablemente para reunir los fondos necesarios para comenzar los trabajos de restauración de los descuidados jardines de Massey Manor. Aunque la mansión estaba prácticamente destruida, los jardines habían sido diseñados por un importante paisajista del siglo XIX y el pueblo necesitaba desesperadamente una atracción turística que estimulara la economía local. Un puñado de autoridades locales y la prensa estarían presentes para ser testigos del momento en el que, simbólicamente, Donald Hamilton abriera el candado de la verja de la antigua mansión para que pudieran comenzar los trabajos de restauración.
—La malvada bruja siempre te arrebata la sonrisa —dijo Freddy.
—Yo soy un oso y los osos no sonríen… Los tres se pusieron de nuevo a jugar. De repente, una andanada de sonoros ladridos volvió a interrumpirlos. Se trataba de Piglet. Como sus primeros dueños lo abandonaron en la cuneta de una carretera y el animal resultó herido, el perro había desarrollado una profunda antipatía por los coches, sobre todo si en ellos iba un hombre.
—¡Piglet, no! —exclamó ____, al tiempo que se dirigía hacia el lugar en que su pequeña mascota bailaba furiosamente alrededor de un hombre moreno muy alto.
A pesar de los rayos del sol y del inequívoco encanto del pintoresco y bucólico paisaje que lo rodeaba, Joseph no estaba de buen humor. A pesar del sofisticado sistema de navegación con el que iba equipada su limusina y que había desarrollado una de sus empresas, su chófer había terminado perdiéndose en la maraña de pequeñas carreteras de aquella zona rural. Mientras Joseph se bajaba para estirar las piernas, su equipo de seguridad se esforzaba por localizar otro ser humano en un pueblo completamente vacío. Además, un horrible chucho con orejas de conejo y unas patitas extremadamente cortas lo había convertido en el centro de su ira. Al ver que la descuidada dueña del perro se acercaba a ellos a la carrera, Joseph se preparó para dejarle bien clara su desaprobación.
—¡Quieto ahora mismo, Piglet! —exclamó ____, horrorizada, al ver que el objetivo de su mascota era un hombre ataviado con un inmaculado traje oscuro. En su experiencia, esa clase de hombres mostraba menos tolerancia en aquellos casos. Como había dos casas en venta, se preguntó si sería un agente inmobiliario de la ciudad.
Joseph contempló unos impactantes ojos azules que iluminaban un rostro de tal belleza que, por primera vez en su vida, se olvidó de lo que tenía que decir y perdió el momento de hacerlo. Una melena rubia se inclinó hacia el suelo para atrapar al enojado perro.
—Lo siento mucho… Por favor, no se mueva por si, lo pisa —dijo, mientras trataba de capturar al animal.
De soslayo, Joseph vio que uno de los miembros de su equipo de seguridad se dirigía rápidamente hacia él para proporcionar la habitual barrera entre el resto de la raza humana y él. Sin embargo, él sólo podía contemplar aquella larga melena y preguntarse por qué aquella mujer había producido tanto impacto en su persona.
—Piglet, eres muy malo… Lo siento muchísimo —afirmó _____—. No le habrá mordido, ¿verdad?
Mientras admiraba los hermosos pómulos, los grandes ojos y la generosa boca, Joseph observó también que el mundo de la moda y del estilo resultaban completamente desconocidos para aquella mujer. Llevaba un vestido azul desteñido que le llegaba prácticamente hasta los pies.
—¿Morderme?
—Sí, morderle. Tiene unos dientes afilados como agujas.
____ se sentía algo intimidada por la altura de aquel desconocido. Además, era muy guapo. Todo ello, unido al extraño magnetismo que emanaba de él, provocó que se sintiera muy incómoda en su presencia.
—No, no me ha mordido —respondió, esperando en vano la respuesta sexual que solía recibir de las mujeres.
Ella le evitaba. Esto le molestó, pero le contrarió aún más que, a pesar de los potentes rayos del sol, la piel de aquella mujer retuviera el brillo delicado de una perla. Se preguntó si su piel sería tan pálida en las partes de su cuerpo que quedaban ocultas a la mirada.
—Gracias a Dios. ¡Jake, Freddy! —exclamó la mujer, mirando ansiosamente a su alrededor.
Al ver a los dos muchachos pelirrojos, Joseph se quedó de piedra. ¿Tenía hijos? Sin poder evitarlo, le miró las manos y vio que no llevaba anillo alguno.
—¿Es usted su niñera?
—No —respondió _____, sorprendida por tan inesperada respuesta—. Simplemente los estoy cuidando durante una hora. Ahora, si me disculpa…
Con una extraña sensación en el vientre que le impedía mirar a aquel hombre y le provocaba un nudo en la garganta, ____ evitó mirarlo y tomó la cesta de flores que había dejado sobre el suelo.
—Tal vez podría usted decirme si Perevil House queda muy lejos.
____ volvió a centrar su atención en el hombre y miró a su alrededor. No había señal alguna de que hubiera llegado en algún vehículo.
—Está a más de siete kilómetros. Si baja por la carretera que hay detrás de la iglesia, verá un cartel del hotel. La gente no suele venir por aquí.
—Me pregunto por qué no. El paisaje es precioso. ¿Le gustaría cenar conmigo esta noche?
Asombrada por aquella invitación, ____ le lanzó una mirada de sorpresa al tiempo que el rubor le cubría suavemente las mejillas.
—Si no le conozco…
—Aproveche la oportunidad.
—No, gracias. No puedo.
—¿Por qué no?
—Bueno, yo…
—¿Acaso tiene novio?
—No, pero… —susurró ____, sin saber qué decir—. Ahora, si me perdona, tengo que marcharme.
Joseph la observó atónito. No se lo podía creer, pero era la primera vez en su vida que una mujer se negaba a salir con él. Esperando que tarde o temprano ella se volviera para mirar atrás, la observó atentamente. La joven no lo hizo.
