Tell your story |nc|

¡Aaayyyy por fiiiiiiiin!   Pensé que este momento nunca llegaría kajskajsaksjka. Ok, vamos por parte:
*¿Becca fue separada de todas por problemas de abstinencia? :( encima se pone violenta con la pobre Kiara. Ya comienza a haber indicios de que Zayn se preocupa por ellaaaa   Lo maravilloso es que ya está fuera con sus chicas <3
*En cuanto a lo del Ipod, Molly es una perra y todas lo sabemos. Aún así sirvió para engancharle celos a Kiara por Harry que termino devolviéndole el Ipod a su "Ángel" y que por cierto ¡Está presentando avances gracias a Kiara!
*Paseo en el bosque, ¡Wujuuu!
*Debo decir que esos ataques de Kiara No me dan buena espina.
*Por queeeeeee Styles tiene que tratarla tan maaal cuando se le pega la ganaaa  
*Kiara a casa de su primo  
*LA CONFESIÓN, STYLES LA BOMBA DE TIEMPO, EL BESO, MY FEELS  

Bueno, eso es lo que tengo para decir de lo que llevo hasta ahora jijiji cuando termine de leer lo de Harry. Creo que está de sobra decir que me encanta como escribe cada una de ustedes, me encanta hacer esta colectiva con ustedes porque tienen un mucho talento y tu no eres la excepción <3

Entro a la oficina del psiquiatra arrastrando los pies. Con unas inmensas ganas de devolverme por donde he venido, y adueñarme de una de las canchas de tenis hasta que sea la hora de comer.  El verano, a pesar de ser irritante, es más preferible que el frío para mí. Es el clima perfecto para jugar tenis y los rayos del sol, por muy ridículo que parezca, me hacen sentir viva. Y jugando es el único momento en el día en el que no creo que voy a volverme loca.

Aún es difícil aceptar el hecho de que han pasado cinco meses desde que llegué al Instituto. Cinco meses desde que pisé mi casa o vi mis padres —lo cual, realmente no es tan malo. Cinco meses tratando de tomar la medicina, no volverme loca y matar a alguien.

Sin embargo, sí hay algo que me provoca un terremoto furioso interior. Que han dictado obligatoria la actividad de socialización con las familias. Y que me ha tocado con el pendejo con patas de Louis Tomlinson.

Inspiro con fuerza y me dejo caer en el sillón, justo al frente del escrito del doctor Cliff. Que me sonríe sin mostrar los dientes y da un asentimiento con la cabeza.

—¿Cómo te sientes hoy? —cuestiona.

Siempre habla con un tono de voz tan relajado. Como si no tuviera ninguna preocupación acerca de nada, y todas sus terminaciones nerviosas bajo control. Ganas de sacudirlo no me faltan. Pero no lo puedo tocar o mi racha de castigos aumentaría.

Entrecierro los ojos y chasqueo la lengua.

—¿Usted qué cree? Es el experto en comportamiento aquí —retuerzo la muñeca.
—No es correcto responder una pregunta con otra —Cliff me mira con una ceja enarcada—, pero para complacerte, tengo unas suposiciones. No eres la persona más autocontrolada por aquí.
—Entonces, ¿para qué preguntar?
—Tampoco es correcto asumir lo que sientes sin que me digas algo primero. No del todo, por lo menos —se cruza de piernas y se recuesta en la silla—, así que, por favor, ¿podrías responder?
—Bien: estoy enojada —mascullo.
—¿Por qué?
—Varias cosas —me remuevo en el asiento, acomodándome—. Primero: porque dejaron a Kiara irse con aquella familia de ella, que me dan una muy mala espina —tuerzo los labios—, con excepción de su abuela. Es mucho mejor que la mía.
—¿Por qué estás enojado por eso? Es su familia —Cliff frunce el ceño, genuinamente confundido.

Abro los ojos. Y me pregunto si está fingiendo o no.

—¡La familia a veces son tu peor pesadilla! —golpeo los brazos del asiento con mis manos— Ese primo suyo tiene unos ojos raros y me dan ganas de caerle a porrazos. Además, Kiara está...—sacudo la cabeza—, no lo sé. No está bien. No puedo ser la única en darme cuenta.
—Ya veo —Cliff asiente—, ¿lo segundo?

Me tiembla un ojo. Trato de respirar con lentitud, porque si no, mis visiones del futuro próximo son arrojarle la silla encima a Cliff. Intento recordarme que él sabe lo que hace más que yo —aunque mis instintos me digan lo contrario.

—Segundo: No sé qué diablos esperan ganar con obligarnos a hacer la estúpida actividad con nuestras familias —mascullo, con los dientes apretados—. Pero no será bonito. ¿Qué demonios les pasa por la cabeza?
—¿No quieres ver a tus padres?
—¡Claro que no! —me alzo en la silla— Es lo último que quiero.
—Se supone que están aquí para mejorar y aprender a vivir en sociedad adecuadamente, de forma sana para ustedes mismos y su entorno —explica Cliff, como si tuviera todo el tiempo del universo—. Y la mejor forma de hacerlo es empezar con el núcleo de la sociedad: su familia.
—A la mierda con eso —arrugo la nariz—, ¡eso no va a servir de nada! Lo único que hará es que mi penalidad aumente porque voy a querer sacarlos a patadas de aquí.

Siento que mis brazos tiemblan y mi pecho se calienta, así que los cruzo e intento no explotar. Lo que no funciona muy bien cuando constantemente siento que por mis venas corren cientos de granadas temporizadas.

Cliff no reacciona a mis gritos. Solo me mira con más atención, como si memorizara todos mis gestos. Me pone los pelos de punta, pero solo puedo quedarme de piedra en el asiento y esperar su respuesta. Que es aún más desesperante.

—¿Cómo sabes si no lo has intentado? —inquiere Cliff.

Aprieto los dedos, formando puños, deseando resquebrajar algo. Miro hacia el techo color hueso y luego vuelvo los ojos al psiquiatra.

—Solo espere y ya lo verá.


El día transcurre tortuoso. Como siempre, pero peor. No puedo quitar la cabeza del hecho de que, en algunos días, tendré que pasar todo un día junto con mis padres y el estúpido de Louis haciendo “actividades” que nos unieran más. No sé qué clase de mierda se fuman en Borya —cómo llegaron a la conclusión lógica de que alguno de nosotros estará cómodo con nuestros padres.

Y a pesar de conocer la relación de casi nadie con su familia, basta con observar y escuchar a todo el mundo quejándose por la nueva actividad.

La cena es simplemente otro momento en el que usamos para quejarnos colectivamente. Me pasé toda la tarde lanzando raquetazos a todo dar, hasta que sentí que el músculo del brazo se calentó tanto que explotaría. Y porque Liam me obligó a detenerme.

Falté a clases y no me importa un bledo. No me he perdido la cena porque muero de hambre y hablar con las chicas me proporciona distracción por al menos unos momentos. Y hay otra cosa, que tiene mi estómago revolviéndose como un remolino de lodo.

Kiara ha vuelto del fin de semana con su familia y parece, más que haber progresado en estos meses, como si le hubieran dado un martillazo temporal y esté como cuando la conocí. Y para añadirle el suspiro a la torta: Becca parece que no un martillazo, sino una soga que la amarra a sus demonios que ella en realidad no quiere cortar.

Suelto un suspiro pesado y le doy un mordisco con brusquedad a mi sándwich. Los lados de la cabeza comienzan a doler, y muerdo con más fuerza. Lo último que necesito es sentirme estresada por todo lo que pasa a mi alrededor además de mis propios problemas.

—¿Pasa algo? —murmura Kiara, sentada a mi lado.

La miro en silencio. Al parecer, mi mirada es más feroz de lo que quiero, porque ella se tensa por un segundo.

—Te puedo hacer la misma pregunta —le digo después de tragar—, pero no me responderías, ¿o sí?

Kiara tarda un momento, pero luego traga en seco y sacude la cabeza levemente. Parpadeo con lentitud y asiento, sin cambiar mi rostro. Me lo esperé.

—Entonces no tienes nada de qué preocuparte —alzo un hombro y sigo comiendo.
—Quiero ayudarte, Cleo —una de sus pequeñas manos se posa en mi hombro.
—Primero deberías ayudarte a ti misma, ¿no crees?

Ambas giramos la cabeza a quien habló: Becca, que va pasando con su bandeja casi vacía por nuestra mesa. No se sienta, sino que pretende seguir de largo.

—Burro hablando de orejas, estúpida —frunzo el ceño y me apoyo en la mesa—, ¿no te enseñaron a no meterte en conversaciones ajenas?
—Sí, así como a ti te enseñaron a auto-controlarte —musitó, tan inexpresiva como siempre.

Tomé lo primero que alcanzaron mis dedos y se lo arrojé a la cara. Que resultó ser la lata vacía de refresco de Bonnie. Becca la esquivó y me miró con una ceja alzada, como probando su punto. Pero su punto me vale mierda. Comencé a tantear la mesa en busca de otra cosa.

—¡Cleo, te pueden poner otro castigo! —exclama Annie.
—No me interesa.
—Cleo, por favor —dice Tim, suspirando.

Cuando alcanzo otra lata, probablemente de Tim, no lo dudo en prepararme para lanzarla. Becca ya se ha dado la vuelta y está caminando hacia una mesa en el otro lado de la cafetería, solo tengo que apuntar bien para darle en la cabeza…

Pero, de súbito, alguien arranca el arma de mi mano. Suelto una exclamación y me volteo para encontrarme con Dóminic, que me mira con aquellos ojos claros tan pasivos pero misteriosos. Me sonríe de lado, achicando sus ojos.

—¿Acaso quieres que te encierren por descontrol?
—No, quiero golpear un poco de sentido común en la estúpida cabeza de Becca —gruño y trato de alcanzar la lata, en vano.
—Tu tampoco tienes sentido común, Cleo —Dóminic habla como si fuera un bebé.

Junto las cejas y curvo los labios. Las chicas se ríen por lo bajo, pero no les presto atención.

—No lo tengo, pero no soy una perra odiosa con mis amigas —entrecierro los ojos.
—No, solo eres violenta —intervino Annie.
—¿¡Me quieres probar!?

Me giro hacia ella con toda la velocidad que puedo, golpeando la mesa con las palmas de mi mano. Un momento más tarde me doy cuenta de que me he pasado. Porque todos, incluyendo a Dóminic, me miran como si fuera a atacarlos con un arma de fuego.