Tras atar a su perro a un banco de madera que había junto a la iglesia, ____ entró en el agradable y fresco interior de la iglesia. Freddy y Jake no dejaban de charlar mientras ella se disponía a reparar el centro de flores para el bautizo que tendría lugar al día siguiente.
Había pasado bastante tiempo desde la última vez que un hombre la había invitado a salir. Conocía muy pocas caras nuevas. Además, aquel desconocido la intrigaba. Había algo en su pronunciación que sugería que su lengua materna no era el inglés…
Decidió que no había razón alguna para seguir pensando en él, por mucho que la devorara la curiosidad. No iba a servirle de nada. Aquel hombre ya estaría en su elegante hotel. Además, ella no salía con hombres. ¿De qué iba a servirle? Había aprendido que, cuando los hombres decían que les bastaba con la amistad, siempre deseaban ir más allá y eso implicaba una relación sexual. Ella no quería una intimidad física sin amor. Todo lo que había tenido que soportar a lo largo de su vida la había convencido de que los valores más tradicionales proporcionan una protección a los errores más terribles. Era consciente de que su propia madre había pagado un precio muy alto por saltarse esos mismos principios.
Sin poder evitarlo, recordó los profundos ojos oscuros del desconocido, que adornaban un maravilloso y duro rostro. Esbozó una sonrisa. Después de todo, era una mujer y había sido capaz de fijarse en un hombre guapo. Sin embargo, no era su tipo. Se había mostrado demasiado arrogante como para serlo. A ella le gustaban los hombres abiertos y simpáticos, de cabellos castaños y ojos verdes…
Quince minutos más tarde, ____ acompañó a los niños a casa de su madre, que había tenido que asistir a una consulta de obstetricia en el hospital. Conocía bien a Joyce Miller, ya que las dos mujeres llevaban más de un año trabajando juntas en el vivero.
—Entra un minuto —le dijo Joyce, que ya estaba en avanzado estado de gestación—. Te prepararé un té.
—Lo siento, no puedo.
—¿Ha vuelto a requerir tus servicios la malvada bruja? —le preguntó Joyce, muy seria.
____ se encogió de hombros.
—Aún tengo que hacer algunas cosas en casa de mi padre…
—Si ni siquiera vives allí. No entiendo que tiene que ver contigo el estado de la antigua rectoría.
Hacía ya algunos años que ____ se había mudado a un pequeño piso encima de las oficinas del vivero. Era un alojamiento casi espartano, pero le había proporcionado paz e independencia.
—Si Eva está contenta, no me importa. Mañana es un día muy especial para mi padre.
—Y para ti. Tus antepasados construyeron Massey Manor. Fue una vez la casa de tu madre…
____0 se echó a reír.
—De eso hace más de una generación e incluso entonces era una ruina. Mi abuela se mudó porque tenía tantas goteras que mi madre y ella sólo podían vivir en un par de habitaciones. Es una pena que ninguno de mis antepasados supiera cómo hacer dinero.
—Bueno, yo creo que tú lo has hecho muy bien al conseguir el apoyo de todo el mundo y en haber pensado en tantas ideas para recaudar dinero para la restauración de los jardines.
—Gracias, pero ha sido más bien la lengua persuasiva de mi padre y los fantásticos contactos que tiene en el mundo de los negocios los que han conseguido la mayor parte del dinero. Él ha hecho un trabajo maravilloso. Sin él, jamás habríamos conseguido llegar hasta tan lejos.
—Acabo de comprender por fin porque sigues soltera. Adoras a tu padre. A tus ojos, ningún hombre estará jamás a su altura.
Mientras se dirigía a la antigua rectoría, donde vivían su padre y su madrastra, ____ pensó en esta conversación. No había sido capaz de responder nada porque la verdad era demasiado íntima. Efectivamente, creía que a cualquier hombre le resultaría muy difícil estar a la altura de Donald Hamilton. Su padre era especial. Había que ser un hombre excepcional para reconocer a una hija ilegítima, llevársela a su casa y tenerla allí a pesar de que ello le costó su matrimonio. Sabía que su padre tenía sus defectos. De joven, había tenido una pronunciada debilidad por las mujeres y más de una aventura extramatrimonial. La madre de _____, Isabel Massey, había sido una de esas mujeres.
A la mañana siguiente, ____ observaba a su padre mientras él organizaba las cámaras a la entrada de Massey Manor. Aunque se encontraba ya cerca de los sesenta, parecía mucho más joven. Atractivo, se había forjado una carrera de éxito trabajando como abogado para una empresa de muebles, por lo que estaba acostumbrado a tratar con los medios de comunicación. Cuando todo estuvo preparado, las verjas se abrieron mientras los equipos de televisión locales grababan el momento y lo acompañaban de una entrevista. Eva, la madrastra de ____, y sus hijas, Penélope y Wanda, disfrutaban ante los focos. ____, por su parte, no se había unido a ellas porque sabía que no sería bienvenida y que su participación provocaría disgustos a su padre.
De repente, se percató de la presencia de un equipo de policía. Había dos agentes de uniforme al lado de un coche de policía con rostro grave, mientras que otro se había acercado a su padre y le estaba diciendo algo que no parecía del gusto de Donald Hamilton. Su padre empezó a decir a, voz en grito que todo eran tonterías. La escena quedó en silencio, lo que provocó que ____ escuchara cómo el policía empezaba a decirle sus derechos ante la perplejidad de todos los presentes. En presencia de su familia y de los medios de comunicación, Donald Hamilton estaba siendo arrestado.
 