Siento las llamaradas de una explosión ceñirse sobre mí y en mi cabeza veo imágenes fugaces de yo agrediendo a todos. Por un segundo, me quedo estática. Porque tengo casi tres meses y medio sin sentir nada de eso con tanta intensidad, que siento que mi vista va a nublarse y voy a comenzar a tirar todo.

Me voy corriendo antes de que alguno haga o diga una palabra.


No vuelvo a la habitación. Sino que me voy al ala más desierta de Borya en las tardes y noches, allá donde casi nadie anda. Muchas veces creo que los supervisores dejan esta área “libre” —al menos, que uno sepa—, para momentos como este.

Siento que cada nervio de mi cuerpo está a punto de explotar. Estoy pensando en todo y nada a la vez. No quiero ver a mis padres, ni a nadie de mi familia que no sea Teddy. Ninguno escucha mis versiones de los acontecimientos, creen que soy una falla en este mundo incluso antes de que se me diagnosticara con diabetes. Solo querían un modelo de hija perfecta, un prototipo capaz de moldearse a sus reglas y agendas. Alguien que diera cara por ellos del lado femenino, controlado, con etiqueta, sumisa. Todo lo contrario, a lo que soy.

¿Por qué debería intentar llevarme bien con ellos? No quieren llevarse bien conmigo, no realmente. Solo quieren hacer un último intento por controlarme antes de decidir desheredarme por completo.

El sentimiento de un cable eléctrico enredado y dando corrientazos a cada segundo aumenta a cada minuto que transcurre. Camino por los pasillos de luces amarillas tenues, con la humedad de la noche haciéndome transpirar, mirando las baldosas del suelo blanco debajo de mis pies. Camino y camino, saltando de pensamiento en pensamiento, hasta que un ruido de besuqueo me hace detenerme en seco.

Por un momento, creo que me lo he imaginado. Pero luego, suena otra vez: un beso. Inmediatamente, retrocedo un paso y hago una mueca. Supongo que, si las personas no pueden pasarse a las habitaciones, tendrán relaciones en lugares abiertos. Pero un pasillo…

Me dan ganas de vomitar.

—Louis —gime una voz femenina.

Alzo las cejas hasta el final de la frente y dejo caer la quijada. ¿Acaso es el mismo Louis que yo conozco? Avanzo dos pasos, a poca distancia de doblar en la esquina y poder confirmar mis suposiciones. Pero un objeto en el suelo me detiene.

Mi corazón se detiene por un momento y en el siguiente, comienza a latir como si corriera en un maratón de atletismo. En el suelo, justo antes de la esquina, se encuentran dos botellas pequeñas de cristal, vacías. Pero puedo jurar por todo lo que soy que contuvieron alcohol.

Eso significa que la tipa o Louis conocen a alguien que trafica alcohol en este lugar. Y eso es lo que me hace falta para terminar de avanzar por el pasillo, lo más silenciosa que puedo, para ir a preguntarles quién es y cómo lo consigo.

El pasillo es corto, sin fondo, porque es el que lleva a los baños de este nivel. Las luces están tenues, igual que el resto del nivel. Observo dos cuerpos en la pared del fondo, uno frente a otro, que no se percatan de mi presencia.

La tipa, que está de espaldas a mí, desprende un agobiante olor a alcohol. Por un momento, me golpea con la fuerza de un mazo y me vuelvo piedra. Alguna bebida con ron blanco. Si me concentro lo suficiente, podría incluso saborearlo…

Ella apoya a Louis contra la pared con fuerza, ambas manos en sus brazos. Y luego se le abalanza encima, pasando sus manos por todo su torso y escondiendo la cabeza entre su cuello y hombro. Tuerzo los labios en una mueca y me estremezco, esto es asqueroso.

Contemplo acercarme solo para joderles la velada y acosarla para que me diga quién le ha dado alcohol. No doy dos pasos cuando escucho el quejido de Louis —un lloriqueo, más bien.

—Maxie, no —veo sus manos sujetarla por la cintura—, te dije que no.

Dejo de caminar. Louis empuja a la chica y entonces me fijo bien en su rostro: tiene una mueca en los labios y sus ojos están abiertos a todo dar, con un brillo extraño, como si quisiera salir corriendo en ese mismo instante. Junto las cejas y ladeo la cabeza.

—Louis, vamos, ¿no quieres desestresarte de este lugar un poco? —la voz de la chica es escurridiza y baja.
—No quiero…

Louis empieza a hablar con firmeza, pero su voz tiembla al final, suena tan débil que siento una punzada en el pecho. Un mal presentimiento me carcome y comienzo a maquinar un montón de posibilidades en mi mente. Cuando “Maxie” se inclina para darle un beso en la mandíbula, Louis se paraliza y bruscamente vuelve a empujarla otra vez. Solo que parece no usar toda su fuerza. ¿Acaso no quiere lastimarla, aunque ella esté aprovechándose?

—Te dije que-
—¡Sé que también quieres!

Maxie se vuelve a acercar a él y con ojos abiertos, observo como su mano va directamente a la entrepierna de Louis. Mierda, estaré marcada de por vida. Louis suelta un quejido que me recuerda a alguien indefenso y entonces los cables parecen conectarse en mi cabeza.

Me muevo sin pensarlo. En poco tiempo estoy cerca de ambos y sin decir nada, agarro a la tipa por la ropa y la empujo con toda la fuerza que puedo a rodar por el pasillo. Ella suelta un chillido y por mala suerte, no se golpea la cabeza. Ni siquiera quiero pensar en qué diablos ha pasado para que él reaccione así o qué tan borracha está la tipa. No es excusa.

La frustración se siente como querer lanzar una granada, pero tener las manos atadas y no poder hacerlo.

—¿Qué diablos te sucede? —exclama Maxie, levantándose— ¡No te metas!
—No significa no, maldita estúpida —aprieto los puños y me coloco entre ella y Louis—. Si no quieres que te use como trapeador, mejor vete.
—No puedes decirme qué hacer —sisea ella.

Maxie se me acerca y sus uñas hacen amague de arañarme. Logra hacerlo, pero antes de hacer mucho daño, le doy un puñetazo en el rostro y una patada en el estómago. Ella gruñe y suelta quejidos y barbaridades, tropezando y cayendo otra vez al suelo. Antes de que se levante, mis dedos sujetan su coleta castaña y hago fuerza jalando hacia abajo.

—¡Ey, ey, ey! ¡No! —sus uñas arañan mi brazo para que la suelte— ¡Déjame maldita estúpida!

Un moretón se está formando en su lado izquierdo del rostro. Mi respiración es errática y el caliente de mi pecho aumenta con los latidos de mi corazón.

—No hasta que digas que te vas a largar de mi vista —mi voz suena contenida.
—No me-¡Agh!

Jalo con más fuerza y su cuello se estira todo lo que puede. Siento que parte de sus arañazos me sacan sangre, pero no me interesa.

—Hazlo.
—¡Esta bien! —chilla, apretando mi brazo— Me iré, me iré. Eres una psicópata.

Me abstengo de contestarle. Le suelto el cabello y Maxie se pone de pie, con la cola castaña desarreglada y el rostro vuelto un desastre. Me quedo mirándola con los ojos entrecerrados, en silencio y vigilando que haga exactamente lo que dijo. No me giro hacia Louis hasta que ella se pierde en el pasillo.

Cuando lo veo, siento una oleada de impotencia abrazarme otra vez. Sus ojos me miran, pero no realmente. Parecen pasar de mí y ver más allá, perdido en un mundo donde el miedo es el único sentimiento que se puede leer en su rostro.

Suspiro y comienzo a avanzar hacia él. Louis parpadea y parece detectar mi movimiento, porque se echa hacia atrás, aunque la pared ya no le deja sitio donde ir. Me quedo quieta y levanto los brazos, para que vea que no le haré nada.

—Hey, está bien —murmuro—. Yo no-
—¡No me toques, no me toques!

En un parpadeo, Louis pierde el control. En un momento, alza los brazos para protegerse y en el siguiente, se encuentra lanzando puñetazos a diestra y siniestra, como si estuviera rodeado de un grupo de luchadores atacándolo. Y luego, se agacha en el suelo en posición fetal. Abraza sus piernas contra su pecho y comienza a mecerse.

Avanzo automáticamente. En segundos, estoy frente a él, con las rodillas en el suelo frío de hospital. Tomo su rostro entre mis manos, pero él forcejea para no mirarme.

—No me toques, por favor —sollozó, sonando como un niño—. No me toques. No quiero. No quiero.

Habla como si lo estuviera torturando, y mi respiración se acelera. ¿De qué está hablando? El pecho se me remueve y por un momento me paralizo. Louis está temblando y diciendo las mismas palabras que Tim en una de sus pesadillas. ¿No podría ser que...?

Ni siquiera me atrevo a pensarlo.

—Louis.

Sacude la cabeza frenéticamente y tengo que afincar mis manos en su rostro.

—¡Louis!
—¡No me...!

Lo suelto de súbito y me arrastro hacia detrás, dándole espacio.

—¡No lo estoy haciendo! ¡No te estoy tocando, mira! —levanto ambos brazos.

El movimiento de mecedora de Louis no se detiene, pero su velocidad disminuye un poco. Aun así, no sube la mirada; continúa con su cabeza escondida en el hueco entre sus rodillas y pecho.

Suspiro y con el corazón en la garganta, comienzo a hablarle lo más suave que puedo. Si soy muy bruta, puedo hacer que el pánico aumente otra vez. ¿Cómo diablos logra Harry sacar a Kiara de eso?

Decido hablarle, esperando con todo que me crea.

—Nadie está tocándote. Nadie va a tocarte.

Después de lo que parecen ser largos minutos, Louis levanta un poco de su cabeza. Mi corazón tiembla y siento algo dentro de mi romperse. Y una ráfaga de viento caliente me invade. Unas enormes ganas de romperle el rostro a quien le ha dejado así.

No sé si estoy más sorprendida por lo que veo o por cómo me siento al respecto.

Y luego, sigo soltando comentarios sin pensarlo. Solo con el objetivo de hacer que se calme. Prefiero infinitamente al Louis fastidioso.

—No dejare que nadie te toque, ¿de acuerdo? —murmuro— Todo está bien.

Miro su cuerpo encogido como un animal buscando esconderse de un predador y su mata de cabello marrón desordenado. Sus respiraciones todavía son anormales, y el sudor le recorre la frente.

—¿En serio? —lo escucho decir.

Su voz sale camuflada por la tela del pijama. Pero mis hombros se relajan porque está hablando sin gritar.

—Sí. En serio.

Con la lentitud de alguien indefenso saliendo de su refugio, Louis levanta la cabeza y sus ojos azules chocan conmigo. Brillantes con miedo, desesperación, dolor. Un torbellino de emociones, un océano en tormenta.

¿Qué hago? Subo los brazos, pero me quedo tiesa. No sé cómo reaccione si intento abrazarlo. Sin embargo, tengo ganas de abrazarlo. Me recuerda a Terry cuando éramos pequeños y despertaba de una pesadilla —con temor a todo.

Inspiro y sin detenerme a pensarlo, elimino la distancia entre nosotros y lo rodeo con mis brazos. Louis se queda como hierro, tieso y frío. Sin probabilidades de torcerse. Y momentos después, su aliento choca con mi hombro cuando suspira y se mueve para corresponder el abrazo. Su cabeza acaba en el hueco entre mi hombro y mi cuello, con su cabello cosquilleando mi piel.

Dejo salir un suspiro de mis labios e ignoro los furtivos latidos de mi corazón. Pero no los de él. Louis todavía tiembla en mis brazos. ¿Qué diablos le pasó?

No sé cuánto tiempo pasa en lo que llevamos abrazados en total silencio. Y realmente no me importa saberlo. Cuando me da un apretón en la cintura y su cabeza se remueve de mi hombro, sé que ya está más estable. Inspiro lentamente y ambos nos levantamos del suelo, sin decir nada. La verdad es que lo único que quiero hacer es inundarlo con preguntas. No obstante, a juzgar por lo que ha pasado, no querrá hablar de eso.

Louis se aclara la garganta. Y sus mejillas están rosadas, pero todavía tengo fresca las imágenes de él meciéndose como un bebé. Así que no me burlo. Mira del suelo a mí en silencio, y carraspea.

—Gracias por eso —dice.
—No hay problema.
—En serio, gracias —me mira fijo por unos segundos y luego mira por encima de mí—. Quién diría que la feroz Cleo tendría un lado tan protector.

Una sonrisa, pequeña y falsa, curva sus labios. Y me doy cuenta de lo que quiere hacer de inmediato. Inevitablemente, me pregunto cuántas veces ha pasado por esos ataques estando solo.

—¿Cómo puedes hacer eso? —frunzo el ceño.
—¿Hacer qué?
—Eso —lo señalo con ambas manos—. Ocultar tus emociones. ¡Hace un momento estabas…! —resoplo y sacudo la cabeza, incrédula— ¿No es emocionalmente agotador?

Cuando me veo obligada a “suprimir” mis emociones y aguantarmela, me siento tan cansada y frustrada que prefiero que me castiguen por expresarme que explotar internamente por no decir lo que pienso. Y, al parecer, Louis lo maneja tan fácil como cocinar un hot dog.

Me mira con una ceja levantada y ladea la cabeza.

—No sé de qué hablas.

Abro la boca para insistir, pero la cierro de golpe. Repentinamente, recuerdo la charla de Giussepe sobre los mecanismos de defensa que cada persona posee. “Cada uno tiene su propia barrera, su modo de lidiar con las cosas que no soporta con su actitud normal.” El mío es la ira. Tal vez el de Louis sean las sonrisas y su actitud de payaso.

Así que en vez de insistir en que me diga qué rayos intenta hacer, suspiro y lo miro con ojos entrecerrados.

—Eres un idiota, Tomlinson.

Eso lo hace sonreír. No como siempre —como si quisiera pincharme hasta verme explotar de rabia. Esta vez, su sonrisa es un poco más grande. Y parece como si estuviera agradeciéndome. Las arrugas de las esquinas de sus ojos se marcan más y el brillo de sus ojos ya no me recuerda a un océano en tormenta, sino a uno mucho más calmado.


—¿A dónde te fuiste anoche? —pregunta Tim.
—Sí, eso mismo iba a preguntar —agrega Annie.

Kiara no agrega algo más, sino que me mira, con esos ojazos marrones. Y Bonnie me mira con las cejas enarcadas. Aprieto la quijada y me apoyo en el espaldar de la silla. Estamos en la clase de “Guía de vida”, esperando que Giussepe aprenda como poner la laptop a proyectar por enésima vez.

—Me fui a dar una fumada en el bosque —me encojo de hombros.
—Tú no fumas —afirma Kiara, sacudiendo la cabeza.
—¿Cómo sabes eso? —alzo la ceja.
—Recuerdo que una vez le dijiste a Harry que le ibas a escupir si fumaba en frente de ti otra vez —dijo, ladeando la cabeza y sonriendo un poco.

Las chicas se ríen mientras mi quijada se afloja y miro a Kiara con los ojos entrecerrados.

—¿Por qué tienes tan buena memoria? —me quejo— O, ¿es porque está relacionado con tu novio?
—Harry no es mi novio —musita—, ¿cuántas veces…?
—Si Harry y tu no tienen algo, entonces yo soy un ángel —intervino Annie—, no somos idiotas, Ky.
—Eso, o es con Zayn —agrega Bonnie, sonriendo de lado—. Todavía estoy creando mis teorías al respecto.

Kiara parece tener una expresión entre avergonzada y frustrada, sus mejillas se tiñen de rosado y provoca las risotadas de todas. Giussepe ni nos pone caso, parece querer romper el proyector. Y nadie le ayuda porque entre más tiempo perdamos sin alguno de sus documentales ridículos, mejor.

—No desviemos el tema, estábamos preguntándole a Cleo donde estaba —dice Kiara, señalándome con la mano.
—Ugh, me caes mal —ruedo los ojos.
—¿Y dónde te hiciste esos aruñazos? —cuestiona Tim.

Me vuelvo piedra y cierro los ojos con lentitud. Hoy he usado un suéter morado pálido cuyas mangas acabo de rodar porque tengo calor, sin acordarme de los cortes que provocaron las uñas de la tipeja Maxie anoche. Y ahora, todas los están viendo. Maldición.

—No hay nada de qué preocuparse, chicas —suspiro.
—¿Estás jodiendo? —Annie tuerce los labios— Solo dinos y ya.
—Es mejor que no sepan nada.
—Sí, ella está jodiendo —refuta Bonnie—. No seas terca.
—Ella es la personificación de terquedad, corazón.

Reconozco la voz de Louis sin mover la mirada de Bonnie. Al mismo tiempo que las chicas se giran a verlo, riéndose y saludando, me bajo las mangas del suéter tan rápido y sutil como puedo. Y luego miro a Louis, tratando de olvidar cómo anoche estaba rompiéndose.

Estoy a punto de insultarlo cuando veo su mirada fija en mis brazos cubiertos. Una nebulosa gris y triste parece cruzar por sus ojos, pero se desvanece tan rápido que da la sensación de que se me empañó la vista. Cuando me sonríe como un niño, con sus ojos achicándose y exudando irritación, entonces abro la boca.

—Vete a comer mierda de camello, Louis.


El fin de semana llega y con ello, los días de visita que serán convertidos en una especie de intento por hacernos socializar con nuestras familias. Para la mayoría, al menos; porque escucho de Kiara, que Zayn y Becca tendrán su visita la próxima semana. No pierdo tiempo en quejarme por ello con el psiquiatra, Garrett y cualquier otra autoridad con la que me cruce. Sin embargo, ninguno me hace caso. Es toda una injusticia.

El domingo me levanto tarde. Realmente no duermo, pero me hago la loca hasta que Tim sale con Annie de la habitación hacia el desayuno. Ninguna de las chicas se atreve a despertarme. Una vez, Bonnie y Annie lo intentaron y acabé rompiendo la lámpara de noche. Por suerte, se quitaron a tiempo.

Una vez que la habitación está vacía, con toda la lentitud que puedo, me ducho y me alisto para ir a desayunar. Como nos dejan usar ropa no sacada de un instituto psicológico, me pongo unos shorts jean anchos color verde y un suéter gris claro de algodón, que tiene tejidas las palabras “fuck you” en mayúscula.

No tengo ganas de ver a nadie antes de que tenga que ir al lugar que Louis y yo “escogimos” para la reunión. Será en un salón de los de visita, una habitación más pequeña que un salón de clases, con varios sillones de dos y tres personas, una mesa baja en medio y aire acondicionado. Una pared tiene un ventanal de cristal que daba la vista al bosque que queda detrás de Borya, a donde realmente quiero largarme.

Cuando llego a la cafetería, tomo un desvío por el área de servicio y me voy hacia la cocina. Donde Dóminic me espera con una camiseta negra y pantalones agujereados.

—No te toca castigo en la cocina hoy —dice a penas me ve, con una ceja levantada.
—Lo sé.
—¿Entonces? ¿Te diste cuenta de que no puedes vivir sin mí? —sonríe suavemente y ladea la cabeza.
—No jodas, idiota. Solo quiero comer sin nadie que me fastidie y estoy intentando escapar de la reunión sin sentido —suelto un bufido y me acerco hacia los estantes—. Odio este día.
—Pero apenas está empezando, Cleo —suelta una risita y lo escucho acercarse.
—Por eso.

Comienzo a sacar lo justo para hacerme dos sándwiches de jamón, vegetales y pollo. En silencio, preparo todo con más fuerza de la necesaria. Las ganas de ir a golpear una —o cincuenta— pelotas de tenis incrementa cada vez más. Estar bajo el sol del verano todo el día, aunque termine con dolor de cabeza, cuerpo adolorido y sudado, y par de sombras más oscuras de mi color de piel. Es lo único que me hace sentir viva.

—¿Tus padres confirmaron que vendrían? —cuestiona Dóminic.
Me encojo de hombros, mientras acomodo todo dentro del primer pan y comienzo con el otro.

—Pero sé que van a venir.
—¿Cómo?
—Porque ellos dejarían que se les mochara un dedo con tal de mantener las “apariencias” —el desprecio se escucha en mi voz—. Es lo que mejor hacen.
—¿No has pensado que quieren venir para arreglar las cosas contigo?

Dejo el jamón en el sándwich y me giro un poco para mirar a Dóminic, solo para verificar que no está bromeando. Y no lo está. Así que me río y sacudo la cabeza con energía.

—Estás demente.

Vuelvo a mi sándwich. Una de las señoras de la cocina entra para buscar una bandeja de gelatina; me saluda con una sonrisa y vuelve a salir.

—Tal vez —concuerda Dóminic—, pero también puedo tener razón.  
—No conoces a mis padres —entrecierro los ojos—, así que deja de especular ridiculeces.


—¡Maldita mierda!

El grito es sin duda de Harry. Pero su voz suena tan estrangulada y enojada como nunca la he escuchado en los meses que llevo aquí dentro. Un mal presentimiento me golpea en el estómago, y sin dudarlo, giro sobre mis talones para ir hacia el área de música.