 
Aquella tarde, en su opulenta suite del Peveril Hotel, Joseph Riccardi puso una vez más la grabación. Tras recibir el soplo anónimo de lo que se iba a producir, las televisiones se habían frotado las manos ante el espectáculo: Donald Hamilton cayéndose de su pequeño pedestal de respetabilidad tras alcanzar su breve momento de gloria.

Joseph había comprado la empresa de muebles que le daba empleo y había hecho que sus auditores comprobaran el estado de las cuentas. Realmente, había resultado demasiado fácil sorprender a Hamilton con las manos en la masa. Por supuesto, exponerlo a la opinión pública era el primer paso. Hamilton tendría que pagar por sus pecados. Joseph tenía la intención de despojar de todo lo que tenía al hombre que había abandonado a su madre. Privarle de su prestigio y buen nombre era tan sólo el primer paso…
Monse_Jonas
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Mensaje por GinaE Mar 21 Ene 2014, 8:14 pm

Me encanta! Que vengativo Joseph
Sigue!!
GinaE
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Mensaje por aranzhitha Mar 21 Ene 2014, 8:29 pm

Ahhhh me encanta quiero más!
Síguela!
aranzhitha
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Mensaje por chelis Miér 22 Ene 2014, 3:48 pm

Aaaaaahhh!!!!.... Joe es muuuuuyyyy maaaaalooooooooo!!!!!...
chelis
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Mensaje por hope7 Miér 22 Ene 2014, 5:36 pm