Me sirve como excusa, de hecho. Porque estoy de camino a la reunión, pero buscando cualquier excusa que me haga retrasarla. No quiero ir, en serio no quiero ir.

Doblo por el pasillo y me encuentro con un Harry atestando golpes sin parar a un hombre, cuyo rostro no puedo ver muy bien. Pero asumo que es su padre porque su cabello es igual.

—¡Harry para, por favor!

Abro los ojos y entonces, ubico el pequeño cuerpo de Kiara, con el rostro encogido de miedo y algo más.
—¿Kiara?

Abro los ojos más, levantando las cejas hasta el final de la frente. Está tan cerca de ellos que pueden darle un golpe sin querer.

—¡Cleo, ayúdame!

No sé qué quiere que haga ni le pregunto. Sino que me abalanzo sobre ella para alejarla lo más pronto posible de la escena. No me importa que quiera separarlos —y por cómo me pelea, se retuerce en mis brazos y comienza a llorar desconsoladamente, eso es justo lo que quiere. Pero no puedo dejarla. Harry no está en control de sí mismo y puede darle un codazo accidental que la deje noqueada.

Abrazo a Kiara por el estómago y me panto firme en el suelo de Borya. Abro y cierro la boca, con un montón de preguntas cruzándome por la cabeza. Empezando por qué diablos poseyó a Harry para que esté actuando de esa forma.

Pero no digo nada, porque Kiara es un desastre de lágrimas y cuando ve que no la dejo ir, comienza a llorar y creo que va a calmarse. Pero luego Cliff dice que se lo van a llevar y es cómo si una fuerza del cielo le cayera encima, porque se sale de mi agarre y pasa de su abuela para irse corriendo hasta ellos.

—¿Qué coño está pasando? —le pregunto a Garrett, que recién ha llegado.
—Tengo mis suposiciones, pero voy a explicarte después.

Entonces, Kiara empieza a gritar que la dejen ver a Harry. No puedo creer que tenga tanta energía con lo pasiva que parece ser siempre. Cliff logra traerla con Garrett y yo antes de irse con los paramédicos y Harry inconsciente. Mi corazón late con rapidez y todavía no comprendo la mitad de lo que ha pasado —y solo puedo darle un abrazo a Kiara antes de que Garrett me saque de ahí.

No quiero irme, porque Kiara no está bien y aunque no soy la mejor consoladora, su roca se encuentra encerrado en el área de “cuarentena”. Y no la van a dejar pasar. Pero Garrett es el supervisor encargado de mi reunión y me conoce lo bastante bien para saber qué puedo hacerme la loca y faltar la primera hora —por no decir todas las horas que durase.

—No quiero dejarla sola —insisto.
—Está con su abuela, estará bien —dice con un suspiro.
—¡Pero…!
—Vamos, de todos modos, tienes que continuar la reunión con tu familia —ordena Garrett con voz suave.

Con el brazo, indica hacia la puerta y comienza a caminar. A regañadientes, lo sigo. Me cruzo de brazos y miro hacia atrás varias veces. Kiara está realmente mal y no sé si sea lo correcto, pero debe estar sola por un momento.  Igualmente, no puedo ayudarla ahora: ella quiere estar con Harry y escuché todo, él fue quien tomó la decisión de que no lo vean así.

Un montón de preguntas siguen pasándome por la mente. Y me doy cuenta de que en realidad no sé nada de ninguno de los dos. Y del hecho de que todos aquí tenemos más de un demonio en lo que se supone que debe ser nuestro refugio.

Avanzamos por los pasillos de Borya en silencio. Hasta que me cruza por la cabeza que tendré que soportar a mi irritante familia, y dejo salir un bufido.

—¿Pensaste que con esta situación lo cancelaríamos? —inquiere Garrett, con una mirada de soslayo— Es verdad que esta situación se salió de control...pero aún tenemos que continuar con el resto de ustedes.
—Deberían hacerlo, cancelarlo —mascullo.
—Pues no. Esto es para comenzar a ayudarlos a mejorar sus relaciones —sonríe mostrando los dientes—. Terapia familiar.

Lo dice con aires de esperanza. Como si fuera la respuesta esperada a una enorme ecuación matemática. Me da asco.

—Es una pérdida de tiempo en mi opinión —chasqueo la lengua—. Mi vida es mejor cuando pretendo que ellos no existen, salvo Terry.
—Pero sí existen, y son tu familia.
—¿Por qué, porque compartimos genes? —resoplo— Eso es una completa mierda.
—Cleo-
—Soy más familia de un alien que de ellos —exclamo.
—No creo que entrar allí con esa expectativa vaya a ayudar del todo en la terapia —dice, y se detiene.

Cuando se gira frente a mí, también paro de caminar. Ya estamos unos metros frente a la puerta, de vuelta en el área de salas de visita. Espero que aún no hayan llegado.

—El punto es que comiencen a restaurar y reparar sus lazos de-
—¡Buenas a todos!

El chillido irritante de Louis perfora mis oídos de tímpano a tímpano. Se acerca a nosotros dos con una sonrisa radiante, como si no estuviéramos a punto de vivir horas de infierno al cruzar la puerta. Su cabello marrón aún está húmedo de bañarse y lleva su respectivo suéter gris de mangas largas. Lo miro con unas tremendas ganas de vaporizar toda su esencia.

Hoy no estoy de humor y mi capacidad de paciencia está en negativo.

—¿Acaso no sabes nivelar la maldita voz? —gruño.
—Burro hablando de orejas, pequeña enojona —alza una ceja y no deja de sonreír—. Acabas de gritarme.

Arrugo los dedos en el borde de mi suéter.  

—Jódete, Louis.
—¿Qué te dije sobre tu vocabulario? —me señala con el índice, moviéndolo de arriba-abajo— Las personas pueden malinterpretar tus palabras —se ríe.
—¿¡Alguna vez te callas!? —extiendo los brazos.
—Solo cuando hay tornados —guiña un ojo.
—¡Ugh! —estampo mi pie contra el suelo, provocando que Louis suelte una carcajada— ¿Lo puedo noquear?

Miro hacia Garrett con el ceño fruncido y los labios en un puchero. Garrett se ríe y antes de que responda, Louis lo hace.

—Vaya, pero qué progreso —aplaude una vez—. Haz pasado de saltarme encima como una fiera a preguntar si puedes hacerlo, ¡a eso le llamo yo avance!

Creo escuchar un crack. Me olvido de Garrett y suelto una sarta de barbaridades al mismo tiempo que me lanzo encima del jodido de Louis. Mi rostro se siente cada vez más caliente, pero no me importa. Comienzo a lanzarle puñetazos que casi nunca conectan con él porque logra agarrarme de las muñecas y tiene más fuerza que yo. Tendré que inyectarme esteroides para poder propiciar una buena patada en el culo.

—Hablé demasiado rápido —suspiró Louis—, ¿podrías dejar de atentar contra mi vida? —me mira con el ceño fruncido.

Dejo de sacudirme por un momento, pero él no me suelta. Sigue con mis muñecas agarradas, con mis brazos levantamos por encima de la cabeza. Junto las cejas y me le acerco para gritarle tan alto que lo sienta en el cerebro.

—¡Cuando tú dejes de atentar contra mi paz!
—Tú no sabes lo que es paz —sacude la cabeza.
—¡Por idiotas como tú!

Intento sacudirme para salir de su agarre, pero es en vano. Suelto un chillido y decido tomar otro curso de acción: una patada en las bolas.

—¡Toma eso, pendej-! ¡Oye!

No logro pegarle porque al ver el movimiento de mi pierna, Louis me suelta automáticamente para protegerse. Y yo caigo al suelo con brusquedad. Suelto un gemido cuando mis rodillas chocan contra el duro cemento del suelo. Levanto la cabeza y cruzo los ojos con los de Louis, que tiene las manos cruzadas en su área sensible.

—¡Eres cruel! ¿Lo sabes? —sus ojos están bien abiertos— Demasiado cruel.

Suelto aire con rudeza y siento mi pecho arder. Pongo las manos en el suelo para levantarme y asiento varias veces con la cabeza.

—¿Crees que soy cruel? Ya vas a ver…

Me levanto al mismo tiempo que Louis se echa para atrás, sin quitar las manos de su área. Aprieto los puños y me preparo para embestir; sin embargo, Garret pone su brazo y medio cuerpo delante de mí.

—Es suficiente, ustedes dos —su voz resuena con seriedad y autoridad por todo el pasillo—. Por esta misma razón los emparejamos y por esa misma razón seguirán estando juntos en castigos y charlas orientadoras —decreta; y yo lo miro boquiabierta, indignada—. A menos que aprendan cómo comportarse y tolerarse, van a seguir así.
—¿Acaso me odia? —inquiero, moviendo la cabeza— ¿Quieren que me metan presa por asesinato?
—Creo que le voy a sugerir al doctor Cliff que aumente tus dosis… —comenta Louis.

Eso es lo único que basta para que me lance encima de él otra vez. Pero Garrett me sujeta de los brazos y me echa hacia detrás. Suspiro, con aspereza y rechino los dientes. Odio esto cada vez más.

—Vamos adentro, tienen que esperar a sus familias allí.


Louis se sienta en uno de los sillones marrones, mientras yo me quedo de pie en el ventanal de cristal. Mirar hacia fuera, los árboles en su punto máximo del verano, el cielo azul repleto de nubes, es una buena distracción en lo que esperamos a grata presencia de nuestros padres. Garrett se acomoda en un sillón azul individual, que está entre los dos sillones más grandes, con los brazos cruzados encima de su rodilla.

Siento sus ojos pasar sobre mí, pero no le devuelvo la mirada. Por el poco reflejo del cristal, veo como observa a Louis. Quien se ha mantenido extrañamente callado desde que cruzamos la puerta, jugando con una pulsa de plástico en su muñeca.

Lo único que se escucha es el sonido del aire acondicionado, cuando se mueve para echar aire hacia arriba y luego hacia abajo.

—¿Están nerviosos?

La pregunta de Garrett no me sorprende.

—¿Eso importa? —inquiero.
—Sí, Cleo. Creo que ya les explicamos que esta es una-
—Terapia familiar, sí. Es más como una psicomierda familiar —chasqueo la lengua.

Louis suspira, pero no dice nada; sigue concentrado en su pulsera. Me giro hacia él, que no me ve porque me da la espalda y entrecierro los ojos. No sé nada de él ni de su familia, así que no tengo idea de qué esperarme.

Antes de que Garrett responda a mi comentario, tres toques en la puerta interrumpen el silencio. Mi estómago parece llenarse de piedras repentinamente. Me quedo tensa, de pie, deseando poder atravesar el ventanal y escapar a las profundidades del bosque. Me cruzo de brazos y me giro hacia la puerta, tratando de calmar todas las sensaciones negativas que siento dentro.

Garrett abre la puerta y en fila, entran todos. Mi madre y mi padre; con los que comparto algunos rasgos —desgraciadamente. El cabello de mi mamá y la nariz de mi papá. Luego entra una señora que se parece a Louis, comparten los mismos ojazos azules y labios delgados. Creo que son todos, porque Garrett solo habló de que vendrían los padres. Sin embargo, detrás de la mamá de Louis, entra nadie menos que Esmeralda Gallaway. Mi condenada abuela.

Si antes estaba tiesa, ahora estoy totalmente metalizada. No puedo creerlo. Siento como si mi pecho estuviera llenándose de vapor, cada vez más caliente, hasta que me consume todo. Aprieto los dedos tan fuertes que me clavo las uñas en las palmas de mis manos.

Ellos me miran, sin decir nada, porque ven como mis ojos chisporrotean ira. Al menos eso espero. Porque es justo lo que estoy sintiendo. Me giro hacia Garrett, dispuesta a reclamarle, pero algo me detiene en seco.

—Apreciaría que no me tocaras, por favor.

La voz de Louis suena tan vacía y monótona que por un momento me confundo y creo que es alguien más que habla. Luego tengo un fugaz recuerdo de lo que pasó hace unos días y con la irritación olvidada, me vuelvo hacia él. Su mamá está frente suyo, con un brazo medio extendido en su dirección.  

Avanzo en silencio hasta quedar más cerca, para así poder ver su expresión. Lo que no me alienta para nada. Me pongo alerta de inmediato. Su ataque de pánico sigue fresco en mi memoria.

La señora sonríe, como si Louis acabase de decir un chiste. Pero el semblante de Louis está muy distinto a lo usual. Ojos apagados, fuera toda picardía, cero muecas que arrugan su rostro.

—Tonterías, hijo, ¿no puedo siquiera darte un cariño después de tanto tiempo sin verte?

Observo el pecho de Louis subir y bajar con rapidez, y sus puños apretarse encima de sus muslos. Su mamá se acerca otra vez, al parecer va a darle un beso en la mejilla y revolverle el cabello.

—Mamá, no…

La voz de Louis tiembla al final y eso me basta. En par de zancadas, estoy entre ellos, tomando la muñeca de la mujer entre mis dedos con fuerza. Frunzo el ceño y los labios, y vagamente escucho las exclamaciones de sorpresa de los demás adultos en la sala.

—Él dijo que no, señora.

La miro fijamente, con la barbilla en alto. Me aseguro de decirlo con toda la firmeza que puedo. ¿Qué pasa con la gente, qué no saben reconocer una broma de la realidad? La torcida y frustrada realidad.

Todos me miran con cejas alzadas, sorprendidos. Veo a mi mamá removerse, con nervios. A poco cree que voy a pegarle a la señora. No voy a negar que me cruzó por la cabeza.

—Cleo —advierte Garrett.

La mamá de Louis trata de soltarse de mi agarre, pero no la dejo. No al menos hasta que entienda que no es una broma. Entrecierro los ojos y ella me devuelve una mirada nerviosa, mirando de mi agarre a mis ojos y luego hasta Louis, que se mantiene en silencio. Parece como si no se lo creyera.

En el tercer intento, suelto su muñeca de mala gana. No me muevo hasta que ella no se sienta en el sillón del frente, donde caben más personas que en el que está Louis. Me siento en ese, en el otro extremo.

—Mis disculpas por eso, señora Tomlinson —apresura a decir Garret—, pero sabe que la situación aquí es bastante frágil. Lo mismo va para ustedes, señores Gallaway.

Garrett habla con una paciencia que me pica y me sorprende a la vez. No entiendo cómo puede hacerlo.

—Sí, lo sé. También fue mi culpa, así que lo lamento —dice la señora.

Sonríe sin mostrar los dientes y me mira por pocos segundos, para luego volver a mirar a Garrett. Mis padres y mi estúpida abuela terminan de sentarse en el sillón y en la otra silla individual, frente a Garrett. Al menos nos divide la mesa.

—¿No te vas a disculpar, Annette? —cuestiona mi madre.

Cierro los ojos. Ese maldito nombre. Cuando los vuelvo a abrir, la miro con la nariz arrugada.

—No tengo por qué, no hice nada malo —me encojo de hombros—. Y me llamo Cleo.
—Ah, claro, nunca lo haces… —masculla mi abuela, rodando los ojos—. Siempre encuentras-
—¡Era ella que lo quería tocar sin su consentimiento, por si no lo notaste!

Tomo un cojín del mueble para arrojarlo en su cara, pero Louis se apresura a quitármelo y me sujeta el brazo. Viro la cabeza hacia él, con la quijada tensa y dispuesta a empujarlo por arrebatarme el cojín.

—Respira —ordena con voz queda.

Lo fulmino con la mirada, pero sé que es más fuerte que yo y no podré zafarme de su agarre fácilmente. Así que eso hago, respirar. Aunque no ayude mucho.

Un silencio incómodo y tenso se instala en la sala por varios minutos, hasta que Garrett aplaude y sonríe a todos. Otra vez, no comprendo cómo lo hace.

—Bien, creo que hemos empezado esta sesión con el pie izquierdo —se ríe de su propio mal chiste—, así que empecemos otra vez. Quiero que Cleo y Louis introduzcan a sus padres al otro, propiamente y luego se introduzcan a sí mismos.

Louis y yo lo miramos automáticamente. Tiene que estar bromeando.

—No me miren así, hablo en serio —inclina la cabeza—. También quiero que se presenten a ustedes mismos, y no solo nombre y listo. Sino que digan un poco sobre sí mismos, por qué ingresaron y cuánto llevan aquí. Tal vez, resumiendo su experiencia en Borya.

Mi quijada se afloja y miro a Garrett con la boca abierta, al mismo tiempo que Louis suelta un bufido y sacude la cabeza.

—¿Está jodiéndome? —alzo una ceja.
—¡Annette, por Dios! —reprende mi padre.
—No, Cleo. Y por eso, irás primero que Louis.

Miro hacia el techo y suelto una maldición por lo bajo. Que jodedera. Estoy harta del estúpido domingo.

—Bien: estos son mis padres: Sarah y Erick Gallaway —los señalo respectivamente—, y esa es mi abuela paterna, Esmeralda —hago lo mismo—. Pueden parecer robots, pero no se dejen engañar, realmente solo son horribles seres humanos.

Garrett me mira con desapruebo. Y mis padres y mi abuela como si quisieran que la tierra los tragara, claramente para que no los asocien conmigo. Muy tarde. Sonrío orgullosa del comienzo de mi presentación y de reojo, Louis me mira con un poco de diversión. Al menos ya no está como el inexpresivo de antes, con su mamá.

—Tendremos que trabajar en eso. Prosigue, Cleo —indica Garrett.

Ruedo los ojos, pero acato la orden.

—Soy Cleo, Annette es mi segundo nombre, pero lo odio. Cosa que ellos no quieren entender y eso les suma puntos como personas horribles —señalo a mi familia con un movimiento de cabeza—. Llevo aquí cinco tortuosos meses. Ingresé porque tengo Bipolaridad, prefiero jugar tenis que socializar y aquí encontré mejores amigas que las que tuve en toda mi vida en el colegio. ¿Qué más…?

Miro hacia el techo y tamborileo los dedos, tratando de pensar. Realmente, hablar es liberador.

—¿Qué tal si dices cómo casi matas a alguien de un raquetazo? —soltó Louis.

Le doy un puñetazo en el hombro. Instantáneamente. ¿Acaso quiere que mis padres comiencen la reunión diciendo lo salvaje que soy?

—¡Oye! —se queja Louis.
—Imbécil, prefería cuando estabas callado —siseo.
—Esas facetas no me duran mucho —se masajea el hombro y sonríe—. Además, es verdad. Todos aquí lo saben.
—Sí, así como saben que eres un metiche. No interrumpas mi introducción.
—¿Y dónde está la diversión en eso, oh sabia y paciente Cleo? —su voz me tantea, como si fuera estúpida.
—¡Ugh! ¡Garrett, lo voy a noquear!

Varias exclamaciones se escuchan en la habitación. Me importa un bledo.

—Chicos, vamos, ¿quieren que aumentemos el número de las charlas a las que deben asistir juntos? —inquiere Garrett, con voz suave, pero que esconde una amenaza segura de bajo.

Aprieto los dientes con fuerza y me siento derecha. Me cruzo de brazos y subo ambas piernas en el sillón, sin importarme que la suela de mis converse lo arruinen.

—Terminé mi introducción, que siga el pendejo.
—¿Disculpa…? —interviene la mamá de Louis— Chica, tienes que mejorar tus modales.
—No me diga usted —parpadeo con “ternura” —, no puede reclamarme por lo que no tiene.
—No puedo creer-
—Louis —la interrumpo, indicándole a Louis que hablara.

Louis rueda los ojos y suspira teatralmente, pero de todos modos comienza a introducirse.

—Esta es mi madre: Leonor Lynch. No tengo idea de donde está mi padre, así que no es relevante —manotea en el aire, sin restarle importancia—. Soy Louis, encantando de conocerlos, por cierto —dice indicando a mi familia, con una sonrisa estúpida en el rostro—. Llevo aquí un año y medio, creo. Y me internaron por automutilación y ansiedad, por razones tampoco relevantes ahora mismo. Borya es bastante genial a menos que estés metido en una pelea con alguno de los locos de aquí…

Louis sigue hablando, pero no le presto atención. Mi cabeza está repitiendo automutilación y depresión una y otra vez. Sin parar. Lo de ansiedad no me sorprende tanto, pero lo de automutilación…


La reunión pasa con la misma onda por una hora y media. Con Louis soltando sus comentarios estúpidos —ignorando lo más posible a su mama. Creo que por eso me molesta tanto y pretende como si no tuvo un ataque de nervios con su pulsera antes de que ellos llegaran.

Garrett nos explica en qué va a consistir la terapia familiar. Que serán varias sesiones, donde se pretende llegar a la confianza y comunicación entre los miembros familiares. Suelto un resoplido ante eso.