Uuuuuu nueva lectora!!! 1
Increíble la historia!!
Seguila!
hope7
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Mensaje por aranzhitha Miér 22 Ene 2014, 5:56 pm

Síguela,,
aranzhitha
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Mensaje por Monse_Jonas Miér 22 Ene 2014, 6:11 pm


Capítulo 2




____ recorrió la ruidosa sala con la mirada. Sentía una profunda ira ante la oleada de acusaciones que se estaban lanzando sobre la encorvada y patética figura de su padre, a quien los acontecimientos de los últimos días le habían privado de toda su flamante altivez.
El salón de la antigua rectoría era espacioso y elegante. Sin embargo, el centro floral que ____ se había esforzado tanto en preparar presentaba un aspecto ajado y triste. Habían pasado tres días desde que el mundo en el que ella vivía se había hecho pedazos y, con él, algunas de sus más sentidas convicciones.
Donald Hamilton había sido acusado de fraude, falsedad contable y falsificación y, además, se le había informado de que se le podrían añadir más delitos a aquel desgraciado listado. Al principio, todo el mundo había salido en su defensa, no sólo su familia, sino amigos y vecinos también, dado que se trataba de una figura muy popular. No obstante, el hecho de que su jefe y compañeros de trabajo se mantuvieran en silencio y guardaran las distancias había sido su condena pública. Podría ser que las personas pensaran en la seguridad de sus trabajos, dado que sólo hacía una semana que Fumridge Leather había sido absorbido por Rialto, un enorme imperio empresarial propiedad de Joseph Riccardi.
Tal vez la sorpresa más desagradable de todas fue el hecho de que, al ser interrogado, Donald Hamilton confesara su culpa. ____ se había sentido verdaderamente destrozada. El hecho de que el padre al que adoraba y admiraba hubiera caído tan bajo como para robar dinero la escandalizaba, aunque se sentía orgullosa de que hubiera tenido el valor necesario para aceptar sus culpas. Cuando por fin se le permitió regresar a casa, Donald tuvo una charla en privado con ____. Allí, su padre le había confesado que había llevado un estilo de vida algo extravagante que le había empujado a acumular unas deudas que ya no podía pagar…
—Un mes tomé prestada una pequeña cantidad para salir de un apuro —le explicó su padre—. Por supuesto, tenía la intención de devolverlo. Desgraciadamente, Penélope decidió casarse por todo lo alto sin previo avisto y eso me costó una fortuna. Su madre se gastó otra fortuna reconfortándola cuando su matrimonio fracasó. El año pasado, Wanda necesitó una buena suma para montar su escuela de hípica. Como sabes, eso fue otro desastre y yo perdí mucho dinero. Sé que no es excusa para robar. Y no quiero que pienses que trato de echarle la culpa a nadie…
—No… no pienso eso —susurró ____, con los ojos llenos de lágrimas mientras abrazaba a su padre. Sabía muy bien que su madrastra y sus hermanastras sólo se conformaban con lo mejor.
—Jamás se me ha dado muy bien decir que no a la gente que quiero. Me temo que hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades durante mucho tiempo, pero me resultaba imposible negarle nada a Eva. La quiero tanto, _____… No sé lo que voy a hacer si ella decide divorciarse de mí por esto.
Después de esta conversación, a _____ le resultó muy difícil mantenerse al margen mientras el resto de su familia lo convertía en el centro de amargas recriminaciones.
—Han congelado tus cuentas y no se me ha pagado mi asignación. ¿Cómo se supone que voy a pagar la factura de mi tarjeta de crédito? —le decía su hijastra Penelope con el hermoso rostro retorcido en un gesto de furia.
_____ se preguntó qué ocurriría si ella le sugiriera a su hermanastra que se buscara un trabajo. Las dos hijas de su madrastra seguían viviendo en la casa paterna. Penelope tenía veintisiete años y en ocasiones ejercía como modelo. Sin embargo, seguía esperando que su padrastro le pagara los lujos que tanto le gustaban. Wanda, su hermana, era dos años más joven y no había tenido ningún trabajo que le durara más de seis semanas.
—¿Y las letras de mi deportivo? —le preguntaba Wanda—. ¿De dónde voy a sacar el dinero para pagarlas?
—Hasta ahora, jamás había apreciado el hecho de que, con mi primer esposo, nunca nos faltó de nada —apostilló Eva con crueldad.
Sí… Evidentemente yo no soy capaz de estar a su altura —susurró Donald completamente derrumbado.
—¡Si por lo menos no hubieras admitido que te habías llevado el dinero! Con un buen abogado, podríamos haber desestimado los cargos —le dijo Penelope, llena de furia.
—Podríamos haberlo conseguido si Fumridge hubiera seguido en manos de John Ridge, pero ahora… Rialto es una empresa muy poderosa y tienen recursos ilimitados. Estoy perdido…
—Lo que importa es que hayas tenido el valor de admitir lo que has hecho. Estoy segura de que fue un alivio para todo el mundo y de que tú ahora te sientes un poco mejor —comentó _____.
—¿Sugieres acaso que la sinceridad es la mejor política? ¿Es eso lo que te enseñaron en la escuela dominical? —le espetó su madrastra con desprecio—. Estoy segura de que eso no lo aprendiste de tu madre. Después de todo, ella fue el secreto de tu padre durante años.
_____ enrojeció de la vergüenza de la que jamás había logrado desprenderse. Era cierto. La larga relación de su madre con Donald Hamilton había estado basada en mentiras y fingimientos.
—Mira, yo he venido a…
—¿A meter la nariz donde no te llaman? —terminó Wanda.
—Creo que todos deberíamos tratar de encontrar el modo de enfrentarnos mejor a esta situación —replicó _____—. Si podemos devolver el dinero que papá ha sustraído de esas cuentas, tal vez podamos evitar que lo acusen formalmente. Evidentemente, podríamos vender los jardines de Massey y el vivero. Además, está el apartamento de Londres…
La sugerencia de vender el apartamento Londres que tanto Eva como sus hijas utilizaban tan asiduamente puso a las tres mujeres al borde de un ataque de nervios. Sin embargo, Donald observó a su única hija con un brillo de esperanza reflejado en los ojos.