—Lo hacemos en parejas porque, siendo honestos, no todos aquí tienen el mejor historial con sus familias —explica y trata de ser sutil, pero les da una mirada a nuestros padres que me enorgullece—. Y estos chicos pasan todos los días juntos, o casi todos los días. Se sienten más cómodos entre sí y dispuestos a cooperar.
—Disculpe —dice mi abuela—, perdone que le interrumpa, ¿puedo hacer una pregunta?
—Sí, claro.
—Bueno, usted dice que estén dispuestos a cooperar —la señora acaricia su cabello canoso—, pero estos dos chicos no han parado de discutir desde que llegamos aquí. ¿Por qué están juntos si no se llevan bien?

Louis y yo nos miramos al mismo tiempo. Él, con un brillo divertido e irritante —más irritante que divertido. Y yo como si quisiera pulverizarlo. Porque aún recuerdo el lío que me hizo en la cafetería.

—Louis y Cleo han tenido varios encontrones ya, así que esto también va a funcionar como terapia de tolerancia para ambos —Garrett nos mira con pesadez—. Tienen que entender que no van a vivir en un internado psiquiátrico toda su vida, su meta es aprender a lidiar con sus problemas de la mejor manera, saber sobrellevar y arreglar sus relaciones humanas para poder funcionar y cumplir sus metas en la sociedad.
—Estoy de acuerdo con todo eso —asiente mi padre, haciéndose el serio—. Y, si se puede saber, ¿a qué se refiere con encontrones?

Me da una mirada que no sé identificar, y otra a Louis con los ojos entrecerrados. Bufo, ¿acaso está preocupándose? La preocupada debería ser Leonor, la mamá de Louis. Y debería aliviarse de que no haya matado a su hijo aún.

—Oh, yo le puedo contar sin problemas, Erick —Louis aplaude y sonríe, mirándome de lado y luego volviendo a mi padre—. Verá, su hija aquí primero rompió un jarrón que quería pegarme en la cabeza, una vez también me quiso mandar a rodar por el bosque, y otra-

Louis va enumerando con sus dedos. Antes de que pueda seguir, le aprieto los dedos con fuerza y le cubro la boca con la otra mano.

—¡Cállate!
—¡Cleo, suéltalo! —advierte Garrett.

Le doy un último apretón y lo dejo ir con brusquedad.

—No es mi culpa que sea un grano en el culo —siseo.
—A tus servicios —guiña un ojo—. Como seguía diciéndole-
—¡Louis! —chillo.

No quiero que siga. Si mis padres tienen un recuento de todas las cosas “no debidas” que he hecho aquí —voy a empezar a escuchar el sinfín de sus insultos. No me importan los castigos o las mierdas que digan —hasta que empiezan con sus charlas psicológicas. Sobre la falla que soy desde pequeña. Como no soy normal. Que tengo que ser una clase de fenómeno, segurísimo. Porque no soy como las demás adolescentes. He escuchado de eso toda mi vida, y estoy harta. En Borya, por lo menos eso se reducía.

Louis parece ver algo en mi cara que le hace entender que estoy hablando en serio, porque cierra la boca instantáneamente. Me mira por unos segundos y luego se vuelve hacia Garrett, cambiando el tema. Con la misma sutileza con la que maneja sus emociones.

—Bien, ¿podemos seguir con esto? ¿Qué se supone que haremos en las sesiones, vernos la cara por una hora y media? —cuestiona con una ceja alzada y una sonrisa de lado.

Suspiro quedamente y hago una nota mental de agradecerle después. A regañadientes, pero tendré que hacerlo.

Cruzo una mirada con mi padre y me quedo congelada en el mueble. Porque sus ojos son inexpresivos, pero puedo percibir algo negativo en ellos. Porque llevo viendo esa misma mirada por todos los años de mi vida. Ni siquiera miro a las demás mujeres de la familia —probablemente estén igual.

Me dan ganas de arañarme la piel de los brazos. Pero si comienzo a hacer eso ahora, Garrett sabrá que anda algo mal. Al igual que Louis. Así que me conformo con cruzarme de brazos y clavarme las uñas en la piel. Y desear con fervor que el tiempo pase rápido.


—No quiero enterarme de que estás comportándote de forma inadecuada, ¿de acuerdo?

La voz de mi padre es severa. Igual que su mirada, que no deja entrever ninguna emoción además de la decepción y vergüenza frustrante eterna que tiene cada vez que se acuerda de que estamos ligados por sangre.

Nos encontramos en las afueras de Borya. Donde me han obligado a venir para despedirme de mi “familia”. Garrett realmente se ha lucido.

—Según ustedes, nunca me comporto de forma adecuada —chasqueo la lengua, sin mirarlo—, así que no veo por qué me dices eso ahora. Ni te importa.
—Annette, si no nos importara, ¿crees que te habríamos internado aquí? —señala hacia el instituto a nuestro alrededor— Deja tu inmadurez por una vez y-

Disparo la cabeza hacia él, sintiéndome enojada nuevamente. Aprieto los dientes.

—¡Que no me digan así! —gruño— Si les importara, les hicieran caso a Garrett cuando les dijo que deben hacer un esfuerzo por comunicarse mejor conmigo —señalo hacia mí—, y llamándome por el maldito nombre que odio, ¡no es la forma!

Erick me mira sin decir nada por un momento. Parece pasmado —pero no me lo quiero creer. Nada lo “pasma”. Los tacones bajos de mi abuela resuenan por el asfalto cuando se acerca a nosotros, con su cara de perro maquillada con demasiado rubor para su edad.

—Necesito que dejes de hacer una escena en este mismo instante, Ann-
—¡No me digas así, joder! —doy un manotazo en mi muslo— ¿Saben qué? Da igual, váyanse y no se molesten venir en la otra sesión. Me tienen harta.

Me giro sin dar vuelta y comienzo a caminar lo más rápido posible a Borya. Quién pensaría que entraría a ese lugar por voluntad propia varios meses después de haber ingresado en contra de mi voluntad.

Antes de alejarme mucho, escucho el bufido de mi abuela y su comentario, que no falta. La vieja no sabe cuándo quedarse callada.

—No sé cómo llegaron a criarla, tenían que haberla mandado a un internado en otro continente.

Aprieto los puños y lucho con todas mis ganas de devolverme a decirle un par de palabras bien bonitas. Empezando porque ninguno de ellos me crió. Maldición.

El atardecer se ciñe sobre el cielo y la mayoría de las reuniones han acabado hace un par de horas. Me he pasado toda la tarde evadiendo a las chicas, caminando de un lado a otro sin ningún rumbo aparente.

No quiero aceptarlo, pero el verlos me afectó más de lo que esperé. No dejo de pensar en cuando vivía en casa, en aquellos días donde les hacía caso a mis padres y me sentía como mierda cuando, aun así, ellos no me prestaban atención. Era como si hubieran creado un robot para que ocupara una habitación más en la casa y ya está.

No podía cometer errores. No podía jugar. No podía defenderme si alguien me molestaba, porque no era de una “dama”. Nada. Por eso hui de la mejor forma que encontré.

Y no es hasta que observo a Clayton y Ryan, en una esquina de la cafetería, que me doy cuenta de que ahora mismo también estoy buscando una manera de escapar. Que no sea llenarme de arañazos en cada milímetro de piel.

Me acerco hacia ellos con pasos decididos, mirando por toda la cafetería para asegurarme de que nadie más ande allí. Y si andan, que no se metan en lo que no les incumbe. Siento algo removerse en mi interior, nervios o ansiedad o emoción. O las tres combinadas, que no creo que sea muy saludable.

Clayton suelta un silbido cuando me ve acercándome, como si no creyera que realmente estoy caminando hacia ellos. Eso es porque casi siempre le corto los ojos cuando pasan cerca de mí. Realmente, le corto los ojos a todo el mundo.

Clayton le da un zape en el hombro a su rubio amigo Ryan y cuando se percata de que estoy de pie frente a ellos, seria y con la espalda recta, sonríe. De lado y parece jactarse de algo que nadie ha dicho.

—Vaya, vaya, la salvaje morena bipolar está aquí —musita Ryan, apoyándose en la pared detrás de él—. ¿En qué podemos ayudarte?

Clayton cruza las manos, expectante. Cambio de peso en una pierna y suspiro.

—¿Cuál de ustedes me puede dar una botella de alcohol y para cuándo? —inquiero, con rapidez y sin desnivelar la voz.

Los dos chicos abren los ojos y suben las cejas. Pero su sorpresa no dura mucho.

—Depende qué tanto lo quieras. Verás, es que tienes que pagar por adelantado —explica Clayton, encogiendo un hombro de forma liviana.
—¿Qué clase de pago? —entrecierro los ojos.

Ryan se relame los labios y me da una mirada de pies a cabeza. Ay, no puede estar jodiendo con su vida así…

—Pues, no tenemos botellas grandes, solo pequeñas con un poco de alcohol —explica él—, pero algo es algo. Así que, de primera, vas a tener que darme una buena mamada-

No lo dejo terminar. Mi mano rodea su cuello, pegándolo a la pared con fuerza y levanto el pie para apretarlo contra su entrepierna. Ryan grita y su rostro se contorsiona por el dolor. Clayton abre la boca e intenta despegarme de él, pero con una mirada es suficiente para que se mantenga alejado y callado.

—Cleo —intenta decirme.
—No te metas, o también te vas a joder —siseo y vuelvo hacia Ryan—. Ahora, escúchame-
—¿Acaso estás demente? —dice, con la voz encogida y sin aliento— ¡Suéltame, puta!

Sonrío, este tipo no sabe a quién ha despertado. Hago amague de soltarlo, pero al segundo aprieto más su cuello y lo vuelvo a estampar contra la pared. Ryan vuelve a chillar y le tapo la boca, temiendo que venga algún supervisor y me castiguen otra vez.

—Escúchame, bugarrón —gruño y mi voz tiembla, no sé si de ira o algo más—. Vas a darme la botella sin ningún maldito pago porque si no, voy a castrarte. Con mi raqueta.

Mi voz y mis ojos son una promesa que no pienso dejar de cumplir. Ryan me mira con asco e ira, y hace un amague de soltarse. Pero presiono mi pie contra su parte privada y el suelta un chillido de dolor, sus ojos pardos se cristalizan.

—Si te reúsas —mascullo—, voy a ir hacia donde Garrett y Cliff y les voy a contar todas las mierdas que consumes y traficas aquí. ¿Escuchas? Y adiós a tu maldito negocio.


Al final, Ryan y Clayton cedieron. Y en una hora, como acordado, estoy en el baño de los hombres del área recluida de Borya. Con una pequeña botella de cristal con ron blanco dentro como mi premio por soportar cinco horribles meses encerrada en este manicomio.

Los nervios me recorren todo el cuerpo, con una picazón que realmente no es picazón y mi corazón bombeando a toda velocidad. Me cruzo al baño de las mujeres, que también está desierto —no sin antes darles una nueva amenaza a el par de idiotas.