—¿Crees que eso podría servir de algo? —preguntó.
_____ asintió.
—Sin embargo, si vendemos Massey, tú perderás tu trabajo, el negocio que te has montado y tu propia casa. ¿De verdad harías eso por mí?
—Por supuesto, papá. Además, está esta casa….
—¡Esta casa está a mi nombre y no pienso venderla ni hipotecarla! —rugió Eva.
_____ desconocía aquel detalle, por lo que se disculpó apresuradamente.
En aquel momento, el teléfono empezó a sonar. La policía quería que su padre respondiera a algunas preguntas más. Al ver que su padre palidecía, _____ se puso de pie con un rápido movimiento.
—Voy a ir a Fumridge Leather para hablar con quien tenga el poder de tomar una decisión en tu nombre.
—Es una pérdida de tiempo —musitó Donald—. Hagas lo que hagas, estoy acabado.
 
 
Joseph aceptó el café solo, pero ignoró las insinuaciones de la secretaria que se lo había ofrecido y que lo observaba con admiración. Estaba de pie al lado de la ventana de la sala de juntas de Fumridge Leather, escuchando cómo los ejecutivos de la empresa discutían ideas sobre cómo sanear la empresa con el antiguo dueño, John Ridge. Aquella era la empresa más pequeña que Rialto había absorbido en más de una década y, además, tenía un enorme agujero negro en sus cuentas. Sin embargo, tenía dos mil empleados con muchos motivos para odiar a Donald Hamilton porque sus futuros pendían de la cuerda floja.
La ventana junto a la que estaba dominaba la recepción de la empresa. Vio que una mujer joven se acercaba al mostrador. Llevaba una larga melena rubia recogida con un sencillo pasador. Joseph se tensó, reconociendo inmediatamente el elegante rostro y su perfil perfecto. Se quedó sorprendido. Aquella mujer, que vivía en el pueblo más muerto de todo Somerset, lo había encontrado. ¿Acaso habría visto su limusina y se había imaginado la cantidad de dinero que tenía? Fuera como fuera, lo había identificado y le había ahorrado las molestias de tener que buscarla. Se sintió desilusionado. Había pensado que, por una vez, tendría que esforzarse para llevarse a una mujer a la cama.
El teléfono sonó. La llamada era para John Ridge.
Tras colgar el auricular, Ridge pareció incómodo.
—_____, la hija de Donald Hamilton, está abajo y ha pedido verme a mí o a quien esté al mando. ¿Hay alguien aquí que quiera hablar con ella?—. Joseph se había quedado tan inmóvil como una estatua. Tenía el ceño fruncido. En la información que le habían proporcionado sobre Donald Hamilton no había referencia alguna a que tuviera una hija.
—¿Dice usted la hija de Hamilton?
—Su única y encantadora hija, aunque yo preferiría no tener que hablar con ella. No hay nada que decir, ¿verdad?
—Nada —afirmaron al unísono todos los ejecutivos.
—Yo la recibiré aquí dentro de quince minutos —anunció Joseph, suprimiendo la ira y la sorpresa. Inmediatamente, abrió el archivo que tenía sobre Hamilton en su portátil. Allí, encontró una breve referencia a Jennifer Gwendol en Massey Hamilton, de veintiséis años de edad. La única hija de Donald Hamilton tenía que ser muy valiosa incluso para un hombre tan mentiroso como él.
 