El baño solo tiene tres cubículos y la sección de lavamanos, además de cuatro bombillas tenues. Parece que podrían apagarse en cualquier tiempo.

Levanto el contenido de la botella contra la poca luz, para ver el contenido. A penas es un poco más de un vaso, pero eso bastaría. Tomo una respiración y la bajo, dispuesta a abrirla y comenzar a tragar sin que nadie me fastidie.

—¿Qué estás haciendo?

La pregunta me hace saltar. Mi corazón aumenta sus latidos y siento como si me encontraran haciendo algo ilegal. Bueno, probablemente lo sea.

¿Eso importa?

Me giro para encontrarme con los ojos azules y entrecerrados de Louis. ¿Qué maldita suerte es la mía? Instintivamente, ruedo los ojos y dejo salir aire. Louis, en cambio, irgue la espalda y se cruza de brazos.

—¿Qué quieres, Tomlinson?
—Te hice una pregunta —dice.

Creo que es la primera vez que ha estado serio por tanto tiempo frente a mí. No serio, algo más… Las comisuras de sus labios están rectas, tiene el ceño fruncido y su semblante parece enojado. ¿Enojado por qué?

—¿Qué crees que estoy haciendo, eh? —muevo la botella en mi mano.

El sonido del alcohol moviéndose dentro de la pequeña botella me hace inspirar. Estoy seriamente considerando tomar frente a Louis, y olvidarme de la advertencia de Jenks sobre alguien viéndome. Me siento cada vez más ansiosa. Tenía tanto tiempo sin probar una gota…

—¿Cómo conseguiste eso? —Louis frunce el ceño.

Con cada pregunta, su rostro se enfurece más. Da un paso hacia mí y yo retrocedo automáticamente. Alejo la botella lo más posible de él, sin parecer tan obvia.

—Eso no te incumbe. Si solo era para eso, puedes irte —sonrío sin mostrar los dientes—, por allá está la puerta.
—Cleo, si alguien se enterara…—avanza otro paso—, te podría ir muy mal.
—No creo que mi vida pueda ser peor de lo que ya es —curvo mis labios—, ¿tú sí?

Louis suspira y deja caer los brazos a sus costados. Espero, pero no dice nada.

—Eso pensé. ¿Podrías irte ya?
—No.
—Este es el baño de las mujeres, Louis. ¿No tienes educación? —arrugo la nariz.
—No.

Al diablo con esto.

Ni siquiera le respondo. Se puede joder. Harta y con manos temblorosas, comienzo a darle vueltas a la tapa de la pequeña botella. Si no se irá, pues que se quede viéndome. Pero no termino de hacerlo cuando Louis me la arrebata.

—¡Louis!

Chillo a todo dar y me lanzo encima de él para quitársela, pero es más rápido y fuerte que yo. Con un brazo me aleja de él y con él otro, logra verter todo el contenido de la botella por el lavamanos.

Me quedo tiesa, sujetando su brazo como apoyo, viendo como el alcohol se aleja de mí. En segundos no queda nada. Una ráfaga de hielo se expande en mi interior, pero es seguido casi de inmediato por un calor abrasador que abarca todo mi pecho. Siento la ilusión romperse de golpe en cientos de pedazos, inservibles, vacíos. Maldita sea.

—¿Por qué diablos hiciste eso? ¿Por qué diablos tienes que meterte? —le grité.

Subo ambos brazos para golpearlo, pero Louis suelta la botella en el lavamanos y me sujeta las muñecas justo a tiempo. Una diminuta voz me dice que es inútil forcejear con él, pero no le hago caso.

—No quieres volver a eso —reprocha y sigo forcejeando.

Siento mi rostro calentarse y lo miro como si estuviera loco. Porque tiene que estarlo.

—¡Tú no sabes nada! ¿Qué diablos te sucede?
—Si te atrapan, vas a durar más tiempo aquí. ¿¡Eso es lo que quieres!? —grita en mi cara.
—¡No! —sacudo la cabeza— ¡Pero solo era un poco! ¡Un poco! No sabes cuánto tiempo…

Me callo abruptamente. El ardor familiar, pero a la vez desconocido de las esquinas de mis ojos me deja en shock. Parpadeo abruptamente y respiro con dificultad.

No voy a llorar, ¿o sí?

De súbito, el calor se vuelve algo más. Casi insoportable. Siento unas terribles ganas de tirarme al suelo y gritarlo todo; todo lo que siento dentro.

—Olvídalo —mi voz suena horrible, atormentada.

Sacudo la cabeza con frenesí e intento hacer que Louis suelte mis muñecas. Si no puedo evitar llorar, no lo haré al frente suyo. Pero Louis no me suelta.

—¡Déjame ir! —jalo mis brazos con fuerza— Louis, maldición…

Un leve temblor en mi voz lo daña todo. La mirada de Louis cambia a algo que no quiero descifrar o admitir. No suelta mis muñecas, sino que me jala hasta que mi cara se pega a su pecho. Sin importar cuánto intente forcejear. Estoy ocupada parpadeando para que el agua acumulada se esfume, pero tiene el efecto contrario, cada vez se acumula más.

Y cuando Louis suelta uno de mis brazos para pasar el suyo por mi espalda, algo dentro de mí se dispara. Junto con todas las lágrimas que he suprimido por años, que salen a la carrera de mis ojos.


No duermo nada los siguientes días. Después de que Louis me vio llorar, salí corriendo como si huyera de un monstruo. Aunque del monstruo del que quiero escapar, realmente, está dentro de mí.

En las noches me quedo mirando el techo, la pared; sin poder distinguir los detalles de nada porque está oscuro. Sintiendo las pequeñas cicatrices de los arañazos que me provocó Maxie. Recordando todo lo que he pasado antes de llegar aquí. Recordando como estuve tan cerca de dejarme ir por un rato —y como Louis me destruyó la oportunidad.

No soy la única que ha salido afectada de la primera ronda de terapia familiar. Kiara sin duda está triste, aunque trata de sobrellevarlo. Pasando tiempo con Zayn y conmigo, además de los demás. Harry no saldrá dentro de quince días, y todavía faltan más de cinco.

Todas estamos diferentes. Cada una a su manera; sin embargo, concordamos en algo: ninguna quiere hablar de ello. Así que pretendemos que el domingo no existió, aunque nos pasemos todo el desayuno en silencio. Aunque Bonnie y Annie no me molesten con Louis, Tim parezca ida y Kiara tenga ojeras del tamaño de su cara. Aunque Becca no pase con sus comentarios no queridos. Aunque yo deje rondando la mitad de mi hamburguesa.

—Tienes que comer, Cleo.

Es el segundo día que dejo casi todo mi almuerzo y Dóminic me mira con ojos de borrego preocupado. Le devuelvo una mirada inexpresiva y me encojo de hombros.

—No tengo hambre.
—Tu siempre tienes hambre —interviene Bonnie—, ayer en la cena casi no comiste igual.
—¿Pasó algo? —agrega Tim, ahora.
—No, no pasa nada. Solo no tengo hambre.
—Igual tienes que comer, ustedes me decían eso —dice Kiara, empujando la bandeja hacia mí.

Me irrito en un dos por tres. ¿Acaso no entienden español?

—No tengo-
—Cleo, tienes que comer —Dóminic empuja la bandeja más hacia mí.

Por un momento veo rojo. Me levanto de la mesa y vuelco la bandeja con todo y contenido al suelo, exasperada.

—¡No tengo hambre, joder!

Suelto un resoplido y me voy de allí dando zancadas. Tratando de ignorar sus miradas, aunque sé que las voy a ver todo el día. Y toda la noche. En la pared y en el techo, acusándome de que estoy loca. Y que por eso tengo que estar tomando pastillas.

Me paso la tarde en el tenis, contra Liam. En un momento, Kiara viene a practicar con nosotros. A pesar de que juró que los deportes no son para ella. No me doy cuenta de sus verdaderos motivos hasta que Liam se va, dejándonos solas en la cancha.

Suspiro con pesadez, pero no digo nada. Lo único que quiero hacer es jugar, no pensar. Alzo la pelota en el aire y la golpeo con la raqueta hacia ella. Lo hago de forma brusca, cuando con ella debo ser más suave porque está aprendiendo. Pero tengo demasiada energía dentro que debo sacar de alguna manera. Aunque no haya dormido nada —siento como si pudiera correr por todo el campus.

Pasan cinco minutos con nosotras golpeando de un lado de la cancha al otro en silencio. Hasta que la pelota se va fuera de la línea y Kiara se toma su tiempo para ir a recogerla.

—¿Te puedo decir algo? —cuestiona, con algo de timidez.
—Adelante.
—Am, bueno, Dóminic está preocupado por ti, igual que nosotras. Solo está intentando ayudarte, Cleo.

Miro a Kiara, cuyos ojos parecen tristes. O penosos. Aborrezco la pena, mucho más cuando está dirigida hacia mí.

—Me puedo cuidar sola.
—Por algo estás aquí, ¿no? —inquiere, ladeando la cabeza.

Aprieto el mango de la raqueta, aunque en realidad quiero lanzarla al suelo y largarme.

—¿Vas a jugar o no? —siseo, harta de la conversación.

Kiara suelta aire, sin ganas, como si quisiera seguir hablando. Pero yo no. Mueve la pelota en su mano varias veces hasta que se decide y sirve, para seguir jugando. Seguimos jugando hasta que Kiara exclama que no puede más y se va, diciendo que me verá en la cena. Yo busco la máquina lanza pelotas para seguir dando raquetazos hasta que el sol se oculta y un supervisor viene a sacarme del área.


Al día siguiente lo primero que tengo es sesión con Cliff. No lo he visto desde que se fue con Harry a no sé dónde. Paso a la sala, muy al tanto de que mis ojeras están peor, con un moño desarreglado encima de mi cabeza y un suéter que cubre mis brazos. Tuve razón: anoche no pude pegar un ojo, recordando toda la mierda que hice y lo mal que traté a Dóminic cuando el solo estaba siendo buena persona. Así que mis brazos están relucientes con nuevos arañazos.

Cliff me da una mirada sin decir nada. Sube las cejas un poco, pero su expresión no deja ver más nada. Me examina en silencio, como si pudiera ver todo lo que pasa por mi cabeza. Espero que no.

Me siento frente a él sin decir nada, con los brazos encima de mi regazo. Mi pie izquierdo no deja de moverse.

—He recibido reporte de que no has asistido a ninguna de las charlas en grupo con Louis, cosa que es parte de tu castigo —es lo primero que dice.

Me encojo de hombros.

—Se me olvidó.
—También, tengo el reporte de Garrett de su sesión de terapia familiar —continúa, buscando los papeles—. ¿Me quieres contar cómo te fue?
—Fue horrible y no quiero volver a tener más sesiones —digo sin rechistar.

Cliff suelta los papeles frente a él en el escritorio. No sé por qué los ha buscado. Conociéndolo, ya lo tiene todo memorizado. Ni siquiera le da un vistazo, sino que los deja ahí.

—Sí, tu actitud reacia fue algo que me esperé y que fue notable en todo el proceso —asiente Cliff—, pero me temo que seguirán las sesiones. Deben solucionar sus problemas familiares para poder vivir en paz.

Suelto un bufido y muevo la cabeza de un lado a otro. Es una estúpida ilusión.

—Eso pasará cuando me cambien de familia.
—Hay algo más que me llamó la atención —deja su lapicero y libreta en la mesa, para atenderme por completo—. Garrett me contó cómo fuiste a “proteger” a Louis en un dos por tres cuando su mamá quiso darle un abrazo.
Me quedo de piedra cuando recuerdo eso y con eso, recuerdo el ataque de pánico de Louis. Tan vulnerable, con miedo puro. Frunzo el ceño y espero a que llegue al punto.

—¿Por qué pensaste que necesitaba protección? —cuestiona Cliff.
—No lo pensé, solo le dije a Leonor que lo dejara en paz —levanto un hombro—. A veces los padres no entienden que todo es mejor si te dejan en paz un poco.

Cliff asiente y tuerce los labios. No parece muy convencido.

—¿Estás segura?
—Estoy segura. ¿Por qué?
—Garrett enfatizó mucho que lo protegiste. Aunque después lo hayas golpeado, pero puedo entender que Louis no tiene pelos en la lengua y tú no manejas muy bien tus reacciones.
—Pues Garrett vio algo que no pasó —me encojo de hombros—. No fue la gran cosa.

Me remuevo en la silla y comienzo a mover el otro pie incesantemente. Cliff anota algo en su libreta, y yo me quedo callada mientras lo hace. Paso los dedos por uno de mis aruñones, debajo de la manga del suéter.

—Cleo, ¿hay algo que quieras decirme?

La voz de Cliff es paciente. Monótona. Como si fuera un profesor que no se cansa de explicarme un ejercicio matemático una y otra vez. Hasta que logre entenderlo. Y eso me desespera con intensidad.

—¿Por qué cree que hay algo que deba decirle? —levanto una ceja.
—Bueno, no estás hablando de los problemas de tus amigos hoy —enumera—, no me has reclamado ni echado en cara que la primera reunión de padres fue un desastre o algo parecido —retuerce el lapicero entre sus dedos—, y no has dicho un solo insulto desde que entraste a la oficina. Sin mencionar que no dejas de moverte.

Cuando dice eso, aprieto los dedos y me paralizo. Las ganas de irme de allí aumentan.

—No son mis amigos.
—¿No lo son? —eso parece sorprenderlo— ¿Por qué?
—No lo sé. No sé cómo debería ser un verdadero amigo, ¿sabe? —sacudo la cabeza y señalo toda la habitación— Solo convivimos porque todos tuvimos la maldición de acabar aquí.

—¿Eso significa que no pueden ser amigos? —trata de entender.
—¡No lo sé! —me inclino hacia delante. No sé. Yo tampoco sé lo que es ser una amiga.

Recuerdo a Annie y a Dóminic, a los que les hablé peor en estos últimos días. Una opresión me abraza el pecho. Soy una horrible persona. Comienzo a respirar con dificultad, me siento como si acabara de correr un maratón. Mi vista se comienza a nublar.

Cliff deja su libreta y lapicero de lado. Apoya los codos en su escritorio y se inclina hacia delante, escrutándome con los ojos. Tiene las cejas fruncidas y los dedos cruzados.

—Cleo —dice, con lentitud—, ¿ha pasado algo recientemente?

Sacudo la cabeza frenéticamente, tanto que siento el moño desarreglarse y soltarse más. Pero no me molesto en arreglármelo. Ahora no dejo de mover los dos pies. De golpe, recuerdo las palabras de Louis y mis sollozos en el baño; así que comienzo a asentir con la misma energía.

—¿No? ¿Sí? —Cliff intenta hacer que me explique.

Abro la boca, pero no me salen palabras. Siento un tifón explotar en mi estómago y pecho, y tengo que parpadear más apresurado de lo normal para no derramar las lágrimas. Las ganas de dejarlo salir se diluyen con las ganas de romperlo todo, a tal punto que quiero hacer las dos cosas al mismo tiempo.

Me recuesto de la silla y subo las dos piernas, para abrazarlas y entrelazar mis dedos al final. Apoyo la barbilla en mis rodillas, con respiraciones erráticas.

—¿Cleo?
—Esto es toda una mierda —mascullo.

Mi voz suena rota, cortada y eso me hace sentir más frustrada. Cada vez el tifón se descontrola más y pienso en mi inevitable explosión.

—¿Qué cosa es una mierda?
—¡Todo!
—¿Por qué lo dices? ¿Qué ha pasado?

Pero no le voy a contestar. Aprieto los labios con fuerza y trago en seco. Intento evitar que las lágrimas caigan; no obstante, finalmente, lo hacen. Dos torrentes bajando por mis mejillas. Y una vez que comienzo, no me detengo.


Llego tarde a la clase de Tabita, la que me hace pintar un paisaje. “El más positivo que se te ocurra”. La fulmino con la mirada cuando se va a sentar en su escritorio.

—Con mirarla mal no vas a resolver nada —murmura Tim a mi lado.
—No sé cuándo va a entender que no soy una chica que pinta —me cruzo de brazos, enfurruñada.
—Haciendo una rabieta no vas a lograr nada —Bonnie deja de pintar para reírse de mi cara—, ¡trabaja igual que nosotras! Vamos a sufrir en equipo.
—No me jodan —bufo.
—¿Por qué llegaste tarde? —Annie llega por detrás de mí— No estabas por ningún lado.
—Fui a tomar una ducha luego de mi sesión con Cliff —me encojo de hombros—. Y perdí tiempo a propósito porque odio esta clase.

Un par de ellas se ríe. Sin ganas, tomo la pintura de temperas y comienzo a mojar el pincel con azul.

—Bueno, Dóminic pasó por aquí antes —dice Annie—, quería hablarte.

No le respondo por un momento. Paso el pincel por el lienzo y me giro a verla, para toparme con que está retorciendo su larga cabellera negra entre sus dedos.

—Lo veo más tarde, gracias —musito—. Por cierto, para todas, perdón por ser una malcriada en el desayuno la otra vez.

Las chicas se sorprenden. Incluso escucho exclamaciones ahogadas. Creo que es la primera vez que les he pedido perdón en voz alta. Pero no soporto la ansiedad que me provoca pensar en todo lo que hice cuando solo se preocupan por mí. Sin embargo, no pueden decirme más nada, porque Tabita nos sermonea y manda a Annie a sentarse.

En el almuerzo, hago lo mismo con Dóminic. Que me espera con una bandeja y una cara de “no voy a dejar que me tumbes la comida otra vez”, sentado en la cafetería.  Suelto un gruñido y miro hacia el techo, mientras las chicas pasan de mi con sus bandejas y sonrisillas sabiendas en la cara. No van a dejar de joderme con que yo le gusto nunca.

—¿Y así tienes el descaro de decirle a Kiara que se trae algo con Harry? —inquiere Bonnie, ladeando la cabeza.
—No me fastidies.
—¡No lo niegas!
—Bonnie, estoy teniendo una racha pacífica hoy, no lo dañes —la señalo y avanzo hacia Dóminic.
—Ay, ¡pero qué pesada! —Bonnie se carcajea.

Ruedo los ojos y cuando estoy lo suficientemente cerca, tomo a Dóminic del brazo y sin decir nada, lo jalo para caminar fuera de la cafetería. Saliendo, me encuentro con Zayn y Louis, que vienen parloteando como dos chismosas.

Zayn me da una sonrisa llena de burla y sé lo que está pensando incluso sin decirlo. Lo mismo que las chicas cuando me ven con Dóminic. Con mi mano libre, le saco el dedo.

Cuando cruzo los ojos con Louis, sin embargo, es diferente a las otras veces. Primero porque no me mira con los ojos entrecerrados, ningún tipo de mueca ni hace un comentario olímpicamente estúpido. Aunque no es lo único. Porque además siento un extraño tirón en el estómago y no puedo dejar de recordar cómo lo vi tan frágil y cómo me vio tan desvalida y llorando como loca. Trago saliva y no despego los ojos de los suyos hasta que doblamos en la esquina, y quedo frente a Dóminic.

Le suelto el brazo y cruzo los míos, irguiendo la espalda y carraspeando. Sacudo la cabeza, tratando de despejarme de Louis. Lidiaré con ello después. Fijo mi mirada en los ojos claros de Dóminic y tomo aire.

—Fui una estúpida en el desayuno, así que lo lamento —suelto a la carrera.

Un calentón me sube por el cuello y las orejas. Dóminic abre la boca formando una o, y se lleva las manos al pecho, con aquel brillo divertido en sus ojos.

—¿Escuché bien? —quiere saber.
—Sí, no te hagas el sordo —aprieto el tabique de mi nariz—. Fui grosera sin razón.
—Pensé que siempre lo eras —me guiña un ojo y estoy a punto de golpearlo.
—¡El punto es…!
—¿Me estás pidiendo perdón? —Dóminic sonríe como si le he regalado un premio.
—No lo voy a repetir —rechino los dientes.
—Te abrazaré —su sonrisa se ensancha.
—No me gusta el afecto físico —doy un paso hacia atrás y alzo los brazos.
—A todos nos gusta, lo que pasa es que te da vergüenza —canturrea él, acerándose.
—Dóminic.
—Cleo.

No puedo evitarlo. Me acorrala entre sus brazos con agilidad, rodeándome por la espalda y apretujándome como un oso peluche. Inevitablemente, suspiro y apoyo mi cabeza en su pecho. El abrazo se siente como un consuelo, que, a pesar de no mejorarme la vida, mejora el día. Siento mis ojos cristalizarse otra vez y hago todo lo posible por tragarme las lágrimas. De ninguna forma voy a llorar otra condenada vez.

En cambio, muevo mis brazos y le devuelto el gesto. Dóminic hace un bailesito de triunfo aún abrazados, que me hace soltar una carcajada. Y por primera vez en la semana, me siento un poco menos mierda.