 
____ estaba sentada en la sala de espera. Notaba perfectamente la hostilidad que su presencia despertaba y llegó a la conclusión de que estaba recogiendo lo que su padre había sembrado. Los minutos iban pasando muy lentamente. Se había quedado atónita cuando le dijeron que Joseph Riccardi, el multimillonario dueño de Rialto, estaba allí y que estaba dispuesto a hablar con ella. Cuando por fin la acompañaron a la sala de juntas, tras pasar por delante de la puerta de lo que una vez había sido el despacho de su padre, se sentía nerviosa, avergonzada y muy incómoda.
—Señorita Hamilton… —murmuró Joseph, observando la conmoción que se reflejó en los rasgos de _____ cuando lo reconoció—. Me llamo Joseph Riccardi.
—Usted es… ¡Es imposible! —exclamó—. Bueno, evidentemente… debe de ser usted quien dice que es —añadió, tras una pequeña pausa—. Dios mío, esto es una coincidencia que preferiría que no se hubiese producido.
—Sigo sin saber por qué quería usted verme.
—He venido a hablar sobre mi padre.
—Me sorprende que usted crea que eso podría interesarme.
—Mi padre trabajó en esta empresa durante muchos años.
—Durante los cuales, sistemáticamente, despojó a esta empresa de su capital.
—No tengo intención alguna de negar lo que mi padre ha hecho.
—Entonces, ¿qué otra razón puede tener usted para pedir esta entrevista? Puede que esperara usted el mismo trato especial del que su padre disfrutó mientras trabajaba aquí.
—No sé de qué está usted hablando.
—John Ridge trató a su padre más como a un amigo que como a un empleado y jamás pudo entender por qué el hecho de que la productividad mejorara jamás reportaba más beneficios. Por eso decidió vender. Ahora que ha visto cómo su confianza fue traicionada, se siente muy dolido.
—Mi padre está muy avergonzado. Sé que eso no cambia nada, pero…
—Vive usted en su mundo de fantasía, señorita Hamilton. En estos momentos, mis empleados están encontrando el modo de que este negocio salga adelante sin despidos masivos.
—No lo sabía —dijo _____, que no se había parado a pensar en las consecuencias que podrían acarrear las acciones de su padre—. Desconocía que el asunto fuera tan serio.
—¿Cómo no iba a saberlo? Esta empresa perdió una gran cantidad de dinero. Ningún negocio de este tamaño podría capear con unas pérdidas económicas de tal calibre sin despidos.
—Esa es precisamente la razón que me ha traído hasta aquí —dijo ella, con un renovado optimismo—. Para hablar de cómo podemos pagar ese dinero.
—¿Pagarlo dice?
Joseph la observó con curiosidad. Los hermosos ojos y las pecas que le cubrían la nariz le daban Un atractivo que era incapaz de definir. El traje pantalón no era nada del otro mundo y tampoco le sentaba demasiado bien, pero se veía relegado a un segundo plano por la radiante belleza que emanaba de ella.
—Mi padre tiene algunas propiedades que se podrían vender. El dinero que se sacara se podría destinar a pagar la deuda —afirmó, aunque sin mirarlo a los ojos. Se preguntó por qué aquel hombre la hacía sentirse tan incómoda.
—Si alguna de esas propiedades se compró con dinero robado y el tribunal declara culpable a su padre, se podrían expropiar sin más y venderse para proporcionar compensación.
—No lo sabía…
—Sin embargo, un caso como éste lleva mucho tiempo y a esta empresa lo que le falta es tiempo precísame.
—Mi padre ya ha admitido su culpa —le recordó ____ esperanzada—. Él estaría encantado de que sus propiedades se pusieran a la venta y que el dinero que se obtuviera sirviera para pagar su deuda.
—Le recuerdo que su padre es un ladrón y que se puede tardar mucho tiempo en vender una finca.
—Sí, claro, lo comprendo….
—Por supuesto, en el caso de que yo estuviera dispuesto a considerar algo así, se podría realizar una tasación y cambiar la titularidad de esas propiedades. Eso se podría realizar con mucha rapidez.
_____ asintió, de nuevo esperanzada. Entonces, contuvo el aliento, consciente de que la mirada de Joseph Riccardi despertaba en una parte de su cuerpo el pulso del deseo. Al reconocer este hecho, se sonrojó y se dirigió hacia la ventana. No podía creer que aquel hombre pudiera ejercer un efecto tal en ella. ¿Cómo había sido capaz de despertar el deseo físico que ella llevaba tanto tiempo conteniendo y ocultando? Se negaba a creer que algo así pudiera ser posible. Hacía mucho tiempo que decidió que jamás entregaría su cuerpo sin su corazón.
—También disminuiría los riesgos de que alguien sufriera arrepentimientos de última hora —señaló Joseph—. Evidentemente, su objetivo es evitar que su padre tenga que ir a juicio.
—Sí —admitió ella, manteniéndole la mirada.
—Si le soy sincero, soy de la opinión que todo los que cometen un delito deberían sufrir todo peso de la ley.
—Sin embargo, si la empresa recuperara ese dinero, ésta y todos los trabajadores se verían beneficiados. ¿No le parece eso una buena razón?
—No me dejo llevar por los impulsos de mi corazón, señorita Hamilton.
Joseph observó cómo ella se apartaba un mechón de cabello rubio de la suave mejilla. Era una mujer exquisita, deliciosa, y su cuerpo había reaccionado inmediatamente ante la carga sexual que suponía la presencia de aquella mujer. Notó que ella estaba temblando. Le gustaba pensar que él podría ser la razón de esa reacción. De repente, deseó ver cómo la cabellera rubia le caía en todo su esplendor por la espalda y sin poder evitarlo pensó en un cuadro de una mujer desnuda a caballo: lady Godiva. La imagen no podía resultarle más erótica.
—Pero en este caso en particular… —se atrevió ella a sugerir.
—Los negocios tienen que ver exclusivamente con el arte del beneficio y la conclusión es que su oferta no me ofrece el suficiente como para poder tentarme.
La desilusión se apoderó de _____. Jamás se había sentido tan nerviosa o fuera de lugar. Ella era simplemente una jardinera. Por primera vez, fue consciente de su falta de sofisticación. No sabía cómo suplicarle a un hombre, y aquél tenía la apariencia fría, dura y elegante de un diamante.
Esto unido a la falta de sentimientos era una combinación que le resultaba muy intimidatoria.
—¿Qué más haría falta para… para tentarlo a usted?
Joseph la estudió con inquietante tranquilidad.
—Tú.
—Lo siento. No le comprendo —dijo ella, sorprendida.
—Te quiero a ti.
—No comprendo —repitió, esperando que Riccardi no se estuviera refiriendo a lo que ella creía. Era imposible.
—¿Eres siempre tan lenta en comprender las cosas?
—¿Está usted hablando de… sexo? —preguntó, incrédula y avergonzada a la vez.

Joseph aleteó sus espesas pestañas negras con un gesto de aburrimiento.
Monse_Jonas
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Mensaje por chelis Miér 22 Ene 2014, 7:28 pm

Aaaaaahhh!!!!.... Es remaloooo!!!!!....
Pero sugiere porfiiissss
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Mensaje por aranzhitha Miér 22 Ene 2014, 7:49 pm

Ah la madrastra y hermanastras son unas brujas maldita!
Joseph salvala!
Síguela!
aranzhitha
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Mensaje por GinaE Miér 22 Ene 2014, 10:46 pm

Que odiosas la madrastra y las hermanatras ya me cayeron pesimo y Joseph tan maldito xD y sexy

Siguelaa
GinaE
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Mensaje por RatoncitaJonas Jue 23 Ene 2014, 7:42 am

Me encanta la nove jaja siguela
RatoncitaJonas
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